Salen CARLOS y ÁNGELA ÁNGELA: Al amor que vive en mí es imposible que llegues. Mira Carlos, no me niegues pues yo he negado por ti a mi patria la presencia, a mi lengua la verdad, al alma la libertad, y a mi madre la obediencia. Ella quiere que al sosiego dé el pecho libre y sencillo. Amé y no puedo encubrillo porque el mismo amor es fuego. Rico marido quisiera para darme, y yo, no avara, por un Midas te juzgara si rico de amor te viera. ¿Hay más bien? ¿Hay más riqueza que fe de eterno valor, que el oro puro de amor, que las piedras de firmeza? CARLOS: Es inmensa mi afición, y fuera no amar ansí faltar méritos en ti o en mí el uso de razón. Si sobra merecimiento en tu rostro singular, por fuerza tengo de amar o estar sin entendimiento. Y amándote, y siendo amado, ¿qué bien de más excelencia que rica correspondencia del objeto deseado? Con tu cabello que agravios da al sol de rayos ardientes, con las perlas de tus dientes y los rubíes de tus labios, con la flor de tu hermosura y el fruto de mi esperanza, ¿qué rey, qué príncipe alcanza más riqueza y más ventura? Sale ALEJANDRO ALEJANDRO: No es amor el que me obliga venir aquí satisfecho, que amor no cabe en el pecho donde reina la fatiga. Es mostrarme agradecido a doña Ángela y a ver, por milagro, una mujer que de veras ha querido). ÁNGELA: Toma, que amor no consiente que yo te niegue la mano. Danse las manos CARLOS y ÁNGELA CARLOS: Es un favor soberano; tuyo seré eternamente. ALEJANDRO: (El que vive muchos años tiene verdadera ciencia, porque es madre la experiencia de dichosos desengaños. Tal he visto; mas, ¿qué espanto concibo de esto que pasa, si en mi desdichada casa sospecho que hay otro tanto? Aquí y allí, sin sosiego, mi desdicha cruel porfía. ¡Mal haya el hombre que fía en la mujer ni en el juego!) ÁNGELA: Entra, a mi madre visita, porque su estado acomoda y a la sombra de su boda la dulce nuestra permita. CARLOS: Entro pues. Vase CARLOS ALEJANDRO: (No es hombre sabio el que a esto puede callar. La venganza he de ensayar de mi doméstico agravio. Conozca y eche de ver mi honra dudosa y mi fama; que quien no sufre a su dama, mal sufrirá [a] su mujer). Ingrata a la humana suerte, sirena de nuestra edad cuya voz es la beldad, cuyo engaño es nuestra muerte, áspid que en el campo ameno entre hierbas y entre flores de lisonjeros amores tienes oculto el veneno, basilisco que en extrañas riberas vomitas ira, que matas a quien te mira y a cuantos miras engañas, Sale CARLOS a la puerta basilisco, áspid, sirena que regalas los sentidos, ojos, narices, y oídos, en agua, flores y arena, ¿qué te hice, --di crüel-- para que engañes mi pecho? O di, ¿Carlos, qué te ha hecho porque le engañes a él? ÁNGELA: ¡Jesús, y qué sobresalto! Hombre, ¿qué dices, qué quieres? ¿En qué te ofendí? ¿Quién eres? O, ¿vienes de seso falto? ALEJANDRO: Falto de seso venía cuando tu voz me engañaba, cuando tu beldad amaba y cuando tu amor creía. Cuerdo estoy si este amor pierdo; que tú, víbora malina, das la llaga y medicina. Loco vine y vuelvo cuerdo. ÁNGELA: ¡Hombre, vete de esta casa; que no entiendo tus razones! ALEJANDRO: Cenizas son y carbones de aquella pasada brasa. No son celos, porque ha sido relámpago nuestro amor que queda sin resplandor cuando apenas ha nacido. No son locuras las mías causadas de tu mudanza, sino una justa venganza de la intención que tenías. Tú me quisiste engañar y en breve tiempo fingiste mucho amor. Sirena fuiste; yo no te quiero escuchar. Vase [ALEJANDRO] ÁNGELA: ¿Hay locuras semejantes? ¿Cómo sufrís esto, cielos? CARLOS: ¿Locuras llamas los celos de los míseros amantes? Mujer falsa, sin piedad, cuya alma está sin temor, cuyo pecho sin amor, cuya lengua sin verdad... ¿Qué disculpa ni qué excusa tendrás ya para tu daño, si es evidente el engaño y uno de los dos te acusa? O yo el engañado soy o Alejandro, esto es ansí. Pues, si me engañas a mí, desobligado me voy; si la verdad es la mía, también te dejo infïel, que quien le ha engañado a él, me engañará a mí otro día. ÁNGELA: Oye, espera. CARLOS: Entre sus penas Alejandro te llamó sirena. ¡Bien dijo! Y yo no quiero escuchar sirenas. Vase [CARLOS] ÁNGELA: ¿De qué infiernos ha salido este hombre tan porfïado, que en mis ojos ha turbado la paz y amor que han tenido? ¿Qué Alejandro liberal, en furia y en desatino, es el que a mi casa vino por mi desdicha y mi mal? Salen GÓMEZ y la MADRE MADRE: ¿Qué tienes, niña? ÁNGELA: ¿Esto pasa? ¡Venganza pienso tener! El enfadoso de ayer ha vuelto otra vez a casa más loco y desatinado. MADRE: ¿Alejandro? ÁNGELA: Sí. MADRE: ¿Quién es este Alejandro? GÓMEZ: ¿No ves que es hijo del desposado? MADRE: ¿De Marcelo? GÓMEZ: Sí, y recelo que gran hacienda ha perdido. ÁNGELA: ¡De eso quedó sin sentido! GÓMEZ: A casa viene Marcelo. MADRE: Vete adentro. ÁNGELA: ¿Qué se pierde que me vea? MADRE: Es buen consejo que el caballo, y más si es viejo, no quiere paja si hay verde. Vase ÁNGELA Déme un libro, Gómez. GÓMEZ: ¿Cuál? MADRE: Cual quisiere puede ser, porque es por bien parecer. Ya sabe que leo mal. Salen MARCELO y ROQUE ROQUE: Digo que le vi salir de esta casa agora. MARCELO: Puedo de esa suerte entrar sin miedo y con cólera reñir. ROQUE: ¿Es tu casa? MARCELO: Halo creído como agora lo verás. Dale [GÓMEZ] un libro a la MADRE ROQUE: Y tú el primero serás que pinta viejo a Cupido. MARCELO: ¿Siempre tan bien ocupada? ¿Siempre leyendo, señora? MADRE: Doy a los libros una hora. MARCELO: ¿Quién es? MADRE: Fray Luis de Granada. ROQUE: (Estas dueñas son traidoras. Una vi yo el otro día que en San Martín se ponía a rezar la[s] unas horas con ademanes y gestos, y ya estirando las cejas en medio de cuatro viejas más graves que cuatro cestos. Después entré de repente en su casa y la hallé aprendiendo el abecé de un sacristán, su pariente). Siéntanse los dos, y ROQUE, junto a la silla de MARCELO MARCELO: Mal, señora, habéis cumplido lo que me ofrecéis a mí. ¿Qué quiere Alejandro aquí? Y don Diego, ¿qué ha querido? No deis, señora, lugar que la vecindad murmure. Procurad que se asegure de vuestro honor singular. MADRE: Es vuestro hijo importuno, y coléricas nos tiene, porque a dar enfados viene sin que le llame ninguno. [A MARCELO] ROQUE: ¿Es muy sorda? MARCELO: Mucho. ROQUE: ¿A vieja acortar queréis la toca? MARCELO: ¡Que haya creído esta loca que enamorado me deja! MADRE: (¡No seáis sorda! Esto me huele a burla). ROQUE: Dile ternezas. [A ella] MARCELO: Dándome celos empiezas, pero amor hacerlo suele. [A MARCELO] ROQUE: Mamando está tus engaños. Mujer de cuatro sentidos, vaya al Jordán por oídos y déjese allá cien años. MADRE: (Pagarme tienen escote de la burla, ambos a dos). Por detrás de la silla vio el libro ROQUE
ROQUE: Señor, señor, ¡vive Dios!, que es el libro Don Quijote. MARCELO: ¡Ah, embustera! ¿Y no sabrá conocer qué letras son? ROQUE: Yo le quiero dar lección. ¡Ea, niña! "Be...a..., Ba." MADRE: (¿Esto escucho? ¡Y que me viese el libro este otro bellaco!) [A ella] MARCELO: Si los celos me traen flaco, razón será que me pese que aun mi hijo os venga a ver y sienta aquí regocijo. MADRE: (Éste, por guardar su hijo, mi honor intenta perder. Pagarámelo, si puedo...) Después, mi señor, que os vi, sólo vos vivís en mí, y por vuestra esclava quedo. [A MARCELO] ROQUE: Si en ella vives, tú estás allá en Castilla la Vieja. MADRE: ¿Qué habláis los dos a la oreja? ¿Murmuráis de mí? MARCELO: Jamás supe qué era murmurar. cuanto más de quien adoro. [A MARCELO] ROQUE: Eso fuera ser tú moro, pues venías a adorar el zancarrón de Mahoma. MADRE: (¡No seáis sorda! Por mi vida, que la venganza está urdida. Miren pues con quién se toma). ROQUE: Pregunta cuándo ha de ser la boda. MARCELO: Casi no creo que de mi ardiente deseo el dulce fruto he de ver. Con gran alborozo estoy. MADRE: Aunque a bellacos les pese, quisiera que luego fuese. (Y no seré yo quien soy si por las mismas heridas no hago que sea verdad su burla). MARCELO: Con brevedad uniremos nuestras vidas, pero con tal condición que visitaros no tiene mi hijo. MADRE: (A eso va y viene, como es esa su intención). Ansí, señor, ha de ser. Y en fe de esto, antes que os vais, quiero que a Ángela veáis. ¡Mira, que te quiere ver tu padre! ¡Sal acá, niña! MARCELO: Ya la he visto y me ha agradado. ROQUE: ¡Una hija te ha pegado! Ella es de casta de tiña. Sale ÁNGELA ÁNGELA: ¿Qué me mandas? MADRE: Reconoce a tu padre y tu señor. ÁNGELA: Es para mí gran favor. MARCELO: Sus años con gusto goce. Angel es en la hermosura como lo es en el nombre. Dichoso, dichoso el hombre que espera tanta ventura. ÁNGELA: Lisonjas son, cortesanas. MADRE: (El cebo le he puesto ya. Si pica, él se acordará muy bien de las sevillanas). MARCELO: (¡Qué tez hermosa y serena! En su color soberana derrama Amor nieve y grana a la clavel y azucena. En el sol resplandeciente de sus ojos, vivir pudo Amor, que como desnudo busca la región ardiente. Su edad verde es de manera que mayo en sus ojos vive. porque las flores recibe de esta humana primavera). Roquillo, ¿qué te parece? ROQUE: Casi, casi tan hermosa como mi dama. MARCELO: ¿No es cosa de admiración? MADRE: (El padece. A propósito le tengo la red; que es muchacha y bella. Si cae esta vez en ella, yo le doy con la de Rengo). ¿Qué te parece, señor? MARCELO: Un árbol lleno de flores, y que en él mata de amores su hermosura al mismo Amor. [La MADRE y MARCELO pasan a un lado] MADRE: Escucha, Marcelo, aparte. Algo sorda y algo vieja soy, y la edad no me deja valor para regalarte. Esta muchacha es hermosa, hija de padres honrados, honestos son sus cuidados, que es modesta y virtüosa. Cásate con ella, y yo, que bien te quiero, Marcelo, viviré alabando al cielo por la dicha que le dio. MARCELO: (Más apacible beldad jamás en mis años vi. Un Jordán es para mí, que ha renovado mi edad. Si es como rayo el amor, que en un brevísimo instante rompe el mármol más constante con su violento furor, ¿qué mucho que la hermosura de una mujer peregrina cause tan presto rüina en una edad ya madura? Rico soy; ella me agrada. Murmuren de mí esta vez; que he de pasar mi vejez en juventud regalada). Señora, tu yerno soy. MADRE: ¿No te quieres informar de su virtud singular? MARCELO: Por informado me doy. MADRE: Pues, de esta manera sea porque conviene el secreto; que quiero guardar respeto a un señor que la desea: dale a un amigo poder, desposaráse con ella, vendrás tú después a vella, y llevarás tu mujer sin gastos y sin rüido. MARCELO: Dices bien, y escribir quiero en este libro primero, padres, nombre y apellido para que el poder se haga. Saca un libro de memorias y va escribiendo MADRE: (Él ha venido al reclamo. Ángela también me llamo. La burla esta vez me paga). MARCELO: ¿Ángela de qué? MADRE: De Heredia. (Ella Mendoza se llama como su padre. ¡Qué trama para urdir una comedia!) MARCELO: ¿Y su padre? MADRE: Don Andrés de Heredia. (Mi padre fue). MARCELO: ¿Su madre? MADRE: (El nombre diré de mi madre). Doña Inés de Soria. ¿Ya no lo sabes? MARCELO: Preguntélo por no errar. MADRE: (Vos veréis qué es engañar mujeres nobles y graves). MARCELO: Hecho está el apartamiento. Con el poder vendrá luego un notario. MADRE: Es mi sosiego este noble casamiento. MARCELO: Yo te prometo, señora, grandes albricias. MADRE: No mandes a tu hechura albricias grandes. MARCELO: ¿Por qué no, si eres Aurora de aquel sol que tú me das? Roque, vamos. ROQUE: ¿Es delito preguntar lo que has escrito? MARCELO: Eso después lo sabrás. Vanse haciendo cortesía a ÁNGELA MADRE: ¡Oh, cómo tiene embelecos la corte en su confusión! Estatuas los hombres son que fantásticos y huecos, sin sustancia y sin bondad, no tienen más que apariencia, y ansí la sabia experiencia es crisol de la verdad. ÁNGELA: ¿Cómo, madre? ¿Ya no quiere desposarse? MADRE: ¿Ha de querer que el ardid de la mujer al de los hombres prefiere? Luego salgo. Vase la MADRE ÁNGELA: Dulce Amor, que al alma vas por los ojos, traeme a Carlos sin enojos; afloja el arco al rigor. Sale GÓMEZ GÓMEZ: Ya lo traigo, en que me vi de persuadirle rogando. ÁNGELA: Buenas albricias te mando. Sale CARLOS y vase GÓMEZ CARLOS: Con violencia vuelvo aquí. ÁNGELA: Carlos, aquél que se llama verdadero enamorado no ama bien si no ha estimado la autoridad de quien ama. De estimar suele nacer no dar crédito al engaño, procurar el desengaño, y escuchar para saber; que hay engaños aparentes, y de amorosos recelos nacen obstinados celos y opiniones diferentes. Alejandro estaba loco porque se ve sin hacienda. CARLOS: Al fin, ¿quieres que no entienda lo que con las manos toco? Este tiene la mujer que contra la luz del día niega rebelde, y porfía. ¡Y, en efecto, ha de vencer! Sale don DIEGO DIEGO: (Si habrá el amor mitigado los favorables enojos de aquellos hermosos ojos de quien flechas ha tomado. La cólera del amante es como nube de mayo que llueve, truena y da un rayo, y se serena al instante. Ve a los dos Confïanza tan incierta, ¿cuándo en el mundo se ve? No me han visto; dicha fue no estar cerrada la puerta). ÁNGELA: ¿Rompí, en efecto, los lazos de tus engaños? CARLOS: Ya creo las verdades que deseo. ÁNGELA: Toma en albricias los brazos. Abrázanse DIEGO: (¡Qué sea tan bestia yo que creyese a esta mujer!) ÁNGELA: Háblal[e], que puede ser que no te diga de no. Vase CARLOS DIEGO: Lindamente se ha vengado de los celos que le di, sierpe libia, que hay en ti veneno disimulado entre labios de claveles. Vuelve CARLOS a la puerta ¿Cuándo traidor cocodrilo lloró en el margen del Nilo con engaños más crüeles? ¿Ayer quejas en los labios, ayer lágrimas y amor; hoy abrazos, hoy rigor, hoy desdenes, hoy agravios? No me quejo que faltase en ti amor, que en la mujer ordinario suele ser. Quéjome de que empezase... ÁNGELA: ¿Qué infernal persecución es la que en mi daño pasa? ¡Es Babilonia mi casa, es abismo, es confusión! ¿De qué Nuncio de Toledo, de qué hospital de Valencia se han soltado, con violencia, tantos locos? Ya no puedo resistir los golpes fieros de mi fortuna. DIEGO: ¿Y querrás disculparte, y negarás tus abrazos lisonjeros? Brazos traidores y bellos diste a Carlos con amor, y aun es la culpa mayor; que le rogaste con celos. ÁNGELA: ¿Qué te importa, hombre o demonio sin ley ni buena crïanza? DIEGO: Luego, ¿dirás que es venganza, pues, llamarlo testimonio no puedes? ÁNGELA: Vete de aquí. ¿Qué? ¿No tuviese cerrada yo mi puerta? DIEGO: A mi pasada dulce libertad volví. Voyme, y dejo tu galán con quien de mi amor te ríes, pero advierte que me envíes esas memorias que están neciamente en tanto olvido. ÁNGELA: ¿Qué me dices, monstruo fiero? DIEGO: (Bien verá que ya no quiero, pues mi cadena le pido). Vase [don DIEGO] ÁNGELA: ¿Hay tan oscura quimera? Ya se fue, gracias a Dios. CARLOS: ¿Dos veces, Ángela? ¿Dos? ¿Y de una misma manera? ¿A ver esto me has traído? ¿Fue lo pasado tan poco? ¿También don Diego está loco? ¿También su hacienda ha perdido? ¿No fue éste su caso, acaso? Tú, crüel, lo pretendiste porque sin duda creíste que con tus celos me abraso. ¡Que vale para quien eres! Acomete a irse y ásele de la capa ÁNGELA ÁNGELA: Mira que aquéste don Diego anda por mí sin sosiego, pero yo... CARLOS: Engañarme quieres. "¡Ayer quejas en los labios! ¡Ayer lágrimas y amor! ¡Hoy abrazos! ¡Hoy rigor! ¡Hoy desdenes! Hoy agravios!" ¿No te dijo? Aquéstas son palabras de pretendiente o de quien agravios siente porque está en la posesión. Tira de la capa y vase ÁNGELA: ¿Qué? ¿No me quieres oír satisfacción a tu agravio? ¡Muero! ¡Desespero! ¡Rabio! ¡Oh, cómo cansa el vivir! Vase [ÁNGELA]. Salen MARCELO, ALBERTO y un NOTARIO MARCELO: Haráse este poder de la manera que he dicho, y yo lo otorgo; que en efecto me caso porque tengo un hijo, y hele inquieto. Quizá sosegará viendo casado al que heredar espera. ALBERTO: No eres tan viejo tú que andes errado, Marcelo, en esa acción. MARCELO: Advierte, Alberto, que aunque eres novio sólo de prestado, no te turbas. La madre está algo moza y pudieras errar, pero trae tocas de viuda, y fácilmente conocerás su hija, sol de oriente. ALBERTO: Advertido estoy. Bien, vamos notario. MARCELO: Secreto es necesario. NOTARIO: Sabrémosle tener. Vanse [ALBERTO y el NOTARIO] MARCELO: ¡Dichoso día! Sale ALEJANDRO ALEJANDRO: Nació de mi crüel melancolía horrendo monstruo, al fin. Nació mi daño. ¡Dichoso el que en extraño imperio o mar se aleja, y aquel paterno amor pone en olvido! ¡Dichoso el que se deja la patria y varios reinos peregrina sin ley ni disciplina! MARCELO: Alejandro, ¿qué tienes? ALEJANDRO: Una joya que yo, mísero loco, con un vestido di (mi amor confieso), y también la cadena de diamantes hallé en un escritorio de Isabela. ¡Ay, honor! ¿Por dónde vino? Mi agravio aquí es notorio. MARCELO: Investiguemos, pues, ese camino. El caso es grave; disimula, hijo. Toma dineros por si te conviene hacer más diligencias. Dale una bolsa Yo, por mi parte, voy sin regocijo; que el caso melancólico me tiene. (Buscando esta experiencia agora pienso ver si el sentimiento le olvida de su juego y mocedades). Vase [MARCELO] ALEJANDRO: ¡Salid, salid verdades, salid a plaza ya! ¿Si no dio Roque la rosa de diamantes a doña Ángela y a Isabela la dio? No es verosímil. Y la cadena de diamantes, ¿cómo a Isabela volvió si fue don Diego aquél que la ha ganado? Mi muerte sabré de él o mi cuidado. Sale ROQUE ROQUE: De don Pedro un recado te espera. ALEJANDRO: Di, ¿qué quiere? ROQUE: Que en su casa hay agora, señor, un grande juego, y esquitarte podrás. ALEJANDRO: Vete, demonio. Demonio tentador, ¿juego me nombras entre las negras sombras del dolor que me trae arrepentido? ROQUE: (¿El juego da al olvido con dineros? ¡A fe que está trocado!) ALEJANDRO: Ven acá, Roque. ¿Diste... ROQUE: ¿Qué? ALEJANDRO: ¿...la rosa de diamantes a aquella sevillana? ¡La verdad, la verdad! ROQUE: ¿Pierdes el seso? ¿Cómo sales con eso? ¿Tú mismo, no dijiste que alababa el vestido y la flor cuando te hablaba? ALEJANDRO: Vete, bien dices. ROQUE: (Ya la rosa ha visto. Al fin hacen los celos que mude inclinación). Vase ROQUE ALEJANDRO: ¡Ah, santos cielos! ¿Don Diego, no será quien le ha envïado la cadena? Esto es cierto. Alguno la ha ganado en mi deshonra pródigo. Soy muerto. Sale ROQUE ROQUE: Señor. ALEJANDRO: ¿Otro recado? ROQUE: Doña Ángela te ruega que la vayas a ver. ALEJANDRO: Demonio, vete; que ya no ama ni juega, ni jugará jamás hombre tan necio. Ni la estimo ni precio. ROQUE: (Bueno va esto, a fe). Don Diego viene. Sale don DIEGO y vase ROQUE ALEJANDRO: (Su lengua ha de ser la que condene o absuelva mis agravios. Mi desdicha o mi bien está en sus labios). DIEGO: Alejandro, un negocio de importancia a tu casa me trae. ALEJANDRO: (Decirme quiere mi deshonra, sin duda). Aquí me tienes. DIEGO: Mi amigo fuiste siempre, y me confío. ALEJANDRO: (Ya llega el dolor mío). DIEGO: Acuchillar tenemos, esta noche, un hombre que me enfada. ALEJANDRO: En hora buena. ¿Y quién es él? DIEGO: Es Carlos. ALEJANDRO: (¡Qué camino para no darme pena!) Toma de mí venganza. DIEGO: Amaba a Ángela yo, con esperanza de su boca nacida; mas ya su fe, su vida, adora a Carlos, y aun le da, sin duda, lo que estafa a los otros. La cadena que perdiste y gané, como no es muda, diciendo que era buena, ya que no dada, me sacó prestada. Cobraréla esta tarde y después buscaremos al andaluz cobarde. ALEJANDRO: En este mismo puesto nos veremos. DIEGO: Adiós. Vase [don DIEGO] ALEJANDRO: Averiguados mis agravios están y mis cuidados. Carlos anoche suspiró a mi puerta, y Carlos en mi calle está de día. Ángela quiere a Carlos. Cosa es cierta. Testigo de ella ha sido el alma mía. Pues si ella le regala, ella le ha dado la joya y la cadena, y a mi casa infelice la ha envïado. ¡Oh, casa de tahur, casa bien llena de agravios, deshonor, melancolía, cuán poco duró en ti nuestra alegría! Sale ISABELA ISABELA: Como al enfermo agrada el alba alegre y luz resplandeciente de su cara rosada, y el líquido cristal de clara fuente alegra al peregrino fatigado del áspero camino, ansí, señor, me alegra vuestra venida a casa, aunque es aurora que absconde nube negra. No os he visto, señor, alegre una hora en aquestos dos días. No eclipsen nuestro amor melancolías. ALEJANDRO: Como al enfermo enfada la noche oscura, que del sol ausente, a mí la luz templada; y como en el estío el sol ardiente fatiga al peregrino en su prolijo y áspero camino, ansí me dan enfado tus lisonjas, tu voz y tus amores. ISABELA: Blanca miel ha sacado la solícita abeja de las flores en el pradillo ameno, y la araña en la flor halla veneno. La flor, ¿qué culpa tiene si el daño está en el pecho y no en su hoja? Amor cándido viene. Si amo, me alegra amor; y amor te enoja. Condena tus errores. No culpes a mi voz ni a mis amores. ALEJANDRO: ¡Qué ejemplos tan vulgares! ¡Qué argumentillos necios y cansados para aumentar pesares! ISABELA: Comunícame ya tantos enfados. Si es público el efeto, ¿por qué a la causa das tanto secreto? ALEJANDRO: En su principio es fuente dormida entre esmeraldas aquel río que en su espalda consiente la máquina admirable de un navío. Mi agravio es hoy infante. Si más vida le doy, será gigante. ¡Hola! ROQUE: ¿Señor? ALEJANDRO: La puerta con vigilancia guarda, ya que ha estado a mi desdicha abierta. Salga del pecho mi dolor callado, y en confusos desvelos la honra y el amor paran sus celos. Isabela, yo estimo en mucho tu valor, tu virtud creo. En el alma la imprimo; mas debo sujetarme a lo que veo porque el discurso halla al crédito y la vista en cruel batalla. La controversia es fuerte. Escoge, pues, con ánimo sencillo, la verdad o la muerte. En tus labios están la vida y cuchillo. O entrega la garganta, o dime la verdad piadosa y santa. ISABELA: Si tú quieres verdades, ¿cómo las pides con rigor y pena? ¿Con muerte persüades que diga la verdad a la que es buena? Pregunta, dulce amigo, que si quieres verdad, verdades digo. Asela del brazo ALEJANDRO: ¿De quién has recibido la rosa y la cadena de diamantes que yo, ¡ay de mí!, he perdido? ISABELA: A preguntas, oh infiel, tan ignorantes, no debe dar respuesta una mujer tan noble y tan honesta. Suéltase del brazo con ira Pregúntalo a Marcelo, tu padre y mi señor. [Sale MARCELO] MARCELO: Hijos, ¿qué es esto? ALEJANDRO: Salir ya de un recelo, laberinto crüel, dolor molesto. Apártalo a un lado MARCELO: Si sereno tus ojos, tus celos, tus sospechas, tus antojos, ¿qué me prometes? ALEJANDRO: Amo tanto a Isabela, y su beldad adoro, aunque ingrata la llamo, que, pues no puedo dar montañas de oro, te juro y le prometo de no entregarme más al juego inquieto. Su luz me niegue el cielo y la tierra sus frutos diferentes; su blando y dulce hielo vuelvan en mármol para mí las fuentes; iguale con porfía a la pena de Tántalo la mía; con vanas ilusiones, con fantástico horror y devaneos, perturbe mis acciones el pálido temor, y mis deseos en tierna flor cortados hallen por fruto míseros cuidados; incierto peregrino por varios campos, mares extranjeros, a fuerza del destino pase los años de mi edad ligeros, si a liviandad ni a juego las dulces horas del vivir entrego. MARCELO: Deseo tuvo un santo de ver, si bien de lejos, el infierno, lugar de eterno llanto. Entre sueños le vio y el pecho tierno de miedo quedó helado como si vivo fuera y no soñado. Yo quise, oh hijo mío, que vieses el infierno de un agravio y el loco desvarío de tu vida, enmendases como sabio; que a ver este mal llega quien no honra a su mujer y amor le niega. El vestido y la rosa a Isabela entregó este fiel crïado, y con burla graciosa la cadena a doña Ángela ha sacado, y yo rondé tu puerta por darte celos yo. ALEJANDRO: Mi dicha es cierta. Los celos del amante, como disgusto dan y no deshonra, no es mal tan importante; mas como tocan en el gusto y honra celos de hombres casados, ¡vive Dios!, que aun en burlas son pesados. Perdóname, Isabela, si la razón fue esclava de los ojos. De rodillas No aborrece quien cela, dudé mas no creí vanos antojos, y sujetos a errores están nuestros sentidos exteriores. ISABELA: Señor, señor, levanta; esas palabras y esta acción ignoro. ALEJANDRO: Eres noble, eres santa. ISABELA: Soy quien siempre te amó. ALEJANDRO: Yo quien te adoro. ROQUE: Y yo la culpa toda, y ansí seré la vaca de la boda. ALEJANDRO: No serás. Bien te quiero. MARCELO: Pues, yo, para un paterno regocijo, hoy convidaros quiero. Me caso en conclusión. Perdona, hijo, que la vejez convida a sosiego y a paz la humana vida. ALEJANDRO: A tu gusto sujeto viviré eternamente. ISABELA: Y yo a tu esposa tendré amor y respeto. ALEJANDRO: Dínos, señor, quién es. MARCELO: Moza y hermosa. ROQUE: (Con la sorda te casas. En tiempo de uvas frescas comes pasas). Vanse. Salen ÁNGELA y su MADRE MADRE: ¿Qué graves melancolías son las que ya te congojan? ¿Este necio amor de Carlos es tu pena y es tu gloria? No te agradan mis consejos, y ansí, pobre, triste y sola pasarás mísera vida si con Carlos te desposas. Toma ejemplo en mi esperanza, ejemplo en mi industria toma; pues me caso ricamente más vieja y menos hermosa. ÁNGELA: ¡Oh, mal haya la avaricia! Por ella mis ojos lloran los favores que a don Diego di, del oro codiciosa. Ya Carlos, lleno de celos, falsa y mudable me nombra, y en aparentes razones mezcla quejas rigurosas. MADRE: De esa suerte viuda estás. Ángela, ponte estas tocas que ya me cansan a mí; que parecer quiero moza. Prueba la viudez un día; quizá con ella gozosa, no querrás el otro estado. Ya aborrecerás las bodas. ÁNGELA: ¿Tan de gusto estoy que quieres hacer máscara y chacota? MADRE: Hermosa estarás con ella, y tu cara será rosa; que en la nieve sale más la púrpura de las hojas. Quítase las tocas la MADRE y póneselas la hija ÁNGELA: Si para mí Carlos muere, viuda quiero ser una hora. En tanto que sé si tiene vida su amor... MADRE: Linda cosa. Sale GOMEZ GOMEZ: Un notario está a la puerta. MADRE: Aquí comienza mi historia). ÁNGELA: Las tocas me quito... MADRE: Calla, que, a fe que no te conozcan... Salen ALBERTO y el NOTARIO ALBERTO: Marcelo Gentil me envía a vuestra casa, señoras, con un poder y un notario. Bien sabréis a qué. MADRE: (Yo sola puedo saber la ocasión). ALBERTO: Vos, pienso que sois su esposa. A ALBERTO NOTARIO: Harto mejor es la viuda, y aun me parece más moza. ALBERTO: Madrastra será, no madre, y me río de una cosa: que nos encargó Marcelo no trocásemos las novias y eligiésemos la viuda. Más valiera errar. NOTARIO: La otra es un ángel. ALBERTO: Gustos son. NOTARIO: Concluyamos, pues, que es hora. ¿Quién es doña Ángela Heredia? Sin duda sois vos. MADRE: La propia. NOTARIO; ¿Vuestro padre? MADRE: Don Andrés. NOTARIO: ¿Vuestra madre? MADRE: Inés de Soria. ALBERTO: Pues, en nombre de Marcelo os doy la mano. MADRE: Y lo otorgan también mi palabra y mano. NOTARIO: Viváis edades no cortas. De ellos doy fe, y esto es hecho. ALBERTO: Voy a dar nuevas gozosas a Marcelo. Vanse ALBERTO y el NOTARIO MADRE: Y yo le espero; que ya el alma se alboroza. Quiera Dios que bien lo lleve. ÁNGELA: Alza, Gómez, estas tocas, que he estado con gran vergüenza. GOMEZ: Todo es disfraces en bodas. ¡Cómo me huelgo! Y en tanto que aquesta planeta corra, no pierdo las esperanzas de casarme. MADRE: Es una cosa casarte, Gómez, o yo... GOMEZ: Entre la una edad y otra, yo apostaré que no hay de diferencia tres horas. Sale CARLOS CARLOS: Por esas calles se dice que Ángela, infiel, se desposa, y aunque ofendidos mis ojos se abrasan porque la adoran, ¿es verdad, Ángela ingrata, que te has de casar agora con Marcelo? ¿Qué mudanza tu entendimiento trastorna? ¡Con un hombre a quien el tiempo, con sus alas voladoras dio más plata en el cabello que la Fortuna en su bolsa? ¿Con un viejo? MADRE: ¡Paso, paso! Que esas injurias me tocan. ÁNGELA: Mira, Carlos, que es mi madre la que se casa. CARLOS: Perdona. Salen don DIEGO y don LUIS DIEGO: Cobrar quiero mi cadena; que una niña estafadora no ha de hacer suertes en mí con engaños y lisonjas. LUIS: Bien haces, pues que sabemos que con las razones propias que me sacó mi cadena, te engañaba codiciosa. MADRE: Estos me cansan. Azar tengo en estas dos personas.Salen MARCELO, ISABELA, ALEJANDRO, ALBERTO, ROQUE y FABIÁN GOMEZ: Si van oliendo la fiesta, entrará la corte toda. ROQUE: Dan lugar al desposado. ¡Plaza, plaza! MADRE: ¡Aquí fue Troya! Líbreme Dios de sus iras). [A MARCELO] ALBERTO: Si la viuda es más hermosa, ¿por qué, di, no la escogiste? MARCELO: No digas, necio, tal cosa; que a mi mujer no se iguala la misma luz de[l] aurora. ROQUE: Oye, señor, si ha de haber música alguna en la boda, trae trompetas y campanas porque la novia las oiga. ALEJANDRO: ¡Que con Ángela se case mi padre! ¡Suerte dichosa en razón de su hermosura! ISABELA: Y dice que no la dota. [MARCELO] habla con ÁNGELA MARCELO: ¿Qué piloto llega al puerto tras del furor de las olas, con cuya nave los vientos jugaron a la pelota, más alegre que yo llego a tus ojos de quien sombras son el sol y las estrellas con que la noche se adorna? ÁNGELA: No es razón que a mí tan presto me hagáis, señor, tantas honras. Hablad primero a mi madre. MARCELO: Tu discreción me aficiona. Dices bien. (¡Cortés mujer!) ÁNGELA: (Noble padrastro). MARCELO: Señora, la bendición, la licencia, y el sí vuestro perfecciona[n] mis bien logrados deseos. MADRE: Vuestra soy. MARCELO: (Suegra piadosa). Pues que de esta cortesía fuisteis maestre, ya es hora que deis, Ángela, esa mano. ÁNGELA: Daréla, pues que me importa. Toma, Carlos. MARCELO: "¿Toma Carlos?" ¿Qué cosa es Carlos? ÁNGELA: Se nombra mi esposo ansí, ¿no lo ves? MARCELO: ¿Qué es esto, Alberto? ALBERTO: ¿Eso ignoras? Es libre y busca marido. MARCELO: ¿Qué es libre? ALBERTO: ¿De eso te enojas? ROQUE: Boda de invierno es la nuestra porque s[e] aforra con otra. MARCELO: ¿Qué confusión es aquésta? ¿Estamos en Babilonia? ALBERTO: Con Ángela te has casado. ¿Qué te espantas y alborotas? ÁNGELA: Con doña Ángela de Heredia. Yo soy, señor, de Mendoza. Mi madre es la desposada. MARCELO: ¡No se usara en Etïopia tal maldad! MADRE: Señor, paciencia; que en esta ocasión importa. Si me quisisteis primero, no os mentí. Yo soy la propia. MARCELO: ¿También Ángela te llamas? CARLOS: Señor, sí. Cosa es notoria. ROQUE: El casamiento es ninguno. MADRE: ¿Por qué? ROQUE: Porque siendo sorda, no oyó bien lo que se hizo. MARCELO: No alegas mal. MADRE: ¿Soy yo boba? Más oigo que todos juntos. ROQUE: ¡Venga a examen, vieja loca! MADRE: Vos sois el loco, lacayo. ROQUE: ¡Oyóme esta vez! Va otra un punto más bajo en tono y la dueña Quintañona se casa con Galaor. MADRE: ¡Mentís, mandil de fregonas. Si Marcelo es quintañón, yo soy moza y muy bien moza. ROQUE: ¿Ésta es sorda? En toda España no hay jabalí que más oiga. MARCELO: Si no es sorda, menos mal. Ángela de Heredia, toma la mano; que si es destino, no hay fuerzas contradictorias. DIEGO: Pues, agora pido yo, doña Ángela de Mendoza, mi cadena. ÁNGELA: ¿Cómo, cómo? DIEGO: Digo que pido mi joya. ÁNGELA: Si la llevó el alguacil, y después que no lo ignoras, confesaste ya tenerla, ¿qué me pides? FABIAN: Esta historia me toca a mí. DIEGO: ¿Qué alguacil? ¡Qué confusión! ¡Qué memorias! ÁNGELA: Aquí est&aaccute; el señor Picón. ¡Oh, como vino en buena hora! ¿No le ha dado la cadena? ALEJANDRO: Esto, don Diego, me toca. La cadena tengo yo; vos tendréis el valor. DIEGO: Sobra. ALEJANDRO: Y la casa del tahur enmienda y fin tiene agora. ROQUE: Vuestras mercedes perdonen, y aquí gracia y después gloria. Laus Deo
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 27 Jun 2002