AVERÍGÜELO VARGAS

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por David Hildner. Se basa en el texto de Teatro escogido de fray Gabriel Téllez (Madrid: Yenes, 1840), vol. VII, que ha sido cotejado con el de Tirso de Molina, Obras dramáticas completas, ed. Blanca de los Ríos (Madrid: Aguilar, 1952), vol. 2. Esta obra fue transcrita por Vern Williamsen en 1997 al formato HTML para ser presentada en esta colección.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Por un lado Don ALFONSO [de Abrantes], SANCHA y RAMIRO. Por otro Don PEDRO, Doña FELIPA, Doña INÉS, y ACOMPAÑAMIENTO, en traje de camino
ALFONSO: Vuestra alteza, gran señor, sea mil veces bien venido a esta casa. PEDRO: ¡Oh gran prïor, levantaos! Que ya lo he sido, pues sale vuestro valor a recebirme hasta aquí. Levantaos, no estéis ansí; cubrid la noble cabeza. ALFONSO: Déme los pies vuestra alteza. FELIPA: Los brazos primero os di, gran don Alfonso de Abrantes; que los merecéis mejor. ALFONSO: Si con premios semejantes vuestra grandeza y valor hace méritos gigantes que han sido hasta aquí pigmeos, alentará mis deseos de modo que mi vejez vuelva a su abril otra vez, rica con tantos trofeos. FELIPA: Como a mi pariente os trato y como a prïor de Ocrato, gloria de la cruz de Rodas, luz de las hazañas todas. ALFONSO: Si no corta el tiempo ingrato el hilo a mis pensamientos, pagarán este favor --aunque mis merecimientos no igualen a su valor-- nobles agradecimientos de un pecho por vos honrado. Pero no me había acordado de daros el parabién del cargo, señor, que ven estos reinos empleado tan bien en vos. Largos años gobernéis esta corona, porque restauréis los daños que la desdicha pregona de sucesos tan extraños. Que si quedó Portugal y su corona real huérfana y llena de luto, cogiendo violento el fruto el tirano universal de nuestro rey malogrado, porque quede consolado y el llanto pueda enjugar, vos quedáis en su lugar para gobernar su estado; pues muerto el rey don Düarte, señor nuestro y vuestro hermano, nadie llenará esta parte sino el valor soberano que en vos el cielo reparte; y el niño rey, que ya está en vuestra ilustre tutela, en vos, gran señor, tendrá una general escuela en quien acrecentará el valor que conjeturo; pues porque viva seguro con el valor que merece, venís a ser, mientras crece, él la hiedra y vos el muro. PEDRO: Vos sois toda la lealtad de estos reinos, gran prïor. ALFONSO: Beso estos pies. PEDRO: Levantad.
[Aparte SANCHA y RAMIRO]
SANCHA: (¡Ramiro, gran mirador estáis! Llegaos más, llegad; que no os huele mal la moza. El no sé qué que os retoza en el alma, he visto ya. ¡Fuego en quien crédito os da, y vuestras lisonjas goza! Pegaos otro poco a ella.) RAMIRO: (Sancha, empieza ya.) SANCHA: (Mi llanto. A fe que os parece bella.) RAMIRO: (¿A mí?) SANCHA: (¿No? A vos. Haceos santo; que a fe que babeáis por ella.) FELIPA: ¿Cómo se llama esta tierra? RAMIRO: Momblanco, y aunque en la sierra, fértil de pan.
Apártase SANCHA con RAMIRO
SANCHA: Mas ¡qué agudo vais a responder! ¡Picudo, el cuidado os hace guerra! RAMIRO: ¿Quieres callar? SANCHA: ¿Queréis vos callar y no responder? RAMIRO: Importuna estás, por Dios. Si pregunta una mujer tan noble... SANCHA: ¿No hay aquí dos que os saquen de ese cuidado? ¿O tenéis vos arrendado el responder? ¡Ah, hi de puza! A fe que amor os rempuza. RAMIRO: ¡En linda locura has dado! SANCHA: Pues ¿no es verdad? RAMIRO: No es verdad. SANCHA: Luego ¿la engorgollotada no os hace en la voluntad borbollitos? RAMIRO: ¡Qué cansada! SANCHA: ¿Ya os canso? Pues descansad; que yo lloraré entre tanto. RAMIRO: De mi paciencia me espanto. FELIPA: ¿De qué llora esa pastora? ¿Qué tiene? SANCHA: Aquí nadie llora. FELIPA: ¿No he visto yo vuestro llanto? SANCHA: No es de pena. FELIPA: Pues ¿de qué? SANCHA: De picar una cebolla para una ensalada fue, que es postillón de la olla. FELIPA: ¿Pica mucho? SANCHA: ¿No lo ve? FELIPA: Hermosos ojos tenéis. ¿Y ha mucho...? SANCHA: Bien poco ha que me hace llorar cual veis. FELIPA: ¿Luego aun pica? SANCHA: Y picará hasta que de aquí piquéis. RAMIRO: (Sancha, tú me has de obligar a irme de este lugar, si no callas.) SANCHA: (Haréis bien.) PEDRO: Hay cortes en Santarén; que como murió en Tomar el rey mi hermano y señor, y se quiere ir a Castilla la reina doña Leonor, sin que puedan persuadilla mis ruegos, lealtad y amor a que gobierne este estado, como lo dejó mandado el rey en su testamento, llevando al cabo su intento, en Santarén he llamado a cortes, con intención de que apruebe el rey en ellas aquesta renunciación. ALFONSO: Habrá oído las querellas de algunos grandes que son de diverso parecer, y no dejan de tener razón; que parece mal que gobierne a Portugal y se iguale una mujer con vos, de cuya prudencia y valor tiene experiencia el estado lusitano. PEDRO: Mandólo ansí el rey mi hermano, que la amó por excelencia. ALFONSO: Gobernadores extraños en un reino es desatino de que proceden mil daños. PEDRO: Mientras el rey mi sobrino, que tiene solos diez años, crece, pues doña Leonor da en partirse, gran prïor, su tutela aceptaré y el gobierno, porque esté libre el reino del temor en que las alteraciones de dañadas intenciones ponen su lealtad y ley, cuando, por ser niño el rey, anda la fe en opiniones.
A RAMIRO
SANCHA: (No la tienes de mirar.) FELIPA: ¿Cuánto hay de aquí a Santarén? RAMIRO: Diez leguas suelen contar. SANCHA: (¡Qué presto fuiste...!) RAMIRO: (Hago bien.) SANCHA: (Todo es por darme pesar. Pues, ¡para ésta...!) FELIPA: ¿Hay mucha caza por este monte? RAMIRO: Es de traza que ella misma nos provoca entre los pies. SANCHA: Hay tan poca que es necio quien se embaraza en buscalla; no hay mentir. RAMIRO: (Sancha, ¿queréisme dejar?) SANCHA: (Hete de contradecir en todo.) FELIPA: ¿A quién he de dar crédito? RAMIRO: No he de fingir contigo yo; esta rapaza ¿qué puede saber de caza? SANCHA: (Lo que basta para ver el alma presa en poder de quien mi muerte amenaza.) INÉS: Apacible recreación tiene el gran prïor aquí. FELIPA: ¡Qué buenos palacios son aquestos! RAMIRO: Señora, sí; que cuando la inclinación se iguala con el poder, suele la vejez hacer edificios que compiten con el sol, que otros habiten. FELIPA: Éste debe de tener hermosas piezas. RAMIRO: Cien salas le adornan. SANCHA: ¡Ay, qué mentira! ¿Ciento? Veinte, y ésas malas, porque es para quien le mira como vos en esas galas, afeitada por defuera; mas si dentro considera lo que es, porque se reporte, dirá que es dama de corte. FELIPA: Y vos, niña bachillera. SANCHA: Debí de nacer habrando, porque es mi padre el barbero. INÉS: ¿Y habla mucho? SANCHA: Trasquilando, no cesa; que es el primero de los de "hágala callando." RAMIRO: (¡Sancha!) SANCHA: (Aquí lo pagarás con pan y agraz.) RAMIRO: (Si me das ocasión, y más me agravia tu necedad...) SANCHA: (¿Rabias? Rabia, pues yo rabio.) RAMIRO: (Loca estás.) PEDRO: Por dos cosas, gran prïor, he pasado por aquí. La reina doña Leonor parte a Castilla, y ansí quiero que vuestro valor la acompañe; aquésta es la una. ALFONSO: Beso tus pies por merced tan singular. PEDRO: En la villa de Tomar está, juzgando, después que murió el rey don Düarte, los días que no se parte por siglos largos, y importa, pues es la jornada corta, que sea luego. ALFONSO: El agradarte tengo por ley; luego al punto me partiré. PEDRO: También vengo a cumplir del rey difunto una obligación que tengo, por ser de su amor trasunto. El mismo día que murió, el amor me declaró que en el abril de su edad tuvo aquí a cierta beldad, cuyo nombre me encubrió, diciéndome sólo el fruto de dos hijos, con que amor dio a su esperanza tributo, y de quien vuestro valor es encubridor astuto. Deséolos conocer si están en vuestro poder, porque quedan a mi cargo. ALFONSO: De daros gusto me encargo. Presto en ellos podréis ver dos Apolos de quien soy viejo y venturoso Admeto, y con quien alegre estoy; que por guardar el secreto que el rey me mandó, hasta hoy, disfrazados de pastores, dan a estos valles amores, gloria a su padre real, y esperanza a Portugal de otras hazañas mayores. PEDRO: Que me los mostréis aguardo. ALFONSO: Pues mirad aquel mancebo, gran señor, que al gabán pardo da, aunque tosco, valor nuevo. PEDRO: No he visto hombre más gallardo. ALFONSO: Testigos son estos robles de que las arrugas dobles del novillo más cerril a su esfuerzo varonil han dado despojos nobles. Ya se ha visto entre sus brazos rendir el oso fornido la vida, hecho mil pedazos, y hacer lo que no han podido venablos, trampas ni lazos. PEDRO: Tras él se me van los ojos. ALFONSO: Pues si a quien de mis enojos es consuelo ver queréis, porque desde hoy no envidiéis del sol los cabellos rojos, mirad en la tierna edad de aquella niña discreta la peregrina beldad en cifra, porque os prometa milagros su habilidad. PEDRO: ¡Bella rapaza! ¿Y qué años tiene? ALFONSO: Trece, aunque en engaños vence su aguda niñez la más astuta vejez. Hay de ella cuentos extraños en esta sierra. PEDRO: ¿Y qué nombre tiene? ALFONSO: Sancha, y él Ramiro. PEDRO: ¡Bella mujer y bello hombre! Pintado en sus caras miro su padre. ¡Qué gentil hombre mancebo! ALFONSO: Aun entre sayal descubre la sangre real de su belicoso padre. PEDRO: Y la de su noble madre, que por ser tan principal, según mi hermano me dijo, su nombre encubre. ALFONSO: Colijo que por bien empleada diera cualquier liviandad, si viera, señor, tal hija y tal hijo. Con la infanta mi señora, y hija vuestra, están hablando. PEDRO: Su presencia me enamora; lo que están los dos tratando quiero escuchar.
Acércase a ellas
RAMIRO: Yo, señora, conozco de mis intentos que a vender merecimientos el mundo, el alma llegara y infinitos la comprara, si a trueco de pensamientos me los diera. SANCHA: Y yo también sé que de saber me pesa lo que sé, por saber quien sabe que sé, en esta empresa, que no sois hombre de bien. FELIPA: Niña, ¿quién te mete aquí? SANCHA: El diablo y yo nos metemos (y el fuego que vive en mí). RAMIRO: (¿Quieres dejar, Sancha, extremos?) SANCHA: (¡Ah, falso! ¿Pagas ansí lo que me debes?) RAMIRO: (Por Dios, que te adoro, Sancha mía.) SANCHA: (Yo me vengaré de vos, Ramiro ingrato, algún día.)
A don ALFONSO
PEDRO: ¿No saben que son los dos hermanos? ALFONSO: No, gran señor, aunque anda buscando Amor varias trazas y rodeos para explicar sus deseos, porque no ama al resplandor tanto el que alumbra los cielos, como el que a Ramiro enseña Sancha. PEDRO: Luego ¿éstos son celos? ALFONSO: Sí serán. PEDRO: Pues ¿tan pequeña? ALFONSO: Los amorosos desvelos de sospechas semejantes en Portugal crecen antes que en otra parte. PEDRO: Es ansí, que todos nacen aquí tan celosos como amantes. FELIPA: Discreto sois. SANCHA: Vos mentís, con perdón de los urracos y arrequives que os vestís; que nunca son los bellacos discretos; y si decís lo contrario, salí acá. ALFONSO: Sancha, ¿qué es esto? SANCHA: Será; que ahora no es nada. ALFONSO: Atrevida, ¿cómo sois descomedida con quien honrándoos está? SANCHA: ¿Quién me puede honrar a mí? ALFONSO: La infanta. SANCHA: Infanta o infanto, guarde la honra para sí; que yo sola valgo tanto y más que ella. ALFONSO: ¿Quién? ¿Vos? SANCHA: Sí. ¿No somos acá personas, aunque andemos sin valonas, libres las caras de mudas, y sin sayas campanudas, como aquesas fanfarronas? ¿Ella a mí había de honrar, porque trae una botica en la cara que alquilar, y se remilga y achica la boca cuando ha de habrar? PEDRO: (Donaire tiene, por Dios.) ALFONSO: Idos de aquí. SANCHA: Pues los dos se quedan, tome, doncella, esta higa para ella, y estas cuatro para vos.
Retírase, quedándose escondida a un lado
PEDRO: Notable gusto me ha dado la rapaza. ALFONSO: Es, gran señor, la misma sal. PEDRO: En estado y edad está, gran prïor, Ramiro de ser honrado. Tenerle en mi casa quiero en traje de caballero sin declaralle quién es. ALFONSO: Todo el valor portugués hallarás en él. PEDRO: Primero que os partáis, me le enviaréis a Santarén, sin decille lo que en aquesto sabéis. Haced primero vestille galas nobles. FELIPA: No queréis a la pastora, Ramiro, mal, aunque si bien lo miro, mejor os quiere ella a vos. SANCHA: (Para ver lo que los dos hablan, aquí me retiro; que no puedo sosegar desde que vino a mi casa esta infanta o mi pesar; que ni sé lo que me abrasa, ni en lo que esto ha de parar.) RAMIRO: Hasta agora no he hecho cuenta de amor que gustos violenta. FELIPA: Yo sé que la queréis. RAMIRO: ¿Yo?
Saliendo
SANCHA: Si nos queremos o no, a Dios daremos la cuenta. FELIPA: ¿Quién os mete, bachillera, aquí donde nadie os llama? SANCHA: Yo, que en aquesta quimera, si los dos urdís la trama, quiero ser la lanzadera. Traidor, el huésped se irá, y... ALFONSO: Sancha, salíos allá. ¡Ea! FELIPA: Ved si os quiere bien. SANCHA: ¿Sí? De fuera vendrá quien de casa nos echará.
Vase
PEDRO: Ya es hora que nos partamos. ALFONSO: Honrad mi casa primero esta noche sola. PEDRO: Vamos de priesa; a la vuelta quiero que más despacio veamos las muchas curiosidades que entre aquestas soledades vuestro quieto gusto pinta; que me alaban esta quinta cuantos la ven. ALFONSO: Novedades agradan. PEDRO: Porque os partáis, ved que la reina os espera. ALFONSO: Siempre que vos me mandáis, señor, estoy en mi esfera, y pues vos me lo encargáis, hoy me partiré. PEDRO: En vos miro la lealtad misma; a Ramiro me envïad a Santarén como os he dicho. ALFONSO: Está bien.
Sale al paño SANCHA
SANCHA: (Aunque no quiero, suspiro. Ciego Amor, ¿a qué salís acá?) ALFONSO: Trueque vuestra alteza por el maestrazgo de Avís que honra el pecho, a la cabeza la corona que regís; y vos, señora, gocéis un monarca por esposo al paso que merecéis. FELIPA: Don Alfonso valeroso, para que esperimentéis lo que os quiero, desearé lo que vos me deseáis. ALFONSO: Larga vida el cielo os dé. RAMIRO: Triste a Momblanco dejáis. FELIPA: Basta, Ramiro, que esté alegre vuestra pastora. SANCHA: (¡Que estos pesares me den! ¡No fuera yo infanta agora!) FELIPA: Id a a verme a Santarén. SANCHA: (Si fuere, vaya en mal hora.)
A don ALFONSO
PEDRO: (No sé quitar de los dos los ojos.) SANCHA: (Yo me consumo, ¡y holgaos, Ramiro, vos!) PEDRO: Vamos. SANCHA: (¡La ida del humo o del cuerno, plegue a Dios!)
Vanse don PEDRO, doña FELIPA, don ALFONSO, doña INÉS, y el ACOMPAÑAMIENTO
SANCHA: Ya los huéspedes se han ido, traidor, ingrato, sin fe, perrillo de muchas bodas, moro que no guardas ley; ya los huéspedes se fueron; solos estamos. RAMIRO: Pues bien, que se vayan o se queden, ¿qué hay de nuevo? SANCHA: ¡Ingrato! ¿Qué? ¿Qué preguntas, cuando sabes que me abrasa un no sé qué el alma, y que no sé cómo me ha hechizado un no sé quién? ¿No sabes tú que a los pechos del ciego dios me crïé, que en vez de leche da brasas a los niños como él? Trece años tengo, traidor, y trece años ha, cual ves, que mi amor se está en sus trece desde mi primero ser. Nací amándote, villano, pues me han dicho más de tres que antes que aprendiese a hablar, aprendí a quererte bien. El ama que me dio leche me dijo, falso, una vez que para acallar mi llanto, las que en tu ausencia lloré, el remedio era llevarme donde te pudiese ver. ¡Mal haya amor tan antiguo! Mas ¿qué más mal que un desdén? Crecí un poco, y creció un mucho el fuego en que me abrasé, que según lo que se enciende, de cáncer debe de ser. Los juegos con que otros niños se suelen entretener, eran en mí el adorarte; ¡ay cielos, qué mal jugué! No hallaba sino en tus ojos pasatiempos mi niñez; mis muñecas son sus niñas, que me hechizan si me ven. Este es mi amor, cruel Ramiro, y ese tu injusto pago es; mas quien a tramposos fía, que no cobre será bien. RAMIRO: Sancha, ¿qué agravio[s] te he hecho, para que esas quejas des? ¿Qué desdenes te dan pena? ¿Qué palabras te quebré? Yo, Sancha, pues no lo sabes, si hasta aquí te quise bien, fue quererte como a niña, pero no como a mujer; que para eso aun es temprano, y todos cuantos te ven no te aman por lo que eres, sino por lo que has de ser. Mi inclinación natural, aunque entre el tosco buriel nací, sin saber quién soy ni quién fue quien me dio el ser, me fuerza a ser cortesano, y apenas mi ojos ven una dama de palacio, o un fidalgo portugués, cuando se me inquieta el alma, y he menester que a los pies ponga grillos la prudencia, porque no corran tras él. Vino el infante don Pedro a esta casa de placer, trujo a la infanta su hija consigo, a verla llegué, preguntóme algunas cosas, respondí por ser cortés; parecióte, Sancha, mal, y parecióme muy bien. Siempre fuiste, sino entonces, discreta en tu proceder, sino es hoy que, de liviana, pesada has venido a ser. Te enfadó mi inclinación cortesana; el parecer de doña Felipa hermosa, en cuya cara miré rosas, coral, perlas, nieve, obligado me ha a que esté triste, Sancha, y pensativo. ¡Oh, quién pudiera ser rey, si hay reyes con tantas partes que lleguen a merecer el sol, solo en la hermosura, que rayo de mi amor fue! SANCHA: ¿En mi presencia, traidor, con el villano pincel de tu lengua falsa pintas por sol lo que sombra fue? ¿La libertad, necio, rindes a hermosuras de alquiler, que se venden por las tiendas, y disfraza el interés? ¿Sol llamas rostros de corte que aun no merecen traer pasas del sol, pues las pasas de lejía andan en él? ¿Agora niegas, mudable, deudas de amor, porque ves que no hay testigos de vista, por ser ciego el mismo juez? Trece años ha que eres mío; las voces me han de valer, pues la razón no me vale. ¡Señores! ¡Aquí del rey! Que me roban en poblado un corazón que gané en trece años de servicio. ¿No hay Dios? ¿No hay justicia y ley? ¡Aquí de amor! Que ha venido a robarme una mujer una alma que me ha costado otra alma que le entregué. RAMIRO: ¿Qué alboroto es éste, Sancha? Vuelve en ti. SANCHA: Pues vuelvemé a ti mismo; que sin ti mal en mí podré volver. RAMIRO: Lo mejor será dejarte; que estás loca. SANCHA: Verdad es; que no hay amante de veras que sea cuerdo y quiera bien. ¡Ah de Momblanco! ¡Pastores, tenelde, corred tras él! No te has de ir.
Tiénele
RAMIRO: No has de dar gritos. SANCHA: Pues quédate y callaré. RAMIRO: Hasme hoy enojado mucho, y por eso me vengué. SANCHA: Luego ¿esto sólo es venganza? RAMIRO: Sí, Sancha. SANCHA: ¿Y no amor? RAMIRO: No, a fe; que te adoro, niña mía. (Ansí la sosegaré.) Dame esa mano. SANCHA: No quiero. RAMIRO: Pues iréme. SANCHA: Vayasé.
RAMIRO hace que se va
Volved acá, el escudero; no seáis tan descortés. ¡Qué bien hacéis del señor! ¡Ah, mal huego os queme, amén!
Sale CABELLO
CABELLO: Ramiro, señor os llama más ha de un hora. RAMIRO: Voy, pues. SANCHA: ¿Habéis de enojarme más? RAMIRO: Nunca más. SANCHA: ¿Queréisme bien? RAMIRO: Con el alma. SANCHA: ¡Ay hechicero! RAMIRO: ¡Ay brinco de oro! SANCHA: ¡Ay vergel del amor! RAMIRO: ¡Ay rosa suya! SANCHA: ¡Ay mi Ramiro! RAMIRO: ¡Ay mi bien!
Vanse RAMIRO y CABELLO. Sale TABACO llorando
TABACO: Sancha, vos que sabéis tanto, aunque tan niña y pequeña que algún dimuño os enseña, o nacistes por encanto, si sabéis, dadme unos pocos de quillotros para amar. SANCHA: Pues ¿un hombre ha de llorar? TABACO: No es llanto éste. SANCHA: Pues ¿qué? TABACO: Mocos. Echadme una melecina para que sepa querer. SANCHA: ¿Qué hay de nuevo? TABACO: Heis de saber que cada vez que a Marina topo, y me topa ella a mí, sin bastar pretina o cincha, el diabro se me emberrincha en el cuerpo. SANCHA: ¿Cómo ansí? TABACO: ¿Qué sé yo? Topéla ayer par de la huente y topóme, rempucéla, y rempuzóme, miréla, y volvióme a ver; comenzóse a descalzar las chinelas, y tiréselas, arrojómelas, y arrojéselas, y tornómelas a arrojar. Yo no sé si es enfición aquésta o qué diabro se es, que, en fin, vengo a que me des, si sabes, una lición de amalla, o de aborrecella; que no falta cosa alguna si echarnos de la tribuna, para que apriete con ella. SANCHA: Tabaco, no es para bobos esto de amar. TABACO: Ya lo veo; pero si aqueste deseo me hace en el alma corcovos, ¿qué he de hacer? SANCHA: Dalla a entender que la quieres. TABACO: Ya imagino que lo sabe; en el molino nos topamos anteayer y, parando la pollina, la pellizqué so el sobaco. SANCHA: ¿Y qué dijo? TABACO: "Jo, Tabaco", y díjele: "Arre, Marina". Y volviéndome una coz, me puso tal, que el barbero, a no prestarme un braguero, ya hubiéramos hecho choz en la huesa. SANCHA: ¡Bueno quedas! TABACO: Sancha, enseñalda a querer y decid, si la heis de ver, que tenga las patas quedas.
Sale CABELLO
CABELLO: Tabaco, alto, quita el sayo; que no has de ser más pastor. TABACO: ¿No? ¿Quién lo manda? CABELLO: Señor. TABACO: Pues bien, ¿qué he de ser? CABELLO: Lacayo. TABACO: ¿Qué es lacayo, si alcanzallo puedo? CABELLO: Gran cosa, a mi ver. TABACO: ¿Cómo? CABELLO: Es en palacio ser de la boca del caballo. TABACO: Pues ¿he de ser freno? CABELLO: No, sino que en cualquier posada le has de dar paja y cebada. TABACO: ¿Que es aqueso ser lacayo? CABELLO: Sí, Tabaco; este vestido fue primero de Melchor, lacayo del gran prïor, y tú su heredero has sido. ¡Ea!, que has de ir con Ramiro, que en traje de caballero va a Santarén. TABACO: Pues ¿qué espero? SANCHA: ¿Cómo? (Mis desdichas miro.) ¿Quién dices que a Santarén va? [CABELLO]: Ramiro, que ha trocado el sayo tosco y pesado, por más que le estaba bien, con las cortesanas galas, con que ha hurtado, Sancha mía, al amor la bizarría, y al sol las doradas alas. Envíale el gran prïor al infante con un pliego. SANCHA: (Celos, echad leña al fuego, creced con celos, amor, sospechas, dad en el blanco del temor que el alma espanta. ¿Ramiro va a ver la Infanta? Dejad, pues, Sancha, a Momblanco; que no está ausente amor bien en los peligros que miro. Si a Santarén vais, Ramiro, Sancha ha de ir a Santarén.)
Vase
CABELLO: ¡Ea!, vístete. TABACO: ¿Qué son éstas? CABELLO: Tienen muchos nombres; calzas las llaman los hombres, los discretos, confusión, las hembras, abigarradas, las lavanderas, gregorias, los bobos, ruedas de norias, y los niños, rebanadas de melón. TABACO: ¿Hay más salidas y entradas? CABELLO: ¿No te desnudas? TABACO: Sí; vestidme estas azudas, si es que andar pueden vestidas. ¿Qué son aquestos? TABACO: Zapatos al uso, con que remudes. CABELLO: Pensé que eran ataúdes, según son grandes. ¡Qué chatos que están! ¡Aho! CABELLO: Son alcahuetes que encubren bellaquerías. TABACO: ¡Jesús! CABELLO: Pues ¿no lo sabías? TABACO: No. ¿Qué encubren? CABELLO: Los juanetes. TABACO: Y esto ¿qué es? CABELLO: Puños y cuello. TABACO: Cuello y puños hay en mí. ¿No son puños éstos? CABELLO: Sí. TABACO: ¿Y esto no es cuello, Cabello? CABELLO: Sí. TABACO: Daldos a los dimuños, que no los he menester. CABELLO: Acostúmbranse a traer en el cuello y en los puños, y de ellos toman el nombre. TABACO: ¿Y éstas, con tantas arrugas? CABELLO: Son lechuguillas. TABACO: ¿Lechugas? Harán ensalada a un hombre. Ven, que acá me vestiré. Sólo en verlas me desmayo. ¿Que todo esto trae un lacayo? ¡Jesús mil veces! CABELLO: ¿De qué te santiguas, mentecato? TABACO: De ver todo este aparejo, y de que puede her consejo el puebro en este zapato. ¿Mas que me han de dar matraca? ¿No es mejor andar desnudo, que no calzarse un menudo, con tanta panza de vaca?
Vanse. Salen don ALFONSO, don NUÑO, RAMIRO, de galán, SANCHA, CRIADOS
NUÑO: Un enano, señor, llevo al rey niño, con que tenga pasatiempo y se entretenga, tan pequeño, que me atrevo a decir que con tener veinte años, no os llegará a la rodilla; ya está dos leguas de aquí, y con ser tan pequeño como cuento, en la proporción y el talle es tan galán que envidialle pueden, señor, más de ciento, porque no excede en grandeza en brazos, manos, ni pies; todo un brinco de oro es en el cuerpo y la cabeza. Cayó en el camino malo, y gustaré que se cure aquí, donde se asegure su salud y su regalo, porque sé que ha de gustar mucho el rey de él, os prometo; que es muy agudo y discreto. ALFONSO: Aquí le podéis dejar, don Nuño; que aunque me parto a Castilla, en casa queda gente que cuidar de él pueda; aposéntese en mi cuarto. NUÑO: Pues yo, señor, voy por él; que en Momblanco y su quietud presto cobrará salud. ALFONSO: Aquí tendrán cargo de él.
Vase don NUÑO
SANCHA: (Pues mi Ramiro se va, aunque dice ha de volver, aqueste enano ha de ser ocasión, si en casa está, de algún amoroso enredo.) ALFONSO: Luego quiero que te partas, Ramiro, con estas cartas a Santarén. SANCHA: (Muerta quedo.) ALFONSO: Di al infante como estoy de camino, y que a Tomar pienso mañana llegar. RAMIRO: (¡Cielos! ¿Que a la corte voy? ¡Ea!, deseo arrogante, seguid vuestra inclinación y, pues tenéis ocasión, llegad y hablad al infante. No piséis los montes más ni vistáis sayal grosero; ya parezco caballero; vileza es volver atrás. El infante es noble y franco; seguiréle si quisiere; y aunque no quiera, no espere volver a verme en Momblanco. SANCHA: Después acá que vestido estáis de Corpus, ¿no habláis? RAMIRO: ¡Ea!, Sancha, ¿qué me mandáis que os traiga de allá? SANCHA: El sentido y el alma que en un abismo de pesares acomodo, y si queréis traello todo, traeos, Ramiro, a vos mismo. ALFONSO: ¡Ea!, Sancha, adiós, adiós; no lloréis. SANCHA: ¿No he de llorar, viéndoos, señor, apartar, y perdiéndoos a los dos en un punto? ALFONSO: No hayáis miedo que Ramiro tarde mucho. SANCHA: (¡Con qué de sospechas lucho! ¡Con qué de pesares quedo!) RAMIRO: ¿No me abrazáis? SANCHA: ¡Que sea tanta mi desdicha! (¡Oh, quién los ojos os sacara!) RAMIRO: (¿Por qué enojos?) SANCHA: (Porque no viesen la infanta.) RAMIRO: (Con su nombre me molestas.)
Salen TABACO, vestido de risa, metido en una calza todo el cuerpo, y CABELLO
TABACO: No sé cómo puedo andar. RAMIRO: ¿Qué es eso, loco? TABACO: Llevar dos mil lacayos a cuestas. Vamos; que no ha sido poco el acertarme a poner tanto andrajo. ¿Qué hay que hacer? ¿No picamos? ALFONSO: ¿Estás loco? TABACO: Si me has puesto en esta jaula, claro está que loco estoy; ven, que tu Gandalín soy, y tú mi Amadís de Gaula. La mitad de este vestido puedes dar a otro; que yo suficientemente vo en una calza embutido. Este laberinto chato será bien que a otro le des, porque a mí para ambos pies me basta aqueste zapato. ALFONSO: Vestilde allá. TABACO: ¡Las quimeras que hay en este encantamiento! CABELLO: Vamos. TABACO: Parezco jumento, pues llevo las aguaderas. ALFONSO: ¡Ea!, adiós. RAMIRO: Adiós, mi bien. ALFONSO: No lloréis más. SANCHA: Es en vano. ALFONSO: Vamos. SANCHA: (¿Mas si aqueste enano me llevase a Santarén?)
Vanse. Sale don DIONÍS
DIONÍS: Quien hereda el valor y la prudencia con la nobleza y sangre lusitana del griego ilustre en fama y experiencia, tan celebrado por su edad anciana, no se deje vencer de la inocencia de un niño rey, por la pasión tirana de quien pretende gobernar su estado, que no puede del rey ser gobernado.
Sale don DUARTE
DUARTE: (El que tuviere discreción, nobleza, valor y aliento en su invencible pecho, no se deje rendir de una flaqueza, aunque piadosa, sin ningún provecho. Pide el gobierno heroica fortaleza, y dice la experiencia, que se ha hecho de lastimosos daños, que proceden de que tan niños príncipes hereden.)
Sale don EGAS
EGAS: (Quien de razón ni de experiencia larga no hiciere estima o pierde la memoria, y de estos reinos el gobierno encarga a un tierno niño, eclipsará su gloria. Si es la corona tan pesada carga que al fin la llama la romana historia un muro en la cabeza, no está el muro en la de un niño rey firme y seguro.) DIONíS: Don Egas... EGAS: Don Dionís... DIONíS: Pues, don Düarte, ¿qué forzosa ocasión os trae confuso? DUARTE: No quisiera ser voto o tener parte en quien a un niño la corona puso. Llama Platón, como prudente, al arte de gobernar por experiencia y uso, el arte de las artes, y no puede ser un niño tan docto que la herede. DIONÍS: Esa misma razón me trae suspenso, si me vine enfadado de la sala, pues tan pequeño príncipe, no pienso que a la grandeza de este reino iguala; y por enigma del cuidado inmenso del gobierno real pinta y señala el griego un instrumento no templado, que es más difícil gobernar su estado. EGAS: El infante don Pedro, del rey muerto hermano valeroso, aunque segundo, tiene este reino, confïado y cierto que puede y sabe gobernar el mundo. Llegue esta nave a tan seguro puerto, pues en el golfo de este mar profundo la dejó nuestro rey; que no es mi voto que sea un niño su real piloto. DIONÍS: Creyóse que en las cortes que se han hecho viniese a ellas el señor infante a tomar la corona con el pecho que se la ofrece reino semejante; mas él, fundado en natural derecho de tierno amor y de piedad constante, quiere que herede don Alfonso el quinto, y no pued[a] salir del laberinto[.] [E]l reino junto en votos dividido salió, y dejó la causa sin sentencia, por si fuese el infante persuadido con razones que enseña la experiencia. EGAS: Al cielo santo le suplico y pido abra los ojos de su real prudencia al infante don Pedro, que reciba el noble reino, y largos años viva.
Sale ACUÑA
ACUÑA: Caballeros ilustres y leales del reino más ilustre, leal y santo que mira con sus ojos inmortales el sol hermoso que os envidia tanto, parece, si no mienten las señales, que con recelo, con temor y espanto os retiráis, cuando el señor infante muestra la fe de su valor constante. El reino le ofrecistes a su alteza, como tío del príncipe heredero, temiendo de su edad que su cabeza no puede sustentar un muro entero; mas el infante, cuya real nobleza le muestra descendiente verdadero de sus heroicos padres, no permite que al legítimo dueño se le quite. Y yo, que del infante valeroso antiguo y noble consejero he sido, estoy de su constancia más glorioso que si hubiera en el África vencido; y ansí os vengo a pedir, reino famoso, que estiméis su valor, y sea servido el niño rey, en cuya tierna mano le pongáis este reino lusitano. DIONÍS: Pues ¿cuántos reinos en la edad pasada, por ser de niños reyes gobernados con ajena prudencia y corta espada, perdieron con los reyes los estados? Tenemos toda el África alterada, los furiosos alárabes, cansados de nuestras nobles armas, deseosos de, hallando esta ocasión, salir furiosos.
Sale don PEDRO
PEDRO: Pues don Düarte, don Dionís, don Egas... DUARTE: ¡Oh poderoso rey! PEDRO: Humilde infante; que, no rendido de ambiciones ciegas, estimo en más renombre semejante. DIONÍS: Si con los ojos de prudencia llegas a mirar, gran señor, cuán importante es tu grandeza y tu real persona, recibe de este reino la corona. No serás el primero infante, hermano del muerto rey, que su corona herede, cuando no deja valerosa mano en quien el reino con firmeza quede. DUARTE: Legítimo heredero, y no tirano, es el hermano, y preferir se puede por su edad y prudencia al hijo amado, cuando le faltan para el mismo estado. DIONÍS: Salimos de la sala mal contentos de tu resolución, aunque piadosa, dañosa al reino y cuerdos sentimientos de la más parte, ilustre y generosa. EGAS: Favorece, señor, nuestros intentos; niño es el rey, la pérdida forzosa; y si ha de perder reino, fama y vida, renuncie en ti la gloria merecida. PEDRO: ¿Por qué os parece, nobles caballeros, que es justo darme la real corona? DIONÍS: Porque entre dos iguales herederos se prefiere el valor de la persona. Tu espada, gran señor, cuyos aceros el África en sus márgenes pregona, tu gobierno, tu industria, tu prudencia, se esmaltan con tus canas y presencia. PEDRO: ¿No rendís a mi acuerdo vuestro gusto? DIONÍS: Felicísimo príncipe, en tu mano se rinde Portugal y el reino justo, siempre leal a tu difunto hermano. DUARTE: El sacro imperio del romano Augusto, con más lealtad que al César soberano, se quisiera rendir a tales plantas, pues nacen de ellas esperanzas tantas. PEDRO: Yo subo, pues, a la invencible silla en el real tablado prevenido. DIONÍS: ¡Viva el rey mi señor, a quien se humilla el trono real a su valor rendido! ACUÑA: Tu mudanza, señor, me maravilla. ¡Lealtad mudable, por ingrato olvido! Mas siempre, por reinar, dicen los reyes que han de romperse las piadosas leyes.
Descúbrese una cortina, y en un trono el niño REY coronado, con acompañamiento de caballeros portugueses. [Don PEDRO de redillas]
PEDRO: Sobrino amado, imagen de inocencia, segundo Abel, y con mayor ventura: rendido, humilde a vuestra real presencia, la mano os pido de traición segura. Tuvieron en mi pecho competencia la honra y el amor, que al fin procura, como le hicieron Dios, vencer de modo que le conozcan poderoso en todo. Y vosotros, leales caballeros, si en prudencia, piedad y valor mío fundáis vuestra esperanza, los primeros seréis en imitar mi santo brío. Dad, como siempre, indicios verdaderos del generoso pecho en quien confío, que, persuadidos que os importa tanto, adoréis vuestro rey piadoso y santo. Que yo, como prudente, como viejo, y como valeroso y vuestro amigo, os doy agora tan leal consejo, y yo el primero le recibo y sigo. Seguidme todos; que a mi sombra os dejo; subid al trono de mi rey conmigo; que en ir primero imito al elefante, que el mayor en la edad suele ir delante.
Suena música, y sube don PEDRO a besar la mano al rey
Dadme, señor, como mi rey, la mano; dadme, mi bien, como sobrino mío, los amorosos brazos, pues los gano. REY: Por haber sido tan piadoso tío, levante vuestra alteza el soberano rostro, en cuyo valor tanto confío, y déme a mí licencia que en silencio descubra que le estimo y reverencio. EGAS: ¡Raro ejemplo de fe! DUARTE: ¡Divino pecho de portugués! Que estima en más su fama que hacer dudoso su real derecho en este reino que le estima y ama. DIONÍS: Veníale al infante muy estrecho, aunque es grande, este reino; que le llama la pretensión del África, y desea que toda aquélla su corona sea. REY: Y ansí, como agradecido, no digo más, que no puedo, y de vuestra alteza quedo a los favores rendido. PEDRO: Vuestra Majestad, señor, aunque se muestra obligado, me mande; que me ha quedado muy grande resto de amor; porque en mi pecho leal mucha afición se atesora, pues lo que he dado hasta agora es una corta señal, es una prueba no más de mi lealtad y mi amor, y a quien es buen pagador no duelen prendas jamás. REY: Quiero, señor, que miréis este reino y mi persona como vuestro; esta corona, infante, vos la tenéis. Y ansí será justa ley que os obliguéis de presente a sacarme un rey prudente, ya que me sacastes rey. Y si no lo hacéis ansí, infante, podré quejarme; que hacerme rey es no honrarme, y hacerme rey justo, sí. PEDRO: Habla vuestra Majestad de modo que me parece que, como en ser hombre, crece en la gracia y en la edad. Dice que el reino le di, y estimo ese gran favor, y he de sacarle el mejor que haya reinado hasta aquí. El reino que le he entregado reciba en prendas de quien, porque suele pagar bien, por grandes prendas le ha dado. REY: No digáis más; que no es justo dudar de vuestra verdad. CABALLEROS: ¡Viva vuestra Majestad la próspera edad de Augusto! REY: Viváis, vasallos leales, la edad de Néstor y Anquises. DUARTE: Nuevo sucesor de Ulises, dame tus manos reales. REY: Esperad; que me conviene salir al recibimiento de mi prima, porque siento que la hermosa infanta viene.
Salen doña FELIPA y doña INéS. El REY y don PEDRO se bajan del trono
FELIPA: Mande vuestra Majestad... REY: No puedo mandar, señora; que en vuestros ojos agora pierdo yo la libertad. FELIPA: Que me mande dar sus manos le suplico. REY: Ya soy rey, y no será justa ley hacer mis intentos vanos. La mano me habéis de dar que os la bese; esto ha de ser; que yo por poderlo hacer, tengo por gusto el reinar. DIONÍS: De amor y de cortesía da indicios su Majestad. DUARTE: El amor en tierna edad sin sentir se forma y cría. FELIPA: Yo me encargo, mi señor, de entretener, como es justo, con regalos vuestro gusto. REY: Y con favores mi amor. Y con esa confïanza que el alma agora desea, quiero salir, que me vea el reino. ACUÑA: ¡Extraña mudanza! ¡Que en un niño pueda hacer el ser rey tan grande estima de sí mismo! REY: Infanta, prima, adiós, y volvedme a ver. PEDRO: No acompaño, gran señor, vuestra persona, aunque es tanta mi obligación; que la infanta queda sola.
Vanse el REY, don DUARTE, don EGAS, ACUÑA, y los demás caballeros
DIONÍS: (¡Ay dulce amor! Pero el infante se queda; no puedo hablar a mi bien. Noche venturosa, ven más apriesa, porque pueda.)
Salen RAMIRO y TABACO. [Habla RAMIRO a TABACO]
RAMIRO: (La ocasión misma me ayuda, pues llego y al mismo instante encuentro al señor infante.) TABACO: (Dichoso has de ser sin duda.) RAMIRO: Mande darme vuestra alteza sus manos.
Dale un pliego
PEDRO: Seáis bien venido, Ramiro. TABACO: (¿Ya es conocido? ¡Gran memoria!) RAMIRO: (¡Gran belleza!)
A INÉS
FELIPA: ¡Ay, amiga! ¿No es aquél el aldeano? INÉS: Señora, él es. FELIPA: Conocíle agora (como siempre pienso en él). TABACO: Señor. RAMIRO: Calla. TABACO: No podré, si no me enseña y me avisa, si me viene alguna prisa, por dónde me proveeré; que no me he visto jamás, señor, con tanta agujeta, y esta ventana inquieta fuese mejor por detrás. PEDRO: Ramiro, mucho debéis al prïor, porque os envía a la corte; yo querría que su esperanza aumentéis. FELIPA: (¿A la corte? ¡Oh, venturosa yo, que en la corte y palacio puedo querelle despacio! Mas ¿no me falta otra cosa que rendir mi pensamiento a quien ayer fue un villano? Pero no es en nuestra mano este primer movimiento.) RAMIRO: El servir a vuestra alteza tendré yo por gloria mía. PEDRO: Que sirváis al rey querría. DIONÍS: ¿Qué no entendida grandeza es ésta? Escudero amigo, ¿quién es este caballero? TABACO: Yo fui labrador primero, y aqueste andaba conmigo; pero el prïor le ha envïado. DIONÍS: De esta novedad me admiro. ¿Cómo se llama? TABACO: Ramiro; mal nombre para casado. Yo me llamaba Tabaco, y era sonado en mi aldea, y agora no sé quién sea, si no me escurro y me saco de estos dos fuelles; que voy con ellos con mucho tiento; que van hinchados del viento que yo de miedo les doy. PEDRO: Esto ha de ser, y confío que este favor que os he hecho os ha de hacer buen provecho. RAMIRO: Sois amparo y señor mío. Y vos, infanta y señora, dadme los pies. DIONÍS: (¿Cómo es esto? ¿Ya se conocen tan presto?) FELIPA: Alzaos. RAMIRO: El alma os adora. TABACO: Su infantería ¿no alvierte que soy el que estaba allá? Mas no me conocerá, estofado de esta suerte.
Asiendo de la ropilla al infante
Pero dígame, señor, éstas (que no son distintas traerlas cercadas de cintas) que me dan mucho temor, y siento que ni aun dormir han de dejarme. INÉS: ¡Ah villano! PEDRO: Entrad; besaréis la mano al rey. RAMIRO: Comienzo a servir. FELIPA: (Yo a amar.) DIONÍS: (Yo a dudar.) PEDRO: Yo a ver su valor... RAMIRO: (Yo su hermosura.) TABACO: Sáquenme de esta apretura; que me quiero proveer.

FIN DEL ACTO PRIMERO

Averígüelo Vargas, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002