CÓMO HAN DE SER LOS AMIGOS

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 1998. Se basa en el texto de LOS CIGARRALES DE TOLEDO (Madrid: Luis Sánchez, 1624) que ha sido cotejado con la edición de don Emilio Cotarelo y Mori (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, tomo I, NBAE 4, 1906).


Personas que hablan en ella:


JORNADA PRIMERA


Salen don GASTÓN, conde de Fox, leyendo una carta, y don MANRIQUE de Lara, de camino
GASTÓN: "En fin, han levantado los ricos hombres y Grandes de Castilla por rey a don Alonso octavo, y han podido tanto con él las persuasiones de Fernán Ruiz de Castro y de don Lope Díaz de Haro, Señor de Vizcaya que, prendiendo a la reina, su madre, ha desterrado de sus reinos al conde don Pedro de Lara, el mayor señor de ellos a quien por el deudo y amistad que conmigo tiene he favorecido y dado tierras en mi condado de Urgel. Su hijo don Manrique, por sus hazañas llamado el Torneador, desnaturalizándose de toda España, se va a favorecer de vuestra excelencia, por la amistad que la casa de Fox ha tenido siempre con la de Lara. La fama de sus hazañas corresponde con su persona, a cuya vista me remito, satisfecho que será estimado como el valor de su sangre merece. El cielo guarde el estado y vida de vuestra excelencia, como deseo y ese Condado de Fox ha menester. De Urgel, y Julio 8 de 1126 años. Jaime, conde de Urgel." ¡Válgame el cielo! ¿En mi casa tengo al Conde don Manrique? Su dicha el alma publique, pues tan adelante pasa. Desde hoy, famoso español, conociendo la ganancia que ha de tener con vos Francia, envidia me tendrá el Sol; pues yo sé de él que se honrara la luz de su cuarta esfera, si por su huésped tuviera a don Manrique de Lara. Mas, pues yo solo merezco la honra que me habéis dado, la vida, hacienda y estado con los brazos os ofrezco. MANRIQUE: Esos estimo de modo, que el pecho que los recibe se honrará en ver que en vos vive el valor de Francia todo con ellos; y si hasta aquí contra la Fortuna airada de mi desdicha pasada quejas inútiles di, ya, famoso don Gastón, sus rigores agradezco, pues que por ellos merezco veros en esta ocasión. Pues si cuanto había perdido en vuestra amistad he hallado, si no fuera desdichado, desdichado hubiera sido, perdiendo el no conoceros. GASTÓN: Ya yo se que en cortesía vencéis, coi-no en valentía a los demás caballeros; y que en fe de que eso es llano, si os llama vuestro valor don Manrique el Torneador, don Manrique el Castellano los demás también os nombran; pues porque todos os sigan, vuestras razones obligan, y vuestros hechos asombran. Cesen encarecimientos, que jamás la voluntad gastó en la firme amistad palabras ni cumplimientos, y dadme despacio cuenta de vuestra trágica historia. MANRIQUE: Aunque me dé su memoria, pena, serviros intenta el alma. Y porque las leyes cumpla de esta obligación, oíd; sabréis lo que son las privanzas de los reyes. Después que el célebre Alfonso de Aragón y de Navarra se hizo rey en Castilla y emperador en España, dio libelo de repudio a la reina doña Urraca, por ser parientes los dos, si es que fue aquesta la causa. Reinó en Castilla y León, como reina propietaria, algunos tiempos en paz, mediante el consejo y canas del conde don Pedro Anzures, cuya prudencia y hazañas darán en Valladolid eterno nombre a su fama. Mas muerto el conde, y sintiendo las condiciones voltarias de algunos grandes del reino que una mujer sola y flaca los gobernase, usurparon por el rigor de las armas las más importantes fuerzas que las dos Castillas guardan. Quiso acudir al remedio; y ansí a don Pedro de Lara, mi padre, manda que ponga freno a su ambición tirana. Hízolo, aunque con peligro, sin que las fuerzas contrarias de los rebeldes le hiciesen volver al Temor la cara. Puso freno a su soberbia, venciendo en una batalla a don Fernán Ruiz de Castro, con el señor de Vizcaya, don Lope de Haro y quedó con aquesto respetada doña Urraca, y reprimidas sus inquietas arrogancias Obligó tanto a la reina, que pasando su privanza de vasallo, a ser señor, quiso ilustrar nuestra casa, y hacerle rey de Castilla, dándole mano y palabra de esposa. ¿Veis qué ocasión, si supiéramos gozalla? Hubiera llegado a efecto, si en secreto ejecutara los intentos de la reina, mi padre; mas su desgracia y cortedad difirieron nuestras dichas y esperanzas, hasta que de estos sucesos voló la parlera Fama. Alborotáronse todos, y puesta Castilla en armas, a don Alfonso, el infante, que en Galicia se crïaba, trujeron hasta Toledo; y aunque en la edad tan temprana, que los siete años cumplía, por él pendones levantan, y por rey todos le juran, haciendo que a doña Urraca, su madre ponga en prisión. Llegó luego la privanza de don Fernán Ruiz de Castro a tanto, que por su causa quitó el rey las fortalezas y lugares de importancia a mi padre; como fueron Montes de Oca, Villafranca, Villorado, Navarrete, a Castrojeriz, a Anaya, a Nájera, y otros pueblos que ganaron las hazañas de nuestros progenitores; no parando su venganza hasta echarle de Castilla, desterrado. Huyó a Navarra, y parando en Cataluña, como pariente, le ampara don Jaime, su primo, conde de Urgel, Manresa y Cerdania, hasta que torne a dar vuelta el tiempo y fortuna varia. No pudo mi inclinación de que viéndome en España, sufriese el ver mis contrarios sobre las sublimes alas de la privanza y favor del rey; y por ganar fama fuera de mi patria y tierra, --madre un tiempo, y ya madrastra-- vengo, valeroso conde, aquí, donde mis desgracias, pues os conozco por ellas, daré por bien empleadas. GASTÓN: Aunque cual propias las siento, no sé si el contento iguala de teneros en mi tierra a la pena que me causan. Pero si ajenas desdichas las propias dicen que ablandan, y pueden mejor llevarse las penas comunicadas, algún tanto me consuelo por poner freno a mis ansias con vuestros males a medias. ¡Ay, don Manrique de Lara! Grandes vaivenes han puesto vuestra quietud en balanzas, pero puede resistirlas el valor que os acompaña. Mas si rigores de celos arrimaron sus escalas la noche de la sospecha a los muros de vuestra alma, juzgad si serán mayores tormentos sin esperanza de remedio, siendo amor quien me destruye y los causa. Vi--nunca viera--en Narbona la hermosura soberana de Armesinda, hija del duque, ignorando que se entrara al alma, amor, por los ojos. Pero ¡qué necia ignorancia sabiendo que son Sinones que meten el griego en casa! Adoré su simulacro, quemando sobre las aras de su memoria, deseos, aromas que en humo pasan. Quise decirla mis penas, mas faltáronme palabras. ¡Ved cuán avaro es Amor, que aun el aire da por tasa! Busqué medios pregoneros, que son lenguas de quien ama; rondé, serví, paseé, de libreas rompí galas. Entendióme, mas no pudo o no quiso dar entrada a imposibles pensamientos y a inútiles esperanzas. Bien digo, inútiles, pues su padre, el duque, la casa con don Ramón de Tolosa, aunque dicen que forzada la libertad de Armesinda. Y si esto es ansí, ¡mal hayan leyes, que la voluntad siendo libre, hacen esclava! Vi concertarse las bodas, y llena de luto el alma, a Fox me vine a morir, guardando para mañana las obsequias de mi muerte, si mi persona no basta a divertir la memoria que en vivos celos me abrasa. MANRIQUE: Conde, imposibles de amor, con ser imposibles, hallan en los peligros, remedio, y ventura en las desgracias. No dejes de ir a Narbona, que si aborrece tu dama fuerzas de amor como es justo, el cielo nos dará traza como, aunque al conde matemos, las hojas marchitas nazcan de esa tu esperanza seca. GASTÓN: ¡Oh, ilustre valor de España! con remedios imposibles casi las heridas sanas que me atormentan. Mas, vamos que ya me promete el alma por tu ocasión nueva dicha. Mantenedor es mañana de un torneo, el de Tolosa. MANRIQUE: Pues, Conde amigo, ¿que aguardas? Entre todas mis desdichas es la mayor que no hay armas que hasta agora hayan sufrido dos encuentros de mi lanza. Entremos de aventureros; verás caer la arrogancia del de Tolosa a tus pies. GASTÓN: Más prometen sus hazañas.
Sale TAMAYO, lacayo, con un harnero
TAMAYO: El caballo lo hizo bien, y quien lo contrario siente, si es rasca frisones, miente, y si es lacayo, también MANRIQUE: ¿Qué es esto? ¡Ah, loco! ¡El ruin! ¡Ah, Tamayo! ¡Ah, majadero! TAMAYO: Y pregúntele al harnero, si era más que un celemín y si me le dio por tasa. Basta decirlo Tamayo, español protolacayo. MANRIQUE: ¿Piensas que estás en tu casa? Calla, o vete noramala. TAMAYO: Para quien me escucha soy hombre que mi razón doy. MANRIQUE: ¡Necio! Salte de la sala; vete a la caballeriza, que está aquí el conde de Fox, don Gastón. TAMAYO: ¿Aquí está, ox? Cuando el hombre se encarniza es caballo desbocado. Vuestra Excelencia me dé los brazos, la mano, el pie, que le soy aficionado, a fe de quien soy. MANRIQUE: ¡Ah, necio! TAMAYO: Y si fuere menester le haré cualquiera placer, porque de hacerlos me precio. GASTÓN: ¿Quién es este? MANRIQUE: Es mi lacayo, y tiene siempre este humor. GASTÓN: No es por agüero peor. ¿Cómo te llamas? TAMAYO: Tamayo; porque Mayo enamorado, a lo que dicen, de mí, el mismo mes que nací estuvo determinado de robarme; y para aquesto, sin advertir que lo veía mi padre, me metió un día entre las flores de un cesto; mas llegando como un rayo mi airado padre, le dijo, "¡Ta! ¡Mayo! dejad mi hijo. Y así me llamo Tamayo. GASTÓN: Buen gusto tiene. MANRIQUE: Extremado. Mas lo que tiene mejor es, conde, la ley mayor que tuvo a señor, crïado. GASTÓN: No es poco eso. Pues, Tamayo, ¿con quien el enojo ha sido? TAMAYO: Ya con nadie. Ahí han reñido dos frisones con mi bayo. Dile un pienso de cebada; mas, según le despachó, que no era pienso pensó Y como iba de picada, al más cercano caballo le dijo, "Monsiur frisón, yo tengo hambre; más razón será pedirlo que hurtarlo. De ese medio celemín he de comer la mitad en buena conformidad." Erizó el frisón la crin, y dándole un mordiscón, le echó, en fin, como grosero, tras un relincho un "no quiero." Mi bayo, con la razón airado, aquesa arrogancia, dijo, "Os costará pesares." Y señalándole a pares los doce pares de Francia, se metió entre los frisones; y con ser pares los dos, si no le apartan, por Dios, que me los reduce a nones. Metióse en medio un gascón con un palo a apaciguallo, y sobre si mi caballo o el suyo tuvo razón, llegó la pendencia, en fin, a que, si no se repara, casi le enceleminara con el medio celemín los cascos. Y satisfecho mi agravio, me salí afuera. Ésta es la hazaña primera que dentro de Francia he hecho. GASTÓN: No dejaréis de aliviar con este entretenimiento, don Maririque, el pensamiento. Vamos, que quiero aprestar las armas, porque a Narbona partamos luego. MANRIQUE: El torneo satisfará tu deseo. TAMAYO: Si vas a tornear, perdona, que aventurero he de ser. GASTÓN: Mucho me habéis agradado. TAMAYO: Téngame por muy crïado, que lo sabré agradecer.
Vanse todos. Salen doña ARMESINDA y ROSELA
ARMESINDA: Si una fuerza resoluta quiebra a mi gusto las alas, ¿para qué me ofreces galas cuando el corazón se enluta? Rosela, en vano disputa tu lealtad, si al fin me fuerza a que mi inclinación tuerza y ame al conde, que no es roble la voluntad libre y noble para dar fruto por fuerza. ¿Qué importa, amiga Rosela, que me case aquesta tarde, si con lo que el conde se arde se enfría el alma y se hiela? Llega a la llama la vela, que aunque encenderse es su estilo, si el alma mojas o el hilo, al fuego resistirá. Pues ¿qué efecto amor hará donde es de nieve el pabilo? ROSELA: Alivio suele tener el tormento más terrible viendo el remedio imposible y que más no puede ser. ¿Hay pena como no ver? Pues al ciego aquesta pena la imaginación refrena de no poder cobrar vista. Tu pena el alma resista de mil imposibles llena. Si esta tarde has de casarte y tienes de ser esposa de don Ramón de Tolosa, ¿qué sirve desconsolarte? Lo imposible ha de animarte. ARMESINDA: ¡Qué mal remedio me ofrece tu consejo! ¡Bien parece cuán poco experimentada estás! Lo adquirido enfada lo difícil se apetece. ¿No causa la privación apetito al deseo vario? ROSELA: La privación, de ordinario; pero no la negación. ARMESINDA: Con tu frívola razón jamás mis penas gobierno, que a los que abrasa el infierno, con negárselas la gloria martiriza la memoria de ver que es su mal eterno. ¡Ay, Rosela! más tormento tiene de darme el pensar cuán tarde se ha de acabar la pena que ahora siento. ROSELA: Entretén el pensamiento con los dones naturales de tu esposo, pues son tales, que hay pocos que en gentileza, en discreción y en nobleza a don Ramón sean iguales. Si ama la voluntad el bien, en el conde tienes tantos números de bienes que aborrecerle es crueldad. ARMESINDA: Eso es dar en necedad. Deja de buscar sainetes al manjar que me prometes, que sin ganas de comer inútiles suelen ser los más sabrosos banquetes.
Sale doña VIOLANTE
VIOLANTE: ¿Qué es aquesto, hermosa hermana? Cuando la fama en Narbona tus desposorios pregona y alegra su gente ufana; cuando viendo lo que gana con tan famoso heredero, está el vulgo lisonjero tan bizarro que, en la gala, hoy el oficial se iguala al grande y al caballero. ¿Tú, Armesinda, estás ansí, siendo el todo de estas fiestas? ARMESINDA: Violante, obsequias funestas de mi libertad las di. VIOLANTE: Ya tu esposo viene aquí con toda la bizarría de Francia, que aqueste día honra el tálamo que esperas. ARMESINDA: ¡Tálamo! ¡Mejor dijeras túmulo, Violante mía. VIOLANTE: ¿Túmulo? ¡Jesús, qué susto me has dado! No quiera Dios, sino que os gocéis los dos por largos años, que es justo. ARMESINDA: Quien tiene cautivo el gusto, de la muerte es un trasunto. VIOLANTE: Deja eso para otro punto. Recibe a quien te honra hoy. ARMESINDA: Sí haré, pues que muerta estoy, que no hay honras sin difunto.
Salen el DUQUE viejo, don RAMÓN con una lanza de tornear, TIBALDO y RENATO, caballeros
DUQUE: Lanza de roquete basta. Haced quitar la cuchilla. RAMÓN: No he de quedar en la silla menos, Señor, que con asta de cuchilla de dos cortes. Buena es aquesta y ligera. Toma, y sea la primera que me des.
Dásela a un criado
TIBALDO: Aunque reportes tu inclinación, el torneo saldrá mas regocijado si no fuere ensangrentado. RAMÓN: Tibaldo, siempre deseo hacer las cosas de veras. RENATO: Burlas de veras no son apacibles, don Ramón, que pesan las más ligeras. RAMÓN: Hoy, que soy mantenedor, pretendo de hacer mi gusto. Mas, cese Marte robusto, y hablen hazañas de Amor, que aqueste es su tribunal. Pues gozo de la presencia, señora, de vuexcelencia, aunque--¡por Dios!--que hable mal, hable Marte, y haga alarde de su bélico furor, que si es hijo suyo Amor, ni armas teme, ni es cobarde. ¿Cómo está vuestra excelencia? ARMESINDA: (¡Ay, cielos! ¿Cómo estará Aparte quien sin libertad está? RAMÓN: Es la amorosa presencia cárcel de la voluntad. Si la vuestra vive presa, la misma prisión confiesa mi rendida voluntad; aunque a imitación del ave, desde pequeña encerrada, que de la jaula quebrada ni quiere salir ni sabe; de tal manera el deseo vive alegre en la prisión, que de ella saco invención y letra para el torneo. Hecho Dédalo a Amor pinto, que aquí, como en Creta, traza los enredos con que enlaza su confuso laberinto. Después a mí en medio de él, que en fe de cuanto celebra su prisión el alma, quiebra mi libertad el cordel con que se libró Teseo; y unos grillos a los pies, con una letra después, que explica así mi deseo, "Si el más esclavo, ése es rey en las prisiones de amor, cuanto más preso, mejor." Mirad si estoy a la ley que de la libertad priva el alma que tenéis presa. DUQUE: Conde, Armesinda os confiesa estar, como vos, cautiva. Idos a armar, que ya es hora.
Salen don GASTÓN, don MANRIQUE y TAMAYO
GASTÓN: Corrida el alma quedara si estas bodas celebrara Armesinda, mi señora, --Aymerico valeroso-- de mí, y tomara venganza mi pena de mi tardanza. DUQUE: ¡Oh! Conde Fox, famoso, quejas formaba al amor que os tengo, viéndoos ausente, siendo tan deudo y pariente; mas ya con vuestro valor el desposorio y torneo quedará honrado en extremo. RAMÓN: Ya, ilustre don Gastón, temo que llevándoos el trofeo y alabanza de la fiesta, no nos habéis de dejar honra que poder ganar GASTÓN: La que Narbona os apresta, basta que la suerte os rinda, pues cuando otra no ganéis, ¿que mayor joya queréis que por esposa a Armesinda?
Hablan aparte TAMAYO y don MANRIQUE
TAMAYO: ¿Cuándo nos han de alabar a nosotros? MANRIQUE: No he querido, Tamayo, ser conocido, que importa el disimular. A don Gastón he avisado que aquí quien soy no publique. GASTÓN: Vuelve, amigo don Manrique, los ojos a aqueste lado, y si eres águila mira mi bella malmaridada.
Hablan aparte doña VIOLANTE y doña ARMESINDA
VIOLANTE: Hasta aquí viví engañada. Basta, que ha sido mentira la fama que don Gastón tuvo de tu pretendiente. Creí yo que estaba ausente desde que dio a don Ramón el Duque, mi padre, el sí, y, que lloraba memorias de sus pretendidas glorias; mas pues viene agora aquí tan galán y cortesano, venta fue de amor su pecho, pues tan poca estancia ha hecho. ARMESINDA: Como amó tarde, temprano pudo, Violantc, arrancar la raíz mal arraigada, porque viéndome casada, ¿qué tenía que esperar? VIOLANTE: Dime, a fe, cuando entendiste su declarada pasión, ¿sacó fuego el eslabón de amor con que te encendiste? ARMESINDA: Aunque soy de pedernal, no da fuego mi desdén. ¿Quiéresle tú bien? VIOLANTE: Muy bien. ¿Y tú? ARMESINDA: Yo, ni bien ni mal.
Hablan aparte don GASTÓN y don MANRIQUE
GASTÓN: ¿Qué te parece? MANRIQUE: No sé. ¿A cuál amas de las dos? Pero, don Gastón, por Dios, que desde que las miré estoy medio no sé cómo. GASTÓN: Pues, don Manrique, primero que te sientas medio entero, porque ya recelos tomo, esta de lo blanco es el blanco de mi tormento. MANRIQUE: (¿Qué dices? ¡Ay pensamiento! Aparte Volvamos a casa, pues, por Dios, que al amor del agua me dejé casi llevar a donde no es poco hallar pie, ¿no es aquésa la fragua que al alma arroja centellas?) GASTÓN: ¿Será, pues, doña Violante? MANRIQUE: (¡Ay, pensamiento arrogante, Aparte qué presto un alma atropellas! A no vencer la amistad que a don Gastón debo, presto hubiera su yugo puesto Amor a mi libertad. Ojos, yo os enfrenaré. RAMÓN: ¿Famosa letra? DUQUE: Extremada. ¿Y las colores? RAMÓN: Leonada, verde y blanca. RENATO: ¡Bien, a fe! ARMESINDA: Hermana, ¿no has advertido en el mejor talle y gala de cuantos tiene esta sala? VIOLANTE: Con don Gastón ha venido un español en el traje, digno de envidiarle el sol. ARMESINDA: Bastará ser español para que se le aventaje. ¡No sé qué estrella me fuerza a amar aquesta nación! Mas ¡ay, imaginación! si me han de casar por fuerza, ¿qué importan vanos deseos? RAMÓN: Vamos, que me quiero armar. MANRIQUE: (Aunque no quiera mirar, Aparte buscan los ojos rodeos con que se van enlazando cada instante. ¿Hay tal belleza?) DUQUE: Vamos, hijas. ARMESINDA: (¡Qué tristeza Aparte la vida me va acabando!) Rosela, sabe quién es este español, que deseo un imposible. RAMÓN: ¿Al torneo saldréis? RENATO: Claro está. GASTÓN: Después; que quiero ser el postrero.
A don MANRIQUE
Don Manrique, de la lanza vuestra pende mi esperanza. MANRIQUE: Cumplírosla luego espero. VIOLANTE: Tierno te mira. ARMESINDA: ¿Qué quieres? Muerta voy. ¡Ay, españoles!, que entre íos hombres sois soles, y rayo entre las mujeres.
Vanse entrando, ellas por un a parte, y ellos por otra, y míranse mucho MANRIQUE y ARMESINDA, y al entrarse TAMAYO le tira ROSELA de la capa
ROSELA: Oiga, hidalgo. TAMAYO: Yo soy ése, y clavo de vuesaucé ROSELA: ¿Es español? TAMAYO: ¿No lo ve? ROSELA: ¿Y aquel caballero? TAMAYO: Aquese, una camarada es mía, que me suele acompañar detrás, y le suelo dar de comer. ROSELA: ¡Buen humor cría el hombre! ¿Cómo se llama? TAMAYO: Yo, don Tamayo, monsiura, que, preso de esa hermosura, pretendo hoy mostrar la fama de Tamayo en el torneo. ROSELA: ¿Y el nombre de su señor? TAMAYO: Don Manrique el Torneador, se llama, de Lara. ROSELA: Creo que tengo ya de él noticia. ¿Y a qué ha venido a Narbona? TAMAYO: Pienso que cierta persona favorecerse cudicia de su amistad y valor. ROSELA: ¿Cómo? TAMAYO: Comiendo. ROSELA: Decí esto, por amor de mi. TAMAYO: A dar al mantenedor cartas para la otra vida viene. ROSELA: ¿Cómo? TAMAYO: Don Gastón, mostrando, como es razón, pena en que su amor impida el de Tolosa, y forzada la voluntad de Armesinda, su padre, el duque, la rinda a que viva malcasada, trae consigo a don Manrique, a cuyo encuentro primero no hay tan fuerte caballero que a las cuarenta no pique. Por aquesto le dan nombre de Torneador en España. ROSELA: Si él sale con esa hazaña mucho hará. TAMAYO: (¡Mal haya el hombre Aparte que de mi secreto fía! Ya lo dije.) ¿Qué he de hacer? ROSELA: Pues yo se que podrá ser, si iguala a su bizarría su esfuerzo, y al conde mata, suceder en el lugar del de Tolosa, a pesar de quien usurparle trata lo que él sólo ha merecido, porque Armesinda... No más. TAMAYO: (Volvióse la lengua atrás.) Aparte Ya, señora, lo he entendido. ROSELA: No sepa esto don Gastón. TAMAYO: Serviros en callar quiero, monsiura, un aventurero que tiene hecho salpicón el alma por vos, os pide un favor para el torneo. ROSELA: ¿Qué favor queréis? TAMAYO: Deseo, para que nunca os olvide, que quitándoos el chapín un guante del pie me deis. ROSELA: ¿Guante del pie? TAMAYO: ¿No sabéis que es ya guante el escarpín? ROSELA: Pues por él a casa vaya, señor lacayo. TAMAYO: Sí haré. (¡Ah! quién viera a vuesaucé Aparte de este lacayo, lacaya.
Vanse TAMAYO y ROSELA. Salen TIBALDO y RENATO, caballeros
TIBALDO: Digo, que el español que agora vino con don Gastón de Fox, es don Manrique de Lara, cuya fama le da nombre de Torneador por excelencia RENATO: Dicen que no ha justado vez, que no haya muerto al contrario. TIBALDO: ¡Notable fortaleza! RENATO: Por aquesta ocasión había jurado de no entrar más en justa ni en torneo. TIBALDO: Pues no viene a otra cosa. RENATO: Así lo creo. TIBALDO: Por eso darse a conocer no quiso al duque de Narbona. RENATO: El de Tolosa pienso que ha de dejar libre a su esposa. TIBALDO: Digámosle el peligro en que está puesto. RENATO: ¿Para qué? Si Armesinda le aborrece, como dicen, virtud será, que en pena de pretender gozar amor forzado, don Manrique le deje castigado. TIBALDO: Ya ha rato que tornean. Venid, primo, a armarnos, que ya es hora que salgamos. RENATO: Algún suceso adverso espero. Vamos.
Vanse RENATO y TIBALDO. Salen doña ARMESINDA y ROSELA
ARMESINDA: Fingí el desmayo, Rosela, quitándome del balcón por no ver la justa y tela; que, aunque justa don Ramon, su injusto amor me desvela. Alborotóse la gente del repentino accidente; vínome mi padre a ver, y aunque debió de entender la causa, como es prudente, dejándome sosegar, se volvió a ver el torneo. Mas, ¿cómo he de reposar siendo de azogue el deseo que me ha venido a matar? ¿Que don Manrique de Lara es, Rosela? ROSELA: El talle y cara su mucho valor pregona. ARMESINDA: ¿Qué a aqueso vino a Narbona? ¡Ay, cielo! ¡Si ejecutara mi esperanza en esta empresa, Y con una muerte sola hiciera mi dicha expresa! Que tengo el alma española, aunque la juzgas francesa. ROSELA: A instancia de don Gastón viene. ARMESINDA: ¿Y no de la afición con que, cuando me miraba, por los ojos me enseñaba el alma y el corazón? No lo creas. ROSELA: Si el crïado no miente, aquesto es verdad. ARMESINDA: Podrá ser que sin cuidado, las leyes de la amistad le hayan, Rosela, obligado a que hoy muestre su valor; pero yo sé que el rigor de Amor, como a mi le abrasa desde que entró en esta casa; que ya me ha dicho su amor. ROSELA: ¿Pues hasle hablado de veras? ARMESINDA: Contado me han los enojos de sus ardientes quimeras las dos niñas de sus ojos, que en ser niñas son parleras. ROSELA: También yo he significado tu nueva pena al crïado. ARMESINDA: No has hecho mal si es discreto, que, como el fuego, el secreto revienta si está encerrado.
Tocan cajas dentro
Pero, ¿qué es esto? ROSELA: Imagino que es algún aventurero.
Sale don GASTÓN apadrinando a don MANRIQUE, que sale a tornear. Saca una banda en la cara y un paje con una tarjeta, y en ella la divisa del CONDE, de la suerte que dicen las coplas. Da la letra el CONDE a ARMESINDA, y ella la tomará con cortesía
ARMESINDA: ¡Bravo talle! ROSELA: ¡Peregrino! ARMESINDA: Que es el español, infiero. ROSELA: Y don Gastón el padrino. ARMESINDA: Mira la tarjeta. ROSELA: En ella lleva una divisa bella. Un caballero es, armado, con la amistad abrazado, que el niño amor atropella. ARMESINDA: Lee la letra. (¿Hay tal rigor?) Aparte ROSELA: "Vuestra afrenta siente amor; mas, perdonad, que conmigo puede más que amor, mi amigo." ARMESINDA: Salió cierto mi temor. Por don Gastón significa que hace el valor resistencia al amor que ya publica. ¡Ay, cielos! Dadme paciencia. ROSELA: Gallarda presencia. ARMESINDA: Rica.
Vanse, y al pasar echa don MANRIQUE un papel en el suelo
ROSELA: Un papel de industria echó en el suelo, don Manrique. ARMESINDA: Muestra--¡ay, Dios!--si se atrevió su amor a hacer que publique su pena. ¿Abriréle? No, que lo que tardo en leelle privo a los ojos de velle. Quiero tornar al balcón. Amor, haz que a don Ramón y su arrogancia atropelle. ROSELA: Mira lo que viene en él. ARMESINDA: ¿Y después qué haré, ignorante, siendo conmigo crüel, si pierdo ver a mi amante, por leer este papel?
Vase ARMESINDA
ROSELA: ¿Qué laberinto intrincado es éste, Amor, en que has puesto a Armesinda en tal cuidado? Mas no es nuevo en ti. ¿Qué es esto? Oigan, éste es el crïado.
Tocan cajas dentro. Sale TAMAYO con un vestido de risa, con lanza. En el brazo de la lanza lleva una bacía de barbero, y debajo colgada una bolsa vacía; y en la otra mano una tarjeta, y en ella una ballena pintada, y colgada de la tarjeta una bota llena de vino. Pasa, y da la letra
TAMAYO: [Aquí estamos ahora], monsiura, todos somos torneadores. ROSELA: ¡Hay más graciosa figura! TAMAYO: A esto obligan los amores de vuestra gran fermosura. Mirad la gala y adorno con que de amor el buchorno mis pensamientos penetra, que luego veréis la letra del torneo a donde torno. Porque hecho tornero, Amor, torneando mi deseo, si torna a hacerme favor, seré un torno en el torneo que tornearé alrededor; y si en el torneo trastorno al torneador, hecho un torno, este pecho torneado tornará a veros, honrado, como mula de retorno. ROSELA: ¡Qué bien del vocablo juega! TAMAYO: ¿No penetráis la intención? ROSELA: A declarármela llega. TAMAYO: Oíd su interpretación, que a fe que es de una gallega. Una bacía de barbero es ésta, y bolsa de cuero estotra que pende de ella; una bota aquesta, aquella una ballena. Ahora quiero daros la interpretación. Porque esté la bota mía llena, gasto mi ración y siempre traigo vacía la bolsa. Aquesta razón que traigo, Tamayo ordena la bota con la ballena, la bolsa con la bacía. Lea, pues, franchota mía.
Lee
ROSELA: "Vacía, porque va llena". TAMAYO: Porque va llena la bota, la bolsa vacía va. ROSELA: De tu ingenio has dado nota. TAMAYO: Vueseñoría verá una hazaña lacayota.
Vanse ROSELA y TAMAYO. Hay ruido de armas. Salen don MANRIQUE, don GASTÓN y el DUQUE, RENATO, TIBALDO Y GUARDAS acuchillando a don MANRIQUE y don GASTÓN, y ellos retirándose
DUQUE: Matalde, que al de Tolosa ha muerto MANRIQUE: Aquesto es injusto. Si, según las leyes justo del torneo, ¿es justa cosa que, porque al conde haya muerto, me prendan, duque perjuro? GASTÓN: ¿Así guardas el seguro de estas fiestas? DUQUE: Encubierto veniste por darle muerte, fiero español. Ya he sabido quién eres; y pues has sido quien en obsequias convierte las bodas de don Ramón, si porfía en resistirse, matadle, que el encubrirse especie fue de traición. GASTÓN: ¡Ah tirano! ¿de este modo quieres que el mundo publique tu infamia? DUQUE: Con don Manrique prended al de Fox y todo, que él toda la causa ha sido de esta desgracia. MANRIQUE: El valor de España me da favor. Muerto, pero no vencido me traerán a tu presencia. Don Gastón, mis pasos sigue.
Retíranse los dos y van tras ellos los guardas
RENATO: Espántome que le obligue la pasión a vuexcelencia para hacer tal. DUQUE: Dadle alcance, o matadle, o moriré. TIBALDO: Mira, gran Señor, que fue el torneo a todo trance. Si con hierro de dos cortes quiso justar don Ramón, y le han muerto, ¿qué razón hay porque no te reportes? DUQUE: ¡Mal haya el torneo y lanza De tal valor homicidal
Sale doña ARMESINDA
ARMESINDA: (Alegre por ver cumplida Aparte mi libertad y esperanza vengo, pero el sentimiento aunque fingido, es forzoso. Si llorare al muerto esposo, alma, decidles que miento.) ¡Ay, de mí! DUQUE: De estos enojos tú eres toda la ocasión. Por ti han muerto a don Ramón. ARMESINDA: Testigos serán los ojos, señor, si el alma ha sentido esta desgracia crüel.
Hace doña ARMESINDA que se entristece y cáesele el papel que le dio don MANRIQUE
DUQUE: Lloras falsa? (¿Qué papel Aparte es el que se le ha caído?) ARMESINDA: ¡Ay cielos! DUQUE: Mostrad, veré lo que dice. ARMESINDA: (El que me dio Aparte don Manrique es. ¡Triste yo! Ya de veras lloraré.)
Lee el DUQUE la carta
DUQUE: "Tres cosas me han obligado a quebrar el juramento que me forzaron a hacer las desgracias que siempre en las fiestas y torneos me han sucedido. La primera es saber que el conde de Tolosa ha obligado la voluntad de vuestro padre, el duque, a que os case con él. La segunda, la amistad que debo al Conde de Fox--cuyos deseos merecen, Señora, ser por vos premiados, por no haber jamás excedido de las leyes que un lícito amor permite-- y la tercera, aunque es la principal, quiero callarla, por no ofender a la segunda. Rogad, Señora, al cielo cumpla vuestra esperanza y el deseo que de serviros tengo. Don Manrique de Lara." DUQUE: Mirad si fue mi recelo cierto,--¡ah, tirana!--por ti murió don Ramón ansí. Pero--¡crüel!--vive el cielo que he de tenerte en prisión mientras que tuvieren vida el español homicida, y su amigo don Gastón. Llevalda a una fortaleza, y las llaves me entregad. RENATO: ¡Señor! DUQUE: Llevadla; ¡acabad! TIBALDO: ¡Señor! DUQUE: ¡Mal haya belleza tan cara! ARMESINDA: Cualquier prisión alegre el alma recibe, pues que don Manrique vive y ya murió don Ramón
Llevan a ARMESINDA. Sale TAMAYO, con la bacía de barbero y espada desnuda
TAMAYO: Algún diablo me ha metido en dibujos. Di Tamayo, ¿tú torneador y lacayo? Don Manrique, se ha perdido, y yo--si el duque me coje-- he de pagar por los dos. Bacía, escondedme vos, aunque las barbas me moje. Nunca más Francia tornero.
Pónese la bacía
DUQUE: ¿Qué hombre es éste? TAMAYO: Yo, señor. DUQUE: Prendedle TAMAYO: Ten el rigor. DUQUE: ¿Quién sois? TAMAYO: Un pobre barbero que vengo a sangrar a un músico digo, un crïado que agora murió por quien Francia llora. La bacía te hará cierto de que a sangrarle venía. DUQUE: ¡Echad este loco! TAMAYO: Bueno. ¡Vive Dios que voy relleno! Mamóla el duque, bacía.
Vase TAMAYO. Salen los GUARDAS
GUARDA: Tan grande el esfuerzo ha sido del valeroso español, que, con la ausencia del sol, la noche ha favorecido su vida, Señor, de suerte, que al fin se nos ha escapado. Sólo el de Fox ha quedado, tan herido, que a la muerte está. DUQUE: Pues ponedle preso, y seguid este enemigo, que con público castigo ha de pagarme ese exceso.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Como han de ser los amigos, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002