EL ÁRBOL DEL MEJOR FRUTO

Tirso de Molina (Gabriel Téllez)

Este texto electrónico fue preparado por Vern Williamsen en 1998. Se basa en el texto de DOCE COMEDIAS NUEVAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA, PRIMERA PARTE, (Sevilla: Francisco de Lyra, 1627) que ha sido cotejado con la edición de don Emilio Cotarelo y Mori (COMEDIAS DE TIRSO DE MOLINA, tomo I, NBAE 4, 1906).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen con máscaras CLODIO, MELIPO y PELORO, bandoleros, acuchillando a CONSTANTINO, de camino, y ANDRONIO
CLODIO: Rendíos, caballeros, que somos cuatrocientos bandoleros. MELIPO: ¿Qué habéis de hacer tan pocos contra tantos, si no es que venís locos? CONSTANTINO: Yo no rindo la espada a quien la cara trae disimulada. Quien de ella no hace alarde, traidor es, y el traidor siempre es cobarde; que, en fin, entre villanos, cuando las caras sobran, faltan manos; y será afrenta doble que se rinda a quien no conoce un noble; pues ser traidor intenta quien descubrir la cara juzga afrenta. PELORO: ¡Mataldos, caballeros. CONSTANTINO: Mal conocéis, villanos, los aceros que aqueste estoque animan. ANDRONIO: Porque no te conocen, no te estiman. Diles quién eres. CONSTANTINO: Calla, cobarde, que es honrar esta canalla mostrar tenerlos miedo. Cincuenta somos, y el valor que heredo, basta. ANDRONIO: ¡Qué desatino! CONSTANTINO: Villano, ¿es bien que tema Constantino a cuatro salteadores, cuando besan sus pies emperadores? ¡Mueran los foragidos! TODOS: ¡A ellos! PELORO: Pocos son, pero atrevidos.
Métenlos a cuchilladas
CONSTANTINO: ¡Ay, Irene querida! Dentro muerto soy. CLODIO: Por callar, pierdes la vida. Dentro ANDRONIO: Romanos, de la muerte Dentro huyamos, que no es cuerdo el que por fuerte la fortuna provoca, que la temeridad pierde por loca.
Salen los bandoleros, sacan a ANDRONIO, y trae CLODIO unas cartas y un retrato
CLODIO: No harás, mientras repares encubrirte, y quién eres no declares, este retrato y pliego, que alimentaba del difunto el fuego. ANDRONIO: Ya el callar, ¿qué aprovecha, Fortuna en mis desdichas satisfecha, si ha de decir la fama lo que la lengua encubre y el mundo ama? Al César Constantino habéis, bárbaros, muerto, y al camino saliéndole tiranos, la esperanza quitáis a los romanos del más noble mancebo que vio en sus ojos coronado Febo. PELORO: ¡Válgame Dios! ¿Qué dices? ANDRONIO: La hiedra de sus años infelices en cierne habéis cortado, en túmulo su tálamo trocado a César con Irene, por quien la Grecia luz y vida tiene. Desde Roma venía, viudo antes que casado; en este día le llora el tiempo ingrato. De Irene es el bellísimo retrato que en aqueste trasunto amor pintado paga amor difunto. Hüid de la venganza de un monarca que a todo el mundo alcanza, que su padre, el augusto, tiene de procurar con amor justo, en sabiendo la nueva que mi desdicha y su rigor le lleva.
Vase ANDRONIO
CLODIO: ¡Cielos! si aquesto es cierto, todo el imperio ha de vengar el muerto. ¿Pues de qué traza y modo podemos resistir al mundo todo? Huyamos, bandoleros, que no son muros estos montes fieros para excusar castigos de tantos y tan fuertes enemigos. MELIPO: No nos han conocido con el disfraz, que nuestra vida ha sido, y de estos desconciertos no hay que temer, no siendo descubiertos. Lo mejor es que huyamos, y los ricos despojos repartamos, pues con ellos podremos de la pobreza asegurar extremos. PELORO: ¡Notable desatino! UNO: Corra la voz que es muerto Constantino. CLODIO: Murió en este destierro el César. OTRO: Constantino ha sido el muerto.
Vanse dando voces. Salen CLORO y LISINIO, labradores, CLORO será el mismo que, hizo a CONSTANTINO
LISINIO: La conformidad constante, Cloro, que quiso algún Dios hacer que fuese en los dos de un natural semejante, de tal suerte me ha inclinado, que no me hallo sin ti. ¿Qué es lo que haces aquí, siempre en libros ocupado? Mira que al tosco sayal el ser letrado repugna. CLORO: Desmintiendo a mi fortuna, Lisinio, mi natural, aunque en verme te congojas cuadernos desentrañando, por árboles voy mirando libros, pues todos son hojas. No nací para pastor, puesto que mi madre sea natural de aquesta aldea, porque el oculto valor que vive dentro en mi pecho, me inclina, si lo penetras, a las armas y a las letras; y aunque estudio sin provecho, el amor de aquesta gente, que los Césares romanos persiguen por ser cristianos; el verla tan inocente, tan constante en los trabajos y en los tormentos tan firme, he venido a persuadirme que, no pensamientos bajos, sino verdades ocultas amparan su profesión, y hélos cobrado afición. LISINIO: No sin causa dificultas lo mismo que yo resisto cuando de sus cosas trato. Su sencillez y recato amo, Pero aquese Cristo que adoran me hace dudar y que de su ley me asombre. CLORO: ¿Por qué? LISINIO: Anteponer un hombre a los dioses, ¿no ha de dar ocasión de que por locos los juzgue? A un crucificado, de su nación despreciado, tenido por Dios de pocos, y esos pocos, pescadores, a quien, como simples pudo engañar, roto y desnudo, ¿qué Augustos, qué emperadores de su parte alegar puedes, que acrediten sus hazañas, sino barcas, y marañas de engaños, como de redes? La ley de nuestros pasados es de más autoridad, porque toda novedad fue dañosa en los estados. La adoración de los dioses, por antigua y santa adoro. Déjate de engaños, Cloro. CLORO: Cuando repugnarla oses, ¿qué importa, Lisinio amigo, si sus obras celestiales muestran que son inmortales? Aunque yo a los dioses sigo, ¿perdieran tantos la vida con tal gusto, a no saber que otra mejor ha de ser para su fe prevenida? ¿Hicieran milagros tantos? ¿Vencieran tantos tormentos, siempre humildes y contentos, a no ser buenos y santos? ¿Qué fuego se atreve a ellos? ¿Qué mares los anegaron, aunque millares echaron con hierro y plomo a sus cuellos? Los anfiteatros digan si los tigres y leones, mansos a sus oraciones, a sus pies vienen y obligan. Diga el cuchillo más fuerte si en ellos tuvo poder. Si es ansí ¿qué pueden ser, hombres que vencen la muerte? LISINIO: Encantadores. CLORO: No creo que ese atributo les dieras si en este libro leyeras lo que yo admirado leo. LISINIO: No dio el cielo a mi ignorancia tal ventura, que aprender haya podido a leer, aunque soy todo arrogancia. Mas, ¿qué libro es éste? CLORO: Historia de mil de aquestos que dieron sus vidas, y al fin salieron, aunque muertos, con victoria. ¿Quieres oír algo de él, y sabrás quién es su Dios? LISINIO: Di. CLORO: Sentémonos los dos debajo de este laurel.
Siéntanse debajo de un laurel y lee CLORO
"Pedro y Andrés, en cruz, con fe divina un Dios confiesan sólo Omnipotente victorioso del mar, triunfa Clemente; del cuchillo y navajas, Catalina. Palmas ganan Eulalia con Cristina; un Laurencio honra a España y un Vicente; del cordero en la púrpura inocente justa se baña, auméntala Rufina. Sebastián, con las plumas de sus flechas corónicas al cielo en sangre envía; salen Diego e Ignacio vencedores. Leocadia ablanda cárceles estrechas; cuchillos vence Inés, llamas Lucía." VOZ: Lisinio y Constantino, Emperadores.Dentro
Cae sobre sus cabezas un ramo de laurel
CLORO: ¿Qué es esto? LISINIO: Son las grandezas con que el cielo nos sublima. Cayendo el laurel encima, corona nuestras cabezas. CLORO: Emperadores nos llama quien nuestra dicha pregona, y la ninfa nos corona que Apolo consagró en rama. LISINIO: Cloro, ya el cielo se ofende de nuestro ocio, pues que de él cayéndose este laurel nos despierta y reprehende. Tu pecho con él anima, y deja estorbos cobardes. Basta esta rama, no aguardes que se caiga un monte encima, que yo, animado por él, desde hoy el traje grosero dejo, porque verdadero salga este imperial laurel. Escuadrones de soldados me ofrece el cielo propicio, no en el rústico ejercicio hatos de humilde ganado. Aquésta es mi inclinación. Púrpura, a mi ser igual, reinos dará a mi sayal hazañas a mi opinión. Maxencio en Roma adelanta su ambición y mis deseos, y con augustos trofeos gentes alista y levanta. Con Constancio tiene guerra, del mundo competidor un sol y un emperador pretende solo la tierra. Si quieres que militemos a su sombra, Cloro noble, y que la encina y el roble en lauro y palma troquemos, dejemos montes los dos, que rústicos animales, ni cívicas, ni murales dan coronas, sino Dios. CLORO: Oye, Lisinio, primero, pues como el oro en la mina, una alma escondes divina dentro de un cuerpo grosero; que puesto que el pensamiento que tienes en mí es de estima, lo que más el pecho anima es el noble nacimiento. Déjame saber quien soy, pues nunca mi ingrata madre me ha dicho quien es mi padre, que mi palabra te doy, ya sea, como imagino, generoso, ya al sayal deba el ser y natural, que este presagio divino contigo haga verdadero, sin que peligros sean parte para que de ti me aparte; antes, desde agora quiero que de cualquiera fortuna que nuestra dicha prevenga, igual parte en ella tenga cada cual, porque sea una. Si fuere César, serás César como yo; si rey, rey serás con igual ley sin dividirse jamás por guerra o por otro extremo; que más puede una amistad,, si es firme, que la hermandad crüel de Rómulo y Remo. LISINIO: Eso mismo que me ofreces cumpliré, Cloro contigo, haciendo al cielo testigo, como a sus deidades, jueces. Pero no puedo esperarte, que la inclinación me llama. Aplica espuelas la fama, y abrase mi pecho Marte. No nos veremos los dos mientras monarca no seas del mundo. CLORO: Su esfera veas a tus pies. LISINIO: Adiós. CLORO: Adiós.
Vase LISINIO. Sale NISE, labradora, y MINGO, villano, con un harnero
MINGO: ¡Válgame Dios! ¿Por echarle la cebada os da molestia? NISE: ¡Calla, bruto, necio, bestia! MINGO: Eso sí, apodar y darle. Pues no suelo yo ser mudo, ni vos muy limpia, aunque habláis, que media azumbre gastáis de agua en lavar un menudo. NISE: ¡Yo! ¿Cuándo? MINGO: El de hoy os avise. NISE: Tú mientes. MINGO: ¡Darle, y gruñir! CLORO: ¡Que siempre habéis de reñir! ¿Qué tienes con Mingo, Nise? NISE: Aposentóse un doctor en el mesón... MINGO: ¿Qué? ¿Quería decirlo ella? En fin, venía afligido del calor y de hambre de la jornada. Mandónos poner a asar una gallina, y echar paja a la mula, y cebada. Entro luego en la cocina, y como mal entendí, la cebada al doctor di, y a la mula la gallina. ¡Miren qué culpas son éstas! CLORO: ¿Vióse necedad mayor? MINGO: ¿Pues no ha llevado al doctor la cansada mula a cuestas? ¿No es bien que a quien más trabaja se dé mejor de cenar? Luego bien hice de dar al doctor cebada y paja, y a la mula la gallina. NISE: ¡Calla, bestia! MINGO: ¿Pensáis vos que no sabe de los dos la mula más medicina?
Sale ELENA, de labradora
ELENA: ¡Que no ha de haber ocasión que donde quiera que estáis ambos a dos, no riñáis! MINGO: ¿Qué quiere? Soy un riñón. NISE: Mientras este bruto esté en casa, ¿quién no dará voces? ELENA: Éntrate tú allá. NISE: ¡Para ésta! MINGO: Jurad la fe; si es bien que en vuesa fe crea, no siendo la fe de Dios, aunque si se añade en vos, no va mucho de fe a fea.
Vase NISE
ELENA: Cloro, :qué haces aquí? CLORO: Generosos pensamientos animan atrevimientos tan poderosos en mí, que me han obligado, madre, que, porque los certifique, aquesta vez te suplique me digas quién fue mi padre. Que el ilustre natural que a mi humildad hace guerra, me certifica que encierra este rústico sayal prendas con que esfuerzo cobre el valor a que se aplica, sin creer que alma tan rica procede de un padre pobre. ELENA: Cloro si estos pensamientos los gobernara el jüicio, que en esta ocasión te falta, fueran sabios como altivos. A un pastor, humilde y pobre, debes el ser abatido, que no en palacios soberbios te dio, sino entre cortijos. Una pajiza cabaña, que contra el sol, el estío, y contra el agua, el invierno sirve de toldo propicio, es tu casa de solar; no los pavimentos ricos, ni los artesones de oro, asombro del artificio. ¿Qué importa que el arroyuelo, soberbio cuanto atrevido, con las lluviosas corrientes haga competencia al Nilo, si la tempestad pasada vuelve al mísero principio, y después pisar se deja del animal más sencillo y pequeño de la tierra, dando a sus pasos camino? Nacen a la hormiga avara alas para su peligro, pues cuando a Dédalo intenta imitar, de un pajarillo es miserable sustento, sepulcro haciendo su pico. No es bien que porque la palma hasta el alcázar lucido se atreva a subir del sol, un junco desvanecido, competir con ella, pues de su flaco principio ignorando el fundamento es verdugo de sí mismo. Cuando te pintes, soberbio, Rómulo, Alejandro y Ciro, y la ambición te prometa coronas y señoríos, considérate un arroyo, no profundo caudal río! un junco, una hormiga vil, y desharás, convencido, ruedas de pavón soberbias; que si la corneja quiso vestirse plumas hurtadas, ellas le dieron castigo. No violentes, ambicioso, tu natural, si perdido después llorar no pretendes juveniles desatinos. Una haza son tus armas, y en vez del estoque limpio, la hoz corva, el tosco arado, ovejas y un novillo. Éstos ejercita, Cloro, a Scipiones y Fabricios deja triunfos y victorias pues para pobre has nacido.
Vase ELENA
CLORO: Rigurosa madre, espera. ¡Ay, cielos! no sé si impíos, porque en tales desengaños sepultáis nobles designios. ¿Para qué Elena te llamas, si siempre este nombre ha sido blasón de ilustres matronas, que en ti despreciado miro? Nunca yo quien soy supiera, pues la humildad pone grillos al deseo ya frustrado, que de un rústico soy hijo. MINGO: Yo, a lo menos más dichoso soy, aunque me llamo Mingo, pues si no mintió mi madre diz que me parió en el signo de Capricornio, y en fe de esto la comadre dijo que un sátiro me engendró y por eso satirizo.
Sale CLODIO, con las cartas y retrato. PELORO y MELIPO
CLODIO: Cuanto más lejos estemos del emperador, airado, cuyo hijo malogrado, sin conocer, muerto habemos, más se asegura la vida, que con tanto riesgo está. Al romano imperio da Persia guerra defendida; en ella no hay que temer Clodio, castigo o venganza, pues en su reino no alcanza de Roma todo el poder. Descansemos por agora en esta venta. CLORO: ¡Ay, de mí, que tan humilde nací que cuando el cielo mejora con el esfuerzo el valor de quien ilustrar desea Cloro, cielos, Cloro sea hijo de un pobre pastor! CLODIO: Labradores, ¿hay posada? ¿Para cuántos? CLORO: ¡Detenéos, desvanecidos deseos! MINGO: No les faltará cebada que coman, si son doctores, ni gallinas que les demos a las mulas. CLODIO: ¿No tenemos, a pesar de los temores con que a costa, del cansancio animan nuestro camino. presente aquí a Constantino, hijo del César Constancio? MELIPO: A no desdecirlo el traje y saber que queda muerto yo lo tuviera por cierto, sino es que del cielo abaje a castigar nuestro insulto disfrazado en el sayal. CLODIO: ¿No es retrato original? Sí, que vive en él oculto. ¿No es aquella su cabeza, sus ojos, su boca y talle? PELORO: En él quiso retratalle la sabia Naturaleza. No he visto igual semejanza. CLODIO: Ahora bien; sea o no sea quien mi ventura desea, si consigue mi esperanza lo que mi intento procura, y este hombre, amigos engaño hoy con un ardid extraño, doy alas a mi ventura. MELIPO: ¿Pues qué pretendes hacer? CLODIO: Pues que se parece tanto al difunto, que es encanto, si no es del cielo poder, y aquí cartas y retrato de Irene tengo, intentemos persuadirle, si podemos y tiene ingenio y recato, que se finja Constantino y se case con Irene. MELIPO: ¡Extraña traza, si viene a admitir tal desatino! Mas ¿cómo un tosco pastor mudará su grosería en el trato y policía de un romano emperador, si conforma con su traje su ingenio: CLODIO: De un tosco roble se hace una imagen noble. PELORO: Siendo bárbaro el lenguaje que aqueste monte le ha dado, descubrirá esta traición. MELIPO: Disfrazóse de león un bruto torpe, y trocado en él, bramar cual él quiso, y dicen que rebuznó, y en su afrenta, a todos dio de su atrevimiento aviso. Lo mismo ha de sucedernos si hacemos tal desvarío. CLODIO: De su traza y rostro fío que podemos atrevernos. Aquellas nobles facciones, del príncipe semejanza, me animan. MELIPO: Todo lo alcanza la industria. A mucho te pones; aunque si con eso sales, seguro está el interés y ventura de los tres, porque a Dédalo te iguales. CLODIO: Si con Irene se casa y a ver a Constancio va, cuando de su hijo está llorando la suerte escasa, la similitud extraña que le iguala a su valor, burlará al emperador; y si dichoso le engaña y le tiene por su hijo, ¿qué más dicha? MELIPO: Quedó el muerto a elección en el desierto de las fieras. Yo colijo que ya habrán hecho en él presa. Si no parece ¿quién duda, viendo que en éste se muda y el imperio le confiesa por el propio Constantino, que su padre ha de creer ser el mismo? PELORO: Vendrá a ser un engaño peregrino. CLODIO: Ponerlo en ejecución falta sólo. CLORO: (¡Que haya sido Aparte tan bajamente nacido! ¡Ay, loca imaginación!)
De rodillas
CLODIO: Danos esos pies augustos, si merecemos besallos CLORO: ¿Qué es esto? CLODIO: Honra tus vasallos con premios señor, tan justos. CLORO: Señores, si el tosco traje que traigo, os obliga así a que hagáis burla de mi, ninguno me hizo ultraje que, con honrada venganza no sirviese de escarmiento a su necio pensamiento. CLODIO: Generosa semejanza del más ilustre heredero que Roma a su imperio dio y la muerte malogró, si el retrato verdadero, que autoriza y ennoblece hoy en ti su original, no es en tu alma desigual y a la tuya le parece por un extraño camino ha puesto el cielo en tu mano la esfera y globo romano y feliz de Constantino. Si a tu saber satisfaces y tu persona eternizas, de sus augustas cenizas milagro al mundo renaces. Constantino, sucesor de Constancio, partía a Grecia, que en fe de lo que le precia Maximino, emperador y monarca del Oriente, a Irene le había ofrecido, hija suya, y reducido el griego lauro a su frente. Con este retrato y pliego caminaba Constantino, cuando saliendo al camino un escuadrón loco y ciego de quinientos foragidos, de repente le asaltaron, y el abril verde agostaron de treinta años no cumplidos. Por no darse a conocer dio venganza a sus aceros. Huyeron los bandoleros, que vinieron a saber la calidad del difunto, temerosos del castigo. Yo, de su muerte testigo, tomando aqueste trasunto de Irene, y cartas, volvía con las nuevas lastimosas a su padre; mas, piadosas las deidades este día, ofreciéndome tu vista, quieren en tí consolar la pérdida y el pesar, que es imposible resista Constancio, si a saber viene que le ha quebrado su espejo a Fortuna, y por ser viejo la muerte su fin previene. Tú, pues, dichoso pastor, que con su imagen heredas su imperio, para que puedas dar principio a tu valor, si quieres en lugar de él transformarte en Constantino, el cielo a ofrecerte vino el siempre augusto laurel. PELORO: No pierdas esta ventura, que por lo que interesamos de ella palabra te damos de hacerla los tres segura. MELIPO: Constantino--que ya quiero de aqueste modo llamarte-- procura determinarte. Deja ese traje grosero, que aquí del César traemos con que serás transformado o igual, no traslado. MINGO: ¿Pullas en casa tenemos? ¡Voto al sol, gente ruin, que si la honda desato, doy dos silbos al hato y hago venir al mastín, que el dimuño os trajo acá! CLORO: Basta la burla, señores; ved que somos labradores, y no se sufren acá. CLODIO: Para que la verdad creas, que por tu dicha te trato, en este sutil retrato quiero que tu imagen veas, y con ella a Constantino, que al sacro laurel te llama. PELORO: Al atrevido la fama ayuda. CLORO: ¡Cielo divino! Parece que en el cristal me miro de alguna fuente, aunque en traje diferente seda aquí y en mí sayal. (¿Qué hay que recelar, temor, Aparte si el cielo a cumplir empieza del laurel que en mi cabeza me gratuló emperador el pronóstico divino? Crédito a mi dicha doy.) Cloro he sido; ya no soy, sino el César Constantino. Dadme el retrato de Irene. CLODIO: Éste es. CLORO: ¡Qué hermosa pintura! Cifrada aquí la hermosura todos sus milagros tiene. Sólo de mis pensamientos, que ya ejecutarlos trato, puede ser este retrato dueño hermoso. Atrevimientos, en vuestras alas sutiles fundo mi imaginación nobles mis intentos son, si mis principios son viles. Vamos a Grecia, vasallos, que aunque este apellido os doy, vuestro amigo firme soy. Haced prevenir caballos, y advertid que si el secreto de este engaño descubrís, aunque pastor me advertís, ser Constantino os prometo en vengarme y castigaros. Ya el verdadero murió, y en mi pecho se infundió su alma. Sabré premïaros y castigaros también. Su alma el César me ofrece, que en quien tanto se parece por fuerza ha de hallarse bien. PELORO: ¿Hay mudanza semejante? MELIPO: ¿Hay más portentoso extremo? CLODIO: ¡Vive el cielo que le temo! PELORO: Yo tiemblo en verle delante. CLORO: ¿Quieres venirte conmigo? MINGO: ¿Que por que se pareció al otro, Cloro salió emperadero? CLODIO: Sí, amigo. MINGO: ¡Que nunca yo me parezca a nadie! CLORO: Acaba grosero. MINGO: ¿No habrá otro emperadero por ahí a quien merezca parecerme? MELIPO: Sí, a mi jumento, pues os parecéis los dos. MINGO: Luego, parézcome a vos. Ir contigo, Cloro, intento. CLORO: No soy Cloro desde aquí, Mingo, sino Constantino. MINGO: Yo os lo llamaré si atino. Una vez me parecí a otro en tiempo crüel, porque a palos me molieron de noche, y luego dijeron, "perdone, que no era él." CLORO: Dadme el caballo y vestido, y no pongamos en duda nuestra suerte, pues ayuda la Fortuna al atrevido. CLODIO: A mucho nos atrevemos y temo... PELORO: ¿Qué hay que temer? CLODIO: Que nos vengan a deshacer aquéste, porque le hacemos.
Vanse todos. Salen MAXIMINO e IRENE
MAXMINO: Ya, Irene, se llegó el día en que el César sea tu esposo. IRENE: Si de la inclinación mía el ánimo belicoso sabes que mi valor cría, ¿por qué tu rigor le enlaza en el yugo que embaraza la libertad y quietud? Manda tú a mi juventud que se ejercite en la caza; que del jabalí protervo el curso ligero siga con que mis gustos conservo; que el tigre sagaz persiga y alcance al tímido ciervo, que en sus despojos celebre triunfos, y el venablo quiebre en el león arrogante, ya con el noble elefante, ya con la tímida liebre; y no me mandes que el gusto pierda a mi edad el respeto, que aunque es el tálamo justo, no sabrá vivir sujeto mi pecho libre y robusto. MAXIMINO: Si a mi voluntad te allanas, al César por dueño ganas, de las romanas esferas. Anda a caza, en vez de fieras, de libertades humanas. IRENE: No es, padre y señor, decente el estado que me das al valor que el alma siente. MAXIMINO: Yo sé que mi gusto harás. ....................[ -ente.]
Vase MAXIMINO
IRENE: La cerviz indomable del toro ata con las coyundas de su yugo grave el labrador, y brama, porque sabe que su preciosa libertad maltrata. Al pájaro, que en plumas se dilata, el cazador cautiva del süave acento enamorado, y llora el ave, aunque honren su prisión rejas de plata. No en los jardines la florida yerba medra del modo que en el monte y prado, patria y solar de su morada verde. Dichoso, libertad, el que os conserva, pues es prisión el solio sublimado de quien por reinos, vuestro reino pierde.
Sale ISACIO, Duque, y luego un PAJE
ISACIO: Hermosa prima, ¿qué haces sola, si lo puede estar quien se precia de llenar, tiranizando las paces del Amor, como él atados al carro de sus prisiones encendidos corazones con grillos de sus cuidados? ¡Ay, si mereciera yo que te acordaras de mí! IRENE: ¡Oh, Isacio! Como nací libre, y el cielo me dio un alma de quien soy dueño, por no ser pródiga y darla a prisión, quiero gozarla. Pensar que he de amar, es sueño. Hoy dicen que Constantino a darme la mano viene de esposo, como si Irene al mismo Apolo divino sujetar imaginase la preciosa libertad, que en mí es única deidad, sin que amor mi pecho abrase. ¡Viven los cielos, que adora todo el humano poder, que de Irene no ha de ser, si no es Irene señora! Mal mi padre me conoce. ISACIO: Con eso contento quedo. Pues yo gozarte no puedo, ninguno, Irene, te goce; que si tu desdén furioso a cuantos te aman alcanza, quedaré sin esperanza, mas no quedaré quejoso. IRENE: Verás, cuando el César venga, retratado en mí el desdén. ISACIO: Mas vale tratarle bien, porque tu padre no tenga ocasión que a la impaciencia provoque, que es el poder rayo, y éste suele ser más daño en mas resistencia. Entretenlo con engaños ni le trates amorosa ni le mires desdeñosa, hasta que los desengaños le dispongan poco a poco, que un repentino rigor suele aumentar el amor, pues con furias crece el loco. IRENE: No dices mal; y a fe, Isacio, que luce más con su opuesto el sol a la sombra expuesto. Desdeñaréle despacio, y por tu consejo sabio me guiaré en esta ocasión, forzando mi inclinación. ISACIO: Fingiendo no ser, agravio, cuando llegue, encubre enojos; recíbele agradecida, ostenta risa fingida, dale a beber por los ojos ponzoña sabrosa y lenta, y engaña a tu padre así. PAJE: Ya llega, señora, aquí el César. IRENE: Mi pena aumenta. Pero ¿sabes qué he pensado? Que para que me aborrezca y en verme no se enternezca, encontrando a Amor armado, pensando hallarle desnudo, que en el marcial ejercicio me hallo ocupada. ISACIO: Codicio el daño que de eso dudo, porque de aquesta suerte te halla bella y belicosa. Si te amaba por esposa, ha de adorarte por fuerte. IRENE: En eso, primo, te engañas. El amante que es prudente no busca dama valiente. Al hombre ilustran hazañas, y a la mujer, la hermosura, los regalos, la afición, la apacible condición, las lágrimas y blandura. Tiernos les dieron los nombres, porque con terneza amasen y regaladas templasen la condición de los nombres; que el ejercicio marcial es violento en la mujer, como en la nieve el arder, derretirse el pedernal, y acobardarse el león. Y la que así no lo hiciere, es señal que usurpar quiere la preeminencia al varón. Yo sé que si Constantino, en vez de amorosa, armada me ve, a la guerra inclinada, que por el mismo camino que en mi amor tierno se abrasa, primo, me ha de aborrecer, porque no pueden caber dos hombres en una casa. ISACIO: Tu divina discreción es igual a tu hermosura. Que te aborrezca procura. Ejecuta esa invención en que estriba mi esperanza, dando alas a mi deseo. IRENE: Quiero ensayar un torneo. Sácame, Isacio, una lanza, mientras la espada me ciño, para que el César, amante, de verme armada se espante; que Amor teme, porque es niño ISACIO: De las que en esta armería hay, es ésta la mejor IRENE: Haz tocar un atambor. ISACIO: Miedo me das, prima mía. De la guarda de palacio hay una aquí. IRENE: Toque, pues. Aquésta la entrada es del torneo. Advierte Isacio
Hace la entrada del torneo con gallardía. Tocan chirimías. Salen CLORO, vestido de príncipe, MELIPO, PELORO, CLODIO, MAXIMINO y MINGO
MAXIMINO: Aquí aguarda a vuestra alteza la Princesa, agradecida a vuestro amor y venida; mas ¿qué es esto? CLORO: A su belleza añade la fortaleza, como a mi amor, nuevas alas. Las armas entre las galas parecen en ella bien para que juntas estén tierna, Venus; fuerte, Palas. MAXIMINO: Su inclinación belicosa me asombra. Sepa que estamos aquí. CLORO: Eso no. Suspendamos en su hermosura animosa la vista y alma dichosa en este ejercicio un poco. (¡Vive el cielo, que estoy loco! Aparte ¡Ay, griega del alma hermosa!)
IRENE habla aparte con ISACIO
IRENE: ¿Qué te parece? ISACIO: El extremo de la gracia y la destreza. Aunque adoro a tu belleza, tu valor y ánimo temo. CLORO: (¡Por Júpiter, que me quemo Aparte entre su armado rigor de inmortal y tierno amor! MINGO: (¡Válgate Dios por muchacha! Aparte Si eres hembra, o eres macha no casarte es lo mejor.) IRENE: Saca la espada y verás cuán bien los golpes ensayo. ISACIO: En tus manos será rayo. Cinco se dan, y no más.
Danse los cinco golpes de espada, tocando dentro
IRENE: Retírate el paso atrás. CLORO: Basta, hechizo de esta tierra, o celo que el sol encierra, que para alcanzar la palma y rendir, princesa, un alma, no es menester tan la guerra. MAXIMINO: Tu esposo es, Irene mía IRENE: ¡Oh, gran Señor! ¿Vos aquí? Ya las armas os rendí. Mejor el alma diría. (¡Qué apacible gallardía!) Aparte CLORO: Dichoso, divina Irene, quien a ver y a gozar viene tal belleza, tal valor, pues en vos, Marte y Amor rayos vibra y llamas tiene.
Hablan aparte MELIPO y CLODIO
MELIPO: Clodio, ¿es éste aquel villano que hijo de un monte fue? CLODIO: Mejor, Melipo, diré que es Constantíno romano. PELORO: ¿No adviertes que cortesano la gravedad imperial representa? CLODIO: A su sayal desmiente con la presencia, que también hay elocuencia en las almas natural. MINGO: (¡Válgame el diablo por Cloro! Aparte Verá lo que decir sabe. ¡Qué quillotrado está y grave! CLORO: De suerte, Irene, os adoro, que a la divina beldad de ese simulacro rico esperanzas sacrifico, sin creer que hay más deidad que vos, señora, en el cielo. IRENE: Y yo, que en veros y hablaros tengo en poco compararos al claro señor de Delo. No adoro yo a Dios ninguno, sino a vos; y si dichosa merezco ser vuestra esposa, no tendré envidia de Juno, pues en vos tengo presente de Júpiter el valor. ISACIO: (Bien finge tenerle amor.) Aparte
IRENE habla aparte a ISACIO
IRENE: Va bueno? ISACIO: Divinamente. CLORO: Si yo, princesa, lo fuera, nunca mas me transformara otros cielos os crïara; otro mundo os ofreciera, que uno para vos es poco. IRENE: Si yo pudiera mostrar la ventaja que en amar hago a todas... CLORO: ¡Estoy loco! IRENE: Ni Cartago honrara a Elisa, como a Penélope Grecia, ni Roma honrara a Lucrecia, ni hubiera en Caria Artemisa. Pero hipérboles refreno, pues más que ellos os estimo
Aparte a ISACIO
¿No hago buen amante primo ISACIO: Bravo. IRENE: ¿Va bueno? ISACIO: Rebueno. CLORO: En fin, me amáis? IRENE: Como a dueño. CLORO: Vos sois mi sol. IRENE: Vos mí esposo. CLORO: Vivo en vos. IRENE: Yo en vos reposo. CLORO: ¿Si me olvidáis? IRENE: Eso es sueño. CLORO: En gloria estoy. IRENE: Mi mal calma. CLORO: ¡Gran suerte! IRENE: ¡Bien soberano! CLORO: Dadme, mi bien, esa mano. IRENE: Y con ella, esposo, el alma.
ISACIO habla aparte con IRENE
ISACIO: ¿La mano, tirana, das? Pues, ¿cómo le has dado el sí? IRENE: Burléme, jugué y perdí. No he podido, primo, más.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El árbol del mejor fruto, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 22 Jun 2002