ACTO SEGUNDO


 
Salen CÉSAR y CARLOS de luto mediano, y acompañamiento
CÉSAR: Yo estoy reconocido a la lealtad y amor con que ha venido la ciudad a ofrecerme la corona ducal y a entretenerme en las ostentaciones festivas, que en aquestas ocasiones a mis antepasados dejaron aplaudidos y obligados. Obsequias funerales sentimientos de amor piden iguales; que con honras funestas no dicen, caballeros, bien las fiestas. Cumpla el culto divino en primero lugar con mi sobrino y después darán muestras con regocijos las lealtades vuestras; que juzgo por azares eslabonar placeres con pesares. [CORTESANO]: Alabe en vuestra alteza Milán la discreción con la grandeza y llámese dichoso, señor que es heredero generoso no sólo deste estado de las almas también, que en tanto grado rinden agradecidas a dominio de amor feudo de vidas.
Vanse los [cortesanos]
CÉSAR: Cúbrete, Carlos, agora. CARLOS: ¿Yo, señor? CÉSAR: En la igualdad dijiste que la amistad consistía; no lo ignora quien si en público pudiera hacer que te respetaran todos y a mí te igualaran, mi mismo poder te diera. Cuando estás solo conmigo indistinto de mí te hallo; sé en público mi vasallo, pero en secreto mi amigo. Cúbrete. CARLOS: Servirte gusto. CÉSAR: No digas servir aquí. CARLOS: Cumplo tu gusto. CÉSAR: Eso sí; no sirve, sino hace el gusto de su amigo quien merece tal nombre. Duque soy ya; gozoso Milán me da su corona y me obedece. No me has de juzgar ingrato, también tú has de ser marqués de Monferrato. CARLOS: Los pies te beso. Mas Monferrato ya es pequeño para mí; pues si con nombre de amigo soy una cosa contigo, distinguiéndome de ti de ese modo, no podrán darme título de cuerdo los que ven que marqués pierdo el ducado de Milán. CÉSAR: Bien arguyes; serás pues por ese mismo respeto duque conmigo en secreto, pero en público marqués. ¿Cómo te va con tu dama? CARLOS: Más a mi gusto se inclina a mis ruegos. CÉSAR: Si adivina amor, profética llama, Carlos, que eres ya marqués de Monferrato, no dudo que lo que tu amor no pudo pueda en ella el interés. ¡Ojalá hiciera la mía otro tanto! Esta mudanza crece en mí desconfïanza: ¡Amor, ciega tiranía! No me puedo persuadir que mujer que me desdeña por ocasión tan pequeña como es el verme asistir a tu amistad tenga amor. CARLOS: Si hasta agora no heredado, dueño suyo te ha llamado, siendo de Milán señor ¿quién duda que este respeto grados a su amor añada? CÉSAR: Quien cual yo se persüada que es la mujer un sujeto tan leve y sin fundamentos que en su varia confusión reinan, ciega la razón, efímeros pensamientos. Jardín de diversas flores que con inconstancia vana nacen hoy, mueren mañana. Desta suerte sus favores logra cualquier voluntad que en mujer los vinculó, y por esto se llamó hermosa la variedad.
Sale GASCÓN
GASCÓN: Aunque los que ejercitamos ministerios inferiores ni hablamos con los señores ni retretes profanamos --el uso, excepción de leyes, que en las comedias admite porque el vulgo lo permite hablar lacayos con reyes-- esta vez, que por ser una se me puede tolerar, subo, gran señor, a dar plácemes a tu fortuna. CÉSAR: Admítolos. Yo os haré mercedes; andad con Dios. GASCÓN: "¿Os haré?" y "¿andad?" ¿Ya es vos lo que hasta agora fue? Pues, vive Dios, que hubo día, aunque des en vosearme, que de puro tutearme me convertí en atutía. CÉSAR: Gascón, tu estancia es abajo; vete y despeja. GASCÓN: Eso sí; por , "vete" de aquí, y no "andad" con tono bajo, que esto de vos me da pena. Voyme; pero si te agrada daréte yo una embajada de la marquesa Sirena. CÉSAR: ¿De quién? GASCÓN: No sé yo si amor, si desdén, si celibato, me dio el cargo en breve rato de lacayo embajador. Dejéte con ella hablando a los ribetes del río y cumpliendo un desafío del cochero estaba dando un rentoy, cuando escuché entre música festiva decir "¡César duque viva!" Alegre el naipe solté, y viendo que en busca tuya se despoblaba Milán, salto como un gavilán y luego todo aleluya creyendo hallarte con ella, --conocíla por las faldas-- vi a un hombre por las espaldas: El placer ¿qué no atropella? Los ojos me encantusó; que era mi duque entendí, las albricias le pedí; pero al punto que volvió la cabeza, en testimonio de lo que es una mujer, llegué a ver --y qué mal ver-- tan privado a Marco Antonio que con el favor ufano que la señora le dio con los labios la ensució las espaldas de una mano. CÉSAR: ¿En la mano de Sirena labios Marco Antonio? GASCÓN: Sí. Perdón cortés le pedí y él, en lo hinchado ballena si en los méritos mosquito, me dijo: "Sois un grosero." Respondíle: "Caballero, yo aquí ni pongo ni quito; nací a escuras y he quedado grosero de conyunturas; que madre que pare a escuras ¿cómo puede hilar delgado?" Quise dejarlos, mas luego que la marquesa advirtió ser ministro tuyo yo me manda que aguarde; llego a ver favores amantes y miro que la Sirena le echó al cuello una cadena, si no banda, de diamantes. CÉSAR: ¿Qué dices, loco? GASCÓN: Una banda, vive Dios, que vi a tu pecho mil veces; y él, satisfecho de necio, oye que le manda que viniendo a visitarte cuando en tu presencia esté muy corto y tibio te dé un recaudo de su parte, sin más encarecimientos ni muestras de regocijo; porque a aquesto obligan, --dijo--, enfadosos cumplimientos. Despidióse y luego escucho que dijo con tierno afecto: "Correspondedme discreto y advertid que os quiero mucho." Porque vean lo que son las mujeres, aunque sean marquesas, y porque vean la medra de su elección. Partióse él favorecido y llamándome la dama me dijo: "A quien tibio ama pone mi agravio en olvido. Marco Antonio es voluntad todo, y a mi amor sujeto ni ocasiona su secreto, ni me ofende su amistad." "Pues a mí, señora mía, ¿tócame eso?" --la respondo--. "Nunca me meto en tan hondo. Gócele vueseñoría, sin que se deshaga dél un siglo, pues le escogió cuerdo o necio, porque yo no he de casarme con él." Replicóme, "Aquesto os digo para que a vuestro señor digáis; que en casos de amor a quien tiene tal amigo poco le desvelarán venganzas de una mujer y a mí menos el perder la corona de Milán." Picó con esto el cochero; dejóme y viniendo aquí lo pasado referí, relator y mensajero. Y agora que del trabajo presente me descargué, los altos despejaré por los países de abajo.
Vase
CÉSAR: ¿Ves, Carlos, cómo ha salido verdadero mi temor? ¿Cómo no me tiene amor Sirena? ¿Cómo ha fingido achaques y cómo es cierto que es Marco Antonio el dichoso? Pues dámele tú achacoso que yo te le daré muerto. CARLOS: Admiro en tal discreción tan desatinado empleo, puesto que en la mujer veo la heredada imperfección de nuestra madre primera que escogió, como mujer, lo que nos echó a perder. La marquesa es su heredera, y hala querido imitar; pero anime tu venganza el ser la mujer mudanza y que al fin se ha de mudar Sirena. CÉSAR: ¿Y eso es bastante? Pudieras, Carlos, saber, si es mudable la mujer que en sólo el mal es constante, y que con tales desvelos es ya mi pena mayor. ¡Qué mal nacido es amor pues que se aumenta con celos, enflaquece con regalos y con disfavores crece! Esclavo, aunque es dios, parece pues hace virtud a palos. ¿Qué he de hacer? CARLOS: De mi consejo, fingir rigores conmigo; pues viéndote mi enemigo y que tu privanza dejo, si es ardid de su desdén el probarte contra mí, podrá ser se ablande ansí y pague en quererte bien. CÉSAR: Carlos, no me des disgusto; no es amor lo que es porfía ni se funda en tiranía la ley süave del gusto. Yo adoraré su hermosura sin desdorar mi valor y aborreceré en su amor el tema de su locura.
Sale MARCO ANTONIO muy de gala con la cadena de SIRENA
MARCO ANTONIO: Aunque mis gratulaciones no sean de las primeras, gran señor, y prevenciones adelanten lisonjeras festivas ponderaciones, por mías se estimarán no obstante que lleguen tarde. Mil años goce Milán esta dicha. CÉSAR: Dios os guarde. ¿Cómo venís tan galán a verme cuando este estado por el dueño malogrado, que en tierna edad se le ha muerto, de cuerdo luto cubierto sentimientos ha mostrado dignos del postrer tributo que deben los caballeros a su señor absoluto? Parabienes de herederos son parabienes de luto. MARCO ANTONIO: Gran señor, inadvertencia de amante favorecido culpó mi poca experiencia. Quiero bien; precepto ha sido entrar ansí en su presencia de una dama. CÉSAR: En los amantes no son disculpas bastantes las que en tales ocasiones deslucen obligaciones. MARCO ANTONIO: Esta banda de diamantes me echó al cuello y me mandó que con ella a vuestra alteza visitase. CÉSAR: Bien sé yo que aborreciendo firmeza de diamantes os la dio.
A CARLOS aparte
¡Ay Carlos, que estoy perdido a no vengarme, obligado por ser duque, y en su olvido a morir disimulado y a no quejarme ofendido!
A MARCO ANTONIO
Amante sois puntüal; no me ha parecido mal que ansí cumpláis vuestro amor. MARCO ANTONIO: Háceme mucho favor la marquesa del Final. CÉSAR: ¿Que en vos logra su cuidado la marquesa? ¿Y llevará bien el que la hayáis nombrado? MARCO ANTONIO: ¿Pues no, señor? Claro está; que trayéndoos un recado de su parte me consiente alardes de su hermosura. Dice que por el presente estado os dé la ventura laureles, que en vuestra frente multipliquen en Milán cuantas coronas están por el mundo repartidas, porque las gocéis unidas con el imperio alemán. CÉSAR: Decilde vos a Sirena que de su cuerda elección la doy yo la enhorabuena; que escogió a satisfación de todos; que quien ordena de sus afectos tan bien no nos deja qué cuidar; que admito su parabién y que os pudiera envidiar quereros tal beldad bien, si el cargo destos estados dejara desocupados pensamientos inferiores que ya en materia de amores se retiran jubilados; y que he de ser yo el padrino desposándose con vos.
A CARLOS aparte
¡Ay Carlos, qué desatino! MARCO ANTONIO: Guarde a vuestra alteza Dios, que puesto que soy indigno de tal merced le prometo reconocella leal y desde agora la aceto. CÉSAR: Si sois marqués del Final, tendrá un señor muy discreto.
Vase [MARCO ANTONIO]
CARLOS: Ya de tu desasosiego la cura eficaz hallé; que más alcanza quien ve que el que se ocupa en el juego. Ni Sirena te aborrece, ni mi amistad la da enojos, ni en Marco Antonio los ojos pone, ni le favorece. Por tenerte inclinación con ardides te conquista su amor; sé buen estadista y lograrás tu afición. Mujer que estima el secreto de su amor de suerte en ti que le recela de mí, si no te quiere ¿a qué efeto mandarle publicar pudo a este necio opositor, en él pregonero amor y en ti solamente mudo? Sin más causa, no lo creas. Obligarle a visitarte con recaudos de su parte para que en su cuello veas prendas de quien dueño fuiste; permitir su desenfado delante de tu crïado las cosas que agora oíste, no está fundado en desdén si reparan tus desvelos en que ninguno da celos a lo que no quiere bien. CÉSAR: ¿Pues en qué puede estribar que se deleite Sirena, Carlos, en darme a mí pena? CARLOS: Descuida el asegurar y aviva mucho el temer. Vete Sirena ensalzado, por duque reverenciado y casi real tu poder; dificulta su esperanza al paso que vas creciendo, y amor por celos subiendo lo más remontado alcanza. A más subir, más escalas para alcanzarte procura, porque a tan sublime altura mal volará amor sin alas. En esta razón de estado funda todo su rigor. CÉSAR: De su filósofo amor pienso que en la causa has dado; y sírveme de consuelo el imaginar que ansí no se desdeña de mí quien viviendo con recelo de que me puede perder celos pone de por medio. Confiésote que es remedio de tan eficaz poder que igualmente crece en mí, Carlos, mi amor con mi agravio. CARLOS: Pues aprovéchate sabio de sus armas. CÉSAR: ¿Cómo ansí? CARLOS: Finge amar en otra parte, que celos en competencia donde hay menos resistencia vencedor han de sacarte. Sirena es mujer; no puede siéndolo disimular su menosprecio y pesar; fuerza es que vencida quede. Amante que fue querido y ruega menospreciado muestras da de afeminado cuando se humilla ofendido; y no has de ser tú tan necio que ruegos en tal sazón animen su presunción y engendren su menosprecio. CÉSAR: ¡Qué experimentado estás en amorosos desvelos! CARLOS: Batallen celos con celos; veremos quién puede más. CÉSAR: Alto, yo he de obedecerte. Mas ¿a quién eligiré para eso? CARLOS: Yo te daré dama para merecerte, digna de humillar el seso más libre, cuya presencia a Sirena en competencia desvele. CÉSAR: No digas eso, que en Sirena aventuró la hermosura su caudal. CARLOS: ¿No merece ser igual la que en Valencia del Po es condesa? ¿No es Narcisa hermosa competidora del sol de quien es aurora? CÉSAR: Carlos, es cosa de risa compararla con Sirena. Alabo su perfección, celebro su discreción y sé que Narcisa es buena para que en ausencia suya encarezcas su favor, mas no para que en mi amor por Sirena sustituya. CARLOS: No disputemos en eso; sólo intento que con ella pruebes en tu dama bella si celos quitan el seso. Prima es de Victoria. CÉSAR: Ordena a tu voluntad la mía; que si de la tiranía triunfo por ti de Sirena y tus trazas me aseguran de su severo rigor, sabré que en males de amor celos con celos se curan.
Vanse. Salen NARCISA y ALEJANDRO
NARCISA: No has de salir al torneo si deseas darme gusto. ALEJANDRO: En él, Narcisa, me empleo; mas mi palabra no es justo que por cumplir tu deseo se quiebre. NARCISA: ¿Por qué has de dar palabra tú sin tener mi licencia? ALEJANDRO: No has de usar de tu amoroso poder tanto que no des lugar a que cumpla mi valor con la obligación mayor que como vasallo debo en Milán al duque nuevo. Sus límites tiene amor en materia de quererte, de agradarte, de servirte; mi gloria es obedecerte, mi regalo divertirte y mi tormento ofenderte. Pero en lo demás ya ves que soy libre. NARCISA: No se ofende desto quien firme amante es, que amor a todo se extiende; y aunque en ese tema des dudo por lo que te quiero desgracias, que en tales fiestas un accidente ligero les vuelve tal vez funestas; y vistiéndose de acero no sé yo quién las ha dado ese nombre mal fundado; que fiestas si dellas gustas en vez de telas de justas visten telas de brocado. ¿Ves como tiene el amor derecho para mandarte que no salgas? ALEJANDRO: Tu temor puede, mi bien, disculparte. Yo he de ser mantenedor; colores me puedes dar con que animes mi esperanza. NARCISA: Mas que por este pesar has de obligar mi venganza... ALEJANDRO: Ea, deja de amenazar, que cuanto más propusieres olvidarme más me quieres. NARCISA: Dame penas confïado; sabrá tal vez tu cuidado lo que es agraviar mujeres.
Sale CARLOS
CARLOS: En fe de lo que os estima mi reconocido amor, que ya por vuestro favor alcanza el de vuestra prima, Narcisa hermosa, no tengo por contento el que hoy recibo si del parabién me privo que a recibir de vos vengo. César, duque deste estado, y tan amigos los dos ¿quién duda que me deis vos plácemes de su privado? NARCISA: Deseaba, Carlos, yo de manera vuestro aumento que al instante mi contento las albricias me pidió; que ya dobladas serán pues, si no hay cosa partida en amistad tan unida, siendo duque de Milán y gratulándoos a vos parabienes desobligo, pues dándolos a su amigo en uno cumplo con dos. El cielo en César aumente estados que vos gocéis. CARLOS: Como licencia me deis para cierto caso urgente aparte os quisiera hablar, si Alejandro lo permite. NARCISA: Alejandro siempre admite lo que yo suelo estimar. ALEJANDRO: Y más siendo vos a quien tanto yo servir deseo. CARLOS: Siempre, señora, me empleo en lo que ha de estaros bien. ALEJANDRO: (¿Que le está bien a Narcisa Aparte y que no lo sepa yo? Sospechas, mal sosegó amor que al recelo avisa. ¡Vive Dios que voy dudoso! ¡Oh mar de amor, leve esfera, qué poca ocasión altera las olas de tu reposo!)
Vase
CARLOS: Condesa, esta universal deidad, que todo lo abrasa, ha traído a vuestra casa al nuevo duque; su mal sólo en vuestra discreción espera remedio. NARCISA: ¿En mí? Carlos, jamás preferí el oro a la inclinación; yo se la tengo a quien puede quejarse de vos. CARLOS: Señora, no os alteréis hasta agora; que sin que Alejandro quede de su amor desposeído, ni vos el nombre temáis que constante eternizáis, lo que por el duque os pido es tan sin riesgo del daño que prevenida teméis... como dél mismo sabréis, que entra a veros NARCISA: Si es engaño, Carlos, perderéis conmigo mucho crédito los dos. CARLOS: Ni es contra él, ni contra vos y es todo en bien de mi amigo.
Sale CÉSAR galán, como de noche
CÉSAR: Privilegios de la noche divierten, Narcisa bella, enfados y gravedades que cuanto autorizan pesan. Partieron jurisdiciones el día y la noche quieta; aquel negocios librando y entretenimientos ésta. Tanto destos necesito que habéis de darme licencia para que en vuestra hermosura hallen puerto mis molestias. NARCISA: Como yo sea tan dichosa que en esta casa entretenga sin agravio de mi fama sus pesares vuestra alteza, podré con ese favor dar envidia a la soberbia, calidad a quien la habita y alabanza a su llaneza. A lo menos yo, entre tanto que tal merced gozo en ella, quisiera como de duque darle de rey norabuenas. CÉSAR: Todo lo que yo valiere como vos gustéis, condesa, a vuestra disposición tendrá ventura más cierta. ¡Ay Narcisa, y qué engolfado en agravios, en sospechas, en desprecios y en venganzas vengo a que me saquéis dellas. NARCISA: ¿Yo, gran señor? CÉSAR: Sola vos habéis de ser contrayerba del veneno que me abrasa, del fuego que me atormenta. Esa discreción hermosa, esa hermosura discreta, castigo tiene de ser de presunciones protervas. Si vos no, ¿quién puede darme vitoria en tan ardua guerra, vida en tan mortal peligro, gloria en tan ingratas penas? NARCISA: Haced, suplícoos señor, generosa resistencia a ímpetus desiguales si es bien que el valor los venza. Vos sois mi señor, mi duque, yo humilde vasalla vuestra, ciego amor, vidrio la fama. ¡Triste de mí si se quiebra! CÉSAR: No acertáis, Narcisa hermosa, mi mal; de causa diversa proceden los desatinos que mi paz desasosiegan. Estad segura de quien, si como me llamo César y soy duque de Milán de los dos polos lo fuera, ni descortés a hermosuras, ni pretendiente por fuerza, ni cansado aborrecido, ni ingrato a correspondencias, diera a agravios ocasiones, motivo a plumas y lenguas, deslucimiento a mi sangre, ni a mis oprobrios materia. Otra hermosura me abrasa y solo estriba en la vuestra el remedio de mi vida. NARCISA: Declárese vuestra alteza. CÉSAR: La marquesa del Final, por recíproca inflüencia del cielo, por su hermosura, por mis desdichas dijera, si no agraviara elecciones que aunque desdenes padezcan empleos dichosos logran por lo altivo que contemplan... Sirena en fin, que en las sirtes de amor a los que navegan para anegar voluntades fue en nombre y obras sirena, correspondiente al principio a pretensiones honestas, agradecida a secretos y amorosa a diligencias, de tal suerte entró agradable en el alma que gobierna, lisonjeando esperanzas y cautivando potencias, que adorando esclavitudes la aclamaron por su reina deseos, vulgo de amor, que ignorantes se sujetan. Tirano fue cauteloso que haciendo mercedes entra, destruyendo vidas sale; mas ¡ay cielos! si saliera del pecho ¿qué me faltaba? Leyes propuso severa, ofendióse de amistades y menospreció firmezas. Heredé en esto a Milán; ¿quién, mi Narcisa, creyera que aumentos de estados y honras favores disminuyeran? Crecí en dignidad, creció en desdenes y en ofensas; no siendo duque me amaba, ya duque me menosprecia. A un mozo bárbaro admite tan pobre y falto de prendas cuanto rico de venturas; este me hace competencia. Marco Antonio es el querido, el menospreciado César; mis dádivas le autorizan, sus mudanzas me atormentan. Fácil pudiera vengarme a no envainar la prudencia celos, armas prohibidas en quien sin pasión gobierna. Como me llama Milán su señor, como respetan ya lealtades, ya lisonjas, por pisarla yo, la tierra, júntanse mis menosprecios a mis celosas sospechas y de lesa majestad delitos mi amor procesa. Carlos que entrando a la parte de mis prósperas y adversas fortunas juzga por propias las que publican mis quejas, remedios busca eficaces y discreto me aconseja que castigando a mi ingrata use de sus armas mesmas. Que la dé celos con vos dispone, Narcisa bella; milagrosa medicina si sale bien su receta. Ya vos sabéis --perdonadme-- de cuán flaca resistencia sois todas cuando ofendidas si cuando amadas soberbias. Mi salud estriba en vos; sed mi dama en la apariencia, ayudadme cautelosa, dadme venganza discreta. Como enfermo os pido vida, como ofendido defensa, como vuestro duque ayuda, como mujer competencias. Castigad ingratitudes de quien vuestro sexo afrenta y coronen vuestras plantas el laurel de mi cabeza. NARCISA: Puesto, gran señor, que es justo que vuestros agravios sienta y la elección que en mí hacéis reconocida agradezca, será razón ponderar qué tales las famas quedan de mujeres pretendidas si los príncipes las dejan. ¿Paréceos, señor, a vos que quien amante de veras rehusaba desigualdades las admitirá, si es cuerda, agora dama de burlas a los peligros expuesta de los juicios ociosos y sin el premio que esperan desaciertos a esta traza? ¿Mi amante vos en las muestras? ¿Yo vuestro empleo en el nombre y en la posesión Sirena? No gran señor, tenga yo más dicha con vuestra alteza que debo de haber estado con descréditos de necia. CÉSAR: No os pido yo en perjüicio de vuestra opinión, condesa, livianas publicidades que os desdoren pregoneras. Ni esto puede durar mucho; que celos son impaciencias que en breve o mueren o matan; larga paz tras corta guerra. Sospeche no más mi dama que ya vos lo sois; entienda que amada favorecéis y correspondéis honesta; que si celosa prosigue en mi agravio y en su tema podrán sanar desengaños lo que vislumbres enferman. Si decís de no, matadme. NARCISA: Digo que estoy ya resuelta a ser dama titular si en la propiedad tercera. ¿Qué tanto me dais de plazo para que estas cosas tengan fin? Que temo dilaciones por lo que peligro en ellas. CÉSAR El plazo será tan corto que con dos veces que os vea favorecerme apacible quien me enloquece severa no os seré más importuno. NARCISA: ¿Y si a la noticia llegan, de quien con lícito amor me ha obligado, estas quimeras, permitís, juramentado que callará, darle cuenta del papel que sostituyo? CÉSAR: ¿Que amante tenéis? NARCISA: Con deudas de un siglo de voluntad y dos años de asistencia. Ya no os puedo negar nada; que para que os encarezca lo mucho que por vos hago es bien daros esta cuenta. Mirad el riesgo que corro. CÉSAR: Con obligaciones nuevas me empeñáis. No sé si os diga que lo siento y que me pesa. ¿Y quién es el venturoso? NARCISA: Pregunta excusada es esa, porque en amores de burlas suelen celos causar veras. No habéis de saber su nombre. CÉSAR: Ni yo gustaré que él sepa secretos que desbaraten el fin desta estratagema; porque si tiene noticia por él mi ingrata Sirena de que es fingido este amor cobrará su desdén fuerzas y burlaráse de mí, sin que hacer sus celos puedan la restauración debida a mi posesión primera. NARCISA: Digo, señor, que he de daros gusto en todo.
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: (No sosiega Aparte de temores combatido quien ama ni quien pleitea. A Narcisa dijo Carlos, quedando a solas con ella, que en cosas que bien la están su solicitud se emplea. ¿Cosas que están a Narcisa bien y importa no saberlas yo que la he rendido el alma? ¡Cielos! ¿Qué cosas son estas?
Velos por las espaldas
¿Sola Narcisa con Carlos, y ya con dos? ¿Y recelan que sepa yo lo que tratan, y me despiden? Sospechas adivinaldo vosotras.) CÉSAR: Esta sortija fue prenda de quien me la dio mudable porque aborrece firmezas.
Pónesela en la mano
Mejórese en el cristal desta mano; pruebe en ella si para toque de celos hay quilates de paciencia. ALEJANDRO: (¡Vive el cielo que la ha dado Aparte la mano en quien tuve puesta la cifra de mi esperanza, teatro ya de mi ofensa! ¿Sortijas liviana admites? Si el interés tira piedras que el poder en oro engasta no me espanto que te venza. ¿Quién será el usurpador de mis glorias? Que ya penas juntaron flores a espinas y iviernos a primaveras.)
Llégase a NARCISA y vuelve la cabeza CÉSAR
¡Ah, Narcisa! En fin... CÉSAR: ¿Qué es esto? ALEJANDRO: ¡Señor! ¿Aquí vuestra alteza? CÉSAR: ¿Sois dueño vos desta casa? ALEJANDRO: No, señor. CÉSAR: Pues ¡qué licencia! ¿A tan excusadas horas os osan abrir las puertas? ALEJANDRO: Buscaba yo, gran señor... Turbado digo que buscaba en ella y hallé ya lo que buscaba, porque hallando a vuestra alteza... CÉSAR: Sin querer decís verdades. Andad, esperad afuera si es que en mi busca venís. ALEJANDRO: (Desdichas, salistes ciertas. Aparte ¡César, duque de Milán; Carlos, que en el bien se emplea de Narcisa interesable; ausente yo y mujer ella? Ya pasáis de desengaños imaginadas certezas; ya envidia en el mar, Amiclas teme fortunas de César.)
Vase [y vuélvese al paño]
CÉSAR: ¿Que Alejandro es vuestro amante? NARCISA: El confesároslo es fuerza. A dos años de esperanzas correspondo. CÉSAR: Sois discreta; mucho merece Alejandro. NARCISA: Y mucho es razón que sienta, quien le quiere como yo, los celos que de vos lleva y que no se me permita asegurarle. CÉSAR: Si aumentan el amor antes doy causa a que más, celoso, os quiera. ALEJANDRO: (Perdido estoy, estoy loco; Aparte y para que más me pierda a que renueve mis ansias me manda mi amor que vuelva.)
Sale ALEJANDRO
CÉSAR: ¿Entradas asegundáis, Alejandro? ALEJANDRO: La primera se me olvidó, gran señor, el daros la norabuena del nuevo estado que agora, porque el descuido no ofenda deudas de la cortesía, vuelvo a daros. CÉSAR: Diligencias disculpables; no sé yo que para que se agradezcan parabienes cortesanos se den en casas ajenas. Andad, dádmelos después en palacio. ALEJANDRO: (Añadid penas Aparte a penas, pesares míos, para que me anegue entre ellas.)
Vase
NARCISA: ¿Es posible, gran señor, que no juzguéis por las vuestras las ansias con que Alejandro culpa mi amor y firmeza? ¿Con él sólo vos crüel? CÉSAR: Asegúroos que me pesa, puesto que no os tengo amor, que tanto Alejandro os quiera.
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: La marquesa del Final sospecho que a veros entra. CÉSAR: ¿Pues quién os ha dado a vos el cargo de paje o dueña? ALEJANDRO: Apeábase del coche y para que la condesa estuviese apercebida, parecióme... CÉSAR: No os parezca tan bien Narcisa, Alejandro...
A él [CÉSAR] aparte
NARCISA: Señor, ¿vuestra alteza intenta deshacer obligaciones o dar celos a Sirena? CÉSAR: Uno y otro.
Aparte a CÉSAR
CARLOS: Agora es tiempo que saquen a luz tus pruebas qué tanta jurisdición tienen los celos.
A ella [NARCISA] aparte
CÉSAR: Condesa, en vuestro engaño consiste la vitoria desta empresa; satisfaced mis venganzas. NARCISA: Dios me saque con bien dellas.
Salen SIRENA y DIANA
SIRENA: A amiga que se descuida tanto de mí justo fuera en venganza de su olvido ni visitarla ni verla. Pero puedan más en mí... NARCISA: Advertid que está su alteza presente; llegad y hablalde. SIRENA: ¿Quién? NARCISA: Nuestro duque, marquesa. SIRENA: (¡Ay cielos! ¿A tales horas Aparte y en tiempo que la grandeza suele soñar majestades tan comunicable César? ¿Qué es esto, temores míos?)
A él
Augustos laureles sean los estados, gran señor, que aumenten el que hoy hereda.
Muy seco el duque [CÉSAR]
CÉSAR: Guárdeos Dios. SIRENA: (¡Ay prima mía, Aparte qué "Guárdeos Dios" tan a secas!) DIANA: Eslo toda majestad porque es el sol su planeta. CÉSAR: Daréisle, Narcisa, a Carlos crédito siempre que venga a renovar de mi parte lícitas correspondencias. Y entre tanto olvidad vos las antiguas si interesan méritos de la hermosura coronas con que amor premia, y adiós. NARCISA: Ya es obligación, gran señor, lo que antes era voluntad y en una y otra procuraré yo que sean reconocimientos justos, fiadores de tanta deuda, abonados por humildes.
Vanse CÉSAR y CARLOS. [Habla SIRENA a DIANA aparte]
SIRENA: ¿Qué cifras, prima, son estas?
[Habla ALEJANDRO] a NARCISA aparte
ALEJANDRO: Agora que mis agravios, ojos hasta aquí, ya lenguas, pueden libremente darte parabienes entre quejas, si puedes busca...
Sale CÉSAR
CÉSAR: Alejandro, seguidme.
Vase
ALEJANDRO: (¿Aun hablar me vedan? Aparte Pues revienten dentro el alma víboras de mis ofensas.)
[Habla a NARCISA]
Busca, si puedes, disculpas...
Sale CARLOS
CARLOS: Alejandro, el duque espera. ALEJANDRO: (Porque desespere yo, Aparte pues aun quejar no me dejan.
Vanse los dos
NARCISA: Ven Sirena de mis ojos, que cuando mis dichas sepas palabras han de faltarte en llegando a encarecerlas. SIRENA: Si son las que yo he sacado, Narcisa, por consecuencias, parabienes te apercibo. (¡Ay Dios si ponzoña fueran!) Aparte NARCISA: ¿Ves este diamante, amiga? Pues señal es su firmeza de una voluntad que en él sus esperanzas empeña.
[SIRENA habla] aparte a DIANA
SIRENA: Prima, ¿no adviertes, no escuchas, no tocas perdidas prendas, favorables a un ingrato y ya en posesión ajena? ¿Qué he de hacer? DIANA: Llorar locuras y escarmentar hoy en pruebas de amor que salen tan caras. SIRENA: ¡Ay Diana, que voy muerta!
Vanse

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Celos con celos se curan, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002