LA SANTA JUANA, TERCERA PARTE

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LA SANTA JUANA, SEGUNDA PARTE fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. El texto que tomamos como base para fijar nuestro texto es el del autógrafo de la Biblioteca Nacional en Madrid.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don LUIS y CÉSAR, como de noche
LUIS: ¿Hay más de eso? CÉSAR: ¿Es esto poco, don Luis, para obligaros a la razón que os provoco? ¿No basta para apartaros de ese pensamiento loco el saber cuán adelante ha estado mi amor constante y que fui favorecido poco menos que un marido y mucho más que un amante? ¡En un año que he gozado el dulce entretenimiento que ya niega a mi cuidado, mil veces mudé el asiento desde la silla a su estrado, y en él dando a mis amores esperanzas en favores de cintas, guantes, cabellos, he alcanzado otros por ellos, no sé si diga mayores. Esto es cierto; averiguadlo, y si veis que vuelve atrás vuestro crédito, dejadlo. LUIS: ¿Tenéis que decirme más? CÉSAR: Harto os he dicho, miradlo. LUIS: Ya lo he visto, y como es el amoroso interés feria de cambios y trazas, sabéis mucho en sus trapazas, que sois, César, ginovés. Ya sé que vuestras porfías por remediar vuestros daños inquietan las dichas mías; que son propios los engaños en guerras y en mercancías, y como es guerra el amor y mercancía la mejor que pone el gusto en su tienda, por quedaros con la hacienda dais hoy en enredador. Pero no habéis de tener mucha ganancia conmigo, que es necio, a mi parecer, quien fía de su enemigo o cree a su mercader. Doña Inés es principal y discreta, y siendo tal, cuando algún favor os diese no haría cosa que estuviese a su reputación mal, y a hacerla vos, en efeto, de cuatro eses con que han dado fama al amante discreto, la mejor habéis borrado, que es la "ese" del secreto; y a quien no sabe guardalle hace bien en desprecialle y echar de la voluntad a quien, quizá sin verdad, sus faltas echa en la calle. CÉSAR: Refrenad la lengua airada, que en un caballero es mengua el no tenerla enfrenada, y contra una libre lengua suele ser lengua la espada; que no sin causa parece lengua el acero que ofrece venganza que a la honra sigue, porque una lengua castigue lo que otra lengua merece. Y si el término os provoca de mi trato cortesano, responded por lo que os toca con la lengua de la mano y dejad la de la boca. Yo ha un año que a doña Inés pretendo y sirvo y después, puede ser que por venganza de celos o de mudanza, que es mujer, y ella lo es, dicen que da en admitiros y en olvidarse de mí. Yo he venido a persuadiros con término honrado aquí, mas pues no basto a advertiros cosas que pusieran tasa en el amor que os abrasa, a ser más considerado, hoy vengo determinado a que no entréis en su casa. Mi resolución es ésta, la vuestra haced manifiesta luego, que de no lo hacer, la espada sola ha de ser quien me ha de dar la respuesta. LUIS: A estar en otro lugar y no en la calle y la puerta de mi casa, sin hablar, respuesta os diera tan cierta como lo es vuestro pesar; pero en otro más capaz a vuestro amor pertinaz responderé por borralle, que es el reñir en la calle llamar a quien ponga paz. CÉSAR: Yo no tengo sufrimiento para tanta dilación, y así, aquí vengarme intento. LUIS: Castigara mi razón vuestro mucho atrevimiento.
Riñen. Sale don DIEGO, viejo
DIEGO: ¿Qué es esto? ¿Agora pendencia, y en la calle? Don Luis, ten respeto a mi presencia. Señor, tened, si os servís, a mi vejez reverencia. Loco, sosiégate ya, mira que tu padre está embotando a tu rigor los filos. Señor, señor, sosegaos. LUIS: Entraos allá, padre, no deis... DIEGO: Tente inquieto. LUIS: Si os pierdo el respeto. DIEGO: Impida mi amor tu enojo indiscreto. LUIS: ¡Oh! DIEGO: No pierdas tú la vida y piérdeme a mí el respeto; y vos, señor caballero, templad el airado acero; si a esto un viejo padre os mueve en esta agua, en esta nieve. LUIS: Ya yo os advertí primero que no hace el valor alarde cuando riñe donde acuda gente que su vida guarde, y que siempre pide ayuda de aquesa suerte el cobarde. Ya veis de eso prueba llana; yo os avisaré mañana donde, sin impedimento, nos veamos. CÉSAR: Soy contento. DIEGO: De su mocedad liviana algún mal suceso espero. LUIS: ¡Oh, qué importuna vejez! DIEGO: Tenme respeto. LUIS: No quiero.
Vase don LUIS
DIEGO: ¡Quiera Dios que alguna vez no lo pagues! Caballero, no os vais, esperad un poco, si con ruegos os provoco. CÉSAR: Ya yo os espero admirado de que a padre tan honrado desprecie un hijo. DIEGO: Es un loco. CÉSAR: Quien tan poca reverencia tiene a su padre no hay duda que morirá en la pendencia mañana, pues en mi ayuda ha de ser su inobediencia. ¿Qué es, señor, lo que mandáis? DIEGO: Que la causa me digáis de este enojo. ¿Es por el juego? CÉSAR: Todo es uno, luego y fuego, si una letra les mudáis; fuego es amor, y amor es ocasión de esta pendencia. Yo quiero a una doña Inés, tan bella, que en su presencia el sol se postra a sus pies; tan rica, que su caudal es a su belleza igual; tan noble, como notable en hacienda, y tan mudable, como bella y principal; un año ha que la he servido dando el fuego que me abrasa tantas muestras, que he tenido en su calle y en su casa parabienes de marido; porque, aunque es tal doña Inés, la corte sabe quién es mi linaje y la nobleza que se iguala a mi riqueza. DIEGO: ¿No sois César, ginovés? CÉSAR: Para serviros. DIEGO: La fama que en Madrid todos os dan tanto os celebra, que os llama rico, discreto, galán, y digno que cualquier dama de vuestro amor sea testigo. CÉSAR: Hacéisme merced. DIEGO: No digo sino sólo lo que sé. CÉSAR: Estos favores gocé un año; pero, en castigo de lo que nunca he pecado, mudóse por persuadirme la variedad de su estado; mas, mujer y un año firme, ¿a quién no diera cuidado? Supe que quien eclipsaba la luz que mi amor gozaba era don Luis; pedíle me escuchase, persuadíle cuán mal a su honor estaba su pretensión amorosa, porque amar a doña Inés y no amarla para esposa no es posible, y esotro es empresa más peligrosa. Fue la respuesta, en efeto, no con el justo respeto y valor que merecía mi término y cortesía, mas no hay enojo discreto; obligóme a desafialle, no reparando en que estaba a su mesma puerta y calle; llegastes, y aunque bastaba vuestra vista a sosegalle, hizo su cólera prueba de la inobediencia nueva con que ciego os respondió, y quien a vos se atrevió, ¿qué mucho que a mí se atreva? Éste es, señor, el suceso y ocasión de esta pendencia. DIEGO: Luis es mozo y travieso; y de su poca experiencia se arguye su poco seso; y pues en vos resplandece lo uno y otro, si merece obligaros mi vejez, tened a raya esta vez la furia que os embravece, que yo haré que don Luis no hable con esa dama por quien con él competís. CÉSAR: Mal reprimiréis su llama, pues que tan mal reprimís la libertad con que os trata. DIEGO: No importa, que amor dilata las leyes entre hijo y padre, y en su rostro el de su madre, que esté en el cielo, retrata. Es mi único heredero, y aunque me pierde el decoro, no os espante si le quiero, que en su juventud de oro dora mi vejez su acero. Si esta razón es bastante no ha de pasar adelante, César, aquesta quistión. CÉSAR: Como la reputación, que a un hombre es tan importante, no pierda en mí su valor, y él deje su intento, digo que, por serviros, señor, desde hoy en nombre de amigo, trueco el de competidor. DIEGO: Dadme esos brazos por él, y de este enojo crüel, una amistad nazca nueva. CÉSAR: Y el alma en ellos, en prueba de que soy su amigo fiel y hijo vuestro, si por vos deja aquesta competencia. DIEGO: No la tendréis más los dos. CÉSAR: Yo fío en vuestra prudencia. DIEGO: Bien podéis. CÉSAR: Adiós. DIEGO: Adiós.
Vase CÉSAR
DIEGO: Si la imagen al espejo causa amor tan excelente, como a la experiencia dejo, siendo sólo un accidente que pinta el cristal reflejo, ¿qué mucho llegue a querer un padre a un hijo en quien ver pueda, no como en cristal, su retrato accidental, sino su sustancia y ser? No tengo más de este hijo y si la vejez desea hacer que en tiempo prolijo su memoria eterna sea, y, como Séneca dijo, "Por eso el viejo edifica para que en lo que fabrica viva su memoria quede," ¡con cuánta más razón puede si en hijos su amor aplica eternizar su blasón sin que el olvido le ultraje, pues solos los hijos son para gloria de un linaje su eterna conservación! Mil travesuras consiento a don Luis, y aunque siento que lo hago mal, el amor de las manos de el rigor quita el castigo violento.
Salen LILLO y don LUIS
LILLO: No estuviera yo delante y de carrillo a carrillo llevara un pasa volante con que diera al diablo a Lillo y olvidara el ser amante. LUIS: ¿Eres valiente? LILLO: ¿Eso dices? ¿No he hecho yo porque autorices mis lacayas maravillas que, como hay adoba sillas, hay aquí adoba narices? ¿Qué cara no he sobreescrito cual si fuera sambenito, donde quien verlo desea en sus puntadas no lea Lillo me fecit escrito? Vive Dios, si el ginovés delante de mí te hablara que de un tajo o de un revés la cabeza le envïara rodando hasta doña Inés. LUIS: ¡Ay, fanfarrón! LILLO: No profeso menos que hazañas... DIEGO: ¿Qué es eso, Luis? ¿Dónde vos tan tarde? LUIS: Voy a buscar un cobarde. DIEGO: Si fueras a buscar seso no hicieras mal. ¿Qué locuras son estas que, a mi pesar, y por matarme procuras? ¿Qué es esto? ¿En qué han de parar, Luis, tantas travesuras? ¿Por qué usas mal de mi amor? ¿Por qué malogras la flor de tu edad desbaratada para que, en agraz cortada, me des vejez con dolor? Trújete de Torrejón, donde naciste, y mi hacienda te ha dado su posesión por verte correr sin rienda tras una loca afición de una villana, instrumento de mi deshonra y tormento, pues de suerte te ha cegado que me dicen que la has dado palabra de casamiento. Este peligro evidente remedié, que tu muerte era, porque en Torrejón su gente ni libertades espera ni atrevimientos consiente. Trújete a Madríd, y apenas limpié a mis primeras penas el llanto, cuando ya fundas mi muerte con las segundas, que darme la muerte ordenas. Como sin madre quedaste en edad tierna y temprana, casi en brazos te crïaste, Luis, de la Santa Juana, en quien mejor madre hallaste. No te espantes si me espanta, hijo, que de virtud tanta sacases tan poco seso y salieses tan travieso de los brázos de una santa; aunque de esta justa queja tu contraria inclinación desengañado me deja, que no es oveja el león por darle leche una oveja. En cuantas cartas me escribe esta santa me apercibe el riesgo y peligro en que anda quien como tú se desmanda y tan sin prudencia vive. Dice que no te consienta tanta libertad, que impida con tus locuras mi afrenta, y tema el dar de tu vida a Dios rigorosa cuenta; mas mi paterna afición rompe por todo, razón es que de tu vida loca te duelas. LUIS: Otra vez toca con tiempo, padre, a sermón, y predica algo más corto; ¡quizá me convertirás! DIEGO: Cuando con amor te exhorto ¿esa respuesta me das? ¿Tan poco, Luis, te importo que verme muerto deseas? Ruego al cielo que lo veas presto, pues te canso tanto. LUIS: ¡No faltaba más de un llanto agora! LILLO: Señor, no seas de esa condición; ya ves que le enojas si replicas; llega y bésale los pies. LUIS: Pues ¿también tú me predicas? DIEGO: ¿Quién es esta doña Inés que de nuevo te enloquece, y con pendencias te ofrece la muerte? LUIS: ¿Quién ha de ser? ¿Querer bien a una mujer es milagro? DIEGO: Bien parece, que eres mozo. LUIS: Y tú eres viejo. ¿Parécete real consejo si me casa mi ventura con la hacienda y la hermosura de una mujer que es espejo de toda la corté? Acaba. DIEGO: En mujer empleas tu gusto de quien otro hombre se alaba más de lo que fuera justo; ya esto sólo te faltaba. LUIS: César esa fama ha echado por verse menospreciado, que doña Inés no es mujer que le había de aborrecer, habiéndole una vez dado prendas ilícitas. DIEGO: Muda de parecer y afición, pues mi experiencia te ayuda, don Luis, que no es razón casarte tú en esa duda. La honra es luz de la vida que hace la fama lucida; mas con tal riesgo se trata, que un soplo sólo la mata si no está bien encendida. César a probar se obliga lo que no es bien que yo crea; pero, para que se siga tu afrenta, cuando no sea, basta, Luis, que se diga. Esta vez tu afición ciega, pues tu padre te lo ruega, hijo, tienes que dejar. Damas hay a quien amar; sirve, ronda, gasta, juega y desperdicia mi hacienda, como no arriesgues la vida, que corre a morir sin rienda. César me tiene ofrecida su amistad como no ofenda tu amor el suyo. Por mí, ¿no harás esto?
Habla aparte LILLO a don LUIS
LILLO: Di que sí, y después nunca lo hagas. DIEGO: ¡Qué mal, Luis, mi amor pagas! LUIS: Digo, señor, que por ti ni a doña Inés veré más ni con César reñiré. DIEGO: Júralo. LUIS: En pesado das. DIEGO: Jura, acaba. LUIS: En buena fe. DIEGO: ¿Ahora escrupuloso estás? LUIS: ¿No juré? Déjame, pues. DIEGO: Dios te libre de ocasiones. ¿Dónde vas, que la una es? LUIS: A jugar unos doblones. (A ver voy a doña Inés.) Aparte
Vase
DIEGO: Quedaos, Lillo, vos. LILLO: ¿Quién, yo? DIEGO: Vos, pues. LILLO: ¿No he de ir con él? DIEGO: No. LILLO: Alto, pues, quédome aquí. DIEGO: En mi casa os recibí desde el día que murió don Jorge, vuestro señor; y aunque sin mi gusto fue, como os tiene Luis amor, mi propio gusto troqué por el suyo; aunque mejor fuera, según lo que veo, no ejecutar su deseo ni recibiros así. LILLO: ¿Qué he hecho yo, pobre de mí? DIEGO: Que sois mucha parte creo en todas las travesuras de Luis. LILLO: ¿Soy yo su ayo que a mí culparme procuras? ¿Soy más de un pobre lacayo? ¿Puédole yo en sus locuras ir a la mano? DIEGO: Los dos os entendéis. LILLO: ¡Plegue a Dios! DIEGO: Basta. De las mocedades de don Jorge y libertades os echan la culpa a vos; ya sabéis que esto es verdad. LILLO: ¡Si en amos soy desdichado! DIEGO: De la poca voluntad que en Cubas os han cobrado vuestros milagros sacad. LILLO: Mal me quieren sin razón; mas como villanos son, dicen que cuando cazaba don Jorge gangas, andaba tras ellas yo como hurón; y alguna causa han tenido, que no me quiero hacer santo; mas después de convertido y muerto don Jorge, es tanto lo que estoy arrepentido, que, a no importar encubrillo y ser soberbia el decillo, pienso, señor, que algún día verás en la letanía y calendario un san Lillo. DIEGO: Págome muy poco yo de gracias; si no pensáis mudar de vida, cesó el salario que ganáis en mi casa. LILLO: Aqueso no; todo lo dicho, señor, ha sido burlas; mi humor sabes, yo prometo al cielo ser desde hoy un san Ciruelo. DIEGO: Si no ofendiera al amor que tengo a Luis, de casa os echara. LILLO: No ha de ser tu favor con tanta tasa. DIEGO: Que vais luego he menester a Cubas. LILLO: Señor: repasa por tu memoria que estoy tan mal quisto, que si voy me tienen de mantear todos los de aquel lugar. DIEGO: Importa que llevéis hoy, Lillo, a la beata Juana un regalo y un papel. LILLO: Iré, aunque de mala gana. (Mi sentencia llevo en él. Aparte ¡Oh, qué bellaca mañana, Lillo, esperáis, si no huís y a costillas prevenís las trancas que considero!) DIEGO: De la santa Juana espero el remedio de Luis, que, si cuanto pide alcanza de Dios, en quien su esperanza pone, teniendo afición a Luis, de su oración se ha de seguir su mudanza. La carta a escribirle voy. LILLO: ¡Oh, cuberos enemigos! temblando de aquí os estoy. DIEGO: Gran cosa es tener amigos con Dios.
Vase
LILLO: Afúfolas hoy.
Vase. Tocan chirimías. Arriba se aparece CRISTO con una túnicela encarnada, como resucitado, y la SANTA Juana junto a él. Música
CRISTO: Ya llegó de mi Asención el día por ti esperado; ya las llagas te he quitado de mi sagrada pasión. Si por tu importunación, esposa cara, no fuera, de por vida te las diera; mas no las quieres, y ansí quiero volverlas a mí, que soy su divina esfera: SANTA: Eterno Esposo, no están en mí con vuestra licencia con la debida decencia que a su inmenso valor dan. Francisco, que es capitán de vuestra iglesia, ése sí que es digno de el carmesí de esa amorosa librea, porque el mundo en ella vea el fuego que encierra en sí. En él sus joyas engasta justamente vuestro amor, que a mi sentir el dolor de vuestra pasión me basta. CRISTO: Juana humilde, esposa casta, aunque sin llagas estás, mis dolores sentirás todos los viernes que vivas. SANTA: Mercedes son excesivas. No hay, mi Dios, que pedir más. CRISTO: Y pues hoy es mi Acensión y al cielo glorioso vuelo, quiero dejarte en el suelo de mi sagrada pasión las insignias. Éstas son.
Aparécese la cruz y sobre ella la corona de espinas y tres clavos
SANTA: Todo el mundo os engrandezca CRISTO: Justo es que te las ofrezca. ¿Quiéreslas? SANTA: Dulce amor, sí. CRISTO: No hallo fuera de mí quien como tú las merezca.
Pónele la corona de espinas en la cabeza
Esta corona de espinas sembró en mi cabeza amor. SANTA: ¡Ay mi Dios, qué gran dolor! CRISTO: Mayor que el que en ti imaginas, sintió en mis sienes divinas mi cabeza delicada.
Dale la cruz en la mano derecha
Esta cruz, esposa amada, te doy por más noble prenda. SANTA: Con tu divina encomienda, rica quedaré y honrada.
Dale los tres clavos en la mano izquierda
CRISTO: Los tres clavos, Juana cara, son éstos que a mis esclavos libraron. SANTA: Todos tres clavos poned, Señor, en mi cara, que ya mi ventura es clara, pues para que esté a mis pies la Fortuna, que al través da con todo, hacéis que pueda, mi Dios, poner en su rueda, en lugar de un clavo, tres. Para alivio de la pena que siento ausente de Vos, buenas memorias, mi Dios, me dejáis. CRISTO: Sí, que eres buena. SANTA: Parezco una Santa Elena. CRISTO: Darte sus insignias quiero. SANTA: ¿Váisos, Pastor verdadero? CRISTO: Sí, Juana. SANTA: ¡Ay, prenda querida! CRISTO: ¡Ay mi esposa! SANTA: ¡Ay, mi vida! CRISTO: ¡Ay, mi oveja! SANTA: ¡Ay, mi cordero!
Encúbrese CRISTO y baja la SANTA con las insignias, y aguárdala abajo el ÁNGEL de la guarda. Toquen chirimías
ÁNGEL: ¡Juana mía! SANTA: Mi ángel fiel, guarda damas de mi casa, fénix de amor que se abrasa como salamandra en él. ÁNGEL: ¿Contenta estás? SANTA: Mi laurel, ¿no le he de estar si me ha dado las joyas mi enamorado que costaron lo que Él vale, pues porque el precio le iguale le han costado su costado? ÁNGEL: Pues, porque puedas gozar el bien que en ellos apoyas, quiero ser tu guardajoyas. En mi poder han de estar. SANTA: Pues vos las queréis guardar mi hacienda estará segura. ÁNGEL: Dios regalarte procura. SANTA: ¿Vaisos, Ángel? ÁNGEL: Juana, sí. SANTA: Vamos, que no estoy en mí no viendo a Vuestra Hermosura.
Vanse. Sale ALDONZA, labradora, con una cesta de garlamoras, unos manojos de trébol y poleo y otros de pajuelas, y con ella PEINADO, pastor
ALDONZA: Persiguióme don Luis de la suerte que te cuento, un año, tiempo bastante para aun quien sintiera menos; criámonos casi juntos, y empezando de pequeño el amor, dicen, Peinado, que se vuelve en parentesco. Refrené mi inclinación por ver que era caballero y yo labradora humilde, puesto que Amor es soberbio; pero como el resistirse diz que es echar leña al fuego, abrasábase don Luis y amábale yo en extremo. Dióme un martes en la noche palabra de casamiento, palabras pagué en abrazos; mas fue en martes--¡mal agüero!-- Vino a saber a este.punto nuestro amor su padre viejo, y remedió con ausencias sus daños. ¡Caro remedio! Cuatro, leguas de distancia mil en su memoria han puesto, que es niño Amor y se olvida con cualquiera tierra en medio. A una doña Inés, que vive en esta casa, hace dueño del alma que ya era mía, y así por mi hacienda vuelvo. Ésta es la causa, Peinado, de mis celosos desvelos; que han de costarme la vida como me cuesta el sosiego. PEINADO: Pardiez, Aldonza, que echastes vuestro ciego amor a censo en tan malas hipotecas que no heis de cobrar a tiento. Es caballero don Luis, y pagan los caballeros tan mal ya deudas de amores como deudas de dineros; pero, pues no os ha gozado, ¿qué hay perdido? ALDONZA: El sufrimiento, las esperanza, los sentidos, la vida, el alma, el seso. A doña Inés haré creer que es mi esposo. PEINADO: Mas, ¡qué presto sabe una mujer forjar cuatro docenas de enredos! Mas, pues vive aquí la dama que le quillotra, entrad dentro y obrad siquiera en pajas; que en Santa Cruz os espero. ALDONZA: Prevénme en ella, Peinado, si no le obligo, mi entierro. PEINADO: ¡Qué de ellos mueren de amores, y qué pocos vemos muertos!
Vanse. Salen don LUIS y doña INÉS llorando
LUIS: Enjugad, mi bien, los ojos sin negarme la luz de ellos, que, pues son soles, no es bien que lloren soles tan bellos. Volvedme a mostrar sus niñas, pues es niño Amor, juguemos, que no es bien que se levanten cuando por ellos me pierdo. César mintió, ya lo sé, que alabarse es argumento de las mentiras, que sabe fingir el pesar y celos. ¡Ea, no haya más, amores! INÉS: ¿Cómo, si con vida veo, don Luis, a un mentiroso que mi honor y fama ha muerto? ¿Joya es de tan poca estima la honra, que en detrimento de su reputación noble el término que la ha puesto una lícita afición había de pasar? ¡Qué presto os creísteis don Lüís! Poco amáis y poco os debo. LUIS: Por la luz de aquesos ojos, doña Inés, que no lo creo, y que le desafié sólo por ese respeto, y he de matarle esta tarde. ¡Ea, mi bien, acabemos! ¿Somos amigos? INÉS: No sé. LUIS: ¿Quién lo sabe? INÉS: Lo que os quiero. LUIS: Dadme aquesa hermosa mano, honraré mis labios.
Asómase al tablado ALDONZA
ALDONZA: Bueno, porque, celos, cierto veis dice el mundo que sois ciegos.
Sale ALDONZA
ALDONZA: ¡Ay de mi! ¡Y a las pajuelas! ¿Quieren trébole y poleo, pajuelas y zarzamoras? INÉS: ¿Qué es esto? ALDONZA: ¿Quieren poleo? INÉS: ¿No hay zaguán en esta casa para que pregonéis eso sin entrar aquí? ALDONZA: ¿Por qué entra, si sabe, en la igreja el perro? Porque halla la puerta abierta; pues ¿es mucho haber yo hecho lo que un perro sabe hacer? ¿Quieren trébole y poleo? INÉS: ¡Ola! salíos allá fuera. ALDONZA: ¡Ola! digo que no quiero, que también sé yo olear sin ser cura ni haber muertos. INÉS: ¿Quién os mandó entrar aquí? ALDONZA: Naide, que no hay manamiento de no entrarás en la casa de tu prójimo. ¿Ah, mancebo? Todos estamos acá. LUIS: ¡Oh Aldonza! Pues ¿qué tenemos? ALDONZA: ¿Qué sé yo? Pena de ver que habléis con Costanza. ¡Puerros! A ella digo. ¿No me compra zarzamoras? INÉS: ¡Qué molestos que son siempre estos villanos! Ya os digo que no las quiero. ALDONZA: Pues compradlas vos, buen hombre, que zarzamoras os vendo, porque amor en zarzas mora y ansí tan picada vengo. LUIS: Aldonza, no seas pesada. INÉS: ¿Conocéisla? LUIS: Mucho tiempo ha que la vi en Torrejón. ALDONZA: ¿Mucho tiempo, caballero? Más ha que murió mi agüelo. Pero dejémonos de esto y compradme zarzamoras; que en mi tierra yo me acuerdo que andabais en busca de ellas, y entre las zarzas y enredos de promesas incumplidas y favores lisonjeros llegastes a coger una que el comerla por lo menos causó pena y costó gritos. Súpoos bien y amargóos luego. LUIS: ¡Oh, qué bachillera estás! ALDONZA: Y vos sois un majadero, pues a la corte os venís por zarzamoras, sabiendo que aquí no las hay con flor que se les pierde en naciendo; y después de desfloradas andan a la flor del remo; mas como las zarzamoras que comistes en mi puebro la voluntad os mancharon, y vuestro gusto cumplieron, y para quitar las manchas de moras no hay tal remedio como buscar otras nuevas, querréis quitarle al deseo la mancha con esta verde. ¡Huego en vos y en ella huego si os creyere como yo! INÉS: Geroglíficos son éstos, don Luis, no de villana. LUIS: (¡Qué esto sufro, vive el cielo! Aparte Loca, ella me enreda aquí, si la escucho y me detengo. Quiero ausentarme por ver si me sigue, que sospecho que el infierno la ha traído para fin de mi sosiego.) Mi padre me está esperando, yo volveré presto a veros; no creáis rusticidades de villanos. ALDONZA: Pagaréislo. LUIS: ¡Villana, si no calláis!
Vase don LUIS
ALDONZA: ¿Amenazas? ¡Lindo cuento! ¡Hao! ¿no compráis zarzamoras? INÉS: Si como zarzas los celos despedazan las entrañas, zarzas están deshaciendo mi engañado corazón con espinas de tormentos. ¿Qué enigmas son los que has dicho? ALDONZA: ¿Soy yo tienda de barbero que de enigmas se compone? La verdad deciros quiero. Sabed que a una zarzamora picó este tordo en mi pueblo dándola antes de picarla palabra de casamiento. Si empalagado procura con promesas y embelecos picar en vos, ¡oje allá! zarzamora, tened seso, que tien ya este tordo torda y os quiere burlar aquesto. Basta, y ¡á las zarzamoras! INÉS: Escucha. ALDONZA: ¿Quieren poleo?
Vase
INÉS: ¡Oh engañoso don Lúís! De tu natural travieso y mudable condición no te esperaba sino esto. Aunque tanto te he querido no viene tarde el remedio; a César dejé por ti, desde hoy por César te dejo. Hoy daré satisfacción a mi venganza y sus celos y a mi mudanza disculpa. ¡Ay hombres, plumas al viento!
Vase doña INÉS. Salen la SANTA y CRESPO, MINGO y BERRUECO, pastores
CRESPO: Madre Juana, esto ha de ser, que es amparo de Toledo. SANTA: Nada valgo y poco puedo. CRESPO: No hay que habrar. Ha de saber que si Mari Crespa da en rezongas y en porfías, aunque habre veinte días arreo no callará si todo el pueblo se junta y con cura y campanilla va en procesión a pedilla que calle un poco. MINGO: Despunta de habradora, y es gran mengua que una mujer habre tanto. CRESPO: ¡No la diera el cielo santo almorranas en la lengua! Vine de la arada ayer cansado, si en ocasiones cansan tanto los terrones como hablando una mujer, y dije, "¿Qué hay que cenar?" Dijo, "Olla." "No quiero olla," respondí, "si con cebolla la vaca podéis picar y her un salpicón." "No quiero," respondió, "si que cenéis olla." "No me repriquéis ni andemos al retortero, Crespa de la maldición," dije. Y dijo "Heis de cenar olla, no hay que porfiar." "No ha de ser si salpicón," respondí. "Pues no hay sino olla." "Pues salpicón ha de ser." "Pues olla habéis de comer." Subióse el humo a la cholla y levantando las haldas del sayo, con un bastón, haciéndola salpicón los güesos en las espaldas, por más que anduvo la folla sin decir "Dios sea conmigo," daba gritos. "Olla digo, olla quiero, no hay sino olla." Y darle que le darás, ella olla, yo salpicón, hasta que quebré el bastón y ella no pudo habrar más. Pero aunque no pudo habrar, por salir con su interés, arrastrando cuerpo y pies se hué derecha al vasar, y aunque no podía gañir, dijo después que se echó entre las ollas que halló, "Entre ollas he de morir." Hice matarla una polla, por vella tan mal parada y llevándosela asada, dijo, "No ha de ser sino olla." Y tanto en su tema dura, que habiendo el cura venido, por decir, "Confisión pido," le dijo, "Olla, señor cura." Ella queda, en fin, de suerte que hoy se irá, a lo que me fundo, por ollas al otro mundo y a mí me piden su muerte, si no es por vos, madre Juana, curádmela de tal modo que, porque sane del todo, la dejéis la lengua sana. SANTA: Crespo, el hombre que se casa, a sufrir está obligado los defectos de su estado y las faltas de su casa. La cabeza no maltrata ni menosprecia los pies; curadla, y ved que no es mala la mujer que trata bien su honor y le respeta, y llevad con más amor faltas que no son de honor; que no hay cosa tan perfeta que alguna falta no tenga en el mundo; regaladla, hermano Crespo, y curadla, porque a morirse no os venga. CRESPO: Si es la lengua cruel veneno en la mujer, madre Juana, y éste con otro se sana, remedio para harto bueno por quitarla este quillotro que la hiciéramos comer la lengua de otra mujer, sanara un veneno al otro; mas, pues no hay tienda de lenguas y me puso esta cruz Dios, pedid que la sane, vos, que yo sofriré mis menguas.
Sale LILLO
LILLO: (La madre Juana está aquí; Aparte con no poco temor llego.) SANTA: ¡Oh, hermano Lillo! LILLO: Don Diego, mi señor, que sólo en ti puesta su esperanza tiene, aquesta carta te envía y para la enfermería, mientras que a verte no viene, un regalo y cien ducados de limosna. SANTA: Siempre da con largueza. ¿Cómo está? LILLO: Con infinitos cuidados en que don Luis le ha puesto. SANTA: Algún mal le ha de venir notable por consentir que viva tan descompuesto. Y el hermano, ¿no escarmienta, en dos amos que ha tenido, a quien tan mal ha servido? ¿No sabe que ha de dar cuenta delante el tribunal mismo de Dios? LILLO: Soy un mal cristiano que, pecando en castellano, he de dar cuenta en guarismo; pero yo juro la enmienda si el perdón de Dios me alcanza. CRESPO: ¡Hao! ¿Ésta es la buena lanza por quien nuestro honor y hacienda don Jorge habría destruído a no morir? MINGO: ¡Que se atreva venir aquí! BERRUECO: Si no lleva el castigo merecido, no somos hombres de bien. CRESPO: Uno trazo que no es malo. LILLO: En el torno está el regalo y los dineros también. SANTA: Vaya, pues, hermano, al torno, y respuesta llevará. CRESPO: Y en volviendo por acá le daremos el retorno de las burlas que nos debe. SANTA: La salud pediré a Dios de vuestra mujer, y a vos os pido, si la ira os mueve otra vez, que no deis muestras de vuestra necia crueldad; sus faltas disimulad, pues ella sufre las vuestras.
Vanse la SANTA y LILLO
CRESPO: Yo juro no hella más daño por que más no nos inquiete; y nos pague este alcagüete lo de antaño y lo de hogaño, un castigo le he de her con que se acuerde de mí. Una purga compré. MINGO: ¿Sí? CRESPO: Para dar a mi mujer, que la recetó el dotor y ella recibir no quiso. MINGO: Hizo bien. BERRUECO: Eso la aviso. CRESPO: Hagamos que este hablador la tome, y purgue con ella todas las bellaquerías que quillotró en tantos días. BERRUECO: Bien decís. CRESPO: Pues vo por ella. MINGO: Andad y buena pro le haga. CRESPO: En saliendo he de esperar, que, pardiez, ha de purgar las entrañas por de zaga.
Vase CRESPO. Sale LILLO
LILLO: (Con la Santa he despachado Aparte lindamente. Quiera Dios, Lillo, que os escapéis vos de este pueblo conjurado; pero, aquí están; ¿qué he de hacer?) BERRUECO: ¿Qué hay por acá, señor Lillo? LILLO: (Hay harto ungüento amarillo Aparte si quieren llegar a oler.) MINGO: ¿No mos responde? LILLO: (No puedo, Aparte que cierta prisa me avisa que me vaya, y una prisa, si es de tripas y con miedo, no repara en cortesías.) BERRUECO: Pues hoy ha de reparar en ellas a su pesar.
Detiénenle
LILLO: (¡Acerté, desdichas mías!) Aparte Déjenme ir, que siento en mí temerario desconcierto. MINGO: No se ha de ir, aquesto es cierto. LILLO: ¡Por Dios, que me vaya aquí si no me dejan, señores! BERRUECO: Alléguese, socarrón; agora sabrá quién son de Cubas los labradores; que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague. LILLO: Ni mujer que no se estrague, ni sarna que no se pegue...
Sale CRESPO con un vaso
CRESPO: ¡Hao, par Dios, que viene entera! Buena a mi mujer hallé, y callando, que no hué poco milagro. BERRUECO: Aquí espera un amigo vuestro. CRESPO: ¿Es Lillo? Beso a vuesarcé las manos. LILLO: Líbreme Dios de villanos. CRESPO: ¿Qué tiene, que está amarillo? LILLO: Corrimientos a traición. CRESPO: Deme ese pulso. ¡Oh qué malo! LILLO: Mas ¿qué hay receta de palo? CRESPO: Tenéis grande opilación... LILLO: ¿Yo? CRESPO: ...de socarronería. LILLO: ¿Y querréis darme el acero? CRESPO: Al menos que purguéis quiero toda esa bellaquería. Haceos la cruz y bebed, que seis reales me costó. LILLO: Veneno es; mi fin llegó. BERRUECO: ¿No bebéis? LILLO: No tengo sed. Beba vuesarcé primero; que siempre fui bien crïado. CRESPO: Acabemos. LILLO: Ya ha llegado mi muerte; bebiendo muero. Castigos hay menos malos sin que la muerte me deis; riendas y azotes tenéis, darme podéis dos mil palos; pero matarme; ¿por qué? CRESPO: Que no es veneno, traidor, sino purga que el humor os cure; yo la compré por seis reales con intento de vuestro bien y quietud. LILLO: Tal os dé Dios la salud como es vuestro pensamiento. ¡Lástima de mí tened; mirad que es crüel castigo el darme veneno! CRESPO: Digo que no es sino purga, oled. LILLO: ¡Puf, qué de ruibarbo echó el ladrón del boticario! BERRUECO: Acabad. LILLO: Extraordinario castigo el diablo inventó. Aún no ha entrado y ya me urga las tripas. MINGO: Beba. LILLO: ¿Hay más graves burlas? ¿Sin darme jarabes quieren que tome la purga? MINGO: Ea, que no es más de un trago. LILLO: De mi muerte lo será; mas, pues de cámaras va, hoy de mi cámara os hago. CRESPO: Acabemos, o si no... LILLO: Allá va. ¡Jesús, mil veces!
Bebe
MINGO: ¿Embocólo? CRESPO: Hasta las heces. LILLO: ¡Mal haya quien te guió y la especie que te echaron! Ea, ya podrán dejarme, pues me obligan a purgarme en salud; bien se vengaron. ¡Ay! Ya empieza el apretura; váyanse, porque me voy. ¡Ay, ay, Dios, qué hinchado estoy! ¿No se van? Que de madura se va cayendo esta fruta. CRESPO: Sosiéguese. LILLO: ¿Hay tal tormento? MINGO: Esmpiece a contar un cuento. LILLO: ¿Qué cuento? ¡Pese a la puta que me parió! CRESPO: Buenos pagos nos da. LILLO: ¿Qué os he de pagar? CRESPO: La purga. LILLO: Llegá a cobrar. CRESPO: ¿De dónde? LILLO: De los rezagos. ¡Ay, ay! ¡Señores, señores, pues que ya se han burlado harto, déjenme! ¡Ay! MINGO: ¿Está de parto? LILLO: Sí, hermano, y con los dolores. ¿No basta ya la matraca? CRESPO: ¿Es niño o niña? LILLO: Será el diablo, pues sabe ya antes de nacer la caca. ¡Ay! ¿Mas que han de hacer que hieda la burla? ¡Ay, no hay que esperar!
Vase LILLO
CRESPO: Un tarugo le he de echar y atalle por que no pueda her nada. BERRUECO: Acabad, dejalde. CRESPO: Venid, veréis lo que pasa. ¡Alcagüetes, alto, a casa, que yo os purgaré de balde!

FIN DEL PRIMER ACTO

La santa Juana, Tercera Parte, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002