EL MELANCÓLICO

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 1998. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Emilio Cotarelo y Mori (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, tomo I, NBAE 4, 1906).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen LEONISA y FIRELA, pastoras, con líos de ropa en las cabezas, y CARLÍN, pastor
FIRELA: Carlín, déjanos aquí; no seas siempre pelmazo. CARLÍN: Pues ¿qué importaba un abrazo, si ves cuál ando tras ti? FIRELA: ¿Cuál andas? CARLÍN: Cual te dé Dios la salud. Ando cual ves. FIRELA: ¿Cuál andas? CARLÍN: Ando en dos pies, porque andas tú en otros dos. FIRELA: En cuatro fuera mejor, que eres un asno CARLÍN: Si tratas de que ande, Firela, a gatas a gatas anda el Amor, que es niño, aunque canas tién. LEONISA: Déjanos ir a lavar, que es tarde. CARLÍN: Pues no han de hablar. LEONISA. Déjale, Firela, y ven. CARLIN: ¡Válgame Dios! ¿También lla rezonga? Pues venga acá. ¿Qué cuenta al cura dará después, mi pastora bella, si por no amarme me mata? FIRELA: ¡Oh, qué pesado que estás! CARLÍN: El quinto, no matarás. No matéis, Firela ingrata, con desdén a las criaturas, que tenéis, aunque gallarda, mucho, Firela, de albarda en esto de her mataduras. FIRELA: Mira que estamos cargadas con los líos de la ropa. CARLÍN: Si no más de en eso topa, ¿hay son soltarlo, y sentadas escuchar la arenga larga de mi amor? Soltaldos--¡ea!-- que lo que el amor desea es echarse con la carga. Lejos está el lavadero escuchad mis desvaríos, y yo os llevaré los líos. LEONISA: Oye aqueste majadero, porque la ropa nos lleve y acabe ya de cansarte, que tengo a solas que hablarte. FIRELA: Vaya. CARLÍN: Vaya. FIRELA: En breve. CARLÍN: En breve. Mi burro y, yo...; no va bien, que el burro no ha de ir delante. Yo y mi burro...; ¡qué ignorante! Cuantos a un borrico ven cargado ¿no es cosa clara que lleva al dueño tras sí dándole de palos? FIRELA: Sí. CARLÍN: Pues llevando yo la vara con que darle, cuesta arriba y cuesta abajo, a compás, llevándome a mí detrás, el burro delante iba. LEONISA: ¿Y eso importa para el cuento? CARLÍN: ¡Válgame Dios! De aquí arguyo que es bien darle lo que es suyo también al pobre jumento. FIRELA: Pasa adelante. CARLÍN: ¿Quién? ¡Yo! Si adelante he de pasar, no querrá el borrico andar porque si detrás no vo se me aleva al primer paso, que es bestia de mucho tiento. FIRELA: Que pase adelante el cuento, te digo. CARLÍN: Vamos al caso. La borrica del barbero, que venía del molino, luego que a mi pollino, --no sé yo quien vio primero a quién--mi burro bajaba, y, la borrica sobía; la vista el burro ponía en cada paso que daba. La burra, al sobir la cuesta, no le debió de mirar, porque nunca suele alzar los ojos, que es muy honesta. LEONISA: Acaba ya. CARLÍN: No se aburra; mas diga, cuando se ven, ¿quién mira primero a quién, amándose, el burro o burra? FIRELA: Ambos a dos, si en tal caso es igual la voluntad. CARLÍN: ¡Por Dios que decís verdad! Así hué. vamos al caso. El burro, como se pica de cortesano, al pasar, a la burra hizo lugar; mas díjole la borrica, "No pasaré, ciertamente; pase vuesa borriquencia." Dijo él, "No haré en mi conciencia." Yo, que estaba ya impaciente, alzando la vara y voz, le di un palo entre las cejas; y ella alzando las orejas, le dio al borrico una coz tal, que ha menester braguero, porque está el pobre quebrado. El alcalde ha sentenciado que la burra del barbero, si mi burro lo consiente, con él tién de desposarse, porque el dar coz es casarse por palabras de presente. Mas yo por eso no paso. FIRELA: Pues eso ¿qué tién que ver, bestia, con darme a entender el tu amor? CARLÍN: Vamos al caso. El dar coces, ¿no es, Firela, querer desposarse dos? Dadme, pues, una coz vos, con botín o con chinela; cuésteme una quebradura, aunque os estará a vos mal, que con esto no habrá tal como ahorrar de baile y cura; pues si por plieto se saca, venirnos los dos a ser tan marido y, tan mujer como Adán y doña Urraca. Y porque no es para más y voy a buscar amigos, de este concierto testigos, porque no os volváis atrás, los líos que os prometí llevo a la huente veloz; mas mirad dó dais la coz, no os quejéis después de mí.
Vase CARLÍN con los líos
LEONISA: Es un tonto; déjale; no hagas caso de él, Firela, que cosas de más caudal te quieren decir mis quejas. Ese Rogerio, aquese hombre que tiene el alma de piedra en cuerpo de hueso y carne, descuidado me desvela. Ése, que todo lo sabe, y haciendo del campo escuelas, le llaman Fénix los sabios en las armas y en las letras, desdeñoso, presumido, con saber todas las ciencias, ignora las del amor, que son las que el alma precia. Bien sabes tú, mi pastor, que me da nombre esta sierra verdadero, de crüel, si mentiroso, de bella. Aunque entre frisa y sayal nací, serrana grosera, en cuerpo humilde y villano aposento un alma reina. Caudalosos ganaderos juran--podrá ser que mientan-- que el alma les tiranizo cautiva de sus potencias. ¿Qué abril de la juventud no me ofrece, si no pecha entre esquilmos de intereses tributos de gentilezas? ¿Qué tálamos de deseos no son túmulos que enseñan de desdenes homicidas esperanzas ya funestas? ¿Qué tronco no es ya letrado a puras cifras y empresas, libros de la voluntad, del sencillo amor imprentas? ¿Hay fuente que no murmure mi rigurosa aspereza? ¿Prado que no me retrate? ¿Eco que no me dé quejas? Pues a todos soy ingrata. Sólo agradecida, necia a un hombre sabio, ignorante, que enamorando atormenta. FIRELA: Rogerio, Leonisa mía, que en tantas cosas diversas se ocupa, no da al Amor, ociosa deidad, licencia. Es padre suyo Pinardo, y sucede en la herencia de estas fértiles montañas, que rústicos pueblos cercan. Tenémosle por señor, y como tal le respetan los frutos de aquestos valles, que siempre le pagan renta. No querrá humillar el alma a pastoriles bellezas, que entre sayales vasallos se ensoberbece la seda. Hale enseñado su padre todas sus armas y ciencias porque le herede su ingenio como el estado le hereda. Las letras, según el cura, causan al sabio soberbia. Sabio es Rogerio; ¿qué mucho, si lo es, que se ensoberbezca? Tú, si bien la más hermosa, eres hija de una aldea, pajiza choza tu casa y tu dote cien ovejas. A la sombra de las canas que obediente reverencias, mil aldeanas te envidian, mil zagales te desean. ¿Qué abril hay que en flor y en rama no te entapice la puerta? ¿Qué Mayo en gigantes mayos que a tu puerta no amanezca? Quiere a quien te quiere bien, e imposibles locos deja, que del brocado y sayal nunca se hizo buena mezcla. LEONISA: Eso díselo tú al alma; verás, amiga Firela, qué de cosas te responde en mi abono y su defensa. ¿Él amor no es fuego? FIRELA: Sí. LEONISA: ¿Y éste, por naturaleza, no sube lo más arriba que es posible hasta su esfera? FIRELA: Así será , pues que tu lo afirmas que eres discreta. LEONISA: ¿Pues qué importa que esté el fuego cebado en la tosca leña o en la despreciada paja? ¿Por eso es razón que pierda su inclinación generosa y que el subir no apetezca? Pues ¿qué importa que mi amor cebado en alma grosera, humilde sujeto abrace, si experimento en mí mesma que a pesar de mi ser tosco, subir al valor intenta de Rogerio, noble y rico, que es centro donde sosiega? Todas las almas, amiga, son iguales. La materia de los cuerpos solamente hacen esa diferencia. Alma noble me dio el cielo. No te espantes si con ella el amor, fuego con alas, intenta subir y vuela. A Rogerio he de adorar. FIRELA: Basta, que estás bachillera, después que en Rogerio sabio tus esperanzas alientas. Vamos a lavar agora, por ver si en la fuente templas ardores tan desiguales. LEONISA: No hayas tú miedo que pueda, que es poca el agua del mar. FIRELA: Los serranos que desdeñas, ¿qué han de hacer, si no los amas? LEONISA: Que pues padezco, padezcan.
Vanse. Salen ROGERIO, galán, y PINARDO
PINARDO: Ya no tengo qué enseñarte. En la esgrima tu destreza, junto con tu fortaleza, retratan en ti otro Marte; la pintura verá su arte eternizada por ti; las liciones que te di en la música, maestro te han de llamar del más diestro, cifrándole Apolo en ti. Sútil dialéctico estás; docto en la filosofía; sabes de la astrología lo que es lícito y no más. Metafísica podrás enseñar a quien la enseña; y aunque una parte pequeña sabes de la arquitectura, por ti Vitrubio asegura el renombre que en ti empeña. Versos haces extremados, los que para un cuerdo bastan; que los que a resmas los gastan no están ya bien opinados. Los términos no excusados de la corte, en que publiques, cuando al palacio te apliques, lisonjas, estudiado has. No falta, Rogerio, más de que cuerdo los platiques. ROGERIO: Si al padre se debe el ser, y al maestro el ser de hombre, y en ti de uno y otro el nombre, señor, te llego a deber, ¿cómo podré agradecer el doble ser que te debo? Por padre, a darte me atrevo gracias de eternos loores, mas por maestro, mayores, pues que me engendras de nuevo. Dichoso yo, que traslado vengo a ser de original como el sol universal de tanta ciencia adornado. Mil cosas me has enseñado, que, como dices, quisiera que alarde de ellas hiciera mi estudio, y tu nombre claro; que encierra el oro el avaro, y el noble le ostenta fuera. ¿Qué aguardas, padre, en llevarme a la corte? PINARDO: Aun falta más; que puesto que docto estás en todo, y puedes honrarme, temo desacreditarme por otra parte. ROGERIO: ¿En qué modo, si a tu gusto me acomodo? PINARDO: Aunque tan sabio te siento, voluntad y entendimiento componen un hombre todo. Y puesto que sea verdad que al entendimiento debes las letras con que te atreves a cualquiera facultad, no sé que la voluntad en hombre te constituya, pues es tan seca la tuya, que muestras por experiencia que te falta esta potencia porque tu ser te destruya tu juventud tan florida. Cuando estímulos de amor, desde el rey hasta el pastor, dan a sus incendios vida, tú, que imagen esculpida de bronce debes de ser, ¿has podido defender de apacibles tiranías el alma, si en piedras frías se puede amor encender? ¡No te viera yo siquiera --no digo amar--mas gustar de ser visto y de mirar alguna cara hechicera! ¡Alguna vez no te viera hurtar del estudio ratos, y en los hermosos retratos, del cielo de amor despojos, tal vez descuidar los ojos, que ya blasonan de ingratos! ¿Cómo podré yo atreverme que vaya a la corte un hombre --si es que merece este nombre-- quien entre las llamas duerme? Voluntad que allá no enferme, no es cortés, esto es verdad; ni es bien que en tu sequedad lleves, por hacerme agravio, un entendimiento sabio y una idiota voluntad. ROGERIO: Aquí, señor, no hay sujeto en que lograr esperanzas, ni entre groseras labranzas mi amor halla igual objeto. Si me tienes por discreto, y amor es similitud ¿por qué culpas la quietud que en mi libertad desprecias? ¿Es bien que serranas necias malogren mi juventud? Viva el alma libre y franca, pues en su estudio me alegra. PINARDO: Ensayar la espada negra suele hacer diestra a la blanca. Nunca tras el toro arranca quien no ensayó su valor en el novillo menor; y un discreto, si lo ignoras, llamaba a las labradoras, espadas negras de amor. Si el filósofo admirable llamó animal racional al hombre, Platón, su igual, le llama animal sociable. El que no es comunicable no es hombre, según Platón, y siguiendo su opinión, te hará tanta sequedad bruto por la voluntad, aunque hombre por la razón. Si ver la corte pretendes, como aprendiste a saber, también aprende a querer, que en verte un mármol me ofendes. Ama del modo que entiendes más apacible y humano, porque en el palacio, es llano que gradúa el menosprecio al más docto por más necio, si es sabio y y es cortesano.
Vase PINARDO
ROGERIO: Entre el amor y el desdén, mal la ciencia se conserva, porque Venus y Minerva jamás se llevaron bien. Ojos que hermosuras ven contra pasiones confusas, no hallan a su daño excusas, pues su ocupación distinta, deshonesta a Venus pinta y vírgenes a las Musas
Sale CARLÍN, que aparece mojado y lleno de jabonaduras
CARLÍN: ¡Ay, cuál vengo! Amor, no más. ¡Huego de Dios en tal dios! Yo me acordaré de vos. ROGERIO: Pues Carlín ¿a dónde vas? CARLÍN: ¡Ay, nuesamo el mozo! A echarme catorce bizmas. ROGERIO: ¿Caíste? CARLÍN: En la cuenta o en el chiste. ¿De Amor, podréis escucharme cuatro gruesas de razones? ROGERIO: ¡Qué tales ellas serán! CARLÍN: Y dichas. Pues fama os dan que sabéis por seis salmones, ¿una traza no podréis darme, con que de Firela, que es tramposa y me desvela si no me ama, me venguéis? ROGERIO: ¿Yo? CARLÍN: Porque no me reproche. ROGERIO: De Amor no sé jugar treta. CARLÍN: Pues yo conozco poeta que compra trazas de noche. ROGERIO: ¿Qué te ha sucedido? CARLÍN: Estaba en la huente, gorda y lucia lavando, que lo que ensucia mi amor, Firela lo lava. Parlaban las compañeras, --que todas nuestras serranas, por lo que tienen de ranas, en el agua son parleras-- y dábanle con los mazos en la ropa, que el regalo que dan es jabón de palo, arremangados los brazos. Yo, que topé la ocasión, lleguéme a Firela y dije, "Mi amor, que es niño y me afrige, debe de ser pañalón, porque tal vez huele mal cuando triste a casa vuelvo, y el alma donde le envuelvo hace oficio de pañal. Cerapez tién, ¿qué os espanta? lavádmela si os molesta, que quien con niños se acuesta, ya vos veis cual se levanta." "Que mos prace," respondieron todas, asiendo los mazos... ¡Pardiós! que a puros porrazos las costillas me molieron. Pegaban con tanta acucia, que de miedo el alma helada creyendo salir lavada, o suda, o vuelve más sucia. y a no llegar cortesanos con el duque en compañía, llenas de volatería como los cascos, las manos, cazando, daban los mazos en la huesa con Carlín; que ropa de mazo, en fin, muere moza hecha pedazos. Dadme algún remedio vos ROGERIO: ¿El Duque ha salido a caza? CARLÍN: A volar una picaza. ROGERIO: ¿Aquí cerca? CARLÍN: Sí, por Dios; y si no se me trabuca el meollo, una mujer machorra, que debe ser, pues va a caballo, la duca. ROGERIO: No hay tal entretenimiento cual la caza para mí. Voile a ver. CARLÍN: Y yo, que ahí batanada el alma siento, echarme cien bizmas trazo. Para el enfermo de amor, Firela es lindo doctor, que le cura con un mazo.
Vanse los dos. Salen el Conde ENRIQUE y CLEMENCIA, ambos bizarros, de caza
ENRIQUE: Mientras el duque caza, y en ejercicios nobles se embaraza, oye, Clemencia mía, desvelos de mi ciega fantasía. Darás, árbitro juez, en ellos traza de mi vida o mi muerte. Veniste de Borgoña a darle a él la mano, a mí ponzoña, y siendo su sobrina, hacerte esposa suya determina; mas la llama por tierna, en mí bisoña, hechizo de mis ojos, si en él engendra gustos, en mí enojos. Sobrino y heredero soy suyo, y de sus deudos el primero. Su vida es imposible que dilate más tiempo el infalible censo fatal, que en vasallaje fiero, a la tirana ingrata tributa el mozo en oro, el viejo en plata. CLEMENCIA: ¿Qué sacas de todo eso?
Sale el DUQUE, oculto
DUQUE: (Es vieja la sospecha, Amor sin seso, Aparte y Enrique con Clemencia, creciendo celos, menguan mi paciencia. Yo soy viejo, ella moza, y él travieso; tras ellos mi sospecha me trae, que amor con celos, siempre acecha.) ENRIQUE: Si al duque al fin heredo, y en verde mocedad, Clemencia, puedo en tálamos iguales amarte esposo y remediar mis males, ¿cuánto mejor te está gozar sin miedo de caducos engaños, florida juventud que helados años? No ofendas tal tesoro, ni con fallida plata mezcles oro de preciosos quilates, pues cuando al ciego Amor coyundas ates, si bien te quiere el duque, yo te adoro, ni tan hermoso espejo niegue objetos a un mozo por un viejo. DUQUE: (¡Oh, amante lisonjero!, Aparte no serás, si yo puedo, mi heredero; que no es bien me suceda deudo que en vida lo mejor me hereda. Hijo tengo, retrato verdadero, que a quien es corresponde. Pero veamos lo que dice al conde.) CLEMENCIA: Enrique, en la tutela del duque, que en amarme se desvela, quedé desde la cuna, muertos mis padres; y en igual fortuna, el tiempo de mi edad, que joven vuela, conoce satisfecho la poca falta que con él me han hecho. Duquesa me obedece Orliens estado real; si me apetece mi tío, el de Bretaña; y el fuego de mi amor la nieve engaña, que este hechicero amor rejuvenece, no sé que el gusto mío admita ver esposo a quien ve tío. Ataja tú esos daños y persüade sus nestóreos años; que yo que le obedezco, no amante, padre sí, la mano ofrezco, a quien, cuando consulte desengaños, el Duque me dedique. ENRIQUE: Espera. CLEMENCIA: Harto os he dicho, conde Enrique.
Vase CLEMENCIA
ENRIQUE: Harto, y tanto, que dudo si estoy despierto o sueño. Dios desnudo, pues que rapaz te llamas, destierren canas tus sabrosas llamas, que tu reino jamás sufrirlas pudo. Al Duque desengaña. Dame a Clemencia, Amor, dame a Bretaña.
Vase ENRIQUE
DUQUE: Ni a Bretaña, ni a Clemencia, que tengo ya sucesor. ¡Menos impulsos, mi amor; y mis canas, más prudencia! La Duquesa ha dicho bien; no dice mi senectud con la verde juventud que en su edad mis ojos ven. Sucesores deseaba que legítimos en ella me heredasen, mas la estrella que en Rogerio Francia alaba, me inclina a que de Bretaña el ducado ilustre herede, y el conde Enrique se quede con la opinión que le engaña. Hijo es mío natural mi Rogerio, y la prudencia que hace a mi amor resistencia le dará mujer igual.
Vase el DUQUE. Salen PINARDO y ROGERIO
ROGERIO: Ya he vuelto por la opinión que perdió mi voluntad por seca y sin afición; ya, señor, la autoridad y sentencia de Platón puede definirme en hombre; pues si es animal sociable, porque en ti el amor te asombre, una belleza agradable me ha honrado con este nombre. Ya estoy tan enamorado que no sé si vivo en mí. PINARDO: ¿Tan presto? ROGERIO: Es precipitado amor. Vine, vi y perdí la libertad, no el cuidado. Ya juzgaré por mejor potencia la voluntad que el entendimiento. Amor, de su noble facultad, hoy me ha hecho profesor. Desde hoy cursaré su escuela. PINARDO: Rogerio, perdido estás. ROGERIO: Amor, como es ave y vuela, llegó presto. Oye, y sabrás la causa que me desvela. La caza, ocupación que al noble muestra del trato militar cifras y sumas, al duque trajo a la comarca nuestra, que yo solía gozar, porque presumas que el ver servir al viento de palestra a escaramuzas de enemigas sumas, mi natural inclina venturoso, en ser símil del tuyo generoso. Emboscóse, perdíle, y a la fuente del arrayán, guïando amor mi paso, la humildad contemplaba de su oriente, la soberbia, ya río, de su ocaso, cuando vagando Amor por su corriente, corrida su deidad del poco caso que hacía de sus llamas mi sosiego, rayos de agua forjó, si antes de fuego. Una serrana, entre otras lavanderas, cristales con cristales afrentaba lavando linos y aumentando esferas en círculos de plata, que acendraba. Espejos eran todos, donde vieras, que el sol con sus reflejos retrataba, no ciego, lince sí, bellos despojos, dando ojos a la ropa y a Amor ojos. Ésta es vasalla nuestra, ésta es Leonísa de libres presunciones vengadora, que flores crece cuando flores pisa, perlas produce cuando perlas llora. Pagaba el agua en sucesiva risa contactos suyos, más murmuradora que otras veces, que en ver que no podía cursos parar, corriendo se corría. Presas madejas, no de las que a Febo peina el Aurora, que ésas son de oro, e ébano sí, que estima el uso nuevo, cabellos negros, no rubio tesoro, en un jardín de red, cárcel que apruebo, si es bien tener en la prisión que adoro grillos de voluntades, que traviesos, más almas prenden, cuando están más presos. Blanca gorguera, abierta lechuguilla, guarnecida de puntas, mejor flechas que entre limpia camisa, maravilla será si ves sus pechos, y no pechas. Ribeteado sayuelo de palmilla verde en color, azul en mis sospechas, mangas presas al hombro, cuyo lino humano fue esta vez con lo divino. Gozaba el agua lo demás que callo, puesto que bien pudiera por viriles, cuando no distinguirlo, penetrallo. Los ojos del amor, Argos sutiles de mi vasalla, en fin, siendo vasallo, criminales deseos, en civiles ejercicios, de estudios ocupados, a nuevo amor dan ya nuevos cuidados. No sé lo que le dije, divertido; mas sé que respondiéndome agradable, mudó palabras al mayor sentido, si Amor ciego, por ojos es bien que hable. Tus consejos, señor, he ya cumplido; hombre soy con Platón comunicable. No dirás, si intratable daba nota, que ya me agravia voluntad idiota. PINARDO: Ni tanto, hijo, ni tan poco; ni en amar tan descuidado, ni de suerte enamorado, que de libre des en loco. De dos extremos contrarios un medio se perficiona; la sequedad te ocasiona a efectos extraordinarios, y el amor que ahora adquieres en cosa tan desigual, de tu noble natural te ha de hacer que degeneres, a todo pondrás remedio si ves, que para querer, el cuerdo no ha de escoger por fin lo que sólo es medio. Quita tú de aquese amor lo supérfluo, y quedará en buen punto. ROGERIO: No será posible eso ya, señor. La memoria, que por tarda, con dificultad aprehende, lo que difícil entiende, sin olvidarlo lo guarda. Yo, que en la memoria tengo esta vez la voluntad, si puse dificultad en amar, y ya prevengo, prenda, en que mi gusto viva, al ángel he de imitar en no saber olvidar, porque eterno en ella viva. PINARDO: ¿Hay mudanza semejante?
Sale CARLÍN
CARLÍN: Nuesamo, los dos duquesos, con pájaros y sabuesos, están en casa. PINARDO: ¡Ignorante! CARLÍN: ¿qué dices? Que en casa están los dos ducos, hembra y macho. ¿Pensará que esto borracho? Pues ya llegan al zaguán. PINARDO: ¡Válgame el cielo! salgamos a recebirlos. CARLÍN: ¡Verá! De rondón se entran acá. Boda hay hoy. Cena esperamos.
Salen por una puerta el DUQUE, CLEMENCIA y ENRIQUE. Por otra, LEONISA y FIRELA, con líos llenos de flores y MÚSICOS, con vestimenta de labradores
MÚSICOS: Que el clavel y la rosa ¿cuál era más hermosa? UNO: El clavel, lindo en color, y la rosa toda amor; el jazmín de honesto, olor, la azucena religiosa. MÚSICOS: ¿Cuál es la más hermosa? UNO: La violeta enamorada, la retama encaramada, la madreselva mezclada, la flor de lino celosa. MÚSICOS: ¿Cuál es más hermosa? Que el clavel y la rosa, ¿cuál era más hermosa? PINARDO: Mucho debe, gran señor, a vuestra casa esta quinta, pues por ella aquesta vez para honrarnos, la visita. DUQUE: ¡Oh, Pinardo! Ya que a vos de nuestra corte os retira, la quietud de aquestos campos, envidiando vuestra vida, pues no me veis, vengo a veros. LEONISA: Rogerio, Firela mía, a pesar de resistencias, a mi amor añade dichas. Como te digo, es mi amante. ¿No ves el alma en su vista con más ojos que pestañas, porque sus penas me digan? FIRELA: ¡Qué no podrán los hechizos de tu gracia, Leonisa! Pues las llamas de tu amor has cebado en agua fría. DUQUE: Si tenéis tales serranas, Pinardo, no es maravilla que olvidéis telas de corte por aldeanas palmilias. ¡Qué curiosas lavanderas! LEONISA: A lo menos, señor, limpias, libres de los badulaques que allá a las damas empringan. ROGERIO: (¡Ay, serrana de mis ojos! Aparte ¡Qué bien dices! ¡Qué bien pintas la diferencia que al arte hacen bellezas sencillas!) CARLÍN: Lavan la ropa de casa, señor, Firela y Leonisa, y hay pastor que les da a vueltas el alma de las camisas. Pero hay mazo lavandero que desmenuza costillas y batana enamorados mis espaldas se lo digan. DUQUE: ¿Qué os parece, mi Clemencia, las lavanderas? CLEMENCIA: Que obligan a su alabanza los ojos y las almas a su envidia. CARLÍN: ¡Oh! pues si lavar las viera un menudo con sus tripas y henchir de sangre y cebolla un obispillo sin mitra, yo sé, por más que es duqueso, que, sin buscar gollorías, a la comida y la cena no pidiera sin morcillas. PINARDO: Rústico, apártate allá. DUQUE: Dejalde, por vida mía, que tiene donaire extraño. CARLÍN: Principalmente esta niña, que ahorra de suerte el agua, que hizo un vientre el otro día sin gastar más de un caldero. ¡Mirad si es barata y limpia! DUQUE: ¿Este mancebo quién es? PINARDO: Mi hijo, y en quien se cifra, gran señor mi sangre y casa. CARLÍN: Perdiósele el otro día, señor, la escofieta al cura; que hay quien dice que tién tiña, y con Firela cenando, la halló dentro una morcilla. ROGERIO: Deme los pies, vuestra alteza. DUQUE: (¡Cielos! ¿No fuera injusticia Aparte a tal presencia negarle mi sucesión, siendo digna de la corona de Francia? Mi hijo es, y imagen misma de la prenda milagrosa que en el cielo estrellas pisa. Alzad. ¿Cómo es vuestro nombre? ROGERIO: Gran señor, Rogerio. DUQUE: (Admita Aparte Bretaña por su señor tan heroica gallardía, que Enrique no lo ha de ser.) ROGERIO: (Suspenso el Duque me mira.) Aparte DUQUE: (Pues no ha de heredarme en muerte Aparte quien piensa heredarme en vida.) Pinardo, ya que las canas lícitamente os jubilan de la asistencia en mi corte, Rogerio es bien que la siga. Conmigo quiero llevarle. ROGERIO: ¡Ay, cielos! LEONISA: ¿Qué es esto, amiga? ¿Hoy amada y hoy ausente? FIRELA: Quien bien ama tarde olvida. PINARDO: Ha cumplido vuestra alteza en esa acción con distintas esperanzas y deseos. Lo primero con las mías, viendo que en Rogerio puede daros mi vejez prolija traslado de original, que mi fe y lealtad imita. Y con las suyas, señor, porque de suerte se inclina a serviros en la corte, que importuno cada día mi tibieza reprehende. ROGERIO: (¡Ay, serrana de mi vida! Aparte ¡Ojalá que estas verdades no fueran por ti mentiras! Pretendí ser cortesano antes de verte. Ya vista, la corte será desierto que ausente de mí me aflija.) DUQUE: Hoy, Rogerio, según esto, vuestra esperanza es cumplida. Trocáis por la corte, campos, y por palacios las quintas. ROGERIO: Honrándome vuestra alteza por tan clara mejoría, ¿qué interés es despreciar lo que en sí no tiene estima?
El DUQUE y PINARDO a una parte; CLEMENCIA y ENRIQUE a otra; LEONISA con ROGERIO también en otra parte, y un poco apartados de estos grupos CARLÍN y FIRELA
DUQUE: Escuchad, Pinardo, aparte, ENRIQUE: Creed de mí, hermosa prima que si no le persuado, y el duque viejo porfia he de perder a Bretaña. CLEMENCIA: Téngole amor de sobrina, y aunque le desdeño amante, no será bien que permita desacatos licenciosos. ROGERIO: No merecen mis desdichas, dulce hechizo de mi alma, duración en su alegría. Hoy os amé y hoy me parto. ¡Amor y ausencia en un día! ¡Pena y gloria en un instante! Si no acaban con la vida, no son efectos de Amor. LEONISA: Sin vos, Rogerio, la mía, que ha tanto que sustentaba su esperanza en vuestra vista, peor lo habré de pasar; que vos, en fin, cuya herida, por nueva no es penetrante, presto hallaréis medicina. ¿A qué desierto os partís sino a la corte, en que habitan entre hermosuras y engaños, amorosas tiranías? ¡Pobre de quien sola queda! ROGERIO: ¿Borran años, prenda mía, señales que en un instante el rayo en bronce eterniza? ¿Pueden injurias del tiempo, memorias de las rüinas que a Troya han dado tragedias, aniquilar, ni aun cenizas? ¿Pues por qué rayos de amor no quieres que eternos vivan en una voluntad bronce, que victoriosa conquistas? Inmóvil soy a mudanzas. LEONISA: Que se cumpla y no se diga es, Rogerio, lo que importa. ROGERIO: ¿Qué temes? LEONISA: Circes que hechizan. ROGERIO: Ulises soy. LEONISA: Todo engaños. ROGERIO: Tú me agravias. LEONISA: Tú me olvidas. ROGERIO: ¡Yo! ¿Cómo? LEONISA: Como te ausentas. ROGERIO: En tí me quedo. LEONISA: ¿En mí misma? ROGERIO: Sí, mi bien. LEONISA: ¡Ay, que eres hombre! ROGERIO: Hombre y firme. LEONISA: ¿Quién lo afirma? ROGERIO: Quien te adora. LEONISA: Jura. ROGERIO: Juro. CARLÍN: ¡Arre allá! que el duco os mira. DUQUE: ¿Que es tan sabio? ¿Que es tan diestro? PINARDO: Es, gran señor, copia y cifra de tus hazañas y letras. ENRIQUE: No querrá el Amor que viva para dilatar mi gloria, y dar a tu edad florida el enero de sus años, que la tuya esterilizan. CLEMENCIA: Dele DioS, Enrique, al duque salud con tan larga vida, como en mí crecen deseos. de que en su amor no prosiga. LEONISA: En fin, Rogerio, ¿os partís? ROGERIO: Luego que yo vi, Leonisa mi primero amor en agua, pronostiqué su rüina. ¡Qué fácilmente se enturbian sus esferas cristalinas! ¡Qué fácil desaparecen, dando a sus corrientes prisa! LEONISA: No dista mucho la corte de estas soledades. ROGERIO: Dista lo que basta para estorbo de verte yo cada día. LEONISA: Cazas hay que Amor inventa, garzas nuestros montes crían; Amor es todo ocasión si la ausencia no la entibia. Si vos la buscáis, Rogerio, yo haré también de las mías para iros a ver allá. ROGERIO: Cumple tú eso, Leonisa; volverás el alma a un muerto y veras que resucitan, las veces que a verme fueres, mis esperanzas marchitas. LEONISA: Ya querréis otra. ROGERIO: ¿Yo, a quién? LEONISA: Hay allá damas que pisan plata en corcho coronados. ROGERIO: De su mudanza me avisan. LEONISA: Arrastran telas. ROGERIO: ¿Qué importa? LEONISA: ¿Pues qué estimáis vos? ROGERIO: Tu frisa. LEONISA: ¿Más que el brocado? ROGERIO: ¿Pues no? LEONISA: ¿Por qué, si es tosca? ROGERIO: Es sencilla. LEONISA: Traen cadenas. ROGERIO: Son prisiones. LEONISA: Traen firmezas. ROGERIO: Son postizas. LEONISA: Traen diamantes. ROGERIO: Son engaños. CARLÍN: ¡Arre allá! Que el duco os mira. DUQUE: Casaréle con Clemencia si el Papa le legitima, y sucederá en mi estado. PINARDO: Sola su hermosura es digna del esposo que la ofreces. ROGERIO: ¿Permitirás que te escriba? LEONISA: Si las cartas son la sal que conserva Amor, ¿quién quita que no escribáis por instantes? ROGERIO: ¿Sabes leer? LEONISA: La cartilla de tu amor, donde comienzo el ABC de mis dichas; ROGERIO: ¿Y escribir sabrás? LEONISA: También; pues siendo de Amor pupila, plumas serán pensamientos y lágrimas darán tinta. ROGERIO: ¿De quién podremos fïarnos? LEONISA: De Carlín, cuyas malicias son en toda aquesta sierra sin perjüicio y de risa. ROGERIO: En fin, ¿no me olvidarás? LEONISA: Amor labrador no olvida. ROGERIO: ¿Serás firme? LEONISA: Seré bronce. CARLÍN: ¡Arre allá! Que el duco os mira. DUQUE: Ya me parece que es hora que nos partamos, sobrina. Traigan, conde, los caballos. CARLÍN: Boca abajo el zaguán pisan. DUQUE: Venga conmigo Rogerio. PINARDO: Gracias a Dios que cumplidas, hijo, ves tus esperanzas. Letras, armas, cortesía te he enseñado. Si con ellas, entre enredos y mentiras, te conservas, bien logradas serán las liciones mías. Hágate dichoso el cielo. ROGERIO: Adiós, señor. Mi Leonisa, esto es partir. CARLÍN: Con dolores, porque es parto una partida. ROGERIO: No me olvides. LEONISA: ¿Cómo puedo? ROGERIO: ¿Irásme a ver? LEONISA: Cada día. ROGERIO: Adiós. LEONISA: Adiós. ROGERIO: ¡Ay, mi bien! CARLÍN: ¡Arre allá! Que el duco os mira.

FIN DEL PRIMER ACTO

El melancólico, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 24 Jun 2002