ACTO SEGUNDO


Salen ALFONSO y ASCANIO
ASCANIO: Si en mi muerte o en la tuya consiste el tener sosiego yo u tú, ¿qué esperas? ALFONSO: Son luego los celos, la fuerza suya sólo en la materia estriba que sus llamas manifiesta y no es posible, cuando ésta le falta, que el fueqo viva. Túvelos de ti, ya estoy de suerte desengañada, que no ofendido, obligado, con esta espada te doy los brazos, si los estimas, y esta cédula con ellos que obligue a correspondellos, pues a mi instancia sublimas tu nobleza, ahora mayor. El César, conmigo franco, provisiones me da en blanco, porque conozco mejor --según dice, y no se engaña-- los méritos y sujetos de sus vasallos discretos. La majestad se acompaña siempre de la adulación; no sé qué tiene con ellos la verdad, que huyendo de ellos, tan raras las veces son que sigue la autoridad de majestades servidas; que un rey, si no es por oídas no conoce a la verdad. Esto inventó los privados, que, en fin, como más tratables, llanos y comunicables, pueden distinguir estados y conociendo sugetos, premiar los más suficientes, pues por segundas agentes influye Dios sus efetos; y ésta es la causa que en mí descanse el César acciones y, dándome provisiones en blanco, no fíe de sí lo que de mi lealtad fía. Conozco tu discreción, y así la gobernación de Milán y de Pavía te despacho en nombre suyo. Vicario del sacro imperio eres; que en su ministerio lo que le has de honrar arguyo. Bésale al César los pies. ASCANIO: Con armas aventajadas en las sospeehas pasadas te trajo aquí el interés amoroso; pero agora que, no usando del favor que te hace el emperador, tu partido se mejora. De tu valor das indicios; ya yo estoy en tu poder porque no hay para vencer armas como beneficios. Estimo los que me has hecho y que conozcas de mí que nunca te deserví y con esto satisfecho, renuncio la dignidad que por el César me ofreces; pues si por ella apeteces que profese tu amistad, no por cargos lisonjeros se han de obligar mis cuidados porque de amigos comprados pocos salen verdaderos. Desinteresable intento servirte, Alfonso. ALFONSO: Ya sé Los quilates de tu fe y que del entendimiento distinta la voluntad, para que se facilite tal vez cohechos admite; pero como es la verdad del entendimiento objeto, sola ella le satisface; que el prudente jamás nace al vil interés sujeto. Yo a lo menos nunca oí que haya por interesados entendimteutos cohechados, pero voluntades sí. La tuya, por ser bidalga, ni admite ni paga pechos; sólo recibe derechos de la mía; y esto valga para obligarte a caudales de nuestra amistad testigos; que no seremos amigos perfetos, no siendo iguales. Sentirálo Federico si desprecias su favor. ASCANIO: Por ti soy gobernador puesto que te certifico, amigo, que para sello tuyo yo, no necesitas diligencias exquisitas. ALFONSO: ¡Ay, noble Ascanio, y qué de ello te he menester! ASCANIO: Dime en que, y ¡ojalá difícil sea tanto, que un milagro vea en mí de lealtad y fe el mundo! ALFONSO: ¿Me cumplirás esa palabra? ASCANIO: Dudando de mí, me estás agraviando. Declárate, y lo verás. ALFONSO: No te espantes; que ha de ser, Ascanio, contra ti mismo lo que te pida. Un abismo en mí llegarás a ver de contradicciones locas si, encerrándote en mi pecho, en tu amistad satisfecho, las penas que siento tocas. Los imperios de un desdén me obligan con riesgo igual a cosas que me están mal, y que no te han de estar bien. Mira a qué estado he venido, que he de hacerte intercesor de un amor que no es amor, de un olvido sin olvido. Yo te tengo de oblijar a una acción que, si la dejas, de tu fe formando quejas; si la haces, me has de matar. A ser tercero te obligo por mí, Ascanio contra mí; como amigo fío de ti lo que hicieras mi enemigo. Si no lo cumples, mi vida fin trágico ha de tener; y en cumpliéndolo, has de ser mi bienhechor y homicida. ¿Has oido tú jamás paradojas semejantes? ASCANIO: Ponderaciones amantes exageran eso y más. Acaba de declararte. ALFONSO: Yo aborrezco lo que adoro, desdeñoso me enamoro de quien dudo por amarte; que corresponda a mi intento con esta has de interceder por mí; con la otra has de ser agradecido violento. Has de aborrecer lo que amas y amar a lo que aborreces; si lo que adoro apeteces, mi agravio vive en tus llamas; si a quien amas no desdeñas, de ti me quejo ofendido. Juzgarásme sin sentido o imaginarás que sueñas las quimeras que no entiendes; mas verás, cuando las sigas, que ofendiéndome me obligas y obligándome me ofendes. ASCANIO: Conde, si no te declaras, o imaginaré que pruebas en mí amistades, por nuevas, dignas de experiencias raras, o desacreditarás la cordura que hasta aquí tanta opinión tuvo en ti. ALFONSO: Declárome, Ascanio, más. Serafina, competencia de la belleza y rigor...
Sale PORTILLO
PORTILLO: Sabido ha el emperador, señores, vuestra pendencia. Mirad lo que habéis de hacer porque en vuestra busca sale hecho un tigre. ALFONSO: Aplacarále el llegar a conocer la amistad que entre los dos hoy empieza a eslabonar lazos, que no han de quebrar el tiempo o la muerte. Adiós, que voy a desengañarle. Sígueme, porque después que gracias cuerdas le des, puedas, con asegurarle, ejercitar el gobierno que ya te ofrece Milán. En confusion te tendrán las dudas que del infierno de mis ciegas confusiones sale, para atormentarme. Yo volveré a declararme. Sosiega imaginaciones. Mientras a cumplir te ofrescas leyes de amigo constante, Serás a mi ruego amante de quien--¡ojalá!--aborrezcas
Vanse ALFONSO y PORTILLO
ASCANIO: No es tan esfinge el enigma que, Édipo, yo no le entienda. A la acción que me encomienda, me alienta y me desanima. Cosas que le han de estar mal y que a mí no me están bien, ¿qué han de ser si no es desdén que, con competencia igual, en Serafina procura correr con su amor parejas? Cuando me intimaban quejas desprecios de su hermosura, la respondí, "En vano os ciega tema que os ha de engañar porque yo no os he de amar si Alfonso no me lo ruega." Puede tanto en la mujer el desprecio y disfavor que en vez de apagarse amor, incendios suele crecer; y está de suerte sujeto a su gusto el conde amante que le obligará arrogante a que leal, si indiscreto, a su amor me persüada y a mi dama se aficione. Por su intercesor me pone; la duda está declarada. ¿No me dijo, "Si apeteces mi amistad y fiel te llamas, has de aborrecer lo que amas, y amar a lo que aborreces"? ¿No me dijo, "Si esto entiendes verás, cuando lo prosigas, que ofendiéndome me obliqas, y obligándome me ofendes." ¿Que tercie no me ha pedido por él, solicitador de un amor que no es amor, de un olvido sin olvido? Luego, fingiendo olvidar lo que más éstima y precia, me obliga a que hable a Lucrecia por él. ¡Extraño obligar! Mas ¿qué he de hacer? Ya le di palabra de obedecerle; amigo fiel he de serle pues ya se lo prometí. A esto es bien que se sujete quien cohechos admitió e ignorante, como yo, lo que no sabe promete. No me está mal que dé celos a Lucrecia, que en el conde divertida corresponde mal a mis firmes desvelos. No la ama Alfonso si bien disimula que la adora. Si él finge que la enamora, finjamos acá también y, andando amor por extremos, nuestras palabras cumplamos porque los dos pretendamos lo mismo que aborrecemos.
Vase ASCANIO. Salen SERAFINA y LUCRECIA
LUCRECIA: Conntenta te visito en fe de que te debo hoy infinito. ¡Ay, bella Serafina! Amor correspondido desatina de gusto si, agraviado, locuras suele tratar desesperado. Si al conde Alfonso amaras, ¡qué de esperanzas verdes marchitaras y porque le aborreces, ¡qué de favores en mi dicha creces! De verme agora acaba tan amoroso que me deja esclava. Si tu amante primero, con límite le quise, ya le quiero tan sin él--no te espantes-- que quinta esencia soy de los amantes. SERAFINA: Aplaudo tu ventura: no es perfeto el amor que no es locura y, tanto de él te toca, que en vez de enamorada vienes loca. Mi primo el conde es cuerdo; en la elección con que pesares pierdo, causados de porfías opuestas siempre a incliniciones mías doyte mil parabienes. LUCRECIA: No eres mujer si envidia no me tienes; que en nosotras da pena voluntad despedida en casa ajena. No la tengas tú de esto, ni celos formes, ni el pesar molesto de que Alfonso te olvide. Llamas recuerde que el desdén despide; prosigue en desprecialle que mientras en tu agrado puerta no halle, a mi fe agradecido, ni temo celos, ni me asombra olvido. SERAFINA: Cuando te sirva en eso, no haré mucho si ves lo que profeso. El darle pesadumbre y que en mí es natural si no es costumbre, aumentar sus enojos porque su vista es fuga de mis ojos; puesto que la experiencia que hizo mi desdén en su paciencia halla--y otros lo afirman-- que sequedades el amor confirman, y al revés, los favores entibian gustos desmayando amores. LUCRECIA: Es verdad. Si no es necio el retiro ni pára en menosprecio porque éste, en vez de daños, entre venganzas logra desengaños. Amor que se cultiva imita al hortolano que derriba de las plantas que poda ramas supérfluas, no la cepa toda. Quien ve en el mayo bello poblar el árbol arrogante el cuello y de yemas paridas pulular sus criaturas presumidas que, llenas de arrogancia, le chupan en pimpollos la sustancia; y quien ve al hortolano con riguroso acero y tosca mano cortar cogollos tiernos que se soñaban en el tronco eternos, juzgará, si no es sabio, que en vez de beneficios le hace agravio, pero verá el prudente que en fe de conservar lo suficiente lo que es superfluo arroja y por vestirle más, más le despoja; pero de suerte puede podarle el labrador, que seco quede. Así en el amor pasa, que presunciones hortolano tasa y, tal vez, sus favores desdeñoso limita, y corta flores; mas no ha de ser de modo que por mucho cortar lo pierda todo. SERAFINA: ¡Qué diestra en hortalizas ejemplos estudiosa alegorizas! Como el conde me enfada, cortar que no podar su amor me agrada. Deseo que se seque, y así no es mucho que instrumentos trueque y, en vez de podar ramas, derribe el tronco y amortigüe llamas. ¡Plegue a Dios, ya que en flores su abril te alegra, que al coger no llores frutos que me apercíbe! Que aunque seco le juzgas, por mí vive y, encubriendo congojas, por darme el fruto a mí, te paga en hojas. LUCRECIA: ¿Tan en poco me tienes que con favores yo, tú con desdenes, no sabré trasplantarle de tu amor a tu olvido, y regalarle de modo que en desprecios rinda tributos a desdenes necios? Pues yo te certifico que si pobre en tu amor y en mi fe rico, --porque vaya adelante en metáfora de árbol nuestro amante-- tan agrio le crïabas con el desdén que a su lealtad mostrabas, ya que a mi amor mudado mi posesión le goza trasplantado, de tu agrio riguroso, y mi favor tratable y amoroso salga--tenlo por cierto-- porque me envidies, tan sabroso enjetro, que agridulce, condesa, desabrida sin él juzgues tu mesa.
Sale PORTILLO, y habla a LUCRECIA
PORTILLO: El conde, en vuestra casa, esperándoos, instantes mide y tasa por siglos. Id, señora; que Amor, que es niño, sin el ama llora. Dadle el pecho al chiquillo y entradle a ver por mí; que soy Portillo. LUCRECIA: Ya va echando raíces el árbol aunque más le esterilices. Serafina, ten cuenta del modo que en mi empleo se acrecienta. Verás que en tu hermosura sabe poco tu amor de agricultura.
Vase LUCRECIA y hace que se va PORTILLO
SERAFINA: ¡Hola; no os vais vos! ¿Oís? Hola. PORTILLO: ¿Soy yo el oleado? SERAFINA: Escuchad. PORTILLO: Voy a un recado. SERAFINA: ¿Que os llamo yo no advertís? PORTILLO: Esperando mi amo está. SERAFINA: ¿Hay mayor descortesía? PORTILLO: Perdone vuseñoría; que no somos de acá ya. Las que a los amos desprecian a los mozos descaminan. Si aquí nos deserafinan, sepa que allá nos lucrecian. Mandar puede a sus crïados, no a los que no la servimos.
Quiere irse PORTILLO
SERAFINA: ¡Hola, oíd! PORTILLO: Convalecimos si estábamos oleados. Menos holas; más respeto; que ya pasaron los díals que estábamos en Olías. Mi señor es ya discreto. Con desdén desdenes paga y premia amor con amor; yo sigo en esto su humor. Soy Portillo y él Gonzaga. Toda presunción es necia y, como Portillo soy, cerrado a vusía estoy y abierto para Lucrecia. Perdone. SERAFINA: Pues, ¿sabes vos que la quiere mucho? PORTILLO: Mucho. Desde ayer acá le escucho extrañas cosas, ¡por Dios! SERAFINA: Pues ¿tanto priváis con él? PORTILLO: Como en su servicio estoy, mozo de cámara soy y medro por cuerdo y fiel. De cámara en camarada mudo el nombre y privo ya, pues ya ve cuán cerca está la cámara de privada. Anoche le escuché a solas decir, "Pues que Serafina olvidarme determina, excusemos carambolas y en Lucrecia gustos labren firmezas que amor destierra. Donde una puerta se cierra, muchas dicen que se abren. Pagar quiero su afición; que es bella moza y, en fin, Serafina será fin de mi necia pretensión." Llamóme, y dijo, "Portillo, ¿qué te parece Lucrecia?" Respondíle, "Moza es, recia. Ayer la vi el colodrillo que el mundo llama tozuelo y--¡vive Dios!--que me agrada del cogote a la papada. Ablande este caramelo durezas serafininas, si bien la condesa es tal, que no has de hallar otra igual a sus partes peregrinas." Airóse y díjome, "¡Cómo, pícaro! Pues ¿no es primero Lucrecia?" Asió el candelero, y asentómele en el lomo como si fuera ventosa. Apagósenos la vela; volvíla a tomar, sopléla, y encendíla, que fué cosa que erizándole el cabello, me dijo, "Pues ¿tú la enciendes?" Y respondí, "Luego ¿entiendes que Portillo no es doncello?" Replicóme, "Al mayordomo di que saque una librea que de las colores sea de Lucrecia." Yo que el lomo llevaba medio entumido, luego le sentí aliviado; que en dolores de crïado es gran récipe un vestido. Fuíselo a notificar y, cuando le volví a ver, "Sola Lucrecia ha de ser," dijo, "quien me ha de sanar." Trayéndole un labrador un braco de mucho precio, dijo, "Llámenle Lucrecio." Envióle el emperador un papagayo y a un paje que le enseñase mandó a hablar; pero le advirtió que no fuese otro el lenguaje sino esta palabra sola en quien su venganza estriba, "Lucrecia, nuestra ama, viva; cola, Serafina, cola." Enójase con Tarquino porque a Lucrecia obligó a matarse, y hoy salió a ser de un niño padrino, y antes que le remojase en el agua santa el cura, ordenó que la criatura don Lucrecio se llamase. Colegid de aquesto vos el fin de vuestros desprecios pues nos vuelven en Lucrecios de Serafinos; y adiós.
Vase PORTILLO
SERAFINA: El conde cumple fielmente cuanto mi amor le ordenó; mas no le quisiera yo tan puntüal obediente. Que pensamientos aliente en Lucrecia, cuando ensaya ya burlas, ya veras, vaya; pero que de su afición se ofenda mi estimación, no, amor, que es pasar de raya. Para quererle yo bien, tan incapaz el gusto hallo que sólo de imaginallo, vuelve a nacer mi desdén; pero que con él me den su dama y el crïado necio pesadumbre, es caso recio. ¿Una ciega, el otro loco? Ni tanto, Amor, ni tan poco; olvido sí, no desprecio. Coheche ajenas caricias el conde; desembarace alma que en Lucrecia enlace y venga a pedirme albricias; mas pretender que malicias pena entre celos me den, ¡eso no! Mírelo bien; que, para perder el seso, soy mujer, y en dando en eso, ¡a fe que le quiera bien!
Sale ARNESTO
ARNESTO: El emperador, señora, por el conde importunado, os restituye en su estado; mas con condición que agora vais a palacio y le deis de esposa a Ascanio la mano. SERAFINA: ¿A quién? ARNESTO: Con vos más humano de lo que vos pretendéis, sabiendo que a Ascamio amáis, a vuestro amor le ha dispuesto con que no os será molesto el conde que desdeñáis. SERAFINA: Pues, ¿Ascanio viene en eso? ARNESTO: Hízole el emperador de Milán gobernador; pierde por Lucrecia el seso Alfonso; y ella que estima más que vos cumplir el gusto del intercesor augusto desdenes a Ascanio intima y, en el conde trasformada, desposorios apresura. SERAFINA: Débole yo mi ventura al César si ejecutada esa traza, el conde deja de conquistar mi rigor. ARNESTO: Estad cierta que su amor memorias vuestras despeja del alma, que ocupa toda en Lucrecla. SERAFINA: ¿Tan aprisa? ARNESTO: Vuestro consejo le avisa pues dice que de esta boda sois vos la casamentera. SERAFINA: ¡Yo! ¿Cómo o cuándo? ARNESTO: No sé; pero él afirma que fue vuestra toda esta quimera porque le habéis persuadido que a Ascanio obligue por vos. A desposaros los dos y en Lpcrecéa divertido, ensaye nuevos amores; que se haga más desear, pues celos suelen causar apetitos en rigores. Fue vuestro consejo el ayo que sus acciones guió; su amor con ella ensayó y quedóse en l ensayo. Lo que me han mandado, os dejo dicho: si es premio o castigo, vedlo; que del enemigo, señora, el primer consejo.
Vase ARNESTO
SERAFINA: Todos se burlan de mí, el conde, el emperador. ...Lucrecia, que es lo peor. ¡Provechosa traza di! Pero si a Alfonso aborrezco y de él ansí me aseguro, si amante a Ascanio procuro y me dan lo que apetezco, ¿qué envidia es la que me abrasa? ¡Mas trueca Amor su veneno! Mírole al conde ya ajeno y a Ascanio que se entra en casa, y en países que se mercan, los más vistosos bosquejos enamoran desde lejos, y enfadan cuando se acercan. ¿Qué remedio? A ver iré el fin de esto. Amor tirano, de seda he sido el gusano pues mi sepulcro labré.
Vase SERAFINA. Salen FEDERICO y ALFONSO
FEDERICO: No puedo yo creer que antiguo amante a Serafina hayáis aborrecido tan presto. Amor bien puede en un instante introducirse, conde, mas no olvido. ALFONSO: Es un contrario de otro semejante en toda actividad y así ha podido gran señor, si el amor se engendra presto engendrarse el olvido que es su opuesto. La medicina, que imitar procura el amor ha enseñado al escarmiento; que si cuando la ardiente calentura llega al último punto de su aumento, se echa a pechos un golpe de agua, cura de tal manera su calor violento; que sin que vuelva, como coge unidas sus fuerzas, de una vez quedan vencidas. Creció mi amor hasta su punto activo dióme a beber de un golpe el desengaño, agua de agravios que en desdén esquivo me dio salud, y aniquiló mi daño. FEDERICO: Para escuelas guardad ponderativo, conde, eee ejemplo si seguro, extraño; que el amor y el desprecio aborrecible no consisten en punto indivisible. Por darme gusto a mí, disimulado, fingís olvidos que, aumentando enojos, imitarán el fuego que encerrado reventará después por boca y ojos. Vuestra lealtad de suerte me ha obligado que, a pesar de los bárbaros antojos de la condesa, ingrata a vuestro gusto o os ha de amar, o no he de ser yo augusto. ALFONSO: Gran señor, vive el cielo que aunque fuera suficiente ocasión para olvidarla el mandármelo vos en cuya esfera, como mi fe, mi vida se avasalla; otra, si no mayor, tan verdadera me necesita a que con despreciarla, en Lucrecia mejore mis desvelos. FEDERICO: Intentaréis con ella darla celos. ALFONSO: No es sujeto de celos Serafina. FEDERICO: Ahora bien, yo le he dado a vuestra instancia vuestros estados todos. Pues se inclina a Ascanio, sea su esposa. ALFONSO: Es de importancia, si Ascanio obedeceros determina, para que escarmentada en su inconstancia, Lucrecia le aborrezca y en su olvido premie el amor que la he sustitüido. FEDERICO: Que de veras, Alfonso; ¿tendréis gusto en que le dos se casen? ALFONSO: Lo deseo infinito, señor. FEDERICO: Pues, yo me ajusto al vuestro aunque lo escucho y no lo creo. Conde, este ciego dios, tirano injusto que no estima vitorias si el trofeo no establece en humanas monarquías, desorden es de las pasiones mías. Yo adoro a Serafina. ALFONSO: ¡Señor! ¿Cómo? ¡La sacra majestad...! FEDERICO: No hay majestades contra flechas que, armadas de oro y plomo, coronas pisan, postran dignidades. Yo, que rebeldes venzo, reyes domo, sujeto aquesta vez a livindades humanas que este incendio desatina, porque os desdeña, adoro a Serafina. Turbado estáis. ¡Qué mal encubren celos fingimientos ocultos! Resistido he yo a lo menos cuerdo mis desvelos, señal que para más que vos he sido mientras dábades quejas a los cielos, ella adorada y vos aborrecido, sintiendo vuestra pena y su porfía lo que culpaba en ella, agradecía; mas ya que, aunque fingido, habéis mostrado que os es aborrecible su presencia, y yo en fe de esto os he comunicado secretos que encerraba la prudencia, perdonaréis mi amor que, publicado, volver atrás en mí será indecencia indigna del valor que César sigo y en mi disculpa lo que en vos castigo. ALFONSO: Señor, mi turbación no nace de eso. Es Ascanio mi amigo. FEDERICO: Pues ¿qué importa? ALFONSO: De sus honras o agravios intereso lo mismo que él. Si vuestra alteza corta el hilo a su esperanza y este exceso, venciéndose a sí mesmo, no reporta, ¿De qué se espanta que me turbe y sienta dividida en mí y él tan grande afrenta? FEDERICO: Yo soy vuestro señor si él vuestro amigo. Ved a quien debéis más. Conde, seguro pretendo estar de vos; no uséis conmigo cautelas que celoso conjeturo. Si a la condesa amáis, sois mi enemigo; y si la aborrecéis, saber procuro de qué suerte en presencia de Lucrecia el desdén que mostráis la menosprecia. Aquí vendrán las dos, y yo escuchando oculto lo que pasa, ver espero: amoroso con ésta, tierno y blando, cómo sabéis con la otra ser severo. Decidla sequedades; yo os lo mando. Por mí no reparéis en ser grosero con damas esta vez; pues de otro modo sospecharé que me engañáis en todo. ¿No respondéis? ALFONSO: ¿Qué hay que esperar respuesta de quien sirviéndole siempre os fue obediente? Yo haré cuanto mandáis. FEDERICO: Sacadme de esta sospecha, y con estado suficiente haré vuestra ventura manifiesta sin que vuestra privanza que en creciente mudanzas del rigor la hagan menguante.
Vase FEDERICO
ALFONSO: Agora sí, ingratos cielos que, apretando los cordeles por mostraros más crüeles, celos guarnecéis con celos; agora sí, mis desvelos que multiplicáis rigores; agora sí, mis temores que añadir males a males, primero celos iguales, ya celos emperadores; ea, cumplamos agora preceptos de Serafina, del César que se le inclina, de mi suerte burladora. Mientras mi mal empeora, amor fingido mostremos, alma, a quien aborrecemos y ofendiendo a quien amamos, obedientes padezcamos porque a ingratos contentemos. Que oprobios descortés diga a la condesa, el augusto me manda; y contra mi gusto al mismo rigor me obliga mi cautelosa enemiga. ¿Quién--¡cielos!--jamás pensara que a tal extremo llegara mi suerte que en tal quimera con amores ofendiera, con ofensas obligara? Puedo injuriando vengarme y, en vez de satisfacerme, será el vengarme perderme y el castigar castigarme. Llegan los dos a mandarme lo que pudiera ofenderlos; y cuando el satisfacerlos me está bien, por desabrirlos me despeño en deservirlos; me mato en obedecerlos. ¡Qué he de hacer?
Sale PORTILLO
PORTILLO: La tal condesa que después que nos mudamos, como nos entarimamos nos atisba menos tiesa, me embilletó para tí.
Dale un papel
En lo que escribe repara y, si acaso se azucara, que no comes dulces di. ALFONSO: ¡Papel agora! Pues bien, ¿qué nos querrá la condesa? PORTILLO: Bobuna pregunta es ésa. Respuesta de ella te den letras de ese papelón; que pareces... ALFONSO: Bueno está. PORTILLO: ...al que, cuando el reloj da, pregunta, ¿las cuántas son?
Lee
ALFONSO: Lucecia, mi coadjutora, en mi nombre sustituída, o necia o desvanecida, es mi menospreciadora. Ella y yo iremos agora a palacio, e importará, si pena mi agravio os da que, mientras que esté delante, os preciéis de muy mi amante; que en esto la honra me va. Decidme muchas ternezas y haced de ella poco caso; que injurias que por vos paso se han de pagar con finezas. Halle en vuestras asperezas desengaño manifiesto quien soberbia se me ha opuesto. No os digo más, conde, adiós; que para cumplirlo vos, basta que yo guste de esto. PORTILLO: ¡Bueno! ¿Qué alcalde de corte nos pudiera mandar más? ¡Vive Dios, que si la das gusto... ¡Gentil pasaporte! ALFONSO: Déjame, Portillo, salte allá fuera. PORTILLO: Sálgase ella del mundo; que no hará mella en Milán, cuando nos falte. ALFONSO: Ea pues, no seas molesto. PORTILLO: Pues dejémosla los dos; que para que lo hagáis vos, basta que yo guste de esto.
Vase hacia la puerta PORTILLO
ALFONSO: ¿Que esté tan apoderada esta tirana de mí, cielos, que me trate ansí?
Asomándose a la puerta
PORTILLO: ¡Es una desvergouaada! ALFONSO: Bárbaro! ¡Viven los cielos! ¿Tú te atreves...? PORTILLO: Soy Portillo; no puedo, señor, sufrillo. ¿Sin amor pedimos celos? ¿Gullorías en bisiesto? ALFONSO: Si no te vas, vive Dios... PORTILLO: Que para enojaros vos, basta que yo guste de esto.
Vase PORTILLO
ALFONSO: Ya ¿de qué sirve, tormentos, mi sufrir y padecer? ¿De qué importancia ha de ser, sin premios merecimientos? ¿No ha de ser de Ascanio esposa? ¿No la ama el emperador? ¿No es ya imposible mi amor? Mi muerte, ¿no es ya forzosa? Pues dar contento al augusto y a mis agravios venganza; donde murió la esperanza, mueran las leyes del gusto. Vive Dios, que he de pagar con desprecios su desdén. Fingiré que quiero bien a quien comienza a envidiar. Diréle a sus mismos ojos mil caricias, mi; amores; que en cambio de disfavores no es mucho feriarla enojos y si muriese ofendido, vengaréme de esta suerte; que quien muere dando muerte si no vence, no es vencido.
Vase ALFONSO. Salen SERAFINA y ASCANIO
SERAFINA: Tengo yo mil razones, Ascanio, para ofenderme cuando pensáis convencerme de amantes obligaciones. Deseábaos yo mi amante porque de mí presumía que para amarme tenía prendas de caudal bastante. Amáisme por vuestro amigo en fe de que os ha obligado y no es bien que ejecutado, os desempeñéis conmigo. Ved cuán justamente dudo, agraviada de los dos, pues puede el conde con vos, lo que mi amor nunca pudo. Desvelos del gusto tiernos encienden perfetas llamas; vos dais a cambios las damas trocándolas por gobiernos; y temo, siendo esto ansí, que si mi amor no os desprecia, lo que hoy hacéis de Lucrecia, haréis mañana de mí. Ése, Ascanio, es desvarío. ¡Bueno es, si os desafió el conde, que quede yo por premio del desafío y que en tan grosero alarde, hallando infame salida, deis la dama por la vida, y os quiera yo por cobarde! Andad, Ascanio, con Dios. ASCANIO: Diéraos yo satisfacciones si convencieran razones la poca que he visto en vos. Creed que honrados respetos me han obligado confuso a lo mismo que rehuso, y que a declarar secretos --que es bien que el alma los guarde-- quedárades persuadida a que sois desvanecida harto más que yo cobarde. Una cosa sola os digo, y está aquí para los dos: que a admitir mi oferta vos, me diérades más castigo que el que entendéis que me dais cuando burla de mí hacéis porque vos no merecéis las prendas que en mí agraviáis.
Vase ASCANIO. Salen ALFONSO y LUCRECIA. ALFONSO habla a LUCRECIA cerca de la puerta sin reparar en SERAFINA
ALFONSO: No pudiera otra que vos, señora, sacar del alma memorias, que por antiguas conservé inmortalizadas. Como quien de las mazmorras el triste esclavo rescata, os debo miéntras viviere reconocimiento y gracias. Mi restauradora fuistes si bien diré que me sacan de una prisión por prenderme en otra no tan tirana pero no menos estrecha. LUCRECIA: Alfonso, como palabras no corran en vos al uso, y en obras se satisfagan, yo quedaré tan contenta que deberé a mis mudanzas reconocimientos justos y de memorias contrarias sabrán hechizos de Amor sacar olvidos que os hagan agradecido a mi fe y os den de agravios venganzas. ALFONSO: Solo en vos mi amor empleo.
Sale ARNESTO y habla aparte con ALFONSO
ARNESTO: Alfonso, el César me manda advertiros que allí oculto, lo que os ha ordenado aguarda. ALFONSO: Que lo cumplo responded.
Vase ARNESTO
(¡Cielos! Allí está mi ingrata. Aparte Satisfaced con desdenes las ofensas que me abrasan.)
A ALFONSO aparte
SERAFINA: Conde, quien amó de veras en las ocasiones arduas, olvidando ingratitudes cumple leyes de su dama. Mirad que estoy yo presente. ALFONSO: (Agora es tiempo, venganzas, Aparte que castiguéis presunciones. Pues con Ascanio se casa y el emperador la adora, voluntad menospreciada, llegad y decidla oprobios. Mataremos pues nos matan.)
A ella
Verdugo de mis deseos, cuando los desdenes pasan a desengaños...
Clava la vista en ella y túrbase
(¿Qué importa Aparte que pasen mientras repasan rayos de esa luz, divinos, pensamientos que restauran y, en viéndoos, rigores vuestros juzgan bienaventuranzas?) Digo...(¡Ay, cielos! ¡Que la adoro!) Aparte ...digo que el César me manda... Miento; que no tiene el César jurisdicción en las almas. Lucrecia, grata a mi amor... (Mas ¿qué importa que sea grata Aparte si os adoro?) Os aborrezco.
Muy turbado
Iba a decir...La acompañan tantas prendas de hermosura... No, señora, no son tantas como las que en vos me hechizan... (¡Ay, contradiciones vanas!) Aparte Es tan bella... No es tan bella como voz.
Van saliendo FEDERICO y ARNESTO a espaldas de los dos en frente de ALFONSO
ALFONSO: Y en fin, que salga o no el César; que se enoje, o se alegre, que deshaga en mí el disfavor su hechura .... Pero aquí, condesa amada, ¿qué tiene que ver el César? Mas sí tiene pues os ama. Pero tenga o no, yo os quiero desengañar.
Dirigiéndose a FEDERICO que todavía está retirado, y que a la primera palabra de ALFONSO, le hace una señal amenazadora
Ya se acaban de declarar, gran señor, Mis agravios. (¡Me amenaza! Aparte No hay por qué; ya le obedezco.) Digo... que os quiero--privanzas, adiós--que os quiero, en efeto; os quiero más que a mi alma.
Vase ALFONSO
FEDERICO: Prended aquel desleal, Arnesto; ponedle guardas. Prended también la condesa. SERAFINA: ¿Pues yo, señor...? FEDERICO: Vos sois causa del desacato presente. Tengan por cárcel sus casas; que mi rigor hará cuerdos locos que mi gusto agravian.
Vanse FEDERICO y ARNESTO
SERAFINA: Presa voy; mas vencedora. Lucrecia, poco se arraigan frutales en tierra ajena porque, en fin, es su madrastra. Aprende otra agricultura.
Vase SERAFINA
LUCRECIA: Corrida estoy. Confïanzas, obligar amor con celos es crïar silvestres plantas.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Del enemigo el primer consejo, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002