ACTO SEGUNDO


 
Salen don DIONÍS y don DUARTE
DUARTE: Don Dionís, parece sueño. DIONÍS: ¿Quién, don Düarte, creyera que tal privanza tuviera, de un principio tan pequeño, un hombre venido ayer, no sé de dónde, sin prenda de valor, fama o hacienda, pues aun de quien le dio el ser está la corte ignorante? DUARTE: Sola una cosa en favor de que es hombre de valor le abona. DIONÍS: ¿Y es? DUARTE: Que el infante le apoye: clara señal que es noble, pues él le ampara; que el infante no agraviara la sangre de Portugal, de quien es tan honrador, dando alas a un forastero, si no fuera caballero. DIONÍS: Algún oculto valor encierra, que por agora debe de importar callalle. DUARTE: Él merece por el talle con que la corte enamora, por el noble proceder que con los títulos tiene, por la humildad con que viene a darnos a conocer cuán ajeno de ambición al rey y al infante obliga a que en su aumento prosiga, y por la conversación apacible con que alcanza renombre su juventud, que envidiemos su virtud y alabemos su privanza. Mas ¿sabéis lo que concluyo del amor con que el señor infante le hace favor? Que debe ser hijo suyo. DIONÍS: ¡Pluguiera a Dios! Sosegara mi amoroso frenesí, si eso, amigo, fuera ansí; porque la sospecha avara que tengo de que la infanta le quiere bien, es ya tal, que temo querelle mal. DUARTE: ¿Celos tenéis? DIONÍS: ¿Qué os espanta, si cuando solos se ven, por las lenguas de los ojos, a costa de mis enojos, dicen que se quieren bien? Por Dios, que me pesaría de que fuésemos los dos enemigos, y por Dios, que si la loca porfía crece, siendo su interés en mi daño, que sospecho que le ha de hacer mal provecho. DUARTE: Yo he de averiguar quién es don Ramiro. DIONÍS: ¿De qué modo? DUARTE: Su crïado sale al paso, que es hombre de poco vaso, y presto lo dirá todo; propiedad de un ignorante, combatido de malicias. DIONÍS: Pedidme el alma en albricias, si es padre suyo el infante.
Sale TABACO [sin ver a los caballeros]
TABACO: Después acá que enredado en aqueste enjugador voy, sin ser predicador, de dos púlpitos cargado, es tanta la presunción que de estas quimeras saco, que no he de ser más Tabaco, o le he de echar el tacón de un "don"; que no es mal ensayo que "don Tabaco" me nombren, aunque los dones se asombren de haber hecho un "don" lacayo. Mas tantos los dones son que aun las campanas los dan, pues si tañe el sacristán, pronuncia "dan, dan, don, don". Y si dan "don", desde hoy quiero un don, aunque sea trabajo; que un "don" dado de un badajo bien está en un majadero. DUARTE: Hola; ¿oís? TABACO: ¿Quién es la "hola"? Hablad como habéis de hablar; que aunque la corte sea mar, no tengo yo de ser ola. Don Tabaco es mi apellido, porque en estas ocasiones la poesía y los dones a tanta baja han venido que hay ya dones al soslayo, y de agujas y banquetas levanta Apolo poetas, como dones de un lacayo. Y en mí no es el "don" postizo; que un don Tabaco es de honrar, por ser su antiguo solar narices con romadizo. DIONÍS: Humor tenéis. TABACO: Ya lo veis; soy hombre de humos y humor. DUARTE: Escuchad. Vuestro señor ¿de dónde es, si lo sabéis? TABACO: Su nombre se soleniza. DIONÍS: ¿Es caballero? TABACO: Eso infiero, pues de puro caballero, nació en la caballeriza. DUARTE: Dejad burlas tan pesadas. TABACO: En su sangre hay encomiendas. DIONÍS: ¿Y es hombre de prendas? TABACO: ¿Prendas? Algunas tiene empeñadas. DIONÍS: Prendas de nobleza llamo. TABACO: No lo entendí, perdonad. DIONÍS: ¿Es hombre de calidad? TABACO: Sí, es muy cálido mi amo; que ansí lo dijo un dotor. DUARTE: O vos sois un gran bellaco o un gran tonto. TABACO: Soy Tabaco, que es uno y otro, señor.
Vase
DIONÍS: El rey sale. DUARTE: Extraordinario favor hace a don Ramiro. Siempre a su lado le miro; hale hecho su secretario, y dándole peticiones viene. DIONÍS: Su presencia es tal, que muestra ser principal. DUARTE: De sus nobles intenciones se colige la nobleza con que al cielo se levanta; mas como no ame a la infanta, sea quien fuere.
Sale el REY recibiendo peticiones de don RAMIRO, doña FELIPA, don PEDRO, ACOMPAÑAMIENTO
RAMIRO: Vuestra alteza de modo me favorece, que de mí mismo me admiro envidioso. REY: Don Ramiro, honrar a quien lo merece es obligación de un rey, que a los pechos del consejo de un infante sabio y viejo, su valor tiene por ley. Alcaide de Santarén sois. RAMIRO: Tus pies quiero besar. REY: Blasón de un rey es el dar; pero más lo es el dar bien. PEDRO: Los pies beso a vuestra alteza por la merced que Ramiro recibe. REY: En él y en vos miro todo el valor y nobleza. ¿Hay más peticiones? RAMIRO: Ésta en que el conde don Dionís os suplica que de Avís, pues su lealtad manifiesta sus méritos, la encomienda le deis mayor, que está vaca.
[A don DIONÍS]
DUARTE: (De vos habla.) DIONÍS: (A plaza saca su valor, aunque pretenda encubrirse.) REY: ¿Qué valdrá esa encomienda mayor? PEDRO: Diez mil ducados, señor, de renta. REY: Bien se empleará, don Ramiro, en vuestro pecho. Traedla, y dará más luz en tales pechos tal cruz, y yo estaré satisfecho. El comendador mayor os llamen desde hoy de Avís. RAMIRO: Preténdela don Dionís y la merece mejor. Suplícoos, príncipe augusto, me hagáis a mí esta merced. REY: Vuestra es la encomienda, haced de ella lo que os diere gusto.
[A don DIONÍS]
RAMIRO: Llegad a besar los pies, conde, al rey nuestro señor, que comendador mayor os ha hecho. DIONÍS: El interés que de ese cargo consigo me obliga por justa ley, a vos, señor, como a rey, y a vos como a fiel amigo, dándoos la fama loores que eternamente gocéis, pues hoy, sin ser rey, hacéis comendadores mayores. RAMIRO: Amigos, don Dionís, hago, que es más precioso caudal. REY: Sed, Ramiro, en Portugal maestre de Santïago; que quiero que el mundo muestre lo que la cruz hace en vos. RAMIRO: Hágaos gran monarca Dios, pues que me hacéis gran maestre. REY: Ya del infante mi tío sé que nobleza y valor os hacen merecedor del cargo que de vos fío. PEDRO: ¿Qué más valor que agradarte, si ansí quien te sirve vuela? RAMIRO: El condado de Penela dio al padre de don Düarte el vuestro, que está en el cielo, sólo por su vida; y él, que es el vasallo más fiel de cuantos celebra el suelo, que se le perpetüéis os suplica, gran señor. REY: Si vos sois intercesor, Ramiro, ¿qué pediréis que no alcancéis? Dadle parte de eso al infante mi tío; que a él sujeto el gusto mío. PEDRO: Penela está en don Düarte, señor, muy bien empleado. REY: Désele a Penela, pues. DUARTE: Pon en mi boca esos pies. REY: Y gozad vos el condado de Oliventa y de Estremoz. RAMIRO: Señor... REY: Siempre que venís y para otros me pedís, gusto de daros a vos. Pedidme para otros mucho, porque mucho a vos os dé. RAMIRO: Contigo Alejandro fue avariento. REY: Como escucho lo que mi tío os abona, honraros mi amor desea.
[Al REY]
PEDRO: Bien vuestro favor se emplea en ilustrar su persona; que es Ramiro principal, y si tanto amor le muestro, es por ser muy deudo vuestro, señor, y su sangre real. FELIPA: (Amor, si habéis hasta aquí reparado en calidad, teniéndoos mi autoridad a raya dentro de mí, hablad, pues es vuestro amante conde y maestre, certeza de su encubierta nobleza; que pues mi padre el infante le honra tanto, bien conoce lo que su valor alcanza.) RAMIRO: (Ennoblecedme, privanza, subidme más, porque goce tan noble merecimiento mi amorosa voluntad; que si honras dan calidad, y cargos atrevimiento, a pesar de mi bajeza, me dicen mis pretensiones que cargos son escalones para subir la nobleza.) DIONÍS: (¡Ay, infanta! Si mi amor tu mayor favorecido me hiciese, pues he subido a comendador mayor, fuera mi dicha adelante; mas teme la pena mía que con esta mayoría Ramiro se me levante, siendo mi desdicha tanta, que porque de él no me ofenda, hizo darme una encomienda, para quitarme una infanta.)
Sale un PAJE. [Habla a don PEDRO]
PAJE: Del gran duque de Viseo se acaba agora de apear un paje que quiere hablar a vuestra alteza. PEDRO: Deseo velle; ya sé a lo que viene. Un enano ha de traeros, señor, para entreteneros, que por el amor que os tiene el duque, le hizo venir de Castilla. REY: Debo yo mucho al duque; siempre dio muestras de lo que servir me desea.
Salen SANCHA, de hombre, y CABELLO, de lacayo. [Habla aparte a SANCHA]
CABELLO: ¿Dó me llevas de esta suerte? ¿Qué marañas comienzan ya tus hazañas? ¿Qué burlas son estas nuevas, Sancha del diablo? ¿Ante el rey yo, y bragado de este modo? SANCHA: Haz lo que te he dicho en todo, y calla. CABELLO: Yo seré un buey mudo; mas ¡pardiez! que dudo que me han de estirar el cuello. SANCHA: ¿No me conoces, Cabello? CABELLO: Ya te conozco. (¿Que pudo persuadirme a aqueste ensayo Sancha? ¿Que al fin me embaucó? ¿Ella enano, y su ayo yo? ¡Miren qué enano y qué ayo!) SANCHA: Déme los pies vuestra alteza. PEDRO: Besad los del rey primero. SANCHA: Ignoré, como estranjero, que estaba aquí la grandeza del rey. Vuestra Majestad perdone si entré ignorando.
Dale un pliego
Éste el duque don Fernando os envía. REY: Levantad, y leed vos, tío infante, lo que escribe el de Viseo. RAMIRO: (¡Cielos! ¿Qué es esto que veo? ¿No tengo a Sancha delante? ¿Éste no es Cabello? Él es.)
[RAMIRO habla aparte a CABELLO]
Cabello. CABELLO: (Me conoció.) RAMIRO: ¿Qué haces aquí? CABELLO: ¿Qué sé yo? Sancha os lo dirá después.
Lee
PEDRO: "Entre los grandes deseos que de servir a vuestra Majestad tengo, he puesto en ejecución uno tan pequéno como este enano, que por ser sólo en el cuerpo, y no en la proporción, le hice traer de Castilla para el entretenimiento de la niñez de vuestra Majestad, a quien suplico me reconozca por uno de sus más leales vasallos y parientes, etc. Julio de [?]. Don Fernando" REY: ¿Sois vos el enano? SANCHA: Soy, señor, aunque en cuerpo enano, gigante en cuerpo, pues gano el venirte a servir hoy. RAMIRO: (¿Qué disparates son éstos, Cabello?) CABELLO: (¿Qué me pescudas? Sáquete ella de esas dudas, y a mí de aquestos dos cestos en que tan bien me ha envainado.) REY: ¡Qué buen talle y buena cara! FELIPA: Yo por niño le juzgara, a no habérosle envïado por enano el de Viseo. PEDRO: ¿Eres portugués? SANCHA: Nací en Castilla, criéme aquí, y después por un deseo de mi padre, me volvió a los aires castellanos. REY: Bien; y ¿tienes más hermanos? SANCHA: Sólo a mí me enaneó mi madre. REY: Tu cantidad se vestirá a poca costa. SANCHA: Hízome mi padre aposta para vuestra Majestad. FELIPA: ¿Qué años tienes? SANCHA: Treinta y tres. FELIPA: ¿Treinta y tres, y no has barbado? SANCHA: Hánmelo imposibilitado trabajos que tú no ves, ni yo decillos quisiera. REY: ¿De qué suerte? SANCHA: Señor mío, pago casa de vacío, y están los huéspedes fuera. PEDRO: No sé yo dónde te he visto otra vez. SANCHA: ¿A quién? ¿A mí? PEDRO: Dudoso estoy; creo que sí. SANCHA: Mucho ha que en Castilla asisto. PEDRO: Podrá ser. SANCHA: (Ya está en el potro mi miedo.) PEDRO: A alguien te pareces. SANCHA: Sí haré, porque muchas veces se parece un diablo a otro.
[Hablan aparte RAMIRO y CABELLO]
RAMIRO: (¡Jesús! ¡Que se haya atrevido Sancha a hacer tal disparate!) CABELLO: (Este amor es un orate, y yo otro, que aquí he venido. Después sabrás maravillas; que hay, Ramiro, historias largas.) REY: ¿Llámaste? SANCHA: Mi padre Vargas, y yo, por chico, Varguillas. REY: Pues mucho os he de querer, señor Vargas. SANCHA: Tus pies beso. PEDRO: Vamos. RAMIRO: (No hay amor con seso, y más si ama una mujer.) SANCHA: (A fe, sospechas amargas, que he de remediar mis miedos.)
[A CABELLO]
RAMIRO: (Espántanme sus enredos.) CABELLO: (Pues "averígüelo Vargas.")
Vanse el REY, don PEDRO, doña FELIPA, el PAJE y ACOMPAÑAMIENTO
DUARTE: Goce vuestra señoría el maestrazgo y el estado, que el rey mi señor le ha dado tan justamente este día, mil años; que el que me dio por su noble intercesión me ha puesto en obligación. RAMIRO: Con él quisiera dar yo un reino a vueseñoría.
Vase don DUARTE
DIONÍS: A mí me le podéis dar, don Ramiro, si estimar queréis hoy la amistad mía, con darme sola una prenda que ha de enriquecer mi estado más que el que por vos me han dado con la mayor encomienda. Confesadme una verdad; que como amigo os prometo guardar eterno secreto. RAMIRO: Por pagar la voluntad de que me hacéis hoy deudor y estimo, el pecho rasgara, y en él el alma os mostrara. DIONÍS: ¿Tenéis a la infanta amor? RAMIRO: ¿A doña Felipa? DIONÍS: Sí. RAMIRO: Como a hija del infante la quiero, no como amante. DIONÍS: No hay recelos de mí, pues vuestra amistad profeso. RAMIRO: Don Dionís, si yo la amara, de vos el alma fïara. DIONÍS: Pues sabed que pierdo el seso por ella. RAMIRO: (¡Ay de mí!) ¿Pues bien... ? DIONÍS: Vos que me habéis dado hacienda, quiero que con la encomienda, me deis esposa también. Perdonad; que lo que hiciera por vos, maestre, eso mismo quiero que hagáis. RAMIRO: (¿En qué abismo me ha puesto mi pena fiera?) DIONÍS: Interceded en mi amor, sed mi tercero discreto. ¿Haréislo? RAMIRO: Yo os lo prometo. DIONÍS: (Pues que no la tiene amor, su hermano debe de ser.) ¿Cuándo la iréis a hablar? RAMIRO: Luego. DIONÍS: Adiós. RAMIRO: Adiós.
Vase don DIONÍS
RAMIRO: Amor ciego, cegadme a mí por no ver tanta confusión y enredo. Yo adoro a doña Felipa, don Dionís se me anticipa, y acobardándome el miedo de no saber quién me dio el ser que tan adelante está honrándome el infante, padezco entre un sí y un no. ¿Posible es que, sin saber el infante mi linaje, de este modo me aventaje? No, temor, no puede ser. Al rey que era noble dijo, y mi honrado pensamiento califica este argumento; él sabe de quién soy hijo. Proseguir mi dicha quiero, y declaralla mi amor, aunque mi competidor me haya hecho su tercero, que ha venido Sancha aquí celosa, y podrá estorbar mi dicha saliendo azar. Amor, volved vos por mí.
Sale SANCHA
SANCHA: Pues, mi señor cortesano, todos estamos acá; aunque no se dignará de hablar un conde a un enano. ¿Qué te parece la traza con que te he venido a ver? ¿Mas que debes de creer que vengo a espantar la caza de tu amor? Dame esa mano; seguro la puedes dar, que no me puedo casar contigo, que eres mi hermano. RAMIRO: ¿Yo hermano tuyo? ¿Qué dices? SANCHA: La verdad que me ha traído aquí con traje fingido, porque mi fe solenices. El día mismo que saliste de Momblanco, me informé de un viejo, a quien obligué, con verme en tu ausencia triste, a que, rompiendo el secreto, que le encargó el gran prïor, de nuestro progenitor me diese cuenta. En efeto, soy tu hermana. RAMIRO: Sancha mía, aunque tus embustes sé me ha obligado a darte fe la sangre que el amor cría, y mis sospechas allana; pues desde el punto primero que te vi, te estimo y quiero como un hermano a una hermana. (¡Ay mi infanta hermosa y bella! Si es mi sangre venturosa tan ilustre y generosa como el valor que hallo en ella, siendo noble y no villano, bien te puedo pretender.) SANCHA: (Como yo le haga entender a Ramiro que es mi hermano, y que a terciar en su amor vengo, no descubrirá que soy mujer.) RAMIRO: (¿Si será padre mío el gran prïor?) Acaba de declarar, Sancha, a quién debo mi ser. SANCHA: Grande dicha has de tener. RAMIRO: Ya la comienzo a gozar. Dilo para que socorras el temor que has de impedir. SANCHA: No te lo atrevo a decir. RAMIRO: ¿Por qué? SANCHA: Porque no te corras. RAMIRO: ¡Ay cielo! Mi desventura sospecho; no es principal quien me dio el ser. SANCHA: ¿No? ¡Y qué tal! Nuestro padre es... RAMIRO: ¿Quién? SANCHA: El cura, pariente del gran prïor muy cercano. RAMIRO: ¡Un cura! SANCHA: Sí, aquesto es cierto. RAMIRO: ¡Ay de mí! SANCHA: Bien lo sabrá el labrador que nos crïó. RAMIRO: Dejamé; mataréme. SANCHA: ¿Hay tal ventura como ser hijo de un cura? ¿Matarte quieres? ¿Por qué? El gran prïor nos crïó (que pienso que es nuestro tío) y ha sabido, hermano mío, que nuestro padre murió. En tu extraña dicha y medro puedes experimentar lo que el cielo suele honrar a los nietos de San Pedro. RAMIRO: Cesa, pues cesó mi amor. SANCHA: A fe que te burlé bien. No es tu padre ése. RAMIRO: Pues ¿quién? ¿Es, hermana, el gran prïor? SANCHA: Y por su causa el infante te honra, Ramiro, ansí. RAMIRO: ¿Es cierto? SANCHA: Pues ¿no? RAMIRO: Eso sí; viviré de aquí adelante. SANCHA: En sabiendo que mi hermano eras, te vine a buscar, dándome traje y lugar para venir el enano que en Momblanco aposentó don Nuño, y vino tan malo que, no bastando el regalo que le hicieron, se murió. Partióse desesperado don Nuño, y dejóse allí las cartas que luego abrí, y viendo que presentado iba por el de Viseo, eché otra cubierta al pliego, vestíme en su traje luego, y en las alas del deseo vengo a terciar en tu amor. Yo haré que a la infanta goces, si mis enredos conoces. RAMIRO: ¿Que es mi padre el gran prïor? ¿Que eres mi hermana? SANCHA: (La trama va buena.) RAMIRO: ¡Qué alegre estoy! SANCHA: Tu hermana y tercera soy.
Sale un PAJE
PAJE: Señor, el infante os llama.
Vase
RAMIRO: Pues tú de mi amor te encargas, ya no tengo que temer. SANCHA: Enredos tengo que hacer con que se acuerden de Vargas.
Vanse. Sale doña FELIPA
FELIPA: Amor rapaz, esa venda en la boca había de estar, porque no puedas hablar, ni tu secreto se entienda; aunque para que me ofenda de ti, tirano desnudo, siempre que quiero hablar, dudo; porque para darme enojos, siendo ciego, estás con ojos, y en mí, con lengua, estás mudo.
Sale RAMIRO
RAMIRO: (No puede el desasosiego que me atormenta, parar; que mal podrá sosegar fuera de su centro el fuego. No seáis mudo, pues sois ciego, niño dios; mas si segura queréis ver vuestra ventura, hacelda a la infanta clara; que mal que no se declara, con dificultad se cura.) FELIPA: Ramiro. RAMIRO: Señora mía. FELIPA: ¿Adónde vais? RAMIRO: No osaré decillo. FELIPA: ¿Por qué? RAMIRO: Porque no me atrevo, aunque querría. FELIPA: (¡Oh, si viniese a buscarme!) RAMIRO: (¡Oh, si gustase de oírme!) FELIPA: (Amor, aprende a ser firme.) RAMIRO: (Amor, comienza a ayudarme.) FELIPA: Llegaos más, y no os turbéis; que estando a solas los dos, bien podéis hablar. RAMIRO: Por Dios, señora, que me escuchéis. FELIPA: (Sin duda me quiere bien; que el rostro y los tiernos ojos, [a pesar de mis enojos,] mirándome, hablan también.) RAMIRO: No os pregunto, mi señora, si sabéis qué es afición por obra o por discreción; que quien es cuerdo no ignora que por obra no sabréis lo que por ciencia alcanzáis; quiero decir que no amáis, pero que bien lo entendéis. FELIPA: (Ya el sol muestra su luz bella.) Pasá adelante. RAMIRO: Sí haré; que ganando tierra, iré ganando cielo por ella. Digo, señora, que yo quiero... FELIPA: ¿Qué queréis? RAMIRO: Muy bien a quien lo merece. FELIPA: ¿A quién? RAMIRO: A vos, mi señora... no. FELIPA: ¿Pregúntoos yo si es a mí? RAMIRO: Pudiéraislo preguntar. FELIPA: Acabaos de declarar. RAMIRO: (Dije no por decir sí. Pero en pretensión tan alta ¿quién no se acobarda?) FELIPA: (Quiero disimular.) RAMIRO: Lo primero que en esta empresa me falta es, señora, atrevimiento de hablar. FELIPA: Perded el temor, y no digáis vuestro amor con tanto encarecimiento. RAMIRO: Quiero bien, pues, a una dama. FELIPA: Ya se entiende, pues sois hombre. RAMIRO: Y esta dama... FELIPA: Decí el nombre. RAMIRO: Dama esta dama se llama. FELIPA: ¿Y no más? RAMIRO: Volvíme atrás; el nombre os diré otra vez. FELIPA: La dama del ajedrez se llama dama no más. RAMIRO: Quisiera que vuestra alteza... FELIPA: Pediréis que tercie yo con ella. RAMIRO: Señora, no. FELIPA: Habladme, pues, con llaneza. RAMIRO: Quisiera, señora mía, que a mí me favoreciera vuestra alteza, y que fingiera que me honraba... y me quería; porque envidiando el favor de tan alta dama, entiendo que la que sirvo y pretendo me tendrá de envidia amor. Que si la más principal, más discreta y más hermosa me quiere, estará envidiosa quien me trata agora mal. FELIPA: ¡Nuevo modo de tercera es ése, Ramiro! Pues ¿es la dama...? RAMIRO: Doña Inés, a quien obligar quisiera. FELIPA: ¿Mi dama? RAMIRO: Señora, sí. FELIPA: Alto, yo os haré favores, porque tan cuerdos amores no se malogren por mí. (Celosa estoy, pero es justo cumplir lo que me ha pedido, porque, aunque sea fingido, quiero gozar de este gusto.) RAMIRO: (¿Si me ha entendido la infanta? Pero comienzo a fingir; que ansí le podré decir mi voluntad, aunque es tanta.) FELIPA: ¿Tenéis que advertirme más? RAMIRO: Señora, que perdonéis. FELIPA: Pues mirad que no faltéis de mi presencia jamás. Dad vos ocasión; mostrad gusto y amor cuando vengo, porque no digan que os tengo, sin ocasión, voluntad. RAMIRO: Harélo ansí. FELIPA: (De esta suerte puedo yo engañarme a mí.) RAMIRO: Quede esto ansí. FELIPA: Quede ansí. RAMIRO: ¿Queréisme ya? FELIPA: Hasta la muerte.
Vase RAMIRO. Sale doña INÉS
INÉS: (Puse en Ramiro los ojos; pero mi desdicha es tanta, que temo que ama a la infanta, y hace ciertos mis enojos.) FELIPA: Doña Inés. INÉS: Señora mía. (¿Quién supiera la verdad? ¿Diréle mi voluntad? Mas ¿quién en mujeres fía?) FELIPA: Pienso que venís turbada; si es amoroso secreto, decildo; que yo os prometo guardarle. INÉS: Estoy confïada de vuestra alteza, y ansí le diré mi pretensión honrosa, y por su ocasión, el amor que crece en mí. Dama soy vuestra, y no es mucho pretender para marido a un galán favorecido del rey. FELIPA: (Envidiosa escucho.) INÉS: Digo, pues, que don Ramiro, si no me engaño, me ama, y por su prudencia y fama, con buenos ojos le miro. No hay más. FELIPA: No quiero yo más. Pues ¿qué pretendéis agora? INÉS: Ser su esposa, mi señora, por no perderle jamás. FELIPA: Y él, ¿os quiere? INÉS: No lo sé; pero muéstrame afición. FELIPA: (¡Ay terrible confusión! Desespero, si esperé; porque si a mí me quisiera, no quisiera a doña Inés, y si se quieren, no es de provecho una tercera.) INÉS: ¿Qué responde vuestra alteza? FELIPA: Que es justa y forzosa ley pretender que os case el rey, si iguala a vuestra nobleza. Yo hablaré a su Majestad; confïada podéis iros. INÉS: Voyme, pues.
Vase
FELIPA: Tristes suspiros, no abraséis la voluntad.
Sale SANCHA
SANCHA: Señora, ¿era vuestra alteza quien suspiraba? FELIPA: No sé... Yo soy. SANCHA: Pues ¿tienes por qué? FELIPA: Respóndate mi tristeza. SANCHA: Dime tus penas amargas; que soy Vargas, y es razón que en aquesa confusión averigüe tu mal Vargas. FELIPA: Alegre estás. SANCHA: Sabe Dios el dolor que me condena, y si hay una misma pena, señora infanta, en los dos. FELIPA: Grande amistad te ha cobrado Ramiro; mucho te quiere. SANCHA: Entre todos me prefiere; yo soy su mayor privado. FELIPA: Si tanto te ha satisfecho, no hay duda sino que sabes su amor, dándote las llaves de su voluntad y pecho. Dime, ansí Dios te dé vida, si es que, como pienso, ama, quién es su dichosa dama. SANCHA: (Ya veo, cielos, prevenida la ocasión que deseaba.) Diréte, señora mía, lo que antes no me atrevía, aunque cuidadoso andaba. FELIPA: Pues ¿qué sabes? Dilo aprisa. SANCHA: Ramiro me había rogado que te trujese un recado en que de su amor te avisa. FELIPA: Pues ¿quiéreme bien a mí? SANCHA: Con una pasión extraña. FELIPA: Ya él me ha dicho que me engaña. SANCHA: ¿Que te engaña ha dicho? FELIPA: Sí. SANCHA: A mí me engaña también. FELIPA: Pues ¿cómo? SANCHA: Porque me ha hecho alcahuete sin provecho de la que no quiere bien. FELIPA: Es un engaño discreto para amartelar después a mi dama doña Inés; ya yo he sabido el secreto. SANCHA: ¡Oh aleve, oh falso, oh traidor! ¿Con cautela me has tratado por desvelar mi cuidado? ¿Ansí se engaña un amor? FELIPA: Enojado estás. ¿Qué es esto? Paso, Vargas; vuelve en ti. SANCHA: Si me encolerizo ansí, es porque en esto me ha puesto; que pensará vuestra alteza que soy mentiroso yo. FELIPA: No haya más. SANCHA: Ya se acabó mi pesar y mi tristeza. FELIPA: Verdad pienso, Vargas, que es que don Ramiro me quiere, y engañará, si lo fuere, de esta suerte a doña Inés. Vargas ¿quiéresme obligar, ya que tu ingenio te ayuda? Pues sácame de esta duda. SANCHA: Vargas lo ha de averiguar. Retírese vuestra alteza y déjeme hacer a mí. FELIPA: Adiós; desde hoy pongo en ti mi esperanza y mi tristeza.
Vase. Sale don DIONÍS
DIONÍS: Vargas. SANCHA: Señor. DIONÍS: Todo el día ando en tu busca. SANCHA: Aquí estoy. DIONÍS: Pues en albricias te doy de hallarte esta prenda mía. Recibe aquesta cadena por primera obligación. SANCHA: No quiero yo más prisión; que una tengo, y no es muy buena. DIONÍS: Ya sabrás, pues no es posible que se disimule tanta afición, como a la infanta quiero bien. SANCHA: Caso imposible debe de ser; que la veo ajena de voluntad. DIONÍS: Pues de esa dificultad ha nacido mi deseo. Tú, que a solas tantas veces la entretienes, muestra y di el amor que has visto en mí, y que sus ojos sean jueces de mi pasión, y sentencien en mis amores constantes; que desiguales amantes no es bien que se diferencien. SANCHA: Yo haré todo lo que alcanza mi ingenio. DIONÍS: Ve satisfecho que ha de ser en tu provecho.
Vase
SANCHA: Adiós. --¡Qué buena esperanza! Hoy he de hacer maravillas; no va mala aquesta historia. ¿Mas que ha de quedar memoria en Santarén de Varguillas?
Vase. Salen doña FELIPA y RAMIRO
RAMIRO: Mi gloria tengo en miraros, todo mi contento en veros, dicha y regalo en hablaros, gusto y deleite en quereros, firmeza eterna en amaros. FELIPA: Hablaisme por doña Inés, y ansí, como fui tercera, respuesta traigo. RAMIRO: ¿Quién es doña Inés? FELIPA: La verdadera dama vuestra; dice, pues, que os ama y que recibió vuestros favores muy bien. RAMIRO: Pues ¿quién se los declaró? FELIPA: Harto bueno es eso. ¿Quién? ¿No me lo dijisteis? RAMIRO: ¿Yo? ¡Qué mal mi amor considera la pena que en vos me aflige! FELIPA: Pues ¿no me hicistes tercera? RAMIRO: Señora, el refrán os dije de "a ti te lo digo, nuera." Hablemos claro. FELIPA: ¿Qué es esto? Apartaos, no me enojéis. RAMIRO: Vos os enojáis tan presto, que darme muerte queréis. ¿No es condición que hemos puesto...? FELIPA: No me acierto a declarar. RAMIRO: No acierto a darme a entender. FELIPA: (Quiérole hablar.) RAMIRO: (Voyla a hablar.) FELIPA: Pues no me habéis de ofender. RAMIRO: Pues no os habéis de enfadar. FELIPA: Ramiro, pues vos de mí fiáis vuestro amor, bien puedo fïarme yo de vos. RAMIRO: Sí. FELIPA: Comienzo a perder el miedo. RAMIRO: Yo el mío ya le perdí. FELIPA: Sabed que yo quiero bien a don Dionís. RAMIRO: (¿Qué quimera es ésta, cielos?) ¿A quién? FELIPA: Pues yo fui vuestra tercera, sed mi tercero también. RAMIRO: Pues hacedme a mí tercero como yo tercera a vos. FELIPA: Yo eso pido. RAMIRO: Yo eso quiero. FELIPA: Ansí ha de ser. RAMIRO: ¡Plega a Dios! que dichoso fin espero. FELIPA: A don Dionís le diréis que, aunque no se ha declarado, le quiero bien; ya sabréis dar como vuestro un recado, si amor secreto tenéis. Y decilde que le ruego que sea más atrevido, pues yo a decírselo llego; y que esta noche le pido que, a pesar de su sosiego, me vea por el balcón sin reja que al jardín mira del parque; que hay ocasión, y si de ella se retira, que culpe su dilación. En ausentándose Apolo id; que el amor que acrisolo estará aguardando. Adiós. Decid que vaya con vos, Ramiro, y que venga solo. RAMIRO: ¿Solo y conmigo? FELIPA: ¿Qué os cuesta el decir esto? RAMIRO: Ahora bien, ya le daré esa respuesta. FELIPA: Ramiro, id allá también, porque sin vos no habrá fiesta.
Vase
RAMIRO: ¿Solo y conmigo y sin mí? ¿Que vaya yo y que él se quede? ¿Qué locura o frenesí es ésta, amor? ¿Cómo puede cumplirse este enredo ansí? Pero, alma, si lo advertís, vuestra dicha conseguís en el enigma que hoy miro, que es amar a don Ramiro con nombre de don Dionís.
Sale SANCHA
SANCHA: ¡Palaciego! RAMIRO: ¡Hermosa hermana! SANCHA: No me digas ese nombre. RAMIRO: Pues ¿no es verdad? SANCHA: Cierta y llana; mas ser hermana de un hombre que quise, es cosa inhumana. RAMIRO: ¿Hablaste por mí a la infanta? SANCHA: Tan grande malicia es la tuya, que nos espanta a las dos. Es doña Inés la que tus gustos encanta, y quiere ser tu mujer, ¿y engañas con tus quimeras a quien lo pudiera ser? RAMIRO: Que son burlas. SANCHA: Que son veras; que ya las vine a saber, y doña Inés misma muestra tus papeles y favores. RAMIRO: Necia cautela es la vuestra; que no han dado mis amores jamás semejante muestra. SANCHA: Pues la infanta se ha enojado; que se lo ha dicho su dama. RAMIRO: Eso me pone en cuidado. ¡Ay de mí! de veras llama a Dionís su enamorado. Manda que vaya conmigo para darme entre mil celos de mi desdicha castigo. Si no entiende mis desvelos, liviana esperanza sigo. SANCHA: ¿A don Dionís llama? RAMIRO: Sí, y pensé que la cautela era de llamarme a mí; pero si yo en esta escuela del amor las aprendí, esta noche he de ir sin él al balcón de su jardín, y con la sombra fïel de la noche, daré fin a mi venganza crüel. Daré mi mal a entender por conocer su afición, aunque si voy a perder su fingida posesión, no lo quisiera saber.
Vase
SANCHA: ¿En nombre de don Dionís vais a gozar la ocasión, Ramiro? Si vos fingís ser ladrón, yo soy ladrón del amor que no adquirís. Adelantarme he si puedo con las alas de mi miedo al jardín, por estorbar que no la lleguéis a hablar; que amor no es más que un enredo.
Vase. Sale doña FELIPA al balcón
FELIPA: Noche, que desde los cielos, hechos ojos las estrellas, estáis mirando por ellas mis amores y desvelos, asegurad los recelos que en mis pensamientos miro, y pues de amores suspiro, y vos mis quejas oís, traedme aquí un don Dionís, que sea sólo un don Ramiro. ¿Si habrá entendido esta eni[g]ma? Pero sí, porque el amor siempre es buen entendedor, y en cifras su fe sublima; y si el que le tengo estima, sabrá que entre los antojos de mis mortales enojos, cuando el temor me provoca, llama a Dionís con la boca y a Ramiro con los ojos. Discreto es, y bien me quiere; yo lo he visto; pues ¿quién duda que solo al terrero acuda? Alma, avisad si viniere.
Sale RAMIRO, de noche
RAMIRO: Amor, quien de noche os viere, juzgará que a hurtar venís, y en mí ese oficio cumplís; que como en el alma os tengo, hecho ladrón a hurtar vengo favores de don Dionís. La infanta por mil rodeos muestra que me quiere bien, si no se engañan también mis ojos cual mis deseos; mis pensamientos, Teseos de este laberinto estraño, o mi provecho o mi daño averigüen; que me asombra este don Dionís en sombra, cabeza de este engaño. Gente en la ventana siento. ¡Ce! ¿Es la infanta? FELIPA: ¿Es don Dionís? RAMIRO: Don Dionís soy. FELIPA: ¿Y venís solo? RAMIRO: Con mi pensamiento.
Sale don DIONÍS
DIONÍS: Sólo en este sitio siento descanso; amorosas quejas, de puro antiguas y viejas, como el fénix renacéis, para que me atormentéis. Mas gente siento en las rejas. ¡Válgame Dios! ¿Quién será? FELIPA: ¿Viene Ramiro con vos? RAMIRO: Si un alma somos los dos, ¿quién duda de que vendrá? FELIPA: Don Dionís, amor os da la posesión que adquirís, y pues que tan bien fingís lo que ni sois ni en vos miro, desde hoy querré en don Ramiro el nombre de don Dionís. DIONÍS: (¿Qué Dionís es éste, cielos?) RAMIRO: ¿Que merezco, hermosa infanta, tanto favor, dicha tanta? DIONÍS: (La infanta es esta; ¡ay recelos!) RAMIRO: Ya don Dionís me da celos. FELIPA: Yo, como con él venís, y en el alma lo encubrís, por uno os tengo a los dos, y por quereros a vos, quiero bien a don Dionís. DIONÍS: (¡A don Dionís quiere bien! De mi ventura me admiro. Sin duda que es don Ramiro quien la habla; ya no le den fama los que en Santarén solenizan su valor, pues siendo a mi fe traidor, el nombre a usurparme vino.)
Sale SANCHA, de noche
SANCHA: (Que vengo tarde imagino; perezoso sois, Amor.) RAMIRO: Digo que soy don Dionís; ya jamás pienso mudar nombre que os obliga a amar. FELIPA: Bien habláis y bien fingís. DIONÍS: (Alma dichosa, ¿qué oís? La infanta está declarada de mi parte y, engañada, pensando que habla conmigo, favorece a mi enemigo; probad, venganza, su espada, pues que su fe habéis probado.) SANCHA: (Ramiro se adelantó, y habla a la infanta; cesó mi paciencia, y ha llegado mi receloso cuidado a dar muerte a mi sosiego; pero pues tan tarde llego, y ellos se hablan tan despacio, gritemos.) ¡Fuego en palacio! ¡Agua traigan! ¡Fuego, fuego...! (con que se abrasen los dos, como mi pecho se abrasa.) FELIPA: ¡Ay cielos! ¿Fuego hay en casa? Adiós. RAMIRO: Voyme. FELIPA: Adiós. RAMIRO: Adiós.
Quítase doña FELIPA del balcón, y vase RAMIRO
SANCHA: (El fuego, alma, os quema a vos.) DIONÍS: (Ya se apartaron. ¡Qué ciego que estoy! Si el desasosiego presente no lo estorbara, Ramiro falso, hoy probara quién sois.) SANCHA: ¡Agua! ¡Fuego, fuego!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Averígüelo Vargas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002