SEGUNDA JORNADA


                Salen PORCIA y MARCELA de villanas y COSME 
 
PORCIA:        Marcela, con este traje
            podremos irnos mejor
            disfrazados a la Flor  
            y no es muy largo viaje.
               Que nos haga compañía
            a Cosme persuadiremos,
            y es bien que nos disfrazemos
            por si tiene alguna espía 
               el duque.  Nise me digo,
            tú Pascuala, y de esta suerte
            como quien huye su muerte
            iré animosa contigo.
COSME:         Pardiobre, que nueso traje    
            se asienta mucho mejor.
            Cosquillas tengo de amor
            aunque me llaman salvaje.
               Más hermosa te imagino
            que una colmena testada,    
            que una cabra remedada,
            que un saque lleno de vino;
               más que el manso con su esquila,
            más que la nata sabrosa.
            ¡Pesia tal si estás hermosa!   
            ¡Pues, malos años para Gila!
PORCIA:        Cosme, escucha, y esto sea
            sin que lo sepa tu tío:
            a cierto negocio mío
            queremos ir a la aldea.     
               ¿Podrás nos acompañar?
COSME:      Y aun la llevaré el camino,
            cabellera en un pollino,
            que no haya más que mirar.
PORCIA:        Pues, Cosme, cuidado y calla.
COSME:      (Ser su marido deseo                  Aparte
            y me enturbio si la veo;
            habrar quiero sin miralla.)
 
                           Vuelve la espalda 
 
               Escuche a Cosme, muesama:
            No haya dimes y dirétes.  
            Los montes son alcahuetes
            del pastor que pena y ama.
               Entre jarras y tomillos
            suele andar listo el demonio;
            únzanos el matrimonio     
            como a dos mansos novillos.
               Yo soy el zagal mejor
            que da silbos al ganado;
            canto como un ruín crïado
            si no como un ruín señor.    
               Cuando pastores, tiraron
            la barra con fuerzas tales
            que íbamos cuatro zagales
            y solos tres me ganaron.
               Pues mi música no eleva     
            oyendo mi melodía,
            aunque cante todo el día
            No hay peñas con que se mueva.
               Cuando canté en esos cerros,
            pensando que el que cantaba 
            era algún lobo que aullaba,
            se juntaron dos mil perros.
               Pues el muérgano, yo y Bras,
            le hacemos que suene y cante;
            él le toca por delante    
            y yo le soplo por detrás.
               Ya en el tamboril me aveso.
            Verme tañer es locura,
            soy ridícula figura.
            No sé callar si escopieso.     
               Satanás no hará que calle
            si echo el chorro tan ahina,
            pues si toco una bocina,
            atronaré todo el valle.
               ¿Quién de mijor habilidá  
            que yo?  ¡Qué porrete he sido;
            que yo solo he componido
            las copras de la, la, la.
               Ya me quiero recordar
            de una copra escura y clara.
            (No he de miralla la cara             Aparte
            por no volverme a enturbiar.) 
MARCELA:       Deja de escuchar simplezas.
            Retírate a aquesta fuente,
            que viene cazando gente     
            por estas verdes malezas.
PORCIA:        ¡Ay, si es el duque, esta vez
            ha de hacer que me detenga!
COSME:      En el pico de la lengua
            tengo la copra, ¡pardiez!   
 
                               Sale GILA 
 
GILA:          ¡Qué elevado está el demonio!
            ¿Conjuras algún ñublado?
COSME:      Esta vez me he recordado.
            No quiero tu matrimonio
               Gila, porque eres muy terca.  
            No sabes callar.  Si habras,
            andas más que siete cabras
            y gruñes más que una puerca.
               ¿Qué le dice, su mercé,
            si tengo buena habilidad.   
            Yo le digo la verdad:
            Gila es mala hembra, a fe.
               Bien no podemos casar;
            póngase Gila de lodo.
            (Y pues ya lo he dicho todo,          Aparte
            agora la he de mirar.)
 
                                A GILA 
 
               Cro que oíste lo que he dicho.
GILA:       Mal, cro que venga por ti;
            toda la copra tuya oí.
COSME:      Pues, Gila, lo dicho dicho.
GILA:          Pues mala pascua os dé Dios,
            y la primera que venga.
            ¿Falta quien amor me tenga
            y más sabiendo que vos?
               ¿Qué zagal no me resquiebra 
            quitada la gallaruza?
            Unos me dicen lechuza,
            otros me dicen culebra,
               y con todos me emberrincho.
COSME:      ¡Lindos resquiebros, par Dios!   
            ¿Lechuza y culebra sos?
            Pues, Gila, lo dicho dicho.
GILA:          ¿Qué lobo tiene más brío
            si se emperra una mujer?
            Mil araños te he de hacer.
COSME:      ¡Qué me fuerza Gila, tío!
 
                               A MARCELA 
 
PORCIA:        ¿No gustas de aquella fiesta?
GILA:       ¡Qué me vengan estos males
            por unas tales por cuales!
            ¡Ah, jodías para ésta!  
 
                          Vanse GILA y COSME 
 
PORCIA:        Ya que nos guarda esta selva
            melancólicas y solas,
            forma de esas amapolas
            y cándida madreselva
               un ramillete, y divierte,     
            al correr de esta agua fría,
            mis cuidados. 
MARCELA:                 Algún día
            con más contento he de verte.
PORCIA:        Cuando estemos en mi casa.
MARCELA:    O cuando mudes de intento.
PORCIA:     Eso no.
MARCELA:            Goza del viento
            que por estos sauces pasa.
PORCIA:        Hacer quiero lo que dices.
MARCELA:    Aquí te puedes sentar.
PORCIA:     Vuelve, Marcela, a cantar   
            mientras junto los matices
               de silvestres florecillas.
MARCELA:    Presto tu Flor has de ver.
PORCIA:     Aquésa, sí que ha de ser
            la flor de las maravillas.  
 
                        Cantan MARCELA y PORCIA 
 
MARCELA:       Arroyuelo de cristal
            que corréis manos y libres,
            dad a precio de belleza
            vuestra libertad a Nise.
PORCIA:        ¡Ay de aquélla que vive     
            en campos extranjeros sola y triste!
MARCELA:       Si eres espejo del monte,
            fuente que alegre te ríes,
            mira que tienes Narcisos
            que en tus cristales se miren.
PORCIA:        ¡Ay de aquélla que vive
            en campos extranjeros sola y triste! 
 
                             Sale el DUQUE 
 
DUQUE:      Mucho me empeñé siguiendo
            aquel corzuelo que tigre
            parece en las manchas.  Sauces,  
            dadme sombras apacibles.
 
                             Canta MARCELA 
 
MARCELA:    Si desterrados del monte
            vais, arroyuelos felices,
            dando perlas a las flores,
            ¿quién habrá que no os envidie?
PORCIA:        ¡Ay de aquélla que vive
            en campos extranjeros sola y triste!
DUQUE:         ¿Cuándo se vio el sol dorar
            más alegres horizontes?
            ¿Tienen sirenas los montes  
            como las aguas del mar?
            Vuelve, villana, a cantar
            y en estos prados floridos
            triunfarás de mis sentidos
            dando pasiones y antojos    
            con tu belleza a los ojos,
            con tu voz a los oídos.
MARCELA:       ¡Ay, señora, un cazador
            te ha mirado atentamente.
PORCIA:     Háblale rústicamente    
            para encubrirnos mejor.
DUQUE:      (Las fábulas del amor                    Aparte
            de Venus y de Dïana
            tienen beldad soberana.
            Ya no es acción fabulosa; 
            no vi mujer más hermosa.
            ¡Válgate Dios, la villana!
               Si saben que el duque soy,
            vergonzosas, no han de oírme.
            Crïado quiero fingirme 
            que al duque buscando voy.
            ¡Con qué alborozo que estoy,
            qué gustoso y qué alentado!)
            ¿Habéis visto si a este prado
            el duque del monte baja?
MARCELA:    En mi vida le eché paja.
DUQUE:      Mirad que soy su crïado.
               Respondedme.
MARCELA:                 Si servís,
            vos tenéis mala ventura.
DUQUE:      (Ésta parece aventura                    Aparte
            de las selvas de Amadís.
            Las cinco flores de lis
            no tienen, en mi opinión,
            el precio y estimación
            que aquellas rústicas flores.  
            ¡Amor, si matas de amores
            con villanas, es traición!)
MARCELA:       No hemos visto a su señor.
            Pase adelante, mancebo.
PORCIA:     (Llámale Narciso nuevo.             Aparte
            Dile Adonis cazador.
            No quiso el hado traidor
            dar al duque gentileza
            como a éste.)
DUQUE:                   (¡Qué belleza!)        Aparte
PORCIA:     (¡Qué encontrados han estado           Aparte
            en el amo y el crïado,
            Fortuna y Naturaleza!)
DUQUE:         No me despidas, serrana,
            deja tú que me despida
            la que da estas plantas vida,    
            la que es alba soberana,
            la que entre sombra villana
            un ángel pienso que sea;
            de modo que en concha fea
            se esconde perla preciosa,  
            o como cándida rosa
            que de espinas se rodea.
PORCIA:        (Dulces sus palabras son,          Aparte
            ojos tened resistencia;
            que al principio es complacencia 
            y después delectación
            la más ardiente pasión.)
DUQUE:      Hablad ya, si no pretende
            la voz, que así se defiende,
            remedar esta espesura  
            que tiene muda hermosura.
MARCELA:    Es francesa y no os entiende.
DUQUE:         Si en este bosque de amor
            venís a cazar, francesa,
            ya tenéis hecha la presa  
            en el mismo cazador.
            Dadme, señora, una flor
            de ésas que la mano guarda;
            rayos serán en quien arda
            el que los de Francia os diera.  
            Imposibles emprendiera
            por vos, francesa gallarda.
MARCELA:       Váyase a cazar y calle.
DUQUE:      ¿Dónde iré que más bien haya?
PORCIA:     No le digas que se vaya     
            que me agrada su buen talle.
DUQUE:      (Mayo alegre, que a este valle        Aparte
            verano eterno promete, 
            dame  flores y diréte
            villana en el porfïar .)
PORCIA:     (Rabiando estoy por hablar            Aparte
            y aun por darle el ramillete.
               ¿Qué es esto, suerte fatal?
            ¿Quién ha de entenderte?  ¿Quién,
            si éste me parece bien    
            al paso que el duque mal?)
            Yo quiero ser liberal
            con quien es tan cortesano.
            Hasta aquí negó mi mano
            flores que valen tan poco   
            porque fuera almendro loco
            si diera flores temprano.
DUQUE:         Si loco suelen llamar
            al almendro porque dio
            flores que el cierzo abrasó,   
            el fruto podré esperar
            de quien flores tarda en dar.
PORCIA:     Lográis la comparación;
            mas mi agreste condición
            fruto amargo y flores vanas 
            ha de dar, que las villanas
            árboles silvestres son.
DUQUE:         (Eso me tiene suspenso             Aparte
            que las manos y el lenguaje
            están desmintiendo el traje,   
            y no sé lo que me pienso.
            Sé que mi gozo es inmenso.)
PORCIA:     (Y yo sé que no sabía       Aparte
            qué era amor, y la alegría
            que el alma siente de verlo 
            o es amor o quiere serlo
            si hay amor en profecía.)
DUQUE:         (Sacad este encantamiento,         Aparte
            mi imaginación.)  Señora,
            ¿quién eres?
PORCIA:                  Una pastora    
            que desdichas apaciento.
DUQUE:      ¿En tanto merecimiento
            desdichas pueden caber?
PORCIA:     Sí caben, que soy mujer.
DUQUE:      ¿Y cómo te llamas?
PORCIA:                       Nise.
DUQUE:      ¿Quieres bien?
PORCIA:                  Porque no quise
            ando así.
DUQUE:              ¿Y sabrás querer?
PORCIA:        Aborrecer he sabido,
            ser mudable, ser esquiva,
            desdeñar, ser altiva.     
            Mi propio interés olvido;
            mis desdichas he querido.
            Dije sí, y después negué;
            no correspondí mi fe.
            Estima aquello que valgo.   
            Si de éste queréis vos algo,
            esto solamente sé.
DUQUE:         Luego si os tengo afición
            mil imposibles conquisto.
PORCIA:     ¡Ay, Marcela, que resisto   
            en vano mi inclinación.
            Ya he dicho que es condición
            de villanas dar rigores;
            que son rústicos favores
            los que usamos por acá.
DUQUE:      Arbol que ese fruto da,
            ¿para qué engaña con flores?
PORCIA:        Trasplantado puede ser
            que dé fruta más perfecta.
DUQUE:      Esta villana es discreta.   
            Ya la vi; fuerza es querer.
PORCIA:     ¿Y quién sois no he de saber?
DUQUE:      (Ya me da esperanza.)  Sí,               Aparte
            Fisberto soy, y serví
            al duque de gentil hombre.
PORCIA:     (¿Quién dijera que este nombre      Aparte
            fuera dulce para mí?)
               Sospecho que gente suena
            y si es el duque estad cierto
            que no os puedo hablar, Fisberto,     
            que señores me dan pena.
DUQUE:      Siendo así, mi industria es buena.
            Negaré quién soy.
 
                             Sale FISBERTO 
 
FISBERTO:                     (Amor,              Aparte
            que te pones al temor
            porque del todo me pierda,  
            afloja al arco la cuerda,
            flecha con menos rigor.
               Los pasos del duque sigo
            como quien teme y desea,
            receloso de que vea         
            a Porcia; mas ya maldigo
            mi atrevimiento enemigo.
            ¿No es aquélla Porcia?  Sí,
            de villana está y así
            se ha vestido con razón   
            de su misma condición.
            ¡Perdido soy!  ¡Ay de mí!
               Ya el duque le habrá contado
            mis engañosos intentos;
            en confusos pensamientos    
            tengo el ingenio turbado.
            ¿Qué he de hacer?)
PORCIA:                       Que sois crïado
            del duque, ¿de veras?
DUQUE:                            Sí.
PORCIA:     ¿No es el duque el que está allí?
DUQUE:      (Pierdo el bien que me prometo        Aparte
            se éste habla.  Él es discreto;
            bien me ha de entender así.)
               Por esta verde maleza
            pasó una silvestre cabra.
            Sin hablarme más palabra  
            puede seguirla tu alteza.
            No descubra la cabeza.
            ¿Conmigo tal cortesía?
FISBERTO:   (¿Qué es esto, desdicha mía?   Aparte
            Con razón temo y me aflijo.)
DUQUE:      La villana me lo dijo
            porque yo no lo sabía.
FISBERTO:      (Porcia contó mi traición      Aparte
            y el duque por este estilo
            me avergüenza.  Cual Perilo 
            muero en mi misma invención.
            ¡Qué abismos de confusión!
            No sé qué tengo de hacer.)
DUQUE:      No me debe de entender
            tu alteza.
FISBERTO:            (No hay esperanza.           Aparte
            Ella buscó su venganza.
            ¡Qué maravilla es mujer!)
DUQUE:         Ésta a quien hablando estoy
            la vio saltar de una roca.
            Ella la vio y no está loca,    
            y así crédito la doy.
            ¿Qué dudas?
FISBERTO:                (Perdido soy.            Aparte
            Todos mis engaños sabe.)
DUQUE:      (¿Qué así este necio no acaba       Aparte
            de entenderme?)
FISBERTO:                   (Que la fingí       Aparte
            loca a ella, y duque a mí,
            le ha contado.  Caso es grave.)
DUQUE:         ¿En qué duda vuestra alteza?
            ¿Tiénele el amor suspenso?
FISBERTO:   (¿Otro mote?)                         Aparte
PORCIA:                 (Cielo inmenso,           Aparte
            ¿por qué la Naturaleza
            dio a Fisberto gentileza
            y al duque le dio ninguna?
            Humilde amor me importuna.
            ¡Oh, quién las suertes trocara!     
            ¡Ay, Naturaleza avara!
            ¡Ay, qué pródiga Fortuna!
DUQUE:         (No puedo echarle de aquí        Aparte
            con señas ni con razones.
            Las amorosas pasiones  
            disculpa tendrán en ti.
            Este ángel humano vi;
            no me impidas el amar.
FISBERTO:   (¿Qué más claro puede hablar?     Aparte
            Ya mi desdicha comienza.    
            Responderé con vergüenza;
            responderé con callar.)
 
                             Vase FISBERTO 
 
 
DUQUE:         Gracias a Dios que se ha ido
            porque sin gusto no estés.
            Por no hablarme descortés,     
            palabra no ha respondido.
PORCIA:     Aun no nos ha conocido
            el duque.  Voyme, no vuelva.
DUQUE:      Pues tu condición resuelva;
            que he de amarte.
PORCIA:                       Libre está.
DUQUE:      ¿Podré verte?
PORCIA:                  Sí, podrás.
DUQUE:      ¿Dónde, Nise?
PORCIA:                  En esta selva.
DUQUE:         ¿Y dasme alguna esperanza?
PORCIA:     Ni te la doy, ni la niego.
DUQUE:      Dudoso está mi sosiego.
PORCIA:     ¡Discreta desconfïanza!
DUQUE:      ¿Serás firme?
PORCIA:                  En la mudanza.
DUQUE:      ¿Quieres que mi fe te asombre?
PORCIA:     Poca será, que eres hombre.
DUQUE:      ¿Qué he de hacer sin ti y a solas?
PORCIA:     Díganlo estas amapolas
            con la mitad de su nombre.
 
                        Vanse PORCIA y MARCELA 
 
DUQUE:         De las flores no colijo
            que tengan lengua cortés.
            Amapolas, ama es       
            la mitad.  Ama me dijo.
            Amaré con regocijo.
            La fábrica soberana
            de los cielos hoy se humana.
            Cielos son las selvas bellas;    
            las flores son las estrellas,
            y el sol es esta villana.
 
      Vase.  Salen RICARDO y LUCRECIA con hábito de hombre 
 
RICARDO:       Ya que pretendes que el duque
            se te inclina, justa cosa
            me parece que te vea   
            en tu mismo traje.
LUCRECIA:                     ¿Hay honra
            que se ponga a tal acción?
            Porque si no se aficiona,
            ¿cómo quedará Lucrecia?
            ¡Afrentada y vergonzosa!
RICARDO:    Amor, ingenio y mujer
            facilitan mil victorias.
 
                             Sale el CONDE 
 
CONDE:      Huélgome, César, de hallarte
            entre las pálidas sombras
            de estos sauces, porque quiero   
            que comuniques mis cosas
            a la duquesa de Amalfi.
            Es el laurel que corona
            la firmeza de mi amor
            entre esperanzas dichosas.  
            Hijo segundo nací,
            pero a ser señor de Europa,
            le hiciera su hermoso dueño
            mi inclinación amorosa.
            Obligarán mis deseos,     
            ya que no hacerla mi esposa,
            a lo menos a que sepa
            quién es el que más la adora.
            Si tú, César, vas conmigo,
            cierto tengo la victoria.   
            Serás el medio süave
            que mi fortuna disponga.
            Amor me debes, mi César,
            ¿qué mucho si alguna cosa
            pareces a este retrato 
            ídolo de mi memoria?
            Que hermano bastardo suyo
            le piensa que eres; me informa
            ese crïado que tienes
            sangre generosa.       
            Vamos a Nápoles, César,
            tu fortuna poderosa,
            pues sois tú Amiclas, me saque
            del abismo de estas ondas.
LUCRECIA:   ¡Oh, si Lucrecia te oyera   
            esas razones agora,
            pienso que fuera lo mismo
            que no oírte!
CONDE:                   ¡Rigurosa
            profecía!
LUCRECIA:           ¿Tú no sabes
            que ama al duque?
CONDE:                      Pues, ¿qué importa  
            si el duque no se le inclina
            ni la conoce?
LUCRECIA:                Ella sola
            amará sin esperanza.
CONDE:      Émulo soy de sus obras;
            sin esperanzas amaré.
LUCRECIA:   ¡Qué desdicha!
CONDE:                     Mas, ¡qué gloria!
 
                             Sale el DUQUE 
 
DUQUE:      Conde, Arnesto, amigo, hermano
            escucha un alma gozosa
            de perder la libertad
            que más los hombres adoran.    
            Dichosa caza en que fui
            yo la presa, y me despoja
            del poderoso albedrío
            la más bella cazadora.
            Seguí un corzo, hallé una estrella;    
            seguí un bruto, hallé una diosa;
            busqué sombras, hallé victoria.
            En efecto, amigo, vi
            la villana más hermosa
            que ha visto el sol.
RICARDO:                      ¿Oyes esto?
LUCRECIA:   Pluguiera a Dios fuera sorda.
CONDE:      ¿Villana y tal hermosura?
DUQUE:      Parece que de sus ojos
            Narcisos y Adonis salen,
            volviendo a su antigua sombra.
RICARDO:    ¿Qué villana ha de igualarte?
            Procura mostrarte agora
            en hábito de mujer.
LUCRECIA:   ¿Cómo, sin que me conozca?
RICARDO:    El ingenio ha de alcanzarlo.
LUCRECIA:   Dices bien.  ¿Habrá una poca
            de sangre?
RICARDO:                 Sí, de esos ciervos
            que yacen muertos.
LUCRECIA:                     Disponga
            esta máquina mi dicha.
RICARDO:    ¿Hay industria?
LUCRECIA:                  Milagrosa.   
            Ya no soy César que Amor
            segunda vez me transforma.
 
                       Vanse LUCRECIA y RICARDO 
 
CONDE:      ¿Quién puede ser esa Nise,
            esa divina pastora
            de tus perdidos deseos?
DUQUE:      Ganados son, pues la adoran.     
            En arrugados mariscos,
            en caracoles y conchas,
            ¿no engendra el blando rocío
            perlas dando aljófar?     
            ¿No está en ásperas cortezas
            de una encina vieja y tosca
            oro líquido y dulce
            de la abeja cuidadosa?
            ¿Qué mucho que en estas selvas 
            entre esos montes y rocas
            sustente Naturaleza
            operación tan hermosa.
 
                             Dicen dentro 
 
LUCRECIA:   ¡Ay de mí!
RICARDO:              El cielo te valga.
DUQUE:      ¿Qué es eso?
CONDE:                   Alguna persona 
            de ese peñasco ha caído.
DUQUE:      César es, ¡qué lastimosa
            caída!  Bañado en sangre
            tiene el rostro.
CONDE:                      Y por la boca
            la arroja copiosamente.
DUQUE:      Lleguen todos y socorran
            ese muchacho.
CONDE:                   Es mi azar
            caída tan peligrosa.
DUQUE:      Llévanle luego a esa aldea
            a curar.
CONDE:              Ricardo, toma  
            para regalar a César.
RICARDO:    No podrá vivir dos horas.
 
                             Vase RICARDO 
 
CONDE:      A mi amor y mi fortuna
            helados los pasos corta;
            en mi desdicha consiste     
            su desgracia lastimosa.
 
                        Salen FISBERTO y FLORO 
 
FISBERTO:   En piélagos de peligros
            se anegan la vida y honra.
            Ya de mis amores supo
            el duque la leve historia.  
            Dame Floro algún consejo.
FLORO:      Si fácilmente perdonan
            los príncipes, porque tienen
            sangre y piedad generosa,
            échate a sus pies.
FISBERTO:                     Bien dices,    
            que como yo reconozca
            mis errores, podrá ser
            que algunas disculpas oiga.
            Fisberto está en tu presencia
            humilde a tus pies se arroja.
DUQUE:      Pesado y necio has estado.
            Tu inadvertencia me enoja .
            Nunca creyera de ti
            que mis ansias amorosas
            no entendieras, estorbando  
            la ocasión casta y hermosa.
FISBERTO:   Puede ser, si bien lo miras,
            que en su pecho y en su boca
            pasión haya y no verdad.
            Advierte que es rigurosa.
DUQUE:      ¿Entendiste la razón
            y aquella industria ingeniosa
            por qué duque te llamaba? 
FISBERTO:   Bien claro está.  ¿Quién la ignora?
            Mas, señor, ¿cuántos ejemplos     
            en las humanas historias
            habrá en mi disculpa?
DUQUE:                          Al fin,
            ¿cómo queda aquella loca?
            ¿Cómo está aquella liviana,
            fácil y necia de Porcia?
FISBERTO:   Si a ese estilo riguroso
            para avergonzarme tornas,
            poca piedad hallo en ti.
DUQUE:      ¿Qué hierbas son venenosas
            las que hicieron delirar    
            su discurso?
FISBERTO:                Amor responda
            a esas airadas palabras
            por tal estilo injuriosas.
DUQUE:      ¿Si fueron melancolías
            las que el seso le transforma?
FISBERTO:   Baste, señor, el castigo
            a quien sirve sin lisonja
            y con amor a tu alteza.
DUQUE:      Cuando la dejaste sola,
            ¿mostró pesar o alegría?
FISBERTO:   Tus palabras son ponzoña
            que bebe mi entendimiento.
            ¿No se cuenta la acción propia,
            y el mismo error de Marcelo
            con la romana matrona  
            que adoraba Fabio y otros?
            ¿No han hecho lo mismo?
CONDE:      ¿Notas cuán sin propósito
            responde a diversas cosas?
DUQUE:      ¿Acaso a tu parecer         
            es muy discreta, es hermosa?
FISBERTO:   Eso ha sido, duque, el daño
            como ves.  Díganlo solas
            mis graves melancolías.
DUQUE:      He sospechado una cosa:     
            que viene enfermo Fisberto
            de la enfermedad de Porcia.
            ¿No le ves cuán pensativo,
            cuán melancólico torna,
            delirando en las razones?
FLORO:      Por sus mismos filos corta
            su castigo que este estilo
            da confusión vergonzosa.
FISBERTO:   ¿No usurpó el reino Dionisio
            a su señor?   Más furiosa,   
            más errada acción fue aquélla
            y aún halló misericordia.
            Acuérdome, que leí
            en los amores de Flora
            de un crïado de Aristipo    
            mi mismo caso.
DUQUE:                   ¡Qué loca
            y qué errada fantasía!
CONDE:      Flores hay tan venenosas
            que oliéndolas descomponen
            el jüicio.
DUQUE:              Son las obras  
            de Naturaleza raras.
FISBERTO:   Ellos consultan agora
            mi sentencia.  Traiga, conde,
            vueselencia, a su memoria
            mis servicios y deseos.     
            Interceda bien.
DUQUE:                     Recojan
            a Fisberto hasta que sane.
            No dejes, Floro, que a solas
            ande por aquestos campos.
            No caiga de alguna roca.    
            Con la música se alegra.
            Diviértele mientras cobra
            el seso perdido.
CONDE:                      ¡Ah, pobre!
            ¿Qué hierbas fueron?  ¿Qué rosas
            de Tesalia las que oliste?
FLORO:      (A él le dan la pena propia              Aparte
            que dio a Porcia.)
CONDE:                         ¡Qué dolor!
DUQUE:      ¡Qué lástima!
 
                       Vanse el DUQUE y el CONDE 
 
FLORO:                   De tu boca
            fueron aquellas palabras.
FISBERTO:   Bien es, Floro, que me impongan  
            la pena del Talïón.
            Sentencia ha sido piadosa,
            pues la vida no me quitan;
            mas si el seso es quien adorna
            al ánima racional         
            y de este bien me despojan,
            no es piedad, sino rigor.   
            Sácame del pecho a Porcia.
            Parte, Floro, el corazón,
            que con fuerzas prodigiosas 
            ha sido; tiene este amor
            que ya sus venenos obran.
 
                       Salen el DUQUE y el CONDE 
 
DUQUE:      Quiero a Fisberto de modo
            que sus voces me provocan
            a piedad.
CONDE:              ¿Si son amores 
            éstos que siente de Porcia?
DUQUE:      Amigo Fisberto, escucha:
            si son ansias amorosas
            de Porcia las que te afligen,
            bien es que mi amor conozcas.    
            Tuya ha de ser, no la quiero.
            ¡Por los cielos que tu esposa
            ha de ser aunque no quiera.
            Una de mis villas toma
            y serás más rico que ella.
FISBERTO:   ¿Hablas de veras?
DUQUE:                        Tus cosas
            no las trato yo de burlas.
FISBERTO:   Vivas edades dichosas.
            Hágante nuevo Alejandro,
            más estatuas que dio Roma 
            a sus cónsules, y excedan
            en milagro a la de Rodas.
DUQUE:      Alégrate, y ven conmigo
            que he de ver la labradora
            que arrebató mis sentidos.     
            Y porque ella es vergonzosa,
            entretendrás los villanos
            mientras que yo pueda a solas
            verla.  Duque te fingí
            por esto.
FISBERTO:           (¡Suerte dichosa!             Aparte
            Vive Dios que no ha sabido
            mis intentos hasta agora.
            En vano el hombre sus desdichas llora
            si suele el cielo mejorar las honras.
 
       Vanse todos y salen COSME, PORCIA y MARCELA de labradores 
 
  COSME:       Ya tengo pan y tasajo    
            si hemos de ir el camino.
            Y está esperando el pollino
            pensativo y boca abajo.
               Porque vaya en perfección
            le acabo yo de enramar 
            como si le hubiera de dar
            las vueltas de San Antón.
               Vestido está de una jalma
            de las más lindas que vi;
            ésta ha de llevar a ti    
            y yo al pollino en el alma. 
               Vamos, subirás en él
            porque quiero acompañarte
            y si el asno ha de llevarte,
            ¡ojalá fuera yo él!
MARCELA:       Vamos, y podrás salir
            de temor y de tormento.
PORCIA:     No sé, Marcela, que siento
            que no tengo gana de ir.
               El ánimo está trocado.    
            ¡Ay, qué fineza de amor!
            Que aborreciendo al señor
            me inclinó el cielo al crïado.
 
                   Salen RICARDO, LUCRECIA y LISARDO 
 
RICARDO:       Laura, en efecto, se llama
            ésta, mi hermana, Lisardo,     
            y un cortesano gallardo
            sus ojos hermosos ama.
               Y así en tanto que se pasa
            la pasión ardiente suya,
            con nombre de hija tuya     
            la has de tener en tu casa.
               El cuidado que te doy
            con esto empiezo a pagar.
LISARDO:    Argos seré en el guardar.
            Ya Laura, tu padre soy.     
               Depósito general
            es mi casa de mujeres,
            pero trae cuantas quisieres
            si has de ser tan liberal.
LUCRECIA:      Hija te seré obediente.
LISARDO:    Es tu gracia peregrina;
            aquí tengo otra sobrina
            porque yo ya soy pariente
               de todo género humano.
RICARDO:    Segura estás de esa suerte     
            de que no han de conocerte
            que en este traje villano
               aun te desconozco yo.
LUCRECIA:   La ficción de la caída
            me asegura; mas, ¡ay, vida!
            ¿Cómo está?  ¡Qué Amor me dio
               siempre en enredos y engaños
            brindando con mi hermosura!
LISARDO:    Mira, Nise, mi ventura.
            Ésta es la flor de mis años. 
               Hija es mía y ha venido
            sola a verte de esa aldea.
LUCRECIA:   (Si es ésta la que desea            Aparte
            al duque, yo me he perdido.)
               Celosa estoy justamente; 
            su hermosura es soberana.
RICARDO:    Sí, pero al fin es villana
            y hablará rústicamente.
PORCIA:        Si mujeres tan hermosas
            producen las soledades,     
            todas las populosas ciudades
            podrán estar envidiosas.
               Flores creí que nos daban
            los campos, mas no belleza
            que admire a Naturaleza.
RICARDO:    (No es necia.)                        Aparte
LUCRECIA:                (¡Qué bien la alaban   Aparte
               las ansias del duque!  ¡Ay Dios!
            ¿Cómo estrañáis la beldad
            del campo y la soledad
            si vivís en ella vos?     
               Las maravillas presentes
            no pudieran dar cuidado,
            y más si os habéis mirado
            como Narciso en las fuentes.
COSME:         Dígame, Tío, ¿en qué tierra      
            nació esta hija?
LISARDO:                      Después.
COSME:      De casta de hongos es;
            que ha nacido de la tierra.
               ¿Qué partesco me compete 
            con la hija de mi tía?
LISARDO:    Prima es tuya.
COSME:                   ¿Prima mía?
            Déme un abrazo y apriete.
               Linda es como un manojo
            de rábanos y de espigas.
            Quiero arrojarle seis higas 
            porque mal no le haga mi ojo.
 
                              Sale FLORO 
 
 
FLORO:         ¡Ah, Lisardo!, a vuestra casa
            viene el duque, mi señor.
PORCIA:     ¡Qué desdicha! 
LUCRECIA:                ¡Qué temor!
PORCIA:     Miedo tengo.
LUCRECIA:                Amor me abrasa.
COSME:         Id a limpiar el zaguán
            que viene su reverencia.
LUCRECIA:   (En dudosa competencia                Aparte
            mi amor y desdicha están.)
               ¿Quién habrá que no se asombre 
            de este mal que me fatiga?
            Avisarte quiero, amiga
            que este duque es un mal hombre.
               Tú eres bella, él es traidor;
            teme, amiga, sus agravios.  
            No sois  ... tú a sus labios
            No .........   a su amor.
               Cuantas ve tantas codicia,
            y las deja deshonradas.
            No hay doncellas ni casadas 
            que resistan su injusticia.
               Todo lo que digo es cierto
            que en Mantua lo vi despacio.
PORCIA:     ¿Conocéis gente en palacio?
LUCRECIA:   Sí, conozco.
PORCIA:                  Y un Fisberto, 
               ¿qué tal es?
LUCRECIA:                     Hombre de bien.
            Ése sí, que ha merecido
            ser de las damas querido.
PORCIA:     Vivas mil años, amén.
LUCRECIA:      Si te quiere, su lealtad 
            y honrado término obliga.
            Guárdate del duque, amiga,
            que en su lengua no hay verdad.
PORCIA:        ¡Con qué razón le desamo!
            Huelgo que tu fe me avise.
LUCRECIA:   ¿Y cómo te llamas?
PORCIA:                       Nise.
            ¿Tú, amiga?
LUCRECIA:                Laura me llamo.
 
                        Salen LISARDO y COSME 
 
LISARDO:       Hijas, venid a sacar
            ciertas frutas que prevengo
            para el duque, pues no tengo     
            otras cosas que le dar.
COSME:         Saquen para mí también
            pues que so persona humana.
 
        Vanse todos.  Salen el DUQUE, FLORO, CONDE, y FISBERTO 
 
DUQUE:      Veréis la mejor villana
            que cielos y montes ven.    
               Disimula tú, Fisberto.
FISBERTO:   Mi enredo y máquina crece
            que ama a Porcia y la aborrece.
 
                              Sale COSME 
 
            Si la conoce soy muerto.
COSME:         Hoy está cosa pajiza;  
            turbándome voy.  Quisiera
            con gente tan caballera
            tener gran caballeriza;
               pero ya que venir quiere
            donde Cosme, y Gila está, 
            perdone la voluntá
            y reciba lo que hubiere.
FLORO:         ¿No hay una silla?
COSME:                          Si tarda,
            siéntese su alteza en mí
            que soy un asno, y así    
            tendré muy gentil albarda.
 
              Sale con una silla de costillas.  Sale GILA 
 
GILA:          Siéntese aquí su grandeza.
COSME:      No, esté de patas.
GILA:                         De pies,
            ignorante.
CONDE:                 Si ésta es
            mal gusto tiene su alteza.
DUQUE:         No es ésta, que no he tenido
            en el gusto tal error.
 
                             Sale LISARDO 
 
LISARDO:    Un mísero labrador,
            bien pobre y mal prevenido,
               cuando a ser su güésped vienes,  
            de sí mismo desconfía.
FISBERTO:   No sepan que es cosa mía
            esa mujer que aquí tienes.
LISARDO:       De villana anda, señor,
            para mejor encubrilla. 
 
                                Sale MARCELA 
 
MARCELA:    ¿Es menester otra silla?
CONDE:      Duque, peor que peor.
DUQUE:         Que no es ésta, ten paciencia.
LISARDO:    ¿Sobrina diré que es mía?
FISBERTO:   Sí, y en mi valor confía.
LISARDO:    Ya tengo de él experiencia.
               Y por si viene cansado
            y quizá quiere beber,
            frutas le mando traer
            de las que junio me ha dado.     
               Hija.
 
              Sale LUCRECIA con un plato de fruta 
 
LUCRECIA:           ¿Padre?
LISARDO:                      Ven acá.
            Regalemos a su alteza.
CONDE:      Digo que es rara belleza.
            Vuélvole el crédito ya
               a tu buen gusto.
DUQUE:                        Aún no ves   
            la que yo vi esta mañana.
CONDE:      ¿Puede haber otra villana
            más hermosa?
DUQUE:                   Un ángel es.
FISBERTO:      ¿Hija es tuya?
LISARDO:                      Señor, sí.
            (Como el turco hoy la engendró      Aparte
            el dinero que me dio.)
CONDE:      ¿Tal belleza nace aquí?
DUQUE:         ¿Esto te espanta?  Pues, mira,
            con un cristal de agua pura,
            el fénix de la hermosura  
            que a los mortales admira.
 
           Sale PORCIA con un vidrio de agua y toalla 
 
CONDE:         Tiene el gusto su capricho.
            Más la primera merece.
DUQUE:      Aquélla al cielo parece.
CONDE:      ¿Y ésta?
DUQUE:              A César.
CONDE:                        Bien has dicho.     
               Un aire tiene de aquél
            desdichadillo que ya
            o muriendo o muerto está.
DUQUE:      ¡Ay, qué labios de clavel!
CONDE:         ¡Ay, qué mejillas de rosa!
DUQUE:      ¡Qué hermosura peregrina!
CONDE:      La de la fruta es divina.
DUQUE:      La del agua es más hermosa.
LUCRECIA:      (Con los avisos que di             Aparte
            hoy a Nise, se han fingido  
            duque a Fisberto.  Yo he sido
            la tercera contra sí.)
               ¿Cómo, señor?
FISBERTO:                   Sólo quise
            ver tus ojos extremados.
            Da la fruta a estos crïados;     
            venga el agua.
LISARDO:                 Llega, Nise. 
FISBERTO:      Retiraos un poco.
CONDE:                           Bien
            representa su figura
            Fisberto.
FISBERTO:           Si a tu hermosura
            no iguala, Porcia, el desdén,  
               suplícote que no digas
            agora a nadie quién eres.
PORCIA:     Haré, señor, lo que quieres.
FISBERTO:   Mucho, mi Porcia, me obligas.
               ¿Cuándo sin tanta mudanza   
            darás a mi mal quietud?
PORCIA:     Cuando tenga más salud.
FISBERTO:   Vida me da tu esperanza.
               No quiero darte disgusto.
            Goza de esta soledad. 
PORCIA:     No hay fuerza en la voluntad
            ni consiente ley el gusto.
FISBERTO:      Podrá ser que con los días
            se mude tu condición.
PORCIA:     Ya he dicho, duque, que son 
            algunas melancolías.
LUCRECIA:      Amor, si en Chipre o en Samos
            tu deidad vive absoluta,
            pásala agora a esta fruta.
            Deja las flores y ramos.    
               Como el duque enamorado
            da a mi hermosura valor,
            serán tus flechas, Amor,
            veneno de este bocado.
               Vos, gentilhombre, tomad 
            con gusto y satisfacción
            este miserable don
            de pródiga voluntad.
DUQUE:         Agradezco la merced
            de vuestras manos, señora,     
            mas no tengo hambre agora;
            todo mi mal es de sed.
               Pasad adelante, que quiero
            beber en aquel cristal.
LUCRECIA:   ¿No veis que el agua hace mal    
            si no se come primero?
               Bien sabemos las villanas
            esta física razón.
DUQUE:      Tántalos mis ojos son
            entre el agua y las manzanas.
LUCRECIA:      Del agua tenéis antojos;
            ardiente fuego os provoca
            si está la sed en la boca,
            no la bebéis por los ojos.
DUQUE:         Allá los ojos se han ido    
            porque quien padece ardores,
            ama el agua.
LUCRECIA:                Tomad flores
            pues fruta no habéis querido.
DUQUE:         Parecer no quiero ingrato
            pues me decís que las tome.
CONDE:      Ah, Fisberto, si no come
            pase adelante este plato.
DUQUE:        Mi vida y ardiente fragua
            a decir lo mismo se atreve.
            Señor Duque, si no bebe,  
            pase ya adelante el agua.
LUCRECIA:      Flores os di, responded.
            ¿con vos tan poco merezco?
DUQUE:      Digo que las agradezco.
            Deja que apague mi sed.
LUCRECIA:      No hay arte para querer
            si no inclinan las estrellas;
            poco aprovechan sin ellas
            amor, ingenio y mujer.
PORCIA:        Aunque el agua habéis pedido,    
            no os debe de arder el pecho
            que las frutas habrán hecho
            que esté el calor reprimido.
DUQUE:         ¡Ay, Nise, en tus soberanos
            ojos mi fe se asegura  
            más cándida, hermosa y pura
            que el agua que está en tus manos.
               No he comido, bien lo viste,
            tu amor en mí es absoluto
            y así espero sólo el fruto     
            de las flores que me diste.
PORCIA:        Mira bien si el fruto esperas
            de las que Laura te ha dado.
DUQUE:      Las manos las han tomado,
            el alma no.
PORCIA:                  Lisonjeras     
               pienso, Fisberto, que son
            lengua y voz.
DUQUE:                   Y sin agravios
            en los ojos y en los labios
            no te muestro el corazón.
FISBERTO:      En temores y recelos     
            el alma se está abrasando.
            ¡Ay de mí; que están hablando!
            Encubrid a Porcia, cielos. 
CONDE:        Vos, serrana, sois la palma
            que el sol debe coronar     
            como a rosa singular.
            Reverencia os hace el alma
               cuando a tal merecimiento
            libre y sin amor me viera, 
            sola esa hermosura fuera    
            reina de mi pensamiento;
               y un retrato singular
            que estimo no da licencia
            a quien Amor reverencia
            por ídolo de su altar.    
               Diómele Amor por ejemplo
            de su alta naturaleza
            gran fénix de la belleza
            por imagen de su templo.
LUCRECIA:      Y quien vio fineza tal,  
            tanto amor, tanto recato,
            que estimando mi retrato
            desdeñe el original.
               (¡Ay, duque, que estos trofeos     Aparte
            con más razón me los debes!)
PORCIA:     ¿Por qué, Fisberto, no bebes?
DUQUE:      Bebiendo están mis deseos.
PORCIA:        Toma el vaso.
DUQUE:                   ¿Para qué?
PORCIA:     Para que no se marchiten
            esas flores que compiten    
            con su dueño.
DUQUE:                   Y con mi fe.
               Bastan, Nise, tus enojos;
            las flores puedes tomar
            si las quieres abrasar
            con los rayos de tus ojos.  
               Tómalas sin más rigores
            y a tus flores satisfagan.
PORCIA:     Flores con flores se pagan;
            flores os di y me dais flores.
LUCRECIA:      (Adora tú esa Lucrecia,.              Aparte
            que allí mi amor se restaura.)
CONDE:      Vuelve acá tus ojos, Laura.
LUCRECIA:   Perdóname, que desprecia
               mis flores aquel galán,
            y en mi cólera me abraso. 
            ¿Usase en la corte acaso
            dar las flores que le dan?
               Más cortés estimación
            mi voluntad merecía.
COSME:      Dame el prato, prima mía, 
            si ha de andar al mojicón.
LISARDO:       Valor tiene y sentimiento
            la villana, y se ha picado
            de que sus flores se han dado.
CONDE:      No es villano aquel aliento.
LUCRECIA:      Nise, estas flores son mías
            y tu mano las profana.
PORCIA:     ¿Qué ha de hacer una villana
            sino tales villanerías?
LUCRECIA:      La villana sois.
PORCIA:                       Mentís.
COSME:      Mi prima es mi gallo, ¡chas!
            Pégale bien.
FISBERTO:                No haya más.
COSME:      No haya más, señora Nis.
LUCRECIA:      No podéis ofender vos
            pensamientos eminentes.
COSME:      Nos querrán her encreyentes
            que son condesas las dos.
LUCRECIA:      Pardas nubes, cubren cielos,
            sayales cubren valor.
            No son hijos del amor  
            sino de honor estos celos.
               Venga el galán, si le agrada
            cobrar las flores que estimo;
            que aunque soy mujer, esgrimo
            un venablo y una espada.    
               Soy, debajo este sayal
            luz y rayo de otra esfera.
            (Y soy, ¡ay de mí! tercera    Aparte
            de mí misma por mi mal.)
 
                             Vase LUCRECIA 
 
CONDE:         Varonil acción cuidado 
            da a mis ojos.  Ya la quise.
DUQUE:      Este desprecio de Nise
            me tiene a mí enamorado.
PORCIA:        Ya de Laura me he reído.
FISBERTO:   Esta modestia promete  
            tu cordura.
COSME:                   El ramillete
            de Muza y Daraja ha sido.
 

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La tercera de sí misma, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002