JORNADA SEGUNDA


 
Salen ATANAEL, capitán; TARIFE y MECOT, moros, de soldados, con espadas y rodelas
ATANAEL: ¡Que tenga el montañés atrevimiento en su favor para que glorioso triunfe de mí con excesivo aliento! ¡Oh, pesia a mi fortuna, qué gozoso ha de estar el cristiano, y qué contento de quedar contra tantos victorioso! Pues con razón, al ver huír mi gente, yo quedé amedrentado y él valiente. TARIFE: No hay espantar, señor, que se os huyeran tantos soldados, que en las ventajas no pudo asegurarse que ellos eran en número más hombres, pues las cajas que en el aire sonaban pospusieran un número mayor, y si no atajas por otro nuevo rumbo tanta ayuda, temo que con encanto nos sacuda. ATANAEL: Viste aquel escuadrón que yo traía, setenta y seis cornetas valerosos y de la más lucida infantería que siguieron escuadras belicosas, y también de gentil caballería, pues fue de las naciones más famosas, seis regimientos cuando al fuerte lado de Abén Lope me hallé acuartelado y en las riberas de Aragón corriente acometió el cristiano las trincheras? Aquel conde Aznar, el más valiente, retiró batallones y banderas hasta el agua, y de toda nuestra gente poblaron degollados sus riberas tantos soldados muertos, que los peces bebieron sangre, y aun caliente a veces. MECOT: Que alfanjes en el aire parecían sin que fuerza exterior los gobernase, y tanto estrago en nuestra gente hacían, que presumí ninguno se escapase. TARIFE: Algún hechizo creo que tenían con que nuestro valor amedrentase. ATANAEL: ¡Oh, villana canalla! La Fortuna ha de ser algún día de mi luna, y desvaneceré el atrevimiento de resistirse con dos mil soldados. TARIFE: Que tengas poca gente es lo que siento; mas agora ya quedan castigados quemando los casares con que al viento dan las vidas y quedan abrasados más de cien montañeses, que en manojos de fuego son cenizas y despojos. MECOT: Páguennos los cristianos la matanza que han hecho en nuestra gente.
Dicen dentro
VOCES: ¡Fuego! ¡Fuego! ATANAEL: Mejor es que la sangre la venganza. VOCES: ¡Que se quema el casar, remedio luego! TARIFE: Aún piden favor con arrogancia. MECOT: Imposible es ya ningún sosiego. ATANAEL: Ya los villanos andan alterados; así me vengaré por mis soldados. Las armas prevenid, por si escaparen algunos montañeses valerosos que en las pavesas ígneas se encontraren, porque de estos castigos tan penosos, aunque aquí tan confusos nos toparen, coléricos, sangrientos y furiosos contra nosotros dieran, ya advertidos que somos los que causan sus gemidos. TARIFE: A tu lado he de estar, que aunque viniese García Íñiguez con tanta gente cuantos vasallos su poder tuviese, yo sólo venceré su ardor valiente. MECOT: Y aunque aquel mismo conde fuese que en la campaña anduvo tan ardiente y acá viniese tan desesperado, no le temiera por seguir tu lado. ATANAEL: De vuestro gran valor dais gran testigo y del marcial estruendo hacéis alardes.
Dice dentro
MOSQUETE: Del cielo os venga, infames, el castigo; luterianos, apóstatas, cobardes.
Sale MOSQUETE, cubierto de ceniza
MOSQUETE: Aunque me han de matar, las tropas sigo. ¡Jesús, San Lesmes y qué malas tardes se me previenen! Hoy estos morazos las costillas me harán a mí pedazos. TARIFE: ¡Detente, traidor, aleve! Dime. ¿Quién eres villano? MOSQUETE: ¡Ay de mí! TARIFE: Habla, inhumano. MOSQUETE: Soy el dimoño que os lleve. ATANAEL: Matadle, pues que profana ese cristiano insufrible mi decoro, y es posible no quede sangre cristiana. MECOT: ¡Muere, traidor! MOSQUETE: ¿Yo, por qué? ¿qué culpa le tengo yo, si mi amo los mató? Yo no lo vi ni lo sé. ATANAEL: Déjale, por ver si acaso es oculta centinela; pregúntale con cautela. MOSQUETE: (Éste será el primer paso, Aparte sin duda, de mi pasión.) TARIFE: ¿Quién eres, dime, soldado? MOSQUETE: Un hombre que paso a vado por el río de Cedrón. MECOT: Di quién eres, majadero, si no, te mato al instante. MOSQUETE: Téngase, no se adelante, que entrar al huerto es primero. TARIFE: Éste se burla de mí, pues muera. MOSQUETE: No me haga mal. (¿Puede haber desdicha igual Aparte que quiera empezar así?) ATANAEL: La vida puedes ganar si la verdad confesares. MOSQUETE: Que se queman los casares te confieso sin tardar. ATANAEL: ¿Han muerto algunos soldados en las ardientes pavesas? MOSQUETE: Más de veinte montañesas, y montañeses honrados más de ciento; porque, heridos de la campaña pasada, les diste cura abreviada con cauterios encendidos. ATANAEL: Pues ¿cómo escapar pudiste de aquel voraz elemento? MOSQUETE: Tengo grande entendimiento para prevenir un chiste.
Dentro
UNOS: ¡No se escapen por abajo, ocupad esas florestas! ATANAEL: ¿Qué voces serán aquéstas? UNOS: ¡Cuidado con el atajo! ATANAEL: Estos, sin duda soldados son del cristiano que vienen a ver si vengarse pueden por ellos y los quemados. TARIFE: Valor nos infunde Marte para resistirnos fuertes. MECOT: Hoy he de hacer dos mil muertes, si Alá está de mi parte. ATANAEL: A prevenir nuestra gente vamos al punto, que creo será menester, pues veo, si mi corazón no miente, un valeroso escuadrón. TARIFE: Tan buena ocasión no pierdo. MOSQUETE: (Lanzada de moro izquierdo Aparte te atraviese el corazón. MECOT: ¿Y este pícaro insensato dejamos con vida aquí? ATANAEL: Déjalo, que importa así. MECOT: Pues démosle de barato.
Danle
MOSQUETE: ¡Ay mi cabeza rompida! ¡Que me matan, mi señor! ATANAEL: ¿Quién te puede dar favor?
Salen el PRÍNCIPE y el CONDE, con espadas desnudas
CONDE: Yo, y te quitaré la vida. PRÍNCIPE: ¡Oh traidora, vil canalla! ¿Con fuego queréis vengaros? Ea, conde, que ya es tiempo, venguemos estos agravios.
Acométense a cuchilladas cristianos y moros
CONDE: Hoy seréis, cobardes moros, de mi fuerte espada el blanco. PRÍNCIPE: ¡Bravamente se resisten! MOSQUETE: Pues ríndanse los borrachos o si no, los mato al punto. ATANAEL: Valientes son los cristianos. TARIFE: Ya me canso en resistirme. MECOT: De resistirme me canso. MOSQUETE: Con aquesta zambullida si no se me huyen los mato. ATANAEL: No falte el valor, amigos. MOSQUETE: ¡Vive Dios que llevan jacos! TARIFE y MECOT: No podemos resistirnos. ATANAEL: Pues huyamos. LOS DOS: Pues huyamos.
Vanse los moros
MOSQUETE: Esto sí que va de veras. ¡Por Dios! Huyen como galgos. ¡Qué sangrienta está mi espada! Yo les haré con los diablos que se acuerden de Mosquete más de cuatrocientos años. PRÍNCIPE: ¿Qué es aquesto, conde amigo? ¿Ya nos han dejado el campo? CONDE: ¿A quién faltará valor animándose al sagrado del lado de vuesa alteza para coronar con lauros las repetidas victorias de nuestros antepasados? PRÍNCIPE: Con vuestra ayuda, a mi ver, ni el más cobarde soldado tiene que temer ruína si le ampara vuestro lado. De vuestro valor confío que antes de tiempo muy largo sujetaréis la cerviz de este bárbaro tirano; id a recoger la gente que está esparcida en el campo, y dad órdenes que importen como sabéis. Yo me parto a dar la nueva a mi padre del suceso ya pasado y dar el treudo debido a la quietud y al descanso. CONDE: A vuestra alteza dé el cielo de vida tan largos años como deseo, y al punto cumpliré, con el cuidado debido, en todo aquello que me dejáis ordenado. PRÍNCIPE: Así lo fío y lo creo. Adiós.
Vase el PRÍNCIPE
CONDE: Adiós, luego parto. Vamos, Mosquete. ¡Ay de mí! Que Leonor, si no me engaño, intrépida y arrojada salió varonll al campo por sólo satisfacerme los recelosos airavios que le ocasione, celoso del grande amor obligado que le tengo, sin que otra ocasión me hubiese dado, que es su perfección divina, y por abreviar el paso, con el príncipe salí a la defensa, avisados de los que en cenizas yacen cadáveres sepultados del fuego que el enemigo aplicó--¡rigor extraño!-- a los casares y albergues de los heridos soldados; y pues no pude esperarla ni ella seguir mis pasos, vamos, que entre mis suspiros la podrá topar mi llanto. MOSQUETE: Y también Laura con ella debió salir; vamos, vamos. Mas oye, señor, advierte que si a cazarlas andamos por ser conejas, será menester algún azado. CONDE: ¿Por qué lo dices, Mosquete? MOSQUETE: Porque esta noche he soñado que un morisco cazador les echó el hurón alzado, y si esto es verdad, sin duda que las dos han renegado. CONDE: Deja chanzas, que yo estoy de sus desdichas temblando.
Salen LEONOR y LAURA de camino con espadas
LEONOR: ¡Válgame el cielo y qué fin a mis desdichas has dado! ¿Quién me trajo tanto mal? Conde, causa de mis daños, dime si ya estás contento. CONDE: ¿Qué estoy oyendo y mirando? ¿Es ésta alguna ilusión? ¿Estoy durmiendo o velando? ¿Es Leonor la que se queja? LEONOR: La misma. CONDE: El alma me ha dado sospechas que estás herida. ¿Eres Leonor? LEONOR: Soy, ingrato, una mujer desdichada, a quien, por quererte tanto, hoy han quitado la vida. CONDE: ¿Qué dices? Estoy turbado. ¿Cómo quedo yo con vida? Tenla, Mosquete, en los brazos mientras voy tras el traidor. LEONOR: ¡A buena ocasión! CONDE: Pues ¿cuándo con más razón? ¿Qué locura con pecho desesperado te llevó a morir, mi bien? ¿Cuál fue el bárbaro tirano que quitó a la tierra el sol, escureciendo los rayos con que esos divinos ojos le estuvieron alumbrando; ¡Oh quién te hubiera creído! que el dejarte fue pensando que no habías de atreverte a salir conmigo al campo, que si imaginara yo que amor te obligara tanto, antes perdiera mil vidas que dejarte de mi lado, antes sufriera mis celos, con ser el mayor cuidado que el cielo ha dado a los hombres y mayor cuanto más sabios. Aquí se acabó mi vida y aquí también se acabaron mis esperanzas, que al fin cayeron hechas pedazos. He de perder el sentido si no vengo tus agravios. LEONOR: Espera, espera, mi bien, no me dejes en el lazo de mis mortales congojas; mi vida se va acabando. CONDE: Antes el vital aliento me falte que, desdichado, vea empañar esos soles, llore mi desdicha en tanto. MOSQUETE: Y tú, Laura, ¿estás herida? ¿Hate alguno maltratado de los moros? LAURA: También tengo mi poquito de trabajo. MOSQUETE: ¡Ay, desdichado de mi! Pues ¿qué venías buscando? ¿Por dónde tienes la herida? Dime, Laura. LAURA: Por abajo. MOSQUETE: Si tiene la herida cura yo voy por un cirujano. LAURA: No vayas, no. MOSQUETE: Pues no voy, que si te mueres acaso estoy de pesares lleno; mas ya se me va pasando. LEONOR: ¿Conde? CONDE: ¿Leonor, mi bien? LEONOR: ¡Ay de mí! CONDE: Yo voy volando a buscar algún remedio, que mi amor presume hallarlo, para dar vida a los dos. LEONOR: Detente, reporta el paso, ya no es menester remedio, que cuanto dije es engaño para conocer tu amor. CONDE: ¿Engaño? LEONOR: ¿Qué estás dudando? No estoy herida ni soy tan necia; que me he guardado de los peligros muy bien. MOSQUETE: ¿Hay embuste más extraño? CONDE: Temblando estoy, ¡vive Dios! MOSQUETE: Pienso que han resucitado, porque todas las mujeres tienen astucia de gatos. Pues yo me acuerdo haber visto agora cuatro o diez años, con una herida de a geme a una mujer de los diablos, y no hacía caso de ella aunque se iba desangrando. LEONOR: Pues ¿pensabas tú que había de ponerme a los fiechazos de un turco por tus celos ni por mi amor? ¡Malos años! Pero di, si me querías, como agora te has mostrado, y si sabes que mi pecho es incontrastable mármol, ¿cómo permitiste, necio, que contigo fuera al campo? CONDE: ¡Ay, Leonor, hermoso dueño! Mi corazón abrasado se sabe fraguar sospechas de celosos agasajos. Nunca hay celos sin amor. LEONOR: Y si los hay, son villanos. CONDE: Mis celos nacen de amor que es divino y soberano, como lo publica el alma con este amoroso abrazo. LEONOR: Quita allá, que las mujeres sufren desprecios amando, y siendo amadas se vengan de los pasados agravios. No me quisiste en salud, pues me dejaste en el campo para blanco de los turcos, y cuando me estoy quejando de que me muero, me dices requiebros enamorados. ¿Qué tenemos las mujeres que muertas os agradamos? ¿Cuál hombre no llora entonces? MOSQUETE: Esto corre muy de llano, que es más linda la mujer que no vive más de un año. CONDE: ¿Qué es esto, bella Leonor? El aliento me has quitado segunda vez con desprecios. LEONOR: Merecido es este pago a quien me llora difunta cuando viva me ha dejado en peligros de perderme. MOSQUETE: Dice bien, y es caso extraño, después de muchas pendencias, ver un viudo muy barbado llorar por una mujer, y con los ojos muy bajos decir, "¡Ay de mí, mezquino, qué presto se me ha acabado el consuelo de esta vida! Hijos míos, ¡qué temprano se os ha puesto el sol! ¡Ay Dios!" Y sabido bien el caso, era una mujer a quien por horas mataba a palos. LAURA: Así hicieras tú, bribón, si a mí me hubiera enterrado la chusma morisca--¡ay!--creo que aun no hicieras tanto como llorar por saber que quedaba agonizando. MOSQUETE: No llorara, Laura mía; pero te dijera un salmo con requies y con profundis, que te llevara volando adonde los taberneros van a pagar sus milagros. LAURA: Por vida mía que tienes habilidades del diablo; no fïara en ti, Mosquete, ni en tus promesas un clavo. ¡Por vida de mis cabellos! MOSQUETE: No tienes por qué jurarlo, que no son esos cabellos ..................... [ -a-o] tuyos, Laura. LAURA: Sí, son míos. MOSQUETE: No son tuyos, es engaño; porque yo sé por muy cierto que esos cabellos rizados son de la mujer del baile que murió hace cien años. LAURA: ¡Mal haya quien no te quita las narices a bocados! CONDE: Vamos, Leonor hermosa, nueva Palas, que al asalto primero que diste al pecho más varonil y esforzado le venciste. Vamos luego, que si en pláticas estamos, el campo queda sin orden y sin guía los soldados. No hay de qué tengas temor. LEONOR: No le tengo ya a tu lado; gocemos de los despojos que dejaron en el campo; tú de los que en él venciste y yo de los que has dejado cuando te das por vencido. CONDE: Ser vencido de tus manos tengo por mayor victoria que las que tuvo Alejando. MOSQUETE: Vamos todos, que en pillar no me ha de ganar el dlablo.
Vanse. Salen EUROSIA, ARCISCLO, CORNELIO y BODOQUE, de camino
CORNELIO: Aquí, hermana, en esta alfombra de hierba y flores te asienta. EUROSIA: No pienso quedar contenta hasta que la fresca sombra de los montes aquitanos me dé el contento y ventura, gozando de su frescura con los humildes cristianos. ARCISCLO: El coche parad, Lorente, en esas verdes florestas. EUROSIA: ¿Qué avecillas son aquestas que cantan tan dulcemente? CORNELIO: Aquél es el ruiseñor, que, con música süave, a su consorte le sabe referir su tierno amor. Aquella vid abrazada en el álamo frondoso pinta un bosquejo glorioso de insensible enamorada. Aquella copiosa fuente, obligada de su amor, se despeña con rigor por ser su Narciso ausente. ARCISCLO: Todo lo crió el Señor en el eterno paraíso con tal perfección, que quiso enseñarnos con primor. Contempla aquella avecilla que, en gorjeos concertados, siendo vida de los prados, compone dulce capilla. Aquel arroyuelo amante que se despeña furioso, de tu vista muy glorioso, te baila el agua delante. Por darte entretenimiento hacen todos maravillas, fuentes, flores, avecillas, sin tener eMendimiento. EUROSIA: ¡Ay de mí! ¿Cómo resiste mi corazón tanto halago? ARCISCLO: En jamás me satisfago si estás cansada o estás triste. CORNELIO: En esta margen frondosa de este bruñido arroyuelo, que corre para ser hielo, galán fino de la rosa, te sienta. EUROSIA: Nada divierte mis penas; todo me cansa. El agua que corre mansa va murmurando mi muerte. Aquel pájaro jilguero, que gorjerillos levanta, es algún cisne que canta por mí, porque cisne muero. ¡Ay de mí! ARCISCLO: ¿Por qué suspira vuesa alteza? EUROSIA: No lo sé. Triste voy porque dejé a mi hermana Draomira. CORNELIO: Pues Draomira, ¿no es, hermana, aquella gentil aleve la que a matarte se atreve? EUROSIA: Sí; mas es por ser cristiana. CORNELIO: Luego, ¿deseas morir? EUROSIA: Por la fe de Cristo, hermano, perder la vida un cristiano, ¿no es morir para vivir? CORNELIO: Claro está. BODOQUE: Ella desea ser ahorcada; pues a fe que no la siga si sé que por las horcas pasea. EUROSIA: Dejadme, que no reposo. ARCISCLO: Pues, senora, ¿en este día tienes tal melancolía cuando te espera tu esposo? EUROSIA: Aun por eso es mi dolor, que temo que no me adora. ARCISCLO: ¿De qué lo sacas, señora? EUROSIA: Solamente del temor que le tengo; mas un rato me quisiera ahí apartar, que quiero comunicar con su pintura o retrato. CORNELIO: ¡Oh, gracias a Dios del cielo que muestras algún cariño! BODOQUE: Ya parece que el dios niño la ha puesto en algún desvelo. EUROSIA: Descansad un poco en tanto que yo cumplo mi deseo. CORNELIO: Aún dudo lo que veo; ¡guíenos el cielo santo!
Apártase EUROSIA y saca un retrato de un crucifijo y otro de la virgen
ARCISCLO: De esta mujer me temí, según tan triste venía, que jamás se lograría nuestro intento, y presumí de su virtud que, con celo de ser mártir, deseaba quedar en Bohemia y daba una rica joya al cielo. CORNELIO: Agora ya no hay dudar que determina casarse. BODOQUE: Eso no puede dudarse de cuantas saben hablar. CORNELIO: Ya todo el mundo atesora norabuenas para mí. Sentémonos por aquí para ver cómo enamora.
Siéntanse y EUROSIA se pone de rodi- llas
EUROSIA: Dulce Señor, enamorado mío, ¿adónde vais con esa cruz pesada? Volved el rostro a una alma lastimada de que os pusiese tal su desvarío. De sangre y llanto entre los dos un río formemos hoy; y si a la vuestra agrada, partamos el dolor, y la jornada, que de morir por Vos, en Vos confío. ¡Ay, divino Señor del alma mía! No permitáis que otro nuevo esposo me reconozca suya en este día. Bajad de vuestros cielos amoroso, y si merece quien con vos porfía, dadme estos brazos, soberano Esposo. CORNELIO: De rodillas está puesta: gran fuerza tiene su amor. ARCISCLO: Idólatra es en rigor en acciones como aquésta. CORNELIO: De su cristiandad no puedo presumir error tan grave. ARCISCLO: Ni yo imagino que cabe en su virtud tal denuedo. BODOQUE: Mi señora, aunque parece que tiernamente suspira por su esposo, si se mira siempre se queda en sus trece. CORNELIO: Llama, Bodoque, a mi hermana que parece tarde. ARCISCLO: Espera; quien habla de esa manera será en cosa soberana. EUROSIA: Virgen, paloma cándida que al suelo trajo la verde paz, arco divino, pues en los tres colores a dar vino fe del concierto entre la tierra y cielo, dadme remedio, pues sabéis mi celo. No case con Fortunio, que imagino que más dichosa soy, si más me inclino a conservarme pura en blanco velo. No me dejéis, cristífera María, favoreced mi intento puro y santo hasta que llegue de mi muerte el día. Mi pureza guardad, pues podéis tanto, si mereciere la esperanza mía que del sol que pisáis pase mi llanto.
Queda como arrobada con los retratos en las manos
CORNELIO: Con la virgen advertí que hablaba mi hermana ahora; aquel retrato que adora no será el que presumí. ARCISCLO: Aun por eso, con recato hace aquestas maravillas, y cuando está de rodillas de Cristo será el retrato. BODOQUE: De estarse sola hace alarde aunque nunca haya almorzado, y para andar a poblado se va haciendo un poco tarde. CORNELIO: Llámala, Bodoque amigo. BODOQUE: Voy volando. Mi señora, mire que se acerca la hora de marchar. ¿Está conmigo? ¿No responde? ¡Voto a tal! Algún accidente fuerte, ...................... que no hablando, grande mal.
Levántanse
CORNELIO: ¿Qué dices? ¡Hermana mía! ¿Tú desmayada? ¿Qué pena te ha quitado, estando buena, su valor en este día? ARCISCLO: Sin duda está arrebatada en éxtasis con su Dios, que en las manos tiene dos retratos con quien hablaba. CORNELIO: ¡Qué santidad singular! Mas no sé qué tengo en mí que hasta que haya vuelto en sí no puedo estar sin pesar. ¿Cuándo del sol brillarán luz y rayos refulgentes? BODOQUE: Estos que vemos presentes en su vida volverán. CORNELIO: ¿Por qué? BODOQUE: Porque es cosa cierta, sin que nadie lo repare, que la mujer que no hablare la podéis tener por muerta. CORNELIO: Ya vuelve. BODOQUE: Es frenesí, y en esto estás poco atento; mas quiero decirte un cuento de esto de volver en sí. Con su sacristán el cura se salió al monte a cazar, que el no estar en su lugar en algunos curas dura. CORNELIO: Calla, Bodoque, que irritas con tu necedad al mundo. ¡Qué caso tan sin segundo, Parca ingrata, solicitas! ARCISCLO: La desdicha me desmaya de tan extraño suceso. BODOQUE: (Y yo prosigo con eso. Aparte Vaya pues de cuento, vaya; que empezarle para mí es gran pena no acabarle; a mí mismo he de contarle, soliloquiándome así. Acompañólos un cojo a caballo en su jumento, y éste será en mi cuento el que para blanco escojo. Llegaron con atención al monte, pero en su entrada al cojo, el alma turbada, le dió mal de corazón; quedóse el cura turbado, y el sacristán quiso irse; mas el cura, sin partirse, se quedó todo cortado. Dijo el cura aquesto viendo, "En sí luego volverá." Dijo el sacristán, "No hará, que suena lejos su estruendo." Con esta grande locura, sobre este caso apostó con que el sacristán llegó a apostárselas al cura. Dejaron al desdichado en el monte con su mal, que después de rato tal fue de su achaque dejado; subió en su jumento allí, y al verlo los apostantes, el sacristán dijo antes, "Mirelo, no volvió en sí." "Es engaño, pues se ve tu contrario claramente," dijo el cura. "Usted miente, ¿no ve que no viene a pie?," dijo el el sacristán; y así gano yo con fundamento; que quien vuelve en su jumento, ¿cómo ha de volver en sí?) CORNELIO: Ya parece que el desmayo muy pocó a poco la deja. EUROSIA: ¡Dulce Jesús, dueño mío! ¿Cómo tan presto te alejas de mi presencia? ¡Ay de mí! CORNELIO: ¡Eurosia hermana, dulce prenda! EUROSIA: ¿Qué quieres, Cornelio hermano? CORNELIO: Presumí que tu belleza cubierta de un parasismo aquí se desvaneciera. Esos retratos, Eurosia, que dentro tu pecho encierras son causa, si bien adviertes, de tus amorosas penas. EUROSIA: Causar penas nunca pueden, antes bien, siempre me alegran, porque el uno es de mi Esposo, del corazón dulce prenda, y el otro de una Señora que, con sobradas finezas, me estima sin merecerlo. ARCISCLO: Ya vimos, sobrina bella, que son de Cristo y su Madre los dos retratos que llevas; a Cristo llamas tu esposo, con que entendidas las nemas de tu cariñoso afecto, saco aquí por consecuencia que de casarte no gustas, y si vienes es por fuerza de mi larga persuasión y de la noble obediencia de tus padres; mas si miras, ilustre y noble princesa, que la ley de Cristo ensalzas coronando tu cabeza con el sagrado laurel de Aragón, con que se espera que has de ser Atlante firme de la militante iglesia, asombro de los herejes y de aquella ley perversa de Mahoma gran contrario. EUROSIA: ¿No podré sin ser yo reina triunfar de sus acciones? ARCISCLO: No será fácil que puedas ensalzar tu nombre tanto que te conozca la tierra defensora de la fe si la voluntad no apruebas de casar con don Fortunio. EUROSIA: La virginidad es prenda que Dios tiene en mucha estima. ARCISCLO: Es verdad; mas cosa es cierta que también estima Dios las que honestamente intentan llegar al sacro himeneo, y es proposición tan cierta, que confirman su verdad las mismas sagradas letras. Quiso Dios en el Paraíso con milagrosa manera conservar a Elías virgen, cuya castidad excelsa merece ser colocada sobre todas las estrellas. Mas también favoreció con igual correspondencia al profeta Enoc, casado, y de la misma manera si al Tabor subió a Elías a enseñarle sus grandezas, bien creo que por ser virgen mereció que allá subiera. Pero Moisés también, que fue casado en la tierra, subió con Cristo al Tabor; para que, sobrina, entiendas que también estima Dios con su voluntad inmensa al que, casado, le sirve, como al que, virgen, le ruega. El sagrado matrimonio, con singular agudeza, le llamó el apóstol grande sacramento de la iglesia. Muchas matronas ilustres dan de estas verdades pruebas, y la misma Virgen fue, aunque virgen tan perfecta, casada con San José. EUROSIA: Aseguró su pureza con voto de castidad. ARCISCLO: No se niega a vuesa alteza que pueda ofrecer a Dios su virginidad; y advierta que si la tiene ofrecida a su Majestad inmensa, puede cumplir virtuosa, aunque case, su promesa. CORNELIO: Hermana mía, ya es tarde y la lámpara febea quiere extinguir su luz pura en las olas, donde alberga sus rayos en cada noche, sepulcro de su madeja. Vamos alargando, el paso, que muy poco tiempo queda para llegar a poblado. EUROSIA: Vamos, pues. BODOQUE: Vamos apriesa, porque si mucho tardamos, nos quedaremos sin cena. EUROSIA: ¡Cielo divino, ayudadme! ARCISCLO: De Dios nos guíe la diestra. CORNELIO: Él te dé, si acaso importa, lo que más mi amor desea.
Vanse. Salen el PRÍNCIPE y el CONDE
PRÍNCIPE: Por eso del alma sale, Conde, a la lengua el amor. CONDE: No hay pena, invicto señor, que con la de amor se iguale. PRÍNCIPE: El retrato tengo aquí de la que ha de ser mi esposa; atended si es cosa hermosa por quien el alma rendí. CONDE: ¡Hermosa dama! PRÍNCIPE: Yo pienso que estudió naturaleza la estampa de su belleza, no por instrumento inmenso de aquel poder soberano, mas hablando a nuestro modo, porque parece que en todo puso cuidado su mano. CONDE: Vuestra alteza se rindió justamente a la más bella, ilustre y noble doncella que en el mundo se crïó. PRÍNCIPE: Mis potencias y sentidos, justos fueron sus despojos, que antes de verla mis ojos la aprobaron mis oídos. Con su virtud asegura mi elección en puridad, pues quiere su santidad competir con su hermosura, y son las dos tan iguales, que en la perfección que vieron, su nombre a Eurosia pusieron los pinceles celestiales. Ya creo que no están lejos, que ayer vino embajador de este sol que en su esplendor me dan vida sus reflejos, y dice que llegará con brevedad a esta tierra; mas--¡ay, Conde!--que la guerra me presumo estorbará el salirla a recibir a la entrada de Aragón. CONDE: A mi cargo la ocasión para que podamos ir. A Leonor dejé perdida, qué, intrépida y arrojada, por el campo hizo entrada sin prevenir la salida; y aunque el bárbaro enemigo hizo fuga en la ocasión, pudo disponer traición por llevársela consigo; y si tan nobles despojos se me llevan, claro está que mi corazón saldrá derretido por los ojos; mas la cruz de aquesta espada saldrá siempre vencedora, y el joyel que mi alma adora he de cobrar, aunque armada esté la morisma junta a pesar de su traición, o mi ardiente corazón ha de abrir aquesta punta. PRÍNCIPE: No es cierto, no, a mi ver que salga al campo Leonor, que aunque tiene gran valor en efecto es de mujer. CONDE: Fía en las veloces alas de un bruto que con razón él es hijo de Aquilón y ella de la diosa Palas. PRÍNCIPE: Sin duda se habrá escapado si su valor conjeturas. CONDE: De mayores apreturas otras veces se ha librado. Lo que más mi pena aumenta es que Mosquete quedó en su guarda, y se alejó con presunción avarienta de recoger los despojos por el campo divertido, y dejó puesto en olvido lo que llorarán mis ojos. Dice que de lejos vio dos moros, y del temor, olvidado de Leonor, cobarde se retiró. PRÍNCIPE: No es en vano tu temor; pero fío sin recelo que la habrá librado el cielo de aquel bárbaro furor. Pero ¿dónde anda agora Mosquete, vuestro crïado? CONDE: En busca, señor, le he enviado de la que mi alma adora, advirttendo que, si acaso Leonor está perdida, he de quitarle la vida. Mas ¡ay de mí, fiero caso fuera verla entre tiranos! No había de haber rigor que estorbase mi furor hasta volverla a mis manos. PRÍNCIPE: Sin duda por verse ausente de vos, con sagacidad se retiró a la ciudad, que es entendida y prudente; mas, si acaso por desdicha otra cosa pudo ser, yo os ofrezco mi poder hasta conseguir la dicha de volverla a vuestros brazos, y os promete mi afición daros casta posesión con indisolubles lazos. CONDE: A prevenir nuestra gente importa, señor, que vamos, porque temo si tardamos, algún penoso incidente. A recibir lo primero iremos a vuestra esposa, que, a pesar de la mañosa traición del cancerbero, no ha de parar mi valor hasta poner con despecho .................. [ -echo] y en mis brazos a Leonor. PRÍNCIPE: En vuestro valor confío, conde amigo, y es razón, que con vuestro corazón siempre va seguro el mío. Vamos, y sin más tardar, de la gente más lucida que tenéis más conocida podéis un tercio alistar. CONDE: Si llevamos, a mi ver, con sus lucidos arneses un tercio de montañeses, nada queda que temer.
Vanse

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

La joya de las montañas, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002