ANTONA GARCÍA

Tirso de Molina
(Gabriel Téllez)

Esta edición electrónica de ANTONA GARCÍA fue preparada por Vern Williamsen en 1998 para incluirse en esta colección. ANTONA GARCÍA se publicó por primera vez en la CUARTA PARTE DE LAS COMEDIAS DEL MAESTRO TIRSO DE MOLINA (Madrid, María de Quiñones, 1635), que es la edición que tomamos como base para fijar nuestro texto con el apoyo de varias ediciones modernas. La edición príncipe, cuyo texto está bien conservado, es la fuente última, directa o indirecta, de todas las ediciones posteriores. Nuestro texto regulariza las indicaciones de personajes que hablan y su disposición gráfica, resuelve las abreviaturas y moderniza la puntuación y las grafías siempre que no tengan relevancia fonética. Cualquier añadido o enmienda al texto de la príncipe va entre corchetes.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen marchando la REINA, el MARQUÉS, el ALMIRANTE, y don ANTONIO de Fonseca, con otros soldados
REINA: No nos recibe Zamora; que el mariscal y su hermano, Valencias en apellido, portugueses en sus bandos, se han apoderado de ella. Castronuño nos ha dado con las puertas en los ojos, por Alfonso, lusitano, enarbolando pendones. Toro se muestra contrario al derecho de mi reino, Y leales desterrando de la ciudad, Juan de Ulloa por el marqués, animado, de Villena, determina dar al portugués amparo. Doña María Sarmiento, su mujer, vituperando su misma naturaleza, en el acero templado trueca galas mujeriles; plaza de armas es su estrado, sus visitas, centinelas, y sus doncellas, soldados. Todos a Alfonso apellidan, por reina legitimando, a doña Juana, su esposa, por muerte de Enrique cuarto, mi hermano, que tiene el cielo; sabiendo que a don Fernando, mi esposo y señor, y a mí los ricos hombres juraron por principes de Castilla en los Toros de Guisando. Mas ciégalos la pasión y el interés. No me espanto; la inocencia está por mí; los más nobles castellanos mi justicia favorecen; la verdad deshará agravios. Mis tíos, el Almirante de Castilla, con su hermano el conde de Alba de Aliste, por mí arriesgan sus estados. Toda la casa Mendoza y el Cardenal, fiel y sabio, don Pedro, que es su cabeza, de Enrique testamentario, por su reina me obedecen. Reconóceme vasallo don Rodrigo Pimentel, en cuya experiencia y años justifico mi derecho, y en Benavente ha mostrado contra quinas portuguesas la lealtad que estima en tanto. La casa de Guzmán tengo en mi ayuda, y la de Castro, con el duque de Alburquerque que noble sigue mi campo. Lo principal de Castilla y León, vituperando acciones de los inquietos, rehusan reyes extraños. Pocas ciudades me niegan. En Burgos está sitiando la fuerza el rey, mi señor; si Toledo es mi contrario, su arzobispo le violenta, con ser él por cuya mano fui princesa de Castilla. Mal parecen en prelados mudanzas escandalosas, y peor en viejos que, varios son, por seguir sus pasiones, a sus consejos ingratos. ¿Qué importa que el de Villena en armas ponga su bando con Girones y Pachecos, Ponces, Silvas y Arellanos? Los Cabreras y Manriques, los Cárdenas y Velascos, valientes se les oponen, resistiendo los hidalgos. Dios ampara mi justicia, ricos hombres, no temamos; la verdad al cabo vence, no la pasión. Marche el campo. ALMIRANTE: A valor tan generoso, cuando fuera menos claro el derecho que a estos reinos intentan negar livianos; cuando mi padre no fuera abuelo del rey Fernando, rey natural de Aragón, de nuestra España milagro, y una misma nuestra sangre, el esfuerzo soberano de esa virtud atractiva, no los hombres, los peñascos llevara, invicta Isabela, tras sí. Mi vida, mi estado, ofrezco a vuestro servicio. REINA: Tío almirante, el reparo de mi reino estriba en vos. MARQUÉS: Yo, gran señora, no aguardo sino ocasiones que muestren la fe y lealtad con que os amo. No os den recelo las quinas portuguesas, si intentaron ofenderos, que por vos ya la fortuna echó el dado. No rebeldes os asombren, que sin justicia son flacos ejércitos enemigos, y ella sobra contra tantos. Seis mil montañeses deudos en vuestro servicio traigo; si no bastan, haced gente, vended mi Hita y Buitrago. REINA: Vuestra persona, marqués de Santillana, es espanto de todos nuestros opuestos; con ella sola yo basto a conquistar nuevos mundos. Al cardenal, vuestro hermano, como a padre reverencio, que es pastor discreto y santo. ANTONIO: Yo, en nombre de los demás, invicta senora, salgo fiador que fieles sabremos morir, pero no olvidaros. REINA: Don Antonio de Fonseca, de vuestros antepasados heredastes generoso lealtad y valor hidalgo. Marchemos a Tordesillas, que en ella el socorro aguardo del conde de Benavente. TODOS; ¡Viva Isabel y Fernando!
Suenan dentro gaita y tamboril y fiesta
REINA: Aguardad. ¿Qué fiesta es ésta? ANTONIO: Una boda de villanos, que en este pueblo vecino sale a festejar a el prado. Tengo en él alguna hacienda; y aunque no son mis vasallos, como señor me obedecen. Habíanme convidado. a que fuese su padrino; pero en negocios tan arduos dejé, por lo más lo menos. Entretuviérase un rato vuestra alteza, a no venir con la prisa y los cuidados que la guerra trae consigo; porque, sencillos y llanos, causan gusto sus simplezas; mas no es tiempo de hacer caso de rústicos pasatiempos. REINA: No, don Antonio, hagan alto, que adonde a vos os estiman, pretendo yo con honrarlos que sepan en lo que os tengo. Lícito es en los trabajos buscar honestos alivios, que un pecho real es tan ancho que pueden caber en él aprietos y desenfados. Gocemos la villanesca. ANTONIO: Pues es la novia milagro de las riberas del Duero, y hay de ella sucesos raros. Asombra con la hermosura a cuantos la ven, y tanto, que de Toro y de Zamora generosos mayorazgos se tuvieran por felices de que, dándola la mano, disculpara su belleza algún ribete villano. Mas es de suerte el extremo en que estima su ser bajo, que antepone el sayal pobre a las telas y bordados. Sus fuerzas son increíbles. Tira a la barra y al canto con el labrador más diestro, y hay carretero de Campos que rodeando hartas leguas por verla, desafïados, a los dos tiros primeros perdió las mulas y el carro. Llevaban a ajusticiar en Toro a un su primo hermano, y al pasar junto a un convento, llegándose paso a paso, cogió al jumento y al hombre, y llevándole en los brazos, como si de paja fueran, los metió en la iglesia a entrambos. Echáronle los alcaldes en su casa seis soldados; que aunque labradora es rica, y dándoles los regalos caseros que un pueblo tiene, porque no se contentaron, cogió del fuego un tizón, obligándolos a palos a que en el corral se echasen dentro de un silo, y cerrados con la trampa en él los tuvo hasta la mañana, dando un convite a los gorgojos, que el hambre en ellos vengaron. Si me juzga vuestra alteza en esto demasïado, la boda sale al encuentro. Porque vea que la alabo con razón, experimente en la novia dos contrarios de hermosura y fortaleza y en lo uno y otro milagro.
MÚSICA de aldea. LABRADORES y, entre ellos, BARTOLO, CARRASCO; detrás, de las manos, ANTONA GARCÍA a lo labrador, de novia, y Juan de MONROY, también labrador. Cantan todos
TODOS: Más valéis vos, Antona, que la corte toda. UNO: De cuantas el Duero que estos valles moja afeitando caras tiene por hermosas, aunque entren en ellas cuantas labradoras celebra Tudela. TODOS: Más valéis vos, Antona. OTRO: Sois ojiesmeralda, sois cariredonda, y en fin, sois de cuerpo la más gentilhombra. No hay quien vos semeje, reinas ni señoras, porque sois más linda. TODOS: Que la corte toda. Más valéis vos, Antona, que la corte toda. ANTONIO: Llegad, Antona García, con vuestro esposo a besar los pies a quien quiere honrar vuestras bodas este día. La Reina, nuestra señora, esta merced gusta haceros. ANTONA: A la mi fe que con veros tan apuesta y guerreadcra, nos dais de quien sois noticia. Mal haya quien mal vos quiere, y quien viéndoos no dijere que vos sobra la justicia. Todos los puebros y villas que por aquí se derraman la Valentona me llaman, porque no sufro cosquillas; no las sufráis vos tampoco, pues Dios el reino os ha dado que os viene pintiparado, y quien lo niega es un loco. Para ser emperadora del mundo érades mijor, pues venis, por dar amor, con cara de regidora. No es comparanza el abril con vos, aunque lo encarecen; vuesos dos ojos parecen dos matas de peregil. Toda vuesa cara es luz que encandila desde lejos, vuesos cabellos bermejos parecen al orozuz. De vuestra vista risueña no hay voluntad que se parta; gloria es veros cariharta honrar la color trigueña. En las dos mejillas solas miro, segun son saladas, rosas con leche mezcladas, o cebollas o amapolas. Yo tengo el pergeño bajo; mas díganme los presentes si igualen a vuesos dientes los brancos dientes del ajo. Pues, ¿y el talle y la cintura? Estas cuatro higas os doy, que a la fe que loca estoy viendo vuesa catadura. REINA: Y yo, Antona, agradecida al amor que me mostráis. Con sencillas muestras dais señales de bien nacida. ANTONA: Nuesa Señora del Canto mi feligresía es; en ella naci de pies, dando a la comadre espanto. Bautizáronme en su igreja; mire ella si bien nací, hidalga no, pero sí sin raza y cristiana vieja. REINA: ¿Y quién es el desposado? ANTONA: Hinojaos, Juan de Monroy.
De rodillas
MONROY: Yo el novio, señora, soy de la Antona a su mandado, y en la ciudad también moro. REINA: Pues ¿por qué en este lugar os salís a desposar si sois vecino de Toro? MONROY: Tenemos la hacienda acá y este puebro está mijor para cuidar la labor. Además que por allá la ciudad toda está llena de bandos que el rey derrama. REINA: ¿Cómo este pueblo se llama? ANTONA: ¿Quién? ¿Éste? Tagarabuena. REINA: Dios os haga bien casados. MONROY: Mantenga Dios su presona. REINA: Tomad esta joya, Antona,
Dale una cadena
que si salgo de cuidados, yo me acordaré de vos. ANTONA: Más hijos para y más hijas que tien la sarta sortijas, y sean de dos en dos, papas reinando a la par, y el mayor el puesto ocupe de prior de Guadalupe, que no hay más que desear. BARTOLO: Señora si porque solo se casa Antona García. la ha dado su reinería cadenas, yo so Bartolo, que huera marido ya a topar a quien querer; más cuando no haya mujer no falta son la mitá. Media cadena la pido hasta que Gila mechera; pues si Antona es novia entera, Bartolo es medio marido; y encadenados quizá Gila y yo, haremos de modo que después casado y todo vaya por la otra mitá. LABRADOR 1: ¡Quita, necio! LABRADOR 2: ¡Bestia, calla! BARTOLO: Quitaos vos y callá vos. Verá. Pues ¿no hay más de dos maridos de media talla? Pintadas vi muchas veces figuras, verdad vos digo, como hombres hasta el lombligo, que de allí abajo son peces, y yo en viéndolos decía, "Medio maridos serán que de noche huera están y en casa duermen de día." REINA: Antona, va estáis casada; vuestro esposo es la cabeza; id con la naturaleza en sus efectos templada, No hagáis de hazañas alarde, porque el mismo inconveniente hallo en la mujer valiente que en el marido cobarde. Olvidad el ser bizarra, viviréis en paz los dos; aliñad la casa vos, mientras él tira la barra. No os preciéis de pelear, que el honor de la mujer consiste en obedecer, como en el hombre el mandar, y vedme cuando entre en Toro. ANTONA: Por ser vueso ese consejo, desde hoy mis bravuras dejo, que a la mi fe que os adoro. Mas, reina, también vos digo que en dando en cabecear, quien no vos deja reinar y vos persigue enemigo, si en vuestro favor tomare armas, no os dé maravilla, que ha de ser vuestra Castilla, pésele a quien le pesare. En cuanto esto, no me pasa por el pensamiento ser, como me mandáis mujer, la cabeza sí de casa. Obligada estoy por vos, y he de pagar a quien debo; la sarta que al cuello llevo mos encadena a los dos. Mande y rija mi marido, pues Dios su yugo me ha puesto, pero no me toque en esto, que no será obedecido; que en siguiendo armas tiranas contra vuesa real corona, entonces a fe de Antona, que han de ir rocín y mazanas. Perdone padre y marido. REINA: A ser todos como vos no hubiera guerras, adiós. ALMIRANTE: ¡Brava mujer! REINA: Yo he tenido con ella un alegre día. ANTONA: Bailemos y despidamos la reina con fiesta. REINA: Vamos, notable Antona García.
Vanse y cantan los villanos
TODOS: Por Morales van a Toro, por Tagarabuena y todo. UNO: Si a ver iban sus amores por Morales los pastores, las zagalas cogen flores del Duero entre arenas de oro. TODOS: Por Tagarabuena y todo.
Quédanse BARTOLO y CARRASCO
BARTOLO: Carrasco, oíd si os agrada. CARRASCO: ¿Qué tenemos? BARTOLO: Dame pena que Antona lleve cadena por sólo que esté casada, y Gila por no querer conmigo matrimoniar, en el puebro dé qué habrar y mi amor eche a perder. CARRASCO: ¿Qué, en fin la tenéis amor? BARTOLO: Yo no sé si es amorío este desconcierto mío, sí es angustia, sí sudor. El pecho se me basuca y me dan ciciones luego. Si esto es amor, dóle al huego, que pardiez que es mala cuca. Si vuesa edad no me endilga lo que es, abridme la huesa. CARRASCO: Bartolo, celera es ésa. BARTOLO: Estó hecho una pocilga de celos, que por ser tercos, poner al hombre de lodo y andar gruñéndolo todo, se comparan a los puercos, CARRASCO: Pues bien, ¿y ella sabe acaso que la amáis? BARTOLO: Sí. CARRASCO: Bueno está; ¿y habéisla habrado? BARTOLO: Verá. Pullas la echo a cada paso. CARRASCO: Pescudo si la habéis dicho vueso amor. BARTOLO: Por comparanzas, y ayer cerniendo las granzas la declaré mi capricho. CARRASCO: ¿De qué modo? BARTOLO: Darvos quiero relación de esa demanda. Ya vos veis del modo que anda el gaticinio en enero. Estaba una gata bizca con cierto gato rabón allá en el caramanchón, éste tierno, la otra arisca, Cual si le pegaran ascuas y en su lenguaje gatuno se decían cada uno los enombres de las Pascuas. Porque si explicarlos quiero. siempre que el gato maullaba de maullera la llamaba, y ella con "fuf," dé fullero. En fin, con gritos feroces andaban dando carreras, que gatos y verduleras sus faltas se echan a voces. Escuchábalos allí Gila, envidiosa de verlos, y yo, que iba a componerlos, la manga--¡pardiez!--la así para que no se me escape, y como su amor me afrige, "miz," hocicándola, dije. CARRASCO: Y ella, ¿qué os repuso? BARTOLO: "¡Zape!" e imprióme tal aruño que el carrillo me pantó. Agarréla entonces yo, mas ella cerrando el puño, escopir hizo dos muelas deshaciéndome un carrillo. CARRASCO: Hizo bien, porque un gatillo de ordinario es sacamuelas; y ése hué lindo favor. BARTOLO: ¿Lindo? A otros dos, si me toca, despoblárame la boca; pero otro me hizo mayor. CARRASCO: ¿Mayor? ¿Cómo? BARTOLO: Hué al molino, y yo tras de ella antiyer, y acabado de moler llegué a cargarla el pollino, y cuando el costal le pongo, dos yemas sin clara echó, y a la primera que vió, dijo, "Pápate ese hongo!" Yo como la vi burlar, las manos la así y beséselas, y aruñómelas y aruñéselas y volviómelas a aruñar. Tiróme una coz después, pronóstico de una potra, y yo tirándola otra jugamos ambos de pies. Y durando el retozar, volvióme dos y aparéselas, y tirómelas y tiréselas y volviómelas a tirar.
Sale hilando ANTONA
ANTONA: ¡Alto! al ganado, Bartolo, que bueno de boda ha estado. BARTOLO: ¡Mas matalla! ¿Hoy al ganado? ANTONA: Sí, que le dejaste solo, y están cerca los majuelos del cura, y si se entra allá la guarda los prenderá. BARTOLO: No nos faltaban más duelos. ¿Hoy, que sois novia, hiláis vos y a mí al hato me enviáis? Temprano en casera dais; enriqueceréis los dos. Dejad que llegue mañana y holguémonos entretanto. ANTONA: Hoy, Bartolo, no es disanto; mas gastemos la semana en fiestas. Donde no hay renta trabajar es menester. Casera pretendo ser, si he sido hasta áquí valienta. ¿El sermonador no puso ayer una comparanza, que como al reye la lanza honra a la mujer el huso? BARTOLO: Sí. ANTONA: Pues las alforjas saca, que yo hago lo que debo. BARTOLO: Vaya, cedacico nuevo, el primero día en estaca. ANTONA: A estercolar fue mi Juan. No me repliques, camina; echa en la alforja cecina, cebollas, nueces y pan, y al hato con la mochila...
Vase BARTOLO cantando
BARTOLO: Hilandera era la aldeana; más come que gana, más come que gana. ¡Ay! Que hilando estaba Gila; más bebe que hila, más bebe que hila.
Salen a lo soldado el CONDE de Penamaco y don BASCO
CONDE: Llaman a Alfonso quinto desde Toro, que ya a Zamora con su campo llega; y aunque el partido de mi rey mejoro, si esta plaza que es fuerte se le entrega, como la fe con que le llama ignoro y tanta gente de Castilla niega de Alfonso y doña Juana el real derecho, primero es bien que quede satisfecho. Bien es verdad que siendo nuestro amigo Juan de Ulloa, que tiene tanta mano en la ciudad, y deja a don Rodrigo contrario en opinión, con ser su hermano, nos asegura; pero siempre sigo el parecer de Cipión romano, que el que cree su contrario, brevemente, cuando falta el remedio, se arrepiente. Capitán general, de mi rey tengo a mi cargo su ejército, y procuro facilitar estorbos que prevengo, que en reino extraño nadie está seguro. Para esto a Toro de Zamora vengo, porque amparado del silencio obscuro, cuando anochezca deje asegurada, sin tratos dobles, a mi rey la entrada. BASCO: Muestra el valor en eso vueselencia que a su sangre hazañosa corresponde. Más victorias alcanza, la prudencia que la osadía cuando no la esconde el consejo que anima a la experiencia. Ramo es del tronco real, y por su conde Penamacor le estima, en su milicia nuestros reyes alientan su justicia. ¡Hija del cuarto Enrique es doña Juana. ¿Qué pretende Isabel, si el reino hereda en Castilla la hija y no la hermana, por más que la pasión en ella pueda? CONDE: Reparad, dejando eso, en la villana, don Basco, que al encuentro nos hospeda en el alma con vista enamorada, ojos las puertas, gloria la posada. ¿Vistes en Portugal más hermosura? BASCO: ¡Qué divina mujer! CONDE: Parca es hilando libertades, que fundan su hermosura en los labios, que vidas están dando a los copos que tocan. ¿Ya procura, cuando Isabel no hubiera ni Fernando con mi rey en Castilla opositores, mezclar mi dicha hazañas con amores? Retiraos entretanto que anochece, don Basco, por el márgen de ese río, que quiero hablar con ella. BASCO: Bien parece que es Amor portugués. CONDE: Es desvarío. ¿Hay hilandera igúal? BASCO: Mientras que crece sombras el sol, que en el ocaso frío da a púrpuras de luz bosquejos de oro, allí te aguardo para entrar en Toro.
Vase don BASCO. Sale ANTONA con delantal blanco y saca GILA rastrillo y líno; y siéntase ANTONA y rastrilla
ANTONA: Dame, Gila, que rastrille, que no tengo ya que hilar. ¡Oh, qué tela que he de echar! CONDE: (Amor sus penas humille Aside a tan superior belleza.) ANTONA: Aquí a la puerta veré el campo y rastrillaré con gusto hasta que anochezca. Echa berzas y cebolla, que vendrá de la labor alentado tu señor; y después de Dios, la olla.
Vase GILA; canta ANTONA y rastrílla
ANTONA: Rastrillábalo la aldeana y, ¡cómo lo rastrillaba! CONDE: Si merece un pasajero hallar, bella labradora, mientras se llega la hora de picar y un compañero llega, por ser forastero la gracia en vos, que esa cara pregona, os acompañara, una alma, que en vuestros ojos, aliviando sus enojos, congojas tristes repara. Si gustáis, le aguardaré aquí, que presto vendrá. ANTONA: Pues a mí, ¿qué se me da que se vaya o que se esté? Pésame de verle en pie. ¿En casa no hay, otras sillas? Sí, dos o tres de costillas.
Llama
Gila, saca la mejor en que se asiente el señor. CONDE: Mejor fuera de rodillas. ANTONA: Eso en la igreja al altar.
GILA saca una de costillas, pónela y vase
GILA: Ésta es la mijor que he hallado, ANTONA: Pósese si está cansado. CONDE: Mal puede amor reposar cuando comienza a penar. ANTONA: ¿Está malo? CONDE: Y lo desea mi dicha. ANTONA: Pues en la aldea no hay doctor si está doliente. Dios mos mata soldemente. No me estorbe la tarea.
Canta
Rastrillábalo la aldeana y, ¡cómo lo rastrillaba! CONDE: Advertid que rastrilláis entre ese dichoso lino un corazón peregrino que crüel martirizáis. Con una flecha el Amor hiere, no con tantas juntas; vos, que ejércitos de puntas multiplicáis, ¿no es rigor que hiráis con armas prohibidas, y con ojos bandoleros, halaguéis a pasajeros para quitarles las vidas? ANTONA: Señor, poco de arrumacos, que no se usan por acá. Al compañero esperá callando; que son bellacos labradores, y sospechan mal de todo palaciego, y apenas habran que luego cuidan que puyas mos echan. Guardáos de gente villana que no se sabe burlar, y dejadnos trabajar.
Canta
Rastrillábalo la aldeana y, ¡cómo lo rastrillaba! CONDE: No afrenta en el trato hidalgo la plática que entretiene. Mientras que el que espero viene gastemos el tiempo en algo. Poco os puede deslucir hablarme en este lugar. Del hombre es enamorar, de la mujer resistir. ¿Qué importa que así pasemos aqueste rato los dos? No sois tan liviana vos que os han de ablandar extremos, principalmente de quien tan presto se ha de ausentar. ANTONA: Todo huésped se ha de honrar; en eso habéis dicho bien. Yo consentí la ocasión, y así es fuerza el admitilla. Quien en su casa da silla, se obliga a conversación. No falta en los labradores cortesía, aunque grosera. Apartad la silla afuera y no me tratéis de amores; que eso nunca es permitido en quien tiene dueño ya, y en lo demás conversá. CONDE: ¿Dueño tenéis? ANTONA: Y marido. CONDE: ¡Ay, cielos! ANTONA: Con esto atajo principios que amor ignora, pues casada y labradora, ya veis si tendréis trabajo en lo que nunca ha de ser. CONDE: ¿Casada, amor? ¡Bueno quedo! ANTONA: Ea, empezad, que bien puedo rastrillar y responder. CONDE: ¿Qué conversación no es vana estando casada vos? ANTONA: Pues casada estoy, adiós.
Canta
Rastrillábalo la aldeana y, ¡cómo lo rastrillaba! CONDE: Ahora bien, fuerza es pasar el tiempo del mal lo menos. (¡Ay, dulces ojos morenos, Aparte la muerte me habéis de dar!) Yo tuve amor en mi tierra... ANTONA: Ya vos digo que dejéis amores y que contéis otra cosa. CONDE: ¿Qué? ANTONA: ¿No hay guerra? Está abrasada Castilia en competencia mortal; viene el rey de Portugal con gente a ocupar su silla, y siendo vos caballero y yo a la guerra inclinada ¿os falta qué hablar? CONDE: La espada fue mi profesión primero que uso de razón tuviese. ANTONA: Tratad de la guerra, pues. ¿Sois de acá? CONDE: Soy portugués.
Levántase ANTONA
ANTONA: ¿Portugués? Pues aunque os pese han de reinar Isabel y Fernando, en nombre el quinto. CONDE: ¡Fernando? ANTONA: Como os lo pinto, y yo de morir por él... Si sois de enemigo bando, perdonad, que a fe de Dios que he de comenzar por vos. CONDE: Reine Isabel y Fernando. Sosegáos, que yo no quiero más de lo que vos queréis. ANTONA: Portugués, no me engañéis. CONDE: Aunque Amor es lisonjero, amándoos yo, ¿de qué modo, cuando vuestro gusto sigo, no tendré por enemigo al vuestro? Ya yo soy todo de la opinión castellana. ANTONA: ¡Reine Isabel! CONDE: Soy contento. ANTONA: Pues con eso va de cuento.
Vuélvese a asentar y hace labor; canta
Rastrillábalo la aldeana y, ¡cómo lo rastrillaba! CONDE: (¿Hay rústica más donosa?) Aparte ANTONA: ¿Cómo os llamáis vos, señor? CONDE: Conde de Penamacor. ANTONA: ¿Vos sois conde? ¡Huerte cosa! CONDE: Penamacor soy, en fin, que mi corta suerte ordena que empiece mi estado en "pena" y que tenga en "cor" su fin, porque con este blasón sea, en tan confuso abismo, péname el cor, que es lo mismo que péname el corazón. ANTONA: Ya otra vez os he rogado que amores dejéis estar, pues hay guerras de que hablar. CONDE: Noticia os doy de mi estado; preguntáismele, y ansí es fuerza el decirlo. ANTONA: Pues, siendo conde y portugués ¿a qué habéis venido aquí? CONDE: Mandórne hacer asistencia mi rey en esta jornada, salió con su esposa amada; coronáronse en Plasencia doña Juana, hija de Enrique y nuestro rey su consorte; y en la castellana corte, porque la acción se publique que al reino tienen, alzaron por ellos reales pendones; y con fiestas y pregones por reyes los aclamaron. Llegó a darlos obediencia el maestre de Calatrava, conde de Ureña, que estaba con el duque de Plasencia; el primado de Toledo, que es don Alfonso de Acuña, portugués, de ilustre alcuña, si en esto alabarle puedo; el de Villena, y con ellos otros mil, que de Castilla y León, le dan la silla. ANTONA: ¿Malos años para ellos, y aun para vos, que parece que en decirlo os relaméis. CONDE: Yo quiero a quien vos queréis. ANTONA: ¿Y qué hubo más? CONDE: Obedece todo el pueblo humilde y llano, y con aparato y fiesta no era tan blanca como ésta de nuestra reina la mano; más la lealtad los provoca a llegar de dos en dos, del modo que yo con vos, sellando en ella la boca; que en fe de que fui testigo de esta facción, advertí que la besaban ansí.
Quiérela besar la mano
ANTONA: Manos quedas. ¡Jo, le digo! CONDE: Con ejemplos se declara mejor lo que decir puedo. ANTONA: ¿Qué va, si no se está quedo, que le rastrillo la cara? CONDE: ¿A un conde? ANTONA: Me maravillo de más títulos que traiga, que porque no se le caiga le haré conde del Rastrillo. Si él conociera la moza con quien habla, a buen seguro que él la soñara. CONDE: Yo os juro que según lo que se goza el alma en veros, es cierto que lleva en vos qué soñar; si bien me holgara de estar, por veros siempre, despierto. Estimad a quien os ama; volved. ANTONA: No se descomida que me enojaré, por vida de dona Isabel, nuesa ama. CONDE: Mucho la amáis. ANTONA: Tal es ella. CONDE: ¿Qué tal es? ANTONA: Ángel de Dios. CONDE: Yo ya la quiero por vos. ANTONA: Si es cuerdo, ¿no ha de querella? CONDE: Sí, pero ¿qué me daréis porque yo a la reina siga? ANTONA: A la fe que sea su amiga. CONDE: Si eso vos me prometéis mi rey dejo. ANTONA: Hará muy bien. CONDE: ¿Amaréisme? ANTONA: Sin pecar. CONDE: ¿Si no? ANTONA: Daráme pesar. CONDE: ¿Me aborreceréis? ANTONA: También. CONDE: ¡Qué desdicha! ANTONA: No es pequeña. CONDE: ¿Por qué la amáis? ANTONA: Porque es santa. CONDE: ¿Que tanta es su gracia? ANTONA: Tanta. CONDE: Mayor es la vuestra. ANTONA: ¿Sueña? CONDE: ¿Es hermosa? ANTONA: Como un sol. CONDE: ¿Es discreta? ANTONA: Como un cura. CONDE: ¿Tanto? ANTONA: Toda es hechizura. CONDE: ¿Tiene valor? ANTONA: Español. CONDE: Será rubia. ANTONA: Como el trigo. CONDE: Será blanca. ANTONA: Como el ampo. CONDE: Será gentil. ANTONA: Como el campo. CONDE: Más lo sois vos.
Vale a asir la mano
ANTONA: Yo le digo, hacerse allá y manos quedas, que no conoce la Antona. CONDE: Amor todo lo perdona. ¿Cómo es posible que puedas, labradora, cuando labras una voluntad rendida, dar con los ojos la vida y muerte con las palabras? ANTONA: Él está muerto. CONDE: Aquí yace un portugués, por despojos del desdén de esos dos ojos. ANTONA: ¿Él? pues requiescat in pace. CONDE: Si en paz y en descanso fuera, no hubiera en mí pena tanta. ANTONA: A los difuntos lo canta el cura de esta manera. CONDE: Mi tormento es más notorio, pues el que paso es eterno. ANTONA: Será ánima del infierno. CONDE: Sí, porque en el purgatorio todavía hay esperanza. ANTONA: Pues si en el infierno está conde, hermano, hágase allá. CONDE: Si mi amor de vos alcanza sufragios, tendré sosiego. ¿queréisme vos ayudar? ANTONA: Mas, ¿que me tien de quemar el lino con tanto fuego? CONDE: ¡Ojalá el alma abrasada comunicarse pudiera a esa nieve! ANTONA: Hágase a huera, si es ánima condenada; que se me sube el humillo y podrá ser, si le topo, que, ya que falta el guisopo, le pegue con el rastrillo. CONDE: No es mi pena tan tirana que el remedio no os avisa. ANTONA: ¿Hay son decirle una misa, si pena, por la mañana? CONDE: Remedios quiero a lo humano. Tened de mí compasión ANTONA: ¿Cuáles los remedios son? CONDE: Dame la mano. ANTONA: ¿Esta mano? CONDE: Sí. ANTONA: ¿No vé que es mano ajena? CONDE: ¿Cúya es? ANTONA: De mi marido. CONDE: ¿Qué importa? ANTONA: ¿Está sin sentido? CONDE: Estoy en pena. ANTONA: ¿Y qué pena? CONDE: De fuego. ANTONA: Cerca está el río. CONDE: No basta. ANTONA: Pruébese a echar. CONDE: Ni el mar basta. ANTONA: ¿Ni aún el mar? CONDE: Ni mil mares. ANTONA: ¡Desvarío! CONDE: Estoy loco. ANTONA: Bien lo prueba. CONDE: ¿Queréisme vos curar? ANTONA: Id... CONDE: ¿Adónde? ANTONA: A Valladolid. CONDE: ¿A qué? ANTONA: Al Hospital de Esgueva. CONDE: Pues ¿qué hay en él? ANTONA: Curan locos. CONDE: ¿Locos de amor? ANTONA: ¿Y que tal? CONDE: ¿De este mal? ANTONA: ¿Qué hay de ese mal? CONDE: Sanan pocos. ANTONA: ¿Qué, tan pocos? CONDE: ¡Ninguno! ANTONA: Pues yo me obrigo. CONDE: ¿A qué? ANTONA: A que esté presto sano. CONDE: ¿Yo? ANTONA: Si le asiento la mano. CONDE: Dádmela, pues.
Tómasela
ANTONA: Yo le digo... ¡Arre allá, suelte! CONDE: No puedo ANTONA: Suelte le digo otra vez, pues si le aprieto, ¡pardiez que ha de sudar!
Apriétasela
CONDE: ¡Quedo, quedo! ¡Ay, cielos! ANTONA: A los traviesos hago yo aqueste favor. CONDE: Que me la quiebras. ANTONA: Mi amor no es más que quebranta huesos. ¿Mas qué ya el suyo se enfría?
Suéltasela
CONDE: ¡Qué infierno fuerzas te dio? ANTONA: ¡Miren con quien se topó si con Antona García!
Sale don BASCO
BASCO: ¡Gran don Lope de Alburquerque, conde de Penamacor, dame albricias! Toro aclama a la alegre sucesión de Castilla a nuestro Alfonso, y todo el pueblo, a una voz, por doña Juana levanta el real e invicto pendón; la nobleza que la habita, siendo Juan de Ulloa su autor de la lealtad castellana, sigue la cuerda opinión del arzobispo y marqués de Villena, y el valor de doña María Sarmiento asegura su temor. Bien es verdad que lo impide el plebeyo y labrador, pero pecheros villanos de poca importancia son. Entra que todos te esperan. CONDE: ¡Viva Alfonso, mi señor, y su esposa doña Juana, en Castilla y en León! ANTONA: ¿Y la promesa? CONDE: No tiene poder, Antona, el Amor donde reinan la nobleza y la lealtad. ANTONA: ¿Cómo no? Pues Isabel y Fernando reinarán en Toro hoy, que a pesar de desleales y sebosos, sobro yo. ¡Aquí de mis labradores! Avisa a Juan de Monroy, mi marido, que hoy verá Toro para lo que soy. ¡Alto! ¡A Toro, deudos míos! CONDE: ¡Extraña mujer! ANTONA: No doy un higo por Portugal. Si aun vos dura el afición, conde, aquí tenéis la mano; tomadla, que a fe de Dios que os ha de costar bien cara. CONDE: Aun me dura su dolor. TODOS: ¡Viva Alfonso el quinto! Dentro ANTONA: ¡Viva don Fernando, que es mijor, y doña Isabel, y reinen cuarenta siglos los dos!

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

Antona García, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002