ACTO SEGUNDO


Salen SOLANO y LEONOR en el hábito dicho
LEONOR: Bien has comido, Solano. SOLANO: Y bebido, Jaramillo; que el clarete y el tintillo andaban de mano en mano; pero, por Dios, que no estabas despacio, a mi parecer, si después de bien comer, los huesos mondos chupabas. LEONOR: Todos comimos, Solano, pero en el beber me diste quince y falta... SOLANO: Bien dijiste; mas soy montañés, hermano, y como la tierra es fría, en naciendo nos dan vino, y con esto y con tocino medra el muchacho y se cría; y así, aunque beba del santo, que es lo que alborota más, borracho no me verás, alegre sí tanto cuanto. LEONOR: Luego, ¿no lo estás, Solano? SOLANO: Algo siento en la cabeza, mas remedio esta flaqueza con acostarme temprano; pero si duermo tan mal como anoche, en cuatro días las tristes lágrimas mías en piedras harán señal. LEONOR: El nuevo huésped lo haría; mala noche te habré dado. SOLANO: ¡Qué! Ya estoy acostumbrado a dormir con compañía; mas no sé yo qué sentí, que estuve muy inquïeto; mas si te guardo secreto, ¿no me dirás? LEONOR: (¡Ay de mí! Aparte Si sabe que soy mujer, perdida soy). SOLANO: No te alteres. LEONOR: ¿Yo? ¿De qué? (¡Pobres mujeres!) Aparte SOLANO: No hay que negar. LEONOR: ¿Qué he de hacer? SOLANO: (Verdad es lo que sospecho). Aparte De hoy más podrá Jaramillo buscar ama. LEONOR: (Que un ovillo Aparte me hiciese tan sin provecho). SOLANO: Que no es delito, señor, que por muchos buenos pasa, que el remedio tiene en casa y la untarilla mejor; que una sarna se repara con mucha facilidad. LEONOR: ¿Yo, sarna? SOLANO: ¿Y es calidad mentir en cosa tan clara? LEONOR: En mi vida la he tenido. ¿Hay tan fiero pensamiento? SOLANO: Luego, ¿yo soy el que miento? Muestra.
Mírale las manos
Mal he presumido; limpio estás. LEONOR: ¿Y era, Solano, aquéste el secreto? SOLANO: Sí. ¿De qué te ríes? LEONOR: De mí; suelta, déjame la mano. SOLANO: Déjola; mas, Jaramillo, si no es sarna, yo soy muerto, que algún contagio encubierto debe de ser. No hay sufrillo. Porque cuando te acostaste cierto olorcillo me diste, con que el alma me encendiste y las entrañas me helaste; y tras esto, un comezón, un fuego vivo, una llama, que no cabía en la cama, ni en el cuerpo el corazón, y si acaso me extendía y con los pies te tocaba, un no sé qué me picaba, como pulga me mordía; y con aquesta inquietud tuve noche toledana. Jaramillo, una manzana es mi vida y mi salud; si eres, como soy, tu amigo, di la verdad, no la niegues; que no es razón que me pegues peste por dormir contigo. ¿Qué tienes? LEONOR: ¿Qué he de tener? ¿Hay tan extraña locura? SOLANO: Pues responderme procura a este picar y comer. LEONOR: Bien presto estás respondido. Solano, el vino es calor, y tanto cuanto es mejor, tiene de fuego escondido. Tú bebes mucho entre día, y lo mejor, ¿no ha de estar cuando te vas a acostar, helada la sangre y fría? Deja tú, pues, de beber y dormirás sosegado; que de ser tú destemplado nace el picar y el comer. SOLANO: No me dejas satisfecho; que otras veces he bebido más que ayer y no he sentido comezón tan sin provecho; mas esta noche sabremos si me quita el sueño el vino. LEONOR: (Que éste sospecha, imagino, Aparte que soy mujer). SOLANO: ¿Qué tenemos? (A fe que no estáis entero Aparte pues que tanto os recatáis, ni que conmigo durmáis si no os registro primero).
Vase LEONOR. Salen don GARCERÁN y el conde HORACIO, RUGERO y doña MENCÍA
HORACIO: Póngannos de presto el coche, Rugero, y ten prevenida más temprano y más cumplida la cena, y no a media noche. GARCERÁN: Si de esta suerte tratáis, señor, a los convidados, si os parecieren pesados, de serlo la causa dais; que fue tanta la abundancia de los manjares preciosos que a los festines famosos exceden de Italia y Francia, que parece que a porfía vertían cada momento en la mesa el mar y el viento, pescado y volatería. HORACIO: Garcerán, siempre a mi mesa me sirve un buen ordinario, y alabar no es necesario su abundancia, que me pesa; que aquésta ha sido comida como para cuatro amigos, que para los enemigos se adereza más cumplida; que un extranjero grangea con esto las voluntades para sus necesidades, ya que otra cosa no sea. SOLANO Mas, ¡qué bien que te acudieron los que te comen un lado, aquel día que en el Prado en estrecho te pusieron! Cree, que no hay que esperar de aquestos comelitones, que de ellos y tomajones hay muy poco que fïar; porque saben acudir con mucha más afición al doblón que a la ocasión, a comer que no a reñir. HORACIO: Digo que estás excelente, y con la cuestión del Prado, has, Solano, despertado mi descuido impertinente; que el papel que me escribió el capitán no he leído. GARCERÁN: Extraño descuido ha sido.
Saca un papel el conde [HORACIO]
SOLANO: Pues, ¿quién comiendo leyó?, que papeles que se envían estando el hombre sentado a comer, piden prestado, si acaso no desafían; que, como es hora tan cierta, pegan luego, y es mejor, mientras comieres, señor, mandar que cierren la puerta; que tal papel puede ser el que te dieren comiendo, que te relaje, leyendo, el deleite del comer. GARCERÁN: Elocuente estás.
Lee el conde el papel para sí
SOLANO: El vino habla como un Cicerón. MENCÍA: ¿Qué os escribe? HORACIO: Celos son. GARCERÁN: Parece que estáis mohíno. HORACIO: ¿Qué hora será? GARCERÁN: ¿Qué es aquesto? ¿Quién os perturba y altera? HORACIO: Saber cuántas son quisiera. SOLANO: Las quince darán bien presto. GARCERÁN: ¿Qué os escribe el capitán? HORACIO: Bravatas son cortesía; creo que me desafía. Leedle, don Garcerán.
Lee
GARCERÁN: "Sentimientos con sombra de agravios piden satisfacción como si lo fueran; que a no procurarle, ni yo fuera quien soy, ni Alejandra quien es; pues por tío y marido tengo obligación a solicitar. Con uno de mis amigos aguardo a vuestra señoría en el campillo de doña María de Aragón, a las dos, donde si razones no satisfacieren mi queja, haber de remitirla a las armas. De la posada. Don Beltrán" HORACIO: ¿Qué os parece? GARCERÁN: Que es el viejo bizarro, que teme y ama, que quiere ser de su dama galán, marido y espejo; que aseguréis su temor, que es soldado y caballero, cumpliendo, conde, primero con vos y con vuestro honor, y con tiempo prevenir el suceso y compañía; y pues son dos, de la mía os podéis, conde, servir. MENCÍA: (¡Ay de mí! ¡Con qué temores Aparte lucha mi imaginación!) Más cuerda resolución se puede tomar, señores; que si reñís, es la dama la que aquí viene a perder, si no tiene la mujer más que perder que su fama; que dirá, sin resistencia, el fiero vulgo atrevido que por Alejandra ha sido esta celosa pendencia; y el olor si bien se advierte, de una mocedad sabida se imprime tanto en la vida que aun no lo borra la muerte. HORACIO: Don Carlos, son excelentes vuestras discretas razones, muchas mis obligaciones, justos los inconvenientes; que estimo a Alejandra y quiero su honor tanto como el mío; mas rehusar el desafío es mengua de un caballero. Pues, ¿qué medio podéis dar que asegure este temor? Porque si acudo al amor, la honra ha de peligrar. MENCÍA: Cumplir podéis fácilmente, conde, con entrambas cosas; que ni son dificultosas ni tienen inconveniente. A los dos ha de guardar el capitán; si es pasada la hora determinada, llegar tarde no es llegar; y si el papel con cuidado leísteis, no os desafía, antes se queja, y sería el responderle acertado; mas ha de ser de tal suerte que de lo que está sentido no os deis vos por entendido. GARCERÁN: Muy bien don Carlos advierte. MENCÍA: Aquesto, don Garcerán, es lo que importa; que pasa el día, y se va a su casa a cenar el capitán; cena, acuéstase temprano, y a la mañana despierta con resolución más cierta y con parecer más sano, levántase y oye misa, ve a Alejandra, y sus enojos olvida, viendo sus ojos; sus celos, viendo su risa. Y Alejandra de su parte ablandará sus rigores; que Venus con los favores templó la furia de Marte. HORACIO: Aunque dicen que el consejo más seguro ha de tener tres cosas, porque ha de ser de amigo, de sabio y viejo el vuestro, don Carlos, digo porque de las tres, las dos están nacidas en vos, que sois prudente y amigo; y si es mejor responder, que no ver al capitán, hagámoslo, Garcerán. GARCERÁN: Más que escribir se ha de hacer. HORACIO: Pues, ¿hay en qué reparar? GARCERÁN: Algo he pensado. Escribid. HORACIO: A mi aposento venid. Vos, señor, a visitar podéis ir mientras escribo a Alejandra estos enojos; mirad si sienten sus ojos que es el alma con quien vivo.
Vanse GARCERÁN y el conde [HORACIO]
MENCÍA: Diréle de vuestro amor mil imposibles.
Sale LEONOR
LEONOR: ¿Es hora que te pueda hablar, señora? MENCÍA: Ni aun agora lo es, Leonor; que aquestas cosas de Horacio hacen me olvide de ti, que para saber de mí no me dan siquiera espacio; que preguntarte deseo cómo te va con Solano. LEONOR: Con buen gigante villano con pocas fuerzas peleo. MENCÍA: ¿Tan presto tanta flaqueza? LEONOR: Pues verte con él, señora, no una noche sino una hora; veremos tu fortaleza. MENCÍA: ¿Por ventura ha sospechado que eres mujer? LEONOR: Desventura fuera saber por ventura lo que yo tanto he guardado. MENCÍA: Pues, ¿qué hay, Leonor, que te asombre? LEONOR: Lo que se puede temer; conocerme por mujer, y echar de ver que soy hombre; y porque con tiempo trates del remedio por rodeos, me ha dicho, no sus deseos, sino algunos disparates; y por eso es mi temor más grande que el que parece; que si la ocasión se ofrece, ¿qué hará la pobre Leonor? MENCÍA: Alquila una cama luego; pero mira que es más sano asegurar a Solano, no se encienda más el fuego. Deja pasar unos días, y después de asegurado, muda cama y deja el lado que hace tus flaquezas mías. LEONOR: Yo lo haré; mas por tu cuenta y por la de Garcerán correrá, si algún desmán sucede. MENCÍA: Ponlo a mi cuenta; y agora aquí has de esperar a que acaben de escribir, y a don Garcerán seguir, y de él no te has de apartar; que es belicoso, y entiendo que han de salir a buscar al capitán, y atajar este disgusto pretendo. Y si pasare adelante Leonor mía, como el viento, me avisarás al momento. LEONOR: No habrá rayo semejante.
Vanse y salen don JUAN, ALEJANDRA, LEONARDO y otros
JUAN: Dejadnos solos; la puerta lleve Leonardo tras sí. ALEJANDRO: No importa. Déjala así. LEONARDO: ¿Cierro, o dejaréla abierta? JUAN: Cierra, acaba.
Vanse LEONARDO y otros
ALEJANDRA: Y la ventana, ¿quedarémonos a oscuras? JUAN: Para reñir tus locuras lo hiciera de buena gana; que es tanta tu liviandad, que verte sin luz gustara, porque, no viendo tu cara, te hablara con libertad; mas, pues tantas atropellas, Alejandra, sin sentirlas, la cara para decirlas tendré, que tú para hacerlas. Dime, mujer más ligera que tu vano y ciego amor, ¿quién sino tú, con su honor tan pródiga y loca fuera? No entiendo tus desvaríos; di, atrevida, lo que intentas, porque la memoria afrentas de tus padres y los míos. ¿Tú, con el conde en un coche, y a vista de tanta gente, te paseas libremente y tan cerca de la noche? ¿Qué puedes tú pretender sino tu infamia, del conde? Pero por ti me responde ser mujer y ruín mujer. ¡Y qué estés ya tan perdida que le quieras por galán, afrentando al capitán y quitándome la vida! Vuelve en ti. Con más cuidado tu vida traza y ordena; que la mujer cuando es buena es un reloj concertado; que el móvil y el fundamento de esta admirable invención es la medida razón y asentado entendimiento. Son las ruedas los sentidos, que con tardos movimientos detienen los pensamientos, cuando pasan de atrevidos. Las pesas son el nivel con que el bien o mal obrar se ha de medir y pesar, como en un peso fïel. El índice que señala la hora los ojos son, que dicen del corazón si la tuvo buena o mala. Es el volante el temor, y aquel continuo pensar que ha de correr sin parar hasta la muerte el honor. Despertador, la memoria de quién es y a quién ofende cuando deslustrar pretende de sus mayores la gloria. Es la campana su fama, que si no la tiene buena, por más que la cubran, suena y entre todos se derrama. Es relojero el cuidado, que a no tenerle, ha de estar alborotado el lugar y el reloj desconcertado. Y si de ti no le tienes, siendo a tu honor importante, del reloj un semejante a ser propiamente vienes. Y así, instrumentos pesados por fuerza vendréis a ser; que el reloj y la mujer suenan mal desconcertados. ALEJANDRA: ¡Jesús, y qué gracia! Hermano, tienes para predicar. ¡Qué lenguaje para orar! ¡Qué acción! ¡Qué sacar de mano! Que, según has ponderado mis liviandades y errores, son mis delitos mayores que el más horrendo pecado. ¿Yo hablé al conde? ¿Yo, don Juan, con tanta desenvoltura? Sueños serán, por ventura, tuyos o del capitán. Cuanto más, que si salí ayer al campo, ¿en qué erré contra la empeñada fe que a mi tío diste? Y di: que si tan leve ocasión pudiera descomponer la honra de una mujer, ¡buena andaba la opinión! Si han de andar tan concertadas como el reloj, a fe mía, que en la corte cada día oyeras mil badajadas. Y si así tu lengua infama su sangre, ¿qué hará la ajena? Mujer ninguna habrá buena, ni honesta, ni limpia fama. JUAN: ¿Es agravio con rigor reprender tu liviandad? ALEJANDRA: Fuérzasme la voluntad, que es el agravio mayor. Cásasme, y al yugo pones dos novillos desiguales; mal las partes principales del matrimonio compones; y tan desigual partido, ¿cómo quieres que me cuadre si a quien puede ser mi padre ése me das por marido? Mas no me tienes amor; que, a tenérmele, del conde fuera mujer. JUAN: No se esconde el amor ni el desamor. Dime, ¿no es tu tío un hombre rico, principal y honrado, que por noble y por soldado es respetado su nombre, y que le harán del Consejo por sus servicios mañana? Pues, ¿qué te cansa, liviana? ALEJANDRA: Ser a mi disgusto y viejo. JUAN: ¿El ser viejo? Pues, despacio, Alejandra, y sin pasión el cuidado y ojos pon en la persona de Horacio. Verás mil imperfecciones desde la planta a la frente, que ni es galán ni es valiente ni luce en las ocasiones; ni tiene más calidad que tu tío ni es mejor ni es de más fuerza o valor en su boca la verdad; y un hombre tan a disgusto de la corte que la enfada. Si esto es así, ¿qué te agrada? ALEJANDRA: Ser mozo y ser de mi gusto.
Saca la daga [JUAN]
JUAN: ¡Oh, infame! ALEJANDRA: ¡Jesús, detente! ¡Daga para mí, señor! Envaina, que el resplandor me matará de repente.
Salen LEONARDO y OLIVERA
OLIVERA: ¿Señor don Juan? JUAN: Olivera, ¿viene el capitán, mi tío? OLIVERA: No, señor. JUAN: Tu desvarío castigar, loca, quisiera; mas no faltará ocasión. ¿Dónde queda? OLIVERA: Escucha aparte; que hoy reina sin duda Marte. LEONARDO: Quejas del capitán son. ALEJANDRA: ¡Ay, Leonardo! En grande aprieto me ha puesto don Juan. LEONARDO: ¿Por qué? JUAN: ¿Qué me dices? OLIVERA: Lo que sé; y la verdad, en efeto, que yo le llevé el papel. JUAN: ¿Con quién salió el capitán? OLIVERA: Con el alférez Guzmán. JUAN: Buen amigo tiene en él. Por ti, Alejandra, por ti anda la corte revuelta. ALEJANDRA: ¿Por mí? JUAN: Calla, desenvuelta. Ven, Olivera, tras mí.
Vanse [JUAN y OLIVERA]
ALEJANDRA: ¡Ay de mí! Leonardo amigo, deténle, que va enojado. LEONARDO: Sí, haré; mas será excusado; que está don Juan mal conmigo.
Vase [LEONARDO]
ALEJANDRA: ¡Qué de espinas, Amor, entre las flores de tus deleites tienes escondidas, y qué de días y horas desabridas en el breve placer de tus favores! ¡Qué de pesares siembras entre amores, de glorias y esperanzas prometidas, y qué de sobresaltos en las vidas que asegurar pudieran sus temores! Si eres tan falso, Amor, que divertidos nos llegamos a ti, ¿qué dulce engaño es éste con que, Amor, nos traes perdidos? Mas, ¡ay de mí!, que conociendo el daño juzgamos por tan cuerdos los sentidos que tenemos por loco el desengaño.
Sale LEONARDO
LEONARDO: No le he podido alcanzar; que con los pies parecía que volaba y no corría. ALEJANDRA: Bien te sabes disculpar.
Salen VILLENA y FUNES, el uno trae un vestido de mujer y manto, y el otro unos chapines con virillas de plata
LEONARDO: Aquí están Villena y Funes. ALEJANDRA: Platero y sastre han venido; a mal tiempo es el vestido. FUNES: ¿Y el manto? ALEJANDRA: El manteo. FUNES: El lunes. ALEJANDRA: Póngale en ese bufete y vuelva por la mañana; que agora no tengo gana de probármele. FUNES: El ribete advierta vuesamercé que se me debe, y la seda; la cuenta a Leonardo queda.
Vase [FUNES]
ALEJANDRA: Acaben ya; déjenme. Señor Villena, el cuidado estimo; que va curioso el joyel, como precioso, y el San Jacinto extremado. VILLENA: Aquestas cosas no son de las que cuidado dan, porque al señor capitán tengo mucha obligación. Pidióme se le buscasen estas joyuelas también, y si te parecen bien, que en tu poder se quedasen. ALEJANDRA: ¿Y qué son? VILLENA: Apretadores de diamantes. ALEJANDRA: Serán caros. VILLENA: Tienen fondo y son muy claros y de lindos resplandores. ALEJANDRA: No me contentan ni nada como vengan por sus manos. VILLENA: Casar viejos cortesanos con mozas, triste jornada. Al fin, ¿no contentan? ALEJANDRA: No; véalos el capitán, quizás le contentarán. VILLENA: No haré tal desorden yo, si habiéndomelas pedido Horacio, no se las diera. ALEJANDRA: Del conde las recibiera, como fuera mi marido. VILLENA: Es gran cosa hombre de estado y mozo. ALEJANDRA: No me dé pena. ¿Y mis chapines, Villena? VILLENA: Aquí los trae mi crïado. ALEJANDRA: Muestre. ¡Qué angostas virillas! VILLENA: No se usan más de dos dedos. ALEJANDRA: Echan a perder los ruedos; ya me cansan. VILLENA: Pues hundillas. LEONARDO: Hoy no estás de buen humor. ALEJANDRA: Estoy, Leonardo, perdida; cánsame mi propia vida. LEONARDO: ¿Qué tienes? ALEJANDRA: Miedo y amor. VILLENA: No quiero daros disgusto. ALEJANDRA: Toma, guarda esos chapines.
Ponen los chapines con el vestido sobre el bufete
VILLENA: No prometen buenos fines bodas con tan poco gusto.
Vase [VILLENA]
ALEJANDRA: ¿Fuése Villena? LEONARDO: Ya es ido. ALEJANDRA: ¡Qué oficiales tan pesados! Con ellos y mis cuidados se cansará el más sufrido. LEONARDO: Don Carlos viene, señora.
Sale doña MENCÍA
MENCÍA: ¿Bella Alejandra? ALEJANDRA: Mis males no son, Leonardo, mortales pues mi suerte se mejora. MENCÍA: ¿En qué puedo yo serviros? ALEJANDRA: Toma esta silla, y sabréis mi dolor, pues conocéis la causa de mis suspiros. Y tú, con atentos ojos, mira desde ese balcón quién entra o sale. LEONARDO: Ocasión es para nuevos enojos.
Vase LEONARDO
MENCÍA: Quisiera con más espacio y con más gusto escucharos; que sabéis tan bien quejaros como atormentar a Horacio. ALEJANDRA: Si supiésedes, señor, lo que por él ha pasado, en más hubiera estimado el conde mi fe y amor; que el cuchillo a la garganta, puedo decir que he tenido, que de un hermano atrevido fue crueldad, fiereza tanta. MENCÍA: Tanto rigor no es posible si no es con grande ocasión; que sin ella la pasión no hace a un hombre tan terrible. ALEJANDRA: ¿Qué mayor que la pasada, y conocer que a su tío trató con tanto desvío, y estuvo tan apretada? MENCÍA: Pues de aquesos desfavores, asperezas y desvíos nacen otros desvaríos y por ventura mayores. Sabed que ha desafïado hoy el capitán al conde. ALEJANDRA: Siempre, señor, corresponde con el temor el cuidado. Este suceso temí; que mi corazón leal pronosticó tanto mal. MENCÍA: No os alborotéis; oí que por hoy está seguro que ningún desmán suceda. ALEJANDRA: ¿Quién hay que atajarlo pueda? MENCÍA: Yo, Alejandra, lo procuro, y con el mismo cuidado un principal caballero. ALEJANDRA: ¿Quién es? MENCÍA: Aquel forastero, tan valiente como honrado, que por el conde y por vos puso en peligro su vida. ALEJANDRA: De amistad tan conocida somos deudores los dos. Deséolo conocer por lo que de su persona me ha dicho Horacio Colona. MENCÍA: Sábelo muy bien hacer; él os vendrá a visitar. ALEJANDRA: Decidme, señor, ¿mi tío fue quien hizo el desafío? MENCÍA: Y el que habéis de regalar. ALEJANDRA: ¿De qué suerte, si es el conde el dueño de mis sentidos?
Sale LEONARDO
LEONARDO: Señora, somos perdidos. ALEJANDRA: ¿Qué dices? Habla, responde. LEONARDO: Que con don Juan, mi señor, viene el capitán. ALEJANDRA: ¡Ay, triste! ¿Qué pecho humano resiste nuevas de tanto dolor? Que si aquí os halla don Juan temo alguna desventura, y mayor me la asegura la furia del capitán. MENCÍA: ¿Llegan cerca? LEONARDO: En esa esquina están parados hablando. MENCÍA: Una traza estoy pensando. ALEJANDRA: Yo, mi muerte. MENCÍA: Es peregrina. Dadme de presto un vestido de los vuestros; que ya he estado otra vez tan apretado y esta traza me ha valido; que la cara, talle y brío no lo han de echar a perder; que yo haré que por mujer me tengan tu hermano y tío. ALEJANDRA: Pues vesle aquí que parece le tenía prevenido para este efecto. MENCÍA: Nacido me vendrá. LEONARDO: A vestirse empiece; que yo a la puerta estaré, y avisaré con cuidado.
Vístase de mujer doña MENCÍA
ALEJANDRA: ¿Hay tal? El talle es pintado. MENCÍA: ¿Parezco bien? ALEJANDRA: ¡Bien, a fe! MENCÍA: Yo soy muy lindo y bien hecho. ALEJANDRA: ¡Qué buenas piernas y pies! MENCÍA: Esto para ti no es ni de gusto ni provecho. Esconde aquestos despojos pues con éstos me renuevo. ALEJANDRA: (¡Ay, Dios; qué gentil mancebo! Aparte Tras él se me van los ojos). MENCÍA: ¿Hay chapines? ALEJANDRA: Sí. MENCÍA: Pues muestra,
Vístese MENCÍA y pónese manto y chapines
ALEJANDRA: ¿Caerás con ellos? MENCÍA: No haré; que tiento da al que no ve la necesidad maestra. ¿Ando bien? ALEJANDRA: Tiénesme loca. De tu destreza me espanto; ¿quieres toca? MENCÍA: No, que el manto me podrá servir de toca. ¿Puede alguno, por ventura, juzgarme por hombre? ALEJANDRA: No, porque el cielo igual te dio el ingenio y la hermosura. ¡Qué bien te está el traje! LEONARDO: Aviso; que suben ya la escalera. ALEJANDRA: Oigo. LEONARDO: ¡Jesús! ALEJANDRA: ¿Qué te altera? LEONARDO: Ver un ángel de improviso, que el hábito y el semblante al más tentado provoca. ALEJANDRA: Leonardo, sella la boca con este rico diamante.
Dale una sortija
LEONARDO: No hablaré más que una piedra. ¿Hay más graciosa invención?
Salen el capitán [BELTRÁN] y don JUAN
JUAN: Dar lugar a la pasión, y en tal caso, ¿qué le medra? Dejadlo, si sois servido; que estas son cosas pesadas. BELTRÁN: Con darle dos cuchilladas estuviera conclüido. ALEJANDRA: Hermano, tío y señor, ¿hoy sin verme? ¿Qué es aquesto? Tanto descuido tan presto, señal es de poco amor; que a no haberme divertido con esta dama, mi amiga, la soledad enemiga, mucho la hubiera sentido. BELTRÁN: Alejandra, si entendiera que divertirte podía, todas las horas del día te regalara y te viera; pero, como estoy tan cierto que mi vista te da enojos, y que en mí pones los ojos como en un cadáver muerto, retírome, porque veo que te doy disgusto en verte, privándome de esta suerte de aquello que más deseo. MENCÍA: Ella me ha dicho, os prometo, de vos dos mil excelencias. BELTRÁN: Que todas son apariencias. MENCÍA: Todo es amor y respeto. ALEJANDRA: Siempre he sido desgraciada con mi tío; estoy corrida de ver que no sea creída cuando estoy menos culpada. JUAN: Leonardo, ¿no echas de ver cuán trocada está mi hermana? LEONARDO: De la noche a la mañana no hay firmeza en la mujer. MENCÍA: ¡Terrible desconfïanza! BELTRÁN: Efectos son del amor. JUAN: Leonardo, ¡ay de mí! LEONARDO: ¿Señor? JUAN: Mira qué nueva mudanza. ¿Sabes quién es, por tu vida, aquesta hermosa mujer? LEONARDO: Bien, a fe. JUAN: (¡Tan presto arder! Aparte ¡Tan presto el alma rendida!) ¿No respondes? LEONARDO: Una amiga de tu hermana. (¿Hay tal suceso?) Aparte JUAN: ¡Ay, Leonardo! Pierdo el seso. LEONARDO: ¿Qué tienes? JUAN: Amor lo diga. ¿Y sabes cómo se llama? LEONARDO: No lo sé. (Gracioso loco). Aparte JUAN: ¿Ni dónde vive? LEONARDO: Tampoco. JUAN: (¡Tanto más crece mi llama!) Aparte BELTRÁN: Digo que vivo engañado, y en albricias del favor los quilates de mi amor prueba en la fe que te he dado. LEONARDO: ¿Qué? ¡Te has ofendido? JUAN: Mira, Leonardo, aquella mujer, y podrás echar de ver lo que suspende y admira. Mira en sus ojos dos soles, que despiden claros rayos, y en sus mejillas dos mayos con nativos resplandores. Mira en su boca cifrado un paraíso terreno, y mira un cielo sereno en toda junta pintado. LEONARDO: (¿Hay tan extraño accidente?) Aparte Señor, vuelve en ti. ¿Qué es eso? Que todo es de carne y hueso, ojos mejillas y frente. (Quiérole desengañar; Aparte mas será echarlo a perder). BELTRÁN: Quiero, sobrina, creer lo que pudiera dudar.
Sale OLIVERA
OLIVERA: Un crïado quiere hablarte del conde Horacio. BELTRÁN: Olivera, dile que ya salgo fuera. (Don Juan, escucha a esta parte). Aparte ALEJANDRA: ¿De quién ha sido el recado, que se dio con tal secreto? BELTRÁN: De un amigo, te prometo. ALEJANDRA: ¿De amigo? ¿Y tan recatado? JUAN: Bien decís; ya no se excusa. Toma el recado primero. ALEJANDRA: ¿Dónde vais? JUAN: Un caballero nos aguarda.
Vanse todos menos doña MENCÍA y ALEJANDRA
ALEJANDRA: Estoy confusa. Don Carlos, el corazón me dice que es el recado del conde Horacio. MENCÍA: Cuidado me da tu imaginación; pero de él saldré bien presto. Ayúdame a desnudar. ALEJANDRA: Mira que vuelven a entrar. MENCÍA: ¿Jaramillo?
Sale LEONOR
LEONOR: ¿Qué es aquesto? Señor, ¿qué invención, qué traje es aquéste, qué vestido? MENCÍA: Después sabrás lo que ha sido. ALEJANDRA: Don Carlos, ¿es vuestro el paje? MENCÍA: Mío es, y de él sabremos aquello que recelamos, porque tanto cuanto amamos viene a ser lo que tememos. ¿Dónde queda Garcerán, Jaramillo? LEONOR: Con Horacio le dejo junto a palacio esperando al capitán, que para darle un recado le salió a buscar Rugero. ALEJANDRA: Mi temor fue verdadero. MENCÍA: (Y con causa mi cuidado). Aparte ALEJANDRA: Vestíos luego al momento, y procurad atajar el daño. No deis lugar a algún suceso sangriento. No llegue su desvarío a hacerle tan lastimoso, que pierda en el conde esposo y en los dos, hermano y tío. MENCÍA: Mucho más que de temor es, Alejandra, mi pena; pero aquesta traza ordena para tu remedio Amor. Toma un manto, y no te asombres si acaso milagros vieres; que Amor hace hombres mujeres, como de mujeres hombres; que de esta suerte tapadas y sin otra compañía, con tu firme amor confía que harás más que sus espadas. En hacerlo no aventuras tu honor, ni el caso es liviano, si del conde y de tu hermano el sosiego y bien procuras. ALEJANDRA: ¿Qué no haré por redimir vida que tanto me cuesta? LEONOR: Señor, buena anda la fiesta. MENCÍA: ¿Cómo acertaré a salir?
Vanse todos. Salen HORACIO, don GARCERÁN y SOLANO
GARCERÁN: Aquí podemos, señor, esperar al capitán. HORACIO: Ha sido, don Garcerán, la resolución mejor. GARCERÁN: Hablarle es más acertado, porque escribe el más prudente, sin pensar, pesadamente, si acierta a estar enojado. Y aquesta opinión es mía; que no hay arma tan crüel que hiera como un papel escrito con demasía. HORACIO: Según se tarda Rugero, no ha dado con él. SOLANO: Por Dios, que si salen más que dos, que he de reñir el postrero. Ya vienen los bravoneles. GARCERÁN: ¿Son ellos, conde? HORACIO: Ellos son. SOLANO: Señores, anden a un son espadas y cascabeles.
Salen don JUAN y el capitán [BELTRÁN], quitándose los sombreros
¡Qué brava salva se han hecho con los sombreros! Si calva tuviera alguno, la salva no le hiciera buen provecho. HORACIO: Aquí, señor capitán, me ha traído un papel vuestro, si no puntüal, con gana de serviros y de serlo. Bien podéis con libertad decirme qué es vuestro intento, que de lo que aquí pasare seguro estará el secreto; que con atentas orejas escucharé, como reo, el cargo, que pongo en duda podáis con justicia hacerlo. BELTRÁN: Señor conde, el cargo es justo, y si, como justo, recto fuera el jüez, condenado estábades por derecho. Ya sabéis mi calidad, y también el parentesco que tengo con Alejandra, y mi pretensión tras eso; y que es su hermano don Juan tan honrado caballero que es digno que se le guarde justo y debido respeto. Pues siendo así, vos señor, con músicas y paseos hacéis pública la causa y evidentes los efectos; que a pie, a caballo y en coche, como si fuera terrero la calle de los Preciados, os preciáis de ser molesto; y que una tarde en el Prado a vista de todo el pueblo, a su pesar y disgusto fuiste su coche siguiendo; y tras esto, tan pesado, tan atrevido y tan necio, que al paso de sus caballos iba caminando el vuestro. Todas estas cosas, conde, me han dicho, y yo las sospecho, y sospechas informadas hacen el caso más cierto, y porque entendáis que agravios no consienten ni consiento, sus deudos como su sangre, ni yo como esposo y deudo, a este lugar para hablaros os llamé, donde pretendo, o acabar con mis cuidados, a asegurar mis recelos; que si a costa de mi honor vuelan vuestros pensamientos, las alas les quebraré como a locos y soberbios. HORACIO: Otras veces, capitán, más reportado y más cuerdo pienso que me habéis hablado y sobre este caso mesmo; pero agora echo de ver que está vuestro entendimiento, con la pasión, deslumbrado, y el discurso poco menos; y que lo estáis, cosa es llana, pues no veis que es un ejemplo de honestidad Alejandra, como de hermosura un cielo; que limpiamente la hablé algunas veces, confieso; y si es culpa que me carga, yo, capitán, me condeno; mas puédoos asegurar que de su recato honesto nadie podrá murmurar, ¡vive Dios!, sino mintiendo; y quien la infama y murmura sois los dos, pues falsos sueños, locas imaginaciones, admitís por casos ciertos. Mengua es de hombres principales tener de una mujer celos, si es la más segura guarda ni pedirlos ni tenerlos; y así, capitán, de hoy más de tan flacos fundamentos no levantéis edificio que os venga a servir de entierro. JUAN: Conde, el capitán, mi tío no es de los hombres plebeyos con quien se pueda tratar con tan desigual imperio; ni yo, siendo su sobrino, lo he de consentir. Tratemos lo que importa, que palabras no son de ningún efecto; que él se queja con razón, y con la misma me quejo, como más interesado en su daño y su provecho. GARCERÁN: ¿Qué quejas, qué sinrazones, qué agravios, qué sentimientos, son éstos, si son mayores los del conde que los vuestros? Si andáis de noche y de día por todo el barrio inquiriendo si pasó por vuestra calle, a qué hora y a qué tiempo; si habló a Alejandra, si acaso por avisarla habló recio, enfrente de su ventana, al lacayo o al cochero; diligencias excusadas, impertinentes desvelos, que no sirven para más que infamarla y ofenderos; y de vos, señor, me espanto que, consultando al espejo, no echéis de ver que han pasado por vos ya sesenta inviernos; y es vergüenza que se diga que un hombre de canas lleno ande acuchillando esquinas cuando ha de darnos consejos. Dejad ya, por vida mía, amorosos devaneos, valentías de soldado y locuras de mancebo; y si habéis de andar, señor, cada día en estos pleitos, acabarlos de una vez es el más fácil remedio; que ya en el Prado perdí en otra ocasión el miedo al herir de esas espadas y al brío de aquesos pechos. BELTRÁN: ¿Sois vos aquel gentilhombre con quien el pasado encuentro tuvimos don Juan y yo? GARCERÁN: El mismo soy. BELTRÁN: (Ya reviento, Aparte ya son mis celos mayores, y mis temores más ciertos; que éste fue quien hizo espaldas a mi afrenta y vituperio). Sobrino, el conde sin duda nos ha ofendido.
Salen doña MENCÍA y ALEJANDRA, cubiertas con mantos y LEONOR detrás en su hábito de hombre
ALEJANDRA: Aguijemos, que dan voces. SOLANO: ¡Vive Dios!, que es el capitán acedo. Temor tengo que ha de haber algún diluvio sangriento; si de ésta escapo, ermitaño tengo de ser o ventero. JUAN: Pues, ¿qué aguarda un ofendido? Meted mano. ALEJANDRA: Caballeros,
Descúbrense
mirad quién tenéis delante. JUAN: Alejandra, ¿qué es aquesto? HORACIO: ¿Don Carlos? GARCERÁN: ¿Doña Mencía? ¿Señora? MENCÍA: Paso, estáis ciego; ¿no me conocéis? GARCERÁN: ¡Ay, triste! Perdonad, que estoy sin seso; que como dentro del alma traigo, don Carlos, impreso aquel Fénix de hermosura, y sois su retrato vello, toda el alma se alborota cuando de repente os veo; y más en aqueste traje, que en sólo verle ardo y tiemblo. ¿Qué os parece de esto, conde? HORACIO: Tiéneme el caso suspenso. MENCÍA: Aquesto, conde, ha de ser vuestro principal remedio; disimulad, que después veréis si fue de momento aquesta transformación. GARCERÁN: Es admirable su ingenio. BELTRÁN: ¿Qué es esto, Alejandra, ingrata? ¿Vienes a darme veneno con tu vista, y encender más mi cólera y mi fuego? ALEJANDRA: No vengo sino a excusar, tío y señor, lo que temo, que es mi honor el que padece y yo soy la que más pierdo. No quiera mi suerte avara que pierda con el suceso hermano que tanto amo y tío que tanto quiero. BELTRÁN: ¿Tú me quieres? JUAN: ¿Tú me estimas? MENCÍA: Señor capitán, dejemos las cosas que traen consigo desengaños verdaderos, y sed amigo del conde. BELTRÁN: ¿Yo, amigo? MENCÍA: Sí, yo os lo ruego; y a vos, señor, os suplico que me seáis buen tercero. JUAN: ¿Cómo podré disponer de voluntad que no tengo, que, si es vuestra, ya no es mía? MENCÍA: No respondo a quien no entiendo. JUAN: Pues reparad en mis ojos, que ellos dirán lo que siento; que, como lenguas del alma, a voces lo están diciendo. MENCÍA: Bien está, ya os he entendido este negocio acabemos, sosegad a vuestro tío; que después nos hablaremos.
Vuelve don JUAN al capitán [BELTRÁN]
JUAN: Ya veis, señor, a mi hermana y a esta dama de por medio; de la una el llanto obliga como de la otra el ruego. Lo forzoso, voluntario se ha de hacer; al conde hablemos sin admitir más descargo que la confesión que ha hecho. BELTRÁN: Harélo por daros gusto. MENCÍA: Ha de ser con juramento que confirme esta amistad. JUAN: Eso será lo de menos. BELTRÁN: Como el conde de su parte no dé ocasión, yo la acepto. HORACIO: De mí, señor capitán, podéis estar satisfecho. BELTRÁN: Pues con esa condición ser vuestro amigo prometo; y en vuestras hermosas manos hago homenaje de serlo.
Da las manos a MENCÍA
MENCÍA: Vos, Alejandra, lo mismo pedid al conde. HORACIO: ¿Qué es esto, querida Alejandra mía? ALEJANDRA: Fuerza de Amor. HORACIO: Yo lo creo. ALEJANDRA: Dadme la mano. ¿Juráis, conde, como caballero, de ser su amigo? HORACIO: Sí, juro. (Como juréis vos primero Aparte de ser mi esposa). ALEJANDRA: (Sí, juro). Aparte MENCÍA: Pues hágaos muy buen provecho, como mal al capitán si os pusiere impedimento. ALEJANDRA: No lo entienda; habla, señor, más bajo, y a lo que os debo no añadáis obligaciones. MENCÍA: De serviros yo las tengo como servidor del Conde. ALEJANDRA: Señores, aquesto es hecho. HORACIO: Adiós, señor capitán. BELTRÁN: Guárdeos, señor conde, el cielo. MENCÍA: Dad la mano a vuestro tío; que yo a vuestro hermano quiero hacer aqueste favor. JUAN: Por él, señora, os la beso.
Vanse de las manos
SOLANO: Jaramillo, éste tu amo debe de ser hechicero, escolar o nigromante; porque aquellos embelecos y aquestas transformaciones, ¿quién las hace sino aquellos que andan de viga en viga y vuelan de techo en techo?, y si es así, Jaramillo, dile que yo se lo ruego, que no me convierta en ganso sino en vino de Alaejos.
Vanse todos

FIN DEL SEGUNDO ACTO

La Fénix de Salamanca, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002