ACTO TERCERO


Sale don DIONÍS
DIONÍS: Basta, que fingido ha sido este fuego o este encanto; pero de esto ¿qué me espanto, si ha sido amigo fingido don Ramiro fementido? Otra vez me traen los celos a averiguar mis desvelos; haced que venga, esperanza, don Ramiro, y mi venganza satisfaga a mis recelos. Para sí mismo ha ganado la amorosa empresa mía; quisiera verme vengado; mas quien de amigos se fía, merece hallarse engañado. Y siendo así, yo he tenido la culpa, que mi esperanza por mal fundada he perdido, y no tomaré venganza, aunque me sienta ofendido. Pero cuando no la espada se vengue de su enemigo, la lengua disimulada puede darle algún castigo, de su esperanza engañada. Vuelvo al terrero, y deseo que en él don Ramiro esté, porque si a solas le veo, sin vengarme le diré que me agravia y no lo creo. Y con esta cortesía castigo su atrevimiento y la confïanza mía, sin que del rigor violento pueda quejarse otro día.
Sale RAMIRO
RAMIRO: (Dos contrarios movimientos de un mismo cuerpo en la nave se hallan no ser violentos, y el amor hacerlos sabe del cuerpo y los pensamientos. Yo salía del terrero, y [el] pensamiento volvía; y como yo considero que él tiene razón, querría volverme aquí todo entero.) DIONÍS: (Éste es don Ramiro; él fue falso a mi fiel esperanza; yo llego y me vengaré; mas de mí pido venganza que el secreto le fié.) RAMIRO: (Yo llego al balcón y sigo mi dichosa voluntad.) Mas...¿quién es? DIONÍS: Vuestro enemigo, porque en la prosperidad nadie ha menester amigo. RAMIRO: Es prosperidad pequeña la mía, y me desengaña que es la fortuna que sueña y la próspera me engaña, pero la adversa me enseña. Decid quién sois. DIONÍS: Bien pudiera decir quién soy y también mis padres, si yo quisiera. RAMIRO: (Yo no tengo tanto bien. ¡Quién sus padres conociera!) DIONÍS: (Así me puedo vengar, porque como el sabio advierte, si en la lengua se han de hallar juntas la vida y la muerte, por ella se pueden dar. Dice Salomón que tiene manos la lengua y con ellas se venga cuando conviene, y ansí mi lengua a usar de ellas, y no de mi espada, viene.) RAMIRO: Decidme ya, caballero, pues podéis, quién sois. DIONÍS: Yo soy un amigo verdadero de don Ramiro, que estoy por él guardando el terrero. RAMIRO: ¿Amigo? DIONÍS: Sí; ¿es cosa nueva? La amistad del poder nace, y los amigos se lleva; la prosperidad los hace, y la adversidad los prueba. RAMIRO: Si sois su amigo, obligado estaréis a su defensa. DIONÍS: No sé si soy bien pagado, porque no estima ni piensa que le sirven el privado. Don Ramiro me perdone, porque es muy noble en su trato, y la fama le corone. RAMIRO: Señor, quien le llama ingrato, todas las faltas le pone. DIONÍS: Pésame si le he llamado ingrato, y si alguna queja de su olvido me ha quedado, no por ingrato me deja, sino por enamorado. Que al amor algún discreto le puso venda en los ojos, por disculparle en su efeto; que no ve si causa enojos, ni ve si guarda respeto. RAMIRO: (¡Oh cortesana elocuencia! ¡Qué sabiamente ha culpado mi mala correspondencia, disculpado y condenado con una misma sentencia! No me quiero declarar, porque si la he de romper ¿qué palabra le he de dar? Las prendas debe poner quien determina pagar.) DIONÍS: Mucho os detenéis, señor. Ea, salid del terrero; que es muy celoso en su amor don Ramiro, y yo no quiero que lo atribuya a temor. RAMIRO: Yo me iré si me decís quién sois. DIONÍS: Seré don Ramiro. RAMIRO: Pues ¿en su nombre venís? DIONÍS: ¿Qué os admiráis? RAMIRO: No me admiro. (¡Qué discreto es don Dionís!) DIONÍS: ¿Conocéisme? ¿Sabéis cosa, contra esta verdad que digo y defiendo, sospechosa? ¿No es don Ramiro mi amigo? ¿Es su amistad cautelosa? ¿Trátame en ausencia mal, o pretende, por ventura, siendo amigo desleal, trasladarse la hermosura que adoro en original? ¿Hame ofendido siquiera en amar a quien yo quiero? Que, aunque parece ligera para un noble caballero, es la ofensa verdadera; que yo no le he menester para que a su rey le pida la merced que me ha de hacer; que soy quien soy, y en mi vida usé de ajeno poder. RAMIRO: No os alteréis; que si yo no sé quién sois, mal sabré si ese hidalgo os ofendió, y don Ramiro yo sé que no se desvaneció por la privanza; que, en suma, sabe que el rey es un mar donde el privado es la espuma, y algún viento ha de llegar que la deshaga y consuma. No es don Ramiro avariento de honra; que antes las deja; que el propio conocimiento sirve de piedra a esta abeja, porque no la lleve el viento. No es hombre que habrá usurpado vuestro amor; que es tan querido, y de todos tan amado, que no es, y siempre ha sido, envidioso y envidiado. DIONÍS: No digáis más; que parece que sois más amigo suyo que yo, y ninguno merece más su amistad. RAMIRO: Restituyo su amor a quien se le ofrece. DIONÍS: Pues sois su amigo también, dejadme solo, y decid a don Ramiro cuán bien con mi prudencia y ardid guardo a quien él quiere bien. Que ansí le pienso obligar, si no es ingrato y crüel, y al mar pretende imitar, que entra el agua dulce en él y la vuelve amarga el mar. Que ansí le aviso, y no quiero parecer, si no lo digo, mentiroso lisonjero; que es más verdadero amigo quien habla más verdadero. Que soy su espejo, y no dejo de prevenirle su mal con mi industria y mi consejo. RAMIRO: No es buen amigo y leal para su amigo el espejo. El amigo ha de imitar al agua, que a quien en ella su mancha llega a mirar se da a sí misma, y con ella se puede también quitar. Que el espejo que declara la mancha y no da el remedio, no es amistad noble y clara, sino envidia, que por medio honesto sale a la cara. DIONÍS: Yo a don Ramiro después a solas le pienso dar el remedio. RAMIRO: Voyme, pues. DIONÍS: Será el remedio olvidar. RAMIRO: Él se olvida que lo es.
Vase
DIONÍS: Muy grande satisfacción he recibido y le he dado; grande arma es la discreción, panal dulce, al fin, labrado en la boca de Platón.
Sale doña FELIPA, a la ventana
FELIPA: Parece el sueño a la muerte en no venir pretendido, y ansí de ninguna suerte, aunque al sueño llamo y pido, quiere que con él acierte. Vuélvome al balcón; que en él por ventura el adivino corazón, que siempre es fiel, quiere descubrir camino menos áspero y cruel. DIONÍS: (La infanta es ésta; quisiera salir de esta confusión, aunque no fue la primera; pero hasta la posesión tendré esperanza siquiera.
Llega a la ventana
Señora, ¿estaré seguro? FELIPA: Sí; llegad. DIONÍS: Dudo si llego, porque es de fuego este muro del paraíso, aunque es fuego como el del infierno, oscuro. Pero es fuerza que me atreva, mi querubín, a llegar; que para mí es cosa nueva que a Adán mandéis desterrar, cuando guardáis dentro a Eva. Querubín enamorado, mirad que servís a Dios con la espada que os ha dado, que vamos juntos los dos con un amor y un estado. Eva ¿no me respondéis? Hablad, dulce compañera, y pagad lo que debéis, pues antes que os conociera, os di el alma que tenéis. FELIPA: ¿Qué he de hablar, si no he sabido quién sois? DIONÍS: ¿Qué decís, señora? ¿Por vos soy desconocido? ¿No era don Dionís agora por vuestro amor admitido? Don Dionís soy; ¿este nombre ignoráis y la ocasión de hablar tan claro el que es hombre por vuestro amor y afición para que el amor se asombre? ¿No me queréis don Dionís? Llamadme, señora mía, otro nombre, si os servís, pues soy Dionís desde el día que aqueste nombre admitís; porque no era yo primero que os quisiese, hermosa infanta, don Dionís, ni caballero, ni tuve el ser que levanta el vuestro a quien tanto quiero. FELIPA: ¡Qué lisonjero venís! DIONÍS: "¡Qué verdadero!" diréis. FELIPA: Bien hacéis a don Dionís. DIONÍS: Vos, señora, le hacéis, pues el alma le infundís. Estábame yo en la aldea de vuestra ausencia (y no hay corte, ausente vos, que lo sea) acerté a ver ese norte, que en dulce tálamo vea; comencé en aquel instante a levantarme del suelo y a ser don Dionís amante, como cuando el sol del cielo levanta su flor gigante. Y ansí, mirándoos a vos, tengo de andar por extremos, hasta que permita Dios que mude el nombre y estemos, flor y sol, juntos los dos. FELIPA: ¿Quién puede a palabras tales resistir? Digo, señor, que si prendas y señales no las siente el pagador, se acaben ya nuestros males. Mañana en la noche quiero que entréis conmigo en palacio. No digo más; que no espero beber la purga despacio, cuando de vergüenza muero. DIONÍS: Dame, mi señora, en prendas de tal dicha, algún favor con que más mi amor enciendas. FELIPA: Tomad; que al buen pagador jamás le dolieron prendas.
Dale una banda, y vase
DIONÍS: ¡Oh banda, cuyos despojos echan en esta conquista a una banda mis enojos, y para darme a mí vista, la quita amor de sus ojos! Ya de mi esperanza blanda será cierta la demanda, pues para la posesión sois carta de obligación; ¡mil veces dichosa banda!
Sale RAMIRO
RAMIRO: (En obligación me ha puesto el día largo y prolijo, si no le divierto en esto, porque, como César dijo, quien hace bien hace presto. A don Dionís quiero hablar; que el aplacar enemigos, cuando es menester usar de verdaderos amigos, siempre es digno de estimar.) DIONÍS: Mil veces seáis bien venido, don Ramiro; que jamás con más gusto he recebido a amigo, ni los demás, respeto de vos, lo han sido. Considerad si en el mar contra un vaso frágil roto, sin prevenir ni pensar tan gran tormenta el piloto, se comienza a levantar, ¡qué gran contento tuviera si entonces saliera el sol, y el norte reconociera, porque del muerto farol las muchas faltas supliera! Yo, amigo, en el mar de amar en vaso harto pequeño comenzaba a navegar; llegó la noche, entró el sueño, turbóse confuso el mar. Era el vaso el corazón, la infanta el mar, la esperanza el farol; y a una ocasión faltaron luz y bonanza, y creció mi confusión. No sabía yo de mí ni estaba cierto de vos; de vuestra lealtad temí; pero vino el sol que Dios crïó y formó para mí; halléme desengañado, reconocí luego el puerto, reparé el vaso quebrado; ya estoy de mi dicha cierto, y de vos muy confïado. Conocí que no os amó la infanta, y no pretendéis su amor, ni ella me ofendió; que esta noche me veréis entrar en su cuarto yo. Voyme; que estoy prevenido para esta noche; que en ella, don Ramiro, he merecido gozar a mi infanta bella. Adiós; el secreto os pido.
Vase
RAMIRO: Lo que yo más deseaba era esta nueva, dichosa para quien de ella gozaba; ya mi esperanza engañosa, aleve infanta, se acaba. Antípodas me parece que somos Dionís y yo, pues que, cuando en mí anochece el sol de amor, le salió, y en su ventura amanece. Pero no puedo creer, infanta, tan gran mudanza; engaño debe de ser, o lo será mi esperanza, porque la tengo en mujer. Aunque mi corta ventura y tu nobleza me asombra; pero no hay prenda segura; que es la mujer y la sombra de cualquier color oscura. Mal dije; que mi señora es leal; temor, mentís, pues la memoria no ignora que en nombre de don Dionís os favoreció hasta agora; y con el nombre sin duda de este engañoso recelo mi competidor se ayuda; que es la infanta como el cielo glorioso, que no se muda. Y si es por mí su afición, bien le puedo yo quitar mi hacienda toda al ladrón. La bendición le he de hurtar, pues me llama la ocasión.
Vase. Salen don DUARTE y SANCHA
SANCHA: Por Dios, señor don Düarte, que vos solo me faltáis de mi copia, y ya llegáis a darme memoria y parte de vuestros deseos ardientes, que en palacio no son pocos, porque esta jaula de locos no cabe de pretendientes. El rey está aficionado a una niña que es como él, la infanta doña Isabel con quien está concertado. Don Ramiro y don Dionís están perdidos los dos. DIONÍS: ¿Por quién? SANCHA: Dadme cuenta vos de la dama a quien servís, porque no quiero yo agora que améis los tres a una dama, y dar celos a quien ama, en riesgo de tal señora. DIONÍS: Vargas, tu mano es tan buena, que al órgano he comparado la corte, que no tocado de esas tus manos, no suena. Una tecla vengo a ser del órgano cortesano; si tú no pones la mano, no he de sonar ni tañer. Quiero bien a doña Inés; por ella, Vargas, suspiro. Don Dionís o don Ramiro ¿preténdenla? SANCHA: No, otra es. DUARTE: Pues, Vargas del alma mía, dile mi pena mortal. Toma esta joya en señal. SANCHA: Tomar es bellaquería, porque alcahuete por toma no se imagina bien de él, y una mitra de papel le dan sin bulas de Roma; y alcahuete que lo usa por su deleite no más, o no le culpan jamás o no falta quien le escusa. Dadme vos una memoria, porque, o no ha de ser quien es Vargas, o con doña Inés habéis de hacer pepitoria. DUARTE: Pues, adiós, tercero mío.
Vase
SANCHA: La infanta viene; hoy sabré en qué punto está la fe que en don Ramiro confío.
Sale doña FELIPA
FELIPA: Vargas, muy quejosa vengo de vuestra prolija ausencia. SANCHA: Sabe Dios la diligencia que yo en vuestras cosas tengo. FELIPA: No se me luce, en verdad. SANCHA: Bien parece, mi señora, que no sabéis vos agora mi cuidado y voluntad. FELIPA: ¿Es cuidado que os desvela? SANCHA: Esa palabra me agrada; que viene bien comparada mi diligencia a la vela, pues yo me consumo y quemo para alumbraros a vos; que os sirvo, y bien sabe Dios lo que lo siento y lo temo. FELIPA: No sé cómo puede ser, supuesto que vos no amáis al galán por quien terciáis, porque vos no sois mujer. SANCHA: Es verdad, muy bien decís; pero importa diligencia, como tienen competencia don Ramiro y don Dionís; pues cada cual forma queja y se pretende ofender, y otra fábula ha de ser de la lechuza y corneja, que una a otra se rompía el nido y los huevos de él, y de un rigor como aquél ningún polluelo nacía. FELIPA: Pues yo, que consideré que en ocasiones de amor quien lo siente habla mejor, por mí misma negocié. Y al fin, pues he negociado por mí misma, yo también quiero conseguir el bien que he por mí misma alcanzado. Con nombre de don Dionís, volvió Ramiro al terrero, y aquesta noche le espero por mi esposo. SANCHA: ¿Qué decís? FELIPA: Que queda ya concertado el tiempo en que le he de ver, sin tener que agradecer a vuestro poco cuidado.
Vase
SANCHA: Espera, enemiga mía, sirena del mar, escucha, pues de la grave tormenta que yo lloro y siento, gustas. ¿Que ya el concierto está hecho? ¿Que ya me llevas y usurpas en un día cuanto el alma abrasada en tantos busca? Suspiros y pensamientos que ya se encuentran y juntan, vientos han de ser que paren en tempestades confusas. Loca estoy; bien estoy loca, que a quien faltó la ventura, falta el jüicio, y no siente el rigor de su fortuna. Jüicios enamorados con facilidad se turban; que como es poca su luz, quedan con un soplo a escuras. ¡Ah de palacio! ¡Hola, gente, guardaos! Que suelta su furia la tormenta de mis celos en el mar de mis injurias. Ayuda, amor, que la tormenta es mucha, mas ¿cómo puede dar un ciego ayuda?
Sale CABELLO
CABELLO: ¿Quién da voces por aquí? Vargas o Sancha, ¿qué angustias te obligan a que alborotes la gente que nos escucha? SANCHA: Tente, necio, no te anegues en el mar donde fluctúan las desdichas que me llevan al puerto de mis locuras; tente, que te mojas, tente. CABELLO: ¿Ya tenemos garatusas? ¿Adónde diablos me mojo? O estás sin seso o te burlas. SANCHA: ¿No ves en el mar de agravios las olas negras y turbias de mis celos, que combaten la casi rota chalupa de mi burlada esperanza? Échate a nado, si gustas de ayudarme en la tormenta. CABELLO: Tu jüicio las afufa. SANCHA: ¡Ah perro! ¿Anegar me dejas? Lealtad al fin como tuya. Yo te mataré, villano.
Golpéale
CABELLO: ¡Ay, que me pelas! Escucha. SANCHA: Conmigo te has de embarcar. CABELLO: ¿Cómo, si está más enjuta la tierra que están tus cascos? (En creciente anda la luna.) SANCHA: No me repliques, traidor. CABELLO: (¿Quién me trujo aquí?) SANCHA: Desnuda la ropa y échate a nado.
Quítanse las capas los dos
CABELLO: Échome a nadar, con Judas. Válgate el diablo por Vargas. SANCHA: ¡Ea, nada! CABELLO: Si me empujas. ¡Cuerpo de Dios, y qué amarga que estaba el agua, y qué sucia!
Escupe
SANCHA: ¡Ea, sube en mi galera! CABELLO: ¿Ésta es galera? SANCHA: ¿Eso dudas? La galera de mi amor, que, cortando las espumas de imposibles y de estorbos, a vela y remo procura llegar a "Buena Esperanza". CABELLO: Yo llego a mala ventura. SANCHA: Ea, ¿no tomas un remo? CABELLO: Luego ¿vengo a ser en suma galeote? SANCHA: Soylo yo, villano, ¿y eso preguntas? En la galera de amor todos reman, todo es chusma, que aunque no hay amor forzado, forzadas almas injuria. Ea, que no faltará bizcocho negro de angustias, que en vinagre de sospechas mojes, que es comida suya. Vaya. CABELLO: Vaya con el diablo. SANCHA: ¿Remas? CABELLO: ¿No lo ves? SANCHA: Procura no dar enojo al agravio, que es cómitre de la trulla. Buen vïaje. CABELLO: Buen vïaje. ¡Heme aquí sin tener culpa, de lacayo, galeote! SANCHA: ¡Qué bien que la quilla surca las olas de mis temores! Mas ¿no ves cómo se ofusca entre nubes de sospechas el cielo de mis venturas? CABELLO: Ya lo veo. (¡Oh si se hiciese pedazos ya, y mi fortuna me librase de esta loca, que me ha de matar sin duda!) SANCHA: Perdidos somos. CABELLO: Seamos. SANCHA: ¿No ves las galeotas turcas que nos vienen dando caza? CABELLO: ¡Y cómo! SANCHA: ¿Cuántas son? CABELLO: Muchas. Una, dos, veinte, doscientas. SANCHA: Mientes, perro, no es más de una; pero ésa llena de celos, que son turcos. CABELLO: Sean lechuzas. SANCHA: Huyamos. Boga, canalla.
Dale
CABELLO: Quedo. (¡Mal haya la puta de mi abuela!) Que me matas. SANCHA: Lo que se usa, no se escusa; eso se usa en la galera. Rema apriesa; que se junta el enemigo y dispara balas de agravios y injurias. La galera se va a fondo; ya la han entrado, ya busca a mi don Ramiro ingrato la infanta. ¡Amor la destruya! Capitán de la galera la ha hecho mi desventura, y si cautiva a mi amante, que ha de matarme ¿quién duda? ¡Oh quién se volviera agora la cabeza de Medusa para convertille en piedra! Mas ¿por qué, si es piedra dura? Sólo un remedio hay, Cabello, que en aquesta coyuntura pueda esconder a Ramiro y hacer mi dicha segura. CABELLO: ¿Y es? SANCHA: Que te hagas ballena, y pues que la infanta busca a Ramiro, te le tragues; que, no hallándole, no hay duda que se vaya y que nos deje. ¡Linda traza! CABELLO: Como tuya. ¿Cómo diablos he de ser ballena yo? SANCHA: No hay excusas. Abre la boca. CABELLO: Ya la abro. SANCHA: Ea, trágale; ¿qué dudas? CABELLO: Vaya.
Hace que se traga una cosa grande
SANCHA: ¡Ah perro! no lo muerdas. CABELLO: Que no le muerdo ¡con Judas! Sin ser de Madrid, me has hecho ballenato. ¿Hay mayor burla? SANCHA: Ya le busca mi enemiga, y a todos por él pregunta; no le ha hallado; y se fue; venció mi amorosa industria. bien puedes volverle a echar; escúpele aquí. CABELLO: ¿Que escupa? Ves aquí escupo. SANCHA: ¿Qué es de él? CABELLO: ¿Qué diablos sé yo? SANCHA: ¿Tú le hurtas, traidor? CABELLO: ¿Yo? Pues ¿para qué le quiero? SANCHA: Échale. CABELLO: Sin duda que, como entró por la boca, salió por la puerta sucia. SANCHA: ¡Ah villano! ya te entiendo; ya sé que esta noche gustas, llevándosele a la infanta, hacer que sea esposa suya. Concierto es de entre los dos; ser su alcahuete procuras. CABELLO: ¿Quién vio ballena alcahueta por más cuentos o aventuras que haya visto en Amadís? SANCHA: Ballena infame, no huyas; dámele, pues le tragaste, que es carne, y no tienes bula. CABELLO: ¡Quedo, con todos los diablos! Que eres de casta de bubas, que me vas pelando todo. Barrabás te aguarde.
Vase
SANCHA: Escucha. Mas huye, cruel Ramiro; que aunque huyas, adonde sobra amor, vence la industria.
Vase. Sale doña FELIPA
FELIPA: El que te pintó con alas, Amor, fue su pensamiento decir que en atrevimiento a cualquier monstruo te igualas. Bien te puedes disponer a darme en esto, ocasión, tus alas; que el corazón otras dos ha menester; y con cuatro alas querría ser efimerón de amor, aunque es gusano, en rigor, que nace y muere en un día.
Sale RAMIRO
RAMIRO: (El reloj que traigo al pecho, que es la memoria y cuidado, la hora pienso que ha dado que señala mi provecho. ¿Si hallaré ya prevenida a la infanta, en quien deseo hacer el dichoso empleo para el caudal de mi vida? Ella es; quiero llegar.) FELIPA: ¿Es don Dionís? RAMIRO: No, señora; que si lo he sido hasta agora, ya no es tiempo de engañar. FELIPA: Determinado venís. RAMIRO: Si ya os gozo, no es razón usar la equivocación del nombre de don Dionís. Hasta agora mi temor, mi cuidado y mi secreto usaba este ardid discreto, y era este nombre mejor. Hasta agora en ser tercero tenía, señora, gusto; pero desde aquí no es justo sino el nombre verdadero. FELIPA: Decís muy bien, don Ramiro; desengañado venís; pero el nombre de Dionís con buenos ojos le miro; que como por aquel nombre vengo hoy a adquirir mi bien, justo es que le quiera bien; que ese nombre os ha hecho hombre. RAMIRO: Yo quiero el nombre por mío; llamadme así, si conviene, pues un mismo nombre tiene, con ser diferente, el río. ¿No es río, señora mía, las aguas y la corriente que lleva? ¿Y no es diferente agua y río cada día? FELIPA: Claro es. RAMIRO: ¿No llega a tener cada día nombre nuevo? Pues ansí soy río que llevo al mar de amar y querer mi larga corriente y curso, haciendo con su mudanza más fértil a mi esperanza, y más caudal mi discurso. Nombre pudiera mudar el río y yo cada día; mas si vos, señora mía, el mismo me queréis dar, juzgaréis como prudente que yo soy río, y no quiero mudar el nombre primero, aunque ya soy diferente. Si de este nombre os servís, y en él mis provechos miro, góceos a vos don Ramiro, y llamadme don Dionís. FELIPA: ¡Qué bien lo decís! RAMIRO: Señora, perdonadme cuando sea mi pensamiento de aldea; que no la olvido hasta agora. Y mal la pienso olvidar, pues pienso, señora mía, que allá fui un tronco que había en el campo por labrar, y a vos, divino escultor, os parecí de provecho, pues de un leño me habéis hecho un ídolo del amor. FELIPA: Vuestra soy, y ansí no os puedo alabar, porque es muy poca la gloria en su misma boca. Gente viene, y tengo miedo; entrad, esposo y señor; que con esa confïanza hoy se muda la esperanza en la posesión de amor. RAMIRO: Vamos, que vuestra hermosura aumentará el ansia mía, como el agua clara y fría, que aumenta la calentura. Y porque mi amor entiendas, te doy la mano. FELIPA: Señor, como eres buen pagador, nunca te dolieron prendas.
Vanse. Sale SANCHA, de mujer, en el parque
SANCHA: Permitido es el engaño, conforme a ley de derecho, contra aquél que hubiere hecho por otro engaño algún daño; y si es sola la intención ya dispuesta y prevenida, por ley justa y permitida, puedo robar al ladrón. Don Ramiro ha de venir por la infanta, a quien gozar pretende; aquí me ha de hallar; su dama me he de fingir. Alma, a buen hora venís; ya he entendido la cautela con que su amor se desvela con nombre de don Dionís. Aunque finja aqueste nombre, pues en sus engaños miro, ya sé que con don Ramiro viene encubierto el renombre.
Sale don DIONÍS
DIONÍS: (La hora es ésta esperada de un alma que aguarda en ella gozar de su infanta bella la posesión deseada.) SANCHA: (Él es; que no puede ser haber entrado hasta aquí otro galán.) DIONÍS: ¿Sois vos? SANCHA: Sí. (¡Oh amor, grande es tu poder!) DIONÍS: ¿Cómo, mi bien, no venís? SANCHA: (¡Que mi gloria ha de ser tanta! Pero llámale la infanta por su gusto don Dionís, y ansí le he de llamar yo por gozalle con recato; que es, siendo Ramiro, ingrato, y siendo don Dionís, no.)
[Habla] bajo
DIONÍS: Señora, esa dilación me ofende; que descubierto tras de la tormenta el puerto, la gloria tras la pasión, ya parece tiranía dilatarme tanto el bien. SANCHA: Eso digo yo también. DIONÍS: Venid, pues, infanta mía; que no soy dueño de mí desde que el alma os miró. SANCHA: ¿No tenéis voluntad? DIONÍS: No. SANCHA: ¿Y yo en vuestro nombre? DIONÍS: Sí. SANCHA: Pues yo os mando que me deis la mano. DIONÍS: ¿Mándasme a mí? [.....................-í?] [...................-éis?] Alma y mano vesla aquí, y los brazos, porque entiendas cuán poco me duelen prendas. ¿No soy buen pagador? SANCHA: Sí.
Vanse. Salen el REY, don PEDRO, don ALFONSO, y ACOMPAÑAMIENTO
REY: Vengáis con bien, gran prïor. ALFONSO: Señor, ¿Vuestra Majestad me recibe? ¡Gran favor!, aunque se debe a mi edad, y con mi edad a mi amor. REY: A los servicios lo debo también, y si es tan debido favor, justa causa llevo, y ansí los brazos os pido para pagaros de nuevo. ¿Cómo llegó mi señora la reina? ALFONSO: Con mucho gusto de Castilla que la adora, aunque lleva con disgusto, señor, vuestra ausencia agora. Mil regalos os envía, y quisiera mil abrazos. REY: ¡Ay madre del alma mía! PEDRO: También esperan mis brazos, prïor, su nueva alegría. ALFONSO: Señor, déme vuestra alteza sus manos. PEDRO: El rey nos mira. Basta ya. ALFONSO: De su grandeza la fama misma se admira por su valor y nobleza. REY: ¿No se dice allá en Castilla el gobierno y la prudencia de mi tío? ALFONSO: Es maravilla del mundo, que en su presencia no se permite decilla. PEDRO: Hasta agora, gran señor, no se ha podido mostrar sino la paz y el favor; agora comienza a usar Vuestra Majestad valor; que en la guerra que publica contra el África, sospecho, si envía a quien le suplica, que ha de mostrarle mi pecho una voluntad muy rica. REY: No quiero yo que vais vos, señor infante, a la guerra, no yendo juntos los dos. PEDRO: Si por ángel de la tierra y del mar os puso Dios (que el ángel que vio San Juan en mar y tierra mostraba que el buen rey y capitán en tierra y en mar estaba diestro, animoso y galán), bien podéis cuando tengáis edad, salir en persona; pero agora no salgáis; que vuestra edad os perdona por el valor que mostráis. REY: Ya veremos en consejo lo que más conviene. Adiós; bien acompañado os dejo. Dichoso el rey que en los dos tiene su amigo y espejo.
Vase con el ACOMPAÑAMIENTO
PEDRO: Divino y raro valor muestra el rey. ALFONSO: Con tal maestro no puede menos, señor. PEDRO: Por merecerlo, le muestro tantos estremos de amor; pero de alguna tristeza parece en el rostro noble la señal y la aspereza. Decilda; que siento al doble esa pena. ALFONSO: Vuestra alteza me ayude a sentir también mi desconsuelo. PEDRO: ¿Qué ha sido? ¿Quién os ha ofendido? ALFONSO: ¿Quién sino el cielo? Que he perdido, señor, la mitad del bien. A don Ramiro envié a la corte... PEDRO: Ya está en ella de suerte que en él se ve ser la más luciente estrella de Portugal. ALFONSO: Ya lo sé; mas doña Sancha, su hermana, a quien yo dejé en la aldea, no parece; que inhumana nuestra fortuna, desea hacer mi esperanza vana. En Momblanco estuve ayer, y no he tenido otro indicio de cuantos pude tener, sino decir que es oficio la mudanza en la mujer. PEDRO: Ese justo sentimiento no sabré decir, prïor, con cuánto extremo le siento. ALFONSO: Y yo me espanto, señor, que no me mate el tormento. PEDRO: De don Ramiro sabré si tiene noticia alguna. ALFONSO: No se lo digáis... PEDRO: ¿Por qué? ALFONSO: ...hasta ver si mi fortuna me ampara y me guarda fe.
Salen CABELLO y TABACO [hablando aparte]
TABACO: ¿Hablas de veras, Cabello? CABELLO: ¿No te lo dice su cara? TABACO: ¡Que Sancha es el enanillo! ¡Válgate el diablo por Sancha! Digo que es la piel del diablo. ¿Mas que la corte enmaraña? CABELLO: No lo has de decir a nadie. TABACO: No hablaré más que una urraca. Pero ¿el gran prïor no es éste? ¡Oh señor de mis entrañas! Vengas con los buenos años; pon en mi boca esas patas. Triste estás; ¿qué es lo que tienes? ALFONSO: No sé, Tabaco; levanta. TABACO: Acá está también Cabello. Llega. CABELLO: (¿Qué haces, diablo? Calla.) ALFONSO: Cabello, ¿qué haces tú aquí? TABACO: Pues ¿no sabes lo que pasa?
Hácele señas CABELLO de que calle.
(No lo diré, si esta vez, a nadie.) Sabrás que Sancha, la pastora de Momblanco, que a todos nos enredaba, y tú, señor, querías tanto, ya no es Sancha, sino Vargas. PEDRO: ¿Qué dices? TABACO: Lo que éste dice. CABELLO: ¡Qué bien el secreto guardas! PEDRO: (Tiene razón. El enano es Sancha; desde que en casa entró, me ha tenido en duda y sospechoso su cara. Bien dije yo que otra vez la había visto.) TABACO: ¡Hay tal muchacha! ALFONSO: Pues ¿qué es aqueso, señor? PEDRO: Que ya ha parecido Sancha por el modo más notable que en este siglo oyó España. ALFONSO: ¿De qué modo? PEDRO: Está en palacio y, con la mejor maraña que vio el mundo, sirve al rey, en enano disfrazada. ALFONSO: ¿Cómo es aquesto, Cabello? CABELLO: (Agora colgarme manda.) Lléveme el diablo, si tengo más culpa yo que una albarda. Murió un enano en Momblanco, vistióme de aquesta traza, y con las enanas ropas, sin saber dó me llevaba, me trujo aquí a Santarén. ALFONSO: Desde hoy se alegran mis canas. ¡Extraordinario suceso! Vayan a llamarla. PEDRO: Vayan.
Vanse CABELLO y TABACO. Salen el REY y don DUARTE
REY: ¿Qué alboroto es éste, infante? PEDRO: Si un rato, señor, aguardas, verás de un agudo ingenio marañas extraordinarias.
Vuelven CABELLO y TABACO con SANCHA, de dama
SANCHA: ¿El gran prïor ha venido? ¡Señor mío! REY: ¡Vargas! ALFONSO: ¡Sancha! REY: ¿De mujer? SANCHA: Si mujer soy, rey y señor, ¿qué te espantas? ALFONSO: ¿Qué atrevimiento ha sido éste? SANCHA: De amor, que como tiene alas, las toma para emprender los imposibles que alcanza. Robóme el alma Ramiro desde mi primera infancia, vínose aquí, y yo tras él vengo en busca de mi alma. Con tu licencia, es mi esposo. ALFONSO: ¿Qué dices? SANCHA: Agora acaba de consumarse, señor, matrimonio y esperanza. ALFONSO: ¿Qué dices, loca? ¿No ves que eres de Ramiro hermana? PEDRO: ¡Jesús mil veces! SANCHA: ¡Ay cielos, engañóme la ignorancia. Mano me ha dado de esposo, y poniendo su palabra por obra, al fin me gozó. TABACO: Pues averígüelo Vargas. PEDRO: Llamad a Ramiro aquí. SANCHA: Encerrado está en la cuadra, que ha sido de aqueste incesto tercera muda. DUARTE: ¡Desgracia notable! SANCHA: Aquéste es que sale.
Sale don DIONÍS
SANCHA: ¡Don Dionís! DIONÍS: Infanta amada... SANCHA: Luego ¿no eres don Ramiro? DIONÍS: Luego ¿no eres tú la infanta que, gozando por esposa, aseguró mi esperanza? PEDRO: ¿Cómo es eso, don Dionís? DIONÍS: Pudiera ser, ya no es nada. SANCHA: Señor, lo que pasa es que Ramiro sirve y ama a la infanta, mi señora; supe que habían dado traza de desposarse esta noche, y yo, que celosa estaba, creyendo ser don Ramiro don Dionís, dentro la cuadra de la infanta, como esposo, le di posesión del alma. PEDRO: Del mal lo menos. DIONÍS: ¿Quién es mujer que a todos engaña? SANCHA: Yo soy Sancha, una pastora. DIONÍS: ¡Ay cielos! ¿Mujer tan baja ha de ser mi esposa? PEDRO: Paso, don Dionís, que es doña Sancha, hija del rey don Düarte, y del rey Alfonso hermana. DIONÍS: ¡Válgame el cielo! SANCHA: ¿Qué dices? PEDRO: La verdad. ALFONSO: Y confirmada por mí, señor, que a Ramiro y a doña Sancha, la infanta, he crïado en traje humilde, por mandado del rey. REY: Basta. Dadme, hermana, aquesos brazos. CABELLO: ¡Válgate el diablo por Vargas! DIONÍS: Perdonad, infanta hermosa. SANCHA: Ya doy por bien empleada la burla que me hice a mí, pues sois dueño de mi alma.
Sale RAMIRO
RAMIRO: Vos seáis muy bien venido. ALFONSO: Don Ramiro... RAMIRO: Doy mil gracias al cielo, que ven mis ojos mi contento en esas canas.--
[Al Rey]
Gran señor, si amor disculpa, si me anima tu privanza y si merece el amor con que al cielo me levantas perdón de un yerro amoroso, sabrás que soy de la infanta tu prima, del infante hija, tu tío... REY: ¿Qué eres? Acaba. RAMIRO: Esposo. Dame la muerte. REY: Los brazos te doy. Levanta. DIONÍS: ¿Los brazos? REY: De hermano. RAMIRO: ¿Cómo? PEDRO: Y mi sobrino. RAMIRO: ¿Qué aguarda mi dicha? PEDRO: Llamad aquí a doña Felipa.
Sale doña FELIPA
FELIPA: Es tanta mi vergüenza, gran señor... PEDRO: Ya vuestra vergüenza tarda. Don Ramiro es vuestro esposo, y don Dionís de la infanta doña Sancha. SANCHA: Tus pies beso. DUARTE: Si hoy es día de hacer gracias, a doña Inés te suplico que me des. FELIPA: Inés, mi dama, será, conde, vuestra esposa. REY: Y yo prometo dotalla. DUARTE: Vivas infinitos años. TABACO: Pues que nadie a mí me casa, Cabello, casaos conmigo. PEDRO: No más enanos en casa. Dad a Felipa, Ramiro, la mano en prendas del alma. RAMIRO: Si al buen pagador, señor, no le duelen prendas, bastan aquestas para obligarme a darlas con justa paga, como en la parte segunda prometo, si ésta os agrada.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002