ACTO SEGUNDO


 
Salen LIDORA y CLODIO vestidos de camino
CLODIO: Tan lleno de pesares quedé cuando partiste, que con el menor de ellos fue mucho no morirme. Maldije el griego imperio y a la infanta maldije, que fue ocasión, señora, de aquella ausencia triste. En ella de mi pena pensaba divertirme con ejercicios varios, sin tu presencia viles. Salí a cazar mil veces, y otras tantas volvíme, porque me daban caza pensamientos terribles. Perdía si jugaba, que como perdió Chipre tu agradable presencia, perdiéndose él, perdíme. Quisieron mis amigos con pláticas sutiles entretener mis penas; mas como siempre aflige al que es discreto el necio, al soberbio el humilde, y al avariento el pobre, así al amante el libre. Con otras hermosuras poner remedio quise al fuego que en el alma, en viéndote, encendiste. Mas era echar más leña, porque es necio el que dice que el amor más constante con otro amor se rinde. En fin, cuantos remedios en su Ars amandi escribe Ovidio, el desterrado, tantos propuse e hice. Mas como al que es de muerte de tormento le sirven las medicinas varias que el médico apercibe, empeoré con ellos; ¡mal haya amén, quien dice que es remedio la ausencia para que amor se olvide! ¡Qué de veces rondaba las paredes felices que habitación te dieron cuando mi mal oíste! ¡Y qué de veces, loco, desde tus rejas quise, llamándote, Anajarte, representar un Iphis! Las sabrosas palabras y prendas que me diste eran de mi naufragio la tabla convenible. Mas todo aquesto era, sin verte, hermosa Circe, cual vela que se acaba, arder para morirme. Vime, en fin, tan enfermo, tan desahuciado vime, que hacer una novena a tu hermosura quise. Llegué a Constantinopla; y apenas de un esquife a tierra salté, cuando en un carro sublime de perlas, marfil y oro, mis ojos hechos linces, te vi llevar debajo de un rico palio; ¡ay triste! Creí que me engañaba; llegué a un hombre y le dije, "¿Carola no es aquélla, hija del Rey de Chipre?" Respondió, "No es la Infanta que esa dama infelice trajo consigo el daño que su ventura oprime. Una crïada es suya a quien el César rinde la cerviz de su imperio porque es de su amor Circe." Quedéme casi muerto, y vi que el vulgo libre te echaba maldiciones, y aun yo ayudarle quise; y de mi muerte cierto, pues miro ya imposible mi débil esperanza, antes que se marchite, busqué ocasión de darte, crüel más que Bisiris, el parabién del lauro que en tu cabeza ciñes. ¿Quién duda que si antes amando, me tuviste en Chipre por tu Adonis, aquí seré Tersites? Ya pisas oro y perlas, diamantes y rubíes, ¿quién duda que con ellos también mis dichas pises? Castíguente los cielos; pero no te castiguen, sino que con mi muerte de tanto mal me libren. LIDORA: ¡Qué extraordinario gusto me da, Clodio, el oírte aquesas tiernas quejas que dentro el alma imprimes! ¡Oh, qué contento causan los celos apacibles tras una larga ausencia de dos amantes firmes! Muy bien venido seas, deja temores viles, que aunque el imperio gozo, no es ocasión que olvide el abecé primero que el alma estudió en Chipre, cuando de esclava tuya la argolla le pusiste. Mi hermano finge que eres, que yo haré, si lo finges, que rijas el imperio. CLODIO: Cesó el oscuro eclipse de mis confusos celos; aquesos brazos ciñe a mi dichoso cuello, que hoy miro un imposible en ti, mi bien, pues eres mujer y mujer firme. LIDORA: El césar, Clodio, viene. CLODIO: Yo haré lo que me dices.
Salen CONSTANTINO, HONORATO, senador viejo, LEONCIO, MACRINO, ANDRONIO y otros
CONSTANTINO: ¿Qué es lo que me pide, pues, el senado? HONORATO: Cosas justas, que diré, señor, si gustas. CONSTANTINO: Dilas. HONORATO: La primera es suplicarte toda Grecia, y en nombre suyo el senado, en albricias del estado que Dios te dio, si es que precia tu alteza su autoridad, que les des un día feliz poniendo a su emperatriz, y tu madre, en libertad. Y piensa que hacerlo así como el senado te exhorta, aunque mucho nos importa, más, señor, te importa a ti. Porque las murmuraciones del vulgo y de los soldados que por ella gobernados vencieron tantas naciones, publican que es vituperio de Grecia y de su nación que consientan en prisión a quien defendió su imperio. Todas la lloran y, en fin, como la aman en extremo, si dura su prisión, temo algún popular motín. CONSTANTINO: ¿Piden más? HONORATO: Sí, que a la infanta de Chipre, pues es tu esposa, tan discreta, tan hermosa, tan prudente, honesta y santa, el nombre y estado des que goza quien le ha usurpado; y que pues te has desposado con ella, es razón que estés advertido que no puedes, mientras viviere, tener a Lidora por mujer, pues los límites excedes de la ley que puso Dios, cuando justamente veda que ningún cristiano pueda vivir casado con dos. Éste es el consejo sabio que te suplican que admitas, gran monarca. No permitas el intolerable agravio con que Irene, presa está; mira que tu madre Irene en pie aqueste imperio tiene, que ya cayendo se va. Si a clemencia te provoco no dejes de ejecutalla; mira, invicto césar... CONSTANTINO: Calla; no digas más, viejo loco. ¡Qué donosa petición para gobernar mi estado! Hoy verá el griego senado en mí un Cómodo, un Nerón. ¿Él ha de regirme a mí? ¿Es éste el mundo al revés? HONORATO: Ni aquese nombre le des ni te alborotes así; que si envía a suplicarte lo que he venido a advertirte, no es, señor, para regirte, sino para aconsejarte. ¿Qué monarca o rey desprecia el consejo, si es prudente? CONSTANTINO: Yo basto y soy suficiente para gobernar a Grecia. El senado no ha de dar, sin pedirle, parecer, que él sólo ha de obedecer y yo solo he de mandar. Sus livianos pareceres muestran lo que han estudiado; yo haré de su vil senado un senado de mujeres. Basta, que es donoso cuento que con livianos consejos me quieran dar cuatro viejos mujer a mi descontento. Si a mi madre tengo presa es porque viva en sosiego mi estado e imperio griego, y si al senado le pesa de que la tenga en prisión, no ignora la deslealtad, que en dándola libertad ha de intentar su traición. Ya sé que quiere que torne al trono imperial que pierde, y que con el lauro verde su frente otra vez adorne. HONORATO: Mira, gran señor... CONSTANTINO: Ya es tarde; vuestro intento es manifiesto. Yo lo remediaré presto. Parte al senado cobarde con los soldados, Macrino, de mi guarda, y prende luego todo ese senado ciego autor de tal desatino; y con basquiñas y tocas, para que el vulgo provoques, ponles ruecas por estoques, que sus pretensiones locas declaren, y de esta traza, porque mejor los convenza su locura, a la vergüenza estén todo hoy en la plaza; porque soy de parecer que como mujeres vean los que el imperio desean que gobierne una mujer. Y a este loco y vano viejo en ella le harás colgar, que así le quiero pagar su locura o su consejo. HONORATO: Señor... CONSTANTINO: Llévalos. HONORATO: Advierte... CONSTANTINO: Ea, llévalos de aquí. HONORATO: Ejecuta luego en mí este castigo, esa muerte, y deja libre el senado, que es en tu imperio el espejo de la prudencia y consejo. CONSTANTINO: Buenas muestras de esto han dado. ¿Qué aguardas?, llévalos pues. MACRINO: Ya, gran señor, te obedezco. HONORATO: Por dar consejos padezco. ¡Ay República al revés!
Llévale MACRINO
CONSTANTINO: Andronio. ANDRONIO: ¿Gran señor? CONSTANTINO: Corre donde mi madre está presa y con diligencia y priesa, dentro de la misma torre la da un garrote. ANDRONIO: ¿Qué dices? ¿A tu madre? CONSTANTINO: ¡Ola! También a aquéste muerte le den. ANDRONIO: ¿A mí? CONSTANTINO: No te escandalices; o a mi madre mata, o muere. ANDRONIO: Yo haré, señor, lo que mandas. ¡Ay mundo, y qué al revés andas!
Vase
CONSTANTINO: Si el imperio darle quiere su silla, justo es me cuadre la seguridad que elijo, que no seré el primer hijo que dé la muerte a su madre. Leoncio, ve por Carola. LEONCIO: Yo voy.
Vase
CONSTANTINO: Quiero que a su tierra se vuelva, y hágame guerra su padre, que si enarbola el mundo sus estandartes contra mí, poco el mundo es, que pues se cayó a mis pies, no temo sus cuatro partes. Sólo con rigor se doma este extraño monstruo griego, que estoy por ponerle fuego como Nerón hizo a Roma. LIDORA: ¿Tan enojado, señor? CONSTANTINO: La luz de esos bellos ojos desterraron mis enojos; ya se acabó mi rigor. LIDORA: ¿Con quién la cólera ha sido? CONSTANTINO: Contra quien privarme gusta de vos; mirad si es bien justa. LIDORA: ¿Cómo? CONSTANTINO: Hanme persuadido a que, viviendo la infanta, vos no podéis ser mi esposa. LIDORA: Remediarlo es fácil cosa, dadla muerte. CONSTANTINO: Crueldad tanta no es bien que de mí se piense; a su padre la enviaré, y ausente una vez, yo haré que el patriarca dispense en nuestras bodas. ¿Quién es el que está con vos, señora? CLODIO: Hermano soy de Lidora; dame a besar estos pies. CONSTANTINO: ¿Qué dices? LIDORA: Hermano es mío, que a asistir en tu servicio viene de Chipre. CONSTANTINO: Da indicio de serlo su talle y brío; y pues es ya mi cuñado, justo es honrarle desde hoy; el cargo noble le doy de secretario de estado, que es oficio de valor. CLODIO: Haga tu nombre imperial la fama y tiempo inmortal. LIDORA: Danos esos pies, señor. CONSTANTINO: ¿Cómo es tu nombre? CLODIO. Liberio. (Como me mudé en otro hombre Aparte también quiero mudar nombre.) CONSTANTINO: Tú gobernarás mi imperio.
Salen LEONCIO y CAROLA
LEONCIO: Aquí está, señor, la infanta. CONSTANTINO: Seáis, señora, bien venida. Sentaos.
Siéntanse los tres
CAROLA. (¡Ay Dios, si la vida Aparte feneciese en pena tanta!) LEONCIO: (Agora el emperador Aparte viene a saber mi delito, y si el castigo no evito mataráme su rigor. Adiós inútil privanza, que no halla otro remedio como poner tierra en medio de mi vida la esperanza. Grecia, adiós, que de este modo librar mi vida procuro, pues mal viviré seguro donde anda revuelto todo.)
Vase
CONSTANTINO: Sabe el cielo el descontento que me causa el no poder, infanta, satisfacer vuestro justo sentimiento. Viniste de Chipre a Grecia a darme mano de esposa, y fuérades venturosa si, como os estima y precia mi conocimiento, os diera posesión mi voluntad y al peso de la beldad, que en vos confiesa, os quisiera. Sólo sigue sus antojos Amor, cuando un alma exalta, que por tener esta falta le suelen pintar sin ojos. Y pues son las calidades del Amor cierta influencia, lazada o correspondencia que anuda dos voluntades, y aquésta el cielo ha querido que nos falte a mí y a vos, habiendo este ciego dios para mi esposa escogido a Lidora, será fuerza que admitiendo mi disculpa, y echando al Amor la culpa que a la razón vence y fuerza, a vuestro reino os tornéis, que vuestra mucha hermosura y grandeza os asegura, señora, que cobraréis pronto el contento perdido, siendo de algún rey esposa con quien seáis más dichosa que conmigo lo habéis sido. Yo he escrito al rey, vuestro padre, infanta, el caso presente que, siendo como es prudente, no dudaré que le cuadre. Y en volviendo de la guerra el infante, vuestro hermano, premiándole de mi mano se volverá a vuestra tierra. ¿Cuándo intentáis de partiros? CAROLA: Cuando la vida se parta; que ya de desdichas harta se va partiendo en suspiros. Monarca de todo oriente, querido esposo y señor, que este título he de darte aunque otra me le usurpó, la prueba de mi paciencia, la fuerza de mi razón, las quejas de mis agravios, la pérdida de mi honor, todas tu dureza ablanden y con ellas el amor que va creciendo en mi pecho al paso de tu rigor. Dicen que un retrato mío que miraste fue ocasión de pedirme por esposa al rey, mi padre y señor. ¡Mal haya el pincel, la tabla, la idea, mano y color que vida a mi imagen dieron, pues mi muerte ahora son! Pudo ser que en mi belleza mintiese el sutil pintor y que, visto el desengaño, causase tu desamor; mas si la propia alabanza es justa en la oposición presente porque redima con ella mi obligación, bien sabe Grecia, y tú sabes, cuántos los príncipes son que por mi causa han sufrido más que por Raquel Jacob. Y entre todos te escogí, no por ser emperador de Grecia, sino por serlo del alma que te adoró. ¿Por qué, pues, con tal crueldad, ya que imitas a Absalón en belleza, quieres serlo en el desdén y el rigor? Mas no puede persuadirse mi afligido corazón que le desprecies de veras. ¿Es así? Yo sé que no. Si ha sido para probar de mi fineza el valor, mi lealtad y sufrimiento, bien ves cuán de prueba soy. ¿No doy ventaja en quererte a cuantas mujeres, dió en el amor conyugal nombre la fama veloz? Ni amaron a sus maridos con más firmeza que yo Porcia, Penélope, Julia, Evadnes, Pantea y Michol. No permitas, césar, pues, que volviendo a Chipre yo, mi infamia y deshonra vea el padre que me engendró. Abre primero este pecho, y en él verás que estampó tu imagen, siendo pinceles sus llamas tiernas, Amor. Ea, vierte aquesta sangre; mas, ¡ay que tengo temor que porque morir deseo suspendes la ejecución! Mas, pues, con tan poca dicha la Fortuna el ser me dió que aun para que me des muerte quiere que busque favor,
De rodillas
postrada a tus pies, Lidora, te suplico, si es que yo merezco algo, porque he sido de tu dicha la ocasión, que de Constantino alcance mi muerte tu intercesión, siquiera porque os gocéis con buen título los dos. Ves aquí al revés el mundo. A tus pies postrada estoy, y, pues que pisan el orbe, sobre mi cara los pon, que no es mucho que los pies ponga en ella quien osó poner las manos el día que me diste un bofetón.
Levántase
¡Cielos! ¿Que aun morir no alcanzo pero ¿cuándo lo alcanzó el perseguido infelice? Ni ¿quién lo fue más que yo? Mas ¿qué digo, esposo mío? Tu obediente mujer soy; donde quisieres me lleva, contenta a mi patria voy; que en medio de las injurias de tu desdén y el dolor de mi padre, estaré alegre por ver que el cielo me dió para consolar mis males fruto de la primer flor que en el tálamo cogiste, con ser dueño, cual ladrón. Dentro en mis entrañas siento prenda tuya; quiera Dios que a luz salga... CONSTANTINO: ¿Prenda mía? ¿Cómo es eso? CAROLA: Luego, ¿no? CONSTANTINO: ¿Estás fuera de ti, infanta? ¿Cuándo te he gozado yo? CAROLA: ¿Querrás negarlo también? No fue en vano mi temor; la obscuridad de la noche que el cielo me desposó contigo sabe que he dicho la verdad. CONSTANTINO: Aquí hay traición.
A LIDORA
La noche del desposorio, ¿no fuisteis, señora, vos quien hizo mi dicha cierta? LIDORA: Vuestra esposa fui, señor. CAROLA: ¿Qué es esto que escucho, cielos? ¿Qué oís, triste corazón? ¿Con tan grande testimonio os quieren manchar, honor? Ya no es posible tener paciencia; tu pretensión entiendo, monstruo del mundo; ya sé que queréis los dos acusarme de adulterio para que podáis mejor con aparentes disculpas gozar vuestro infame amor. No en vano con tal recato me entraste a engañar, traidor, la noche de mi desdicha; ya he entendido la ficción que tan confusa me tuvo cuando aquesa misma voz me llamaba su Lidora, su luz, su cielo, su sol. Por engañarme lo hiciste. CONSTANTINO: ¿Vió el mundo tal confusión? ¿Qué es de Leoncio? Llamadle. SOLDADO 1: A llamarle, señor, voy. CAROLA: Querrás que testigo sea, aunque falso, de este error, y no me espanto, pues hubo quien jurase contra Dios. Bien trazado va tu enredo aunque para mí no son estas marañas bastantes, que bien te conocí yo.
Sale quien fue a buscar a LEONCIO
SOLDADO 1: No hay quien en toda la casa halle a Leoncio, señor. Sólo un mozo de caballos dice que ensillar mandó uno de monte poco ha, y que, mudado el color del semblante, se fue solo. CONSTANTINO: Leoncio me fue traidor. Despachad postas tras él, que a quien tuviese valor de traerle, vivo o muerto, le prometo en galardón hacerle mi camarero. SOLDADO 1: No habrá en la corte quien hoy de tal premio codicioso no vaya.
Vase
CONSTANTINO: Corra esta voz; que si en mis manos cae vivo y la tierra no tragó su infame cuerpo, será ejemplo su muerte atroz. A un cuarto de mi palacio, infanta, os retirad vos, mientras que al ry vuestro padre de este caso aviso doy. En él quiero que estéis presa. Guardas, de vista le pon.
Llévanla
CAROLA: ¡Dios, amparo de inocentes, descubrid esta traición! CONSTANTINO: Venid, Lidora querida; que el cielo camino abrió a medida de mi gusto para gozarnos mejor. LIDORA: (En todo soy venturosa, Aparte mi secretario mayor fingido hermano y amante de veras.) Vamos, que hoy quiero que sepas cuán firme en mi amor primero estoy. CLODIO: (¡Cielos! ¿qué mudanza es ésta? ¿Clodio, secretario yo? Pero según anda el mundo no me espanto.) LIDORA: ¿Vienes? CLODIO: Voy. (¿Yo secretario del Cesar? Aparte No caigamos plegue a Dios.)
Vanse. Salen: TARSO, con una cesta abierta, e ITALIO, pastores
TARSO: Basta. ITALIO: Villano, ¿por ti me ha de despreciar Melisa? TARSO: Como la primer camisa que en mi vida me vestí me acuerdo de ella. ITALIO: Pastor, tan loco de celos vivo, que mientras lo estés, me privo de vivir. TARSO: Bravo favor. ITALIO: O te has de ir de la comarca o perder aquí la vida. TARSO: ¿La vida? ¿Es barro? Escondida debe haber otra en el arca. Anda con Dios que estás loco. Basta decir que aborrezco, a Melisa y que os empezco en vuestros amores poco. Más sublime el vuelo tiene mi amor, pues pica más alto, que, aunque de méritos falto, por lo menos ama a Irene. Aquí un regalo la llevo, Italio, quedaos con Dios. ITALIO: Eso no; vivos los dos, crecerá mi mal de nuevo. Poco importa, Tarso esquivo, que aborrezcas mi pastora, si ella tu presencia adora. Mientras que estuvieres vivo,
Saca ITALIO una daga
ha de morir mi espeperanza. Muere tú porque ella viva. TARSO: De la paciencia me priva tu locura y mi venganza.
Saca TARSO otra daga y mátale
Toma, pues amas tan poco la vida... ITALIO: ¡Ay! TARSO: Tu desconcierto te mata; y más vales muerto que vivir celoso y loco. Murió; huir me conviene antes que tenga noticia del matador la justicia. Mi sagrado será Irene.
Vase. Sale LEONCIO
LEONCIO: Pies perezosos, ¿qué es esto? ¡Huid! ¿Quién os entorpece, que en el turbaros parece que grillos en vos me han puesto? ¡Mas, ay! Que del malhechor propio efecto el temor es, y para turbar los pies ¿qué más grillos que el temor? Tan atajado me hallo de los que tras mí han venido, que he tomado por partido desjarretar el caballo y esconderme en la espesura de este monte, mas ¿qué importa? Que si mi dicha es tan corta y el emperador procura matarme, no ha de haber donde, vida, estéis segura vos, porque un rey es como Dios que ninguno se le esconde.
Tropieza con el muerto
¡Jesús! En medio el camino o durmiendo, o muerto está un hombre. Agüero será del mortal fin que imagino. Quiero hacerle que despierte. Hombre, ¿duermes? ¿Qué pretendo, si he visto que está durmiendo en la cama de la muerte? ¡Válgame Dios! Ya adivino de mi fin el triste punto, pues ha salido un difunto para enseñarme el camino. Porque el salir de esta suerte un hombre al paso en tal caso es para enseñarme el paso que hay de la vida a la muerte. Mas, ánimo, corazón, que para enseñaros muestra la necesidad, maestra de enredos, una invención. Venid, difunto, que en medio de esta selva entretejida, seréis, aunque estáis sin vida, hoy de mi vida el remedio.
Llévale. Salen los PASTORES y con ellos dos GUARDAS del emperador. DAMÓN sale como alcalde
GUARDA 1: Ya os dije el traje y las señas. DAMÓN: Bien las sé, pierda cuidado. FLORILO: Estar debe agazapado como liebre entre estas peñas. GUARDA 2: Si le halláredes, os hace de su cámara el augusto. DAMÓN: ¿De su cámara? No gusto de ese cargo; no me place. FLORILO: Ofrezco al diablo el oficio de cámaras. DAMÓN: Yo os le doy; si de su cámara soy, querrá que esté a su servicio. GUARDA 1: Es dignidad noble y grave. DAMÓN: Sí será; mas huele mal. GUARDA 1: Tiene el que es más principal de su cámara la llave; mirad si es gran preeminencia. DAMÓN: Si de su cámara da la llave, nunca podrá hacerla sin su licencia. ¡Pardiez! Si no se me escapa, y camarón me han de hacer, que he de ir a Roma a ser de la cámara del Papa.
Vanse. Saca LEONCIO el muerto ensangrentadas cara y manos y trocados los vestidos
LEONCIO: La cara le he desollado, y con mi propio vestido él es Leoncio fingido, y yo un pastor disfrazado. Aquí no importa dejarle, porque guardas y justicia si a Leoncio hallar codicia, le venga a hallar sin hallarle. Adiós, que en este desierto los dos hacemos el vivo; un muerto yo que está vivo, vos un vivo que está muerto.
Vase. Salen los PASTORES y los GUARDAS
FLORILO: Por aquí sentí ruído. DAMÓN: Llegad paso, no se asombre y se nos vaya. FLORILO: ¡Hola! un hombre está en el suelo tendido. DAMÓN: Pues agarradle los dos y asidle bien. FLORILO: Su malicia pague. DAMÓN: ¡Tené a la justicia! Muerto está. GUARDA 1: ¡Válgame Dios! ¿Qué miro? ¿No es el que veo Leoncio? GUARDA 2: Él es. GUARDA 1: ¿Quién le ha dado muerte? FLORILO: El rostro desollado tiene. DAMÓN: A fe que está bien feo. FLORILO: Y aun las manos, ¡bravo ultraje! DAMÓN: Pues no es San Bartolomé GUARDA 1: ¿Si es él, o si me engañé? Mas no, que aquéste es su traje. Este vestido o cadena conozco. GUARDA 2: Pues ¿qué enemigo pudo darle tal castigo, que me causa verle pena? GUARDA 1: Aún dudo mucho si es él. GUARDA 2: Mírale las faltriqueras, satisfaráste de veras. GUARDA 1: Aquí he topado un papel. GUARDA 2: Por él lo sabrás mejor. GUARDA 1: Mirar lo que dice quiero. "A Leoncio, camarero mayor del Emperador." DAMÓN: No me quiero encamarar si me han de quitar la vida. GUARDA 1: Sin duda que el homicida debió partirse a buscar alguna cabalgadura para llevarle a la corte por cobrar el premio en porte de esta crüel aventura. DAMÓN: Ten de ahí que aquesta vez le echamos la bendición. FLORILO: Ya, alcalde, sois camarón; ¡buen oficio! DAMÓN. Sí, pardiez. FLORILO: Ya la gravedad os urga allá dentro; camarlengo sois del césar. DAMÓN: Sí, que tengo oficio de día de purga.
Vanse y llevan al difunto. Salen ANDRONIO y TARSO
TARSO: Hazme aquesta merced, señor. ANDRONIO: Notables muestras das de leal; yo te concedo, pastor, que a Irene comuniques y hables; entra y despacha luego. TARSO: Desde hoy quedo por tu esclavo. ANDRONIO: Sea breve la salida.
vase TARSO
ANDRONIO: ¡Que persuadirme a tal delito puedo! ¡Que quiera hacerme bárbaro homicida, el césar, de su madre y su señora! ¡La vida quite a quien le dio la vida! Pero buena ocasión se ofrece ahora, amor, lealtad, temor dentro del pecho, que a Irene va a matar y a Irene adora. ¿Es posible que el breve trato ha hecho tan grande efecto en mí que amor de Irene ponga mi libertad en tal estrecho? ¿Yo a Irene amor? ¿a quien el mundo tiene por maravilla suya? ¿no es más justo que este apetito la razón refrene? Mas ¿cómo ha de poder, si corre el gusto a rienda suelta, y la pasión ha roto de la sabia prudencia el freno justo? Navega mi deseo en mar ignoto, ¿qué mucho que me anegue siendo ciego de aquesta pobre barca el vil piloto? ¿La estopa no se abrasa junto al fuego? ¿Está junto al ladrón seguro el oro? Hacienda por el mar, dinero en juego, todo corre peligro, y yo que adoro de mi divina presa la hermosura, perdonen mi deslealtad y su decoro, gozar quiero primero mi ventura y luego darla muerte, pues me ofrece mi amor y el césar esta coyuntura. Atrevimiento extraño me parece, pero, si ha de morir, mi desatino no se sabrá jamás. Pues ya anochece yo, quiero dar contento a Constantino y a mi fuego amoroso. De este modo... ¡Mas ay! Que voy a hacer un desatino; pero si así mi amor hoy acomodo, aunque sea traidor, alma, buen pecho; que andando como anda el mundo todo, necedad es andar a lo derecho.
Vase. Salen IRENE y TARSO
TARSO: Yo sé que el emperador ha mandado darte muerte, y será fácil ponerte en salvo si de pastor te vistes, y en mi lugar sales, pues la noche obscura cualquier engaño asegura. Ea, vamos a trocar los vestidos. IRENE: Dete Grecia, Tarso, la palma y laurel, por el más leal y fiel que el siglo presente precia; que yo, aunque te cause espanto, antes en morir me fundo, que en sufrir que pierda el mundo un hombre que vale tanto. Vete con Dios, que me aflijo de que con tal desengaño me dé la vida un extraño cuando me la quita un hijo. TARSO: Yo me tengo de dar muerte si no procuras huir; y pues tengo de morir, señora, de cualquier suerte, goza del tiempo oportuno; salva la vida, por Dios; que no es bien que mueran dos pudiendo vivir el uno. Mi trágico fin ordeno si pones más intervalos. IRENE: ¡Cielos, que entre tantos malos haya un hombre que es tan bueno!
Vanse. Salen CONSTANTINO y el REY de Chipre
REY: Escríbesme que mi liviana hija mi honra, gran señor, tiene manchada, y espántaste de que el camino elija; déjame hacer, su infamia averiguada, y verás que en su torpe sangre dejo la mancha triste de su honor lavada. Mas ¿es posible que la que era espejo de las mujeres, poderoso augusto, la sangre injurie de su padre viejo? ¿Adúltera, Carola? ¡Cielo injusto! ¿Carola de un adulterio preñada? Deja que dude, que el dudarlo es justo. Carola en todo el mundo celebrada por Vesta en castidad cuando doncella, ¿lasciva Venus es cuando casada? Mil imposibles tiene tu querella; perdóname si ves que dificulto, que una pasión por todas atropella. CONSTANTINO: A no ser cierto, rey, aqueste insulto, ¿soy hombre yo, que había de afirmalle? Grecia te lo dirá, que no es oculto, y tuvieras razón para dudalle si fuera menos yo y él más secreto, y no se murmurara en cualquier calle. Trata a tu emperador con más respeto, que poner en mí duda es desacato, y te castigaré. REY: Vesme sujeto, y en fin llegué a tu corte sin recato, que yo sé que me hablaras de otra suerte si me vieras con bélico aparato. Mas, Constantino, la razón advierte que me fuerza a temer y estar dudoso, verás que es grande y mi sospecha fuerte. El día mismo que te dió de esposo nombre mi hija (--nunca te le diera--), Aparte en el fuego de amor libidinoso de una vil mujer, Circe hechicera, según vengo informado, te encendiste, fingiendo esta maraña, esta quimera. A tu madre en prisión crüel pusiste, temiendo que a tu amor vano e injusto pusiera fin, que, aunque mujer, temiste. Si es prenda tuya, pues, invicto augusto, la que tiene mi hija en sus entrañas, ¿por qué deshonra mi vejez tu gusto? Ella lo jura así, cesen marañas, pues hay de su inocencia mil indicios que muestran que te engañan o me engañas. Pobres, ricos, plebeyos y patricios a Carola apellidan por señora, y aun no sé si murmuran de tus vicios. Pues si tienes tu madre presa ahora, siendo de la virtud claro dechado, y pospones mi hija por Lidora; si has afrentado tu imperial senado, que era la basa de tu griego imperio, por habértelo justo aconsejado, ¿qué mucho que quien tiene en cautiverio su esposa y madre ordene esta maraña y finja aquel ilícito adulterio? CONSTANTINO: Si el dolor que tus canas acompaña no me hicieran creer que estás sin seso, fueras motivo de una crüel hazaña. Si huyó el autor de aqueste vil suceso, ¿no es bastante ocasión que fue culpado Leoncio, pues huyó? Déjate de eso, y agradece que no te he castigado. REY: Pluguiese a Dios que aquí me dieses muerte por no vivir confuso y afrentado; que dos hijos me dió mi infeliz suerte que vengarán mi vida. CONSTANTINO: Porque creas, rey, que es verdad cuanto te digo, advierte. Yo quiero hacer que aquesta noche veas tu afrenta y desengaño, y que escondido, testigo de tu mismo agravio seas. No solamente el vil Leoncio ha sido quien de Carola mancha el nombre honesto y es el Eneas de esa casta Dido; con la guarda mayor es manifiesto que en la prisión su nombre y fama infama. Tú propio puedes ser testigo de esto; detrás de las cortinas de su cama te puedes esconder, y por tus ojos efectos ver de su lasciva llama. Castiga sus ilícitos antojos, que si en silencio tuve este suceso fué por no acrecentar más tus enojos. REY: ¡Válgame Dios! ¿Que a tan notable exceso llega mi infamia? pues me dejáis vivo, quitadme, cielos, con la honra el seso. A ver este delito me apercibo. Haz que no sepa, césar, mi venida; verás presto mi enojo vengativo, y, adiós, que voy a entretener la vida porque no se me acabe hasta que sea de aquesta infame hija filicida y mi venganza con mi muerte vea.
Vase. Salen CLODIO y LIDORA. CONSTANTINO retirado
CONSTANTINO: En brava confusión quedo. ¿Quién me ha enseñado a mentir; y cómo podré cumplir con mi fama y con mi enredo? LIDORA: Esta noche gozarás la esperanza que entretienes si, como te digo, vienes, Clodio, solo como estás, y entras por la sala donde guardan la infanta Carola, que tiene una puerta sola que a mi cuadra corresponde. Ves aquí la llave de ella, que ya te ha dado mi amor la del alma. CLODIO: Ese favor estimo, Lidora bella. ¡Qué en tu dichoso retrete tendrá fin mi pena? LIDORA: Sí. CLODIO: Quedo; el César está allí. LIDORA: ¿Hate visto? CLODIO: No. LIDORA: Pues vete. CLODIO: Adiós. (Noche perezosa, Aparte a apresurar tu camino me parto.)
Vase. Sale CONSTANTINO; luego UN CRIADO
LIDORA: ¡Mi Constantinol CONSTANTINO: ¡Dulce y bellísima esposa! LIDORA: ¿Qué pensamiento os divierte y os tiene triste y suspenso? CONSTANTINO: Una traza, mi bien, pienso con que al de Chipre dar muerte, que importa a nuestro reposo
Tocan cajas y sale un CRIADO
¿Qué es esto? CRIADO: César invicto: Roselio viene de Egipto y su soldán victorioso. CONSTANTINO: Él viene a buena ocasión; premio su esfuerzo merece. Un medio el cielo me ofrece importante a mi intención. A ver su entrada salgamos, que es un famoso soldado. Buena maraña he forjado; mataránse los dos, vamos.
Vanse. Salen IRENE, de pastor, y ANDRONIO
IRENE: Tu lealtad al mundo asombre; la fama te inmortalice, y en mármoles eternice, pastor famoso, tu nombre. ANDRONIO: ¿Vaste? IRENE: Sí, que es largo el trecho de nuestro pueblo y es tarde. ANDRONIO: Anda con Dios. IRENE: Él te guarde y me saque de este estrecho.
Vase IRENE
ANDRONIO: ¿Contó jamás la mentirosa Fama igual suceso y caso de esta suerte en cuantas partes de sus plumas vierte las nubes portentosas que derrama? ¿Contó jamás de un hombre que en la llama se abrasa de Amor, dios cobarde y fuerte, que pretenda gozar y dar la muerte a un mismo tiempo a quien adora y ama? Rigor es inaudito y sin segundo; mas, por vivir, a hacerle me provoco, pues en su ejecución mi vida fundo. Cuente la Fama, pues, mi intento loco, que yo sé que dirá después el mundo que en un reino al revés todo esto es poco.
Vase. Salen SOLDADOS y sacan mesa, vela, dados y juegan
SOLDADO 1: Sacar dineros, soldados. SOLDADO 2: ¿No hay harta noche? SOLDADO 1: ¿Qué importa, si la más larga es más corta cuando se juega? Echen dados. Pasé a nueve. SOLDADO 2: Topo y gano, los tres a once. SOLDADO 3: Topo aquí y aquí. ¡Voto a Dios, gané! SOLDADO 4: Perdí. Venturosa fue esta mano. Eche. SOLDADO 2: A ocho he de parar, ¡esto! SOLDADO 1: Pase, no le duela. SOLDADO 3: Despabilen esa vela. SOLDADO 2: Repárola. SOLDADO 1: Topo. SOLDADO 4: ¡Azar! SOLDADO 2: Siete y llevar. SOLDADO 1: Lléveme el diablo si aquésta pierdo.
Salen TARSO, con el traje de IRENE, y ANDRONIO
ANDRONIO: No hay, señora, amante cuerdo; Amor es ciego y no ve. Dadme gusto, y vive Dios que del fiero matricida ponga en salvo vuestra vida huyendo juntos los dos. Ea, respondedme, pues veis a lo que estoy dispuesto. TARSO: (¡No faltaba más que aquesto Aparte para andar todo al revés! Ya no puede durar nada, habiendo luz, mi disfraz. Ánimo, ciego rapaz, quitarle quiero la espada.)
Quítale la espada a ANDRONIO
Hombre no más que en el nombre, tu muerte tiene de ser un hombre que hecho mujer dará muestras de que es hombre. Irene huyó; mi valor la dió libertad. ANDRONIO: Soldados, dejad los infames dados, matad a aqueste traidor.
Echan mano todos contra TARSO
SOLDADO 1: ¿Traidor? Traidora dirás. ¿No es mujer? TARSO: Cuando lo fuera, bastante una mujer era para vosotros, y aun más. ANDRONIO: Muera, que es un vil pastor. TARSO: (Huid, que es lo que os conviene, Aparte que con el traje de Irene me ha vestido su valor.)
Vase
ANDRONIO: Seguidle, escuadrón cobarde. SOLDADO 1: Vamos.
Vanse los SOLDADOS
ANDRONIO: ¡Ay, cielo enemigo! el césar me da un castigo atroz, no es bien que le aguarde; huyamos, pues, vida amada, que estáis en notable estrecho. ¡Qué buena burla me han hecho a no salir tan pesada!
Vase. Salen ROSELIO y CONSTANTINO
ROSELIO: ¿Mi hermana, cielos, manchó su sangre siendo liviana? ¡Jesús! ¿mi hermana? ¿mi hermana? ¿duermo? ¡Mas ay, Dios, que no! CONSTANTINO: Yo os pondré, Roselio, en parte, donde del daño que digo, siendo vos propio el testigo, cojáis a Venus con Marte. ROSELIO: Alto, pues, honra perdida. La venganza es bien que os cuadre; vamos, no sepa mi padre, señor, mi triste venida hasta que de mí colija que el cielo le quiso dar hijo que sabe vengar las infamias de su hija.
Vase
CONSTANTINO: Bien se traza de esta suerte; de noche es; haré, aunque ladre contra mí el vulgo, que un padre y un hijo se den la muerte.
Vase. Sale el REY de Chipre y luego ROSELIO
REY: Éste es el teatro, honor, donde el mundo representa, anque a oscuras, nuestra afrenta, tu venganza y mi rigor. El papel tienes mejor. Sal, si decirle procuras, y si a mucho te aventuras a oscuras, no temas, llega, que pues la venganza es ciega bien puedes vengarte a oscuras.
Sale ROSELIO por la otra puerta
ROSELIO: Aquí me trajo el augusto, donde a oscuras he de ser lince, que tengo de ver mis agravios, ¡mundo injusto! A obscuras vengarme gusto; que si la luz es testigo de la deshonra que digo, saldráse a luz mi despecho, y delito a oscuras hecho a obscuras pide castigo. REY: Parece que las pisadas del adúltero me avisan que sus plantas viles pisan de mi infamia las moradas; ánimo, venas heladas, dad a la venganza rienda y no sufráis que os ofenda sangre vil, sin sacar sangre; que la afrenta que es de sangre justo es que la sangre encienda.
Saca la daga
Salid, vengativa daga, y cuando pase, abrid paso a su vida, que en tal caso, sólo así mi honor se paga. ROSELIO: No sé, cielos, lo que haga; temblando voy; mas, honor, ¿dónde está vuestro valor?
Saca otra daga ROSELIO
¿De qué tembláis, brazo flojo? Mas también tiembla el enojo cuando echa fuera el temor.
Sale CLODIO por en medio de ellos
CLODIO: Ésta es la dichosa hora para mi ventura cierta, y este el cuarto de la puerta donde me aguarda Lidora. Presa aquí la infanta mora; gozar quiero la ocasión y abrir. REY: Ahora, corazón, sacad la flaqueza fuera. Muera el vil. ROSELIO: El traidor muera.
Danle los dos, uno por las espaldas, otro por el pecho
CLODIO: ¡Ay, muerto soy, confesión!
Sale CONSTANTINO
CONSTANTINO: (Que se mataron colijo Aparte los dos, traza fué excelente.) ¡Ah de mi guarda! ¡Hachas! ¡Gente!
Sacan hachas
¿Qué es aquesto? ROSELIO: ¡Padre! REY: ¡Hijo! CONSTANTINO: (Trocóse mi regocijo; Aparte vivos los dos han quedado. ¿Todo al revés, cielo airado?) ROSELIO: ¿Señor? REY: Infante, ¿en tal parte? ¿a qué viniste? ROSELIO: A vengarte. REY: Ya yo propio me he vengado. ¡Ay invicto emperador! que a mi costa salió cierto lo que dijiste. Ya he muerto, no castigado, al traidor. Pero, ¿cómo mi rigor, siendo la injuria sangrienta, con tan poco se contenta? Vamos, que una muerte sola no basta. ¡Muera Carola! ROSELIO: Muera, y con ella esta afrenta.
Vanse los dos
CONSTANTINO: Mátenla y podré gozar seguro esposa e imperio. ¡Ah desdichado Liberio, tú lo hubiste de pagar! ¿Quién te trajo a este lugar para morir sin reparo? Llevadle de aquí. ¡Qué avaro te fue el cielo! ¡Ay mi Lidora! Dirás que te salió ahora tu amor e imperio bien caro.
Vase. Sale CAROLA medio desnuda
CAROLA: Ya no hay, Fortuna atrevida, con que perseguirme más. ¿Estás contenta? No harás, porque aún me ves con la vida. Sólo el honor me convida a guardarla, que no huyera si honrada morir pudiera. Esta puerta sale al mar. Peces, ¿queréisme ayudar en persecución tan fiera? ¡Qué de cosas he perdido juntas, mundo burlador! Imperio, esposo y honor, padre, hermano y el vestido; casi desnuda he salido huyendo mi muerte. Pies huyamos a la mar, pues quizá en su golfo profundo, andará derecho el mundo pues en tierra anda al revés.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

La república al revés, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002