ACTO TERCERO


Salen DOROTEA, en hábito honesto y HOMO Bono también
DOROTEA: ¿Qué perdiciones son éstas, Homo Bono, o hombre malo, que tanto pesar me cuestas? ¿Es éste el gusto y regalo que en nuestras bodas funestas me prometiste? ¿Éstas son las ofertas que me hacías? ¿Las muestras de tu afición? ¿El fingir que me tenías impresa en el corazón? HOMO: ¿Pues en qué he desdicho de eso? DOROTEA: En que después de abrasada mi hacienda, mi casa, el grueso caudal que me hizo envidiada, quizá por mi poco seso, cautiva, si antes señora, en la casa de tu padre donde la miseria mora, donde la pobreza es madre, que siempre la hartura ignora, después que solo quedaste, y tu padre se murió su corta hacienda heredaste, y mi dicha se trocó en penas, desperdiciaste pródigo, la humilde herencia con que pudieras pasar. ¿Bastaráme la paciencia a verte a mendigos dar cuanto tienes? ¿No es conciencia que a tu mujer empobrezcas porque a torpes pordioseros cada instante favorezcas? Socorran los caballeros, que no es bien que tú perezcas porque otros coman.
Llora
HOMO: Hermana, no llores, mi bien, señora. Quien ciento por uno gana, quien en su patria atesora ¿no es cuerdo? ¿No es cosa llana que el pobre que se destierra a las Indias, desde allá despacha el oro a su tierra, donde después no hallará trabajos que le hagan guerra? Si aquí somos pasajeros y en unas Indias estamos donde, en fin, como extranjeros buenas obras empleamos, que valen más que dineros, e hipotecando fïanzas, Dios que esta finca asegura, en sus partidas le alcanzas, ¿no es bueno el prestarle a usura? Los pobres son las libranzas; Dios mismo las rubricó. ¿No cobran los que los aman? ¿Dios por ellos no salió? Letras de cambio se llaman, rotas sí, falidas no. ¿Pues qué penas te hacen guerra? y dime, ¿qué peregrino no admite, sino es que yerra, el hambre y sed del camino por vivir rico en su tierra? DOROTEA: En balde gastando estás ejemplos, que es barbarismo. Nuestra ley dice, "amarás de la suerte que a ti mismo a tu prójimo." No más. Si como a ti mismo amaras pobres, tú los socorrieras con límite; y no gastaras, loco, con estas quimeras tanto, que hambriento quedaras. ¿No eres tú primero que ellos? Pues ¿por qué por ti no miras? HOMO: Razones por los cabellos traes que disparan mentiras y engaños, ciega con ellos. Yo tengo, mi Dorotea, oficio, gracias a Dios, que nuestro socorro sea, y para vivir los dos, tu labor y mi tarea nos sobra. Una posesión de mi herencia he reservado, cuyos frutos en sazón te sacarán de cuidado y a mí de tu indignación. En ella el cielo dilata por la tierra su tesoro, siempre a la limosna grata, con trigos de granos de oro y ovejas que peinan plata. Allí--si en hacienda apoyas tu interés--de verdes parras forma Baco claraboyas, cuyas vástigas bizarras cuelgan racimos por joyas; allí, pasado el septiembre, heredero del Agosto, cuando a usura el grano siembre, paga el campo en trigo y mosto censos que goza el diciembre. Allí, en fin, esposa mía, pechera Ceres cada año para ti regalos. cría, sin que esterilice el daño frutos que el cielo nos fía; que, como soy su rentero, no quiere que se destruya el diezmo que darle espero, porque como hacienda suya la guarda su jornalero. DOROTEA: No niego yo que pudieras con tu oficio y la presente heredad pasar, si dieras, menos recio y más prudente, limosna con tasa, y vieras que hay mañana, y que no cría cada instante frutos Ceres. ¿No es justa la pena mía, si lo que en un año adquieres das a pobres en un día? Ven acá, desperdiciado. Siendo tú un pobre oficial que en la aguja ha vinculado el limitado caudal que me redujo a este estado, ¿por qué las más de las horas has de gastar en visitas de enfermos que no mejoras? ¿Por qué al sueño el tiempo quitas y siempre rezando lloras? El cielo es todo alegría; su tiempo tiene el llorar, como la noche y el día, y la devoción lugar en ella, si en Dios la fía. ¿Tengo yo de estar al lado de un hombre que eternamente suspirando y congojado me consuma? HOMO: ¡Qué imprudente, Dorotea, has imitado a la mujer de aquel santo, prodigio de la paciencia! ¡Tú, reprendiendo mi llanto, y ella la justa obediencia que le medró nombre tanto! "Bendice a Dios, le decía, y muérete," y tú también reprendes la pena mía, porque tus hijos no ven cuán mal dice el alegría con las culpas, que son jueces que siempre el cuerdo tembló. ¿Risa, pecando, me ofreces? nadie a Dios riyendo vio, mas sí llorar muchas veces. DOROTEA: Ea, llora hasta que estés ciego; veremos del modo que puedes ganar después de comer. Gástalo todo en pobres. Vive al revés. No repares en los fines; que al fin la gloria se canta, puesto que no la imagines. Prima con los monjes canta; con ellos vete a maitines. Llama a sus puertas helado, y deja sola a tu esposa, pues su amor te causa enfado; porque a media noche es cosa santa que ronde un casado. Ven acá, llorón fingido. ¿Quién te mete a ti en mudar el orden con que ha vivido el mundo? ¿Manda cantar maitines Dios al marido? Si entre tanto que tú ausente dejas sin hombre tu casa, algún ocioso que siente tu negligencia y se abrasa porque su amor no consiente violentase mi opinión, tus ventanas escalase y, gozando la ocasión con la mujer, te quitase la honra y la devoción. ¿Podrán después restauralla los maitines y la prima? HOMO: ¿Pues no? DOROTEA: Calla, necio, calla; tu casa y mujer estima ya que no sabes amalla; que a no ser yo la que soy, aprovechase ocasiones que, cuerda, de mano doy; y advierte que persuasiones me han perseguido hasta hoy de quien tú puedes saber; gastos y pasos acorta, porque ganes de comer y mira bien lo que importa: tu honor y el de tu mujer.
Vase. Sale PENDÓN, y se oye una voz dentro
HOMO: Celos, mi Dios, serán vanos si vos mi casa guardáis, en ella por mí quedáis contra peligros humanos. Mas ¡ay pensamientos vanos! ¿Quién no recela su honor si la virtud y el valor tal vez desvelarse supo y en Josef con tiempo cupo seguridad y temor? ¿Él santo, y se desvelaba desmintiendo lo que vía, dejar su esposa quería, puesto que no le culpaba. Yo vicioso, y que se alaba mi mujer de vanidades que pretenden mocedades. Dadme vuestro favor, cielos, que ya pasan de recelos amenazas de verdades. Si de noche al templo voy, mi Dios, es porque sosiego. Cuanto más a vos me llego, tanto más cerca os estoy; pero si así lugar doy a que mi honor se destruya, ¿qué he de hacer? ¿No es bien que huya el riego que honras abrasa? VOZ: No temas, ve tú a mi casa, que yo guardaré la tuya. HOMO: Pues si vos veláis por mí ¿qué peligro me acobarda? "Si Dios la ciudad no guarda, defenderla es frenesí." Díjolo David ansí, y lo mismo decís vos, afirmándolo los dos. Sin peligros que temer, segura está la mujer cuya casa guarda Dios. PENDÓN: Hermano, Dios le provea, o le ayude, si estornuda. HOMO: ¿Qué es eso? PENDÓN: Es cierta ayuda que me enseñó Dorotea; un pobre nos pide pan y señora me ha mandado que dé a todo remendado un "Dios le provea galán." HOMO: ¿Qué dices hombre perdido? ¿A Dios de casa despides? Pan cotidiano le pides y cuando él mismo ha venido por los réditos del censo que cada instante nos fía, ¿le echa tu descortesía de casa? ¡Señor inmenso! ¿Hoy que venís vos aa honralla? ¿Hoy que sois mi huésped vos? PENDÓN: Que no es el que vino Dios sino un tragasopas. HOMO: ¡Calla, bárbaro! PENDÓN: Barbero no, sastre sí, que hurtar desea. Al pobre, Dios le provea, su mujer me lo enseñó. Falta el pan para nosotros; no está el tiempo para gracias. Los pobres y las desgracias se llaman unos a otros. Aun no lo sufren los perros y "un Dios le provea" es trato al uso bueno y barato como ensalada de berros. HOMO: Anda, necio; llámale. PENDÓN: ¿Que le llame? Si él se fuera aun vaya, a la puerta espera que pan y caldo le dé. No le echarán dos virotes, si por él no te descarnas; que hay pobres, tiñas y sarnas de toda puerta, pegotes. HOMO: Pues dale pan. PENDÓN: Si le hurtamos. ¿Eres hombre tú que dejas ni aun para guisar lentejas un migajón? ¿No tomamos cuenta al arca y sus rincones acabados de comer; pues por no hallar que roer aun no hay en casa ratones? HOMO: Pendón, búscalo. PENDÓN: ¿Qué dices, si los pobres que vinieron cuanto quedó se comieron con más hambre que aprendices? HOMO: Anda y ten en Dios más fe: abre el arca y la hallarás proveída. PENDÓN: ¿En eso das? No ha un hora que la dejé más despejada y barrida que la barba de un capón. HOMO: Anda y míralo, Pendón, que Dios nos dará comida. PENDÓN: Si acá fuéramos judíos pudiera llover maná; más murióse Moisén ya. HOMO: Ve y no digas desvaríos. PENDÓN: Voy, mas no quedó migaja.
Vase
HOMO: Señor, que piadoso creces cinco panes y dos peces, y haciendo a Asuero ventaja a cinco mil das convite, que fuerzas y aliento cobran, y doce espuertas que sobran hacen que más se acredite la fe; que introducir quieres de tu poder soberano, no está abreviada tu mano. Dios fuiste entonces, Dios eres. No permitas que mi casa hambriento al pobre despida. A ti te diste en comida; que tu amor no tiene tasa. Dame, mi Dios, que te dé a ti mismo.
Sale PENDÓN dando voces. Luego DOROTEA
PENDÓN: ¡Encantamento, milagro, asombro, portento! DOROTEA: ¿De qué das voces? PENDÓN: ¿De qué? Acude al arca del pan y hallarásla llena toda de roscas, pan de tu boda, de tortas de mazapán, de rosquillas y de bollos, de molletes de manteca. Dejámosla boquiseca sin migajas para pollos; mas tu marido que aboga, por pobres que desembarca, de nuestra arca fue patriarca, y ella es arquisinagoga, arcadas de nuestra fe que el hambre libra de arcadas, duquesa de arcas. DOROTEA: ¡Ya enfadas! PENDÓN: Y es un arca de Noé; ¿de "Noé?" No dije bien de "si" he, pues hay en ella tanta de la rosca bella. Si piensas que miento ven. Señor, venciste, acertaste. HOMO: La fe nunca supo errar. Dorotea, sin sembrar jamás, la cosecha hallaste. Dar al pobre es dar al rico, porque paga Dios por él. Quien con ellos es crüel lo es consigo, aquí te aplico ejemplós de tu favor y premios de nuestra usura. Esta vez se transfigura nuestro bien en el favor; porque así quede notoria su fe y venza a nuestro engaño; que fue dar muestras del paño con que nos viste en la gloria. Lo mismo hace hoy su caudal, pues porque segura estés de lo que a sus pobres des, esto no es más que señal que allá nos guarda en el cielo lo que Pablo, aunque lo vio, a decir no se atrevió. Aumenta de hoy más el celo que debes a sus privados, pues sus tesoros inmensos obliga a infinitos censos de caudales limitados. DOROTEA: No tengo que responderte, esposo, sino es pedirte perdón, dichosa en servirte y cuerda en obedecerte. ¡Mil veces feliz mujer que tal dueño goza y ama! HOMO: Ea, mi bien, los pobres llama, pues Dios los da de comer. Repárteles sus despojos. DOROTEA: ¡Ay, pensamientos tiranos! Toda para dar soy manos si en guardar toda he sido ojos.
Vase
PENDÓN: Agora que hay que comer no nos dará la tarea malas noches. Dorotea, que trasnochaba a coser, se podrá acostar temprano, y yo que por su ocasión soy tu aprendiz, y al Pendón añado tiras en vano, me podré quejar de ti, que de hambriento cada día alforjas al viento hacía. HOMO: Palabra esta tarde di de acabar para mañana la ropa de una doncella, que ha de casarse con ella; y por ser honesta y llana --que yo no coso locuras de telas y guarniciones, yesca de las tentaciones y lazos de la hermosura-- me huelgo que se concluya. Mientras que la acabo, pues, los jornaleros que ves que en mi granja, también suya, pues mis herederos son los pobres, esperarán su merienda, lleva pan vino y cecina, Pendón, y diles que vas por mí; que aunque ayer fui a visitarlos ...................... [ -arlos]. Hoy tengo que hacer aquí. PENDÓN: Y el vino y cecina ¿adónde lo habemos de hallar? Si en casa como por portazgo pasa cuanta comida se esconde en tu despensa y cocina. HOMO: En el arca la hallarás. PENDÓN: En el arca hay pan no más; que el eielo no hace cecina. HOMO: Si eso y más de mi Dios fías, no dudes, ve. PENDÓN: Yo no lo dudo; pero ni soy cabezudo ni pido a Dios gollerias, como tú. HOMO: No seas cansado. PENDÓN: Voy, mas con harto recelo, que si hoy da cecina el cielo mañana dará adobado.
Vase. Queda HOMO Bono solo. Luego una VOZ
HOMO: Aguja y hilo hay aquí; cosamos y contemplemos; que aunque contrarios extremos, pues Vos habitáis en mí dueño de mi corazón, no desdeñaréis mi estilo, que entre la aguja y el hilo cabe también la oración.
Asiéntase en un banquillo y cose una ropa, y dentro canta una voz
VOZ: "Entre los trajes profanos que en el mundo inventó el vicio, cantaba llorando un pobre delante de un crucifíjo, 'Desnudo estáis por mis culpas, amoroso dueño mío. Vos que los montes y valles vestís de hierbas y lirios, pedid que os vista otra vez vuestra madre, pues los hilos de su llanto os tejerán la tela de sus suspiros.' ¡Ay, Dios de amor, desnudo! ¡Ay, pobre rico, vestidme vos agora de vos mismo!" HOMO: ¡Oh, qué voz tan regalada; y qué a propósito vino la música a mis deseos, la letra a mis ejercicios!
Cosiendo dice esto
Cantando trabaja el pobre, siente el jornalero alivio y desmiente con el canto las tareas de su oficio; y vos, amoroso dueño, regaláis, tierno y melífluo, con música mis sudores pagados y agradecidos. ¡Vos en Cruz y yo asentado! ¿Vos muerto por mí y yo vivo? ¿Yo sano y vos doloroso? ¿Vos desnudo y yo vestido? ¡Ay, pobre rico, vestidme vos agora de vos mismo!
Canta
VOZ: "En vos enclava los ojos traspasada del cuchillo, que predijo Simeón tu corazón afligido. Decidla, que pues os rompen las ropas que el paraninfo vino a pedir que os vistiese cuando con el "Ave" vino, que os vista agora del sol que la sirve de vestido, aunque en tinieblas de llanto mal su sol podrá vestiros. ¡Ay, pobre rico, vestidme vos agora de vos mismo!" HOMO: A esotro lado tenéis mi Dios, vuestro Juan querido, que os llora agora despierto y antes os gozó dormido. Desnudo os ve, y pues le rompe el dolor de su martirio las telas del corazón, de tela podrá vestiros. Al pie de esa Cruz está la que por pies se ha valido, y por darla vos los pies ha dado de pie a sus vicios. Haced que os vista, mi Dios, pues hechos los ojos Nilos pretende su amor, que a nado os libréis de ese peligro. ¡Ay, pobre rico, vestidme vos agora de vos mismo!
Canta
VOZ: "El oro de sus cabellos esmalta el rosicler fino de vuestra preciosa sangre para que valga infinito; decid, pues son de brocado, que os teja ornamentos finos, celebraréis misa nueva, sumo pontífice Pío; mas pues no halláis en el suelo socorro, dulce amor mío, alzad al cielo los ojos y cubriraos de jacintos; mas, ¡ay!, que los ha cerrado el riguroso castigo con que hacéis ejecución de mis deudas en vos mismo. ¡Ay, Dios de amor desnudo! ¡Ay, pobre rico, vestidme vos agora de vos mismo!"
Baja muy despacio un CRISTO crucificado, grande, desde lo más alto del vestuario, y va subiendo HOMO Bono al mismo compás, sin reparar que sube, haciendo labor hasta que a la mitad de la pared se junta con él, y entonces se levanta y le abraza
HOMO: ¡Qué de contado pagáis lo que negligente os sirvo! Pelícano de mi amor, sol eclipsado divino, comiendo el hombre soberbio la fruta del Paraíso y vos prendado en la ropa inocente y con castigo. Vístase, amoroso amante, el hombre torpe y lascivo, sedas, que el gusano teja; que yo dichoso me visto de esta humilde desnudez, de estos cardenales ricos, de esta grana misteriosa, de esta púrpura de Tiro. Al sagrado de estas llagas de mis esperanzas nido, de mis congojas consuelo, de mis temores asilo, huyo de vuestro rigor, a vuestra clemencia asido, a estos clavos sacrosantos. Mi Dios pequé, Iglesia pido. ¡Ay, Dios de amor desnudo! ¡Ay, póbre rico! ¡Qué más ventura si de vos me visto!
Encúbrense los dos. Salen LELIO y GRIMALDO, como de noche
LELIO: Ésta es buena ocasión, que Dorotea estará sola en casa, si del modo que otras veces, su hipócrita se emplea en trasnochar, rezando. GRIMALDO: El tiempo todo gasta devoto en Dios; y quien desea a su mujer--que yo no me acomodo a pretensión tan bárbara--recelo que intenta loco combatir el cielo. É:l en maitines, salmos a Dios canta, y Dios a socorrer su honor se obliga. Dios vive en esta casa porque es santa y Dios, si tal vez sufre, tal castiga. Cuando él para alabarle se levanta, ¿osáis vos, Lelio, mientras le bendiga ejecutar el vicio que os abrasa y competir con Dios en esta casa? LELIO: Por Dios, Grimaldo, que venís devoto. A Dios me remitís. ¿No veis que es tarde? Alivio busco, porque llamas broto; no se teme anegar el que se arde. Miedo debe engendrar vuestro alboroto; como Letrado sois, seréis cobarde. Nunca es valiente la jurispericia; plumas, no espadas, juega la justicia. Volveos, Grimaldo, a ver vuestros digestos, que yo he de proseguir con mi osadía. GRIMALDO: No términos en vos tan descompuestos destemplarán mi noble cortesía; yo sé leyes de honor como de textos, reñir de noche y estudiar de día; y si amistad con vos no profesara, no la pluma, el acero os castigara. Ciego estáis, no me doy por ofendido; competid con valientes, no con santos. Homo Bono por tal es conocido, que vence no con armas, mas con llantos. Dios el alcaide de su casa ha sido; sus ángeles la guardan. ¿Contra tantos osaréis ser valiente? LELIO: No sabía que era elocuente ya la cobardía. ¿Qué santo o qué nonada? El vulgo necio le juzgará por tal, el ignorante; no yo, que la bajeza menosprecio que en traje de humildad es arrogante. A un bárbaro simplón, ¿no es caso recio, que al torpe vulgo estatuas le levante? ¿Qué milagros le apoyan y acreditan? ¿Qué muertos por su causa resucitan? Andad, Grimaldo. En viendo cabizbajo a un hombre, hablar por tiple, reprendiendo, luego es apóstol. Luego halló el atajo del cielo, su limpieza encareciendo. Es el ocio, cuando huye del trabajo, engañabobos. No todo remiendo tiene la santidad por ejercicio; disfraces sabe hacer también el vicio. Un sastre miserable, un pobre idiota que a título de humilde, su tijera hurta más que las otras, sin dar nota, porque juzgan los necios lo de fuera, soberbio el corazón, cara devota, ya es otro San Alejo en la escalera y puede ser que agora en bodegones trueque por embriagueces, oraciones. GRIMALDO: ¡Dios me libre de vos! ¡Jesús mil veces! Lelio, no os digo nada, la malicia eclipsa las más puras sencilleces. LELIO: Y también es gitana la avaricia. ¡Vive Dios, que de engaños y dobleces no he de creer la hipócrita noticia que le apoya en Cremona, que es un... GRIMALDO: ¡Paso! LELIO: ¡Miren de quien las gentes hacen caso! ¿Vos no advertís que con virtud fingida nos llevó a nuestra dama, y qué burlados, él jactancioso y ella arrepentida nos dejó sutilmente lastimados? Pues en venganza de esto, si la vida les costase esta noche a mis cuidados, su esposa he de robarle y con violenta mano templar mi amor, vengar mi afrenta. Cerrada está su puerta, pero a coces la echaré por el suelo; ya ha caído.
Da una coz a la puerta. Ábrese. Está en ella un ÁNGEL con una espada de fuego. Cae LELIO desmayado, huye GRIMALDO y sale HOMO Bono
ÁNGEL: ¡Blasfemo! ¿que es Alcaide, no conoces, Dios de esta casa? GRIMALDO: ¡Cielos, favor pido!
Desaparece el ÁNGEL. Sale PENDÓN. Luego se oye una VOZ
HOMO: ¿Al umbral de mi puerta quién da voces? PENDÓN: Por Dios que los peones lo han bebido como unos paladines. HOMO: En el suelo está sin vida un hombre. ¡Santo cielo! PENDÓN: ¿Señor, eres tú? HOMO: ¡Ay, Pendón! A mis puertas desmayado está un pobre, yo habré dado a su desgracia ocasión. PENDÓN: ¿Tú, por qué? HOMO: Porque vendría con hambre y necesidad. Faltóle mi caridad. La culpa, Pendón, es mía; levantémosle los dos.
Levántanle
PENDÓN: ¡Malos años, cómo pesa! ¿No huele él a algalía? HOMO: Cesa de locuras. ¡Ay, mi Dios! ¿No es éste Lelio? PENDÓN: En la trampa cayó esta vez la raposa; golosmear vuestra esposa quería; miren si escampa. HOMO: No malicies. PENDÓN: No malicio; mas calla, que él lo dirá. HOMO: Vivo parece que está. PENDÓN: ¿Si viene a aprender oficio? HOMO: ¿Señor Lelio, a tales horas vos por aquí? ¿Qué queréis? Habladme. ¿No respondéis?
Hace señas que está mudo
¡Hay tal desgracia! PENDÓN: ¿Pues lloras? HOMO: ¿Qué ha de hacer mi compasión? Decidme a lo que venís LELIO: Aba, aba, ba. PENDÓN: ¿Habas pedís? ¿Mejor no fuera un jamón? HOMO: Sin duda que ha enmudecido. PENDÓN: ¡Oh, si lo fueran también cuantas mujeres non ven! HOMO: ¿Qué es lo que os ha sucedido? LELIO: Aba, aba. PENDÓN: Que vió un Abad. ¿Pues qué importa que le vea? LELIO: Aba, aba. PENDÓN: Bien deletrea; señor, ya sabe el "B. A. Ba." Escribirá cuando viejo. HOMO: ¿Lelio, no nos respondéis? ¿Qué ha sido ésto, qué tenéis? LELIO: Aba, aba. PENDÓN: Pide abadejo. HOMO: Piadoso amante que abriste a las lenguas los candados de aquellos niños sagrados cuando el dulce hosanna oístes, vuestro amor rompa este nudo, y vuelva la voz süave, porque con ella os alabe. Cantará después de mudo del modo que Zacarías aquel Benedictus tierno himno de la iglesia eterno que entonan las jerarquías.
Híncase LELIO de rodillas y hace señas de arrepentirse
Ea, Señor, que pacece que humilde os pide perdón
Dentro
VOZ: Hable por tu interceslón, puesto que no lo merece. LELIO: Pon, santo, en aquestos labios los pies, pues los has abierto. Cerrólos mi desacierto. Ellos te hicieron agravios y ellos, desde hoy más, serán de tu virtud pregoneros; murmuráronte groseros; ya desde hoy te alabarán. Ofender torpe y lascivo tu honestidad pretendí. Volvió el mismo Dios por ti, piadoso aunque vengativo. Paraíso fue tu casa. Quise entrar en ella ciego; vibró un serafín de fuego la espada que vista abrasa. Yo propongo de imitar tus virtudes desde agora. HOMO: Mi Dios, quien firme os adora no tiene que recelar. Lelio, si el frágil sujeto del hombre deja postrarse, favor para levantarse ofrece el cielo al discreto; que yerre nuestra ignorancia no es mucho, en el más robusto. Siete veces cae el justo; pero la perseverancia en el vicio, ésa condeno. Volved desde aquí por vos, por la honra vuestra y de Dios. Ponga la prudencia freno de la travesura loca y hacedme a mí una merced. LELIO: Mandad, decid, disponed. HOMO: Lo que os pido es que en la boca que abrió del cielo la ayuda viva seguro el secreto de este milagroso efecto. Esté en mi alabanza muda, si en la de Dios pregonera; que vuestro médico fue. ¿Prometéislo? LELIO: Callaré, si bien la lengua quisiera en que bajó la paloma divina, para alabaros. HOMO: No, Lelio, que es afrentaros; mirad que palabra os toma mi temor que mientras viva no contaréis lo que pasa a nadie. Volvéos a casa. LELIO: Quien de alabaros me priva que os sea ingrato me manda; pero, en fin, sois santo vos. Obedeceréos. HOMO: Adiós.
Vase LELIO
PENDÓN: Vuelva y llevará otra tanda; mas, señor, no medraremos, si en curar mudos te metes, mejor que en echar ribetes. A nuestras puertas pondremos un cartel de letras grandes donde diga, "Aquí ha venido un cirujano que ha sido protobarbero de Flandes, que quita con eficacia a las lenguas los bragueros, a los moros por dineros y a los cristianos de gracia. HOMO: Dios te la dé porque seas discreto, Pendón. PENDÓN: Sí hará. Pero más se ganará en esto que en tus tareas. HOMO: Ya es de día y no he cumplido con la obligación que tiene mi oficio. ¿Qué haré si viene la novia por su vestido y sólo está comenzado? PENDÓN: Que dilate el desposorio en día de purgatorio para ella y para el velado. Mas tus puertas se han abierto. Oye. HOMO: ¿Qué es esto, mi Dios?
Están asentados en dos banquillos. Cuando se abre las puertas, se ven dos ÁNGELES, cosiendo una ropa. Hincado HOMO Bono de rodillas, suena MÚSICA
PENDÓN: ¡No ves los Ángeles dos cosiendo? ¿No estoy despierto? ¡Oh! Aprendices celestiales tu profesión autorizan, y mienzras rezas, sastrizan. ¡Qué lindo par de oficiales! Sastres desde hoy os abono. HOMO: No oso levantar del suelo los ojos. ÁNGEL: Así honra el cielo las virtudes de Homo Bono. PENDÓN: ¡Volaverunt! HOMO: Vuestras plumas me prestad porque os alcance. No pierda yo tan buen lance, ministros de gracias sumas. Esperadme y pagareos vuestro trabajo y jornal, pues ya que falta caudal, moneda acuñan deseos. ¿Alas no tiene la fe? Pues aunque el temor las corta, fe tengo; volad, no importa, que en la iglesia os hallaré.
Vase
PENDÓN: Si todos los sastres fueran como estos dos, qué poquito se añadiera el Pendóncito, y qué menos que mintieran. Blasonen los zapateros de que nos ganan de mano San Crispín y Crispiniano, hermanos y compañeros. ¡Que presto que son felices, más lo es el oficio nuestro, donde Homo Bono es maestro y ángeles los aprendices!,
Salen LELIO, GRIMALDO, DOROTEA, SABINA y ESPERANZA
DOROTEA: Los pésames que hasta aquí me dábades y trocáis en plácemes que envidiáis por la dicha que adquirí en el esposo que tengo, confieso al paso que estimo; dióme el cielo por arrimo al santo, que a gozar vengo. ¡Dichosa casa abrasada; dichosa hacienda perdida; dichosa, aunque pobre, vida en Homo Bono empleada! ¡Ay Leio, ay Sabina, que es mi dueño un siervo de Dios! SABINA: Lástima os tuve a los dos y envidia santa después. Cosas cuentan prodigiosas de su ardiente caridad. GRIMALDO: Pues todas serán verdad si en los otros fabulosas. SABINA: Contadnos algunas de ellas, porque todas no podréis. DOROTEA: Fuera de las que sabéis, digno de amarle por ellas, una os diré solamente. Tenemos una heredad no lejos de esta ciudad pequeña, mas suficiente. Llevaba mi esposo amado, tal vez a los viñaderos, de comer, y aunque groseros, de todos reverenciado, con gusto le recibían y cada cual confesaba que en lo poco que les daba cuerpo y alma mantenían. Gustaba de ir en persona siempre que hallaba lugar, mi esposo, con el manjar. Salió una vez de Cremona, con las alforjas a pie, y en la mitad del camino vio cansado a un peregrino. Con él platicando fue, supo su necesidad, hízole que se asentase, rogóle que merendase. Es larga su caridad; dióle de lo que llevaba, con el vino satisfizo su sed. Era advenedizo, el cansancio le brindaba y el calor todo lo agota; tanto fue lo que bebió que con el vino acabó. Fuése, y llenando la bota mi dueño, en la primer fuente, llegó a sus trabaladores, agradeció sus sudores, y haciendo asentar la gente los repartió la merienda, si bien receloso estaba que el vino les desfraudaba; mas porque nadie lo entienda, bendiciendo la bebida alegre se la entregó, uno, a pechos se la echó diciendo, "No vi en mi vida vino de tan buen sabor." Afirmó luego el segundo, "No puede haber en el mundo tan generoso licor." Lo mismo dijo el tercero; mas mi esposo que pensaba que cada cual se burlaba dijo, "Un pobre pasajero pidiéndome de beber la agotó. La sed abrasa. Iremos, hijos, a casa y podréis satisfacer este engaño." De estos tales, dijeron, nos hagan ciento. Mi esposo que en su contento vio, de lo que era, señales, lo probó, y agradecido al cielo, los obligó a callar, mas no bastó, porque muchos lo han sabido, y aunque encubrirlo desea; el cielo a su fe acomoda el milagro de la hoda de Caná de Galilea. ESPERANZA: De otra suerte lo distilan los hermanos taberneros, si no, díganlo los cueros que a poder de aguas opilan. GRIMALDO: Yo le vi, aunque no ha estudiado, que una vez que disputaba un hereje y afirmaba un error desatinado, le confundió con razones de tan sutil teología que parece que tenía ciencia infusa. SABINA: En ocasiones semejantes ya yo sé que Dios en su lengua está. LELIO: Como a media noche va a la Iglesia, yo le hallé una, a sus puertas llamando, pero como no le oyeron, ellas mismas se le abrieron... mas ¿para qué estoy contando milagros, si el que hizo en mí es tan portentoso y nuevo? GRIMALDO: Contádnosle. LELIO: No me atrevo, porque callar prometí.
Sale VALERIO
VALERIO: Amigos, venid a ver maravillas que Dios hace en la humildad que sublima cuando en la soberbia abate. Ya el asombro de Cremona, el Homo Bono, aquel sastre de la Cámara de Dios, libre de la mortal cárcel del cuerpo, a los cielos vuela para que en ellos le pague con su gloria las hechuras que ajustan cuentas y alcances. Por los pobres que ha vestido quiere Dios que le acompañen ángeles, que tal vez fueron dentro su casa oficiales. Oyendo aquel sacrificio misterioso e inefable en que obliga el sacerdote que al pan Dios del cielo baje, al entonar aquel himno que ofrece glorias y paces a los cielos y a los hombres, cuando humano el verbo nace, herido el pecho de amor, como estrecho en él no cabe, tanta inmensidad de fuego en sus llamas naufragante, cedió la vida a la muerte. Llegó al fin de su viaje; voló el alma y tomó puerto en aquel feliz paraje donde arenas son estrellas, donde no llegan combates, del mar, que anega virtudes, siendo vicios huracanes. Quedó hincadas las rodillas, resplandeciendo delante del altar mayor quien puede ya calificar altares; pero escuchad, si sois dignos, las fiestas que al cielo le hace, las norabuenas que goza, los santos que a verle salen.
Corren una cortina y van subiendo con MÚSICA el santo vestido de una ropa larga de tela, con unas tijeras de sastre en la mano izquierda y en la otra una cruz
PENDÓN: ¡Ah, señor amo, ah maeso! ¿Dónde bueno? ¿Así se parte? ¿A buenas noches nos deja? ¿Sin su aprendiz se va el sastre? Pero allá no hay que coser, que es la ropa perdurable de la gloria que Dios viste sin peligro que se rasgue. DOROTEA: ¡Ay, esposo de mi vida! ¿Cómo si tanto me amaste, entre las penas me dejas y a los deleites te partes? ¿No somos los dos consortes? Llévame contigo; alcance la acción debida, que tengo a los bienes gananciales. PENDÓN: Esperanza, a un monasterio, tú motilona, y yo fraile. No hay que hablar en matrimomos, San Pendón han de llamarme. LELIO: Esta historia nos enseña que para Dios todo es fácil, y que en el mundo es posible ser un hombre santo y sastre.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 25 Jun 2002