ACTO SEGUNDO


 
Salen don GÓMEZ y el capitán URBINA
URBINA: Quise venirme de asiento a la corte por saber qué suceso ha de tener, don Gómez, mi casamiento. Tenía yo imaginado, siendo doña Marta mía, casar a doña Lucía con mi sobrino, soldado de las banderas de amor si de las de Marte ha sido Alférez... GÓMEZ: Ha sucedido todo al revés. URBINA: Mi temor lo adivinó. GÓMEZ: Doña Marta tan mudada y otra está que tengo escrúpulo ya, si por mi ocasión se aparta de su determinación, que el cielo no me castigue. Con notable extremo sigue su nueva reformación. En todo es otra. No gasta seda; que dice la inquieta una ropa de bayeta, ni muy fina, ni muy basta; una basquiña a lo llano que llamaban de capillo; un descanso en un puntillo rematado; en el verano un abanico sin plata y en invierno una estufilla de felpa o de cabritilla que abriga y es más barata. Éste es su traje. Ya no ama galas, que está reducida. Sólo no muda de vida en el comer, ni en la cama; pues, aunque está tan perfeta, por más ejemplos que tome miéntras hay perdiz, no come vaca. URBINA: Por Dios, que es discreta. GÓMEZ: Yo, capitán, gustaría, porque el amor he notado que el Alférez ha cobrado desde que vio a mi Lucía, que se casasen los dos; que el dote que la he ofrecido con la hacienda que ha traído y la que espera de vos, le dará, a lo que imagino, la vida que deseara y más, si en casa os quedáis vos, como vuestro sobrino; pues casándose Lucía, doña Marta podrá ser que mude de parecer y en ella la envidia haría lo que consejos no han hecho. URBINA: El Alférez quedará honrado y me dejará obligado y satisfecho si en vuestra hija mejora mi esperanza. Él está ausente; que, viendo pasar la gente de la corte a la Mamora, desde Illescas se partió con el duque de Maqueda que el valor y sangre hereda del padre a quien sucedió. Ya no tardará; que ha un mes que se partió. Yo os prometo que en viniendo tenga efeto su amor. GÓMEZ: Importará pues porque, aunque Marta se trata, como veis, no hay persuadirla ni con razán reducirla a ser monja o ser beata. Dice que no ha de casarse por el voto y devoción, ni admitir dispensación aunque pueda dispensarse, ni tomar nunca otro estado sino sólo el de doncella. URBINA: ¡Triste vida! GÓMEZ: No hay vencella. URBINA: Ni es carne ansí ni pescado; mas, si el Alférez se casa, podrá ser mude opinión. GÓMEZ: ¡Melindrosa condición...! ¡Y mísera vida pasa! Pero ¿no es él el que viene? El alférez es. URBINA; ¿Qué espero? Los brazos abiertos, quiero recebirlo; que ya tiene a buen presagio mi amor el ver el tiempo a que vino.
Sale el ALFÉREZ, de camino y muy galán
GÓMEZ: ¡Famoso Alférez! URBINA: ¡Sobrino! ALFÉREZ: ¡Don Gómez noble! ¡Señor! GÓMEZ: Murmurábamos los dos de vuestro olvido y tardanza no ha un momento y en venganza venís a volver por vos. ¿Traéis salud? ALFÉREZ: Y contento de que los dos la tengáis. GÓMEZ: ¡Gran soldado! Enamoráis con tantas plumas el viento, con las hazañas a Marte, y a Amor con la bizarría. URBINA: Yo sé una doña Lucia que, si alguno le da parte de vuestra alegre venida, le ha de dar albricias buenas. ALFÉREZ: Si ausencia es madre de penas, su memoria las olvida. ¿Qué se dice por acá de la Mamora? GÓMEZ: Quimeras, para el vulgo verdaderas; que es quien crédito las da. Mas pues vos habéis venido, saber la verdad aguardo del blasón de aquel Fajardo que en África ha merecido ser Cipión, y en Madrid alcanza renombre inmenso. ALFÉREZ: Yo os contaré por extenso la verdad del caso. Oíd. Pagaba el sol la posada con el oro que se viste al signo sexto, que es virgo --si en el sexto hay signo virgen-- y el antípoda de enero a Ceres y a Baco pide parias, con cuyos esquilmos techos cuelga y trojes hinche --quiero decir, que era agosto; que no puedo persuadirme a que den gusto romances con máscara de latines-- cuando el ilustre Fajardo, faja o zona con que ciñen los cielos sus diez esferas porque su nombre sublimen, gozoso de que hayan puesto las banderas de Felipe, la cruz de España, en Larache, cueva de piratas viles y deseoso de ver por los africanos lindes que el padre Océano goze sus costas y puertos libres, quiso desembarazar un rincón de infames tigres que asaltan los vellocinos que en oro a España el Sur rinde y, labrando en la Mamora un fuerte casi invencible, cortar esperanza y pasos a moros y pichelingues, juntó para aquesta empresa en las columnas de Alcides cien velas entre navíos, galeras y bergantines, y con siete mil soldados dignos que el sol los envidie, sin la chusma y gastadores, izaron velas sutiles. Gallardetes y banderas verdes, rojas y turquíes, retozando con los aires, dieron al viento tapices; y, porque no se escuchase si el mar con los remos gime, sus peces sordos oyeron la salva de los clarines. Vio el espumoso elemento en sus ondas mil pensiles, juzgando galas y plumas por cármenes y jardines y, dando vista a Larache de cuyas murallas rinden salva en partos monstrüosos culebrinas y esmeriles, llegaron de la Mamora una legua y, porque impide tomar tierra el agua escasa del mar soberbio--allí humilde-- dieron fondo en aquel puesto y, luego en él los reciben dos navíos holandeses que el mar enfrenan con diques. De ellos supo el general que en el puerto estaban quince naves que, a herejes cosarios ayudando, al moro sirven; y el vitorioso Fajardo, a pesar de los caribdis con que arte y naturaleza hacen el paso imposible, tomó tierra, siendo en ella porque seguro la pise, los primeros que saltaron cuatro navarros que rigen otras tantas compañías y de quien la fama escribe hazañas que ea bronce y jaspe la memoria inmortalice. Salió Agar a la defensa y al son de su añafiles cubrió los montes prados de bonetes carmesíes e, impidiendo al sol la luz las saetas que despiden los arcos que dio la guerra, si el cielo a la paz dio el íris, estorban que desembarquen los argonautas insignes que el non plus ultra extendieron desde Cádiz hasta Chile. Mas viendo la multitud de bárbaros que resiste con voces y con saetas que España al África pise, el de Fernandina y Elda --Héctor éste, aquél Aquíles los dos dignos que canten sus hechos hispanos cisnes-- puestas en tierra las proas de las galeras que humildes al hipócrita retratan, escupen plomo y salitre. No aguardaron el refresco que se conserva en barriles los idólatras de Meca ni osaron hacer al brindis de los tiros la razón porque, confusos y tristes, huyen dejando en la playa mil moros muertos, que sirven a las pelotas de chazas que con su vil sangre tiñen. Y entrando sin resistencia los españoles felices en el fuerte, entonces flaco, temerosos aperciben sus moradores piratas las beréticas cervices porque en su sangre blasfema las espadas se maticen y, dando principio al fuerte porque eterno se edifique, los que ayer Hércules eran, hoy se vuelven albañiles. Doscientos mil y más moros los nuestros pocos resisten; que no asombran tantos donde fuerzas españolas viven. Pelean mientras trabajan y, al mismo punto que esgrimen con las diestras las espadas, las izquierdas porque admire su valor, la cal y arena aplican, y hazañas miden con tareas, siendo a um tiempo capitanes y alarifes. Llueven las nubes de Agar alarbes que al cerco asisten creyendo ganar por hambre lo que las fuerzas resisten; y el valeroso Fajardo a España y su Rey escribe el suceso y pide gente que sus vitorias anime. Ofreció al momento el Bétis hijos calientes que piden al mar, mientras les dan naves que los pasen sus delfines. Al fin, la Bética toda, hasta los hijos de Ulises al socorro van lijeros como a la presa los tigres. Llegó la nueva a la eorte y, para que no peligren principios tan venturosos parando en trágicos fines, dio nuestro monarca muestras de que desea y se sirve qe la Mamora socorran sus cortesanos insignes; y, apenas mudas señales conceptos del alma exprimen, cuando antes que por palabras su gusto el rey signifique, dejan ánimos gallardos regalos del Dios de Chipre que con llamas criminales abrasa pechos civiles. Mil títulos y encomiendas truecan harpas por clarines y cajas, porque a su son sus hipógrifos relinchen; mil soldados pretendientes, cuyos hechos invencibles quiere la paz que en papeles mal despachados se cifren, despiertan al son de Marte y los aceros que ciñen se desenvainan sin manos de la cárcel en que viven. Llevólos el de Maqueda, "Mar queda," sangre Manrique, saliendo por él de madre a los Cárdenas su estirpe y, partiéndose con ellos, tuve por honra el seguirle; que es justo que tal cabeza nobles intentos obligue. Llegamos a la Mamora brevemente y nos reciben sus soldados tan alegres como sus contrarios tristes. En varias escaramuzas dio España muestra infalible de la ventaja que hace al africano su origen hasta que un lunes dichoso, cuando el alba llora y ríe porque la marchita el sol sus claveles y jazmines; impaciente un moro alcaide de que España se glorïe que contra el África toda cruces alce y lunas pise; después que a todos los moros, entre otras afrentas, dice que cuelgnen en vez de alfanjes ruecas de los tabalíes; toma una yegua alazana que el viento a carreras mide y una lanza de dos hierros que en temblar al aire es mimbre, y manda tocar a asalto, siendo el primero que embiste a los no acabados muros, más defendidos que firmes. Apeóse, y por la lanza trepó hasta llegar a asirse a los bordes de la cerca y, por mas que todos griten, "¡Muera el temerario alarbe!" del brazo izquierdo desciñe una bandera celeste con tres lunas, donde pinten su amor menguante los celos; y, con presteza increible, derribando la cruz roja que el valor español rige, del muro abajo, y en su asta fijando las lunas viles, enarboló su estandarte y, volviendo a bajar, dice "El que quisiere vengar aquesta afrenta y ver libre la cruz que a pesar de España, Alá a mis plantas permite, baje, que buena escalera le dejo, porque eternice en campaña, y no entre muros, la fama su nombre insigne." Oyó entre otros la arrogancia que el moro a voces repite un Osorio, peón dos veces, pues labrando el muro, riñe; y tirándole una piedra, el golpe fue tan fellce que sembrándole los sesos, el mundo vio dos Davides. Bajó luego por la lanza y, porque en toda le imite, con su alanje, de los hombros la infiel cabeza divide; y, alzando la cruz del suelo, por más flechas que le tiren, con su tafetán sagrado los valientes hombros viste. Cercóle la multitud y, mientras él los resiste, redondillas de repente los versos de bronce miden y, desbaratados todos, las espaldas femeniles vuelven al cristiano campo que victorioso los sigue. Quedó libre la campaña y,trocando en menestriles el ronco son de los parches para que se regocijen, vuelven al fuerte triunfando y el gran Fajardo divide Los despojos que a sus plantas el moro blasfemo rinde. Fortificóse la fuerza y yo, viendo despedirse los nobles aventureros, quise con ellos partirme y, alcanzando del despojo dos mil moriscos cequíes, a daros de esta vitoria la nueva y los brazos, vine. GÓMEZ: Decirlo, Alférez, tan bien que, si en las hazañas fuistes Ayax sin lengua y con manos, en contarlas sois Ulises. URBINA: Vas seáis muy bien venido y el rey que gobierna y rige las dos esferas o mundos bárbaros cuellos humille. ALFÉREZ: Mi señora doña Marta ¿Cómo está? GÓMEZ: La vida sigue y opinión en que quedó cuando de Illescas partistes. ALFÉREZ: ¡Gran coa! ¿Y su hermosa hermana? GÓMEZ: Mas bizarra y apacible. Ausencias dicen que llora Y de su hermana se ríe. Mas, quedo, que doña Marta es ésta. ALFÉREZ: ¿Anascote viste! URBINA: Ha dado notable vuelta si no es ya que son melindres.
Salen doña MARTA, vestida de beata y doña INÉS, ambas con mantos. Doña MARTA habala aparte a doña INÉS al salir
MARTA: Vi a don Felipe en el prado llegar, la color perdida por la mudanza de vida con que a mi padre he engañado; pero, viendo que no osaba hablarme por el respeto que en este traje prometo, le dije que le adoraba tanto que por su ocasión andaba de esta manera; pues si estoy devota, él era mi imagen de devoción. Y, como a mi hermano ha muerto y el temor de esto le avisa, lo que permitió su prisa le hablé, y quedó de concierto de venir a hablarme [ansí] con un ingenioso enredo; que mientras hablabas...
Aparte a doña MARTA
INÉS: Quedo; que están los viejos aquí. MARTA: (Pues repúlgome.) Aparte Dios sea con vuesamercedes. GÓMEZ: Hija, ¿de dónde vienes? MARTA: Prolija ha sido nuestra tarea. Del hospital general venimos, señor, las dos de ver los pobres de Dios y dar alivio a su mal. GÓMEZ: Aunque yo, Marta, os consienta que en eso os ejercitéis, ha de ser como no deis a vuestros deudos afrenta. Una mujer como vos no ha de andar por hospitales curando asquerosos males y haciendo camas. MARTA: ¡Ay Dios! Porque en esto me ejercito, ¿me riñen? A ser liviana y estar siempre en la ventana, ¿qué dijeras? ¿Es delito visitar el hospital que le riñes como a vicio? ¿No se emplea en este oficio la gente mas principal? GÓMEZ: Hazte beata y después haz, Marta, lo que gustares; pero así es bien que repares en lo que dirá después la gente. MARTA: No determino, aunque ese estado es tan santo estrecharme, padre, tanto. Yo voy por este camino. Déjenme con mi opinión. GÓMEZ: Cásate pues, y casada, más segura y más honrada seguirás tu inclinación; que el capitán gustará de ese empleo y ese oficio. URBINA: Ese devoto ejercicio mi sol y espejo será. MARTA: ¿Y el voto de castidad? GÓMEZ: Con una dispensación pues fue simple tu afición, cumplirás mi voluntad. MARTA: ¡Dispensación! No la nombres; que si verdad he de hablarte, de unos días a esta parte me parecen mal los hombres. ¡Jesús! ¡Y qué mala cosa! ¿Yo casada? ¡Ni por pienso! GÓMEZ: No llores. Basta. MARTA: ¿Ese censo me echabas? ALFÉREZ: (¡Qué melindrosa Aparte se ha vuelto!) MARTA: Llévolo mal. URBINA: Quitadle al sol el capote y no os caséis. MARTA: Con mi dote pienso hacer un hospital y curar pobres en él. Si verme viva deseas, padre, déjame y no seas en esto estorbo crüel. GÓMEZ: Haz hija, lo que quisieres. No des voces, bueno está. No te diré cosa ya a trueco que no te alteres. De lo dicho me ha pesado; ve a hospitales; haces bien. MARTA: Dios se lo perdone, amén; que en verdad que me ha enojado.
Don GÓMEZ habla aparte con el capitán URBINA
GÓMEZ: Seguirla quiero el humor; que yo sé que en el que está, nien presto le mudará. URBINA: Eso juzgo por mejor.
A doña MARTA
GÓMEZ: ¿Cómo no hablas al sobrino del capitán, que se apea agora y verte desea, MARTA: ¿Luego viene de camino? GÓMEZ: ¿No sabes que a la Mamora se partió? MARTA: No había mirado en tanto. Como he dejado cosas del mundo que ignora las de Dios, no le eché ménos. ¿Venís bueno? ALFÉREZ: Y espantado de la virtud que os ha honrado. MARTA: Dios sabe los que son buenos. GÓMEZ: Venid, Alférez. Daréis, con vuestra vista, a Lucía sin prevenirla, un buen día. ALFÉREZ: Si dármela a mí queréis, ¿por qué me le dilatáis viendo que el alma le aguarda? URBINA: El bien que viene, no tarda.
A doña MARTA
GÓMEZ: ¿Quédaste? MARTA: Mientras que estáis ocupados, es forzosa por acá otra ocupación de piedad y devoción. GÓMEZ: Eres, hija, muy piadosa.
Vanse don GÓMEZ, el capitán URBINA y el ALFÉREZ por una puerta y sale PASTRANA por otra
PASTRANA: Besando a vuesasmercedes... INÉS: ¿Qué? PASTRANA: ...las manos. INÉS: ¡Socarrón, flemáticas manos son, pues en el beso te quedes. PASTRANA: Pues en cualquiera suceso, ¿qué venta puedo yo hallar donde me pueda quedar con más gusto que en un beso? ¿Cómo va de novedad? MARTA: Linda sangre y humor cría, Pastrana, la hipocresía. Nunca tuve libertad mientras que viví a lo damo como agora. Si intentaba salir fuera me costaba una riña; ya no llamo a la dueña, al escudero, ni aguardo la silla y coche, ni me riñen si a la noche vuelvo. Voy a donde quiero. PASTRANA: Desde que hablaste a tu amante, quedó en turrón trasformado, alajú por lo picado, por lo dulce, de Alicante. Hame persuadido, en fin, un enredo con que entrar a verte que me ha de dar nombre de corozaín porque dice que fingiendo que de Sevilla he llegado y soy un don Juan Hurtado que de los godos desciendo, hable a tu padre y le diga que en Sevilla queda preso don Felipe y un proceso de dos muertes le fatiga; y que teniendo noticia que a don Antonio mató y luego a Sevilla huyó, me ha enviado la justicia con comisión a que haga información verdadera y, si darle muerte espera para que se satisfaga la venganza que procura, por mi orden deapachará el proceso, y quedará por este modo segura su vida y nuestra maraña y otras mil cosas que aquí han de llover sobre mí porque el demonio me engaña. MARTA: Traza ha sido de los dos, Pastrana, y tan importante que con tu ayuda mi amante entrará en casa. PASTRANA: ¡Por Dios, que va temiendo Pastrana si por su ocasión le gozas una sarta de corozas; pues claro está que tu hermana si él en tu casa ha de estar, le tiene de conocer. MARTA: Su prisión la da a entender; que yo la sabré engañar. PASTRANA: Bien podré; que no me ha visto en su vida. MARTA: Todo está de mi parte. MARTA: Y yo soy ya Celestino de Calisto. MARTA: No es pequeño galardón si miras en interés. PASTRANA: ¿Cuál? MARTA: Ser tuya doña Inés. PASTRANA: ¿Mía? INÉS: Tuya, socarrón. PASTRANA: ¿Y habrá melindre doncel? INÉS: Lo que se usa.
Remedando
PASTRANA: "Estése quedo." "Aparte, que me da miedo." "No pellizque, mal haya él" "Sea cortés, si tiene amor." "¿Mas que este cbapín le arrojo? "No chéo." "A fe, si me enojo!" "Mire que vendrá señor." INÉS: ¿Ya es malo eso? PASTRANA: Estando en folla, no me alumbro a luz de pajas. Ni como las zarandajas si no es tumbando la olla.
A doña MARTA
A tu padre voy a hablar. MARTA: El Amor te ayude, amén. PASTRANA: ¡Lindo santo! MARTA: Prima, ven.
A doña INÉS
PASTRANA: En fin, ¿nos hemos de amar? INÉS: Sí. PASTRANA: ¿A lo rubio? INÉS: A lo mulato. PASTRANA: ¿Habrá arrullo? INÉS: Y chicolío. PASTRANA: En fin, ¿soy tuyo? INÉS: Y muy mío. PASTRANA: "Mío" es requiebro de gato.
Vanse. Salen don GÓMEZ, don DIEGO, y don JUAN
GÓMEZ: Estimo yo en el alma este respeto que a su fama y mi casa habéis guardado porque no es digno amante ni discreto quien no descubre y muestra su cuidado; que guardar a los padres el secreto Es robar y usurpar disimulado el amor de su dama. Es falso gusto, atrevida afición y amor injusto. Ya sabréis, cabelleros--que en la corte público pienso que es--como ha mudado mi hija doña Marta cielo y norte dejando galas y esciguendo estado. No hay humana razón que la reporte ni persüada. Galas ha dejado y, aunque mi hacienda casi toda heredo, joyas arroja y menosprecia seda. Será imposible en la ocasión presente persuadirla a aceptar ningún esposo, mientras de esta opinión--quizá aparente-- no muda parecer más provechoso. Ansí que doña Marta no consiente el un extremo de ese amor honroso ni puede dar el "sí" doña Lucía por pedirla un indiano, sangre mía. Y porque temo vuestras justas quejas, no aguardo la respuesta ni me atrevo; que ablanda el alma amor por las orejas y oír sin remediar, nunca lo apruebo. Adios, señores. DIEGO: Con rigor nos dejas. GÓMEZ: Saben los cielos el pesar que llevo; mas ¿qué he de hacer si en tan forzoso empeño no quiere Marta, y tiene Lucía dueño?
Vase don GÓMEZ
JUAN: Don Diego, triste quedáis DIEGO: Y estarlo con causa puedo. JUAN: También yo sin prenda quedo. DIEGO: Vos con esperanza estáis. JUAN: ¿Cómo? DIEGO: Posible sería deshacer el casamiento y mudar de pensamiento, amándoos doña Lucía; mas doña Marta que [santa...] JUAN: ¿Santa? DIEGO: Ya lo empieza a ser. JUAN: ¡Como yo fraile! Es mujer que uno reza y otro canta. ¡Qué presto se os encajó esto de la santidad! DIEGO: Su padre dijo verdad. JUAN: Su padre sí, su hija no. ¿No llaman Marta a la mona? DIEGO: Sí. JUAN: Aunque se vista de seda la mona, mona se queda y así esa buena persona es mona de hipocresías y se quedará por tal y vos por un animal si creéis sus monerías. DIEGO: A la experiencia lo dejo. JUAN: Es Marta disimulada zorra que no vale nada la carne, sino el pellejo. Engañe ella en otras partes que, en fin, para mí será mal agüero, porque va muy poco de Marta a martes.
Vanse. Salen don GÓMEZ, doña MARTA, doña LUCÍA, y doña INÉS. Don GÓMEZ habla a doña LUCÍA
GÓMEZ: ¿Que os han dicho, decís vos, que está don Felipe preso en Sevilla? ¡Gran suceso! Mi venganza cumpla Dios. LUCÍA: Señor, sí. En Sevilla queda preso el que mató a mi hermano. GÓMEZ: Castigue Dios al tirano. MARTA: No le castigue aunque pueda. GÓMEZ: ¿Qué decís vos? MARTA: ¿Yo, señor? Que en conciencia para abono de mi alma, le perdono y que el matarle es rigor. GÓMEZ: No es contra la justa ley dar la muerte a un enemigo. Dios es quien hizo el castigo y después de Dios el rey. Pero lo que siento más es que esa nueva es dudosa; que persona cuidadosa no la descubrió jamás; antes dicen que es ardid el haberse publicado que está preso, y se ha quedado y aun anda oculto, en Madrid. LUCÍA: Doña Marta me lo dijo. GÓMEZ: ¿Cómo lo puede saber? MARTA: ¿Cómo? ¿Pues soy yo mujer que miento? De eso me aflijo. Presto el mentir se declara, por más que el que miente jura; que el mentir es calentura del alma, y sale a la cara. Un hidalgo que venía a pedir albricias hoy me dio esas nuevas, y estoy con mucha melancolía; pues con ser tal su delito, quisiera mi compasión, señor, que por mi ocasión no matasen ni a un mosquito.
Mirando hacia una puerta por donde sale PASTRANA
Pero ya el cielo defiende, porque no padezca en algo la verdad. Aqueste hidalgo me lo dijo. De él lo entiende.
Sale PASTRANA
PASTRANA: Pienso que es vuesamerced el señor don Gómez. GÓMEZ: Sí, yo lo soy, y recebí de esta visita merced y quise esperarla en casa. PASTRANA: Digo señor, que en Sevilla prendieron--y es maravilla que gente que vive y pasa con título de valientes se prenda ansí--a un caballero, un don Felipe, extranjero, de estos que matan los gentes y, aunque se honre y aventaje en lo que toca a jactancia, tan soberbia es su arrogancia cuanto humilde su linaje. MARTA: ¡Jesús! ¡Qué mala palabra en el mundo introducida! ¿La humildad, de Dios querida, la que mas coronas labra, se ha de dar por deshonor? Quitadle al nombre esa tilde. No es afrente el ser humilde; que la humildad da valor. GÓMEZ: Hija, déjanos aquí. No nos prediques más, Marta. MARTA: Padre, la soberbia aparta; que aquesto me importa a mí. LUCÍA: (Es muy grande socarrona Aparte mi hermana o muy recogida. No me pago de su vida por más virtud que pregona. Que aunque no tan adornada como yo, en fin se deleita y algunas veces se afeita y así es virtud afeitada.) PASTRANA: En fin, señor, yo venía a juntarle los procesos. Estilo antiguo de presos que se usa cada día. Hanme dicho que os ha muerto un hijo. Importa tener el proceso y el poder y el castigo será cierto. GÓMEZ: Vos seáis enhorabuena venido porque en efeto de vuestro trato discreto depende el fin de mi pena. Por vuestro pliego y por vos enviaré el proceso; y digo que os he de ser muy amigo si por vos me venga Dios. PASTRANA: Con tal nombre quedo honrado. GÓMEZ: Apartaos a hablar aquí.
Hablan aparte a un lado don GÓMEZ y PASTRANA, a otro doña MARTA y doña INÉS; doña LUCÍA está algo desviada de ellas
MARTA: Doña Inés, bueno va. INÉS: Sí. GÓMEZ: ¿Y el nombre? PASTRANA: Don Juan Hurtado, con pestañas de Mendoza. LUCÍA: (En notable confusión Aparte nos ha puesto esta prisión.) GÓMEZ: ¡Honrados títulos goza! PASTRANA: Este orden ha de haber. GÓMEZ: Ver ya el efeto querría. INÉS: Tu hermana doña Lucía temo que lo ha de entender. MARTA: No se puede remediar todo en una coyuntura. Remítase a la ventura como el juego del parar. No es muy discreta Lucía, ni ha de conocerle luego; que Amor engaña y es ciego y así suceder podría... GÓMEZ: Hijas, ya os podéis llegar. Marta... MARTA: Dejo intentos locos. En mi rosario de cocos cuentas paso. (Por contar). Aparte PASTRANA: ¿Rosario de cocos? MARTA: Pues, así se llaman. ¿Qué quieres si hacen cocos las mujeres porque anda el mundo al revés? A lo bueno en estos días la devoción va espirando pues, si rezan ya, es cocando hasta las "Ave Marías." PASTRANA: En algunas no son vanos los cocos pues, si reparas, muchas, cocos en las caras, llevan cocos en las manos. MARTA: Profánanse ya las suertes. Ya la devoción es gala. Traigan todas, noramala, unos rosarios de muertes que sirvan de centinelas; que yo desde hoy pienso hacello. PASTRANA: ¿Muertes en rosario al cuello? Parecerán sacamuelas.
Sale don FELIPE, vestido de estudiante pobre
FELIPE: ¡Ah de casa! ¿Hay quien se acuerde de remediar la pobreza de un estudiante que empieza cánones, y el tiempo pierde por la fiera enfermedad que mis cursos no consiente? Dad limosna, noble gente, si es caridad calidad. MARTA: Padre y señor, ¿ve ese pobre? Pues no sé qué compasión las telas del corazón me mueve para que cobre remedio. Si un hospital el cielo hacer me permite, déjeme que me ejercite en éste, y cure su mal. GÓMEZ: Dale un cuarto, y vayasé; que en la corte hay pobres hartos. MARTA: Si la limosna haces cuartos, verdugo tu celo fue. Echar al pobre ¿es razón? Al rico avariento imitas. Daréle, pues me le quitas, los brazos y el corazón. ¡Ay pobre de mis entrañas! Llega al alma que te doy.
Abrasa a don FELIPE. Hablan aparte los dos
FELIPE: Marta, mártir tuyo soy. Tu amor hace estas hazañas. MARTA: ¡Pobre rico! ¡Prenda mía! FELIPE: Mi bien, mi paz, mi interés GÓMEZ: ¿Abrázasle? MARTA: ¿No lo ves?
A don FELIPE
GÓMEZ: ¿Y qué tenéis? FELIPE: Perlesía. MARTA: Mi fé es la que soleniza este extremo, y aquí es justo. GÓMEZ: Marta, apartaos, que no gusto de veros tan pegadíza. MARTA: Señor, por amor de mí, que tenga yo libertad de curar su enfermedad. GÓMEZ: ¿Curar? ¿Cómo, o dónde? MARTA: Aquí; que, si amor límites pasa que el respeto considera, yo quiero ser su enfermera y se ha de curar en casa. GÓMEZ: ¡Estás loca? ¿Quién vio tal? MARTA: Padre, si fueres crüel, yo me tengo de ir con él. GÓMEZ: ¿Dónde? MARTA: ¿Dónde? A un hospital. FELIPE: Yo la enseñaré latín, señor, si en su casa estoy. MARTA: Inclinadísima soy, puesto que letora ruín a lo menos a leer en latín. Porque rezar sepa, lición me ha de dar. Padre mío, esto ha de ser. LUCÍA: (Don Felipe pienso que es. Aparte Su cara es. ¿Qué hay que dudar? A Marta quiero ayudar y entablar mi amor después.) GÓMEZ: No ha de estar en casa, Marta. FELIPE: Señor, por amor de Dios. MARTA: Echaréisnos a los dos. Veamos quién nos aparta.
Vuelve a abrazar a don FELIPE
LUCÍA: (¿No tenéis celos, Lucía? Aparte Lo que veis, ¿no os causa enojos?) MARTA: ¡Ay mi pobre!
Bajo
FELIPE: De tus ojos. MARTA: ¿Y qué tenéis? FELIPE: Perlesía. GÓMEZ: Idos.
Doña MARTA le detiene a don FELIPE
FELIPE: ¡Yo cosa por fuerza! No lo permita el Señor. LUCÍA: Padre, parece rigor el que a tal crueldad te esfuerza. ¿Qué nos importa que esté un estudiante, que al fin nos podrá enseñar latín? GÓMEZ: Alto. Basta. Quedesé. FELIPE: Eres noble y eres pío. PASTRANA: (Nombre de pollo le ha dado.) Aparte GÓMEZ: ¿Cómo os llamáis, licenciado? FELIPE: ¿Quién? ¿Yo? El dómine Berrío, GOME2: Y el tiempo que bueno estéis, ¿podréis servir a algún fin? MARTA: Deseo yo leer latín. Decid. ¿No me enseñaréis! FELIPE: Y aun gramática, hasta tanto que empecéis a conjugar. MARTA: Siempre que llego a rezar en las horas a algún santo, me pesa de no entender lo que allí se significa. FELIPE: Si a eso el deseo os aplica, por mí lo podéis saber. GÓMEZ: Alto pues. Dadla lición y vamos, señor don Juan; que el proceso nos darán. PASTRANA: (Todo esto anda en tentación; pero si de ella me aparta Aparte mi industria, dándoles vaya, digo que allá se lo haya con sus pollos y amor Marta.)
Vanse don GÓMEZ y PASTRANA. Doña MARTA habla a doña INÉS
MARTA: Inés, llévame a Lucía de aquí.
A doña LUCÍA
INÉS: ¿No vamos las dos? LUCÍA: Vamos. (Yo sabré de vos Aparte después la sospecha mía.)
Vanse doña LUCÍA y doña INÉS
MARTA: ¡Mi enfermo! FELIPE: Vanos recelos asaltan mi corazón y, como en el alma son los celos pesados hielos siempre que el temor los cría, sin poderme defender, por tu ocasión vengo a ser enfermo de perlesía. MARTA: Pues si le sana el calor y amor mis deseos abrasa, perlático de mi casa, llega al fuego de mi amor.
Abrázanse y sale don GÓMEZ
GÓMEZ: ¡Ah, sí! Doña Marta, aquel papel adónde está? MARTA: ¡Ay de mí!
Don FELIPE finge que se desmaya y doña MARTA que le sostiene
GÓMEZ: ¿Qué es esto? FELIPE: Hame dado aquí este accidente crüel. Como he estado tanto en pie. El corazón desfallece. ¡Ay Dios! MARTA: ¡Ea! Parece que os desmayáis. FELIPE: ¡Ay! GÓMEZ: ¡Tenle! MARTA: Ayudádmele a llevar, padre y señor, a la cama. GOMEZ: (¿Hay tal virtud? ¿Quién no ama Aparte tal hija?) MARTA: ¿Vuelve a cobrar la color? GÓMEZ; Pienso que sí. MARTA: Llevémosle los dos, pues. GÓMEZ: No hagáis vos fuerza en los pies. FELIPE: ¡Ay cielo! MARTA: Arrimáos a mí. FELIPE: Tenedme, señora mía; dadme la mano, señor. GÓMEZ: ¿Cómo estáis? FELIPE: Algo mejor. MARTA: ¿Qué es lo que os dió? FELIPE: Perlesía.
Vanse todos

FIN DEL ACTO SEGUNDO

Marta la piadosa, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 24 Jun 2002