ACTO TERCERO


Salen don JUAN como preso, y don ALONSO
ALONSO: Mándame que os sepulte en esta fortaleza y, porque mi piedad no dificulte tan desconforme acción a su grandeza, le han de dar dos testigos fe de que muerto os vieron. No sabe que los dos somos amigos, y así la infeliz noche que os prendieron --si resuelto valiente, no advertido-- me encargó vuestra guarda y la acepté gustoso, porque ha sido acción de la amistad, cuando es gallarda, tomar por cuenta suya su suceso; pues a teneros otro que yo preso, ¿quién duda que al infante obedeciera y ejecutor de vuestra muerte fuera? En fin, amigo, en tan preciso extremo temo al infante, daros muerte temo; mas si admitís la traza que aventuro, vos viviréis y yo estaré seguro. Ved si os parece cuerda porque os vos no os perdáis o no me pierda. JUAN: Finezas habéis hecho por mí tan ventajosas que, dejándose atrás las fabulosas de los Damones, Pílades, Zopiros, admirarlas podré; mas no serviros de suerte que a mi empeño satisfaga, que al primer beneficio nunca hay paga. Pero, si con mi muerte sosiega la fortuna tempestades y la enemiga suerte templa en mi esposa bárbaras crueldades con que el infante intenta rendir su honesta fe para mi afrenta, ¿no son medios mejores que yo desdichas venza y vos temores? Tiénenla sus crueldades retirada, de estados y opinión desposeída, y tan necesitada que aun para lo forzoso de su vida desea la condesa las sobras de la más mediana mesa. Sus parientes, su misma sangre huye ampararla, fingiendo aborrecerla; que como la atribuye el conde tanto insulto y, por torcerla con la necesidad, muestra procesos de ilícitos excesos, tiemblan manchas de honor prudentes todos como se le faltara al poder modos para verificar cualquier quimera contra sus enemigos, y en las cortes el oro no supiera las firmas falsear y los testigos. Muriendo yo, serenarán los cielos, volverá a su opinión mi esposa bella, casaráse con ella el conde sin estorbo de mis celos, no temerá mi honor que le desdoren. Podrá ser que me lloren mis mismos enemigos, de mi lealtad testigos, puesto que el interés su pecho abrase; que no hay rencor que del sepulcro pase. ALONSO: La desesperación es cobardía indigna del valor que el cielo os fía. Yo he de afirmaros muerto. Un primo y un hermano tengo aquí y sé de cierto que vituperan el rigor tirano con que el conde os persigue. Siendo mi sangre, pues, y ésta piadosa, no es mucho que se obligue a fingir la tragedia lastimosa de vuestra muerte oculta. Persuadiránle, pues, que aquí os sepulta, en fe de su prece[p]to, la noche, la obediencia y el secreto. Mostrarémosle luego ensangrentados los tres vuestros vestidos. Sosegará el recelo a sus cuidados, y con otros groseros y fingidos, huyendo de las manos de la muerte, tendrá que agradecerme vuestra suerte. O resolveos en esto o no os agrvie que a mi noble trato os imagine ingrato. JUAN: Segunda vez por vos me engolfe, expuesto al mar de los peligros, que excusara si en el sepulcro los depositara, porque alargar la vida a un desdichado no es piedad, es rigor disimulado. Pero en efecto, amigo, mi gusto por el vuestro contradigo. Muera yo para todos, viviré para vos, para mi Elena. Deberáos los alivios de su pena. ALONSO: Sí; mas, don Juan, ya veis si el conde alcanza que estáis libre por mí que a su venganza me expongo. JUAN: Siempre anduvo recatado, don Alonso, el Amor acompañado de honor y de recelos advertidos. Perdedlos vos, y apercibid vestidos que deslumbren curiosas atenciones, pues sigo vuestras fieles persuasiones entretanto que llega nuestro rey; que me afirman que navega, Cerdeña sosegada, a Barcelona su triunfante armada; que en mi inocencia y su justicia espero ardides deshacer del conde fiero.
Vanse. Sale ENGRACIA llorando, que trae unas almohadillas. Serán de flancas que se abren y las cubiertas de tafetán o raso negro y un azafata de labores curiosas y doña ELENA en hábito muy llano
ELENA: Yo, mi Engracia, te agradezco la lástima y compasión que deben a tu afición las desdichas que padezco; pero a los ojos perdona de tu fe tantas señales, que no son males los males que Amor con gustos sazona. ¿Ves los temosos rigores con que el infante crüel intenta que de tropel su crueldad y mis temores den con mi firmeza en tierra? ¿Las culpas que a mi lealtad levanta? ¿La falsedad cohechada? ¿Que me destierra, presa a vista de la corte, porque el tenerla presente más mis pesares aumente, menos mis ansias reporte? ¿Los estados que me quita? ¿La hacienda que enajenada, y al fiscoreal aplicada, lo preciso me limita? ¿Parientes que se resuelven en usurparme mi estado, que para el que es desdichado deudas los deudos se vuelven? ¿El extremo a que me humilla? ¿La estrechez con que estoy presa, pues necesita mi mesa socorros de la amohadilla? Pues aumenten desleales amenazas y rigores; que cuanto fueren mayores, hay un bien entre estos males con que endulzándose van, sin que igualen todos ellos al gusto de padecellos doña Elena por don Juan. ENGRACIA: Yo, que tus trabajos siento, sin esa ayuda de costa, como tengo más angosta el alma y el sufrimiento, llevo sin paciencia el ver que si no labra o dibuja curiosidades tu aguja, no tenemos qué comer. ¿Condesa y necesitada a que nos compre una tienda, lo que tu valor la venda, de tus deudos olvidada, y del conde perseguida? ELENA: Así, Engracia, haré mayor la alabanza de mi amor; que, puesto que encrecida Penélope --porque ausente su consorte, los veinte años entretuvo con engaños tanto amante pretendiente-- como no necesitaba de la tela que tejía,
Siéntase a hacer labor
si de noche deshacía lo que con el sol labraba, no fue mucha sutileza --cuando la necesidad no apretaba en su lealtad cordeles de la pobreza-- la de su ardid engañosa, ni gran cosa deshacella, no habiendo de comer de ella. Dejóla rica su esposo; que para obligarla basta y sobra. El milagro fuera hallarla, cuando volviera, perseguida, pobre y casta. ENGRACIA: Para todo hallas salida. Celebre el mundo tu amor. Tus discursos y labor te alivien entretendida. Entretanto que llevo ésta a quien medra en su barato, habla con ese retrato, enamorada y honesta; que es solamente el caudal que escapó del conde infante. Tenle tú siempre delante que no hay bien para ti igual.
Sobre la puerta esté un retrato de don JUAN todo entero
Daréme toda la prisa posible para volver a aliñarte de comer; que, pues que el hambre guisa manjares de sazón llenos, y para ella no hay pan malo, si no hallare otro regalo los duelos con pan son menos.
Vase. ELENA hace labor mirando a veces el retrato y sale don JUAN, de labrador, con capote de dos aldas y caperuza, en cuerpo
JUAN: (Deseo, en violencia tanta, Aparte resistirme. Es por demás. Los pasos que doy atrás mi amor me los adelanta. Mi muerte se ha divulgado; este traje me asegura. Teme mi corta ventura si a la noticia ha llegado que no vivo de mi esposa, o que se quite la vida o que pobre y perseguida se rinda su fe animosa. Asegurarla es mejor, y excusaré de esta suerte o los riesgos de su muerte, o los que teme mi honor. Pero, ¡ay cielos! aquí está, que no exhalaran las flores de esta quinta los olores que su hermosura les da a faltarles su presencia. Labrando está. Calidad en que la honesta beldad hace al vivo resistencia. Mi muerte sin duda ignora, porque a saberla bordara el cambray desde la cara con las perlas que amor llora. Niño dios, desde estas murtas examinemos primores, pues para ti no hay favores como los que escondido hurtas.)
Al retrato
ELENA: Bien mío, podreos decir que si os he de contemplar, ni con vos podré labrar, ni sin vos podré vivir. Imposible es resistir la vista, en cuyos despojos, olvidados mis enojos y mis sentidos en calma, se va la atención al alma, y ésta tras vos por los ojos. Mirad, mi bien, que le rigor con las armas del poder, para darme de comer, me ejecuta en la labor. Por conservar vuestro honor es sabroso este cuidado,...
Pícase un dedo con la aguja y exprímese la sangre
¡Ay, cielos! ¡Ay, dueño amado! Hasta mudos lisonjeros me venden tan caro el veros que la sangre me ha costado. Presagio funesto ha sido. ¡Sangre, amores, por miraros! Sacaránla por sacaros del pecho en que habéis vivido. Mas démosle otro sentido favorable a mis antojos por divertir mis enojos. Digamos contra mi miedo; que a veros se asoma al dedo envidiosa de los ojos.
Han caído sobre la labor dos gotas de sangre
Manché al cambray la pureza, mas juntos están mejor con la sangre de mi amor lo blanco de mi limpieza. Armas son de la fineza que mi amor conservar trata. Viértala la suerte ingrata, que no parecerán mal dos finezas de coral en campo honesto de plata. Atarla quiero un listón;
Sácale de la almohadilla negro y átasele
que si a mi esposo ha buscado más al vivo retratado le tiene en mi corazón. En la común opinión no tiene Amor otra hacienda que la sangre en que se encienda y, si sois su aliento vos, fineza es que andéis los dos, Amor y sangre, con venda. JUAN: (¡Dichosas persecuciones Aparte pues compraron tan barato las glorias para un retrato que envidian mis atenciones! Volved otra vez, prisiones. Medrará con vuestra usura experiencias mi ventura ya feliz, ya no crüel.)
Halla dentro de la caja ELENA un papel cerrado
ELENA: ¡Válgame Dios! ¿Qué papel turbar mi quietud procura? ¡Ah, Engracia! No es tan leal la fe que tu amor profes.
Lee
"A doña Elena, condesa... --¡Ah, cielos!--...de Belrosal..." JUAN: (¡Qué prevenido fiscal Aparte de mis gozos fue el recelo! ¡Qué presto marchita el hielo las flores de mi esperanza! ¡Qué en breve el mar en bonanza se empieza a turbar mi cielo!) ELENA: No habéis vos, papel, venido a patrocinar mi honor; que indicios da de traidor el extranjero escondido. Pero habéis cuerdo escogido el sitio que aquí os oculta, pues de su hechura resulta un sepulcro y, si se advierte, profeta fue de su muerte quien en vida se sepulta. Como la víbora envuelta en la flor, que el hortelano apenas la vio en la mano cuando medroso la suelta, ansí asustada y resuelta tiemblo vuestra contagión. No os leerá mi turbación; que quien recela el engaño y le escucha, ya a su daño da tácita permisión. Volad, llevadle en pedazos a vuestro autor la respuesta.
Arrójale en cuatro pedazos
JUAN: (Hazaña que es tan honesta Aparte corónese con mis brazos. Voy a darla mil abrazos.) ELENA: Pero,... inadvertencia mía, más de mí mi amor confía, porque hüír antes de ver del enemigo el poder es cupable cobardía.
Levántase y coge los pedazos
JUAN: (Detente, mi bien, no admitas Aparte indicios que la honra teme, pues mancha, cuando no queme, el fuego que solicitas.)
Asiéntase
Palabras al aire escritas, experimentad en mí; que, pues que audiencia os di, soy de la lealtad trasunto. Los rotos pedazos junto.
Junta los pedazos sobre la almohada
JUAN: (¡Ah, cielo!) Aparte
Lee
ELENA: Y dicen ansí: "En la muda oscuridad de esta noche sola estriba, condesa, que don Juan viva y vos cobréis libertad. Feriadme vuestra beldad, y advertid que es sin provecho querer guardar en el pecho el honor que me resiste, porque éste sólo consiste en el nombre y no en el hecho."
Levántese
Mientes, torpe adulador, que no es virtud suficiente la que celebra la fente si en sí no tiene valor.
Hácele añicos y arrójale
Hipócrita es el honor que temiendo al "qué dirán" de la opinión que le dan inútil crédito espera. ¿Qué importa que don Juan muera, si muere honrado don Juan? Ya mi sangre por primicias he consagrado a su fama; que la que aquí se derrama ganó al honor las albricias. A desvanecer malicias me lleva mi impulso honesto. Responderé al descompuesto infante resoluciones que avergüencen persuasiones de su amor. Pero, ¿qué es esto? JUAN: (Gente ha entrado. Dilatemos Aparte a coyuntura mejor el manifestar, Amor, de mi gozo los extremos. A la noche volveremos, donde pague mi ventura empeños de esta pintura, mostrando su original por una Elena leal, la firmeza en la hermosura.)
Vase. Sale doña JUSEPA, de luto
JUSEPA: Condesa, don Juan es muerto; que piensa el conde engañoso facilitarse esperanzas quitándolas este estorbo. Yo vi, en su sangre bañados, los vestidos generosos, flores de un mayo apacible que ya ha secado el agosto. Negará el conde crueldades, ofreciéndote a tu esposo vivo y libre; que pretende este cambio en tus oprobios. Pero si de estos ardides no sale su engaño airoso, cuando viudeces te enluten, está prevenido de otros que burlen tus esperanzas, prometiéndote, en retorno de posesiones presentes, imposibles desposorios. Alegará que, ya libre del cautiverio amoroso que enajenó tus potencias enlazo al tálamo roto, mejoras con él de dueño, asegurando los votos que en sus futuras coyundas truequen tu pesar en gozos. Ofreceráte la mano; mas no, condesa, no ignoro que en la sangre de tu dueño bañada te cause asombros. Los escarmientos te enseñen que el deseo caviloso vuela en promesas de pluma y cumple en plazos de plomo. Ejemplo, casada, diste a que te celebren todos; añade, viuda, a tu fama los prodigios mauseolos. No te acobarden los riesgos con que aleves testimonios se oponen a tu inocencia, pues tiene el tiempo dos rostros, y si te asombra el horrible, enseñandote el piadoso, verás que al fin la verdad corre al engaño rebozos. No la pobreza que pasas te precipite tampoco; riquezas y estados tengo dispuestos a tu socorro. Ídolo de don Juan fuiste; como tal te reconozco. Los bienes de los difuntos, plebeyos o generosos, se ponen en almoneda. Imagina, pues, que compro, en fe que eres prenda suya, su amor en ti, y que transformo en tu pecho mis cuidados; en él a don Juan adoro, la casa en que está, la prenda, la joya y el escritorio. Ya se nos descubre el puerto, ya del conjurado golfo que tanto te ha derrotado la playa nos muestra Apolo. Si hasta agora naufragste, presto darán penas fondo en la venganza que espero del rey, afable y piadoso. Las costas de Cataluña, sosegado el alboroto de los sardos, nos le ofrecen en sus arenales rojos. En busca suya me parto. ¿No creas que, si me postro a sus siempre invictos pies, si en tu inocencia le informo, si del sangriento homicida las crueldades le propongo, sus desatinos le cuento y sus favores imploro, que a la sabrosa venganza niegue amparos, huya el rostro, iras temple, olvide insultos, mire ciego, escuche sordo? Mañana me parto a verle. Alivia este plazo corto congojas con el deseo, que he de vengarte si torno. Y adiós, amiga del alma, que este nombre nos es propio, pues ya en desdichas iguales tus mismas fortunas corro.
Vase [doña JUSEPA. Habla doña ELENA] al retrato
ELENA: No extrañáis, caro inocente, el silencio que en mis ojos niega conductos al llanto y al tormento desahogos; que penas que hallan salida rompiendo al pesar estorbos y, para alivio del alma, puedan dilatarse al rostro. No son ansias, no son penas. Aquel río, sí es furioso, que en la estrechez de la madre no se divide en arroyos; mortal, sí, aquel sentimiento que al corazón busca sólo y sin derramar sus fuerzas, asalta su imperio angosto. Lloren pesares pequeños, en fe de que son tan flojos que, desatándose en agua, libran la paga en sollozos; que si es quinta esencia el llanto de la sangre que provoco a la venganza que intento, y desperdicio el socorro que en ella mi agravio espera, ¿de qué suerte, caro esposo, consegguiré sus afectos si inadvertida la arrojo? Creyó el aleve homicida desanudar amorosos lazos que con verdes nudos medró la hiedra en el olmo. Cortó sus ramas la muerte; mas permaneciendo el tronco puesto que seco y sin vida, ¿qué importa, si éste es su apoyo? No están sujetas las almas al cuchillo riguroso, ni a la duración caduca amor de los cuerpos toscos. Inseparable con ella se parte al clima remoto donde eternice deleites y el pesar no asalte al gozo. Mi amor, malogrado mío, como accidente forzoso del alma que tras vos vuela, os sigue a los dulces ocios de la quietud que os alista; que bien puede --aunque no rotos lazos del cuerpo-- buscaros en éxtasis y en arrobos. Vivo el engaño os me ofrece, del conde tirano estorbo, en cambio de la torpeza que le ha despeñado loco. Venzan engaños a engaños, ardides triunfen de oprobios, crueldades paguen crueldades, agravios castiguen monstruos. A la torpeza me llama con un papel y con otro. Las ansias disimulando que dentro del alma escondo, haré que esta noche venga a dar motivo hazañoso a los libros, a las plumas, al escarmioento, al asombro, de que no siempre ha postrado al humilde el poderoso, el engaño a la inocencia, ni a la honestidad el oro. Porque yo, prenda querida, serviré de ejemplo a todos de que no temen peligros finezas con que os adoro.
Vase. Sale don JUAN cubriéndose la cara conn el capote, y BUÑOL que va tras él buscándole el rostro
BUÑOL: Hombre del diablo, ¿qué quieres. que no hay echarte de aquí? ¡Una hora andando tras ti y nunca saber quién eres! Sombra, trasgo, labrador, mirémonos por su tanda, que parece que se te anda la cabeza alrededor.
Buscándole la cara por los hombros
Habla siquiera tantico. detente, que me enloqueces. ¡Vive el cielo! Que pareces remate del villancico: "Linda aplicación te di, pues tus plantas nunca quedas: Hollando las flores, cruzando veredas, corriendo y saltando de aquí para allí, enturbian las fuentes, inquietan las ramas, tras por acá, mas tras por aquí; y las hojas de las retamas parecen estrellas que imitan las llama y cantan al alba su quiquiriquí: tras por acá, mas tras por aquí." Vete, ya que no te he visto, pues que la puerta te muestro.
éntrase por las piernas y saca el rostro BUÑOL por entre ellas, dscubriendo el de don JUAN
Ésta es treta de maestro. ¡Cogido os he, vive Cristo! ¡Don Juan! ¡Señor de mi vida! Pues, ¿tú con Buñol crüel, en la lealtad lebrel? ¿Es ésta paga debida a lo que por ti he llorado? ¿Tú escrupuloso conmigo? JUAN: Téngote por mi enemigo. BUÑOL: Será por verme crïado de quien debo aborrecer, pero fineza fue mía servirte de doble espía, y tal vez de entretener resoluciones violentas del conde descaminado. JUAN: Poco sirvió tu cuidado pues no reprimiste afrentas que algún doméstico vil contra mi honor solicita. BUÑOL: Engracia al conde visita, y su interés feminil me ocasiona a maliciar el "plegue a Dios" de la aldea, con lo de "orégano sea." Pues tanto salir y entrar, volviendo a la luz la espalda, y oliendo el poste primero, como gozque forastero entre perrillos de falda, darme un mantazo en los ojos y andarse cuchicheando con el infante, buscando rincones, son trampantojos. Anoche estuvo con él y no sé lo que la dio; que hasta el amnto se rio al despedirse. JUAN: Un papel, contra su lealtad Bellido, contra mi quietud Sinón. En fin, con tanta atención, ¿se te ha, Buñol, escondido la muerte que don Alonso afirme de mí al infante? BUÑOL: Vivas más que un elefante, sin agüeros de un responso. Algún ardid provechoso te dio libertad y vida. No es bien que agora te pida cuenta de él, porque es forzoso que el sol que se nos desmaya con la noche traiga al conde. Por esas matas te esconde; volveré cuando se vaya. JUAN: Dame esa capa y espada;
Dásela[s] con el sombrero
que, puesto que mi obediencia por señor le reverencia y en él tengo retratada la person de mi rey pues gobierna en su lugar, defender y respetar me mandan mi honor y ley. BUÑOL: Bien pueden compadecerse esas dos cosas, mas mira... JUAN: La lealtad templa la ira, y el honor saber valerse de su derecho y acción. Yo procuraré cumplir con uno y otro, o morir. BUÑOL: Si lo estás en su opinión, como afirmas, no ocasiones que le estés con certidumbre. JUAN: No teme amor. BUÑOL: Dios te alumbre en los riesgos que te pones. Voyle a esperar a la puerta. Los biombos de estas ramas, ya romeros, ya retamas, te encubran; que, pues despierta la noche y el sol se duerme, no puede el conde tardar. (¡Maretas, y yo en el mar! Aparte Un dedo estoy de perderme.)
Vase. Sale ENGRACIA
ENGRACIA: Amor, si al conde has traído, y en prueba de que eres dios le avisaste por los dos de imposibles que ha vencido, su amor queda satisfecho, y con no más que una acción libro a don Juan de prisión, a su Elena del estrecho en que está, y yo medro albricias que el pie me saquen del lodo, luego serán para todo provechosas mis malicias. Pero, ¡ay cielos! ¿Quién se esconde aquí? ¿Si acaso me oyó?
[Don JUAN] rebozado. Detiénela
JUAN: No temas, Engracia. ENGRACIA: ¿No? Pues, ¿quién sois vos? JUAN: Soy el conde. ENGRACIA: ¿Conde, y no más? ¿Sin abrazos? ¿No habéis vos dichas oído que mi gozo inadvertido desperdició? Acorto plazos. Conde, no hay artillería, sacre, esmeril, escopeta, que en una mujer discreta allanen la batería como un papel sazonado, que vuela por lo ligero, mueve por lo lisongero, hechiza por lo estudiado, y por lo amoroso abrasa. Poco las palabras valen; que por donde entran se salen, y un papel se queda en casa que repite la lección, y sin perdonar al sueño, patrocinando a su dueño, facilita la ocasión. Más pudo vuestro papel que promesas, amenazas, blanduras, rigores, trazas; pues mi señora por él os llama, os quiere, os admite, y puesto que no os escriba, por ser yo respuesta viva, franca la puerta os permite donde, obligándoos galán, en fe de lo que os estima, con sus desgracias redima la vida de su don Juan. Ya conocéis su recato. A escuras, conde, os espera; que la luz es bachillera. Entrad sólo de aquí a un rato, y gozad, pues os le ofrece, de las sombras el sosiego; que como el Amor es ciego las tinieblas apetece.
Vase
JUAN: ¡Válgame Dios! ¿Qué he escuchado? ¿Qué me ha dicho esta mujer? ¿Arrojaráse a creer imposibles mi cuidado? ¿Tan cerca, honor lastimado, puede en la belleza andar el querer del desdeñar? ¿Del negar el permitir? ¿Que sea el fin del pedir principio del otorgar? ¿Al conde? ¡Cielo! ¿Al infante, quien para vengarse de él mil piezas hizo el papel que admiró su fe constante? ¿En una hora, en un instante, desdén y consentimiento, amor y aborrecimiento, facilidad y firmeza? ¿Tendrán tanta ligereza el ave, la pluma, el viento? ¿Qué importó romper razones por no obligarse a creellas si después, para leellas volvió a juntar sus renglones? ¡Qué de necias presunciones al honor han despeñado! Leyóle, y como el cuidado no dio crédito al temor, rasgó honesta el borrador y torpe guardó el traslado. Intolerable pensión del tálamo Amor recibe, ¡válgame el cielo!, que escribe en sueños nuestra opinión. Sueños las mujeres son. ¿La primera no se cría entre sueños? ¿No dormía entonces su esposo y dueño? Luego, si no es más que un sueño, loco es quien en sueños fía.
Salen el CONDE y don ALONSO
CONDE: En el alma me pesa de mi resolución y vuestra priesa. Mandéos darle muerte; mas no os creí de modo ejecutivo que, presuroso en malograr su suerte, muerto me asombre quien me ofende vivo. Vos fuistes, en efe[c]to más fiel que yo quisiera a mi prece[p]to. ALONSO: Gran señor, el deseo que tuve de agradaros... CONDE: Déboos esa fineza, ya lo veo; desempeñarme pienso con honraros cual merecéis. Llegó mi piedad tarde. Andad con Dios. ALONSO: Mil años Él os guarde.
Vase
CONDE: ¡Ah, joven malogrado! Mi amor desbaratado, báarbaro jardinero, cortó las flores de abril primero. ¡Oh, si como el poder las vidas quita pudiera restaurarlas! El cielo para el bien nos le limita y nos deja el pesar para llorarlas. ¡Pluguiera a Dios me hiciera el desengaño poderoso en el bien como en el daño! Diviértase mi pena con la tiniebla oscura que, propicia a mi amor, torcer procura el rigor invencible de mi Elena. En busca voy de Engracia. Si me promete mi papel su gracia, de puro amante loco, poco premio es mi estado, el reino es poco.
Vase
JUAN: A mi deshonra acude. ¡Qué fácilmente darle muerte pude! ¡Que de ello a mi respeto me he debido! A mí mismo me estoy agradecido. Vamos, honor, a averiguar quimeras; que aun dudo si las sueño. No morirá el infante, que es mi dueño; yo sí, pesares moriré de veras, ya que lo estoy fingido, si es verdad que mi esposa me ha ofendido y estima en más mi vida que su fama, que no teme morir quien su honor ama.
Vase. Sale doña ELENA de luto, como de noche, con una pistola
ELENA: Simbolizan los horrores de esta negra oscuridad con la viuda soledad de mis difuntos amores. Vístanse de mis colores, pues unos y otros mortales, a imitación de mis males, iguala una misma suerte las tinieblas y la muerte que a todos nos hace iguales. De las dos valerme entiendo porque, injurias castigando, muera contenta matando, pues ya viviré muriendo. Al descuido está durmiendo; despierte en mí mi cuidado. Veréis, dueño malogrado, que ni amor sabe temer ni es poderoso el poder si apura desmasïado.
Salen BUÑOL y don JUAN
BUÑOL: Esta sala es la que habita y aquélla en la que reposa; su oscuridad temerosa verla te imposibilita. Guiándote voy a tiene; que de las veces que entré de memoria el sitio sé. Refrena tu sentimiento, por Dios, y hacia aquí te esconde. Sabré si vino el infante, y avisaréte al instante.
Vase
ELENA: ¡Oh, si ya llegase el conde! JUAN: ¡Vida el cielo! Que le aguarda y que su amor impaciente, olvidado de mí, siente siglos las horas que tarda. ¡Oh, indicios averiguados! No imaginé yo creeros, mas para ser verdaderos bastaba ser desdichados. No por darme libertad atropella obligaciones quien de breves dilaciones se queja a la oscuridad. Solamente en su firmeza se conservaba mi vida. Muramos, está perdida, ella y yo, pues no hay belleza que se resista constante. ELENA: (Parece que habla entre sí Aparte no sé quién. ¿Si conseguí mi esperanza?) ¿Es el infante?
Llégase y don JUAN disimula la voz
JUAN: Soy quien, como acostumbrado a desprecios y rigores, incrédulo a los favores que Amor me ha facilitado, admirando lo que escucho, dudo de lo que no veo. ELENA: Imitáis a mi deseo; que os juro, conde, que ha mucho que trazaba esta ocasión, puesto que el vivir mi esposo sirvió de estorbo forzoso que enfrenó su ejecución. Mas, pues ya le goza el cielo, y vos, por librarme de él, de puro amante crüel, aseguráis mi recelo, dueño de mi libertad, despondré de ella y de mí. JUAN: Luego, ¿ya sabéis que abrí puerta a mi felicidad con su muerte? ELENA: En sus despojos me enseñaron mal vertida la sangre que el homicida, poniéndomela a los ojos, quiso que en exceso tanto mi pesar la costa hiciese porque por ellos vertiese su sangre el alma en mi llanto. JUAN: (Don Alonso fue, sin duda, Aparte quien, sin permisión del conde, experimentó hasta donde llegó su fe, y si se muda viuda quien ejemplo ha sido de la virtud desposada.) Todo esto, condesa amada, puede un amor atrevido que llevaba mal el veros empleada en desiguales coyundas, cuando las reales recelan el mereceros, puesto que, amándole tanto, admiro el que os consoléis tan presto. ELENA: Vos sólo hacéis oposición a mi llanto, porque es de suerte el deseo que me llama a esta ocasión, y tal la satisfacción que he de sacar de este empleo que, a pesar de mis desvelos, estimo el aseguraros tanto, que aun no quiero daros, llorando a un difunto, celos. JUAN: Extremos de tanto amor no con palabras presumen... (¡Ah, cielos! Que me consumen Aparte las ansias de mi dolor.) ...mis dichas satsifacerlos. Dadme de esposa la mano. ELENA: (Para vengarme, tirano, Aparte no para corresponderlos.) Está la diestra impedida que, en efecto, se la di a don Juan y le admití por dueño en ella; y no ovlida, aunque difunto, la fe de su amor, puesto que en vano, y estando viuda esta mano, no es fineza que os la dé. Ésta otra sí, que más cuerda excusó esa obligación, y el lado del corazón la autoriza, aunque es la izquierda; que hasta en esto me debéis primores que Amor procura. JUAN: (¡Ah, aleve! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, perjura!) Aparte ¿Qué andáis buscando? ¿Qué hacéis? ELENA: El pecho la mano os toca recelosa, y con razón; que no afirma el corazón lo que publica la boca; que juzgo en vos muy distante el alma de vuestros labios. JUAN: (Vengad, honor, mis agravios.) Aparte ELENA: (Muera, honor, el cruel infante.) Aparte
Tiéntale [ELENA] con la mano izquierda el pecho y apúntale con la derecha la pistola. Quiere disparársela y don JUAN saca la daga para darle con ella, y sale BUÑOL con luz
BUÑOL: El conde ha venido ya. ¿Si con don Juan ha encontrado? ELENA: ¡Jesús! ¡Difunto adorado! ¡Feliz muerte en vuestros bra...!
Cae desamayada en los brazos de don JUAN
BUÑOL: "Brazos" pronunciar quería y el "zos," del demayo fiero, quedósele en el tintero. JUAN: ¡Ay, prenda del alma mía! ¡Qué costosos desengaños mis sospechas aseguran! ¡Qué presto eclipsar procuran felicidades mis daños. Si murió, ¿qué es lo que espera mi necia averiguación? BUÑOL: ¿La pistola al corazón? ¡Oh, inclemente epistolera! Mira que el conde está en casa. Peligros, cuerdo, resuelve. JUAN: Ven y alumbra, que si vuelve mi bien en sí, ¡ay, suerte escasa!, en albricias de su vida, gozoso permitiré que el conde muerte me dé. BUÑOL: Borremos esa partida y en esta cuadra te encierra donde acostumbra a dormir, que esto, señor, de morir huele a "¡puf!" y sabe a tierra.
Vanse y llévale desmayada y salen ENGRACIA con luz, y el CONDE
ENGRACIA: Hasta aquí, señor infante, se extiende todo el distrito de mi solícita agencia; ese otro está a vuestro arbitrio. Sangre real os ennoblece. ¿Quién duda que en el archivo de vuestro pecho se esconda este piadoso delito? logradle, y quedaos con Dios.
Vase y deja la luz sobre un bufete
CONDE: Hicieron mis desatinos inútiles mis promesas; mal la daré a don Juan vivo si le sepulta mi engaño. Pero ya es usado estilo en imposibles como éste jurarlos y no cumplirlos. Consiga yo mi esperanza; que, si las suyas marchito, consolaráse con otras; que el tiempo amansa suspiros. Guïad vos, Amor, mis pasos.
Quiere entrar y detiénese viendo sobre la puerta el retrato de don JUAN
¿Qué cuadro es éste que he visto que está guardándola el sueño? La imagen de don Juan miro valientemente copiada. ¡Ah, joven inadvertido! Competísteme soberbio, despeñastete a ti mismo. ¿Qué esperabas, confïado en el liviano presidio de una mujer que juzgaste inexpugnable a los tiros del poder en la pobreza? Resistiránse al principio ímpetus de honor franceses que, al cabo, mueran vencidos. Vivo te juzga y te agravia que, en efecto, siempre ha sido la mejor mujer, mujer, y el más firme vidrio, vidrio. No estorbarás más mi intento.
Va a entrar y cae el retrato ajustándose con la puerta
¡Válgame Dios! Ofendido en estatua, por la honra vuelve el pintado del vivo. Ajustóse con la puerta de suerte, ¡extraño prodigio!, que parece consultado lo que sólo fue fortuito. ¡Qué valiente es la razón! ¡Qué pusilánime el vicio! ¡Qué independiente el imperio del tálamo en su dominio! ¿Hay valor que se le atreva? ¿Cuál "yo el rey" fue tan temido como "yo el dueño y esposo?" Mas es blasón más antiguo y debe reconocerse, pues tuvo a Dios por ministro, y el primer progenitor antes que rey fue marido. ¡Por Dios, que le estoy temblando; cobarde su copia miro! ¿Qué hiciera en mí el verdadero cuando me asombra el fingido? Respetemos su presencia,
Quítase el sombrero
deseos inadvertidos, porque un esposo, aun en sombra, de veneración es digno. Esta otra puerta está franca, ciego Amor, por ella os sigo. Desmientan atrevimientos lo que malogran hechizos.
Esté en la otra puerta don JUAN, con la espada desnuda, la punta al suelo, en cuerpo y sin moverse
¡Válgame el cielo piadoso! ¡Jesús mil veces! ¿Qué he visto? O desatina mi idea o mis ciegos descaminos para alumbrar escarmientos, despeñandose conmigo, ejecutor de mi muerte, me oponen al que he ofendido. ¡Allí don Juan retratado! ¡Aquí, cielos, don Juan vivo! ¿Dos esposos en dos puertas y en entrambas dos el mismo? Hasta los sepulcros se abren, adelantándose avisos, ¿y yo,rebelde a los cielos, buscando mi precipicio?
Éntrase don JUAN
¡No, desengaños piadosos; no, descompuestos sentidos; no, aduladores deseos; no, pensamientos lascivos!
Llamando a voces
¡Condes, Engracia, crïados!
Salen el ALCAIDE y don ALONSO
ALCAIDE: Infante, y el rey ha venido en secreto y a la posta, tan indignado contigo que peligra tu cabeza porque le han encarecido los deudos de los que agravia, apadrinados de amigos, el estado en que los tienes. CONDE: No es el primero tu aviso; las pinturas me lo han dado, los difuntos me lo han dicho. Cegáronme amor y celos; del real perdón soy indigno. Crüel será su piedad si es en mi muerte remiso.
Al retrato
¡Ah, malogrado inocente, por honrado perseguido, por buen amante mal muerto! ¡Qué tarde, cielos, que vino la piedad tras la venganza, el pesar tras el delito. ALONSO: No tan tarde, gran señor, que si con él te mitigo, no venga a echarse a tus pies seguro, gozoso, y vivo. Fingí su muerte, piadoso. CONDE: ¿Qué dices, Alonso amigo? Deberéte, si eso es cierto, el alma que fiel te rindo.
Salen de gala y de las manos doña ELENA y don JUAN. Salen de gala doña JUSEPA, ENGRACIA y BUÑOL
JUAN: Las nuestras, oh, heroico infante, tendrán desde hoy más alivio en tu amparo generoso. CONDE: Todas mis venturas cifro en estos brazos que os doy. De patrones necesito que enojos del rey aplaquen. En vuestras manos, benigno, dejaré justos agravios. JUAN: Verán en ellas cumplidos sus gozos, nuestros deseos; que les faltaba el arrimo de tal dueño, tal señor, tal príncipe, en quien el siglo presente venera a un nieto del monarca más invicto que conoció nuestra España. JUSEPA: Yo, don Juan, que he merecido veros libre de naufragios crüeles, cuanto prolijos, para hacer mayor la fama de mi amor constante y limpio, contenta con sus memorias, no casarme determino, porque hereden mis estados mis hermanos y sobrinos. Y al conde le doy mil gracias, pues, venciéndose a sí mismo, generoso os favorece si os persiguió competido. Postraréme a los pies reales en fe de que en ellos fío clemencias en vuestro abono. BUÑOL: ¿Y habremos comedia visto que no acaba en casamientos? ENGRACIA: ¿Luego, no piensas conmigo celebrarlos? BUÑOL: Ni por pienso. ENGRACIA: Pues, ¿por qué causa, atrevido? BUÑOL: Porque pueda rematarse, sin curas y sin padrinos, una comedia soltera. ENGRACIA: Deseábalo infinito. JUAN: Senado, el perfecto amor no sabe temer peligros.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002