ACTO TERCERO


Salen ASCANIO y FEDERICO
ASCANIO: Preso queda en Montflorel, de doce archeros guardado, sin permitir que un crïado siquiera quede con él. Sola una legua de aquí dista aquesta fortaleza. FEDERICO: ¿Y muestra el conde tristeza? ASCANIO: Podréte afirmar que vi, a vuestra alteza, señales en su rostro de valor humilde, pues ni el temor, que con disfavores reales suele afeminar sujetos, descompuso su semblante ni, temerario arrogante, atropellando respetos destempló la autoridad que siempre en él conocimos. FEDERICO: ¿Qué dijo? ASCANIO: Sólo le oímos decir, "De su majestad desgraciada hechura soy. Pues de esto se satisfizo, ¿qué importa si ayer me hizo que a deshacerme vuelva hoy? Del mismo modo en su casa está, señor, la condesa contenta, puesto que presa. FEDERICO: ¿Contenta? ¿De qué? ASCANIO: Le pasa por el pensamiento que es cuidado de tus desvelos y que la prendes por celos del conde, y este interés la desvanece. FEDERICO: Sí hará. Mas ¿de qué lo conjetura? ASCANIO: Es soberbia la hermosura. Como el conde preso está porque en su amor permanece prométela su ambición triunfos de tu inclinación y con ellos se enloquece. FEDERICO: Ahora bien, Ascanio, vos sucedéis en el lugar del conde y quiero mostrar que soy César con los dos. Con él dándole castigo, con vos servicios premiando porque rebeldes postrando, leales priven conmigo. Los titulos que le di, los cargos que administró, los estados que heredó y en feudo vuelven a mí, son vuestros, de ellos os hago merced. ASCANIO: Y yo, gran señor, por tan augusto favor, con los labios satisfago mi dicha, que en estos pies, sellándolos, la sublimo. Serviros es lo que estimo y mi honor, señor, después. De Alfonso, a cuya amistad debo toda mi ventura, soy agradecida hechura. Vuestra sacra majestad a su instancia me admitió en su cámara y servicio; gracias pide el beneficio, gran señor, que agravios no. Si este puesto he merecido, alcance yo fama igual con vos de fiel y leal y con él de agradecido. No murmuren desbocados que, cuando por él poseo el estado en que me veo, le quito yo sus estados. Amigos somos los dos; yo sé que cuanto más fiel me halléis, gran señor, con él tendré más lugar con vos y que vuestra majestad mientras no le sirvo en esto en mayor crédito ha puesto la opinión de mi lealtad; cuanto y más que el conde ha sido tan fiel, que por él responde... FEDERICO: No me roguéis por el conde cuando con él ofendido castigo su ingratitud. Ascanio, haced lo que os digo. ASCANIO: Con vos fiel, con él amigo, volviera por la virtud que de él publica la fama si indignaros no temiera. FEDERICO: ¿Es virtud que el conde quiera y solicite a mi dama y, habiéndole yo mandado que dé la mano a Lucrecia cuando por mí le desprecia Serafina, deslumbrado por su rebelde esperanza, me ofende competidor? ASCANIO: Luego, ¿es cierta, gran señor, la amorosa confïanza que en vos tiene Serafina? FEDERICO: Tanto como el desacato que culpo en el conde ingrato. ASCANIO: ¿Y él lo sabe? FEDERICO: Y determina perseverar en amarla. ASCANIO: Pintan con facilidad apariencias de verdad los celos para ofuscarla. Mire, señor, vuestra alteza que me ha persuadido a mí que la sirva porque ansí, o por probar su firmeza, o por ser mudable en todo, se lo mandó Serafina. Pues si a su gusto se inclina el conde Alfonso de modo que contra su mismo amor sus pesares solicita, ¿cómo creeré que compita con vos el conde, señor? FEDERICO: Esto es cierto; pero ¿amáis vos, Ascanio, a la condesa? ASCANIO: Forzado intenté esa empresa si bien después que mostráis cuidado en favorecerla, aunque antes me quiso bien, tratándome con desdén, tengo ya que agradecerla. FEDERICO: Pues, Ascanio, si os pidió eso el conde--que lo dudo-- con él la condesa pudo lo que no he podido yo. Ella le bastó a obligar que vuestro tercero fuese; yo le mandé que sirviese a Lucrecia por premiar en los dos un mismo amor y ansí en sus culpas excede si una mujer con él puede lo que no un emperador. Yo tengo de desterrarle; que ir contra mi voluntad especie es de deslealtad y vos habéis de beredarle o seguiréis su fortuna. ASCANIO: Señor, si el privar es cosa de suyo tan peligrosa como al sosiego importuna y en el ejemplo presente escarmientos solicito, pues por tan leve delito vos, César el más clemente, despedía de vuestra gracia a quien tanto habéis querido antes que os haya ofendido. Menor será mi desgracia si al principio del servir sus medras vengo a perder; que poco teme el caer el que comienza a subir. Desinteresable sigo la amistad que me ha obligado; seré sin vos desdichado mas no seré falso amigo. Ni las envidias dirán que la ambición me contrasta, cuando... FEDERICO: Basta, Ascanio, basta. Salid luego de Milán. ASCANIO: Siento el ver que os ofendéis de mi lealtad, y Dios sabe... FEDERICO: Dadme primero... ASCANIO: La llave... FEDERICO: ...los brazos que merecéis por amigo incontrastable, favorecido clemente, desengañador prudente, privado no interesable. Pruebas hago de lealtades que de este modo examinó porque apartar determino lisonjas de las verdades. Vuestro proceder hidalgo alabanzas os dé nuevas; yo proseguiré estas pruebas pues que de ellas tan bien salgo. Ya no hay para qué encubriros, cuerdas dislmulaciones. No ocupo imaginaciones de amor con que persuadiros que celos de la condesa tienen a Alfonso en prisión; antes, que en tal opinión me hayáis tenido, me pesa. Quiero bien al conde, y siento que después de tantos años ni le curen desengaños ni le enseñe el escarmiento cuán mal se deja obligar una mujer con servicios; pues, en ellas, beneficios son añadir agua al mar. Parecióme que el respeto y amor con que me asistió siempre el conde, cuando yo fingiese amarla en secreto, a obligarle bastaría para no la pretender, y así el temor y el poder combatieron su porfía. Prometióme de olvidarla dando la mano a Lucrecia; mas toda promesa es necia, de amor, al ejecutarla, Mandéle que se mostrase tan desdeñoso con ella que el no dudar de ofendella mis celos asegurase. Ofreciólo y, en efeto, apenas llegó a mirarla cuando, por no disgustarla, vino a perderme el respeto. Sentílo como era justo, si no celoso, indignado; que es el conde mi crïado y debiera hacer mi gusto atropellando su amor; pues, en fin, si imaginaba que yo a Serafina amaba, competir con su señor ya veis si fue atrevimiento. Por esto le hice prender. Quise, Ascanio, después ver que tan firme fundamento en vos tiene su amistad; y al cabo de pruebas, hallo en vos amigo y vasallo y en él amor y lealtad. ASCANIO: Pues, gran señor, siendo ansí, si como decís le amáis, ya quea asegurado estáis del conde Alfonso y de mí, salga libre y el perdón merezca quien vio delante su dama y cortés y amante obedeció a su afición. FEDERICO: No, Ascanio; ya he comenzado a hacer experiencias de él y le hallo, puesto que fiel, algo desacreditado. De ayer con publicidad preso, si hoy le libertase, no es mucho que murmarase Milán mi facilidad. Saber pretendo, en efeto, si a mis pruebas corresponde; que, por lo que estimo al conde, le deseo muy perfeto. Codicioso de que en vos he hallado un perfeto amigo, mis experiencias prosigo. Veamos si sois los dos iguales en la lealtad y hasta dónde la ley llega de Alfonso. ASCANIO: Por él os ruega su inocencia y mi amistad segura de lo que os ama, pues es cosa conocida que dará el conde la vlda por vos. FEDERICO: Sí, mas no la dama. ASCANIO: Es de otro predicamento eso aunque, si os importara, yo sé que la desterrara por vos de su pensamiento. FEDERICO: Pues eso quiero probar. ASCANIO: ¿De qué modo, gran señor? FEDERICO: De su pertinaz amor tengo de experimentar la fineza y, juntamente, los quilates de la fe con que me sirve; saldré, después que lo experimente o con un vasallo a prueba que nuestros siglos asombre, cierto de que no hay hombre que perseguido, se atreva a permanecer leal. ASCANIO: ¡Gusto extraño! FEDERICO: ¡Y provechoso! Si, saliendo victorioso, confío de su caudal el peso de mi corona. En esto habéis de ayudarme. ASCANIO: Bien podéis, señor, fïarme pues vuestro favor me abona lo que mandáis. FEDERICO: El secreto es lo primero. ASCANIO: Y será eterno en mí. FEDERICO: No sabrá por vos, siendo tan discreto, el fin de esta pretensión el conde. ASCANIO: Aunque soy su amigo, A ser fiel con vos me obligo. FEDERICO: ésa es noble obligación. Venid, pues, y os daré cuenta de cosas que han de admiraros. ASCANIO: Ya es delito el replicaros PEDERICO: Mi porfía, Ascanio, intenta que aborrezca a Serafina el conde y le tenga amor ella. ASCANIO: Difícil, señor, es la empresa. FEDERICO: Así examina los ánimos mi experiencia, de un desdén siempre constante y una voluntad amante, igual a su resistencia.
Vanse FEDERICO y ASCANIO. Sale ALFONSO
ALFONSO: ¿Tan grande fue mi exceso, tan pocos mis servicios, la indignación de Federico tanta que aborrecido y preso, a vulgares jüicios me exponga el César que su corte espanta? ¡Oh, adversidad que santa en tí los desengaños ojos abren al alma contra engaños, que a prosperidad ciega y encanta! ¡Qué loco desvaría quien de los hombres esperanzas fía! No tiene coyunturas el bruto corpulento que en cándido marfil libró su estima y ansí en las espesuras para cobrar aliento, no cama, un tronco escoge a que se arrima; mas para que le oprima el cazador le asierra; recuéstase sobre él y, dando en tierra, en lugar de aliviarle, le lástima. Nunca me derribara si al árbol del favor no me arrimara. ¡Ayer favorecido, hoy preso, hoy sin estado! ¡Ayer causando envidia, hoy escarmiento! ¿Tan presto se ha ofendido? ¿Tan cerca está, cuidado, la voluntad del aborrecimiento? Múdase un elemento en otro fácilmente; región elementar llamó un prudente al príncipe. ¡Qué bien lo experimento! ¡Oh, reales condiciones, leves por peregrinas impresiones! Mas sin razón me quejo, y con ella el augusto pretende castigar mi inadvertencia. Desprecié su consejo, ppúseme a su gusto, solicité a quien ama en su presencia. Quien hace competencia, no a un César, al amante menos noble venganza alienta doble. Yo mismo contra mí me doy sentencia. Yo mismo, mi enemigo, pronuncio en mis disculpas mi castigo.
Sale PORTILLO, de carbonero
PORTILLO: ¡Diz que no le había de ver! ¡Señor de mi corazón! ALFONSO: ¡Portillo! ¿qué es esto? PORTILLO: Son industrias que sabe hacer el amor con que te pago las mercedes que te debo. Muchas cosas hay de nuevo; la privanza pisa en vago. Vedáronme el asistirte en la prisión envidiosos que, en tu daño poderosos, no cesan de perseguirte; mas yo que vivir no quiero sin tí--española lealtad-- busqué en la necesidad ardides; y carbonero, no propietario, de anillo, tres rusticos soborné y en su compañía entré cargado en este castillo de una sera de carbón. Dejéla al primer zaguán y de desván en desván en busca de tu prisión topo con una azotea. Suspiros abajo siento. Dije, "Aquí es el prendimiento." Encuentro una chimenea, subo encima, y atisbando, te escuché, aunque no te vi, querellas que no entendí. Yo, entonces, desañudando dos lías para el efeto apercebidos, las ato al cañón y en breve rato, como tuétano me meto por la negra cerbatana hecho un tizne volatín. Nevaban copos de hollín hasta que en la losa llana hago pie y, por los tapices tentando, contigo he dado donde haz cuenta que he bajado, señor, por unas narices. ALFONSO: ¡Ah, Portillo! En esto paran prosperidades del suelo. PORTILLO: Ése, tu Ascanio, recelo, según algunos reparan, que fue cuervo que crïaste para sacarnos los ojos. Nunca el César tuvo enojos contigo, si lo notaste, hasta que le introdujiste en esta negra privanza. ALFONSO: No desdores la alabanza que en su amistad siempre viste. PORTILLO: No haré; mas cosa es sabida si ejemplos he de alear, que el que comienza a privar juega a salga la panida. De tu prisión se ha encargado; gobierna la imperial casa; todo por su mano pasa; que te sirva me ha vedado; ya nos mira con capote y, a quien las manos le besa, habla una palabra, y ésa al soslayo de un bigote. ALFONSO: ¿Qué dice Milán de mí? PORTILLO: Lo que en tales novedades acostumbren necedades plebeyas. Anoche oí Tres o cuatro que a una esquina sobre tu prisión echaban jüicios, y me causaban a un tiempo risa y mohina. Uno dijo, "Yo he sabido de persona muy de allá cuán culpado el conde está y que alzarse ha pretendido con Milán y Lombardía matando al emperador; que, como sin sucesor murió Filipo María s duque y vuelve el derecho al imperio, por llamarse duque, quso despeñarse." "No es eso, a lo que sospecho;" dijo otro, "yo me he informado que ha un año que con el conde el turco se corresponde Y que esperanzas le ha dado de entregarle a toda Hungría." ALFONSO: ¡Jesús! ¡Qué temeridad! PORTILLO: "Que como de poca edad a su rey Ladislao cría el César en su poder, darle muerte es fácil cosa." "Esa fama es mentirosa;" dijo el tercero, "a mi ver, no es sino porque intentaba con su hermana la princesa casarse, y en esta empresa, robándola, imaginaba pasarse a Grecia con ella." Dijo otro, "¡Ésa es gran locura!" "Quien a mí me lo asegura," respondió, "lo supo de ella." "No hay tal." "Sí, hay tal." "Es mentira." "Quien miente, miente; yo no." En esto desenvainó espadas el vino e ira; que uno y otro anduvo igual porque el vino y los aceros miéntras se están en los cueros, en su vida hicieron mal; mas saliendo--es cosa llana que luego ha haber peleona-- asomóse una fregona a este tiempo a la ventana y, andando todo confuso, la mano de un almirez tras un "agua va" fue juez que en paz a todos los puso. ALFONSO: ¡Buena anda, honor, vuestra fama! ¡Buena, cielos, mi opinión!
Sale ASCANIO
ASCANIO: Conde, los que amigos son... PORTILLO: (Escóndome tras la cama.) Aparte ASCANIO: ¿Qué es esto? ¿Quién está aquí? PORTILLO: (Vióme. ¡Par Diós, de esta vez Aparte hay gargarismo de nuez!) ASCANIO: ¿No respondéis? PORTILLO; Señor, sí. ASCANIO: ¿Quién sois vos? PORTILLO: ¡Lo que vosea! Novicio soy carbonero. ASCANIO: ¿Quién? PORTILLO: Decendiente primero soy de aquesa chimenea. Deseos de mi señor me descolgaron abajo. Vendo carbón a destajo. Perdóneseme este error; que no ha podido ser menos aunque, mientras que lo trata, más vale salta de mata. Pardiós, que riego de buenos.
Vase PORTILLO
ASCANIO: Conde, ¿así el orden se guarda del emperador? ALFONSO: ¿En qué sus órdenes quebranté si preso y con tanta guaeda, el fiel reconocimiento de en criado aventiró su vida, y a verme entró no con mi consentimieto? Amigo Ascanio, dejad que logre un crïado mío lealtades; cuando los fío de vuestra noble amistad; que atrevimientos de amor no son dignos de castigo. Decid, ¿cómo está conmigo Federico, mi señor? Que trayéndoos a su lado, ya su enojo habrá tenido fin y habiendo intercedido por mí vos tan su privado, claro está que envía a sacarme de la prrisión; claro está que el César os mandará a su presencia llevarme. ¡Qué buen apoyo dejé en mi adversidad con vos! ¿Calláis? Habladme, por Dios. ASCANIO: Alfonso, sólo os diré que paga mal la condesa finezas de vuestro amor por ella. El emperador --sabe Dios lo que me pesa decíroslo--está dispuesto... Fáltame el ánimo, conde. Mi turbación os responde. Riesgo corréis manifiesto. Confïad de mí; que os precia de suerte mi voluntad que si por vuestra amistad de servir dejé a Lucrecia, dejara agora el favor del César que por vos gozo, por impedir el destrozo que amenaza vuestro honor. No es la muerte el mayor mal para quien valor profesa; peor es que la condesa prueba que sois desleal con papeles y testigos. Lucrecia, que fiel os ama vuestra vida y vuestra fama contra envidias y enemigos, defender de modo intenta que alegando lo que os debo, por mandármelo, me atrevo a dar de mí mala cuenta. Pero en fin por ella y vos, mi dama ella, vos mi amigo, el orden que me dio sigo, obligado de los dos. Confuso estáis. No me espanto, mas esta llave y papel os aconseje; que fiel, por no deteneros tanto, hallaréis--si pagar sabe extremos vuestro valor-- en este papel su amor, mi amista en esta llave.
Déjaselos, y vase ASCANIO
ALFONSO: ¿Qué es esto, cielos? ¿Qué es esto? ¿Qué enigmas, qué confusiones añaden persecusiones a riesgo tan manifiesto? ¿Mal con el César me ha puesto Serafina? ¿Desleal yo, y que el César lo creyó, y que ella fue contra mí? Desamorada, eso sí; pero traidora, eso no. Mas, si Ascanio lo asegura, si lo confirma Lucrecia, si en fe de que me desprecia rinde al César su hermosura, si contra mí se conjura el cielo esta vez, crüel, si acometen de tropel desdichas a un perseguido, ¿de qué duda mi sentido? Confírmelo este papel.
Lee
Con Serafina en secreto esta noche se desposa el César y, cautelosa vuestro honor pone en aprieto. Contra su imperial respeto el estado milanés dice, Conde, al francés os ofrecéis de entregar poque él os promete dar a Parma y Milán después. Testigos--no serán fieles-- os acusan a su instancia. Cartas enseña de Francia. ¡Tan malo es guardar papeles! Los indicios son crüeles. Riesgo corre vuestra vida. Yo os amo aunque ofendida, aunque no espero obligaros quiero quedar, con libraros, a mí misma agradecida. Ascanio. que pagar sabe correspondencias de amigo, os favorece conmigo por medio de aquesa llave. El peligro insta y es grave; no hay guarda que la salida a media noche os impida. Huid, si sois cuerdo, conde, y escribidme después donde. Líbreos Dios la fama y vida. ¡Ea, Fortuna! ¡Ea, cielos! Quíteme vuestro rigor. Poco es la vida, el honor. Mátenme deshonra y celos. Los ambiciosos deseos de la condesa crüel al César, porque con él se casa y mi amor ofende. Tras desdeñarme me vende, él ingrato y ella infïel. ¿Persuadiréme al consejo que me da Lucrecia? ¿Huiré? No fama; que aumentaré sospechas si huyendo os dejo. Siempre fuisteis, vos mi espejo; pero si así como así contra vos y contra mí afila el rigor la espada, no quedáis, honra, manchada; matándome el César, sí. Mas no; que en morir despierto la compasió y piedad; que sacará la verdad a luz y mi fama al puerto. No hay envidias contra un muerto; hasta el sepulcro acompaña la emulación más extraña al que en vida persiguió. Sabrá el mundo que mintió la que al César ciego engaña. Acabemos juntamente con mi vida, honra, y con vos. Juntos vivimos los dos. Morir juntos es decente; mas sea estando presente quien nos fulmina castigos; que, tal vez contra testigos, si la pasión no sentencia, la cara de la inocencia desmiente a los enemigos. No es hüir el presentarse al juez; antes es valor. Condene el emperador mi lealtad sin ausentarse. Acabe ya de vengarse Serafina, a quien molesto fue siempre mi amor honesto; que si se excusa de enojos por verme muerto a sus ojos, servirla quiero hasta en esto.
Vase ALFONSO. Salen SERAFINA y ASCANIO
ASCANIO: Dicen en fin, condesa, que de casar con vos os da promesa el duque de Saboya si sus intentos vuestro amor apoya, y admitís en secreto presidio en el Casal para que a efeto pueda llegar el trato de asaltar una noche a Monferrato. Federico ofendido, a daros muerte estaba persuadido si Alfonso, vuestro amante, no os amparara, y con valor constante testigos desmintiera y a informarse mejor le persuadiera. En fin, ni asegurado el César por el conde, ni indignado contra vos totalmente, el medio que halla en tanto inconveniente es mandaros que luego al conde deis la mano y en sosiego pongais alteraciones que empiezan a culpar vuestras acciones; pues siendo vos su esposa, se asegura ésta fama peligrosa, quedando desmentidos indicios de envidiosos y atrevidos. SERAFINA: Yo, Ascanio, no me altero oyendo falsedades; que es de acero mi valor y en la cara el leal o el traidor lo que es declara. Esta verdad supuesta, desengañadme antes que os dé respuesta. ¿De qué manera el conde me ampara con el César y responde en mi defensa a insultos que afirma algún traidor conservo ocultos si por él mismo preso, indiciado también del propio exceso, en vez de hacer favores, necesita cual yo de intercesores? ASCANIO: habéisos engañado; no está en prisión el conde que es privado del César, en quien fía el peso de su augusta monarquía. Creyó, como os amaba, que por vos con el duque conspiraba; pero ya satisfecho, nuevas mercodes su favor le ha hecho y tanto con él puede que no viviréis vos si él no intercede. SERAFINA: ¿No le prendió por celos? ASCANIO: Privilegiaron de ese mal los cielos al César que ni os ama ni dio jurisdicción a torpe llama du pecho victorioso jamás a asaltos del amor ocioso. Si no le ocasionaran a prenderos sospechas que reparan medios que os he propuesto, no fuera vuestro risgo manifiesto. Sed vos de Alfonso esposa; saldréis de estos peligros victoriosa. SERAFINA: Ascanio, es desatino doblar mi inclinación por tal camino. Sangre Gonzaga tengo; antiguo es mi valor; de reyes vengo y nunca vio traidores Italia en sus ilustres sucesores. Examine verdades el César y no ofenda calidades; que yo no soy persona que de ese modo su lealtad abona ni dejo satisfecha, con dar la mano al conde, la sospecha que con tan necia traza en vez de averiguarla, la disfraza. Cuando yo al conde amara --que en mí fuera prodigio--rehusara que esposo mío fuera quien darme en cara cada vez pudiera que, por verme señora de Monferrato, al César fui traidora. No, Ascanio: haga el augusto información bastante, pues es justo; que si salgo inocente, ya podrá ser que al conde amar intente. ASCANIO: El órden que me ha dado, condesa, os he leal notificado; pues le rehusáis, el cielo os libre del peligro que recelo.
Vase ASCANIO
SERAFINA: Con Lucrecia compito. ¿Si es ella quien me impone este delito? ¡Ay locas presunciones! ¿En esto paran imaginaciones que Amor facilitaba, creyendo yo que el César me adoraba? ¡No sólo no me estima pero indignado mi opinión lastima!
Sale ALFONSO, hablande de dentro
ALFONSO: Dejadme entrar, o por fuerza... SERAFINA: ¿Qué es esto? ALFONSO: Inútiles guardas ¿de qué sirven a quien siempre halló la puerta cerrada a amantes correspondencias? SERAFINA: ¡Conde! ALFONSO: Véngate, tirana, de quien siempre aborreciste si hay sin injurias venganzas. Igualmente compitieron tu desdén y mi constancia, mi amor y tu ingratitud, tu menosprecio y mis ansias. Venció tu aborrecimiento sin que obligaciones tantas torcer tus rigores puedan con ser la mujer mudanza. Ejemplo de amantes fui, ejemplo serás de ingratas; empeños de amor me debes, moneda de agravios pagas. Servíte siempre, adoréte desde mi primera infancia. Déjame alegar servicios. Serán las últimas mandas que en trágico testamento, deudora, heredera te hagan de mis estados y vida ilustre con pruebas tantas. Niño te ame, y desde entonces, tiranizándome el alma, te idolatro como a dueño; tratástela como a esclava, quitásteme la salud, sacásteme de mi patria, desheredásteme en vida, perdí por tí mi privanza, por tí desprecié a Lucrecia, de mi prisión fuiste causa y, ocasionando mi muerte, la opinión que conservaba también tu rigor destroza porque despojado vaya de la lealtad y la hacienda, de la vida y de la fama. Si te adora Federico, si ya, emperatriz, te casas para que de estas prisiones a gozar su laurel salgas, ¿por qué mi opinión lastimas? ¿Por qué mi sangre maltratas cuando traiciones me impones, cuando lealtades agravias? ¡Yo conspirador aleve contra el César! ¡Yo al de Franela le entrego a Milán! ¡Yo intento gozar afrentoso a Parma! Si, como siempre te he sido aborrecible, te cansas de que viva en tu presencia y piensas que la esperanza del imperio que apeteces mis celos te desbaratan, quítame leal la vida no el honor que despedazas. Para servirte hasta en esto, de las prisiones me sacan imperios de tu desdén. Mi muerte huyendo excusara a no ver que la deseas, a no recelar mi infamia, a no obedecer tu gusto, a no dilatar mis ansias. Si el tálamo de tus bodas ha de ser éste, haz, tirana, que el túmulo de mi muerte también sea; al César llama, pisa lealtades, crüel, y, mi cabeza a tus plantas, pon su diadema en la tuya y verá el mundo en entrambas la firmeza en la desdicha, la crueldad en la constancia, y, castigando inocencias, la ingratitud coronada. SERAFINA: ¿Qué es esto, conde? ¿Qué es éste? Cuando el César me amenaza, deslealtades me atribuyen, testimonios me levantan, vuestro favor me defiende y, con segundas privanzas, a Milán causáis asombros, a la envidia quebráis alas. ¿Decís que os desautorizo, qe por mí el César os mata, que destruyo vuestro honor, que a vuestra prisión doy causa? Si son coronas augustas sentencias, notificadas por Ascanio, de la muerte que ya mi desdicha aguarda, bien decís, pues enemigos intentan con pruebas falsas desacreditar mi honor y dar qué decir a Italia. Ya sé lo que en esto os debo, ya sé que el César me manda casar con vos o morir. ¡Ojalá que no quedara mi opinión, después de muerta, a discreción de la fama del vulgo que las más veces deshonra y ninguna alaba! ¿Querréisme vos por esposa cuando yo, conde, os amara --que ni puedo, ni es razón forzar potencias hidalgas-- con opinión de traidora para que entibiando llamas la posesión del deseo, me deis cada vez en cara que fui desleal al César? No, Alfonso, la muerte acaba si no deshonra la vida. Muera yo dando venganza a vuestra leal firmeza y saldréis vos a la causa de mi crédito, si en muerte como en vida, el que es noble ama. ALFONSO: ¿Qué decís, señora mía? ¿Vos desleal?
Salen ASCANIO y ARNESTO
ASCANIO: Quien quebranta prisiones, no está inocente; que el hüír, culpas señala. ¿Qué es esto, conde? ALFONSO: Morir delante de quien me agravia en fe que a su ingratitud mi amor constante se iguala. ARNESTO: Condesa, el César me envía. Escuchad lo que os encarga aparte.
ARNESTO se desvía con SERAFINA a un lado
A que os notifique: o salir en su desgracia desterrada de su imperio, o desmintiendo probanzas que a vuestra opinión se oponen dar a Alfonso fe y palabra de esposa.
Sale LUCRECIA, dirigiéndose a ALFONSO y hablando aparte con él a otro lado
LUCRECIA: El emperador me envía a que os persüada, conde, si desvanecer queréis testigos y cartas que vuestro valor desdoran, y que paguéis la constancia de mi amor, siendo mi esposo, pena de ser en Italia de desdichados ejemplo, dándoos muerte. Interesada en vuestra vida, os suplico si no por quien tanto os ama como yo, por vuestro honor, que obedezáis lo que os manda. ALFONSO: Perdonad, Lucrecia hermosa, que quien tiene enajenada la libertad, ya no puede serviros ni retirarla. ¿Dé qué servirá ofreceros un cuerpo que está sin alma ni una voluntad cautiva? De mi vida el César haga su gusto; que no sé yo que dándoos la mano, salga de mi lealtad ofendida la opinión limpia y sin mancha. Reconozco lo que os debo pero, en quien el caudal falta, cuando las obras no pueden, agradecimientos bastan. SERAFINA: Responded, Arnesto, al César que siendo acción voluntaria la que tálamos admite y, yo de sangre Gonzaga, mo pago pechos por fuerza ni en mí podrán amenazas lo que el tiempo no ha podido que me doy por desterrada. ASCANIO: Apercebíos pues, Alfonso; que habéis de morir mañana. SERAFINA: ¿Cómo? ¿Quién ha de morir? ASCANIO: El conde Alfonso. SERAFINA: ¡Qué extraña resolución! ¿Qué hizo el conde? ASCANIO: Servicios, que vos, ingrata, ni pagáis, ni conocéis siempre rebelde y tirana a la voluntad del César; que a persuadiros no basta: probar ansí que con vos se conjura, y al de Francia vender a Milán pretende. SERAFINA: Pues si muere por mi causa, lo que ni mi inclinación ni imperiales circunstancias pudieron conmigo, puedan de su amor las pruehas raras. Muera, si muere, mi esposo. Dadme esa mano. ALFONSO: ¡Qué gracias no debo dar a la muerte pues mi fe por ella alcanza lo que no merecí vivo! ¡Ojalá resucitara para morir muchas veces obligándoos otras tantas!
Danse las manos
En mi muerte hallé mi dicha. LUCRECIA: Serafina, si desgracias de Alfonso excusar queréis, el César me dio palabra de volverle a su favor, siendo mi esposo. Dad traza que lo sea, o morirá. SERAFINA: ¿Cómo, si el César me manda por mi dueño le admita, quedando su fe obligada, como yo cumpla en gusto, a volverle a su privanza? LUCRECIA: Engañado os han, condesa. SERAFINA: Los Césares nunca engañan.
Sale FEDERICO
FEDERICO: Es verdad; pruebas han sido que para vuestra alabanza hizo el amor y el poder dándoos a los dos la palma de constantes invencibles y a mí el premio de esta hazaña pues lo que el conde no pudo con vos, industrias acaban que he puesto en ejecución, ufano de ver que enlazan opuestas inclinaciones coyundas de amor sagradas. En fin, conde, victorioso habéis salido, a mi instancia, del desdén de la condesa. Duques sois los dos de Mantua y de Valencia del Po; conde Ascanio, si se casa con Lucrecia. ALFONSO: Ensalce el mundo blasones de tal monarca. FEDERICO: No hay quien vuestra lealtad culpe. Fingida ha sido esta traza para conseguir el fin que en dichas muda desgracias. Vuestro padrino he de ser.
Sale PORTILLO
PORTILLO: Si al conde mi señor matan, muera a su lado Portillo y honre lealtades de España. ALFONSO: La tuya premiaré yo, digna de que de mi casa tengas el gobierno todo. PORTILLO: Dame a besar treinta patas; pero ¿no hay degollamiento? ALFONSO: Antes el César levanta mi lealtad a nuevas dichas. PORTILLO: Viva más que vivió el arca de Noé. ALFONSO: El amante firme que inclinaciones contrasta, dando su estado y sufriendo, méritos como yo alcanza. Dar, sufrir y merecer son las partes necesarias que doblan inclinaciones. Aprenda en mí quien bien ama.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002