LA REPÚBLICA AL REVÉS

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA REPÚBLICA AL REVÉS fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la de la QUINTA PARTE DE COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid: Imprenta Real, 1636)


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO



Salen marchando soldados, y detrás de ellos IRENE, armada con bastón y corona de emperatriz!
IRENE: Cesen, griegos, las trompetas; cesen las cajas también; haced los pífanos rajes y los clarines romped; abatid los estandartes y no los enarboléis, que el placer de mis victorias ya es pesar y no placer. ¡Ay, Constantinopla ingrata, patria a tus hijos crüel! ¿Éste es mi recibimiento? ¿Éste el triunfo imperial es? ¿Así mis hazañas pagas, cuando entrar en ti pensé sobre el victorioso carro entre el bélico tropel? ¿Cuando entendí que el senado, debajo el palio y dosel me llevara a Santa Sofia yo a caballo y él a pie, y adornando tus paredes de damasco y brocatel, tus calles, de flores llenas, fueran calles de un vergel? ¿Agora, cuando aguardaba recibir el parabién de tantos reinos ganados, tantos cetros a mis pies; ahora, senado ingrato; ahora, griego sin ley, el imperio me quitáis porque mi hijo goce de él? Yo le quiero coronar, pues vosotros lo queréis, descubra su excelso trono el imperial sumiller, y ruego al cielo que os rija, vasallos griegos, tan bien, que defienda vuestro imperio sin que me hayáis menester.
Tocan música; descubren una cortina detrás de la cual estará, debajo de un dosel, COSTANTINO, y a sus lados, y en pie, LEONCIO, ANDRONIO, MACRINO, y otros. A un lado, en una mesilla, estará sobre una fuente de plata la corona, el estoque, y el mundo
CONSTANTINO: Injustas quejas has dado, madre, en aquesta ocasión al griego imperio y senado que muestran el ambición con que el mundo has gobernado. ¿Qué mayores quejas dieras si, cuando a Grecia vinieras triunfando con regocijo, en vez de imperar tu hijo un extraño imperar vieras? ¿Tan mal, madre, galardona el imperio tu persona, si el día que entras triunfando a tu hijo le está dando del imperio la corona? Basta, que tu desatino --que este nombre ha de tener-- a vituperarme vino; Semíramis querrás ser y hacerme a mí infame Nino. Porque mientras que atropellas bárbaros, y cuerpos huellas con guerra que el mundo abrasa me quede encerrado en casa hilando con tus doncellas. Hijo tienes que ya alcanza en la milicia alabanza; holandas, madre, dibuja; que a la mujer el aguja le está bien, mas no la lanza. IRENE: Si hombre en el imperio hubiera, Constantino, que hasta ahora le amparara, Irene fuera Penélope tejedora, no Semíramis guerrera. Mas si cuando el Persa vino las telas del raso y lino con oro y perlas bordara, ¿quién sus escuadras echara del imperio, Constantino? Los hombres no, que en regalos y femeniles placeres, por huir sus intervalos hilaran como mujeres y fueran Sardanapalos.
Tocan música y sube a coronarle IRENE; pónele la corona en la cabeza
Hágate Dios gran monarca, y tanto, que este laurel ciña lo que el Sol abarca, y triunfes del moro infiel sin que lo estorbe la Parca.
Dale el estoque
Toma aqueste estoque agudo que hoy te ofrece, emperador, tu imperio, limpio y desnudo, en señal que en su favor has de acudir como acudo. Dátele limpio y derecho porque en ninguna ocasión, si has de ser juez de provecho, le ha de manchar la pasión ni ha de torcerle el cohecho. Si por dádivas le sueltas vivirás con mil revueltas, que el juez que por interés tuerce la justicia es espada con muchas vueltas. La cruz de este estoque mira, y verás salir a luz un consejo que me admira; siempre has de mirar la cruz cuando estuvieres con ira; que su piadosa presencia amansará tu violencia, y fue invención extremada poner juntas en la espada la justicia y la clemencia.
Dale el mundo
Toma este globo, en quien fundo tu imperio, y serás gigante, o nuevo Alcides segundo, pues, cual si fueras Atlante, te han cargado todo el mundo. Siempre has de vivir así, la espada desenvainada junto al mundo que te di, porque en dejando la espada te dejará el mundo a ti. Quiero decir que es en vano el librar de algún tirano tu imperio si te desarmas, que el reino que está sin armas deslízase de la mano. Tenlo bien, siendo prudente, que con la prudencia sola gobernarás bien tu gente, porque como el mundo es bola rodaráse fácilmente. La cruz que ves de ese modo es la ley de Dios, y estima su ley, a que te acomodo, que por aqueso está encima, porque Dios es sobre todo. Con tres cruces galardona el imperio tu persona, y cada cual es pesada; púsote cruz en la espada, en el mundo y la corona. Ruego al cielo que no des, cuando ruede la Fortuna, con tanta Cruz al través, que si Dios cayó con una, ¿que harás tú llevando tres? CONSTANTINO: Cesa, madre, de agorarme, si no quieres enojarme, que yo me sabré tener, y cuando venga a caer será para levantarme. Constantino soy, mi nombre dice constancia; resiste tu temor y no te asombre, que pues que tú te tuviste, yo me tendré, que soy hombre. Vamos, amigos, que presto veréis a mis plantas puesto, sin temor de enojos vanos, el mundo que está en mis manos. Mas--¡válgame Dios!--¿qué es esto?
Levántase y al bajar cae en tierra con el estoque que se le quiebra, el mundo y la corona,
Caí en tierra y la espada se me quebró. IRENE: Mi recelo aumenta la suerte airada. LEONCIO: La corona dio en el suelo, y el mundo. CONSTANTINO: No se os dé nada, que a tanta soberbia vuelo que si con caer no diera, señal que me basta el suelo, guerra al mismo cielo hiciera hasta conquistar el cielo. IRENE: Diversa interpretación adivina el corazón. Ahora bien, yo determino irme a vivir, Constantino, a una aldea y recreación que dos leguas de este espacio está, donde en su floresta seré, viviendo despacio, si hasta aquí Belona, Vesta, que ya me enfada el palacio; y dando a Marte de mano, imitaré a Diocleciano, que tuvo por vituperio la púrpura del imperio hecho en Dalmacia hortelano. CONSTANTINO: Bien haces, anda con Dios, que allí podrá tu viudez descansar. IRENE: Trono, de vos caí en tierra una vez y no quiero caer dos. En vos me vi entronizada, mas caí por ser pesada, y es milagro asiento falso que, cayendo de tan alto, no salgo descalabrada. CONSTANTINO: ¿Vaste? IRENE: Aguardo a que me des los brazos. CONSTANTINO: Adiós, que es tarde; acompañadla los tres. IRENE: Dios, griego imperio, te guarde, que vas a dar al través.
Vase. Salen dos CRIADOS
CRIADO 1: Una flota entra en la barra y alegre en el puerto amarra, dando al viento los grumetes, flámulas y gallardetes. CONSTANTINO: A ocasión vendrá bizarra, si es mi esposa, que ella sola aguardo. CRIADO 2: Griego monarca, la bella infanta Carola en el puerto desembarca. CONSTANTINO: ¿Mi esposa es? ¡Caballos, hola!
Vanse todos si no es LEONCIO, y quédase el mundo en tierra
LEONCIO: Mundo, en tierra os han dejado; ¿cómo estáis tan despreciado? Con honra poca os reciben; mas no es mucho que os derriben por los que habéis derribado. ¿Levantaréos, mundo? Sí, que aunque pagáis mal, me fundo en levantaros, vení; mas pues os levanto, mundo, levantadme vos a mí. Pero si he de caer luego, dejadme así, mundo ciego, que será el subir trabajo si me habéis de echar abajo.
Dentro
VOZ: Leoncio, emperador griego.
Ábrese el mundo en cuatro partes, y de en medio sale una mano con una corona de laurel
LEONCIO: ¡Cielos! El mundo se ha abierto y una mano sale de él que, haciendo mi temor cierto, me da el imperial laurel. ¿Sueño? No, que estoy despierto. Buenas señales son éstas, si no se vuelven funestas; vamos, que quiero pagaros, mundo, este bien con llevaros, aunque sois pesado, a cuestas.
Vase. Suena ruido de desembarcar. Dicen de dentro
MARINERO 1: ¡Chipre! MARINERO 2: ¡Constantinopla! TODOS: ¡Grecia! ¡Grecia! MARINERO 3: Echa a tierra la puente y pasadizo. ............................[ -ecia].
Salen por una puerta CONSTANTINO, LEONCIO, ANDRONIO y MACRINO; por otra parte echan desde la popa de una galera un pasadizo al tablado, y bajan por él CAROLA, la infanta; LIDORA, dama; ROSELIO, su hermano, y otros
CONSTANTINO: Palafrenes traed, caballerizo, para la Infanta y damas. ROSELIO: ¡Qué bien precia esta ciudad el mundo, y qué bien hizo el magno Constantino en ilustrarla y con su nombre, imperio y silla honrarla! CAROLA: ¡Famoso puerto y espaciosa playa! No es tal la de mi patria Famagusta. ROSELIO: Dudo que igual en toda Europa la haya. MACRINO: Ya está en tierra la que ha de ser Augusta. ROSELIO: El César viene. CAROLA: ¡Ay, Dios! Aquella saya compón, Lidora, presto; el cuello ajusta. LIDORA: Todo está bueno, no llegues a ello. CAROLA: ¿Y el tocado? LIDORA: También. CAROLA: Mira el cabello. CONSTANTINO: Deme su mano vuestra gran belleza. CAROLA: Más razón, gran monarca, es que yo pida la vuestra. CONSTANTINO: ¿Cómo viene vuestra alteza? CAROLA: Para serviros, vengo agradecida al mar, que en paz a ver vuestra grandeza me trajo. CONSTANTINO: Quedará la mar corrida de que la tierra, bella Infanta, os cobre, pues sin vuestra belleza queda pobre. ROSELIO: Envidiosa a lo menos justamente puede estar del favor que con vos gana, invicto emperador de todo oriente, a sus orillas mi dichosa hermana; y por la mucha parte que al presente me cabe de merced tan soberana, los pies os beso, emperador augusto. CONSTANTINO: Roselio, Infante, alzad. ROSELIO: Aquesto es justo. CONSTANTINO: ¿Dejaste con salud al rey? ROSELIO: Con ella para serviros queda. CONSTANTINO: ¿Y a Ariodante? CAROLA: El príncipe, mi hermano, se querella de que haya coyuntura semejante para os servir y ver, y que con ella .......................... [ -ante] le detenga mi padre. Levántale, Lidora.
Cáesele un guante, levántale LIDORA, dásele de rodillas, y túrbase CONSTANTINO en verla
CONSTANTINO: ¿No hay criados aquí? Dejad, señora; del suelo os levantad, y...
Aparte los dos
LEONCIO: ¿No oyes esto? ¿No miras cómo el César se ha quedado? ANDRONIO. Tiene la dama garabato y gesto picante. LEONCIO: Y aun el alma me ha picado. CAROLA: ¿Qué accidente, señor, ha descompuesto vuestro semblante así? ¿Qué os ha turbado? CONSTANTINO: (¡Válgame el cielo! ¡Que un mirar süave Aparte suspenda el alma y sus sentidos trabe! ¿No es bueno que al momento que me vieron aquellos ojos cuya luz me abrasa dió un vuelco el corazón y suspendieron sus actos mis suspiros? Lo que pasa a los que ayuda al homicida dieron, que entrándole a buscar el juez, la casa trasiega toda, de ese mismo modo me ha trasegado amor el pecho todo.) CAROLA: ¿No me diréis, señor, qué os ha turbado? CONSTANTINO: No sé a fe; un accidente sentí ahora que me inquieta, algo que... CAROLA: ¿Y hase aliviado? CONSTANTINO: Un poco estoy mejor; venid, señora, que mientras mi imperial corte y senado estatuas os levanta y arcos dora, y la entrada magnífica os previene, fuera de la ciudad que estéis conviene. Mi palacio de monte es maravilla de toda Grecia, y sus jardines bellos distan de la ciudad sola una milla; a los de Chipre olvidaréis en ellos, sus cercas besan de la mar la orilla. (Y yo tengo de ser, si llego a ellos, Aparte Tarquino de Lidora, si es Lucrecia, aunque se pierda como Roma Grecia.) CAROLA: Como yo viva en vuestra compañía, de Chipre olvidaré prados y huertos, que sois emperador del alma mía, y así con vos son Chipres los desiertos. CONSTANTINO: ¡Ay sol hermoso de mi obscuro día; de mi muerte verás indicios ciertos si no te gozo! CAROLA: Yo soy desdichada, a estáis malo, señor, ¿qué habéis? CONSTANTINO: No es nada. Venid, infanta. Apreste Grecia fiestas en mi casa del monte, que a mi esposa festejen. CAROLA: Todas me serán molestas hasta que de esa suspensión penosa la causa sepa. CONSTANTINO: (Amor, hoy manifiestas Aparte la fuerza de tu mano poderosa.)
Hablan los dos aparte
¡Ay Leoncio! LEONCIO: ¿Qué tienes? CONSTANTINO: ¿No es Lidora mejor para imperar que su señora? LEONCIO: Mucha belleza tiene, mas no es tanta que merezca, señor, ser preferida a la infanta. CONSTANTINO: ¿Qué dices a la infanta, al sol de quien recibe su luz vida? Emperatriz la haré. LEONCIO: Si así te encanta, gozarla puedes, sin que aqueso impida el imperar tu esposa. CONSTANTINO: ¿Es vituperio, que a quien el alma doy la dé mi Imperio? Ya aborrezco, Leoncio, vive el cielo, la hermosura que alabas en Carola. LEONCIO: (Y a mí, con ser el corazón de hielo, Aparte le ha bastado a encender Lidora sola.) CONSTANTINO: ¿Qué dices? LEONCIO: Que te dió hechizos recelo. CONSTANTINO: Dices verdad; vio el alma y hechizóla.
A ella
Vamos, señora. LEONCIO: (Si esta pasión dura, Aparte la vida he de perder por su hermosura.
Vanse. Salen DINAMPO, FLORINO, TARSO y MELISA, pastores
DINAMPO: Mi parecer es de viejo. ¿La emperatriz all aldea? Que muy bien venida sea; haga fiestas el concejo. TARSO: ¿Por qué es la fiesta? ¿Quién viene al puebro? FLORINO: La emperadora. TARSO: ¿Cuándo? FLORINO: Luego. TARSO: ¿Agora? FLORINO: Agora. TARSO: ¿Que la emperatriz Irene viene? Pues ¿a qué? DINAMPO: A vivir, en su casa de pracer. TARSO: ¿Y el imperio? DINAMPO: Era mujer y no le pudo sufrir. TARSO: Pesa mucho; ¿mas en quién le renunció? DINAMPO: En Constantino. MELISA: ¡Oh, qué grande desatino! TARSO: Plegue a Dios que lo haga bien. FLORINO: Diz que es un disparatado. TARSO: Dejemos esto y vení, que pues ella viene aquí he de ser muy su privado. DINAMPO: Luego, ¿conóceos? TARSO: Sí, a fe. DINAMPO: Pues haráos mucho servicio. FLORINO: Buena vida. TARSO: Será vicio; con ella me entretendré.
Vanse. Salen LIDORA y CONSTANTINO
LIDORA: Tu Alteza, invicto César, se reprima; que aunque es de mucha estima que el augusto me tenga amor, no es justo, ni conviene, que quien a servir viene, se prefiera a su señora. CONSTANTINO: Espera, por el cielo, que de mi fuego, es hielo su presencia. LIDORA: Más muestra la experiencia que le abrasa, pues tan presto se casa vuestra alteza; porque, si su belleza le enfrïara, claro está que aguardara que en la corte, pues no hay para qué importe que sea agora le diera mi señora como esposa la mano generosa. Mas pues veo que le obliga el deseo a que en un monte y desierto horizonte dé la mano a mi señora, es llano que le aflige la dilación, y elige lo más breve por mejor; que a ser nieve, no se diera tal prisa; que el que espera, cuando arde todo lo juzga tarde y, si aborrece, un siglo le parece que es instante. CONSTANTINO: Cuando alzastes el guante que me distes, y viéndoos yo, rendistes mis suspiros; por no verse perdidos previnieron el remedio que vieron conveniente; y como amor ardiente se repara con otro amor, gustara que este medio sirviera de remedio. Remediarme quise con desposarme, porque he oído que entre esposa y marido amor desnudo hace un sabroso nudo. Desposéme, aborrecí, y heléme tan helado, que aunque no la he gozado, ya me siento con arrepentimiento de lo que he hecho. El tálamo y el lecho que me espera esta noche quisiera se abrasara. Si yo a Carola amara, ¿de qué modo a vos, Lidora, toda el alma diera? La llama verdadera, y el perfeto amor, sólo a un objeto se termina, sólo a un blanco se inclina su sentido; que el amor repartido no merece nombre de amor, ni ofrece amor sus leyes tan capaces... LIDORA: Los Reyes, griego augusto, tienen muy ancho el gusto y apetito. Nunca tiran a un hito solamente; en su amor aparente hay la mudanza, que en su misma privanza venlo todo, y el ver como es de modo, que de él nace cuando el objeto aplace el desearlo y es fácil alcanzarlo, porque adquieren los Reyes cuanto quieren; sus empleos son como sus deseos: pues ¿qué mucho, si a la experiencia escucho, esta certeza que quiera vuestra alteza a mi señora la emperatriz y ahora juntamente a mí obligarme intente? CONSTANTINO: Bien arguyes, pero no me concluyes; porque entiendas que tus hermosas prendas sólo han hecho tributario mi pecho y a ti sola, despreciando a Carola, estimo y quiero, esta noche prefiero tu hermosura a la suya; procura que entretanto que con su negro manto está la noche del transparente coche desterrada goce el alma abrasada tu belleza; que tú serás cabeza de mi imperio, y en dulce cautiverio presa el alma que tienes puesta en calma, haré que el orbe, sin que la envidia estorbe dichas tantas, se postre a aquesas plantas; tu señora te servirá, Lidora, y aunque sea emperatriz, no crea ningún hombre que lo es más que en el nombre. LIDORA: ¡Qué abundante que promete un amante pretendiente, y qué apocadamente cumple luego que se aplacó su fuego! No harás nada; quedaréme crïada, pobre y sola, y emperatriz Carola; muy mal labras tus gustos con palabras, pues son viento. En cumpliendo tu intento seré necia y fea; la que precia el primer fruto es cuerda y da tributo al yugo tierno del sacramento eterno, que al fin dura. CONSTANTINO: La perfecta hermosura nunca enfada; mas después de gozada, si es perfeto el amor, más sujeto está el amante, más firme, más constante y apacible; ¿no es siempre apetecible lo que es bueno? LIDORA: Lo bueno como bueno, es gran regalo; pero en razón de malo mala cosa. CONSTANTINO: ¡Ay mi discreta hermosa que me vences cada instante y convences! Yo te adoro, y aunque el bello tesoro de tus brazos con violentos abrazos hoy pudiera forzarle si quisiera, no me agrada la voluntad forzada, y al contrario el amor voluntario me combate; de remedio se trate que me abraso, mi sol, mi luz, mi fe. LIDORA: Paso, Constantino. CONSTANTINO: Si me amas, determino hacer que Oriente dé perlas a tu frente y cuanto abarca; serás griega monarca y reina sola; mandarás a Carola. LIDORA: (¡Oh interés loco! Aparte Venciste poco a poco, mucho puedes; cazáronme tus redes.) CONSTANTINO: ¿Correspondes a mi amor? ¿Qué respondes? LIDORA: Que, pues fuerza no me has hecho, me fuerza no haberla hecho a que dentro del pecho te reciba. CONSTANTINO: ¡Viva Lidora, viva tu hermosura! ¡Ya es cierta mi ventura! LIDORA: El cómo traza, y adiós, que me embaraza la vergüenza. (¿Qué habrá en el mundo que interés no venza?) Aparte
Vase
CONSTANTINO: Sansón, ¿qué vale cuando al campo sale con las puertas a cuestas que de Gaza arranca fiero, si una mujer traza que en la tahona, ciego, a un bruto iguale? ¿Qué vale Alcides con amor; qué vale cuando leones vence y despedaza, si vuelta rueca su invencible maza a hilar le obligan el amor y Onfale? Sardanapalo, no tuvo vergüenza cuando sentado cual mujer le vieron desceñirse la rueca por regalo. ¿Qué mucho, pues, que una mujer me venza, no siendo yo más fuerte que lo fueron Sansón, Alcides y Sardanapalo?
Sale LEONCIO
LEONCIO: ¿Yo competencia a un César? ¿Yo a su dama amor? Cielos, ¿qué es esto? Mas, ¿qué importa que compita en amar, si en el imperio compito? ¿Una voz dulce no me ha dado nombre de emperador? Pues si pretendo lo más, que es el imperio, ¿qué milagro que pretenda lo menos, que es Lidora? Mas--¡ay!--vana ambición, déjame un poco, que temo que me quieres volver loco. CONSTANTINO: ¡Leoncio! LEONCIO: Gran señor. CONSTANTINO: Ya dió Lidora el deseado sí de mi esperanza; el tálamo aprestado aquesta noche para Carola, quiero que lo ocupe la Venus Cipria que me abrasa el alma. LEONCIO: (¿Qué escucho, cielos? Pues, señor, ¿tú esposa? Aparte CONSTANTINO: No me la nombres; volveráse a Chipre con su padre. LEONCIO: ¿Qué dices, gran Monarca? Hoy te acabas de desposar con ella, ¿y quieres con afrenta tan notable que a su padre se torne? CONSTANTINO: Pues ¿qué agravio le puedo hacer, si antes de gozarla a su padre la vuelvo? LEONCIO: Dirá el mundo mil oprobios de ti, y el rey, su padre, podrá con justa causa hacerte guerra. Mira, señor, que tienes en tu corte a Roselio, su hermano, y que en sabiendo el agravio que hacerle determinas incitará a su padre a la venganza. CONSTANTINO: Poco importa, que echándole de Grecia y ocupándole lejos en la guerra no sabrá mis intentos. El ejército que está en Egipto contra el Soldán turco no tiene capitán general, quiero con este cargo honroso desterrarle y hacer que allá le den veneno o muerte, quitaremos de en medio aqueste estorbo. Otra dificultad hay mayor que ésa, que es el estar mi madre viva y libre, y temo que si ve mis desvaríos ha de quitarme libertad e imperio; que la adoran de suerte los soldados de toda Grecia, que me dicen lloran por verla del imperio retirada. Pero si con prenderla quedo libre, prenderéla. LEONCIO: ¿Qué dices? CONSTANTINO: Pues ¿es mucho que por asegurar mi gusto, prenda a mi padre, mi madre y mi linaje? De aquesta suerte viviré seguro. Tomaré por achaque de prenderla que levantarse quiso. Llama a Andronio y haz que a mi madre ponga en una torre, y toma aquesta llave de mi cámara, y engañando a Carola, haz que a Lidora en su lugar aquesta noche goce, que yo voy luego a despachar a Egipto a Roselio; que importa que se parta para quitar estorbos a mi gusto.
Vase
LEONCIO: ¡Ay ciego Emperador! ¡Ay loco Augusto! No querrá el cielo ni mi amor que goces aquesta noche a quien el alma he dado. La llave de su cámara es aquésta, yo haré que entienda ser Lidora hermosa la que le aguarda en su lasciva cama, cuando a acostarse vaya, y que esté en ella la pobre emperatriz que ya aborrece; que yendo a obscuras con silencio mudo, creyendo que es Lidora la que aguarda, no se sabrá mi provechoso enredo y yo a Lidora gozaré con nombre, esta noche, del César Constantino. Buena traza es ésta si se logra; yo voy a ejecutarla, aunque la vida pierda, que por tal prenda es bien perdida.
Salen FLORILO, DINAMPO, ITALIO y TARSO, pastores, y MELISA, y detrás de ellos IRENE, la cual se sienta
TARSO: Perdone la cortedad de vueso pruebo grosero su mercé, y mire primero que al don a la voluntad. Que a ser tan rica como ella con tales veras mostrara su amor, que se aventajara a todo el imperio en ella. Alcaldes, concejo y gente del puebro, a su señoría un pobre presente envía; pero basta ser presente. Seis mozas en delantera van compuestas y garridas, que en seis fuentes escogidas de la más limpia espetera, llevan cubiertas de flor rosas y tortas cuajadas de miel, que fueron masadas hoy por la del herrador. También llevan confitura poca, porque cara cuesta, que ayer compró media cesta en Constantinopla el cura. Luego se siguen seis mozos, los más apuestos y ricos, todos con nuevos pellicos y todos con rubios bozos, que andando con pasos graves llevan de palos pendientes mil regalos diferentes de conejos, liebres y aves. Tras ellos van cien cabritos de mil colores y modos, unos más que el ampo todos, otros de manchas escritos, que llevan en medio de ellos dos terneras señaladas, con campanillas doradas de los arrugados cuellos. Después van doce zagales con otras tantas doncellas, cargados ellos y ellas de requesones, panales, quesos que el tiempo conserva, cuajada, natas, mantecas, y frutas verdes y secas, hasta el níspero y la serva. Todo aquesto humilde ofrece el lugar a su mercé, pobre en obras, rico en fe, que es lo que más le engrandece; y yo un alma le presento, contenta ahora sin tasa, tan ancha como la casa que le ha de dar aposento. MELISA: ¡Qué bien lo ha despotricado el diabro! DINAMPO: Como discreto. FLORITO: Basta ser poeta. DINAMPO: Poeto diréis, que es hombre y barbado. IRENE: Yo estoy muy agradecida al lugar por el cuidado que en regalarme ha mostrado, y gusto de mi venida. Y en pago de este presente que aqueste lugar me ha hecho, os hago francos de pecho por veinte años. DINAMPO: ¿Otros veinte? ¿Veinte dije? Veinte mil tenga de vida y salud su merced. IRENE: En la quietud del campo que viste abril sí tendré, que en el palacio, donde la ambición se bebe, la más larga vida es breve. TARSO: Acá vivimos despacio. IRENE: Pues, Tarso, ya ha muchos días que no nos vemos. TARSO: Después que pisaron vuestros pies imperios y monarquías y os ausentásteis de aquí no os he visto. IRENE: Pues ¿por qué? TARSO: Porque en la corte pensé que os olvidárais de mí. Muda el mandar la costumbre y la púrpura imperial no hace caso del sayal; estábades en la cumbre, ¿quién había de subir tan alto a habraros? Acá más tiempo y lugar habrá. MELISA: Agora la he de pedir que me quieras por justicia, veremos si esto aprovecha. TARSO: No, Melisa; que sos hecha como casa a la malicia.
Salen ANDRONIO y otros, en cuerpo
ANDRONIO: Aquí dicen que ha de estar, trocando en florido campo el campo armado. FLORILO: ¡Dinampo, soldados en el lugar! DINAMPO: ¿Qué diabros querrán agora? Que si nos echan soldados no hay mujeres ni ganados. IRENE: ¿Qué es esto Andronio? ANDRONIO: ¡Señora! IRENE: Ya comienzo a agradecer la lealtad que habéis tenido, pues el primero habéis sido que me haya venido a ver. ¿Qué tenéis? ¿Qué os entristece y os hace enjugar los ojos? ¿Qué hay de nuevo? ANDRONIO: Mil enojos, señora, que no merece vuestra Alteza. IRENE: ¿A qué os envía a mi casa, Constantino? Que en veros así adivino alguna desgracia mía. ANDRONIO: Sabe Dios lo que me pesa que me lo mandara a mí. IRENE: ¿Qué os ha mandado? Decí. ANDRONIO: Que lleve a una torre presa a vuestra alteza. TARSO: ¿Qué dijo? FLORILO: Presa parece que oí. IRENE: ¿Mi hijo me prende a mí? ANDRONIO: Sí, señora. IRENE: ¡Qué buen hijo! ANDRONIO: En una torre me manda que os ponga guardas. IRENE: Pues ¿qué le han dicho de mí? ANDRONIO: No sé. IRENE: Yo sí, que bueno el mundo anda. No es muy difícil saber que, pues a Nerón se iguala, si me prende, no es por mala, mas porque él lo pueda ser. Que viva en prisión ordena porque no lo esté su antojo, que la reprehensión al ojo mil liviandades refrena. Y pues prenderme ha mandado cuando sus vicios refreno, despedazar quiere el freno para correr desbocado. Corra, que este vituperio venganza vendrá a tener, que yo sé que ha de correr hasta atropellar su imperio. ¿Dónde Constantino está? ANDRONIO: En la casa de placer del monte. IRENE: Quiérole ver; llevadme primero allá. ANDRONIO: No puedo en eso serviros, y de ello el alma se corre; luego manda que a una torre os lleve, sin consentiros, señora, que a su presencia lleguéis. IRENE: ¿Aqueso os mandó? ANDRONIO: Plugiera al cielo que yo pudiese hacerlo. IRENE: Paciencia. Vamos, pues lo manda así. Amigos, adiós, adiós. TARSO: Yo, señora, iré con vos; de mí, señora, os serví; yo iré en vuestra compañía. IRENE: No, Tarso; ya querrá el cielo que vuelva a ver este suelo con más contento algún día. TARSO: Quedando sin vos me aflijo. IRENE: Adiós; vamos de aquí, Andronio.
Llévanla
DINAMPO: ¿Aquéste es hijo o demonio? TARSO: Demonio sí, mas no hijo.
Vanse todos. Sale CAROLA sola
CAROLA: Blasone el hombre arrogante que es un diamante en sus hechos, que hoy he visto en un instante que hay diamantes contrahechos y que se quiebra el diamante. Bien puede ser este error, y el hombre, por varios modos, ser firme, y más en amor, mas conmigo pierden todos hoy por el Emperador; porque si bien me quisiera con más amor me mirara; pero, si me aborreciera, el desposorio aguardara que en Constantinopla fuera. Declarad, piadosos cielos, este caos de mis recelos, este nuevo laberinto, aqueste infierno que os pinto de confusión y de celos. Este enigma que se ofrece el alma confusa aquí, pues Constantino parece que amándome a mi sin mí, cuando me ama me aborrece.
Sale LIDORA
LIDORA: ¿En qué andáis, travieso Amor? Mas ¿diréis que no es error el que aquesta noche hiciste, cuando la fuerza rendiste de mi honra al emperador; y que si la gente infama la mujer con justa ley que así mancha su honra y fama no pierde nada si un rey su amor solicita y ama? Murmúrese, pues, mi exceso que haber dado ser y honor, .................. [ -eso] porque de un Emperador esposa ser intereso. CAROLA: Lidora, ¿qué suspensión os trae confusa y sin calma? LIDORA: Nuevos pensamientos son y pretensiones de un alma que ya se juzga Faetón. CAROLA: ¿Faetón? ¿Tan alta subida intenta? LIDORA: Desvanecida, quiere con él competir. CAROLA: ¿Y no teme que el subir espera mayor caída? LIDORA: Ella se sabrá tener. CAROLA: Tal seguridad no es buena; guardaos, no seais Lucifer en pretender silla ajena, que será cierto el caer. LIDORA: ¿Ajena? ¿Qué patrimonio da señal o testimonio de que tiene dueño ajeno? CAROLA: ¿Qué patrimonio? ¿No es bueno el del santo matrimonio? LIDORA: ¡Jesús! Aquése hasta ahora está en cierne, otro mejor tiene el alma en quien la adora, que es un vínculo de amor y mayorazgo. CAROLA: ¡Ay, Lidora, mira lo que haces; mira que hay Dios y que si se aíra, castigará con rigor; mira que el emperador es mi esposo, y que suspira por él mi alma, Lidora. LIDORA: Miro, que como no eres ................. [ -ora] buena para imperar, quieres ser para predicadora; no me canses. CAROLA: Ya comienza en ti a campar la falta de honor; no habrá quien te venza, que cuando la honra falta también falta la vergüenza. LIDORA: Si la lengua no reprimes, forzaréte a que me estimes, cortándotela a raíz. CAROLA: ¡Villana! ¿A tu emperatriz? LIDORA: ¿Emperatriz? ¡Qué sublimes pensamientos! El renombre me agrada; deja el humillo, que eres, para que te asombre, sólo emperatriz de anillo, y no tienes más que el nombre. Y no hagas tanta cuenta del título que te afrenta, pues eres, con tal blasón, emperatriz a pensión, y he de gozar yo la renta. Que el cielo, que galardona contra la opinión que tienes y ennoblece una persona, podría ser que a mis sienes trasladase tu corona. CAROLA: Como el mundo anda al revés no es mucho que en eso des, y que suba tu bajeza a coronar tu cabeza de descalzarme los pies. Mas, cuando estés coronada, ¿no te parece, Lidora, que quedaré más honrada, pues tendré, siendo señora, una emperatriz crïada? LIDORA: Norabuena sea así; resulte la honra en tí y yo goce tu apellido, que si hasta aquí te he servido, tú me servirás a mí. CAROLA: ¿Yo a ti, soez, baja, loca? Cuando el laurel imperial me quite mi dicha poca, ¿no soy yo de sangre real? ¿Y tú? LIDORA: Refrena la boca, que si mi enojo echa el resto, haréte arrepentir presto. CAROLA: ¿A mí? ¡Ramera de Grecia! ¡Malnacida! LIDORA: Toma, necia.
Dale LIDORA a CAROLA un bofetón
CAROLA: ¡Ay, Dios! ¿Bofetón?
Salen CONSTANTINO, LEONCID y ANDRONIO
CONSTANTINO: ¿Qué es esto? LIDORA: (Constantino viene aquí; Aparte fingiré que recibí el bofetón que di.) ¡Ay, Dios! CONSTANTINO: ¡Lidora mía! LIDORA: ¿Por vos tienen de tratarme así? ¿Por vos injuria tan clara? ¿Por vos llamarme ramera? ¿Por vos la mano en mi cara la infanta? CONSTANTINO: ¡La infanta muera! CAROLA: (¿Vióse insolencia más rara? Aparte Mas para que con razón todo en aquesta ocasión ande al revés, no me espanto que ésta forme queja y llanto y yo llevé el bofetón. Más vale que pase así; y aunque yo sea la injuriada, que piense el mundo que di bofetón a mi criada, no que le recibí.)
A ellos
Es verdad; yo castigué a quien tan soberbia fue que se descomidió agora contra su propia señora. CONSTANTINO: Pues, ¿cómo el cielo, que ve su bella luna eclipsada, con un castigo ejemplar no la ha dejado vengada? CAROLA: Pues, ¿es nuevo castigar la señora a su crïada? CONSTANTINO: Calla, asombro de mi gusto. Llévala presa. LEONCIO: Señora, tener paciencia aquí es justo. (No sabrá así que a Lidora Aparte anoche gocé, el augusto.) CONSTANTINO: Vamos, que con palio honroso vuestro nombre haré famoso en venganza de esta afrenta, siendo con fiesta opulenta, bella prenda, vuestro esposo. Ea, pues, que ya es razón que cese aquesa pasión, mi bien. Basta ya, vení. LIDORA: ¿Suélese olvidar así la injuria de un bofetón?
Vanse CONSTANTINO y LIDORA
CAROLA: Vamos, pues gusta que presa padezca, el emperador. LEONCIO: Mientras que su enojo cesa, sufrid aqueste rigor, infanta, que de él me pesa. CAROLA: ¡Qué bueno anda el mundo ahora! Despreciada la señora; antepuesta la crïada; presa la que está injuriada, con honra la que es traidora. ¡La que descalzó mis pies, entronizada en el puesto del imperio! Mas poco es en la república aquesto, que es república al revés.

FIN DEL ACTO PRIMERO

La república al revés Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002