LA FINGIDA ARCADIA

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 1998. Se basa en el texto de PARTE TERCERA DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Tortosa: Francisco Martorell, 1634) que ha sido cotejado con la edición de don Emilio Cotarelo y Mori (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, tomo I, NBAE 4, 1906).


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Salen LUCRECIA y ÁNGELA, criada
LUCRECIA: "Silvio, a una blanca corderilla suya de celos de un pastor, tiró el cayado con ser la más hermosa del ganado. ¡Oh Amor! ¡Qué no podrá la fuerza tuya! Huyó quejosa, que es razón que huya habiéndola, sin culpa, castigado; lloró el pastor, buscando el monte y prado; que es justo que quien debe restituya. Hallóla una pastora en esta afrenta, y al fin la trajo al dueño, aunque tirano, de verle arrepentido, enternecida. Dióla sal el pastor, y ella contenta la toma de la misma ingrata mano, que un firme amor cualquier agravio olvida." No se pudo decir más; hasta aquí la pluma llega. ÁNGELA: Pluma de Lope de Vega la fama se deja atrás. LUCRECIA: ¡Prodigioso hombre! ¡No sé qué diera por conocerle! A España fuera por verle, si a ver a Salomón fue la celebrada etiopisa. ÁNGELA: Compara con proporción que no es Lope, Salomón. LUCRECIA: Lo que su fama me avisa, lo que en sus escritos leo, lo que enriquece su tierra, lo que su espíritu encierra, y lo que verle deseo, mi comparación excusa; y a él le da más alabanza lo que por su ingenio alcanza que a esotro su ciencia infusa. Tan aficionada estoy a la nación española, que porque tú lo eres, sola, contigo gustosa estoy lo más del día. ÁNGELA: Madrid es mi patria, corte digna de España, madre benigna del mundo. LUCRECIA: Valladolid dicen que es competidora de su grandeza. ÁNGELA: Sí fuera si el clima y cielo tuviera que a Madrid hacen señora. Mas, si sus partes te alego contestarás que es mejor. Patria es Madrid del Amor, y así está fundada en fuego. Agua los celos la han dado, si su fuerza hace llorar, de fuentes que pueden dar salud al más deshauciado. Si saber sus frutos quieres flora sus campos corona, su tributaria es Pomona, sus venteros Baco y Ceres. Dale en olivos Minerva oro puro y generoso, ganado, el monte, sabroso, tomillos el campo y hierba; las musas un Alcalá que llamar Atenas puedo; la cortesía, un Toledo que doce leguas está; sus hechizos, la hermosura, sus hazañas, el valor; su mansedumbre, el amor; sus milagros, la ventura; nuestra religión su ley de quien es seguro norte, dos mundos la dan su corte, la corte la da su rey. Goza del llano y montaña que sus términos incluye; y en fe que en todos influye valor, es centro de España. LUCRECIA: Di patria ilustre también de Lope, y diráslo todo. ÁNGELA: Si a tu gusto me acomodo no es ése su menor bien. LUCRECIA: Yo, después acá, que estoy en el español idioma ejercitada, si a Roma a Tulio por padre doy de la latina elocuencia, y al Bocaccio en la toscana, a Lope en la castellana no le hallo competencia. Más de un desapasionado me ha dicho de tu nación que en la prosa, a Cicerón, estilo y gracia ha imitado, y a Ovidio en la suavidad y lisura de sus versos, sonoros, limpios y tersos, confirmando esta verdad con lo que en sus libros hallo. ÁNGELA: Si él ese favor oyera, ¡qué bien le correspondiera! ¡Qué bien supiera estimallo! LUCRECIA: ¿Agradece? ÁNGELA: Aunque hay alguno que apasionado lo niega, es tan fértil esta vega que paga ciento por uno. Pero, ¿qué piensas hacer con tantos libros aquí? LUCRECIA: Todos son suyos y así, ya que no le puedo ver, mientras gasto bien los ratos que recreo en su lección, si los libros suyos son veré a Lope en sus retratos. ÁNGELA: Con tanto libro, parece estudio éste y no jardín.
Están todas las obras de Lope en un estante
LUCRECIA: Mejor dirás camarín que al alma de ley se ofrece. ÁNGELA: Aquéste es el Labrador de Madrid, primero fruto de Lope. LUCRECIA: Hermoso tributo que a un tiempo da fruto y flor. ÁNGELA: Es divino. LUCRECIA: De justicia, lo primero a Dios se debe; por eso quiere que lleve Lope, el cielo, su primicia. ÁNGELA: No ha escrita él otro mejor. LUCRECIA: Imitó, discreto, en él a la ofrenda que hizo Abel si Caín dió lo peor. ÁNGELA: Ésta es la Angélica bella. LUCRECIA: ¿Que Ariosto se le compara? ¡Valientes octavas! ÁNGELA: Rara habilidad, y en ella la Dragontea compite del rayo de Ingalaterra. LUCRECIA: Escribe en la paz la guerra lo que la pluma permite. ÁNGELA: Mira en un cuerpo pequeño mil almas. LUCRECIA: Bien le sublimas. ÁNGELA: Éste se llama Las rimas de Lope. LUCRECIA: Son como el dueño. ¡Qué canciones, qué sonetos, qué églogas, qué elegías! Las noches gasto y los días en meditar sus concetos. ¡Si viviera Garcilaso celebrárale más bien!... ÁNGELA: Ésta es la Jerusalén. LUCRECIA: No la iguala la del Taso. Mira sus octavas llenas de sentencias y doctrinas sabio en las letras divinas, pues no escribe verso apenas sin allegar un autor, y hallarás en cualquier parte entre las veras de Marte, mezcladas burlas de Amor. ÁNGELA: Aquéste es el Peregrino. LUCRECIA: Más lo es quien lo escribió. ÁNGELA: Qué bien faltas enmendó, siguiendo el mismo camino de aquel Luzmán y Arborea, cuyas Selvas de aventuras por Lope quedan escuras. LUCRECIA: ¡Qué bien los Autos emplea que mezclados en él van! ¡Qué elegantes, qué limados! ÁNGELA: Y más bien acomodados que los que mezcló Luzmán. Los pastores de Belén son éstos. LUCRECIA: Si labrador fue con Isidro, pastor sabe Lope ser también. ÁNGELA: Resucitó villancicos en su mocedad cantados, y agora en Belén honrados entre amorosos pellicos. Todas éstas son comedias. LUCRECIA: Décima séptima parte ha impreso. ÁNGELA: No hay que espantarte, que aun esas no son las medias que tiene escritas. LUCRECIA: Pues ¿cuántas ha compuesto? ÁNGELA: Novecientas. LUCRECIA: Si los años no le aumentas, ¿dónde hay vida para tantas? ÁNGELA: Ésta es verdad conocida en España. LUCRECIA: Yo le diera por cada una, si pudiera, Ángela, un año de vida. ÁNGELA: A novecientos llegara siendo otro Matusalén. LUCRECIA: En él se lograran bien. ÁNGELA: En este último repara que es La Filomena. LUCRECIA: Canta Lope aquí, por Filomena, de suerte que ya es sirena si ave fue, pues nos encanta. Pero, para echar el resto al nombre que le hace claro y afrentar al Sanazaro en La Arcadia que ha compuesto, metafóricos amores en otra Arcadia mira, sus sutilezas admira, ten envidia a sus pastores; que yo, creyendo que piso márgenes de su Erimanto, si, con Belisarda canto, lloro celos con Anfriso. No sé divertir los ojos de sus versos y sus prosas, de sus quejas sentenciosas, de sus discretos enojos. De día ocupa mi mano, de noche mi cabecera. ¡Ay quien transformar pudiera vida y traje cortesano! En la comunicación de sus Leonisas, Anardas, Amarilis, Belisardas, ¡quién oyera a un Galafrón, un Menalca, un Enareto, un Brasildo, un Locriano, un rústico cortesano, un Celio, un Lauro discreto! ¡Oh, si el Po que nuestra quinta riega y fertiliza tanto, trocándose en Erimanto la Arcadia que Lope pinta a Lombardía pasara...! ¡Oh, quién Belisarda fuera! ¡Quién a un Anfriso quisiera y a su Olimpo desdeñara! ÁNGELA: Si en deseos semejantes te desvaneces, señora, notable falta hace agora en nuestra España Cervantes; que, a su manchego hazañoso loco por caballerías le prometió en breves días hacer legítimo esposo de otra dama, que, perdida por quimeras pastoriles, entre Dïanas y Giles rematase seso y vida.
Salen cantando don FELIPE, de pastor, y ALEJANDRA, dama, LARISA, labradora. Cantan
TODOS: Alma perseguida romped la cadena; que tan triste vida para nada es buena. UNO: Pesares amigos, haced como tales que os haré testigos de mayores males. OTRO: Falsas alegrías, vanas esperanzas; agora sois mías porque sois mudanzas. UNO: Si el amor se olvida acabad mi pega. TODOS: Que tan triste vida para nada es buena. UNO: ¡Ay! mis ojos tristes no sintáis llorar; pues mirar supistes sabedlo pagar. OTRO: Quien me mata muera; vergüenza ha de ser; pero más lo fuera dejarlo de hacer. UNO: No viva afligida quien celosa pena. TODOS: Que tan mala vida para nada es buena. LUCRECIA: Tan bien venido seáis como la canción es buena. Lope sus versos ordena. A su Arcadia los hurtáis; para darme gusto a mí no hallaréis lisonja igual. ALEJANDRA: Ya en la Arcadia pastoral el Po se vuelve por ti; que puesto que eres condesa de Valencia del Po, has dado en ennoblecer el prado que con tu vista interesa. Nueva primavera y flores y dejando la ciudad en aquesta soledad gozan fingidos pastores, que en libros de España miras lo que a tantos potentados causa celos y cuidados. LUCRECIA: De cortesanas mentiras huyo, Alejandra; no creo encarecimientos locos más ciertos, cuanto más pocos; amores honestos leo que ni pueden engañarme con su sabia sencillez. ni con lisonjas, tal vez persuadirme, ni obligarme. Cuando me cansan los cierro, cuando me alegran los abro, en ellos firmezas labro ya diamantes, si antes hierro; sobre gustos no hay disputa, déjame con mi opinión. FELIPE: En ella cobran sazón río y monte, flor y fruta. Honre, señora condesa, nuestros campos--¡pesia a tal!-- Personas viste el sayal. Tal vez en la mejor mesa, entre el pavo y francolín, sabe bien el salpicón; gente los pastores son, amor nació en su jardín. En las cortes vive el vicio, y en el campo el desengaño; la sencillez viste paño si sedas el artificio. Sepa, señora, de todo; buena Pascua le dé Dios. LUCRECIA: Más os precio Tirso, a vos, cuando me habláis de ese modo, que cuantos la corte cría. En sus doseles nací, ilustre sangre adquirí, toda esta comarca es mía; lisonjas sé de palacio, verdades quiero saber, aprisa vive el poder, vivir quiero aquí despacio. FELIPE: Yo sé de cierto señor, harto regalado y tierno que, acostándose el invierno, después que el calentador la cama le sazonaba, se levantaba en camisa, y dando causa a la risa desnudo se paseaba. Burlábase de él su gente, y juzgaba a desvarío que tiritase de frío y diese diente con diente, quien abrigarse podía; más él, después de haber dado sus paseos, casi helado, a la cama se volvía, diciendo, "Para estimar el calor que agora adquiero es necesario primero el frío experimentar." Ya que su excelencia sabe tanto de corte y grandeza, pruebe aquí, vuestra llaneza más humana y menos grave; y sabrále allá más bien el trato y soberbia real, que quien no ha probado el mal poco, o nada, estima el bien. LUCRECIA: Pastor de Arcadia pareces según estás hoy discreto.
Sale HORTENSIO, viejo
HORTENSIO: Lucrecia, por tu respeto, después que te desvaneces a estas selvas retirada, en libros de poco fruto, de tu ociosidad tributo, paso una vida cansada. Soy tu tío, y en tu estado me has hecho gobernador; llámame padre tu amor; como tal, me da cuidado, el poco con que te veo de lo que te está más bien. Tus vasallos que te ven incasable, con deseo de que les des un señor a tus méritos igual, justamente llevan mal de que malogres en flor, sin fruto tus verdes años tan dignos de apetecer. El gobierno en la mujer es violento, y causa engaños. Dale dueño a tus estados que envidian a Lombardía a quien te sirve, un buen día, y treguas a mis cuidados. Deja libros fabulosos, quintas, bosques, soledades. LUCRECIA: Basta, que aunque persüades con afectos amorosos, primero es el aprender tío, que el ejercitar. En libros aprendo a amar; en sabiendo bien querer, daré a mis vasallos gusto y a tu consejo atención; porque, sin inclinación ya tú sabes que no es justo. HORTENSIO: Muy gentil flema es la tuya para los muchos amantes, que juzgan siglos instantes, deseando que concluya el amor sus pretensiones. LUCRECIA: ¡Qué! ¿tantos son por tu vida? HORTENSIO: ¿No lo sabes? LUCRECIA: Se me olvida. HORTENSIO: Dos condes y seis barones, un duque y cuatro marqueses. ¿Caballetos? ¡No hay contarlos! LUCRECIA: Si he de escoger y estimarlos, fuerza será que confieses que para hacer elección, algún tiempo es menester. Mi esposo no ha de tener ni falta, ni imperfección; muchas he considerado en los que su amor me ofrecen, que, en mi opinión, desmerecen mi gusto, si no mi estado. De todos tengo una lista que, si vuelves esta tarde te harán un copioso alarde; pasa por ellos la vista, y si de alguno supieres que vive libre de todas, trátame, Hortensio, de bodas. HORTENSIO: Mientras a hacer no le dieres a un escultor, o platero, ¿dónde le piensas hallar sin falta? LUCRECIA: Yo no he de amar a quien la tenga. Esto quiero. No me canses. Déjame. ALEJANDRA: En la Arcadia donde miras disfrazadas las mentiras podrá ser que alguno esté con la perfección que pides; y si haces elección de él, te casarás en papel vengando a los que despides. LUCRECIA: ¿Quieren no darme pesar? ¿Quieren dejarme leer? HORTENSIO: O muda de parecer o no te esperes casar.
Vase HORTENSIO
ALEJANDRA: Pues gustas quedarte sola con tus libros, prima, adiós.
Vase ALEJANDRA
LUCRECIA: Quedáos aquí, Tirso, vos, que de la Arcadia española no pequeña parte os cabe. LARISA: Oliendo a loca me va nuestra condesa. ÁNGELA: O lo está; a uno dice y otro sabe.
Vanse ÁNGELA y LARISA
FELIPE: Seis meses ha, prenda mía, que disfrazado por vos, trueco sedas en sayales, ¡metamórfosis de Amor! Dióme por patria a Valencia el cielo, en cuya región cuando hay guerra reina Marte, cuando hay paz, el ciego dios. Perdido por lo primero, juventud e inclinación, me sacaron de mi patria, porque siempre mi nación trasplantada en otros reinos hazañas fructificó; que no tiene, donde nace el oro, tanto valor. Vine a Milán, plaza de armas, de Alemania munición, en que Marte viste acero telas y brocado el sol; a la guerra del Piamonte voló la fama veloz cubriendo hazañas de plumas y noblezas de opinión. Dióme el gran duque de Feria, milanés gobernador, una tropa de caballos debajo la protección de aquel Pimentel invicto, valeroso sucesor de aquel padre de la patria, de aquel Numa, aquel Catón, que fertilizando canas a la Iglesia dió un pastor, un mayordomo a su reina, tres columnas a su Dios, tres Alejandros a Marte, a España hijos veintidós, mil glorias a su alabanza y a medio siglo un nector. Con él asalté a Verceli, y después en la facción de la Valtelina, pude gratularle triunfador. Cobróme desde aquel día generosa inclinación, no examinada en palabras, moneda vil de vellón, sino en obras, que libraron sus quilates al favor que eslabonan beneficios cadenas de obligación. Venimos desde Milán hasta Valencia del Po de quien os llamáis condesa, cuando fénix suyo sois. Vuestro nombre, que en Italia ser posible publicó el hallarse en un sujeto la hermosura y discreción, nos trajo a veros, quedando, esta vez, corta con vos, la fama, y no la hermosura, pues sois su exageración. Liberal nos festejastes ya en saraos, donde Amor fue el maestro de danzar y su discípulo yo; ya en banquetes, donde pudo igualar la ostentación, la riqueza, el artificio, la abundancia, a la sazón. Los propósitos jugamos una noche entre la flor de esta quinta, que al dios niño cría abeja, si áspid no; mi ventura o mi desdicha os dio asiento entre los dos, mi general, el derecho; yo, el lado del corazón. Entré libre, salí enfermo, quema el fuego, ciega el sol. Pague incendios, llore engaños quien tan cerca se llegó. Cuántas veces al oído os hablaba, bien sé yo lo que alargaba conceptos por gozar de aquel favor; despropósitos del juego, aunque dieron ocasión a la risa, declararon propósitos de mi amor. Dábanles otro sentido y tal vez discreta vos, mudábades mis palabras, al paso que la color. Perdí y gané el acabarse el juego y conversación. Gané el ser de vos querido; perdí el seso, que mejor bien sabéis vos, prenda mía, que divirtiendo el calor cuando todos registraban ya la fuente, ya la flor; tribunal de mis desvelos aquel verde cenador, que en el pleito de mis ansias sentenciastes contra vos; agradecida y piadosa admitistes mi afición, como equívocos regalos con recíproco favor; el cristal será testigo de esta mano que selló
Bésasela
en mis labios el secreto que conserva el corazón. Salí del jardín confuso, si vencido, vencedor; si amante, correspondido; si con deudas, acreedor. Llegó el día de ausentarnos, --¡noche dijera mejor-- despedímonos corteses, él contento, triste yo; pero apenas cuatro millas, en la breve dilación de vuestra hermosa presencia, --¡qué larga me pareció!-- anduvimos, cuando el alma, conio Clicie tras el sol, a la luz de vuestra vista los pasos retrocedió. Fingí con mi general que al partir se me olvidó una joya en vuestra casa de no poca estimación. Dije bien, pues en rehenes el alma se me quedó; en empeños la esperanza; la libertad en prisión. Di la vuelta a vuestra quinta, ¡juzgad con qué prisa, vos, si las alas que Amor lleva no son plumas, llamas son! Disfrazóme en ella, en fin, el sayal de labrador; amor siembro, cojo celos, fruto espero, no dais flor. Seis meses ha, mi Lucrecia, que, como mal pagador, entretienen esperanzas una y otra dilación; en el campo, dueño mío, no hay labranza sin temor; no hay cosecha sin recelos, sin trabajo no hay sazón. Pero, ¿qué ha de hacer quien mira que malogran mi labor tanto amante pretendiente de quien soy competidor? Soy extraño, propios ellos, poderosa la acción, varïable la Fortuna, ellos ricos, mujer vos. O matadme o dadme vida; que ni yo Tántalo soy, ni para esperanzas largas tiene flema un español. LUCRECIA: Jardinero de mis ojos, imperio de mi albedrío, dueño de mis pensamientos, esfera de mis sentidos, regalo de mi memoria, sol que adoro, luz que miro, --que no sé decir ternezas, si no se las hurto a Anfriso-- a dar fondo los quilates de tu amor, la fe que al mío, horas llamaras los años, si llamas los meses siglos. ¿Dilaciones encareces? Caro vendes o amas tibio; pues enfermo está el amor, que se cansa en el camino. Jugando empezaste a amar, y como tahur no has sido, cansástete, no me espanto, que es, Felipe, tu amor niño. Los propósitos jugamos, y son tan firmes los míos en materia de quererte, que por adorarte olvido los títulos que pretenden, con derecho más antiguo, usurparte el que te doy de esposo y dueño querido. Sobre palabras se juega, el crédito tengo rico, no te levantes tan presto; cédulas, mi bien, te libro, que no son, dirás, quebradas, pues paga a plazo cumplido el juez noble cuando pierde, por palabra o por escrito. Si cultivando esperanzas vives, labrador fingido, yo también, porque te adoro, cortes dejo y quintas vivo. ¿Qué celos tus flores hielan? ¿Qué mudanzas o desvíos el fruto te desazonan, que ya tan cercano has visto? Tus esperanzas dilato, porque temo los peligros que te amenazan, si de ellos cautelosa no te libro. Poderosos pretendientes, ¿qué han de hacer, si ven que elijo en su ofensa a un español hasta el nombre aborrecido? Escribamos, pues te ampara, caro amante, el duque invicto de Feria, porque a su sombra no te ofendan enemigos; y entretanto engaña el tiempo, pues sustentan a Amor niño alimentos de esperanzas que yo, por darlas alivio, de día, cuando el recato no me deja hablar contigo, gasto el tiempo en aprender cómo amarte, en estos libros; las noches encubridoras de enamorados delitos, lo que estudio con el sol a la luna te repito; después que pastor te veo tan pastora el alma finjo, que me juzgo Belisarda y te considero Anfriso; si, como él, sospechas tienes, ni hay competencias de Olimpo, ni fuerzas de Clorinardo, ni venturas de Galicio. Triunfa dichoso de todos, que, ni vuelve atrás el río, ni retroceden los cielos, ni se muda al viento el risco, ni yo, que los aventajo, y en la eternidad dedico trofeos de mi constancia, mientras en firmeza imito bronces, aceros, diamantes, sol, esferas, tiempos, ríos, robles, cedros, lauros, palmas, muros, montes, peñas, riscos... Si amarte finjo, mátenme celos y en ausencia olvido. FELIPE: Si deseos dilatados hallan en ti tal alivio --¡dulce dueño de mis ojos!-- poco tiempo he padecido. Más valen las esperanzas que en ti logro, los suspiros que en ti alegro, las sospechas que en ti aseguradas miro, que las posesiones de otros. Liberal pagas servicios, piadosa, remedias penas, pródiga, haces beneficios. Injustas mis quejas fueron. ¡Perdón, humilde te pido! Jacob soy, mi Raquel eres, su amor y paciencia imito; no trocaré desde hoy más estos jardines Elisios, estos dichosos sayales, estas fuentes, este río, por la silla del imperio, por los tesoros del indio, por las telas de Milán, por las púrpuras de Tiro. Pastor soy, no soy soldado, galas dejo, armas olvido; sólo a Belisarda adoro que me transforma en Anfriso.
Sale ÁNGELA
ÁNGELA: Cansando están esas puertas competidores prolijos, por saber resoluciones de su amor desvanecido. Aquí está el duque Alejandro, los marqueses Federico y Pompeyo, los dos condes Marco Antonio y Julio Ursino. Despídelos de una vez, o da la mano al más digno; porque entro tantos llamados venga a ser el escogido. LUCRECIA: ¿Hay estado semejante? Ven; que en un papel que he escrito, verás, Ángela, cuán bien de sus locuras me libro. ÁNGELA: En fin, ¿no quieres casarte? LUCRECIA: De estas selvas he aprendido gustos de la libertad.
A FELIPE
¿Qué os parece? FELIPE: Aqueso pido.
Vanse todos. Salen FELICIANO, ROGERIO, CARLOS, CONRADO y HORTENSIO, viejo
FELICIANO: Yo sé que la condesa se retira, porque, cortés, rehusa desdeñaros, y mis deseos con cuidados mira, por más que la pasión llegue a cegaros. ROGERIO: La confïanza que tenéis, me admira, cuando favores, puesto que no claros, seguros, anteponen mi ventura a la consecución de su hermosura. CARLOS: No he visto yo, hasta agora despreciados los méritos, que en mí, Lucrecia, estima. CONRADO: Si paga amor, y no desprecia estados, duque de Ursino soy, y ella es mi prima. HORTENSIO: Todos sois en Italia titulados, y a todos la esperanza que os anima os tiene, en su amorosa competencia, esperando suspensos la sentencia. Vuestras ilustres partes la he propuesto. El término se cumple aquesta tarde, en esta quinta el tribunal ha puesto Amor, niño absoluto; el vuestro aguarde y vaya cada cual con presupuesto, que Amor en elecciones no hace alarde de méritos ni partes, pues, si elige, no por razón, por voluntad se rige. Uno ha de ser, no más, el escogido; culpen a las estrellas los llamados. CARLOS: Seguro estoy que soy el preferido. ROGERIO: Presto veréis que premia mis cuidados.
Sale ÁNGELA
ÁNGELA: La condesa, señores, que ha sabido que del hilo de un sí penáis colgados,, de este papel me manda a ser correo, remitid a los ojos el deseo.
Vase ÁNGELA
CARLOS: Léale, Hortensio. HORTENSIO: Así dice,
Lee el papel
"La condesa de Valencia que dar gusto a sus vasallos y elegir esposo intenta, entre los que en Lombardía pretensiones manifiestan, dignas, por sus muchas partes, de mayor dote y belleza, no sabe en cuál resolverse, temerosa que se ofendan los que, escogiendo a uno solo, han de excluirse por fuerza. Además, que, como el alma se rige por sus potencias, voluntad y entendimiento y por sus objetos éstas; así, como la verdad es el objeto y esfera que el entendimiento mira y no puede obrar sin ella, del mismo modo que puede obrar la voluntad ciega sin la bondad, que es su objeto, la cual ha de ser perfecta y bella en todas sus partes; para que el amor lo sea, pena que si una le falta ya no es bondad ni belleza, en esto no hay poner duda, pues es, por común sentencia, Bonum ex integra causa, nace el bien, de causa entera, y no siéndola ya es mala, porque el mal, es cosa cierta que es Ex quocunque defectu, por cualquier causa pequeña, según esto, si ha de amar, voluntad que no está enferma, al bien, y éste no lo es como algún defecto tenga. La que, sin considerarlo a marido se sujeta imperfecto y defectuoso, o no tiene amor, o es necia. Yo, pues, por no parecerlo, entre tanto que no vea hombre en todo tan cabal que ser objeto merezca de mi voluntad y amor, no he de casarme, aunque pierda la vida en este deseo, por no amar, o amar de veras. He ponderado las faltas que tienen los que desean este casamiento mío; y, porque cuando las sepan de sus intentos desistan, me ha parecido ponerla, en esta breve minuta. Si las juzgaren pequeñas para esposo, no lo son; que el mal, para que lo sea, Est ex quocunque defectu como el bien de causa entera." CARLOS: Latines sabe esta dama? HORTENSIO: Estudian las de esta tierra que se pican de curiosas; y eslo mucho la condesa. FELICIANO: Ahora bien; vaya de faltas y veré por cual me deja. CONRADO: Ella perderá el juicio si prosigue en esta tema. HORTENSIO: Dice así, "Dejo a Conrado por puntüal melindroso, que, no es bueno para esposo un hombre tan delicado." CONRADO: ¿Yo? HORTENSIO: "Dicen que despidió al que los cuellos lo abría, porque en él, un puño, un día, mas un abanico halló que en el otro, y si así pasa no hay falta cual la avarienta; que quien abanicos cuenta ¿qué hará la hacienda de casa?" CONRADO: ¡Vive Dios, que la han mentido! HORTENSIO: "Tampoco a Rogerio quiero, que, puesto que es caballero, el serlo ha desmerecido, pues vive desempeñado y a mohatras no se atreve; porque el caballero debe y no paga el titulado." ROGERIO: ¡Donosa falta me puso! HORTENSIO: "Feliciano me da enojos, que tiene azules los ojos y yo quiero ojos al uso. Guarde lo azul para el cuello, por que, si le he de admitir los ojos se ha de teñir como otros barba y cabello. Carlos es desaliñado y yo no he de ser mujer de quien no sabe comer, limpiamente un huevo asado. Favio, habla con estribillo; Teodoro, en grosero toca, pues lo es quien trae en la boca toda la tarde el palillo." CARLOS: ¿Pues ésa es acción grosera? FELICIANO: Si es mondadientes, sacalle en la boca por la calle, es ir con la escoba afuera. HORTENSIO: "Julio, de barba cerrado, habla por tiple y sesea, y hará cualquier cosa fea un hombre tiple y barbado. Celio es calvo, y para padre mejor; Decio si se enoja, el mayor voto que arroja es, ¡por vida de mi madre! Marco Antonio trae antojos; César, copete y guedejas, zarcillos en las orejas y echa la culpa a los ojos. Y, si coninigo se casa reñiremos por saber cuál de los dos es mujer y quién el que manda en casa. Federico, no penetra lo que a caballero debe. Bebe en invierno sin nieve y escribe clara la letra. Valerio ha dado en traer alzada la sotanilla; y hay quien piensa que se humilla y va a fregar o barrer. Por estos y otros defectos, soy señores de opinión que, si Amor es perfección, yo no he de amar imperfectos. Y vivan sobre este aviso mientras con tino no tope tan perfecto como Lope en su Arcadia pinta a Anfriso. ROGERIO: ¿Qué Arcadia o qué Lope es éste? FELICIANO: ¿Qué se yo? O esta Lucrecia es loca, o peca de necia. CARLOS: Pues aunque no manifieste amarme--¡viven los cielos!-- que he de hablarla. ROGERIO: Yo imagino que a igualarnos, cuerda, vino, por no ocasionar los celos que haciendo de uno elección a los demás ha de dar. CONRAD: Yo, Rogerio la he de hablar que tengo satisfacción, aunque sois nobles y ricos, de que he de verme su esposo. ROGERIO: ¿Vos puntüal, melindroso, que contáis los abanicos? CONRADO: Yo sé que la satisfago. CARLOS: A los demás me prefiero, pues si debe el caballero yo debo mucho y no pago. FELICIANO: Andad que la dais enojos, y aprended, más aliñado, a comer un huevo asado. CARLOS: Sí haré, si os teñís los ojos.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La fingida Arcadia, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002