ACTO SEGUNDO


Salen ALEJANDRO y ROQUE
ALEJANDRO: ¿Cuándo al riguroso hado que los astros determina, lastimará la rüina de mi paciencia y estado? Cielo hermoso, cielo airado, ¿No he de mirar vez alguna el rostro de la Fortuna benigno en las cosas mías? Aun tú eres cielo y varías los afectos de la luna. ¡Ah, juego! Tu mal eterno mis desdichas hace iguales. Tres máquinas dio, infernales, contra el hombre el cruel infierno en este tiempo moderno: duelo dio contra el honor; contra la vida, el furor de la pólvora estupenda; y naipes contra la hacienda, que fue la furia mayor. ROQUE: ¿Siempre has de ser Jeremías, siempre llorar y perder? ALEJANDRO: Juramentos he de hacer de no jugar en mis días. ROQUE: Un ladrón de esa manera, después que por varios casos daba los últimos pasos que son los de la escalera, cuando ya el verdugo estaba ¿Arrójolo...? ¿No lo arrojo...?, con piedad o con enojo de esta manera juraba: "Cielo, de luz escogida, amparadme en este aprieto, que yo os juro y os prometo de no hurtar en mi vida." Ansí, señor, tu jurar vendrá a ser como este cuento, pues haces el juramento cuando ya no hay qué jugar. ALEJANDRO: ¡Ay, Roque! En tantas fatigas aun me queda algún consuelo. ROQUE: ¿Y es? ALEJANDRO: El ángel de mi cielo. Bien es que otra vez me digas qué dijo al tomar la rosa de diamantes que le diste. ¿Mostró el rostro alegre o triste? ¿Te pareció muy hermosa? ROQUE: Agora se me ha ofrecido remedio para quitarte el jugar; tan buen arte, de un albéitar la he aprendido. En dos distancias iguales dicen que si al asno pones de paja iguales porciones, son sus ganas tan bestiales, que ignorando a cuál irá, se estará indeterminado sin poder comer bocado de una ni otra. Así estará tu inclinación con sosiego. Pondrémoste en una parte una mozuela del arte, y de otra tablas del juego. Tú, a ambas cosas inclinado, ya Vilhán y ya Narciso te quedarás indeciso, ni tahur ni enamorado. ALEJANDRO: A ser bufón te condeno. De tus locuras me río. ROQUE: ¿Tan necio soy y tan frío que para bufón soy bueno? ¿Por qué agora...? ALEJANDRO: Háblame antes de Ángela. ROQUE: Hecho, señor, tu pajecico de amor, le di la flor de diamantes, y con mucha cortesía la tomó, dando a entender que aunque es honesta mujer, que te amaba y te quería; que no ha visto en hombre agrado que más a su gusto cuadre; mas que tendrá, por su madre, este amor disimulado. No ha de hablarte en su presencia, y también se ha de enojar si vuelves más a jugar. Ésta es, señor, la sentencia. (¡Sáqueme Dios de este enredo Aparte con mi cara entera!) ALEJANDRO: En algo diré ya que mucho valgo, y llamarme feliz puedo., No había de ser en todo desdichado; si hoy apenas vi sus ojos, ¡oh sirenas!, y me quiere de este modo. Antes, con descortesía, yo de su casa salí... ROQUE: Sin duda perdiste allí con donaire y gallardía y éste su flechazo fue. ALEJANDRO: Un papel le he prevenido, que después de haber perdido con este me despiqué, y lo has de llevar. ROQUE: (Aquí Aparte mi mentira ha de ir creciendo, pero sus joyas defiendo llueva o nieve sobre mí).
Dale el papel
ALEJANDRO: Roque, el vestido bordado de Isabela en mi aposento tengo escondido, que exento solo del juego ha quedado. Sin ser visto, entra por él y a doña Ángela lo lleva, Dafne de estos siglos nueva más hermosa y más crüel. ROQUE: (¿Hay perdición como aquésta? Aparte No se lo pienso estorbar porque no le he de llevar). ALEJANDRO: Y no vengas sin respuesta. ROQUE: Yo la traeré. (Mas notada Aparte de mi ingenio lacayuno).
[Vase ROQUE]
ALEJANDRO: Amor, desde hoy importuno tu templo y ara sagrada. Mi amor será sin igual y, ¿qué mucho que si el juego me hizo pródigo y, ciego, me hagas tú liberal.
Sale ISABELA
ISABELA: Alejandro, mi señor, no viváis con inquietud; que perderéis la salud que es la pérdida mayor. Turbar las horas del día, dormir poco y comer tarde no es regla con que se guarde vuestra vida que es la mía. No lloro mi soledad, mi propio daño no siento; que es de vuestro entendimiento esclava mi voluntad. ALEJANDRO: ¡Ángela, tantos agravios! ISABELA: ¿Ángela soy? No es bien hecho que el ángel que está en el pecho salga por yerro a los labios. Y si en él, dos se reciben, entre yo a tan dulce unión, porque es cielo el corazón donde los ángeles viven. ALEJANDRO: ¿Llamarte Ángela es tormento? ISABELA: Ángel de pena seré porque de gloria yo sé que ni la doy ni la siento. ALEJANDRO: Déjame ya de enfadar. Dame de comer, que vengo con grande gana. ISABELA: No tengo cosa que poderte dar. ALEJANDRO: ¿Cómo no? ISABELA: Pues que dinero, vestido, joya ni plata dejaste. ALEJANDRO: ¡Mujer ingrata, que finge amor lisonjero! ¡Vive el cielo que te mate la cólera con que vengo.
Mete mano a la daga
ISABELA: ¿Qué he de hacer si no lo tengo? ALEJANDRO: ¡Buscarlo! (¿Qué disparate Aparte no ha de hacer un jugador hambriento y desesperado?) ISABELA: ¿Daga para mí has sacado? ¿Esto es honra? ¿Esto es amor?
Vase [ALEJANDRO]
Escuchad mis querellas, imágenes hermosas de los cielos, si escuchan las estrellas desdichas de mujer que llora celos, desdén, olvido, engaños, en el abril florido de sus años. Hermosísima luna que tres veces al mes mudas semblante, la voz oye importuna de una simple mujer, tórtola amante de un ingrato marido que en menos tiempo más mudable ha sido.
Sale MARCELO y quédase a la puerta escuchando
Mísera yo, engañada, avecilla inocente que cautiva en la red marañada en eterna prisión mientras que viva, en vez del dulce canto mis músicas serán penas y llanto. Daré a los elementos materia con dolor y sin sosiego, suspiros a los vientos, mis lágrimas al mar, mi amor al fuego, y a las arenas pías, pálidos huesos y cenizas frías. MARCELO: Isabela, señora, consuelo de mi edad, serena el llanto. El alba es la que llora, que no el cándido sol del cielo santo. La nube es la que llueve, el cielo no, que en círculos se mueve. Serena, pues, los ojos, soles hermanos y animados cielos, y dime tus enojos. ISABELA: Alejandro, señor, tras darme celos, jugar joyas y plata, vestidos y dineros, mal me trata. Con el desnudo acero me pidió de comer, no lo tenía, que aun yo de hambre muero. Que los "buscase" dijo, ¡oh, tiranía! ¡Palabra vil, infame! ¿Que me manda el honor que ansí la llame! ¿Qué más, señor, dijera un hombre sin honor, que al ocio y gula se entrega, de manera que a su incasta mujer le disimula vivir libre, y consienta el invisible peso de la afrenta? MARCELO: No llores, hija mía, la pródiga pasión de aquel ingrato. En mis riquezas fía. El fénix te traeré para tu plato, y sus rosadas alas servirán de penachos en tus galas. Las joyas más subidas de humana estimación guardadas tengo. Seré un segundo Midas, racimos de diamantes te prevengo, y para tu tesoro dará perlas el mar, los montes oro. Más galas y hermosura el mayo no tendrá cuando desata la nieve helada y pura; rosas de sangre da, y lirios de plata y en las flores süaves beben aljófar las pintadas aves. Ni el pavón envidioso que diadema de rey le da osadía, y al fénix más hermoso en esferas de pluma desafía, velando a sus espaldas cien ojos de jacintos y esmeraldas.
Dale un bolsillo
Estos escudos toma y prevénle un espléndida comida. Tu sentimiento doma alegre has de mostrarte. Está advertida que joyas traerás bellas, mas no sepa que soy el dueño de ellas. Las bárbaras razones que te dijo, remedio han descubierto de enmendar sus acciones. Los celos del honor, es caso cierto, remediarán el daño, y a mi cargo estará su desengaño.
Sale con un vestido ROQUE
ROQUE: Encierra, mi señora, este vestido donde no lo vea. MARCELO: ¿Llevábasle tú agora para jugarlo? ROQUE: Sea lo que sea; que no seré yo cuerdo si la cadena de diamantes pierdo. Restaurarla imagino porque tú la estimaste. MARCELO: Es buen crïado. Tú me has de abrir camino para ver a este pródigo enmendado. ROQUE: Yo, señor, lo quisiera para ver si matamos la ternera.
Vanse. Salen CARLOS y DOMINGO
CARLOS: No estaban en su casa don Diego y don Lüís. DOMINGO: Salido habían. CARLOS: En casa de don Pedro podrán estar jugando. Sube y mira si hay juego. Pero espera, que yo quiero subir. DOMINGO: Aquí te aguardo.
Vase [CARLOS]. Salen don DIEGO y don LUIS
DIEGO: Si estuviere Alejandro en casa de don Pedro, ¡por mi vida!, que le tienes de hablar. LUIS: De buena gana, que no llegó su cólera a palabra que el hablarle me impida. DIEGO: Veremos a doña Ángela. LUIS: Es temprano. Si juegan en la casa de don Pedro, jugaremos un rato. DIEGO: ¿Está aquí tu señor? DOMINGO: Buscándoos vino.
Sale ROQUE
ROQUE: (Vi pasar a don Diego Aparte y sin aliento llego). Una palabra, don Diego, mi señor. DIEGO: ¿Qué quieres Roque? ROQUE: Marcelo te suplica que le des la cadena de diamantes, tomando su valor en oro o plata porque era de su gusto. DIEGO: Luego al punto que la gané, la di a cierta señora a que ella la guardase, y grosería parecerá el pedírsela tan presto. Yo haré lo que me manda, pasando algunos días.
Vanse LUIS y DIEGO
ROQUE: (¿Luego al punto Aparte a señora la dio? Pues que me maten si no la tiene aquella sevillana cuya figura representa roque en los amores de Alejandro. Quiero esperar a que baje de esta casa para darle un papel muy lisonjero de doña Ángela... no, de su escudero). DOMINGO: Acaso, sor galán, ¿está su dueño jugando en esta casa? ROQUE: O juega o mira. ¿De adónde es, so galán? DOMINGO: Soy de Sevilla. ROQUE: ¿Y tiene amo tahur? DOMINGO: Aquí le aguardo con ganas de hugar veinte reales que me comen aquí. ROQUE: Rascarlos quiero. Yo tengo naipes, que estos son percances de aquellos que servimos a tahures. DOMINGO: ¡Vaya para roín el gran dïablo! Y pues huegan, huguemos.
Quítase la capa ROQUE y pónela para jugar encima y quítase el sombrero y espada
ROQUE: Esta capa ha de ser el sobresuelo pues que no puede ser la sobremesa. DOMINGO: Aquí me siento yo. ROQUE: Siempre acostumbro jugar cómodamente. Espada mía, guardad este sombrero. DOMINGO: ¿A qué se ha de jugar? ROQUE: Al parar llano. DOMINGO: Alcemos por la mano. ROQUE: Una sota. DOMINGO: Un caballo; el naipe es mío. Pare con mucho brío. ROQUE: Correr y pararse cuatro reales. DOMINGO: Un as y un siete. La de Guadalupe, encamine estos bueyes. ROQUE: As. DOMINGO: Perdílos. Hágome momo. ROQUE: Hágase dïablo. DOMINGO: ¿Qué me para? ROQUE: Otros cuatro. DOMINGO: Dos y caballo. ¡Arre acá, Babieca! ROQUE: El niño entre dos palos. ¡Oh Cupido!
Va gan[an]do ROQUE y juntando el dinero que se vea bien
DOMINGO: Otros cuatro he perdido. ROQUE: ¡Hágase momo más! DOMINGO: Hágome momo. ROQUE: Pues, los ocho le paro. DOMINGO: Siete y cinco. Quinas de Portugal, vendréis un día. ROQUE: Ya yo he visto la mía. DOMINGO: También ésta perdí. ROQUE: Mas si ganase al paso que Alejandro va perdiendo... DOMINGO: Hasta hacer una suerte el naipe es mío. ROQUE: Ocho reales. DOMINGO: Rey y tres. Felipo, ven con tu espada aquí. ROQUE: ¡Gran pie de perro, ocho reales! DOMINGO: ¡Vive Dios, no sufra tantas desdichas el mayor cornudo!
Arroja los naipes DOMINGO detrás de ROQUE y él se levanta a cogerlos y entretanto [DOMINGO] le lleva capa, espada, dineros y sombrero
ROQUE: ¿Coléricas, no habiendo más barajas, mi señor sevillano? Poco a poco los naipes cogeré esta vez, mas otras los coja un sacaporras; que a fe que juega con tahur, que sabe perder el sol que sale y se pone. Párame largo, esquitaráse presto. ¡Ah, señor sevillano! ¡Ah, señor andaluzo, es burla! ¡Acaba!
Anda ROQUE entrando y saliendo, buscando
¡Ah, borracho lacayo, rascamulas, que no limpiacaballos! Hecho me deja un Juan Paulín en cueros. ¡Ay, de vosotros! ¡Ay, capa y espada, mi sombrero y dineros! ¡Un albís me dejó el de la hugada!
Sale ALEJANDRO
ALEJANDRO: No hay hado ni fortuna, ni dicha ni desdicha en este mundo. Es juicio de los cielos este rigor profundo que mi vida importuna en justos paralelos. El bien y el mal, en mérito y castigo, se dan al malo y bueno. Mi hacienda perdí ya, juego enemigo, y sobre mi palabra agora perdí más. Yo me condeno a que la tierra sus gargantas abra. ¡Oh, Roquillo! ¿Aquí estás? ROQUE: ¡Vaya, un partido! Los dos para los dos. Vengan pelotas. ¡Jugar! ¡Venga! ¡Ya va! ¡Falta! ¡No es falta! ¡Choza, muchacho, allí! ¡Vale! ¡Lo quiero! ¡Pelotas! Oh, qué floja! ¡Envida, envida!
Hace que hincha la pelota
¡Chis, chis! ¡Cómo está buena! ¡Jugar! ¡Qué bien! ¡Tener quince! ¡No es quince! ¡Señor don [Berenjena], una atraviesa sacó la vuestra! ¡Primo con vusía! ¡No quiero atravesar, por vida mía! ALEJANDRO: ¿Estás borracho o loco? ROQUE: Todo. ALEJANDRO: Dime, ¿qué haces? ROQUE: ¿No lo ves? ALEJANDRO: ¿La capa? ROQUE: Pesa. ¿Qué jugador has visto de pelota que sombrero ni capa tenga encima? ALEJANDRO: Dime, Roquillo, ¿cómo estás en cuerpo? ROQUE: Dormíme en ese poyo y llegó Caco. ALEJANDRO: Pesado sueño fue. ROQUE: ¡Y pesada burla! ALEJANDRO: ¿Y en mi negocio, te has dormido? ROQUE: Grullo he sido vigilante. ALEJANDRO: ¿Traes respuesta? ROQUE: ¡Y cómo que la traigo! ALEJANDRO: ¡Ah, Roque, amigo! Como estoy sin cadenas y sin joyas, a vistarla no me atrevo. Vióme galán la vez primera. Agora, ¿qué dijera? ROQUE: Un arbitrio he de darte a ese propósito. ALEJANDRO: Dame el papel. ROQUE: Escúchalo primero. Cayó, por sus pecados, una zorra en una trampa que un pastor le puso. Huyóse aunque la cola cortada se quedó en la trampa aguda. Andaba triste y sola como mona la pobre. Al fin propuso a su zorruno rey que hiciese cortes, que a toda la república importaba la causa que trataba. Juntáronse las zorras a consejo y ella sentada, por cubrir su falta, dijo que convenía que sin hopos viviesen, pues el hopo a ninguna servía sino de pelo y lazo a ser cogidas; que importaba a sus vidas ser descoladas. Pero a tal consejo, su rey, zorrazo viejo, respondió: "Levantaos, que ver queremos si acaso tenéis cola." Levantóse y el arbitrio rióse. Tú puedes, mi señor, a los galanes de la corte decir, que les conviene que cadenas y joyas no se pongan, pues, se pierden al juego y a las damas también la causa incita. Y yo juntaré a cortes mis lacayos, y a todos propondré no traigan capas y en cuerpo acompañemos y a los pajes del rey imitaremos. ALEJANDRO: ¿Siempre de humor? ROQUE: ¿Y tú, de dolor siempre? ALEJANDRO: Dame el papel, y mira si un bocado hallas en casa, porque no he comido. ROQUE: Toma el papel, saeta de Cupido.
Vase [ROQUE]
ALEJANDRO: ¡Ah, nema, tú que guardas el secreto de mi dichoso amor! Rómpese luego.
[Lee la] carta
"Señor, muy enojada me tiene vuestra gran descortesía, pues amándoos yo tanto no ha sido respetada mi palabra y mi fe. ¡Qué grosería! De vuestra discreción sola me espanto, pues habiéndoos pedido que no juguéis, ¿me habéis obedecido?" En efecto ha sabido que he jugado después que me mandó que no jugase. ¡Qué bien se ve que amado de doña Ángela soy! A visitarla iré esta tarde.
[Sale] ROQUE
ROQUE: Mi señor, albricias. La casa está de bodas. Unos manteles, que al ampo de la nieve se aventajan, cubren la mesa, que con varias flores un banquete de mayo representan. Un pavillo, un capón y dos pe[r]dices arremetieron luego a mis narices con olor aromático, y de vino, que puede dar consejo, la cantimplora llena y sepultada en la nieve mejor que vio Granada. Y aquello que me espanta, en un bufete, como olvidados, vi muchos doblones que luego mi señora recogió, vergonzosa. ALEJANDRO: ¿Está enojada? ROQUE: Ni alegre más la vi, ni más hermosa. Sin enojo y mohina, ella da prisa a todo en la cocina. ALEJANDRO: ¿A quién habrá pedido Isabela dineros? ROQUE: No habrá sido, al menos, a tu padre; que hoy me dijo, "Adviértele a mi hijo que conserve su hacienda, y que no espere de mí cosa ninguna." ALEJANDRO: Vamos, pues, a comer; que la Fortuna a nadie desampara.
Vase ROQUE
Un veloz pensamiento, con las alas, hirió mi fantasía, y de ella resultó al entendimiento juzgar severamente de la desdicha mía. ¡Ay, ilusión fantástica, detente! Imaginado mal, antojo o sombra, afecto que no sé cómo se nombra, en el alma te encierra. No salgas a los labios; no incites la memoria a infame guerra. ¿Isabela está alegre con agravios? ¿Mi casa regalada con pobreza? ¿Isabela sin deudos, sin amigos, con flores y riqueza? ¡Ah, nunca yo dijera una palabra colérica imprudente! ¡Ay, ilusión fantástica detente! Negóme de comer. No lo tenía. Que lo buscase dije. ¡Oh, lengua necia! Mas, ¡cómo, si es Lucrecia, si es Porcia, si es Penélope, la agravio? Corazón infïel, no llegue al labio tan sutil pensamiento, que aun no conviene que lo escuche el viento.
[Salen] ROQUE y FABIÁN
ROQUE: ¿No vienes a comer? ALEJANDRO: Ya voy.
Vase ALEJANDRO
ROQUE: Pregunto: ¿me sabrás ayudar en cierto engaño? FABIÁN: ¿De provecho o de daño? ROQUE: De provecho. FABIÁN: Sabré. ROQUE: ¿Y sabrás fingirte un alguacil de corte? FABIÁN: ¡Y cómo que sabré, como te importe!
Vanse. Salen la MADRE y GÓMEZ
GÓMEZ: Marcelo Gentil espera a que licencia le des para entrar acá. MADRE: ¿Quién es? GÓMEZ: Un hombre que yo quisiera ser dueño de su caudal. Ni es muy mozo, ni muy viejo; hombre de cuenta y consejo, ginovés y principal. MADRE: Entre persona tan rica; que nos querrá, si es su intento, tratar algún casamiento con el ángel de Angelica.
Sale MARCELO
MARCELO: (Aunque finja que hay en mí Aparte verdor, con esta mujer he de procurar hacer que Alejandro no entre aquí). GÓMEZ: Algo sorda es mi señora; háblele recio, señor. MARCELO: Tenedme por servidor. MADRE: Yo soy vuestra servidora.
Siéntanse
MARCELO: Los que en la veloz edad casi a la vejez llegamos, siendo cuerdos, procuramos sosiego, paz y verdad. Antes que llegue al intento con que en esta casa estoy, es bien deciros quién soy. MADRE: (Esto huele a casamiento). Aparte MARCELO: Gracias al cielo, yo tengo honra y caudal. MADRE: Ya lo sé. MARCELO: De ese modo, excusaré los discursos que prevengo, y digo pues, que deseo hallarme en casa aliviado del doméstico cuidado ya que con otros me veo. Mi condición es sencilla y, pues, mi edad no lo impide... MADRE: (¿De esta trecha me la pide? Aparte Borrica es la rapacilla para darle hombre mayor). MARCELO: Elegir pretendo estado, y segunda vez casado, vivir con gusto y amor. Un hijo solo que tengo tiene su hacienda, y la mía llega a cien mil este día. Rico estoy. ¿Qué me detengo? MADRE: (¡Lindo caudal! Plega a Dios Aparte que la pueda convencer, porque siendo su mujer, pasaremos bien las dos). MARCELO: Hice elección, informado de la virtud que he sabido de esta casa, y ansí he sido el tercero y desposado. A nadie quise fïar mi intención, y ansí os suplico... MADRE: (¡Qué casamiento tan rico! Aparte Yo se la pienso entregar). MARCELO: ...que os suplico, digo pues, ¿queráis, señora, ser dueño de mi casa? MADRE: (¡Jesús! ¡Sueño! Aparte ¡Si me pide a mí!) ¿Quién es la que habéis pedido? MARCELO: Vos, que son la virtud y edad, discreción y cualidad a mi propósito. MADRE: (Dios Aparte me ha deparado este bien. Tanta la hipocresía esta ventura me envía, aunque yo no soy también muy vieja ni mal tocada). Digo, mi señor, que soy vuestra hechura, y ansí estoy obediente y obligada. MARCELO: Pues, señora, si ansí pasa, una merced solamente os pido: que no entre gente a visitar esta casa, ni a jugar como otras veces; que demás de ser malinos, los ojos de los vecinos son rigurosos jüeces. No soy celoso, mas esto convendrá, por vida mía, hasta que se llegue el día de la boda, y será presto. MADRE: Un monasterio, señor, ha de ser de aquí adelante mi casa. (Si es importante Aparte decirle cómo es error que soy sorda..., pero no, hasta ver en lo que para). MARCELO: Pues, ya mi dicha está clara. Dadme licencia, que yo a veros vendré después. MADRE: Soy vuestra esclava. MARCELO: (¡Y mi abuela! Aparte Creyólo la vejezuela; ligera de cascos es. Para corregir un hijo, ¿qué no intenta un padre bueno?)
Vase [MARCELO]
MADRE: El pecho me deja lleno de juvenil regocijo. Loca quedo de contento. ¡Angelica! Sale ÁNGELA ¡Ángela, escucha! ÁNGELA: ¡Qué priesa tienes! MADRE: No es mucha para tan gran casamiento. Las visitas, hija mía, ya han cesado. Hay gran misterio. Esta casa es monasterio de descalzas. Este día tu remedio y tus cuidados caminan con otro paso. ÁNGELA: ¿Qué me dices? MADRE: Que me caso. ÁNGELA: ¿Con quién? MADRE: Con cien mil ducados y hombre dos veces gentil. ÁNGELA: ¿Con años? MADRE: Solos cuarenta. ÁNGELA: Yo me casaré a esa cuenta con veinte y doscientas mil. Sale FABIÁN con vara FABIÁN: ¿Quién está en casa? ÁNGELA: ¿Quién llama? FABIÁN: El que serviros codicia. ÁNGELA: ¡Ay! ¿En casa la justicia? FABIÁN: ¿Es buey de hurto? MADRE: Y que infama la mujer más casta y buena. FABIÁN: Don Diego Osorio me envía, por señas; que en este día aquí ganó una cadena de diamantes, y la dio a guardar secretamente a vuesa merced. ÁNGELA: ¡Él miente! FABIÁN: ¡Mis señoras, eso no! La cadena os ha dejado. Mangas, cofres y escritorios francos me haced, y notorios; que por eso me ha enviado. Todo lo tengo de ver. Ciento y diez diamantes son, y los pide. No es razón que tan principal mujer... Saca la cabeza por el vestuario ROQUE ROQUE: (No te turbes, mentecato). ÁNGELA: A él mismo le pienso dar. FABIÁN: Yo soy hombre de fïar. MADRE: ¿Alguacil de corte? FABIÁN: Trato verdad y soy conocido; y si llamo, a cuantos veo daréis crédito. MADRE: Lo creo. No queremos más rüido. Dásela y yo te prometo otra cadena mejor; que tu padre y mi señor me tiene amor y respeto. Salga de aquí este alguacil, pues con buenas señas viene; que ser visto no conviene de don Marcelo Gentil. ÁNGELA: ¿Cómo os llamáis? FABIÁN: (Sois sutiles). Picón es mi sobrenombre. ROQUE: ¡Vive Dios, que no hay tal hombre en todos los alguaciles de la corte ni de España!) Vase ROQUE FABIÁN: ¿Es posible que no soy conocido? ÁNGELA: Ya os la doy. FABIÁN: La justicia nunca engaña. ÁNGELA: Decid, señor, a don Diego, que es mucha descortesía, pues la justicia me envía a cobrar lo que no niego. Saca de la manga la cadena y dála FABIÁN: Temió el pobre algún engaño. Vase [FABIÁN] MADRE: ¡Descortés, pícaro vil! ¡A nuestra casa alguacil! ¡Éste es lindo desengaño de cortesanos amantes! ¡Dichosa yo que hallé riqueza, amor, honra y fe! ÁNGELA: ¡Ay, mis perdidos diamantes! MADRE: ¿Ya verás que es conveniente que despidamos de casa visitas? ¡Ved lo que pasa! ¡Tomad algo de esta gente...! Pues, mira tú, si hoy pasara adelante la cuestión. ÁNGELA: Fue necio aquel fanfarrón. Fuése sin volver la cara. Sale ALEJANDRO con un papel en la mano ALEJANDRO: (Amor y melancolía, que en mi casa he concebido, a este cielo me han traído, cielo de luz y alegría). Perdonad si aquí me he entrado sin prevenida licencia, porque amor, todo es violencia, atrevimiento y cuidado. ÁNGELA: Bien se pudiera excusar, caballero, esa osadía, porque no es casa la mía donde se viene a jugar. ALEJANDRO: (Todavía está enojada). ÁNGELA: Principalmente, quien es conmigo tan descortés, váyase a jugar. Ya enfada. ALEJANDRO: (Lo mismo que escribe aquí me ha repetido). Señora..., ÁNGELA: No quiero disculpa agora. ALEJANDRO: (Como su madre está allí, quiere decir que no hablemos). ÁNGELA: ¡A enojos no me provoque; que ni miro a rey ni a roque si llegó a tales extremos! ALEJANDRO: Por mí y Roquillo lo dice. Sus agudezas son muchas). Si mi disculpa no escuchas, podré llamarme infelice. No niego que te merezco por riguroso jüez, pero sólo erré una vez. Ya, señora, te obedezco. ÁNGELA: Yo lo doy por disculpado y si es que discreto ha sido, pudiera haberme entendido. ALEJANDRO: (Lindamente me ha avisado de su madre). Inobediente no seré, tuyo nací, y ley ha de ser en mí tu palabra eternamente. En eso que me mandaste, obedecida serás, porque ansí me importa más, y ya lo pasado baste. ÁNGELA: Veamos si lo hace ya. ALEJANDRO: Tu gusto efecto merece. A su hija MADRE: Dice que ya te obedece, ¿y más de espacio se está? ¡Qué tantos enfados haya en quien hoy apenas vimos si no entiende que decimos que de esta casa se vaya! ÁNGELA: No he visto hombre más pesado. [A él] ¿Hasme entendido? ALEJANDRO: Tan bien como tú. Y, pues, no oye bien tu madre, escucha... ÁNGELA: ¡Qué enfado! ¿No te he dicho mi intención? ¿No te he propuesto mi gusto? ¿No sabes ya como es justo dejar tanta obstinación? ALEJANDRO: Cuerdamente me predica que no juegue. ¡Oh, grande amor!) ÁNGELA: ¿No me entiendes? ¡Linda flor! ALEJANDRO: La flor de diamantes rica me alaba). Todo es muy poco para lo que yo deseo. Entre ellas ÁNGELA: ¿Hay hombre tan necio? MADRE: Creo que este mozo viene loco. Un vestido agironado merece a fe. [A él] ÁNGELA: Has merecido de colores un vestido. ALEJANDRO: El vestido me ha alabado). ÁNGELA: ¡Ea! No porfíes. Vete. ¿Qué? ¿No me entiendes? Arguyo: manda que entre un criado tuyo que mi lengua interprete. ALEJANDRO: (Dice que a Roque le envíe para escribirme con él, que es intérprete el papel de quien ama). MADRE: (¡Que porfíe, sin atar ni desatar razón, este necio aquí!) ALEJANDRO: Adiós, ángel en que vi luz del sol e ira del mar. (No me llamen desdichado los que me vieron perder, que si es cielo esta mujer, el cielo tengo ganado). Vase [ALEJANDRO] MADRE: ¡En hora mala o en buena! ÁNGELA: Pues, ¡a fe que me cogía el necio enfadoso en día que estoy de cólera llena! No olvido la sinrazón de don Diego. MADRE: Es hombre vil. ÁNGELA: El nombre del alguacil, ¿cómo era, madre? MADRE: Picón. Salen don LUIS y don DIEGO DIEGO: Con algún recelo voy, y si me guardas secreto, diré la ocasión. LUIS: Prometo que en esto un Sócrates soy. DIEGO: Sabe que Ángela me adora con un singular extremo. LUIS: ¿Y por qué la temes? DIEGO: Temo que está colérica agora. Un alguacil conocido llevaba por esa calle una mujer de buen talle presa hoy, y le he pedido, como que era cosa mía, por ella. Entonces salió Ángela al balcón, no vio y ha de haber melancolía y celazos con extremos. LUIS: (¿Hay necio más engañado que éste? Y[o] soy el amado como agora veremos). DIEGO: Como vuelve el agua al mar tras de su curso violento, y la piedra deja el viento por su nativo lugar, como a la esfera que abrasa en forma piramidal sube el fuego artificial, don Diego viene a esta casa. Éste es el dichoso centro donde sosiego recibo, donde con el alma vivo, donde con los ojos entro. ÁNGELA: ¡Rómpese aquí sufrimiento y piérdase la prudencia, porque no quiero paciencia cuando de enojo reviento! Hombre sin alma en el pecho, sin término y cortesía, ¿cómo entras con osadía haciendo lo que hoy has hecho? [A don LUIS] DIEGO: ¿No te lo dije? ÁNGELA: Si alcanzas uso de razón del cielo, ¿cómo pagas mi buen celo con falsas desconfïanzas? Si sabes la estimación con que el mundo mi honor paga, ¿cómo he de sufrir que haga suertes conmigo un Picón? ¿Alguacil fue menester para llevártela a casa? DIEGO: Oye y sabrás lo que pasa. ÁNGELA: No tengo ya qué saber. DIEGO: Ángela, escucha y advierte que el alguacil que llevó... ÁNGELA: No quiero disculpas, no. Huélgome de conocerte. Sola yo soy de fïar. Sola yo cumplo y prometo. No hay en los hombres respeto. LUIS: (¡Que esto he venido a escuchar! ¿Cuándo una vil mujer suele pedir tan públicos celos?) ÁNGELA: Colérica estoy. ¡Ah, cielos! ¡Picón a mí! A don LUIS DIEGO: Allí le duele. ÁNGELA: ¿Más que a mí precia y codicia, siendo yo tan fiel y honrada, su rica joya estimada en manos de la justicia? A don LUIS DIEGO: Piensa que aquella mujer que iba presa es dama mía. ÁNGELA: El que de mí no se fía, mal me debe de querer. DIEGO: Ángela, siempre te estimo más que el precioso tesoro, estos umbrales adoro, con tu sol mi cuerpo animo; pero advierte que no tengo culpa en eso, y que he venido a disculparme. LUIS: (Yo he sido majadero, pues que vengo a ver este desengaño). ÁNGELA: Vete, don Diego, de aquí. No estés delante de mí, porque es duplicar el daño. Vete a tu casa a guardar la joya que te ha llevado tu alguacil. A don LUIS DIEGO: En esto ha dado. (¡Oh, modo nuevo de amar! ¿Quién no estima esta verdad, quién no adora estos enojos? Que están, con ira, sus ojos llenos de amor y piedad). A ella A casa no la llevó; a la cárcel la ha llevado. ÁNGELA: Pues, ¿a mí, dame cuidado si fue a la cárcel o no? Llévala donde quisieres, que el no tener confïanza de mí siento. LUIS: (¿Qué mudanza no nació de las mujeres?) MADRE: ÁNGELA tiene razón. Vete, que tu error me espanta. A don LUIS DIEGO: Aun la madre, siendo santa, consiente ya su afición. Procura desenojalla, don Lüís, y aquí te espero. A ellas estos dos versos y vase con cortesía Disculpas no bastan. Quiero vencer, si vence quien calla. MADRE: ¡Hoy es día de pesados! A LUIS ÁNGELA: ¿Qué te ha parecido de esto? LUIS: Que he derribado muy presto la torre de mis cuidados. Pluguiera al cielo crüel que yo cual él te tratara, y de tu boca escuchara las ofensas que oyó él. Pluguiera a Dios que otro tanto hubiera contigo hecho, y te quitara del pecho lo que ya me cuesta llanto. Colérico Don Diego anduvo gentil aunque descortés le llamas, mas no faltan otras damas ni faltará otro alguacil. Yo también haré otro día lo mismo que él. Podrá ser que en mi pecho vuelva a ver la riqueza que fue mía. [A su MADRE] ÁNGELA: No lo entiendo. ¡Ay, infelice! De confusión estoy llena. [A la hija] MADRE: Pide también su cadena. Harto claro te lo dice. Éstos son dos bellacones que nuestra estafa han olido, y por esto se han valido de alguacil y porquerones. ¿No ves cómo te amenaza? Dale su cadena, amiga, porque aquesto no se diga públicamente en la plaza. [A él] ÁNGELA: ¡Vil, descortés, apocado, muchacho en la condición, que con vana presunción finge amor y honra ha mostrado! ¿Ves hoy tu cadenilla? Ni la estimo, ni la precio; no quiero prendas de un necio que a tanta infamia se humilla. Arroja la cadena y vase ÁNGELA MADRE: No entres más en esta casa. [Vase la MADRE] LUIS: ¿Qué súbita alteración, qué enojo sin ocasión por estas mujeres pasa? Don Diego, al fin, es querido, yo vilmente despreciado. Cadena, ya os he cobrado; menos mal, no os he perdido. Vase. Sale ALEJANDRO de noche ALEJANDRO: Noche apacible y serena, cubre a un hombre que se abrasa de sospechas en su casa y de amores en la ajena. ¿Qué infierno iguala a mi pena si me da tormento ver llena de oro de placer a Isabela? ¡Oh, caso nuevo, que a preguntar no me atrevo lo que procuro saber! Yo mismo a mí me argumento, y digo: ¿Qué maravilla que mujer casta y sencilla, de no mal entendimiento, lleve con buen sufrimientos mi enojo: Y, ¿qué novedad que con tanta brevedad tenga dinero Isabela si guardó alguna joyuela para esta necesidad? Siendo ansí, ¿qué me atormenta? Y responde la razón que nuestra imaginación errores nos representa. Dice el alma: Pues, intenta salir de este ciego error. Pero adviérteme el temor que deje en duda mi daño, porque podrá el desengaño causarme pena mayor. Sale ROQUE ROQUE: ¿Eres tú, señor? ALEJANDRO: Sí, soy. ROQUE: Pues, ¿aquí en la calle estás? ALEJANDRO: Me alegra a las veces más que cuando en mi casa estoy. Siempre ALEJANDRO melancólico y pensativo ROQUE: ¿Viste a doña Ángela? ALEJANDRO: Hoy. ROQUE: ¿Qué te dijo? ALEJANDRO: Me ha alabado flor y vestido, y me ha dado un recado para ti. ROQUE: (Él está fuera de sí de necio o enamorado). Sale CARLOS de noche CARLOS: ¿Quién ha visto devaneo mayor que el que me desvela? Que amando en vano a Isabela, mirar sus rejas deseo. Hablad, alma, pues que veo que ignora dolor tan grave; que aunque en el alma no cabe el callar será locura, porque el médico no cura la enfermedad que no sabe. Mira a las ventanas ALEJANDRO: Mirando a nuestros balcones, un hombre se ha detenido. ¿Le ves? ROQUE: Sí. ALEJANDRO: ¿Le has conocido? ROQUE: ¿Soy lince? ALEJANDRO: Imaginaciones, no añadáis nuevas razones a mi mal. Otra vez mira. CARLOS: ¡Ay! ALEJANDRO: ¡Vive Dios, que suspira! Vase CARLOS ROQUE: Ha perdido o va cansado. ALEJANDRO: Ve a conocerle embozado, que de casa se retira. Va tras él ROQUE Vencer quisiera mi mal con hidalga confïanza; porque el marido que alcanza una mujer principal, con pensamiento leal ha de honrarla si es honrado. Salen MARCELO, embozado, y FABIÁN MARCELO: Agora me han avisado que está Alejandro en la calle. FABIÁN: Aquél es. MARCELO: Encubre el talle. ALEJANDRO: ¡Otros también se han parado! Dos son, y a mi casa miran. ¿Qué tiene esta casa, cielos? Rayos son de muerte y celos, no flechas las que me tiran. Yo apostaré que suspiran como el otro y si es ansí ya la razón presumí; que es afecto de envidioso. ¿Qué dice quien fuera esposo del ángel que vive aquí? Silba FABIÁN MARCELO: ¡Ce, ce! ALEJANDRO: ¡Vive Dios, que llaman! Silbos también señas son. Ya en el débil corazón como ardientes furias braman mis sospechas, y lo inflaman en cólera. Voy tras ellos aunque a esperar los cabellos de la Ocasión me he resuelto; pero ya Roquillo ha vuelto y ha podido conocellos. Vanse MARCELO y FABIÁN y encuéntranse con ROQUE ROQUE: Bien te conozco, señor. MARCELO: Disimula. ALEJANDRO: ¿Es Roque? ROQUE: Sí. ALEJANDRO: ¿Quién era el primero, di? ROQUE: Carlos de Villamayor, aquel sevillano. ALEJANDRO: Honor, no es mi recelo muy vano. ¿Y éste? ROQUE: Un conde italïano que la calle nos pasea. ALEJANDRO: Tiempo habrá que el valor vea de un español cortesano. ROQUE: (¡Con cuánta facilidad da crédito a sus agravios! ¡Mordiéndome estoy los labios por no decir la verdad, con risa!) Sale por otra puerta MARCELO, hablando alto MARCELO Con brevedad volveré a casa, que quiero ver a mis hijos primero. ROQUE: Tu padre pasa. ALEJANDRO: Señor. MARCELO: ¿Es Alejandro? ALEJANDRO: ¡Ay, honor! MARCELO: Hijo, ¿qué traes? ALEJANDRO: ¡Rabio! ¡Muero! No niego mis desvaríos; no niego que ciego estoy. Un nuevo pródigo soy que ya a tus pies, hechos ríos de sangre, los ojos míos borrarán mi error pasado; pues que tanto me ha pesado que no se puede igualar la locura del jugar al dolor de haber jugado. No cumplí lo que dijiste; perdí la hacienda, señor, que has dado; y el honor sospecho que pierdo. ¡Ay, triste! Que tú también me lo diste. Mi condición rigurosa mal ha tratado a mi esposa, y haciendo de esto trofeo, llena de joyas la veo más alegre y más hermosa. MARCELO: (Ansí, ansí, morder el freno y sabréis qué es ser casado). ALEJANDRO: Cúyas son le he preguntado, y ella, de púrpura lleno el rostro, poco sereno: "Busquélas," me respondió. El temor me suspendió, y agora gente que pasa hace señas a mi casa. ¡Yo tengo la culpa, yo! MARCELO: Hijo, hijo, la razón te dice con experiencia que suele tomar licencia la mujer con la ocasión. Trátela bien el varón, asista en su casa, niegue el gusto al vicio, y no juegue, muéstrale amor y regalo, porque es animal muy malo para que el hombre le ruegue. Alerta, hijo, yo quiero ser el Argos de tu esposa, pero tú no has de hacer cosa sin decírmela primero. Viejo soy, y ver espero tu edad mayor que la mía. ¡Qué poco, qué breve día en esta casa rüín, como de tahur, en fin, ha durado la alegría! Vase [MARCELO] ALEJANDRO: ¡Oh, hijos del Amor, reyes tiranos! Envidia, confusión, rabia, tormento, verdugos del valor, del pensamiento; infiernos, inquietud, temores vanos; pensión sobre los ánimos humanos, espuelas del prudente sufrimiento, guerra entre voluntad y entendimiento a quien nunca dan paz consejos sanos; ciegas sospechas, locas fantasías, quiméricos antojos y desvelos, inmortal presunción, sombras, engaño; confusa oscuridad, desdicha[s] mía[s], imaginado mal, tiranos celos, o la muerte me dad o el desengaño. FIN DEL SEGUNDO ACTO

La casa del tahur, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002