CELOS CON CELOS SE CURAN

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Texto basado en la edición príncipe en PARTE CUARTA DE LAS COMEDIA DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid, 1635) con el aopyo de varias ediciones más recientes de la misma obra. Fue pasado al HTML para ser presentado en esta colección por Vern Williamsen en 1997. 


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen CÉSAR, CARLOS y GASCÓN
CÉSAR: ¿Hemos de apartarnos más de la ciudad, Carlos? CARLOS: No; que la ribera del Po, que murmurar viendo estás mientras de Milán te alejas, si en sus cristales te avisas, agravios vende entre risas a tu amistad y a mis quejas. CÉSAR: No te entiendo. CARLOS: No me espanto. Déjanos solos aquí Gascón. GASCÓN: Siempre obedecí a quien sirvo y quiero tanto y más a estas ocasiones, porque yo cuando hay envites digo quiero a los convites y descarto las cuestiones.
Vase
CÉSAR: Ya estamos solos; procura declararte. ¿Es desafío? CARLOS: No nos oye más que el río que no ofende aunque murmura. Deja de aumentar agravios dudando de mi fe ansí, que mis quejas contra ti sólo tienen en los labios discreta jurisdición, no en la espada, que en efeto reverencian el respeto que te debo. CÉSAR: La ocasión con que las formas repara que me suspendes y admiras. CARLOS: Por fabulosas mentiras las propiedades juzgara que pintó la antigüedad en la amistad verdadera, si hallarlas en ti quisiera. CÉSAR: Pues ¿es falsa mi amistad? CARLOS: Parécelo. CÉSAR: Di el porqué. CARLOS: ¿Por qué, desata esta duda, pintó a la amistad desnuda quien su Apeles sutil fue? ¿Por qué, si no es en tu mengua, su lado abierto mostró y del pecho trasladó el corazón a la lengua? ¿Por qué le vendó los ojos, dejando libres los labios? CÉSAR: Jeroglíficos agravios me proponen tus enojos; misterioso vienes. Digo que si desnuda pintaban la amistad los que enseñaban leyes al perfeto amigo fue para darle a entender que entre los que la profesan y su lealtad interesan ningún secreto ha de haber. Porque si se difinió que era una alma en dos sujetos, afirmando los discretos que el amigo es otro yo, mal quedara satisfecho de quien sus pasiones calla el amigo que no halla en un lugar lengua y pecho. Mas yo ¿cuándo he delinquido contra estas leyes? ¿qué llaves no te ha dado el alma? CARLOS: Sabes, César, que señor has sido de la mía de tal modo, que hasta el menor pensamiento jamás de tu amor exento, viendote dueño de todo y a mí tan perfeto amigo, ya grave, ya humilde fuese, antes que yo le entendiese se registraba contigo. ¿Qué desdenes de Vitoria --sol que adoro--, qué desvelos, ya bastardos por los celos ya hijos de la memoria, dejé de comunicar contigo, si tal vez hubo que compasivo te tuvo de tal suerte mi pesar que en recíprocos enojos tanto amor nos conformó que porque lloraba yo afeminaste tus ojos? CÉSAR: Pendiente estoy de tus labios, confuso con tus razones. ¿Las que son obligaciones, Carlos, vuelves en agravios? Si lloras, lloro contigo; alégrame tu contento; lo mismo que sientes, siento, ¿y me llamas mal amigo? No te acabo de entender. CARLOS: Ya sabes que la igualdad es hija de la amistad. Tu igual me veniste a hacer el día que me llamaste amigo tuyo. CÉSAR: Es ansí. CARLOS: De sangre noble nací, si la ducal heredaste. Ya sé que tan cerca están tus partes de tu ventura que para hacerla segura la corona de Milán un solo estorbo hay en medio de un sobrino que la goza tan enfermo en edad moza que diera fácil remedio a mi deseo y tu estado la muerte, si permitiera cohechos o te quisiera como yo, aunque mal pagado. CÉSAR: ¡Oh, Carlos! ¡Cómo se entiende que interesado tu pecho amistades que me ha hecho como mercader las vende! Sácame ya del cuidado con que suspenso te escucho, que quien encarece mucho no se tiene por pagado; y pienso yo que en iguales correspondencias de amor si ejecutas acreedor de la obligación te sales de deudor, pues te he querido con tan limpia y pura fe que en ellas te perdoné aun el serme agradecido. CARLOS: ¡Muy bien lo muestras, por Dios! Sea, y búrlate de mí; tu secreto para ti y el mío para los dos. Los amigos de importancia, que se precian de leales, en los bienes y los males van a pérdida y ganancia. Mas tú que con los ingratos quieres lograr tus intentos, avaro de pensamientos, con andar hoy tan baratos, pretendes en los desvíos con que me ocultas tu pena por gastar de hacienda ajena ser pródigo de los míos. ¿Tú triste, César, y yo de la ocasión ignorante? ¿Tú desvelado, tú amante, y yo sin saberlo? No, no busques vana salida a culpas averiguadas. De la soledad te agradas, mi amistad aborrecida; no comunicas tormentos, ni yo quiero examinarlos; ya, César, te cansa Carlos; señor de tus pensamientos has sido; yo te los dejo. Goza a solas tu cuidado; los secretos que he fïado de ti te darán consejo; no llevo ninguno tuyo que restitüirte deba. Prueba otros amigos, prueba; y con aquesto concluyo amor sin comunicar, mientras dejas ofendida una amistad de por vida que ya por ti es al quitar.
Quiérese ir
CÉSAR: Aguarda, Carlos, espera, satisfaré tus engaños; ¿amistad de tantos años por ocasión tan ligera se rompe? Facilidad notable a culparte viene; mas no es mucho, también tiene sus melindres la amistad; también la asaltan recelos, que la amistad en rigor, por lo que tiene de amor, quejas forma y pide celos. Es verdad que quiero bien en parte que corresponde agradecida; ni dónde, ni cuándo, Carlos, ni a quién te he dicho, que como sigo leyes que a la amistad puso más la antigüedad que el uso, y sé que el perfeto amigo no quiere ni intenta más de lo que quiere y intenta su amigo, no juzgué a afrenta la que en la cara me das, pues en este fundamento mi amor oculto creyó que gustando desto yo estuvieras tú contento. Mas pues me llamas ingrato y a lo interesable vives, secretos das y recibes y ya es tu amistad contrato. Oye, aunque el límite pase que me puso a quien respeto, pues debiéndote un secreto que sin que yo te forzase me donaste liberal, si hago pleito de acreedores, tus deudas son anteriores y es bien pague al principal; pero advierte que no es justo que pagarte más intente de aquello que cabalmente te debo. CARLOS: Logra tu gusto. La deuda quiero soltarte; no ofendas tu mudo amor. Mírasme como acreedor; claro está que he de enfadarte. Quédate, César, con Dios.
Detiénele [CÉSAR]
CÉSAR: Eso no. Desobligado has de dejarme y pagado has de partirte; los dos hacemos cuenta ajustada. Ya estriba esto en interés; si te has de ir, vete después que yo no te deba nada. Que amabas dijiste un día y antes que más te explicases y tu dama me nombrases yo, que en la filosofía estoy diestro de los ojos y los tuyos registré, que era Vitoria alcancé la causa de tus enojos. Haz tú otro tanto también, si igual fineza te obliga, porque yo cuando te diga mi amor no te diré en quién le empleo. CARLOS: Enojado estás. CÉSAR: No estoy, que es la causa leve; pero harto hace quien debe en pagar sin que dé más. CARLOS: Di que porque serte intento de provecho en tus cuidados, con paciencia tus enfados quiero sufrir. CÉSAR: Está atento. En un festín que el duque mi hermano hizo una noche..., --engañéme, un claro día, que agregación de luz desautorizo si a tanto sol describo noche fría: pródiga la hermosura y en su hechizo perdida la beldad que Chipre cría; competidoras discreción y gala y dilatada gloria en breve sala, cuadros de estrellas sostituyen flores, ya jardín el salón que amor cultiva, si estrados deste abril usurpadores no extrañan que en tal cuenta los reciba cercado de bellezas y valores el teatro ducal y la festiva ocupación sonora en instrumentos principio dio al sarao y a mis tormentos. Libre gozaba yo la ejecutoria con que el descuido me eximió tributos que rinde el alma y guarda la memoria pechando penas más a menos frutos. ¡Qué cerca está el tormento de la gloria! ¡Qué bien pintó al placer cortando lutos aquel que a los umbrales del sosiego la inquietud retrató pegando fuego! Licenciosa la vista se derrama por venenosos campos de hermosura, présago amor de ejecutiva llama que libre cuello sujetar procura. Vi, Carlos, en efeto, vi a una dama, imperiosa opresión de mi ventura, que presidiendo en tribunal de estrellas lo que esta desperdicia logran ellas. Gozaba, al lado suyo, un caballero privilegios de fiestas semejantes, de incógnito valor, cobarde acero, desvalido entre méritos amantes. No te sabré afirmar cuál fue primero, o amar o estar celoso; mas sé que antes que advirtiese mi estado peligroso si amante me admiré, temí celoso. Salí a danzar, ya rayo de venganzas, por malograr indigna competencia, y a la marquesa saco; entre mudanzas festivas --mal presagio a la experiencia-- sembró risueña en celos esperanzas, espinas que coronan la paciencia; yo de veras amante, el festín juego; cesó la danza y comenzó mi fuego. Ocupo el lado, si cobarde amando, atrevido celoso; y suspendiendo discursos a la lengua hablé mirando, propuse mudo y obligué temiendo. Ella cifras de amor deletreando lo que negó callando pagó viendo. ¡Oh amor, al principiar dulces enojos, idiota en labios, elocuente en ojos! Puso a la fiesta fin la aurora, llena de envidias más que aljófares; ¡qué prisa a mi espaciosa suspensión! ¡Qué pena a obscura ausencia su purpúrea risa! Acompañé hasta el coche a mi Sirena... CARLOS: ¿Que Sirena es la dama que me avisa tu inadvertencia? Más que a tu cuidado a tu descuido quedaré obligado. Ya César me sacaste de adivino; prosigue. CÉSAR: ¿Para qué, si soy tan necio que ofendiendo secretos descamino dichas de amor y leyes menosprecio? Pasé a la lengua el alma, en ella vino Sirena aposentada; que no precio sin Sirena vital acción ¡qué asombro!, vivo en nombralla y muero si la nombro. Ya, Carlos, sabes más que yo quisiera; vencísteme y perdíla por nombralla. ¡Oh lengua para el mal siempre ligera! ¡Oh pecho descuidado al refrenalla! Si eres leal, si quieres que no muera, su nombre se te olvide, o si no calla; que si alcanza a saber que está ofendida desacredito a amor, pierdo la vida. CARLOS: ¡Ah, César, quién pudiera ejecutivo quererte menos por vengar agravios! ¿Qué importa conocerla si en ti vivo? Lo que me ocultas tú debo a tus labios; prosigue con tu amor ponderativo y estima en más respetos, si no sabios, leales en sufrirte y no ofenderte, que al olvido la nombras o a la muerte. CÉSAR: ¿Qué quieres, caro amigo, que prosiga? Facilitó imposibles la frecuencia; muchas veces la hablé; muchas obliga a firme resistir, firme asistencia; desdeñosa al principio, ya mitiga rigores, ya al amor, correspondencia que caudalosa en voluntades trata, risueña obliga y satisface grata. Sólo de tu amistad, --¿diré envidiosa?, bien puedo, que no quiere que a la parte entres con ella en alma que imperiosa duda de gobernar sin desterrarte-- premática me puso rigurosa con privación de no comunicarte su nombre, ni mi amor, y esto con pena que en sabiéndolo tú, pierdo a Sirena. Sé agora, Carlos, juez de mi indiscreto roto silencio ya; serás testigo de mi muerte también si a su respeto te atreves y a la ley de hidalgo amigo. De mi alma eres señor; de mi secreto con la sortija de Alejandro obligo tus labios y lealtad, porque al sellarlos la fe que a Efestión obligue a Carlos.
Sale GASCÓN
GASCÓN: ¡Damas, cuerpo de Dios, damas, despedid por hoy enojos y desenvainad los ojos que en las amorosas llamas un crítico los llamó espadas negras de esgrima! A Sirena y a su prima cierto coche malparió en ese jardín frontero, porque entre sus hortalizas flores se llamen mellizas y su comadre el cochero. Visto os han y acá se aplican; amor en el campo es hambre y todo encuentro fïambre da apetito; si se pican dos a dos estáis. CÉSAR: Ya temo con qué ojos miraré, Carlos, a quien quebranté el primer precepto. CARLOS: Extremo escrupuloso es el tuyo; ya yo no tengo memoria de lo dicho. A mi Vitoria voy a ver; ¡ay Dios, si suyo me llamara! Tú, entre tanto que sus rigores mitigo, prosigue dichas amigo, prosiguiré yo mi llanto; que en mis penas divertido si tú en tu gloria elevado sabrá en tu amor mi cuidado darme por desentendido.
Vase
GASCÓN: (Dama falta para mí; Aparte el primer lacayo soy que huérfano de hembra estoy. Dijérala a hallarla aquí, a fuer de cómico humor: "¿Y ella no nos dice nada?" Respondiérame alentada: "Y él ¿sabe tener amor?" "Y ella ¿qué gusto embaraza? ¿qué voluntad fregoniza?" "Y él ¿en qué caballeriza ejercita la almohaza?" "Y ella ¿a quién vende novillos?" "Y él ¿cuánto ha que es moscatel?" Porque eso de "¿y ella?," "¿y él?" dan al gracejo estribillos. Mas pues lacayo soltero soy y no hay con quién parlar iréme a cochiquizar un rato con el cochero.
Vase. Salen SIRENA y DIANA
SIRENA: Estas riberas frecuento con notable inclinación. DIANA: Animan la suspensión de tu altivo pensamiento sus márgenes siempre amantes, que contra estivos rigores humildes ya en niñas flores, locas ya en plantas gigantes, tejiendo lazos estrechos criaturas dél parecen, que aves cantan, vientos mecen y él alimenta a sus pechos. SIRENA: Poéticas descripciones autorizas. DIANA: Entretienen mientras obscuras no vienen a deshermanar razones. Mas advierte que hemos sido asaltadas. SIRENA: ¿Cómo ansí? DIANA: César, tu amante, está aquí. SIRENA: La primer vez que ha venido desacompañado es ésta. ¿César sin Carlos? Extraña novedad. DIANA: No se acompaña amor que no manifiesta sus secretos; soledades busca toda suspensión. SIRENA: Di leyes de mi afición, que malogran amistades.
Llégase a ellas
CÉSAR: Viendo yo la compostura deste sitio, prenda mía; las nuevas flores que cría su aventajada hermosura, luego dije a mi ventura, "¿Tan alegre esta ribera? ¿tan florida y lisonjera? Notable ocasión tendrá; que quien tan compuesta está visita o huésped espera." No salió mi consecuencia mentirosa, si bien veo que no es cortés este aseo sino loca competencia. El campo en vuestra presencia con arrogante osadía parece que os desafía y en plaza de armas de flores esperanzas y temores le dan miedo y osadía. Competencia es desigual; envidias de perlas llora; rindióse, ya es vencedora la marquesa del Final. Los pies os besa en señal de que humilde os obedece; ya le pisáis, ya florece de nuevo; dichoso ha sido quien pisado y oprimido risa aumenta y flores crece. SIRENA: Ni el río, César, ni el prado enseñaros a hablar pudo, que uno y otro, obrando mudo, cuerdo obliga y causa agrado. Hasta el río es tan callado que con reinar su corriente desde su ocaso a su oriente palabras aborreció tanto que se llama el Po con dos letras solamente. Vos, al contrario, perdiendo suertes que estoy recelando lleváis mal amar callando y obligar obedeciendo. Perficionaros pretendo, César, porque en mi afición no tendrá jurisdición --esta altivez perdonad-- ni parlera voluntad, ni ocupada inclinación. CÉSAR: ¿Pues quién, si no lo fingís, ocupando el alma mía os usurpa monarquía que sola en ella adquirís? SIRENA: Pensamientos divertís, que yo quisiera ocupados y menos comunicados con quien, no sé si indiscreto, desacredita el secreto que abona vuestros cuidados. Este Carlos ha de echaros, César, a perder sin duda. CÉSAR: Con él mi voluntad muda no se ha atrevido a agraviaros; obedeceros y amaros son el arancel que sigo, tanto que con ser mi amigo y una alma sola los dos, porque me lo mandáis vos le agravio y le desobligo. Ni yo le he comunicado desvelos de mi ventura, ni él, aunque los conjetura, saberlos ha procurado. SIRENA: Andáis vos muy alentado, César, para no tener amigo con quien hacer plaza de favorecido que suele, si está oprimido, un secreto enflaquecer. Vos sólo en mi voluntad sois absoluto señor; si es correspondencia amor, pagadme con igualdad; no ha de ocupar su amistad alma que se llame mía por más que en ella porfía vivir quien me la usurpó, que soy muy gran huésped yo para estar en compañía. Carlos, sea o no leal, me cansa, y no será bien, César, que queráis vos bien a quien me parece mal; dejarle será señal de que a mi amor os obligo. CÉSAR: Mirad, señora... SIRENA: Esto os digo; leyes de mi gusto son. César, en resolución o con Carlos o conmigo.
Vase
CÉSAR: Esperad, oíd; tenelda, Dïana hermosa, obligalda a que me escuche; llamalda, reducilda, disponelda... DIANA: Si la amáis, obedecelda, César; que probar ordena a costa de vuestra pena la fe de vuestra afición. CÉSAR: ¿Pues eso...? DIANA: En resolución, con Carlos o con Sirena.
Vase
CÉSAR: Esto estriba ya en porfía más que en finezas de amor; no hay belleza sin rigor, ni altivez sin tiranía. Estos espíritus cría la hermosura idolatrada. ¡Ah presunción encantada en mujer desvanecida; arrogante si querida, terrible si despreciada! ¿Que deje yo la amistad de Carlos? ¿Que agravie yo a quien debo tanto? El Po, padre desta amenidad, primero a la eternidad casi de su curso frío con mudable desvarío ofenderá y imprudente nacerá mendiga fuente donde muere inmenso río, que con culpables mudanzas ofenda la inclinación que aumenta mi obligación y alienta mis esperanzas. Ponga el tiempo en dos balanzas mi amistad, mi ardiente pena, que si a olvidar me condena la una fuerza ha de ser, Carlos, por no te perder dejar de amar a Sirena. Adórola; mucho digo. ¡Oh ciegas contrariedades! Hallar podré otras beldades, pero no otro igual amigo. Si le dejo, me castigo; piérdome, si no le dejo y en dos caminos perplejo hallo --¡extraña confusión!-- mi desdicha en la elección y mi daño en el consejo.
Sale CARLOS muy contento
CARLOS: ¡Cómo podré yo explicarte mi gozo, amigo...! No digo bien, que el señor no es amigo, y viniendo a gratularte duque de Milán, no es cuerdo el título que te doy. Tu vasallo, duque, soy cuando el ser tu amigo pierdo. Murió tu sobrino ya; duque de Milán te aclama festiva a voces la fama y de suerte alegre está la nobleza y pueblo junto, que agradeciendo a la muerte su dicha olvida por verte las obsequias del difunto. En tu busca la nobleza sale y toda la ciudad: trueque por la majestad el título vuestra alteza y déme para besarlos los pies. CÉSAR: Cuando estilo mudas me ofendes por ver que dudas de lo que te estimo Carlos. El parabién que me das dátele también a ti; para ti soy lo que fui, duque para los demás. La fortuna no enajena amigas jurisdiciones. El norte de mis pasiones, como sabes, es Sirena y puesto que pende della toda mi felicidad, por no perder tu amistad a riesgo estoy de perdella. No me mudo yo, aunque herede; César para ti he de ser; que Milán no ha de poder lo que Sirena no puede. CARLOS: ¿Pues qué hay en eso? CÉSAR: Despacio sabrás las contradiciones de mis confusas pasiones. Vamos agora a palacio; y mientras conmigo estás, Carlos, a solas no mudes estilo ni de mí dudes, que si apetezco ser más es para que más poseas. CARLOS: Eres César y de modo lo vengas a ser del todo que César Augusto seas.
Vanse. Salen SIRENA y DIANA
SIRENA: ¿Duque, César? DIANA: Premia el cielo partes dignas de reinar. Creció a sus plumas el vuelo tu amor; ya te puedo dar plácemes. SIRENA: ¿De qué? DIANA: El desvelo con que César te ha servido aumentará en tu favor deseos contra el olvido; que en el noble crece amor con el estado. SIRENA: He nacido, Dïana, tan sobre mí que si le favorecí hasta este punto, no sé desde agora lo que haré. DIANA: ¿Qué dices? ¿Estás en ti? SIRENA: Estoylo, y tanto que crece mi olvido con la razón. Creerás que me desvanece la ducal ostentación que esa esperanza me ofrece; mas puesto que él lo merezca yo solo intento querer, aunque soberbia parezca, amante que engrandecer, no duque que me engrandezca. Llegará a mí presumido, cuando no desvanecido, César a hablarme y creerá que sus dichas pisan ya celos, desdenes y olvido. ¡Qué grave que entrará a verme! ¿Mas que hace, para obligarme, majestad el pretenderme, favor el solicitarme y pasatiempo el quererme? DIANA: ¡Ay, prima! Déjate deso que pones en opinión tu cordura. SIRENA: Todo exceso altera la discreción, Diana, y oprime el seso. Hombre que duda dejar por mí un amigo y causar pudo en mi amor sentimiento ¿no ha de obligar mi escarmiento? ¿No me ha de desestimar duque ya y entronizado; de monarcas pretendido por yerno, solicitado de reyes y persuadido a deidades de su estado? DIANA: ¿Luego no le quieres bien? SIRENA: Infinito. DIANA: ¿Pues qué intentas? SIRENA: Que celos causa le den de amarme más. DIANA: De esas cuentas no sé si has de salir bien. SIRENA: Esta alta razón de estado mis quimeras han hallado, que ha de ser en mi favor; con celos se aumenta amor, sin ellos es descuidado. César, duque de Milán, de lisonjas aplaudido, si desvelos no le dan recuerdos, prima, en su olvido mis deseos penarán; a más difícil empresa más ardides, más soldados. DIANA: ¿Y si te deja? SIRENA: Marquesa me quedo, alivio cuidados y esperanzas de duquesa DIANA: Terrible, Sirena, estás; pero ¿con quién le darás celos, rabiosos venenos? SIRENA: Con hombre que valga menos para que lo sienta más. Marco Antonio, aquese necio, para esto me ha parecido bien, aunque de poco precio. DIANA: Celos engendran olvido si paran en menosprecio. SIRENA: Yo he de probar los quilates de los celos. DIANA: Grande error es que probar hombres trates, porque pruebas en amor suelen llorar disparates.
Sale MARCO ANTONIO
MARCO ANTONIO: Por no ver los regocijos que a César previene el pueblo...
A SIRENA
... a ese César venturoso, --perdóneme si le afrento cuando este nombre le aplico, que yo no sin causa pienso que necedad y ventura en este siglo es lo mesmo-- salí a divertir envidias a esta soledad, creyendo crecer en ellas pesares, porque los mismos efectos causan la música y campos, si es verdad que son aumentos de tristezas en el triste, de gustos en el contento. Mas piadosa la fortuna dio a mis pesares consuelo cuando menos le esperaba con vuestro dichoso encuentro; pues del modo que se olvidan naufragios, tomado el puerto, heridas con la vitoria y trabajos con el premio, mis envidias se olvidaron, hermosa marquesa, viendo en vos cifrado mi alivio, pues no hay penas donde hay cielos. SIRENA: Enfermos de un mal los dos, Marco Antonio, nos podremos consolar el uno al otro, si consuela el mal ajeno. Yo también a estas riberas contaba los desaciertos en que la fortuna loca constituye su gobierno. Cortó en agraz el abril del más ilustre mancebo que vio Milán en su silla, que dio esperanzas al tiempo. Dejó en su lugar a César, si antes de heredar soberbio, juzgad vos qué tal será ya señor, ya no heredero. No hay elección en los hados; desde sus principios fueron naturaleza y fortuna opuestas en sus efetos. ¡Cuánto érades vos más digno, noble, gallardo, discreto, cortés, liberal, afable, que un hombre en todo diverso! MARCO ANTONIO: Ya que esa merced me hacéis, y adorándoos no hay secreto que ose el alma reservaros, yo, mi Sirena, os prometo que llegándome a mirar no ha mucho al líquido espejo dese cristal fugitivo, dije --sus flores lo oyeron-- "Si méritos y no dichas entronizaran sujetos sin excepción de personas ¿quién me negara el imperio? En los dotes naturales ¿qué me falta? ¿qué no tengo? Sangre ilustre, deudos claros, alma noble, gentil cuerpo, generosa inclinación, alentados pensamientos en la adversidad constantes en la prosperidad cuerdos; infatigable al trabajo, festivo y galán en juegos; para el amigo apacible para el contrario severo; estudioso cortesano... y, sobre todo, --¿dirélo?-- de la marquesa bien visto, con que a mi dicha eche el sello." DIANA: (Tal te dé Dios la salud.) Aparte SIRENA: (¿Hay presumido más necio? Aparte Buen competidor escojo para darle al duque celos.)
A él
No desmerecéis conmigo por alabaros, si es cierto que quien a sí no se estima causa en otros menosprecio. Más con eso me obligáis, que el propio conocimiento incita a heroicas acciones y más siendo como el vuestro. Creed, señor Marco Antonio, que pudo en mí el conoceros tal vez tanto que ha formado quejas contra vos mi sueño. Contemporizad prudente de la fortuna sucesos, ciegos como quien los guía. César es duque, en efeto; conformaos con sus vasallos, id galán, dalde compuesto parabienes pesarosos, aplaudilde lisonjero; que yo por contrapesar vuestros justos sentimientos añadiré a vuestras galas favores agora honestos. Esta banda de diamantes
Dásela
tuvo a un príncipe por dueño que por vos pongo en olvido, mejorada ya de empleo. Honralda y después...
Sale GASCÓN y habla por las espaldas a MARCO ANTONIO, creyéndole su amo
GASCÓN: Señor, ricos, pobres, mozos, viejos, damas, dueñas, calles, plazas, fiestas, danzas... ¿Cómo es esto?
Vuelve MARCO ANTONIO y conócele GASCÓN
Vueselencia me perdone, que como no ha muchos credos que dejé a mi dueño aquí, pensé --es mi oficio dar piensos-- que con vos se entretenía. MARCO ANTONIO: A ser vos no tan grosero, pudiérades conocer quién soy yo. GASCÓN: Tenéis los lejos ducales y no estoy ducho en examinar reversos humanos porque chamuscan a quien camina zaguero. No soy derramaplaceres; perdonadme, que ya os dejo; paréntesis fui lacayo, ni añado ni quito al texto.
Quiérese ir
SIRENA: Esperad, ¿a quién servís? GASCÓN: Serví hasta aquí a un caballero con no más que dos caballos, mas ya se llama duqueso. SIRENA: ¿Crïado del duque sois? GASCÓN: Crïado, si no a sus pechos, a los de real y cuartillo, que me hacen su racionero. SIRENA: Pues no os vais, que tengo mucho que preguntaros.
A MARCO ANTONIO
Al cuello Marco Antonio este favor lucid. MARCO ANTONIO: Añadid a premios de oro, prendas de cristal; sellad labios que soberbios se alabarán presumidos si los permitís abiertos.
Bésale una mano
DIANA: (¿Hay locuras semejantes?) Aparte GASCÓN: (¡Zape! Sal quiere este huevo. Aparte Si es amor, por Dios que escoge mal Adonis vuestra Venus.) SIRENA: Dad, Marco Antonio, por mí un recaudo al duque nuevo, corto y tibio; que a esto obligan enfadosos cumplimientos. GASCÓN: (¿Cumplimientos con enfado Aparte a un duque, señor supremo de Milán? Opilaciones son de amor; saco el acero que deshinche presumidas.)
A MARCO ANTONIO
SIRENA: Correspondedme discreto y advertid que os quiero mucho. GASCÓN: (¡Oh qué tonto mucho os quiero!) Aparte SIRENA: ¡Hola, el coche!
A GASCÓN
Venid vos conmigo. DIANA: Prima, ¿qué has hecho? SIRENA: Estratagemas amantes. Dïana, yo he dado en esto, veamos en lo que para. GASCÓN: (Un mucho voy satisfecho, Aparte que la he parecido bien; hembra es en fin, yo soy hembro. Quien a tal hombre hace cara, en la opinión majadero, si ha de escoger lo peor escogeráme; apostemos.
Vanse

FIN DEL PRIMER ACTO

Celos con celos se curan, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002