LAS QUINAS DE PORTUGAL

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de LAS QUINAS DE PORTUGAL fue preparada por Vern Williamsen en 2000 para incluirse en esta colección. La edición que tomamos como base para fijar nuestro texto es la del COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, II (Madrid, 1907), NBAE, tomo 9.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Toda la fachada del teatro ha de estar de arriba abajo llena de riscos, peñas y espesuras, de matas, lo más verosímil y áspero que se pueda, imitando una sierra muy difícil, con las circunstancias que se dirán después. Por lo más alto de estas breñas saldrá BRITO, rústico, con un bastón largo, disparando la honda, y por en medio de las diehas peñas sale el conde don ALFONSO Enríquez en hábito de caza, en cuerpo muy bizarro
BRITO: ¡Hao, que espantáis el cabrío! ¡Verá por dó se metió! ¡Valga el diabro al que os parió! ¡Echad por acá, jodío! ¡Teneos el embigotado! ALFONSO: Enriscado me perdí, pastor, acércate aquí. BRITO: ¿Acercáosle? ¡Qué espetado! Pues yo os juro a non de San que si avisaros no bonda y escopitina la honda seis libras de mazapán (mejor diré mazapiedra) ¡Hao, que se mos descarría ell hato! ALFONSO: Escucha. BRITO: ¡Aún sería el diablo! ¡Verá la medra con que mos vino! ¡Arre allá, hombre del diabro! ¿Estás loco? Ve abajando poco a poco, no por ahí, hancia acá, ¡Voto a San, si te deslizas! ALFONSO: Acerca, dame la mano.
Acércanse
BRITO: Que has de llegar a lo llano bueno para longanizas.
Dale el cabo del bastón y tiénenle am- bos
Agarraos a ese garrote. ¿Quién diabros por aquí os trujo?
Bajando
Teneos bien, que si os rempujo no doy por vueso cogote un pito. ALFONSO: ¿Qué sierra es ésta?
Bajando BRITO hacia ALFONSO, asidos los dos al palo
BRITO: La de Braga, hacia Galicia. ALFONSO: ¡Notables riscos! BRITO: Se envicia hasta el cielo. ALFONSO: ¡Extraña cuesta! BRITO: Llámase Espantaruínes. ALFONSO: No sé yo que haya en España más escabrosa montaña. BRITO: Mala es para con chapines. Dad acá la mano. ALFONSO: Toma.
Júntanse las manos y repara BRITO en el guante
BRITO: ¿Hay mano con tal blandura? O sois vagamundo o cura. Echad por aquesta loma con tiento. ¡Hao! Que caeréis.
Van bajando poco a poco de las manos
ALFONSO: ¿Hay peñas más enriscadas? BRITO: ¡Manos de lana y peinadas! ¡Qué guedejas, hao! Me oléis a poleo. ¡Pregue a Dios que no encarezcáis la lleña! ALFONSO: No malicies. BRITO: Pues ¿hay dueña que las traiga como vos? ALFONSO: ¿Nunca viste guantes? BRITO: ¿Qué? ALFONSO: Éstos. (Simple es el villano.) Aparte
Descálzase uno
BRITO: ¡Aho, que os desolláis la mano! ¿Estáis borracho? A la hé que debéis ser fechicero. El pellejo se ha quitado y la mano le ha quedado sana apartada del cuero. Las mías ell azadón las ha enforrado de callos. Pues que sabéis desollallos, hacedme una encantación; o endilgadme vos el cómo se quitan, que Mari Pabros se suele dar a los diabros cuando la barba la tomo.
Bajando
ALFONSO: ¡Sazonada rustiqueza! BRITO: Por aquí, que poco falta de la sierra. ALFONSO: Ella es bien alta y escabrosa su aspereza. BRITO: Y decid, por vuesa vida, ¿qué se puede desollar la mano sin desangrar quedando entera y garrida? ALFONSO: Anda, necio. La que ves es una piel de cabrito o cordobán. BRITO: ¡Pues bonito soy yo! ALFONSO: Adóbanla después y ajustándola a la mano del polvo y sol la defiende. BRITO: ¿Sí? ¡Bueno! O sois brujo o duende. Vos pensáis por lo serrano burlarme. ¿No está apegada con la carne a esotra? ALFONSO: No. BRITO: No os la vi desollar yo? ALFONSO: Estaba en ella encerrada como tu pie en esa abarca. BRITO: Ataréislas por traviesas, que ya yo vi manos presas por retocar lo dell arca; Mari Pabros mé pedía la mía de matrimeño y yo, como amor lo enseño, dándole a esotra vacía burlada se quedaría
Ya están abajo
si por Olalla la dejo, que hay mano que da el pellejo, pero no la voluntía, y porque ya estáis abajo adiós, que all hato me vó. ALFONSO: Quiero desempeñar yo las deudas de tu trabajo. Toma este anillo. BRITO: ¿Este qué? ALFONSO: Sortija. Es de oro. BRITO: Verá; mijores las hay acá de prata. Se le daré a Mari Pabros. Señor, ¿qué es esto que relumbrina? ALFONSO: Un diamante, piedra fina. BRITO: Lo que llaman esprendor el cura y el boticario. ALFONSO: ¿Quién? BRITO: Un par de entendimientos que, a falta de pensamientos, mos habran extraordinario; y hay en nueso puebro quien mos avisa esto que oís, echan al centeno anís para que mos sepa bien; habran los dos tan prefundo que los doy a Barrabás y porque no es para más, adiós, hasta el otro mundo.
Vase
ALFONSO: Dudo que puedan hallarme en tan distante espesura mis monteros. ¡Oh hermosura! Tú has venido a enajenarme de mi gente y de mí mismo. Es doña Elvira Gualtar objeto digno de amar, pero en el hermoso abismo que mi memoria atropella, anegadas mis pasiones falto a mis obligaciones. Dos ángeles tengo en ella, dos niñas, que de mis ojos niñas han venido a ser para no dejarme ver más que sus bellos despojos. Soy conde de Portugal, y por la madre y las hijas ocupaciones prolijas de un gobierno casi real olvido. Pero ¿qué es esto?
Suena música. Ábrese toda la montaña desde la mitad abajo, quedañdo descubierta una cueva capaz, toda entapizada de hiedra, flores y romeros, techos, paredes y suelo. En medio de una mesa de hierbas, y asentado en un peñasco, la cara a la gente, GIRALDO, viejo venerabilísimo, vestido de estera de palma, con algunos libros como que los estudia; a un lado de la puerta de la cueva una palma, colgando de ella las armas que aquí se dicen. Las peñas por donde bajó el ALFONSO, levantadas agora, servirán a la cueva de chapitel y toldo
ALFONSO: Los peñascos, obeliscos de esta sierra, entre sus riscos, dividiéndose, han compuesto entre su nevado espacio un modo de solio regio ..................... [ -egio] que de la aurora es palacio; las peñas sus capiteles, con majestad elevados, techumbres suplen dorados. Hierbas sirven de doseles que, entretejidas de flores, trepan sus ramas inquietas por jazmines y mosquetas con brazos escaladores. Desde el verde pavimento hasta el florido artesón da causa a la admiración que le juzga encantamento. Una senectud se eleva prodigiosa y venerable que, con respeto agradable, el centro ocupa a la cueva. Trofeos son de esta palma la espada, yelmo y arnés. Algún héroe portugués por la milicia del alma los materiales olvida. Libros, estudioso, hojea. ¡Qué bien sus ocios émplea! ¡Qué bien retirada vida! Amagos muestra divinos. Toda el alma me ha robado.
Quiere retirarse asombrado y levántase GIRALDO y sale deteniéndole
GIRALDO: Detén, huésped deseado, el paso a tus descaminos. Por dicha, ¿eres portugués? ALFONSO: Por dicha y mucha lo soy, pues las dichas que medro hoy en verte son interés el más nuevo que jamás de mi discurso el exceso, apeteció. GIRALDO: Según eso al conde conocerás Alfonso Enríquez. ALFONSO: Criéme en su casa y compañía, y tanto de mí se fía, que, para que más se extreme la privanza afectuosa con que siempre me estimó, podré decir que él y yo somos una misma cosa. GIRALDO: Con eso ha calificado dignamente la elección de su mucha discreción; pero ¿quién lo ha derrocado por aquestos precipicios? ALFONSO: Cazando, al conde perdí no muy distante de aquí. GIRALDO: Son honestos ejercicios los que imitan la milicia, ensayando entre las fieras burlas que enseñan las veras cuando es menos la codicia de esa noble ocupación y goza de paz su estado. Yo sé que te habrá causado justamente admiración el verme, cuando penetras soledades enriscadas, colgar armas jubiladas y dar el ocio a las letras. ALFONSO: Dices, padre, la verdad. GIRALDO: Pues para que se la cuentes al conde, y los accidentes de la Fortuna en mi edad última con más consejós le hagan volver sobre sí, siéntate, joven, aquí, que los líquidos espejos de esta fuente y lo habitable de esta sombra, los acentos de las aguas y los vientos harán mi historia agradable.
Siéntanse sobre dos peñas
GIRALDO: En la ciudad de Oporto, donde el Duero, para que nazca mar, expira río, flor en botón, nací del cano enero de un tronco generoso, padre mío. No sé, al nacer, lo que lloré primero, o su muerte o mi vida que rocío consume el sol que llora la criatura el breve tiempo que su aliento dura. Huérfano, en fin, en mi inocente infancia, con poco amparo y menor herencia, la industria supo hacer a la ignorancia en mis primeros años resistencia. Entorpece ociosa la abundancia, y la penuria es toda diligencia. Ésta, pues, que el valor no desperdicia, me llevó, ya mancebo, a la milicia. Vino a Castilla el conde don Enrique, hijo cuarto del duque de Borgoña, ramo del francés lirio a quien dedique triunfos la flor que en Portugal retoña, porque eterno en Alfonso se fabrique el regio asilo contra la ponzoña del Alcorán, y con mejor fortuna pise el sol de su cruz su media luna. Sirvióse Alfonso el sexto de su espada, siempre fiel y a su lado vencedora; ya en su fortuna adversa, aunque amparada del toledano alarbe, si hay fe mora, ya en la propicia con la destinada muerte del rey, su hermano, que en Zamora infancias dio a Bellidos y escarmientos a monarcas que quiebran juramentos. A la sombra, pues, yo de la milicia del héroe Enrique, borgoñón famoso, medré con su privanza, la noticia del marcial ejercicio siempre honroso rey en León, Castilla y en Galicia, Alfonso el sexto, y para mas honroso blasón que siempre el africano tema imperial en sus sienes la diadema. A nuestro Enrique con su gente envía por capitán de la conquista santa que oprrme la otomana tiranía, llora la iglesia y la blasfemia canta. Partí con él, y mereció en Suría por muestra del valor que le adelanta del papa Urbano, que quién es conoce, que uno le elija entre sus pares doce, presuma numerar los que desata átomos, esa antorcha de los cielos, oro en la arena, en las estrellas plata, al viento soplos y a las aves vuelos. ¿Quién a lo que hizo Enrique en Damiata y en Antioquía atreva paralelos? Que no hay bastante, cuando afecte suma, bronces a estatuas ni a vitorias pluma. Entró Godofredo, en fin, triunfante en la ciudad gloriosa en que la vida el Dios de Amor perdió de puro amante, ingrata, y de su púrpura teñida de aquélla que creyéndola diamante Melquisedec fundó, y ennoblecida sobre cuantas el sol dora y conoce, metrópoli amparó en los tribus doce. Allí, después que nuestro Enrique alcanza fama inmortal, que encarecer no puedo, único premio suyo, su alabanza, le enriqueció el glorioso Godofredo con el divino hierro de la lanza --bañado en gozo al referirlo quedo-- hierro que abrió de amor todo el abismo, sangre a la redención, agua al bautismo. Dióle más, una parte sacrosanta de la diadema regia, la corona que con tanta crueldad y espina tanta a Dios castiga, porque Dios perdona, de aquel árbol un trozo, aquella planta que la granada augusta nos sazona, pechiabierta, purpúrea, coronada, que en el altar es pan, si allí granada. Añadióle con esto una sandalia, depósito preciso del aliño que produjo más flores que Thesalia, que vistió más purezas que el armiño, que el ámbar, que el almizcle, que la algalia que el amor, que el deleite, que el cariño, de Pafos de Pancaya en flores bebe, de María sandalia urna de nieve. De Magdalena, como blanca espuma una toca de aquella enamorada pirausta de su Dios, sin que consuma incendio tanto, tanta fe abrasada el brazo de San Lucas que en la pluma y en el pincel nos feria trasladada al oído la fe, copia a la vista, su médico, pintor y evangelista. Victorioso volvió con tanta empresa a los brazos del rey, que le recibe en Toledo, triunfante, y le confiesa que en el Asia por él su fama vive. Premióle yerno suyo, con Teresa, carísima hija suya, y le apercibe a que por juro de heredad posea a Portugal y conde suyo sea. Dióle en mi patria a la ciudad de Oporto, a Coimbra, a Viseo y las amenas regiones que en espacio y sitio corto bañan de Duero y Miño las arenas, la Beira y Tras os Montes; y le exhorto que debele las lunas sarracenas, a cuyos africanos desleales diez y siete batallas dio campales. En Guimaraes su corte constituye, desde ella gana la ciudad de Ulises, la gran Lisboa, en quien el Asia incluye profética opresión de sus países. ¡Oh Menfis española! El tiempo que huye con plumas de sus años, a que pises te destina los indios Dulimanes, de zamorines, chinos e hildocanes. Con católicas mitras las cabezas ciñó de Braga, hispana primacía, de Oporto y de Coimbra. ¿Qué grandeza no adquiriría a quien Dios su culto fía? En Viseo, en Lamego, entre asperezas otras dos catedrales también cría. Salomón en la paz, cuyos ejemplos pontífices colocan, labran templos. Siempre a su lado yo, siempre valido, aliento su valor, sigo su fama; pero una vez, por verle divertido en los amores ciegos de una dama, de mis fieles consejos ofendido, mariposa a la luz de inquieta llama, de su corte y condado me destierra; trueco su indignación por esta sierra. Vivido la he su huésped cuarenta años, colgando de esa palma, entre trofeos, escarmientos que medran desengaños, ambiciones que mueren en deseos. Las encinas robustas, los castaños, han suplido al sustento los recreos de la gula, que a tanto vivo incita, dichoso quien lo menos necesita. Supe--no me preguntes de qué suerte-- que cumplió el magno Enrique con la paga fatal, ejecutora al fin la muerte, y que con la condesa yace en Braga; que Alfonso Enríquez, cuyo brazo fuerte del valor heredero que propaga, no sólo en sus estados le sucede, sino que aventajarle en triunfos puede. Que nació lastimando compasiones, pegadas con las piernas las rodillas, que don Egas Muñiz con oraciones mereció en su salud ver maravillas; que, joven, se sujeta a sus pasiones, y en vez de valeroso reprimillas, a una mujer las postra, por que iguale, haciendo que hile, a Alcides con su Onfale.
Levántanse
¡Oh joven esclarecido! Tú eres éste, tu rama de Borgoña y de las lises del sexto Alfonso nieto manifieste en ti su sangre, porque alarbes pises; huye esa Circe, contagiosa peste; pues heredas a Ulises, sigue a Ulises, y no te canses en hacer buscarme, que hasta el mayor aprieto no has de hallarme.
Éntrase GIRALDO en la cueva y clérrase como primero
ALFONSO: Volvió a cerrarse la roca del prodigio pedernal, y aun no ha dejado señal de adónde tuvo la boca. Alma es que a su centro toca la senectud venerable de su huésped; cuanto afable, digno tanto de respeto, ocultómele, en efecto, su depósito admirable. ¡Válgame Dios! ¡Que de suerte me haya el veneno adormido de una beldad! ¡Que haya sido forzoso que me despierte un retrato de la muerte! ¡Que sea tal el frenesí que sin seso apetecí, que ocasione de este modo a que se abra un monte todo para que yo vuelva en mí! Predicóme un casi muerto que este sepulcro escondía, y aunque en desierto, alma mía, no es predicar en desierto; túmulo es el que se ha abierto en este monte excesivo, y ya por él me apercibo a que, tirando la rienda, ni un mármol me reprehenda ni un muerto predique a un vivo.
Salen don EGAS, don GONZALO, don PEDRO, BRITO y otros
BRITO: Digo que según las señas que a sus mercedes oí, es el mismo que por mí no dio desde aquesas peñas al valle cogote abajo. El ha de ser un garzón entre lampiño y barbón, .................. [ -ajo]; que tieso lo pisa y huella, y al revés de los cristianos, tiene dos pares de manos y sin sangre las desuella; en lo demás muy buen hijo, pues cuando del puesto abaja, por quitarme allá esta paja no da menos que un sortijo.
Muéstrasele
GONZALO: Éste es suyo. EGAS: Y éste el conde. ALFONSO: Pues, amigos. GONZALO: Gran señor, el pozo tras el temor mas alegre corresponde a la esperanza y deseos; los pies pido que nos des. BRITO: ¿Para qué querrán los pies? ALFONSO: Perdíme entre los rodeos de este bosque y selva espesa. EGAS: Vuestra alteza, conde, ha dado un susto a nuestro cuidado. BRITO: ¿Que se llama Cosme Artesa? Sabrélo de aquí en delante. GONZALO: Bueno Portugal quedara, conde infante, si os llorara perdido. BRITO: ¿Cosme Elefante es también y Cosme Artesa? Tendrán por allá los hombres como las manos los nombres a pares. Señor, me pesa de no herle mercé enfenito; un pastor es ignorante, pues si él es Cosme Elefante y Artesa, siendo yo Brito, es siempre la gente nuesa; pero su perdón me dé que desde hoy le llamaré Cosme, Elefante y Artesa. ALFONSO: Cese, don Egas Muñiz, la caza que Marte ensaya; Gonzalo Méndez de Amaya, Pedro Páez, Duarte Ruiz, logremos las esperanzas que el valor busca en las veras; si hay moros, ¿para qué fieras? ¿Para qué bosques, si hay lanzas? No cubra el orín arneses que la ociosidad infama cuando el asombro nos llama invencibles portugueses.
Sale don GONZALO con un escudo que tenga en campo de plata una cruz azul atravesada, como está
ALFONSO: Dadme, Gonzalo, ese escudo; en él mi progenitor, por alentar mi valor, las azules bandas pudo esmaltar que el blasón franco a su ascendencia donó; pero mi padre estimó en más, dejándolo en blanco, que con victoriosas pruebas sus hazañas laureadas, en vez de las heredadas, le adquiriesen armas nuevas; y después que éstas a luz sacaron de esas proezas las no imitadas grandezas, puso la celeste cruz en campo de limpia plata, en fe que Jerusalén las suyas quiere que den premio a quien en Damiata triunfó del egipcio espanto; cruz azul, señal del celo con que restituyó al cielo de Dios el sepulcro santo. En esta cruz, pues, divina jurad todos, yo el primero, no desnudar el acero
Chirimias
mientras la alarbe ruina a mi Portugal posea, mientras la secta lasciva en nuestras comarcas viva. Esto, vasallos, desea vuestro conde, vuestro infante, sucesor de Enrique y nieto de Alfonso rey.
De rodillas, cada uno la mano sobre la cruz del escudo
EGAS: Yo prometo, mientras adorne el turbante morisco la media luna, no desnudar el arnés. GONZALO: Valor tengo portugués; yo seguire tu fortuna. PEDRO: Lo mismo juro. ALFONSO: Pues alto, lusitanos belicosos, despejad bosques ociosos, que si los muros asalto de Santarén, y allí dejo enarbolada la cruz, yo haré que el moro andaluz nos desocupe a Alentejo. BRITO: ¿Y seré yo si le sigo; también valiente, señor? EGAS: ¿No eres portugués, pastor? BRITO: ¡Y cuómo! EGAS: Vente conmigo, que el serlo sólo te basta. BRITO: Mari Pabros, adiós, pues, que va Brito portugués a her en Mahoma casta. PEDRO: ¡Viva nuestro conde infante, sol de la luz portuguesa! BRITO: ¡Viva nuestro Cosme Artesa, Cosme Artesa y Elefante!
Vanse. Salen retirándose de ISMAEL,un moro, doña LEONOR y una DAMA suya
DAMA: Retírate, que se acerca. LEONOR: ¡Que se atreviese hasta aquí este bárbaro!
Sale ISMAEL
ISMAEL: Perdí el lance. Entróse en la cerca. LEONOR: Subamos al homenaje; veremos lo que este perro pretende. ISMAEL: Amor, de este encierro sacad mi sol, que es ultraje que, rayo de pluma vos, cuando se subiera al cielo, no alcanzárades su vuelo. ¿Para qué os blasonáis, dios, si ni con flechas ni llamas habéis podido vencer el curso de una mujer? ¡Ah de mi gente!
Arriba doña LEONOR
LEONOR: ¿A quién llamas? Alarbe loco, ¿qué intentas? Este castillo, ¿no sabes que fía su guardia y llaves a un portugués que en sangrientas lides partió más turbantes que seca Agosto amapolas, que el Tejo se viste de olas, que al cielo bordan diamantes? ¿Sabes que es Vasco Cautiño su alcaide y que mi padre es? ISMAEL: Sé que es el sol portugués desde que el hermoso aliño con que dora sus cabellos A los vuestros trasladó, para que, abrasado yo, fénix me consuma en ellos. Sé que, aunque pena no os da mi esperanza por vos seca, sois mi Mahoma, mi Meca, mi sol, mi cielo, mi Alá. Sé, en fin, siempre que os diviso, que a unirnos el ciego dios os preciara más a vos que a todo su paraíso. LEONOR: Pues ¿tus moros qué dirán contra tu Alcorán blasfemo? ISMAEL: ¿Qué moros, si a Alá no temo? Vos sola sois mi Alcorán. LEONOR: ¿Cómo a pasar te atreviste de esotra parte del Tejo? ISMAEL: Por ver si todo su espejo llamas de mi amor resiste; mas son mis incendios tales que, después que le pasé, mi contagio le pegué, y en vez de correr cristales corre llamas, todo ardores; llamas sus vecinas ramas, sus peces son todos llamas, llamas sus riscos y flores.
Cáesele a LEONOR un guante
LEONOR: ¡Ay cielo! Cayóseme un guante. Déjale, moro.
Cógele ISMAEL
ISMAEL: ¿Que le deje cuando adoro marfil de quien funda fue? Cifraré en él mis venturas, y ya que la mano no, el telllz que la cubrió, urna de cinco hermosuras, plantel de tanta mosqueta, ocaso de tanto sol, nube de tanto arrebol, aljaba a tanta saeta, mi esperanza de él vestida será mi mayor tesoro. LEONOR: Déjale, bárbaro moro, que te ha de costar la vida. ¡Ah del castillo, ah soldados! ISMAEL: Dile a tu Vasco Cautiño que, mientras que con él ciño un alma toda cuidados, por ser del alba española, le procure restaurar, que mi lanza ha de adornar por divisa y banderola; que junto al Tejo, Ismael, rey de toda Extremadura le aguarda, que su ventura pruebe y que venga por él. LEONOR: No es digna suya esa empresa; yo te quitaré arrogante, con la torpe vida, el guante,
Tocan alarma
que soy Leonor portuguesa.
Vase. Sale ZULEMA, moro
ZULEMA: Defiende, rey invicto, exaltación de lunas sarracenas, tu corona y districto, si mientras que conquistas las ajenas, esparciendo tus copias, no quieres esta vez perder las propias. Alfonso Enríquez, conde lusitano, infante de Castilla, nieto de Alfonso sexto soberano, hijo de Enrique, a quien postrada humilla la cerviz arrogante del otomano el célebre turbante, el Tejo armado pasa y con un escuadrón, si en suma breve, inmenso en el valor, incendio abrasa tus tierras, rayos ellos, ellas nieve; y por que tu diadema le corone, a Santarén se acerca y sitio pone. ISMAEL: ¡Cobarde! ¿De eso muestras el miedo infame que en tú pecho mides? ¿Anuncias dichas nuestras y albricias no me pides, cuando si el Tejo por su daño pasa la dicha de tal bien se me entra en casa? ¿Nó reino en Badajoz? Extremadura, ¿no es noble herencia mía? ¿No tengo en lo mejor de Andalucía cuanto entre valles, riscos y espesura ciñe Sierra Morena con más vasallos que su falda arena? Cinco reyes con parias me tributan, a camellos, el ámbar, oro y plata, las bengalas, el nácar y escarlata con que al gusano tejedor disfrutan y entre aromas arabios estiman en mis pies poner sus labios. Cada cual de éstos tiene cincuenta mil armígeros alarbes, que si ese Alfonso viene, los fosos, las murallas, los adarbes cubrirán como a Ceres los manojos de cimitarras y bonetes rojos. Llegue ese mozo ciego; la presunción se acerque lusitana, que presto las orillas del Mondego, reconociendo a las de Guadiana, con el acero que monarca ciño, al Tejo, juntarán el Duero y Miño.
Vase. Toquen marcha, y sale el conde ALFONSO Enríquez, don EGAS, don GONZALO, don PEDRO y SOLDADOS
ALFONSO: Lusitanos invencibles, luz del blasón portugués, asombro un tiempo de Roma y rayos de su laurel, siempre la primera hazaña, si llega a lograrse bien, alienta con más valor las que se siguen después. Pasado habemos el Tejo; al margen hermoso de él, sobre una peña tajada se blasona Santarén inexpugnable al asalto. Deleitoso, capitel sirve a ese risco, diademas donde el sol asiente el pie. Su fundación, que compite con los tiempos, corto fue de Avidis, que agricultor heredó a Gargoris rey la corona y las hazañas. Gargoris heroico, aquel construidor de los enjambres repúblicas de la miel, aquí alimentando a Avidis con su néctar, merecer pudo a Santarén el nombre de Escalabis, esto es lo que en latín esca abidis, manjar de Abidis, si bien le mudó la virgen mártir Santa Inés, en Santarén. Desde el infelice godo hasta ahora lo posee la blasfemia desbocada, y en nombre suyo Ismael. Descuidados tiene el ocio sus bárbaros, y ya veis que la presteza asegura más victorias que el poder. Escalémosla de noche, por que cuando el sol nos dé entre celajes del alba perfiles de rosicler, tremolando en sus almenas la cruz que a Jerusalén restauró mi padre Enrique, sus lunas postre a los pies. Pocos somos, si al asalto cuenta del número hacéis, si del valor infinitos, porque cada portugués es un ejército, un campo, un escuadrón, un tropel que eminentemente cifra más héroes que Apolo ve. Pase del sueño a la muerte tanto Holofernes cruel; Judit es nuestra justicia, su alfanje en mis manos veis. Dadme esta villa, soldados, y con César cantaré desde hoy, veni, vidi, vici, vine; vi y llegué a vencer. EGAS: No necesitas, gran conde, de alientos para encender pechos que ya son volcanes, valor que ya es Mongibel. GONZALO: Morir o vencer juramos, o morir hoy o vencer. PEDRO: Del pavés sobre sus muros, o muertos sobre el pavés. ALFONSO: Éstas son sus torres altas; el escalador cordel nos facilita el silencio. EGAS: ¿Qué es escala o para qué? Arrimándome a una pica, talares llevo en los pies para volar por sus muros, no, huyendo para correr. ALFONSO: ¡Oh, portugués Viriato! ¡Oh, escuadrón invicto y fiel! Viva la cruz!
Tocan alarma
TODOS: ¡Viva Alfonso! ALFONSO: ¡Viva, decid, nuestra ley!
Desnudan las espadas y éntranse, y dicen dentro, tocando a guerra
MORO 1: ¡Aquí de la villa, Alarbes, las murallas socorred, que el cristiano nos la usurpa! MORO 2: ¡Que nos entra a Santarén!
Entrando y saliendo, pelean MOROS y CRISTIANOS
EGAS: ¡Ah, perros! En vuestra sangre pienso hoy apagar la sed que ha tanto que me provoca. MORO 1: Huye, Hamete.
Tocan alarma
MORO 2: Huye, Muley.
Salen dos MOROS dando de cuchilladas a BRITO, que sale de soldado gracioso
BRITO: Estése quedo, le digo. ¿No hay son pegar y correr? ¡Verá la tema en que han dado! Yo, ¿qué le he hecho? MORO 1: Vengaré, cristiano vil, en tu vida tantas muertes.
Dale en el broquel
BRITO: ¿Otra vez? ¿Han vido y cómo sacude? MORO 2: No ha de quedar portugués que no destroce este brazo.
Dale
BRITO: Médico debe de ser; compre mina y traiga guantes, matará de cien en cien con los botes de botica, balas de pugín y hamet, flechas de un récipe escrito, pólvora en polvos de sen, espátulas por espadas, julepes de Locifer, que yo, señor, no me purgo; mas si purgo, acérquese, que si el doctor cursos cuenta, ya pasan en mí de diez. MORO 1: Muere, perro, y no hables tanto.
Dale
BRITO: ¿Perro yo? Debe querer, si me mata, dar conmigo perro muerto a la mujer. Quedo, ¿no ves que soy moro? MORO 1: ¿Moro tú? BRITO: Pues ¿no lo ves? MORO 2: ¿De Santarén? BRITO: Sí, señores, moro soy de santi-amén. MORO I: Pues ¿por qué en cristiano traje?. BRITO: Estuve al cabo una vez, y prometíle a San Roque o a su perro de traer esta ropa un mes entero. MORO 2: ¡Oh, blasfemo!
Dale
BRITO: Pues un mes el hábito no hace al monje.
Salen don EGAS y don ALFONSO
EGAS: Gracias al cielo se den, que ya es Santarén cristiana; ya Sïón, si fue Babel. ALFONSO: Ea, don Egas Muñiz,
Vase el un MORO
¡viva nuestra santa fe!
Vase don ALFONSO
BRITO: Señor don Agraz Muñoz, socórrame su mercé, que este moro da en pegarme sin por qué ni para qué. EGAS: Pues ¿por qué tú no le matas? BRITO: Nunca en el quinto pequé ni he aprendido a matar galgos, porque no son de comer. EGAS: ¡Ah, cobarde! BRITO: ¿Qué quería? EGAS: ¿Eso dice un portugés? BRITO: Péguelos en caperuza, quizaves me avezaré. EGAS: Pues mira, así has de matarlos.
Dale al MORO
MORO 1: ¡Válgame Mahoma!
Cae muerto dentro
BRITO Amén. EGAS: De este modo se pelea. BRITO: ¿Y este murió?
Tocan alarma
EGAS: ¿No lo ves? BRITO: Muerte ha sido sopitaña, no hiciera más a traer el alma el moro a la posta; pero, aguarde, y le daré al primero que topare, como a esotro, pan y nuez.
Tocan alarma. Salen otros MOROS todos peleando
MORO 2: ¡Yo venderé bien mi vida! BRITO: Pues yo vos la compraré.
Dale BRITO, y cae el MORO dentro
MORO 2: ¡Ay, Alá! BRITO: Lo que hay allá, perrengue, es resina y pez.
Riéndose
Pardiez, que caen como moscas; si sale otro volveré a asegundar coscorrones. MORO 3: La vida llevo a los pies. BRITO: Si vos libráis de mis manos.
Dale y cae dentro
MORO 3: ¡Muerto soy! BRITO: ¡Zape! ¡Pardiez que tras esta matación las manos me he de comer! ¿Que aquesto era matar moros? De aprendice puedo ser protomédico de galgos; pués yo os juro, a non de diez, que yo desemperre a España. TODOS: ¡Victoria! GONZALO: Ciña el laurel tus sienes, Alfonso invicto.
Éntranse. Salen tres MOROS contra BRITO
MORO 2: Rayo es este portugués. Huir, moros, de su furia.
Huyen
BRITO: De mis manos no podréis, porque estó engolosinado. MORO 1: Uno es solo y somos tres; pues la fuga nos impide, ¡a él, amigos!
Tocan alarma
TODOS: ¡A éll BRITO: ¿A mí, alcurcuces, a mí? Pues agora lo veréis.
Mételos a cuchilladas y tocan al arma

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Las quinas de Portugal, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002