Salen LUCRECIA de hombre y FABIO, criado FABIO: En tu mismo arbitrio dejo mi razón, que eres discreta. LUCRECIA: Grande amor no se sujeta a la razón, ni al consejo. Los tuyos, Fabio son vanos, que tienen valor pequeño cuando el amor se hace dueño de los afectos humanos. FABIO: En hábito de hombre, sola, y amante, tres cosas son que más parecen ficción hecha en comedia española. LUCRECIA: Injustamente condenas mi osadía y mi despecho. De mujeres que esto han hecho están las historias llenas. FABIO: Duquesa de Amalfi eres. LUCRECIA: Duquesa de Amalfi soy, pero yo sola no doy este ejemplo a las mujeres; reinas hicieron lo mismo. FABIO: Con esa resolución, a tu obstinada opinión no habrá fuerte silogismo; mas ya que a Mantua has llegado, ¿qué determinas hacer? LUCRECIA: Sufrir y amar, hasta ver tan inmenso amor premiado. FABIO: ¿Dónde nació tanta fe? ¿Dónde nació ese deseo? LUCRECIA: Nápoles hizo un torneo muy grandioso. FABIO: Ya lo sé. LUCRECIA: Fue el duque de Mantua a ver esta fiesta singular. Mal dije, pues fue a matar una mísera mujer. Vile allí. ¡Nunca lo viera! Y arrebatóme de modo la libertad, que del todo quiso amor que me perdiera. FABIO: Hablástele? LUCRECIA: No. FABIO: Ese amor flaco accidente sería. LUCRECIA: ¿No ves que en la fantasía cobra fuerzas y valor? FABIO: Mucho temo que ha de ser tanto amor, amor perdido. LUCRECIA: ¿Qué imposibles no ha vencido la industria de una mujer? Sale RICARDO RICARDO: Buen lance habemos echado. Buen camino habemos hecho. LUCRECIA: ¿Qué hay Ricardo? RICARDO: Sin provecho te fatigas. Ya es casado el duque. LUCRECIA: ¿De quién lo sabes? RICARDO: No corre por la ciudad otra voz. LUCRECIA: Si eso es verdad, llegarán mis penas graves a crecer más que mi amor. ¿Y supiste quién ha sido la que tal dicha ha tenido? RICARDO: La condesa de la Flor. LUCRECIA: ¿La condesa Porcia? RICARDO: Sí. LUCRECIA: ¿No es pobre? RICARDO: Y con hermosura. LUCRECIA: Di, Ricardo, con ventura, que es la que me falta a mí. En hora infelice vi aquellas trágicas fiestas, que desdichas como éstas no serán desdichas breves. ¡Ay, duque, lo que me debes! ¡Ay, duque, lo que me cuestas! La que aventura el honor como yo, mísera, hice, cierto está que es infelice, cierto está que tiene amor. Difícil parece el error de venir de aquesta suerte. Si llegara a Mantua a verte sin esta alegre mudanza, que un amor sin esperanza ya no es amor sino muerte. ¡Ay, qué rigurosa estrella! Dime, Ricardo, ¿has sabido si la condesa ha venido? RICARDO: Pienso que han ido por ella. LUCRECIA: ¡Cuántas honras atropella un mal nacido deseo! ¡Perdida, ay de mí, me veo! ¡Mi desdicha es inmortal, que remedio a tanto mal ni lo tengo ni lo espero! ¡Cuánto mejor me estuviera a ver mi mal declarado en Nápoles, y excusado el venir de esta manera! ¡Y mi silencio no fuera mi desdicha y mi pesar! No tengo bien que esperar si en efeto vengo a ser yo la primera mujer que se perdió por callar. Ame, pues, desesperada, la que nunca amó atrevida, ame y pene, aborrecida la que se precia de honrada. Callé mi mal confïada, hablar quise y llegué tarde. El alma entre celos arde que nunca dieron favor la Fortuna y el Amor al que ha nacido cobarde. RICARDO: A la ribera del río el duque ha salido agora. Sufre y sosiega, señora. LUCRECIA: ¿Por qué amando desconfío? Si no llega el amor mío a otro humano pensamiento, porque máquinas intento que ninguna las iguale. RICARDO: Ya de la carroza sale. LUCRECIA: Dame, Amor, atrevimiento. ¿Tendréis los dos osadía para ayudarme a una acción que, por dicha, a mi pasión será remedio algún día? FABIO: En nuestros ánimos fía. LUCRECIA: Mete mano sin recelos, que los astros de los cielos, aunque adversos, han de ver lo que puede una mujer con ingenio, amor y celos. Vanse. Salen el DUQUE de Mantua y OCTAVIO, criado OCTAVIO: No atribuye tu alteza a atrevimiento, sino a fuerza de amor y maravilla lo que quiero decir. DUQUE: Ya, Octavio, sabes que conozco tu amor y lo agradezco. OCTAVIO: Señor, en Mantua dicen que te casas con la condesa de la Flor, y muchos afirman que Fisberto y que Camilo partieron a traerla. Y que se diga esto por la ciudad, y los criados no lo sepamos, confusión nos causa, debiendo ser nosotros los primeros sabidores de acciones semejantes. DUQUE: Convínome el secreto. No te espantes. Mas, ¿cuándo al vulgo, vario y novelero, secreto se encubrió? Siempre adivina las razones de estado más ocultas. Octavio, verdad es. Con la condesa de la Flor me desposo yo, y la espero. Señora es de un estado pobre y corto, pero estando tan rica de virtudes, de sangre ilustre y de belleza rara, a la reina más alta se compara. OCTAVIO: Pues, ¿cuándo vuestra alteza la vio? DUQUE: Nunca. La fama y relación de su hermosura me obligó a su elección aficionado. OCTAVIO: Satisfecho me dejas y obligado. Dentro LUCRECIA LUCRECIA: Traidores, ¿dos a mí, sin tener culpa? ¿En Mantua no hay justicia? DUQUE: ¿Quién da voces? Sale LUCRECIA LUCRECIA: Señora, amparad a un forastero a quien siguen la muerte y la desdicha. DUQUE: Prended luego a esos dos. ¡Seguidlos! ¡Mueran! LUCRECIA: Señor, aquí a tus pies halle acogida esta infeliz y mal segura vida. ¡Oh, mal haya el tener tan pocas barbas! Que aunque el valor del pecho grande sea no respetan al hombre. DUQUE: ¿Por qué causa se ofenden estos dos? LUCRECIA: Son cuentos largos y el recelo me tiene todavía sin aliento. DUQUE: No temas, pues el duque te tiene en protección. LUCRECIA: Déme, tu alteza, los pies, que no le había conocido, como a extranjero, al fin, y perseguido. DUQUE: Gustaré de saber quién eres, dime la historia de tus trágicos sucesos. LUCRECIA: Si la vida me das, y yo he venido a ampararme de ti, negar no intento lo que mandas, señor. Estáme atento: Mi patria, famoso duque, en Nápoles la gentil, y en ella de nobles padres si bien no ricos nací. Como la pobreza y honra peleaban contra mí, a la duquesa de Amalfi me fue forzoso servir. Asenté por paje suyo y fuera estado feliz si no creciera en mi pecho el amor que conseguí. Tiene su casa grandeza aunque no es muy rica, al fin. Desciende por línea recta del príncipe don Dionís. (La alabanza en boca propia, Aparte dicen, que es cosa muy vil; perdóneme la modestia que mi paz pretendo así.) DUQUE: Prosigue. LUCRECIA: Vestida de oro y de un celeste tabí por parecer más al sol, y en su cielo de zafir al campo salí una vez y de su rostro el abril las colores aprendía para copiar el jazmín; Y aunque rapaz sin discurso atentamente la vi enamorando las aguas y al céfiro más sutil. Quedéme sin libertad, que no hacerte a discurrir quien soy yo y quien es ella con la ignorancia pueril, luché con mis pensamientos que tenían entre sí una doméstica guerra, una batalla feliz. Llevado, pues, de mi afecto, oculto como infeliz, Argos fui de sus acciones, lince de su pecho fui. Curioso y enamorado la escuché en su camarín, mezclando en perlas lloradas blandas razones así: "Ay, duque de Mantua mío, si mío puedo decir a quien mal, y apenas, tiene noticia ninguna de mí, nunca tornear te viera, vestido de carmesí, más gallardo que Medoro, más fuerte que un Paladín. Rayos de púrpura y nieve me dabas en un festín con los reflejos que hacían los diamantes y rubís. Si me viste, no lo sé, sólo sé que he de vivir llorando la libertad que con tu ausencia perdí." Estas palabras me abrieron el sentido y discurrí sobre el amor libre y loco que era forzoso sufrir. Advertí que un ancho río, que consiente un bergantín en su espalda, fue al principio un arroyo sutil, y el ciprés, que con su punta al cielo intenta subir al principio fue una vara con delicada raíz, consideré que el amor se debía resistir cuando es vara y es arroyo en márgenes de alhelís. Pedí licencia, ausentéme y atravesando el país de España, que es del mundo el admirable jardín, después de varios sucesos, que al caso no hacen aquí, llegué a Flor, ¿nunca tuvieran mis principios este fin! Aquí empiezan mis desdichas, y pues que vos las oís, señor, con lástima y gusto todas las pienso decir. Es la Flor villa pequeña, que entre la francesa Lis y las llaves de la iglesia sobre la dura cerviz de una montaña se asienta. Su dueño es una gentil y hermosa dama, a tener fortaleza varonil. Llámase Porcia, y su casa fue mi amparo, y me acogí, peregrino a sus umbrales, ya destinado a servir. Y aunque a veces el amor es un templado neblí que con vuelo infatigable se sube al cielo a rendir la garza más remontada, a veces en baharí que se abate a presas bajas de una humilde codorniz. Esto digo, porque Porcia puso los ojos en mí, haciendo al rostro del alma un transparente viril. En los ojos y la boca, en el mirar y el reír, con néctar de amor brindaba. ¡Néctar no, veneno sí! Tales fueron sus afectos, aunque es la edad juvenil ignorante y divertida, su oculto amor conocí. No confrontaba la sangre o porque vario cenit nuestras estrellas tenían su amor mismo aborrecí. Pienso que fue la ocasión que la vi sin la varniz que las mujeres se ponen mezclando nieve y carmín. ¡Qué cosa para Lucrecia! La duquesa a quien serví nunca en su rostro se ha puesto artificioso matiz. Esto no importa, prosigo: descubrióme Porcia a mí su lascivo amor, y yo fui ignorante al resistir. Enlacéme como hiedra en sus muros de zafir y en dos hojas de clavel toda el alma la bebí. DUQUE: ¡Calla, sirena crüel! Porque no te quiero oír voz y palabras que son muerte y rabia para mí. (¡Válgame Dios! ¿Qué escucho? Aparte ¿Qué letargo y frenesí me arrebatan y suspenden alma y memoria infeliz? ¿La condesa Porcia es fácil? ¿Porcia es mujer rüín? Ya no come Porcia brasas; ya no es Porcia. Bruto fui. Huyendo dama de un rey vengo ignorante a elegir amiga de un paje, ¡cielos! ¿Cómo mi mal no sentís? ¡Venga la muerte, venga contra mí, que no es para desdichados el vivir!) Ven acá, prosigue, acaba. Llega de su historia al fin. LUCRECIA: (Ya le está mordiendo el áspid Aparte que entre las flores le di.) Pienso que te doy disgusto y recelo proseguir. DUQUE: Cuenta, acaba, loco estoy. Un rayo fatal sentí. LUCRECIA: Después de haber sido el olmo de tan verde y fresca vid, me sucedió lo ordinario. DUQUE: ¿Y fue? LUCRECIA: Que la aborrecí. Una pared vieja y fea cubre un hermoso tapiz y el áspid se disimula entre ameno toronjil. La mujer que más parece mayo alegre y fresco abril es un enero, un demonio con lejos de serafín. A la noche sigue el alba de clavel y de jazmín y de este modo al pecar se sigue el arrepentir. Mas la mujer despreciada o con traza o con ardid va a su venganza y ligera más que el águila y delfín. Ausentéme en fin y Porcia como envidioso Caín, contra mi inocencia envía estos hombres contra mí. DUQUE: Calla, otra vez enmudece que es tu lengua serpentín que da fuego a los sentidos que escuchándote perdí. (Incauta serpiente he sido Aparte pues no tapé, por no oír tus encantos, mis orejas. ¿Si es aquesto verdad? Sí. ¿Si miente aqueste rapaz? Mas no, ¿por qué ha de mentir? Bien se ve su sencillez en hablar y discurrir. Amaba a Porcia, sin verla, porque la Fama es clarín que sus virtudes pregona y por mujer la escogí. Engañéme, erré, no supe hacer elección. Mentís, Fama vulgar, Fama necia, no sabéis lo que os decís. La manzana más hermosa, con la cual [ ] el carmín cubre un corazón podrido. Un hipócrita es así; mas ya en mi nombre Fisberto trae, sin duda, a Porcia. Abrir quisiera el pecho en que cupo tan incauto frenesí. ¡Venga la muerte, venga contra mí! ¡Qué no es para desdichados el vivir!) Sale OCTAVIO OCTAVIO: Como unos corzos huyendo se entraron en San Martín y les dejamos de posta un cuidadoso alguacil. DUQUE: ¡Octavio! OCTAVIO: Señor. DUQUE Escucha: Pártete luego a decir a Fisberto que procure no traer a Porcia aquí. Dirásle que ya aborrezco lo que a un tiempo apetecí. Dirás que no me conviene... mas ven, que quiero escribir. ¿Cómo te llamas? LUCRECIA: ¿Yo? César. Y te quisiera servir. DUQUE: La luz de mi desengaño tendré delante de mí. Sírveme, pues. Vase el DUQUE LUCRECIA: (Vea el mundo Aparte lo que saben conseguir amor, ingenio y mujer. César soy pues que vencí.) Vanse. Salen FISBERTO, CAMILO, PORCIA, MARCELA y FLORO criado FISBERTO: Arrimad esa carroza a ese arroyo mientras vuelva la fresca tarde a esta selva que de eterno mayo goza. La hierba aquí se remoza con la nueva primavera, y a la sombra lisonjera podrás, Porcia, descansar hasta que pare en el mar el sol su ardiente carrera. Suspéndase su viaje mientras declina la siesta, ya la apacible floresta nos hace grato hospedaje. Cantarte puede este paje si no quieres reposar a la voz del murmurar de ese arroyuelo, que en verte, alegre corre a su muerte que es el piélago del mar. La mudanza del estado y el conocer gente nueva, sin duda, Porcia, te lleva con tristeza y con cuidado. Alégrate en este prado en cuyas rústicas flores copió el cielo los colores que en tu rostro están sin precio. A MARCELA PORCIA: Poco le falta a este necio para que me diga amores. No es burla, Marcela mía. Cánsame este hombre de suerte que en su presencia o la muerte no sé cual escogería. Natural antipatía y adversión de estrella es. FISBERTO: Hierba y flores a tus pies son sitial y verde alfombra, y las plantas te dan sombra porque hermosura les des. PORCIA: Fisberto, la soledad sueño infunde y da sosiego. CAMILO: Pues, retirémonos luego; duerma en esta amenidad, Porcia, un rato. Vanse CAMILO y FLORO FISBERTO: (¡Qué deidad! Aparte ¿Qué fuerza y ley poderosa tiene una mujer hermosa contra el hombre que entorpece, acobarda y enmudece la lengua más animosa? Para mujer de mi dueño llevo a Porcia, y el amor flechas saca de rigor de su semblante risueño. Ya mi valor es pequeño para resistir mi mal. ¿Qué he de hacer; que soy leal? ¿Qué he de hacer; que amando muero? Uno huyo y otro quiero, y así es mi pena inmortal. Ardo y lloro sin sosiego y mi grave mal es tanto que ni el fuego enjuga el llanto ni el llanto consume el fuego. Lloro mi mal, pero luego ardo a los rayos que adoro, y como la causa ignoro, vuelvo al llanto, y porque veo que es inmortal mi deseo ardo siempre y siempre lloro. Ya no tienes fuego, Amor, en tus ardientes extremos, que entre los dos lo tenemos tú la luz y yo el ardor. Da, señora, el resplandor a mi fuego por si acaso quieres ver el mal que paso; o tome la luz süave la parte que a mí me cabe y arde tú, pues yo me abraso. Si no sé nombre que dar a contrarios tan unidos, a mí el alma y los sentidos sepan sufrir y callar. No quiero filosofar sobre mi dulce pasión. Llore y arda el corazón, ose y tema sin sosiego; que en los afectos de un ciego está oscura la razón.) Vase FISBERTO MARCELA: ¿Cómo, yendo a tanto bien vas triste? PORCIA: Dame cuidado el pensar que me he casado sin haber visto con quién. Cuando nuestros ojos ven, se quieta el alma, y así temo; que el duque no vi, ni él me ha visto, y ser pudiera que de su gusto no fuera, o él no me agradara a mí. MARCELA: Mucho le alaba la fama, y al fin es un potentado. PORCIA: ¿Y qué importa un rico estado si no hay gusto ni se ama? Cautiverio de oro llama uno al rico casamiento cuando en él falta el contento; y la fama puede ser que mintiese, y hasta ver llevo el corazón violento; que si, por desdicha mía, el duque me pareciera como Fisberto, muriera de eterna melancolía. Salen FISBERTO y FLORO FISBERTO: ¿Estás advertido? FLORO: Fía en el ingenio de Floro. Vase FLORO FISBERTO: (Dame tu copete de oro, Aparte hermosísima Ocasión, que busco mi perdición y mi propio mal adoro. No consiente resistencia el ardiente amor que paso pues si resisto, me abraso con más furia y más violencia. No hay discurso ni prudencia o resuelta voluntad. Sea gusto o sea maldad, ya yo estoy determinado porque en haberlo pensado tengo hecho la mitad.) Porcia, de cuya hermosura toman resplandor los días, las ardientes penas mías han parado ya en locura. En vano el alma procura amando disimular. Ya te vi, fuerza es amar; y es mi amor tan eminente que a tu beldad solamente se pudiera comparar. No me culpes, Porcia, a mí. Culpa a tu gran perfección, porque en tan cuerda ocasión fuera el no amar frenesí. PORCIA: Fisberto, ¿vienes en ti ¿Así tu dueño se estima? FISBERTO: En ti estoy y se lastima mi afligido corazón porque con el afición tu voz a mi pecho anima. Dice FLORO desde adentro y al primer verso, luego salga con una guitarra FLORO: Al duque me he de quejar o romperos la cabeza. No permita vuestra alteza, pues venimos a cantar, que nos quieran agraviar. FISBERTO: Insolente, vil, grosero, ¿no os he dicho que no quiero que sepa Porcia quién soy mientras sirviéndola voy disfrazado de escudero? ¿No he dicho que Fisberto me llamen todos? ¿Es justo, que yendo contra mi gusto, me hayáis así descubierto? ¡Pues, vive Dios! Vale a dar FISBERTO a FLORO con la daga y FLORO se arrodilla delante de él FLORO: ¡Yo soy muerto! Duque de Mantua, señor, perdóname aqueste error. FISBERTO: Por estar en la presencia de mi esposa, en la paciencia envainaré mi rigor. A FISBERTO FLORO: (Goza bien de la ocasión; Aparte que yo seré centinela.) Vase FLORO. Habla PORCIA aparte a MARCELA PORCIA: Ya mis desdichas, Marcela, eternas desdichas son. Profeta fue el corazón. Bien a voces lo decía mi muda melancolía. Perdida soy, ¿qué he de hacer? FISBERTO: Ya, Porcia, me he de atrever a daros hombre de mía. Perdonad si vuestro amante ser quise en este camino, que de un amor peregrino nació un error semejante. Pero ya de aquí adelante pretendo vuestro favor con más piadoso rigor. Sueño soy de esa belleza. PORCIA: (¿Para qué quiero grandeza Aparte si he de vivir con dolor?) FISBERTO: Pues, ¿de mis brazos huís? ¿Qué, señora, os acobarda? Canta FLORO dentro FLORO: Todos dicen, "Guarda, guarda," los que asaltan a París; huye, huye, flor de lis, porque viene Bradamante. FISBERTO: (El aviso es importante, Aparte alerta en el retirar.) Sale CAMILO CAMILO: Si quisieras merendar, en esa amena floresta te espera la mesa puesta. FISBERTO: Porcia mandará avisar. CAMILO: En hora buena. Vase CAMILO FISBERTO: (¡Ay, Amor, Aparte cómo me vas despeñando!) PORCIA: (Segad, mis ojos llorando, Aparte que eterno es vuestro dolor.) MARCELA: Un gran duque, un gran señor, ¿a agradar no es poderoso? PORCIA: El gusto no es ambicioso. FISBERTO: (Ya lo intenté, prosigamos. Aparte Ayuden selvas y ramos a un amor tan prodigioso.) Triste estáis, condesa mía. No sé la ocasión que sea. ¿No correspondo a la ida que de mí formado había acaso la fantasía? O, como nadie merece este rostro que oscurece al sol alegre y risueño, ¿de verse que tiene dueño con soberbia se entristece? Si esto es así, mi señora, el gozar de esta hermosura, atribúyase a ventura de este pecho que te adora y no a méritos. Y agora dadme los brazos. PORCIA: Después. FISBERTO: ¿Cuándo, Porcia? PORCIA: Cuando estés en tu palacio, señor. FISBERTO: ¿Treguas no admite mi amor? PORCIA: No es amor el descortés. FISBERTO: ¿No eres mi propia elección? PORCIA: Aún no estamos desposados. FISBERTO: ¿Cuándo amorosos cuidados llevan bien la dilación? PORCIA: Los que amores castos son obedecen a quien aman. FISBERTO: Y si en deseos se inflaman, quien no los templa es crüel. PORCIA: No es amor honesto aquél que a gusto los hombres llaman. Canta FLORO FLORO: Otra vez vuelve la gente a impedir de Francia el paso. FISBERTO: (Gente viene, y yo me abraso. Aparte La Ocasión huyó la frente.) FLORO: Huye, huye diligente porque vienen contra ti. FISBERTO: (¡Qué templar no puedo así Aparte amor tan desatinado!) Sale CAMILO CAMILO: Ya que el sol ha declinado partir podemos de aquí. FISBERTO: (Fuerza es que agora se entienda Aparte mi amorosa alevosía. Pero, no, la industria mía será la que me defienda.) Aunque pardas sombras tienda, Camilo, la fresca tarde, fuerza será que se aguarde, aunque duerme en este prado, porque un frenesí le ha dado. (¿Cuándo el ingenio es cobarde?) Aparte La tristeza que traía en locura se convierte, porque siempre cuando es fuerte alguna melancolía, tiene ese fin si porfía. CAMILO: Pues, ¿en qué locura ha dado? FISBERTO: Duque y señor me ha llamado porque da en decir que soy duque de Mantua, y que estoy perdido de enamorado. Una vez me favorece, otra con desdén me trata. Se suspende y arrebata; ya se alegra y se entristece. Señal es de que enloquece. PORCIA: ¿Qué me aconsejas, amiga? MARCELA: ¿Quieres que verdad te diga? Melindre me ha parecido, o liviandad, que un marido con el buen término obliga. ¿Cuándo fue necio un señor? ¿Qué mujer habrá que halle hombre rico de mal talle? Después le tendrás amor con el trato. PORCIA: De este error enmienda no habrá después. El mejor remedio es dilatar mi casamiento, o impedirlo, que el contento no estriba en el interés. Duque de Mantua, por quien daré, como agradecida,... Híncase de rodillas FISBERTO: ¿No lo dije yo? PORCIA: ...la vida, hacienda y honra también, sola una merced, un bien, pretendo de ti, señor. Aunque agradezco tu amor, por agora es importante el no pasar adelante. CAMILO: (¡Qué lástima!) Aparte FISBERTO: ¡Qué dolor! PORCIA: Suspéndase algunos días la elección que has hecho en mí, pues voy sin salud. CAMILO: ¡Qué así con leves melancolías deliren las fantasías de los humanos! FISBERTO: ¿Qué haremos? CAMILO: Ir por sus mismos extremos; seguirla su loco humor. FISBERTO: ¡Qué lástima! CAMILO: ¡Qué dolor! FISBERTO: ¡Gentil duquesa tenemos! CAMILO: Como duque la responde. FISBERTO: Discretamente dijiste. No estéis, mi señora, triste. Alzad, que no corresponde a quien sois, estar adonde mis ojos enamorados habían de estar postrados. Lo que quisiéredes sea, aunque sin remedio vea mis amorosos cuidados. CAMILO: ¡Lindo socarrón! FLORO: ¡Famoso! PORCIA: De nuevo estoy a tu alteza obligada. FISBERTO: (¡Qué belleza! Aparte ¡Qué serafín tan hermoso! Amor, franco y generoso, da fortuna a mi osadía.) Ésta fue melancolía o fue desvanecimiento de tan alto casamiento. FISBERTO: Alguna hierba sería. FLORO: Por la posta llega Octavio. CAMILO: ¡Si nos trae algún aviso! FISBERTO: (El perderme es ya preciso. Aparte Ni temo muerte ni agravio porque no hay discreto sabio en el alma que desea.) CAMILO: Bien venido Octavio sea. Sale OCTAVIO OCTAVIO: Tú, Camilo, bien hallado. FISBERTO: ¿Qué traes de nuevo? OCTAVIO: Cuidado de que esta carta se lea. Lee FISBERTO FISBERTO: Fisberto y Camilo, luego que recibáis ésta, conviene que se suspenda el tratar de este casamiento, y la venida de Porcia; y si hubiere partido, volvedla a su casa, que por agora no conviene. El Duque CAMILO: Según eso, ¿ya ha sabido su enfermedad y locura? FISBERTO: Según eso, ¿su hermosura el duque no ha conocido? OCTAVIO; Luego, ¿loca está? CAMILO: Ha perdido, de melancolía, el seso. OCTAVIO: ¿Qué habemos de hacer en eso? CAMILO: Fisberto lo ha de ordenar. FISBERTO: Que partáis los dos a dar cuenta al duque del suceso. Yo entretanto, poco a poco quiero volverla a su casa. OCTAVIO: ¡Qué en efecto aquesto pasa! Con lástima voy. Vanse CAMILO y OCTAVIO FISBERTO: (Y el loco Aparte soy yo que abismos invoco de engaños. ¡Oh, Amor injusto!) MARCELA: ¿Un melindroso disgusto te aflige, te desconsuela? PORCIA: Si de ésta escapo, Marcela, yo me casaré a mi gusto. Vanse PORCIA y MARCELA FISBERTO: La condesa ha de ser mía. Alto, a su casa no vuelva. FLORO: A la entrada de esta selva he visto una casería. FISBERTO: Allí estará, pues porfía, esta pasión que me abrasa. Iré a saber lo que pasa a Mantua, y decir podré que a la condesa dejé con más locura en su casa. Dicen COSME y GILA, pastores dentro COSME: No la has de gozar. GILA: ¿Temor de Dios ni del dueño has? COSME: Crüel, no la gozarás. FISBERTO: ¿Quién da voces? FLORO: Un pastor del monte baja. GILA: ¡Ah, traidor! COSME: ¡Ah, comas malas zarazas! GILA: No se lograrán tus trazas. COSME: No ha de ser tuya, enemigo. FISBERTO: (Parece que hablan conmigo, Aparte ¿o son del cielo amenazas? Vanse FISBERTO y FLORO. Salen COSME y GILA GILA: Valiente lobo, feroces ganas de comer llevaba. COSME: La burra se merendaba si no le diéramos voces. Jo, burra de aquella loca. GILA: ¿Qué dices? COSME: Turbado estó que ni sé si es arre o jo lo que arrojo por la boca. GILA: Dale, que pase adelante que no se puede mover. COSME: Es hembra y si da en caer, Bercebú, que la levante. GILA: Entre unos verdes hinojos se cayó. Dale una jurra. COSME: No quiero, que está otra burra en las niñas de mis ojos. GILA: ¿Y quién es? COSME: Tú, cara hermosa. GILA: Buen resquiebro. ¿Estás sin tiento? COSME: ¿No dice que so jumento cuando digo alguna cosa? Pues asno so en el hablar, y tú has de ser mi mujer, o burra tienes de ser o no me puedo casar. GILA: Dile a tío que nos case. COSME: ¿Por qué no dice ella? GILA: Es empacho a una doncella. COSME: Pues, quien quiere pan, que amase. GILA: Siempre ha de pedir el macho a la hembra. COSME: También soy yo un doncello de bien y sabe tener mi empacho. Sale LISARDO, labrador LISARDO: ¡Mal ataúd os aparte! ¿Siempre juntos? ¡Qué esto pasa! ¿Cosme y Gila siempre en casa? ¿Cosme y Gila en cualquier parte? ¡O en la iglesia a ver a Dios o en el campo a ver los bailes! COSME: Somos labradores frailes que andamos de dos en dos. Fray Cosme y Fray Gila somos. LISARDO: ¡Oh, nunca tus años goces! COSME: También somos par de coces. GILA: Siempre los viejos son momos de los mozos. Mire, tío, ya mis intentos barrunta, la hiedra al olmo se junta, y la fuente busca el río. ¿Con cualquier amor placentero qué tortolilla no arrulla? COSME: ¿Y qué gato no maúlla cuando viene el mes de enero? GILA: ¿Qué yegua de edad y brío la amante clin no espeluzna? COSME: ¿Y qué potro no rebuzna cuando ve la potra, tío? LISARDO: Quizá Gila tiene amor a algún zagal mozo y rico. ¿Quién será el novio? GILA: Cosmico. COSME: Cosmono, dirás mejor. LISARDO: ¡Tómame si la langosta ha relamido! ¿No ves que tiene torpes los pies? GILA: Quiérole yo para posta. LISARDO: ¿Hay semejante locura? Ten vergüenza, ten recato. ¿No miras que es mentecato? GILA: Quiérole yo para cura. LISARDO: ¿Hay disparate mayor? COSME: Cada vez lo echa más gordo. LISARDO: ¿No ves que Cosme está sordo? GILA: Quiérole yo para oidor. COSME: Si sé comer como un lobo, ¿por qué, tío, no me casa? LISARDO: ¿Sabrás gobernar tu casa? COSME: Claro está, que no soy bobo. GILA: Y él no repara en el dote. COSME: Lo primero que he de hacer en teniendo yo mujer es apañar un garrote; y si mando y gruñe, luego sacudirle el polvo bien. LISARDO: ¿Y si no gruñe? COSME: También. GILA: Bobear, y darle a juego. Salen FISBERTO, FLORO, PORCIA y MARCELA FISBERTO: Ni a Mantua has de ir, ni a tu casa. Fácil, ingrata y esquiva entre estos rústicos viva quien me desprecia y abrasa. Ah, villanos, ¿cuya es esta casa? LISARDO: A mí me cuesta dinero. FISBERTO: ¿Qué tierra es ésta? LISARDO: Del Duque de Mantua. FISBERTO: Pues, tened aquí recogida esta mujer, sin dejar que salga de este lugar. FLORO: Y so pena de la vida. COSME: ¿So qué de la vida? FLORO: Digo que la vida os costará se de esta casa se va. Abrid los ojos, amigo. COSME: Él es el sopena y miente que aquí no hay otro sopena. LISARDO: Estás loco. ¡En hora buena! COSME: Y para mí soldemente. Váyase allá a sopenar a algún asno, hermano suyo, que si alcanzo un canto y huyo, no ha de poderme alcanzar. FLORO: ¿Conocéis al duque? LISARDO: No, a su padre conocí. FLORO: Éste es el duque. GILA: ¡Ay de ti! COSME: Éste es el duque como yo. No tiene ningún pergeño de duque. LISARDO: Con gusto grande, sí, haremos cuanto nos mande que en efecto es nuestro dueño. COSME: ¡Si una cabra coja y ciego sabe correr y trepar! ¿Hemos aquí de guardar una mujer palaciega? FISBERTO: Porcia, de término tienes tres días para pensar si te conviene casar o proseguir tus desdenes. Mira el estado que gozas siendo, Porcia, mi mujer; y si no, vuelves a ser pobre dueño de seis chozas. PORCIA: Bien me prometo y me fío, siendo tuya, grande bien. No llames, duque, desdén ni arrepentimiento mío. Falta de salud le llama y a tantas melancolías darán fin estos tres días. FISBERTO: Tres siglos son a quien ama. Dale a LISARDO un bolsillo Toma, buen hombre, y ten cuenta con el huésped que te doy. ¡Ay, Floro, perdido voy. FLORO: (Nuevos engaños intenta.) Aparte Vanse FISBERTO y FLORO LISARDO: Por serviros cual se debe tantos rebaños quisiera que en esa verde ribera formaran montes de nieve. COSME: Cuando quisiere ir al río a pescar alguna anguila, irá en la burra de Gila o en el asno de mi tío. GILA: ¿Qué la has dicho? COSME: Así lo adobo o en brazos la llevaré. ¡Par Dios que la resquebré! Luego dirán que so bobo. PORCIA: Desde aquí, Marcela mía se cumplirá mi deseo. Dichosa yo, que me veo sin tanta melancolía. MARCELA: Pienso que no ha de estar firme en esa resolución. PORCIA: Si es ésta mi inclinación, ¿cómo puedo arrepentirme? La libertad he cobrado, que el gusto no tiene precio. Y con un marido necio, ¿de qué sirve un rico estado? Mis pensamientos están alegres. Ya no se quejan. Pajarillos son que dejan las uñas del gavilán. De otro modo imaginé al duque y dije "sí;" mas cuando le conocí mi libertad estimé. Ya sé, tras de varios antojos, que la elección del marido no ha de entrar por el oído, porque el "sí" han de dar los ojos. Ya a la Flor nos volveremos. MARCELA: Si nos dejan los villanos. PORCIA: Joyas saben dar mis manos. Habla a los pastores Vuestro amor agradecemos. Vanse MARCELA y PORCIA COSME: ¿Quién es ésta? GILA: Ellas lo saben. Mujer perdida será. COSME: Tantas debe de haber ya que en las ciudades no caben. Vanse. Salen el DUQUE, su hermano el conde y CAMILO CAMILO: En efecto, señor, melancolía, alguna hierba o flores venenosas la hicieron delirar, y así Fisberto a la Flor la volvió. DUQUE: Bien se presume con esto que es verdad lo que refiere César de Porcia, pues que no venía a Mantua con el gusto que debía. CONDE: Cuando partí de Roma alborotado de asistir a tus bodas, y pensaba hallar en casa una cuñada hermosa, novedades escucho no pensadas. DUQUE: Gran dicha, hermano, fue saberlo a tiempo. CONDE: Ver a César deseo. DUQUE: Llama a César, y prevenid los dos la montería. que al monte habemos de ir. CAMILO: Allí está César. Vanse los criados. Sale LUCRECIA con un retrato y una carta LUCRECIA: (Ayuda, Amor, al deseo Aparte de una infelice mujer. La carta quiero leer como que al duque no veo. No me mira. En vano leo; mi desdicha es pertinaz.) CONDE: (Buen talle tiene el rapaz.) Aparte LUCRECIA: (Ya me pienso que me ha mirado. Aparte ¡Oh, si diese a mi cuidado ocio dulce, alegre paz! Que me pregunte, pretendo cuyo es el papel, y en vano. ¡Ah, flechas de Amor tirano! La triste vida defiendo.) CONDE: Un papel está leyendo con atención y placer. DUQUE: De Porcia debe ser que en los que amantes han sido hace treguas el olvido, y paces no sabe hacer. César. LUCRECIA: Mi señor. (Aquí Aparte finjo turbación.) DUQUE: La mano llega a besar a mi hermano. LUCRECIA: (Incitarle quiero así Aparte a ser curioso. ¡Ay de mí! ¿Y cómo me persüades, Amor, a dificultades?) DUQUE: La carta me has de mostrar. LUCRECIA: Nunca sé disimular a tu alteza las verdades. Es carta de la duquesa de Amalfi. DUQUE: ¿Y tanto recato? LUCRECIA: Viene con ella un retrato, y a fe, señor, que me pesa que lo hayas visto. CONDE: Con esa turbación vas incitando a que estemos deseando ver esa carta los dos. LUCRECIA: (Pues, buena pascua te dé Dios, Aparte que esto estaba yo esperando.) DUQUE: ¿Aquel retrato te envía? LUCRECIA: La carta te lo dirá. Lee el DUQUE DUQUE: "César, pues que sabes ya la infatigable porfía con que lucha el alma mía por amor del duque y eres discreto, si bien me quieres, haz con prudencia y recato que pueda ver mi retrato y avísame si le vieres mostrar señales de amor; y esto, César, ha de ser sin que yo llegue a perder un átomo de honor." CONDE: ¡Incomparable favor! DUQUE: Notable facilidad que pueda haber voluntad donde no se comunica. CONDE: Amor sin lengua se aplica; muda es siempre su bondad. LUCRECIA: (No echaron de ver que es mío, Aparte que tiene más hermosura el retrato, y me asegura el traje de hombre con brío extraño a mujer. No fío de mi fortuna inconstante. Quiero ponerme delante y ver mi tormenta y calma que el sentimiento del alma se descubre en el semblante. Amor, si entre los colores de una lámina tan breve tu inmensa deidad no mueve con afectos interiores, ¿qué importan locos amores? A la pintura está atenta. El alma, no sé que sienta. Amor sus líneas retoca. ¡Ay, que ha torcido la boca! Señal que no le contenta. CONDE: Bellos ojos. DUQUE: ¿Qué tan bellos? LUCRECIA: (Aunque me tengan presente Aparte el retrato es diferente con el traje y los cabellos. Quiérome llegar a ellos. ¡Qué si el arte no me ayuda! ¿Qué ha de hacer la tabla muda, nave sin velas ni leme? ¡Ay de mí, que el alma teme! ¡Ay de mí, que el alma duda!) CONDE: Bello rostro, aire gentil. ¡Qué majestad representa! LUCRECIA: (¡Ay, si él de ella se ha cuenta!) Aparte CONDE: Que tiene ingenio sutil y el ánimo varonil! Tras el vuelo de un halcón corre un caballo a la acción más heroica y atrevida. LUCRECIA: (Déte el cielo larga vida Aparte pues ayudas mi intención.) DUQUE: A mí, conde, no me agrada una mujer animosa. Agrádame si es hermosa, pero hermosa afeminada, y tímida y delicada. Tras garza ni jabalí no la quiero; en casa sí, y un ratón la ha de espantar. LUCRECIA: (Déte Dios, que te ha de dar Aparte si te quiero más que a mí.) ¿Date amor? CONDE: Esta hermosura, ¿no suspende y arrebata; no da vida al gusto, y mata la libertad más segura? DUQUE: No me mueve. LUCRECIA: (¿Hay desventura Aparte más trágica que la mía?) CONDE: Para mí es sereno día, nueva vida, sol humano. Quítale el retrato LUCRECIA LUCRECIA: Que me importa en esta mano. Suplico a vueseñoría. ¿Es posible que a tu alteza no le agrade esta mujer? ¿Qué defecto tiene? DUQUE: Ser de altiva naturaleza y varonil gentileza. No hay en esto más razón que faltar inclinación. LUCRECIA: Estos ojos, ¿no son buenos? DUQUE: No matan. LUCRECIA: ¿La frente? DUQUE: Menos. LUCRECIA: ¿Y los labios? DUQUE: Labios son. César, César, no hay amar si no le dan las estrellas; no bastan facciones bellas si no saben confrontar la sangre. Vase el DUQUE LUCRECIA: (¡Qué inmenso mar Aparte de desengaños me aflige! En vano el amor me rige; en vano intentó mi mano. Todo en efecto fue en vano cuanto pensé y cuanto dije. Con tener más hermosura el retrato no bastó.) CONDE: Dádmele, César, pues yo estimo en más su pintura. LUCRECIA: (¿Qué letargo, qué locura Aparte ya me falta en tanto mal?) CONDE: ¿Oyes? LUCRECIA: (¡Ah, pena inmortal!, Aparte ¿qué esperanza hay prometida? No tenga el retrato vida pues, muere el original. ¿Quién la lámina rompiera? ¿Quién del alma se arrancara este amor? ¿Quién nunca amara? ¿Quién sentidos no tuviera? Si en vano soy la tercera de mí misma. CONDE: Más valor en pincel, tabla y color hallo yo. No le arrojéis. LUCRECIA: (¿Qué importa si no tenéis Aparte vos su talle, ni él su amor?) CONDE: ¿Cómo le habéis despreciado? Siquiera porque os parece alguna cosa, merece ser de vos más estimado. LUCRECIA: Algunos han sospechado que es mi madre. CONDE: Y puede ser. Vase el CONDE LUCRECIA: El duque me ha de querer aunque desprecios escucho que al fin, al fin, pueden mucho amor, ingenio y mujer.
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 01 Jul 2002