LA FÉNIX DE SALAMANCA

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en la edición príncipe de LA FÉNIX DE SALAMANCA, Parte tercera de comedias escogidas..., (Madrid: Sánchez, 1653). Fue preparado por Vern Williamsen para sus estudios en 1976, con el apoyo de la edición de Ángel Valbuena Prat (Madrid: Austral, 1960) y luego revisado y puesto en forma electrónica en el año 1987.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen doña MENCÍA, con vestido largo y hábito de San Juan, y LEONOR, su criada, como capigorrón
LEONOR: ¿Qué? ¿No estás desengañada? MENCÍA: Es invencible mi amor. No me fatigues, Leonor. LEONOR: Tu locura es extremada. Sin duda, doña Mencía, según estas cosas van, que ha de ser don Garcerán tu perdición y la mía. Seis meses ha que saliste de Salamanca tras él, y sin hallar rastro de él, hasta Valencia corriste; y agora quieres que esté en Madrid. ¡Qué desatino! MENCÍA: ¡Ay, dulce amiga! Camino tras los pasos de mi fe. LEONOR: ¿Pues, no has mil veces jurado no tenerte obligación? MENCÍA: Es verdad. LEONOR: ¿Qué es tu intención? ¿Qué te da pena y cuidado? Si te olvidó, ¿no es costumbre de los hombres olvidar? Si no tienes qué llorar, ¿qué te ha de dar pesadumbre? MENCÍA: ¡Ay, amiga! Mi inquietud no tanto la causa amor cuanto el áspero rigor de su fiera ingratitud. La noche que se partió aquel crüel, mil amores me dijo, que fueron flores, que su ausencia marchitó. Y aquella extraña mudanza y no pensada partida me trae y lleva perdida tras una vana esperanza. LEONOR: Pues advierte que este traje tu pretensión no asegura; Medio más fácil procura. No afrentes a tu linaje. MENCÍA: No hay, Leonor, dificultad. De ese temor te retira; que en la corte no se mira con tanta curiosidad. Crïado del Gran Prior que viene esta primavera he dicho que soy. LEONOR: Quimera de tu ciego y loco amor. MENCÍA: Pues, ¿quién ha de reparar que soy mujer? LEONOR: Tu hermosura lo dirá y mi desventura. MENCÍA: (Aquésta me ha de acabar). Aparte Pues, ¿no asegura a las dos esta cruz y esa sotana? LEONOR: Sí, señora, que cristiana soy, por la gracia de Dios; mas hay diablos alguaciles que no se espantan de cruces, que ven más entre dos luces que los linces más sutiles; que, aunque te llames don Carlos, nombre hueco y campanudo, y yo Jaramillo el mudo, no es fácil desengañarlos; que no ha de ser tu recato tan grande que alguna vez no te miren a la nuez y a los puntos del zapato, y echen de ver que eres macha, y por la hebra el ovillo saquen, y de Jaramillo descubran también su tacha. Y, en tal trance, esa cruz blanca no es la que te ha de salvar, aunque te quieres llamar la Fénix de Salamanca; que a la visita primera, sin tener duelo o clemencia, un alcalde nos sentencia a hilar en una galera. Tú, si algún tropiezo das, como viuda varonil, volveráste a tu monjil, entera como te estás; pero, ¡ay de mí!, mal pecado si su cólera desfoga la sala, y quiebra la soga por mí, como más delgado. Mira que aquellos señores sacan de las faltriqueras destierro, azotes, galeras, y aun dicen que son favores. Huyamos de la Ocasión. Comámonos de capones lo que han de comer soplones. Vámonos con bendición, porque yo quería llegar a tálamo que bien cuadre, si por ventura mi padre me pretendiere casar. MENCÍA: ¡Qué terribles desatinos estás diciendo! LEONOR: Señora, todo sucede en un hora por posadas y caminos.
Salen a la ventana ALEJANDRA y LEONARDO
LEONARDO: Mi señora, ¿no es gallardo don Carlos, nuestro vecino? LEONOR: Que nos miran imagino. ALEJANDRA: Tienes buen gusto, Leonardo. ¡Qué bien que pisa y qué airoso! ¡Qué bien hecho es, qué galán! LEONOR: Señora, mirándote están. MENCÍA: Calla y miren. ALEJANDRA: ¡Qué gracioso! ¿Sabes quién es? LEONARDO: Caballero, y del Piamonte. LEONOR: Repara que te miran. ALEJANDRA: Gentil cara. LEONOR: Háblale, que estás grosero. ALEJANDRA: Hombre será principal. LEONARDO: El hábito lo confirma, y tu buen gusto me afirma que no te parece mal. ALEJANDRA: Es así, mas aunque fuera un ángel, lo que poseo, en tanto estimo, que feo y tosco me pareciera; porque no hay comparación si está de por medio el conde. LEONARDO: ¿Y él también te corresponde con igual estimación? ALEJANDRA: ¿Ha venido el coche? LEONARDO: Sí. MENCÍA: Si respondiera que no, al sol le pidiera yo prestado el suyo. LEONOR: ¡Eso sí! Muy bien empiezas, señor; habla con argentería. ALEJANDRA: El coche del sol sería para mí grande favor. MENCÍA: ¿Queréisle? Que cuando el sol prestado no me lo diera, en medio de su carrera se le quitara. ALEJANDRA: Español y bizarro encarecer. MENCÍA: Que también los extranjeros tienen aquestos aceros. ALEJANDRA: Muy bien se os echa de ver; mas fuera temeridad meteros en tanto aprieto. MENCÍA: Vence tan alto sujeto la mayor dificultad. LEONARDO: Mira que es tarde, señora. MENCÍA: ¿Dónde vais? ALEJANDRA: Al campo salgo. MENCÍA: En vos veo, a fe de hidalgo, lo que del campo enamora, y agraviáisos si decís que salís al campo. ALEJANDRA: ¿En qué? MENCÍA: Alejandra, ¿no se ve que fuera de vos salís?, porque las perlas hermosas que el alba vierte en las flores, y matizados colores de sus mejillas de rosas, viento sutil y amoroso, fuentes que risa y cristal vierten por el arenal argentado y espacioso; todo lo ve quien repara en tan divina pintura, que del campo la hermosura es copia de vuestra cara; y así, no tenéis, por Dios, a qué salir ni a qué iros, que no hay para divertiros más que miraros a vos. LEONARDO: A fe, que es gallardo mozo. ¡Qué bien que cerró el conceto! ALEJANDRA: ¡Qué vecino tan discreto! LEONARDO: ¿Qué hará si le crece el bozo? ALEJANDRA: Deseo con más espacio, señor don Carlos, gozar de vuestro pico. LEONARDO: Picar queréis en el pobre Horacio. MENCÍA: Cuando fuéredes servida; que cerca está la posada. ALEJANDRA: Adiós. MENCÍA: Ella va picada. LEONOR: Tú, ¿cómo quedas? MENCÍA: Perdida.
Quítase de la ventana ALEJANDRA y salen el capitán don BELTRÁN y don JUAN
BELTRÁN: Este don Carlos, don Juan, ¿es fraile o es caballero? LEONOR: No hagas la calle terrero; que viene allí el capitán. JUAN: Caballero y principal, según estoy informado; que pasa a Malta, y crïado del Gran Prïor.
Hablan de oído LEONOR y doña MENCÍA
LEONOR: No hagas tal, que es el viejo mal sufrido y se pica de valiente; del pie te mira a la frente. MENCÍA: Vamos; que me han conocido.
Vanse LEONOR y MENCÍA
BELTRÁN: Hablarle quiero. JUAN: Sería, si no hay otro fundamento, notable deslumbramiento; sosegaos, por vida mía. BELTRÁN: ¿Qué fundamento mayor queréis, don Juan, que encontralle cada día en esta calle? JUAN: No hay sin celos firme amor. Si el encontrar cada día a don Carlos os enfada, ¿qué ha de hacer, si su posada tiene enfrente de la mía? Celos tuvistes ayer del conde Horacio, y cuidado hoy, Capitán, os ha dado don Carlos. Puedo temer que también de mí mañana tendréis sospecha y temor. ¿Con tantos celos y amor os adorará mi hermana? BELTRÁN: Mientras que la posesión no tiene el galán que ama, señor don Juan, de su dama, no halla alivio su pasión; y así, en tanto que no sea Alejandra mi mujer, no dejaré de tener celos de quien la pasea. JUAN: Nadie, don Beltrán, festeja su calle, ni su ventana, ni a ningún hombre mi hermana silla ha dado ni ha hecho reja; que su honrado nacimiento, recato y honestidad refrena la libertad y acobarda el pensamiento; porque no hubiera señor, por grave y rico que fuera, que a raya no le tuviera su honestidad y valor. Y es demasiado reñir, si sale en coche o si no, dónde va, quién se le dio y del bien y el mal gruñir; mas creo que brevemente vendrá la dispensación, con que vuestro corazón se asegure fácilmente, y una vez que estéis casado, como dueño de mi hermana, tapiad la puerta y ventana, no la dejéis ir al Prado; no salga, en silla o en coche, a ver madre, abuela o tía, tenedla en prensa de día y en una estufa de noche; y como tío y cuñado, capitán, me perdonad; que el amor y la amistad esta licencia me ha dado. Y si os queréis divertir y gozar del fresco un rato, vamos al Prado. BELTRÁN: (¡Qué ingrato Aparte tanto amor me ha de salir!) ¿No venís?
Vase [don JUAN]
BELTRÁN: Ya voy tras vos. Poneos a caballo luego; mas este celoso fuego tengo de apagar, por Dios; que, quitada la ocasión, menos el daño amenaza. Ya se me ofrece una traza, pondréla en ejecución; que, si puedo, aquesta noche ha de dejar la posada don Carlos desocupada, aunque yo vele y trasnoche; que el huésped es conocido y el dinero poderoso, y un hombre, si está celoso, hará lo que un ofendido.
Vase. Salen don GARCERÁN, de camino, y SOLANO, lacayo, también de camino
GARCERÁN: ¿Dónde tomaste posada? SOLANO: Junto al Carmen. GARCERÁN: ¿Preveniste la cena? SOLANO: Sí. GARCERÁN: ¿Qué trujiste? SOLANO: Un capón y una empanada, dos perdices... GARCERÁN: Bien las como. SOLANO: Medio cabrito extremado, dos gazapos... GARCERÁN: ¡Regalado plato! SOLANO: Tienen tanto lomo. Un gigote de carnero... GARCERÁN: Si está manido, no es malo. SOLANO: Un jamón... GARCERÁN: ¡Gentil regalo! Has hecho buen despensero. SOLANO: De clarete y moscatel tres azumbres; que sin vino está en la mesa el tocino como cautivo en Argel. GARCERÁN: Yo tengo bien qué cenar. SOLANO: ¿Que es buena cena? GARCERÁN: Extremada. SOLANO: Pues, ven. La verás pintada que no hay más que desear, en esta calle primera; que parece que el pintor dio a los gazapos primor y sazón a la ternera. ¿No me dirás, por tu vida, qué bolsón diste a Solano para que te tenga, ufano, mesa y cama prevenida? GARCERÁN: Luego, ¿no tienes dineros? SOLANO: ¿De qué los he de tener, Garcerán, si desde ayer estamos los dos en cueros? GARCERÁN: ¿No te di trescientos reales en Valencia? SOLANO: No lo niego; mas oye la cuenta, y luego podrás ver si están cabales.
Saca un papel de cuentas
"Cuenta de lo que Solano ha gastado en el camino". GARCERÁN: Y dala también del vino. SOLANO: ¡A fe que está en buena mano! Sesenta reales gasté en la maleta y cojín; por dos mulas di a Machín noventa, y me vine a pie. Ves, ahí tienes la mitad; ítem: veinte que perdiste y dos que a una moza diste, que tuvo necesidad. Ciento en comida y posada desde Valencia hasta aquí, diez y ocho que bebí de vino en esta jornada. ¿Cuántos faltan, si has contado para los trescientos? GARCERÁN: Treinta. SOLANO: ¿Justos? GARCERÁN: Justos. SOLANO: En la cuenta estoy, por Dios, engañado; que treinta menos cuartillo al huésped di de señal, mas por falta de orinal, me acuerdo, compré un jarrillo, y con aquesta partida están los treinta cabales. Mira tus trescientos reales, y la cuenta conclüida. GARCERÁN: Toma, vende esta cadena. SOLANO: Del dinero, ¿qué has de hacer? GARCERÁN: Mientras negocio, comer. SOLANO: ¿Comer dices? ¡Bien me suena! Mas, gastada, ayunaremos al traspaso cada día. Señor, ¿qué estrella te guía que tan mal viaje traemos? ¿Qué pretendes? GARCERÁN: Irme a Flandes con un entretenimiento, y entre tanto hacer asiento con uno de aquestos grandes. SOLANO: ¿Qué? ¿Quieres servir? GARCERÁN: Solano, el que no sirve no medra; de un olmo quiero ser hiedra para que me dé la mano. Con el de Pastrana o Feria pienso tratarlo mañana. SOLANO: Con el de Feria o Pastrana repararás tu miseria; que como grandes señores no harán las cosas pequeñas. Apostaré que te sueñas general con sus favores. GARCERÁN: Mal estás con el servir. SOLANO: Pues, ¿no quieres que esté mal? Servir, señor, a su igual es, don Garcerán, vivir y no a un señor soberano, que has de estar delante de él como el ángel San Gabriel con el sombrero en la mano; y si llama, con más olas ha de ser que tiene el mar. Sin servir puedes pasar; ándate, señor, a solas, y si no, vuelve los ojos a aquella Fénix divina. Deja la corte, camina, concilia tantos enojos, da la vuelta a Salamanca, que allí está doña Mencía. Ya conoces su hidalguía, voluntad segura y franca. Viudo estás, no hay qué temer; resuélvete, Garcerán; que allí esperándote están con hacienda y con mujer; mas cuando de ella me acuerdo y de tu fiera mudanza, mi imaginada esperanza, como los sentidos, pierdo. GARCERÁN: Dices bien; que fue rigor; mas no lo pude excusar, que dejarla fue estimar, como era justo, su honor. SOLANO: Pues decirle a la partida: "Quedad con Dios", ¿qué importaba? GARCERÁN: Deja esa materia, acaba. ¡Ay, ausente de mi vida! SOLANO: ¿Hay intervalos, señor? ¿Qué discurres o qué sientes? GARCERÁN: Memoria, no me atormentes con tan extraño rigor. SOLANO: ¿Date la viuda cuidado? GARCERÁN: Y aun acabarme podría. SOLANO: ¡Necedad! Toma alegría. Mira este famoso Prado, esta mezcla de colores en jardines diferentes, bullir y saltar las fuentes, reír y alegrar las flores. Los varios coches que en tropa discurren el alameda, que, hiriendo el viento en la seda, caminan con viento en popa; las damas que a los estribos, con su donaire español, salen dando luz al sol, como a su gala cautivos; esta confusión que espanta, y esta grandeza que admira, de tanta verdad mentira que se celebra y se canta, de tanto amor sin amor, de tanta gente perdida, de tanta bárbara vida, de tanto gentil señor, de tanto a pie caballero que se ve y se disimula, de tanto bonete y mula, de tanto mulo y sombrero, de tanto ciego con vista, de tanto malo buen hombre, de tanto sabio sin nombre, de tanto loco alquimista, de tanto ingenio abatido, de tanto necio encumbrado, de tanto ingrato olvidado del favor que ha recibido, de tanta dama pelota, de tanto galán pelote que se viste y come a escote de los que la pobre escota. GARCERÁN: ¿Has de hablar hasta mañana? SOLANO: Mucho la ocasión provoca. ¡Por Dios!, que me iba de boca y hablaba de buena gana. GARCERÁN: Retírate aquí, Solano. Veremos pasar la gente.
Apártense a un lado y salen el conde HORACIO, RUGERO, su criado, y ALEJANDRA
HORACIO: Fresco está el Prado. ALEJANDRA: Excelente. HORACIO: Lindo sitio. GARCERÁN: (Y linda mano, Aparte gentil mujer). SOLANO: (Por mi fe, Aparte que es buena ropa). HORACIO: Rugero, avisarás al cochero que dé la vuelta. RUGERO: Sí, haré.
Vase RUGERO
ALEJANDRA: Entrarme en él es mejor; que apearme ha sido exceso, y temo algún ruin suceso. Hacedle llegar, señor. No quiera mi desventura traer por aquí a mi hermano. GARCERÁN: Gallarda mujer, Solano. SOLANO: ¿Hay ya nueva picadura? ¿Hirióte con ballestilla el dios ciego y herrador? HORACIO: Mi bien, aqueste temor con razón me maravilla. ¿Tan poco mi fe te debe, que un flaco temor te impide? ALEJANDRA: ¿Flaco te parece? Mide con mi amor tu gusto breve. Verás, conde, si es razón que tema, como mujer, lo que puede suceder en semejante ocasión. Don Beltrán anda celoso, don Juan no sospecha en vano, y si es el uno mi hermano, el otro se llama esposo. ¿No he de temer? ¿No he de estar siempre el alma en centinela? Si es mi honor quien te desvela, no des al llanto lugar. No quieras paguen mis ojos lo que han de sentir perderte. ¡Ay, Dios, qué trance tan fuerte! ¡Qué ciertos son mis enojos! Muerta soy, conde. HORACIO: ¿Qué viste? ALEJANDRA: A mi hermano y don Beltrán. HORACIO: ¡Bravo temor! ¿Dónde están? ALEJANDRA: Hacia acá vienen. ¡Ay triste! Perdida soy. Negra noche, apresura tu carrera. ¡Ay, Dios! ¡Si el coche viniera!
Sale RUGERO
RUGERO: Aquí está, Alejandra, el coche. HORACIO: Repórtate. ALEJANDRA: No es posible; que temo ser conocida. HORACIO: Toma el coche. ALEJANDRA: Estoy perdida. HORACIO: Y de cobarde, terrible.
Vanse ALEJANDRA y el conde HORACIO
SOLANO: Ya toma el coche. GARCERÁN: Turbada parece; que ya cayó. SOLANO: ¿No estuviera cerca yo? ¡Bien vestida está y calzada! GARCERÁN: ¿Qué viste? SOLANO: Lo que encender pudiera un mármol. Manteo que lo guarneció el deseo, que no hay más que encarecer; algo de la media y pie, que con un zapato justo, parece que brinda al gusto para descalzarle, a fe; mas parecióme tener una falta, y no lo es, que tener grandes los pies es sobra en una mujer.
Sale HORACIO
HORACIO: (¡En qué extraña confusión Aparte estoy metido, que veo a riesgo lo que deseo y en la mano la Ocasión. Si voy con ella, destruyo su opinión; y si me quedo, a ley de quien soy, no puedo excusar lo que rehúyo. Si el coche ven, por las pías han de conocer su dueño. En grave ocasión me empeño. Desdichas son éstas mías. ¡Qué solo que me han dejado mis crïados! Ni un amigo de los que comen conmigo no descubro en todo el Prado; pero allí está de camino un hombre, a lo que parece; que en él el cielo me ofrece todo mi bien, imagino). ¿Caballero? SOLANO: ¿A quién, señor, llamáis? HORACIO: A los dos. SOLANO: Decí: "¡Ah, caballeros!" que así os responderán mejor. GARCERÁN: ¿No os callaréis, majadero? ¿Qué manda vuesa mercé? HORACIO: En vuestro talle se ve que sois noble caballero. GARCERÁN: Si importa serlo, señor, para serviros, yo he sido desgraciado, aunque he tenido, siendo humilde, algún valor; y si con él puedo y valgo, me podéis, señor, mandar y de mí os asegurar como del mejor hidalgo. HORACIO: De que lo sois, muestra clara me da vuestra gentileza, porque se ve la nobleza en el lenguaje y la cara; pero, porque cierta dama de prendas y de valor, con la tardanza, su honor se aventura y se disfama, no quiero el tiempo gastar en ofrecimientos vanos; que con términos más llanos la merced pienso pagar. Sólo os suplico entre tanto que pongo a salvo aquel coche, que ya no quiere la noche encubrirle con su manto, detengáis dos caballeros que por aquí han de pasar, sin que deis, señor, lugar a desnudar los aceros. El uno es mozo y galán, y el otro, aunque cano y viejo, es su brío y su despejo de un valiente capitán. Plumas trae negras, y espada guarnecida de ataujía; si erráis las señas sería perderme en esta jornada. GARCERÁN: No tenéis más que informarme. Seguid el coche, señor; que en ocasiones de honor sé muy bien aventurarme. Las señas son conocidas; bien podéis, señor, partir; que aquí están para os servir dos espadas y dos vidas. HORACIO: Bésoos las manos mil veces por la merced que me hacéis. Cielos amigos, seréis de aquesta amistad jüeces.
Vase HORACIO
GARCERÁN: ¿Dónde vas tú? SOLANO: A detener las mulas en que venimos, aunque al paso que trujimos postas serán menester. GARCERÁN: ¿Para qué son postas, loco? SOLANO: Mal discurres, Garcerán. GARCERÁN: Presto vaguidos te dan. SOLANO: Siempre me estimas en poco; mas hazme un placer, señor, de advertir lo que imagino; que el consejo tras el vino no suele ser el peor. Sin saber quién es el hombre que de aquí partió ligero, sin informarte primero de su calidad y nombre, te has empeñado a estorbar a dos hombres este paso, ves aquí que paso a paso llegan y quieren pasar. ¿Qué has de hacer si su porfía fuese tan grande, en rigor, que juzgasen por temor hablarles con cortesía? ¿No es lance, no es ocasión para venir a las manos si son los dos cortesanos y tú de buena opinión? Pues si reñimos, hay vidas para este acero sangriento; y en tal caso es de momento tener postas prevenidas. GARCERÁN: Has discurrido, Solano, con el temor, altamente; siempre el cobarde es prudente. SOLANO: Como el atrevido insano. GARCERÁN: No tienes qué prevenir ni de qué tener temor; que el cielo lo hará mejor que tú lo sepas pedir. Y si los dos que recelas acertaren a pasar, hüir podrás sin matar, pues no te faltan espuelas, que yo tengo de acudir a quien estoy obligado; que la palabra que he dado, fue de esperar, no de hüir. Y cuando hacer bien se ofrece, sin saber a quién se hace, es lo que más satisface; que aquello más se agradece. SOLANO: Bien dices --mas digo mal-- en saber si cena a oscuras éste por quien te aventuras, o con un cirio pascual; si es merced, o tú, ni vos, señoría o excelencia, por quien se pueda en conciencia reñir y matar a dos; que sería gran desastre ser este tal hidalgote un escudero guillote o por gran ventura un sastre. GARCERÁN: Sin duda que es caballero. SOLANO: ¿Caballero? ¿En qué lo vistes? GARCERÁN: ¿Los guantes de ámbar no olistes? SOLANO: ¿No podría ser guantero? GARCERÁN: Espera; que aquéstos son. SOLANO: Tentemos la de Bilbao; aunque estuviera en el Grao mejor que en esta ocasión.
Salen el capitán don BELTRÁN y don JUAN
JUAN: No ha de encubrirles la noche la libertad de los dos. BELTRÁN: Aguijemos; que, por Dios, que van juntos en el coche. JUAN: ¿No tomaremos razón si han pasado por aquí? BELTRÁN: ¿Qué hay que tomar? Yo los vi. JUAN: Ciega mucho la pasión; informémonos primero. BELTRÁN: ¡Qué flema tenéis extraña! ¡Oh, nunca viniera a España! Informaos, pues. JUAN: Caballero, ¿ha rato que estáis aquí? GARCERÁN: Toda esta tarde. JUAN: ¿Ha pasado por aquí un coche encarnado? GARCERÁN: Un coche no, coches sí. BELTRÁN: De éste tiran cuatro pías que gobiernan dos cocheros. SOLANO: ¿Llevan libreas? JUAN: Vaqueros azules. SOLANO: Habrá diez días que ese coche vi en Valencia, y en él al virrey, por Dios. BELTRÁN: No hablan, lacayo, con vos. SOLANO: Lacayo, con reverencia. JUAN: No seáis hablador, hermano; que no venimos de humor. GARCERÁN: Que éste es un loco, señor. ¿Que no has de callar, Solano? Aunque he visto con cuidado y admiración juntamente aqueste Prado excelente y los coches que han pasado, no he visto por él pasar ni atravesar la carrera el que decís. Yo quisiera... BELTRÁN: Que no hay qué nos informar; que por aquí fue, y la vuelta tomó hacia Atocha. Don Juan... SOLANO: (¿Don tenemos?) Aparte JUAN: Don Beltrán... SOLANO: (¿Otro don más? Que hay revuelta...) Aparte JUAN: Seguidme. GARCERÁN: Será cansaros; mas si buscarle os importa, por otra senda más corta que vais, he de suplicaros; que allí delante, un amigo está hablando con su dama, e importa mucho a su fama no tener ningún testigo. Hacedlo, por vida mía, que en la corte a un forastero hacer suele el caballero amistad y cortesía. BELTRÁN: Ya fuera mucho trabajo y notable desatino dejar el cierto camino por buscar incierto atajo; que para quien va de prisa es demasiado rodeo. GARCERÁN: No hay duda, sino que creo que la ocasión es precisa; mas córreme a mí mayor obligación y cuidado, si un amigo me ha dejado encomendado su honor. Halle esta vez a los dos gentileza y cortesía, porque si pasáis, sería descomponerme, por Dios; que la mujer es honrada y el amigo conocido, y por ventura habrá sido forzosa la retirada. BELTRÁN: Impórtanos conocer quién va en aquel coche. GARCERÁN: A mí que no paséis por aquí. BELTRÁN: ¿Cómo no? GARCERÁN: Aquesto ha de ser.
Meten mano
SOLANO: Antes que acuda al reclamo del ¡chas, chas!, alguna gente, guardaré como valiente las espaldas a mi amo.
Salen doña MENCÍA y LEONOR en el hábito dicho y ponen mano [para] favorecer a GARCERÁN
LEONOR: Cuchilladas son. Acude. MENCÍA: Parécenme forasteros; aguija. Paz, caballeros, paz digo, y nadie se mude. BELTRÁN: Retirémonos, don Juan.
Vanse el capitán [BELTRÁN] y don JUAN
MENCÍA: Mucha merced me haréis. (Ojos, ¿qué es esto que veis? Aparte ¿No es éste don Garcerán? ¿No es éste el ingrato? ¡Cielos!) SOLANO: Yo he andado como un león. MENCÍA: (Saber quiero la cuestión, Aparte y, ¡ay de mí!, si fue por celos). ¿Por qué ha sido la pendencia, podremos saber, hidalgo?, que aventurar lo que valgo obliga vuestra presencia. GARCERÁN: Agradezco ese favor como venido del cielo; que pocas veces da el suelo tanta hermosura y valor. Pero si gustáis saber la causa de esta cuestión, fue cumplir mi obligación y amparar [a] una mujer. MENCÍA: Bien ha sucedido. Aquí me esperad; que no es razón si aquésa fue la ocasión se quede el negocio así. GARCERÁN: Aquí os espero.
Aparte las dos
MENCÍA: Leonor, no te apartes de su lado. LEONOR: ¿Importa? MENCÍA: Ser mi cuidado y mi tormento mayor.
Vase doña MENCÍA y sale el conde HORACIO
HORACIO: ¿Llegué tarde? SOLANO: La tormenta, gracias a Dios, que ha pasado. HORACIO: ¡Oh, nunca ciñera al lado espada que así me afrenta! ¿Qué ha sido aquesto, señor? GARCERÁN: Lo que no pude excusar. HORACIO: ¿A quién tengo de pagar tanta merced y favor? SOLANO: A mí, y es bien que celebres mi valor; que los hidalgos corrieron como dos galgos suelen correr tras las liebres. GARCERÁN: Óyete, loco, no afrentes sus espadas sin respeto; que anduvieron, os prometo, bizarros como valientes. HORACIO: En todo sois extremado con superior excelencia; que el valor y la prudencia veo en vos en igual grado. Decidme si sois servido, vuestro nombre y calidad; que una perfecta amistad en veros me he prometido; que con hacienda y persona os he de servir, señor.
[Sale doña MENCÍA]
Halle en vos este favor el conde Horacio Colona. GARCERÁN: Perdone, vueseñoría, si en algo anduve grosero; que erré como forastero. HORACIO: Sois la misma cortesía. SOLANO: Vueseñoría perdone mi mala imaginación, y también, con el perdón, alguna gracia me done; que, si va a decir verdad, creí que era en el olor portugués perfumador o hombre de esta calidad. GARCERÁN: Conozca vueseñoría a Solano mi crïado por un hombre en quien no ha entrado pesar ni melancolía. MENCÍA: Esto está hecho, señor; la mano me dad de amigo de aquellos hidalgos. GARCERÁN: Digo que les soy su servidor. SOLANO: Luego, ¿yo matarlos puedo si los encuentro? MENCÍA: También me dad la vuestra. SOLANO: Está bien. GARCERÁN: Valiente estás. SOLANO: Todo es miedo. HORACIO: Decidme, y no os divertáis lo que os tengo suplicado. MENCÍA: Si es secreto, aquí apartado estaré. HORACIO: Muy bien estáis. Débole vida y honor a este noble caballero, soy agradecido y quiero saber de quién soy deudor. MENCÍA: El conde pide razón, y que el propio gusto tengo os prometo, y os prevengo mayor o igual atención. GARCERÁN: Haré lo que me pedís; que obligación es forzosa, si vida tan prodigiosa con piedad y gusto oís. Mi nombre es don Garcerán Cabanillas y Torrellas, apellidos de mis padres don Vicente y doña Greida. Segundo fui de mi casa, y como el amor heredan los segundos de sus padres y los mayores la hacienda, mientras que vivieron fui el alivio de sus penas, él querido mayorazgo, su alma y su vida mesma. En medio de sus regalos y mi mocedad inquieta, vino a Valencia una dama, con sus padres, desde Huesca. Gente de mediano estado, que entre las demás, plebeya y la patricia, tenía buen lugar por su llaneza. Víla, parecióme bien, visité su casa, améla tanto que creció el amor hasta casarme con ella. Sentidos mis padres de ello, retiráronse a una aldea, donde acabaron sus días de vejez y de tristeza. Quedé sin ellos, cargado de obligaciones y deudas, con un enemigo hermano, con una mujer a cuestas; encontrado con mis deudos, con los suyos en contienda, porque les pido y se excusan, porque les hablo y me niegan, hasta que, de lastimados, mis deudos mi vida ordenan, mis alimentos componen y mis trampillas conciertan. Quisieron que prosiguiese en la ocupación primera que acabase mis estudios, cosa para mí bien recia; que gradüado, podría con mi calidad y letras su majestad ocuparme en una de sus audiencias. Resolverme fue forzoso, y dejando en orden puesta mi casa y a mi mujer recogida en Santa Tecla, partí para Salamanca, y dándome alguna priesa, llegué, día de San Lucas, a aquella insigne academia; tomé casa y compañía, que me la hicieron muy buena dos caballeros hermanos, naturales de Plasencia. Empecé a estudiar con gana, y mis trabajos lucieran, si el catedrático Amor de ostentación no leyera la materia de Arte amandi, tan llena de sutilezas, que hube menester pasante para mejor entenderla. Ofrecióse la Ocasión, y un día que a San Esteban salí,...
Aparte las dos
MENCÍA: ¡Ay de mí, Leonor, que aquí mi historia comienza! LEONOR: ¿Qué historia o qué calabaza? MENCÍA: Luego, ¿no has estado atenta a lo que dice este ingrato? LEONOR: Sí, he estado, y soy una bestia. ¿Garcerán es éste? MENCÍA: Sí, calla. LEONOR: Callará mi lengua. Pues, ¿por un hombre casado andamos de venta en venta? MENCÍA: ¿Qué quieres? No lo sabía. HORACIO: Pensamientos no os diviertan. Pasa adelante. MENCÍA: Señor, no os quedéis en San Esteban. GARCERÁN: Digo que vi un mujer, vïuda, hermosa y bella más que el sol y que los cielos; mas no quiero encarecerla, que todo será afilar la espada que me degüella, y despertar la memoria que me aflige y atormenta. Sólo diré que venía en un coche con dos dueñas, tocada de honestidad y vestida de vergüenza. Apeóse y oyó misa, y aquel rato que en la iglesia estuvo, me vi en la gloria, gozando de su presencia. Volvió a ponerse en su coche, y yo, que estaba a la puerta, al pasar, todo turbado, la hice un reverencia. Miróme, e hizo lo mismo, fuése, y dejóme en tinieblas, naciendo de aquestas vistas mi cuidado y su querella. Hasta llegar a su casa la seguí, supe quién era, con que se aumentó el deseo de mi temeraria empresa; que fue casada esta dama con un tal don Saavedra, que de un choque de un caballo murió, entrando en una fiestas; y tan principal señora, que de Guzmán y Fonseca tenía la mejor sangre, y más de seis mil de renta. Con estas partes divinas, otras le dio el cielo, anejas a su mucha calidad, tanto, que por excelencia, como a otra Safos un tiempo la llamó "el milagro" Grecia, "la Fénix de Salamanca" llamaban todos a ésta. Procuré hablarla y servir mujer de partes tan bellas, sin que pasase mi amor los límites de quien era. Dióme el tiempo la ocasión, la Ocasión su corta greña; asíla y entré en su casa; con mi término agradéla. Querer decir sus favores será contar las estrellas. MENCÍA: (¡Ay de mí, si este villano Aparte se atreve a mi fama honesta!, que si de lo que no hizo se alaba, esta daga fiera le sacará el corazón, y haré que rabiando muera). GARCERÁN: Mas pongo a Dios por testigo que fue con tanta limpieza que no la toqué una mano. MENCÍA: (¡Ay, Garcerán! Bien pudieras... Aparte Hoy mi vida te consagro, y mil, si tantas tuviera; y, ¿qué mujer no da el alma a un hombre de buena lengua?) GARCERÁN: Creció con el largo trato nuestro amor, de tal manera que era mi alma una Troya, y la suya otra Aquileya. Por mancebo me tenía, y persuadirse pudiera; que casados estudiantes muy pocas veces se encuentran. Enternecióme su engaño, y lastimóme la afrenta que de ofenderla y burlarla a su honor venir pudiera; y así, resuelto a morir a las manos de la ausencia, que no a ofender el cabello más corto de su cabeza, a la Ocasión di de mano, vencí mi propia flaqueza, dejé libros, cartapacios, amigos, ciudad y escuelas, y sin hablarle palabra ni escribir sola una letra, solo con este crïado a mi casa di la vuelta. Turbóse mi fiero hermano, cayó mi mujer enferma; que aparecerse así, acaso sangre y corazón altera. Sintió en mis ojos la causa y crecieron las sospechas de mi amor su enfermedad, y acabó con su carrera. Lloré su muerte temprana; que no hay vida tan entera que no la consuman celos y que no la acaben penas. Vïudo quise partirme a Salamanca y lo hiciera que la fe me aseguraba de aquella adorada prenda, si un amigo con quien tuve alguna correspondencia que trataba de casarse por cierto no me escribiera. Di crédito a sus razones; que si se muda en presencia la mujer sin ocasión, ausente, ¿qué hará?, y con ella al fin mudé parecer; y partiendo de Valencia a aquesta corte he venido a pretender por la guerra, para que en Italia o Flandes si se rompieren las treguas, acabe con mis desdichas una pistola francesa. HORACIO: Suspenso me habéis tenido, Garcerán, y entre las cosas que he oído maravillosas, ninguna me ha parecido tan digna de admiración como, amando y siendo amado, dejar un hidalgo honrado perder tan buena ocasión; porque pocos, os prometo, tuvieran tanta cordura; que siempre el que ama procura que llegue su amor a efeto. MENCÍA: Anduvo don Garcerán como honrado caballero. HORACIO: No hay negaros lo primero; pero él hizo mal galán. MENCÍA: Peor fuera ofender la fama de tan principal mujer. HORACIO: La ocasión no ha de perder, señor don Carlos, quien ama; y quédese comenzada la cuestión para otro día; que de Garcerán querría saber si tiene posada. GARCERÁN: Sí, señor, que mi crïado la tiene ya prevenida. HORACIO: La mía os tengo ofrecida, si de ella no estáis prendado; que caballos y dinero tendréis a vuestro servicio. GARCERÁN: Serviros, señor, codicio, que es el premio verdadero; mas vino en mi compañía un caballero, y los dos posamos juntos. HORACIO: Sin vos voy descontento, a fe mía; pero aguardaréos mañana a comer. GARCERÁN: A recibir merced. HORACIO: Bien sabréis cumplir. Tú también. SOLANO: De buena gana.
Vase el conde HORACIO
MENCÍA: Por ganarme por la mano el conde, no os he ofrecido lo que él mismo... GARCERÁN: Agradecido os estoy. SOLANO: Y está Solano. GARCERÁN: Yo os juro, a fe de quien soy, que he estimado conoceros tanto, que sólo con veros, mirando mi bien estoy; que sois del original más bello que formó el cielo perfectísimo modelo y retrato natural; y no os pese parecer a aquella Fénix divina; que beldad más peregrina no alcanza humana mujer. MENCÍA: Antes me quiero estimar en más de los que hasta aquí, pues habéis hallado en mí cosa que os pueda agradar; y si estriba en mi presencia parte de vuestro contento, no haré, os juro, ni un momento de vuestros ojos ausencia.
Sale RIBERA, huésped
RIBERA: ¿Señor don Carlos? MENCÍA: Ribera, ¿hay en qué os pueda servir? RIBERA: Véngoos, señor, a pedir una cosa harto ligera para vos, que para mí es, don Carlos, bien pesada; que vos hallaréis posada mucho mejor que os la di; pero tal huésped, sería toparle grande ventura. MENCÍA: Pues, ¿quién quitarme procura mi posada? RIBERA: Dicha es mía. Por el rey está tomada para cierto embajador, y aquesta noche, señor, ha de estar desocupada; que ya la ropa han traído. MENCÍA: ¿Y la mía? RIBERA: En mi aposento la metí. En el alma siento no haberos mejor servido; pero volveréis, que presto se irá aqueste embajador; que me debéis mucho amor y habéis de pagarme en esto. MENCÍA: De diferente manera lo siento; que es gran ganancia tener huésped de importancia. RIBERA: No, por vida de Ribera. MENCÍA: Ve tú, y búscame posada Jaramillo, y acomoda la ropa. GARCERÁN: Llévanla toda a la que tengo tomada; que allí cerca de la mía os armarán una cama. MENCÍA: Por ventura tendréis dama y no querrá compañía. GARCERÁN: No la tengo, por mi vida. MENCÍA: Pues con esa condición la aceptaré. LEONOR: ¿Qué invención es ésta? ¡Que vas perdida! MENCÍA: Antes me pienso ganar, Leonor, por este camino. LEONOR: Yo seré mal adivino si no hubiere qué llorar. GARCERÁN: Venid, ¿sabréis mi posada? SOLANO: ¿Es Jaramillo voacé? LEONOR: Yo soy. SOLANO: La mano me dé por amigo y camarada; que la cama es buena y ancha, limpia la ropa y el hombre que por la cara y el nombre yo haré que metan ensancha; que de este nombre un pariente tengo en Alcalá, y honrado, que goza, a fe de soldado, libros y vino excelente. LEONOR: Toco, y haga buen provecho lo que hubiéredes bebido. SOLANO: (Es el capón escogido). Aparte LEONOR: Adiós, Ribera.
Vanse y queda RIBERA solo
RIBERA: Esto es hecho; que de esta suerte asegura el capitán sus recelos; que con dineros y celos no hay cosa que esté segura.
Vase

FIN DEL PRIMER ACTO

La Fénix de Salamanca, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002