JORNADA TERCERA


 
Sale GONZALO Pizarro solo, con gabán y montera, y una escardilla en la mano
GONZALO: Quien por falta de experiencia huye las felicidades que ofrecen las soledades a la vida y la conciencia, venga a aprender esta ciencia en mi sabrosa quietud, y hallará aquí a la virtud, tan segura de temores que, coronada de flores, le conserve la salud. Después que envainé el acero y el arnés troqué en gabán, si primero capitán, ya en mi quinta jardinero, lloro del tiempo primero la juventud malograda, y sé que en la aventajada vida de esta profesión, Dios a Adán dió el azadón y el vicio a Nembrot la espada. Dichoso el que no hace caso de lo que no necesita, y a Dïógenes imita quebrando en la fuente el vaso. Si está tan cerca el ocaso humano que a penas siente la distancia de su oriente, ¿quién es de tan poco aviso que, gozando lo preciso, anhela lo impertinente? Ensoberbezca monarcas el oro, alma de un abismo, que yo lo soy de mí mismo en la quietud de Las Charcas. Guarde el avaro en sus arcas tantas barras como penas, que mientras naufraga arenas yo, en más seguros países, gozo el oro en alelíes y la plata en azucenas.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: ¡Ay! Dentro GONZALO: ¿Qué es esto? TRIGUEROS: Si fue pulla, trabajoso de ella escapo. ¡Ay¡ GONZALO: ¿Quién se lamenta? TRIGUEROS: Un sapo, que no ha mucho que fué grulla. ¡Oh, bruja precipitante! ¡Trotanubes, saltamontes! Si no hay pícaros Faetontes ¿qué te hizo un pobre ignorante, sargento de mochilleros, aguilucho en el amago, para darme salto en vago desde las nubes? GONZALO: ¿Trigueros? TRIGUEROS: Oye y no me triguerices, pues ves cual estoy por ti; privanza de soplos fui, ya soy remacha-narices. GONZALO: Pues bien ¿qué te ha sucedido? TRIGUEROS: ¿"Pues bien" dices? Di "pues mal." Aquélla que al tribunal inquisidor ha ofendido; plegue a Dios que antes de un Credo, obispa en Corozaín, la absuelva de volatín el brasero de Toledo, llevándome en un momento por una oreja volando, y conmigo registrando los abanillos del viento, como si hiciera calor, me trasladó un diablo en popa a su tierra, que en la ropa le parecí borrador; y en ella, aunque de rodillas misericordia pedí, en un instante me vi sentenciado a albondiguillas. Patrocinóme su hermana, de quien diz que eres galán, que quien bien quiere a Beltrán... etcétera, y más humana me dio, con arco y saetas, la futura sucesión, por lo menos de Amazón quizá por verme sin tetas. Un mes estuve con ellas, y no sé si mis delitos las dibujó amazoncitos, pero no, que son doncellas; y al cabo de él me despacha la reina por mandadero de su amor; no seas grosero, que es la más linda muchacha que en el Perú puede hallarse. Su reino todo te ofrece, y si su amor se agradece jura desamazonarse. Pero si no, te amonesta que no des crédito a amigos, porque sangrientos castigos la vil Fortuna te apresta; y si te vuelve la espalda debes temblar sus agüeros, porque mil diablos caseros son sus perrillos de falda. Volvió a asirme de la oreja la bruja, y en su jornada serví al aire de arracada, hasta que caer me deja después de ponerme en fil de este sitio, siendo en él o murciégalo Luzbel o cernícalo albañil. GONZALO: Quien de hechiceras se fía sale, cual tú, escarmentado. TRIGUEROS: A caer en empedrado medraba mi legacía; mas que te guardes, te advierte tu amazona damisela, de este Blasco Núñez Vela que solicita tu muerte, y en causa tan peligrosa te desea apercibido. GONZALO: ¿Por qué, si no le he ofendido? Ni de la vida dichosa que ha feriado a mi sosiego esta alegre soledad en su dulce amenidad, podrá el apetito ciego, que ambición el cuerdo llama, sacarme, gozoso en ella, no obligándome a perdella, mi ley, mi rey y mi fama.
Salen el capitán ALMENDRAS, CARAVAJAL y otros
ALMENDRAS: Aceptará don Gonzalo el gobierno y la defensa de los vecinos del Cuzco y el Perú que le respeta; o, cuando lo rehusare, habrá de hacer la violencia lo que no la cortesía, obligándole la fuerza. Llegad y hablémosle todos. GONZALO: Señor capitán Almendras, señor Maese de Campo, ¿qué hay en que servirlos pueda? ¿Qué se ofrece? ¿Qué me mandan? CARAVAJAL: ¡Cuerpo de Dios con la flema! ¿Sembrando agora achicorias y escardando berenjenas? Hortalicen hermitaños que comen no más que hierbas, y no usurpe ese ejercicio vuesa merced a poetas, que tratantes en legumbres pintan flores, plantan huertas, y, sin salir de Pancayas, gastan musas verduleras. Estáse abrasando el mundo, porque el virrey nos le quema, ¿y entretiénese en lechugas? Pero hace bien, que son frescas. GONZALO: Amigo Caravajal, yo escogí... CARAVAJAL: Mas que me alega emperadores romanos, que arrimaron las diademas por ingerir bergamotas, si no en nísperos, en berzas, menospreciando coturnos por un cestillo de brevas. Pues escuche lo que pasa. Capitán, dadle vos cuenta de lo que está a vuestro cargo y el cabildo os encomienda. ALMENDRAS: La imperial ciudad del Cuzco, de todo el Perú cabeza, y por sus procuradores otras tres juntas con ella, que son Guamanga, Arequipa y Chuquisaca, resueltas de no admitir al virrey que dicen que a Lima llega, por su embajador me envían, mandándome que os advierta obligaciones que os corren, pues somos hechuras vuestras. Vos, primer conquistador, con cuya sangre y hacienda y la de vuestros hermanos habéis ganado a la iglesia más reinos, provincias más que tiene en Castilla el César, cuando no villas, ciudades, reduciéndole mil leguas las más ricas de este polo; vos, a quien solo venera el Perú, por sucesor del gran Marqués, y en quien deja el gobierno de estos orbes, en virtud de lo que ordena la cédula real, que os llama a la dignidad suprema de esta casi monarquía, por toda la vida vuestra; vos, en efecto, a quien toca el conservar la nobleza de tantos conquistadores que os tuvieron en la guerra por caudillo, y en la paz limitádamente premian por solamente dos vidas hazañas de fama eterna; vos, victorioso Pizarro, es razón que a la violencia del virrey os opongáis, gobernador y cabeza por el rey de esta corona, y por las ciudades mesmas general procurador, haciendo instancia por ellas en que el virrey se desista del cargo, que en vuestra ofensa las posesiones usurpa, hasta que España resuelva dudas tan enmarañadas, y vuestros amigos sepan por qué delito os deroga el rey las mercedes hechas. Armas las cuatro ciudades os ofrecen, y a su expensa hasta quinientos soldados que del rigor nos defiendan con que el virrey amenaza a cuantos le instan y aprietan en que la súplica admita que hace este reino a su alteza. Esto es a lo que he venido; pues para tan justa empresa por padre el Perú os escoge; sus ciudades os alientan, sus españoles os llaman, sus caballeros os ruegan, sus soldados os suplican y vuestra piedad os fuerza. GONZALO: Capitanes valerosos, puesto que de la aspereza con que el virrey ejecuta leyes que la paz inquietan me quepa la mayor parte, y que agradecido os deba, como a hermanos en las armas, morir en vuestra defensa, no han de alterar persuasiones en mí la justa obediencia que debo al rey, mi señor, aunque por ello me pierda. Despachados tengo a España procuradores que adviertan al César de mi justicia; e intentar, antes que vuelvan, resistir sus ordenanzas, será ocasionar las lenguas de envidiosos y enemigos que contra mí al rey alteran. No han de bastar--¡vive Dios!-- a destemplar mi paciencia del virrey las amenazas, de mis amigos las quejas, del Perú las inquietudes, la pérdida de mi hacienda, el no premiar mis servicios ni el no estimar mi nobleza. Tres cosas solas podrían forzarme a olvidar la quieta felicidad de estos campos donde mi paz se conserva, que son el celo debido a la ley, que en esta tierra por nosotros dilatada a un Dios eterno confiesa; el defender con la vida a mi rey hasta perderla; y el no permitir desdoros que mi honor y fama ofendan. Capitanes tiene el Cuzco que si el virrey no se templa podrán, sin mí, reducirle con respeto y con prudencia. Ochenta conquistadores son sus vecinos; de ochenta caballeros e hijosdalgo, escojan uno en quien puedan estribar sus esperanzas, pues cada cual tiene prendas dignas de cargos mayores; y esto les dad por respuesta. CARAVAJAL: ¿Pues qué ley, qué rey, qué fama su conservación no arriesga si pusilánime agora rehusas el defenderla? Nuestra ley, cuyos principios saben los indios apenas, ¿podrá en ellos ser durable si en su libertad los dejan, aun viviendo encomendados a españoles, que refrenan su superstición antigua y nuestra fe les enseñan? Buscan de noche las guacas, y entre los riscos y cuevas idólatras sacrifican a los brutos y a las piedras. ¿Qué harán, pues, cuando les falten los dueños a quien respetan, y con libertad dañosa ejerciten sus blasfemias? Luego, si el virrey nos quita su administración, ya queda destruída en el Perú la ley que a Cristo venera. También al rey se le sirve, mientras que no te obedezcan por nuestro gobernador, si la provisión presentas que el marqués, en nombre suyo, hizo en ti, pues fué primera que la que trae Blasco Núñez, adquirida con cautelas. Nombrados los dos estáis con una autoridad mesma; él por tiempo limitado, tú por concesión perpetua, que dure lo que tu vida. ¿Tendrá acaso menos fuerza en ti la cédula real que la que el virrey alega? Decir que sí, es ignorancia; luego quien fuere contra ella rebelde al rey que te elige hará a su palabra ofensa. Cien mil castellanos de oro del fisco y la real hacienda que embarcó Vaca de Castro para servicio del César desperdició Blasco Núñez, sin permisión de la audiencia, en armas, que contra ti dice la fama que apresta. Doce mil y más ducados gastó de estos en cuarenta machos que a sus deudos compra porque a tus amigos prendan. Juzga si a su rey desirve quien le defrauda sus rentas, o qué valdrán las coronas y los imperios sin ellas. Rebelde al César te llama y como tal te condena, a instancia de los de Almagro, a cortarte la cabeza. De Lima mandó sacar, con indigna inadvertencia, a tu inocente sobrina, y a vista del puerto presa con guardas en una nave. Los oidores menosprecia, porque los riesgos le intiman que tan ilustre doncella y ocasionada hermosura corre, dejándola expuesta entre marineros libres a la atrevida torpeza. Si dudas de estas verdades, no des crédito a la lengua, pero dásele a estas cartas. GONZALO: ¡Cesa, que me matas, cesa! ¿Doña Francisca Pizarro? ¿Doña Francisca? ¿Y que en ella un caballero ejecute desaires de su nobleza? ¿Presa en la mar mi sobrina? ¿Por qué culpa y a qué presa? ¿Por qué en la mar, si culpada? ¿Que aún no mereció en la tierra que le conquistó su padre, que sus abuelos pudieran dejarla como monarca en fe de ser su heredera? ¿El sol de su honestidad entre las viles tinieblas de atrevimientos soldados? ¿Al qué dirán de las lenguas? ¿Cuándo pecó la ignorancia? ¿Cuándo agravió la inocencia? ¿Cuándo enojó la virtud? ¿Cuándo ofendió la belleza? ¿No obligaran cortesías por mujer, cuando ofendiera? ¿Por noble, cuando agraviara, y cuando todo, por bella? ¿Yo sin honra, mi Francisca ocasionada a la afrenta? ¿La ley de Dios profanada, a riesgo del rey la hacienda? ¿Y yo gobernador suyo? ¡No, cielos! No vida quieta, no retiros agradables, no soledades amenas. Sin retornos mis servicios, vaya; sin indios ni rentas mis heridas y trabajos. ¿Qué importa cuando se pierdan? Pero, ¿sin fama, sin honra, a peligro la limpieza de mi inocente sobrina y que por ella no vuelva? Vituperárame el mundo. Adiós, apacibles selvas, valles siempre sosegados, quintas floridas y frescas; que ya será cobardía lo que hasta agora prudencia. ¡Toca al arma, marcha al Cuzco! ¡Muera el ocio! ¡Viva el César!
Sale el capitán HINOJOSA
HINOJOSA: Aguarde vueseñoría. Oirá las alegres nuevas que me ocasionan a darle este título, en que muestra la razón y la justicia sus hazañas y finezas. ¡Ojalá se le conmute el rey en el de excelencia! Llegaron del virrey a extremo tanto las siempre aborrecibles destemplanzas, que en menosprecio se trocó el espanto de sus severas leyes y ordenanzas. No todo celo, si es supérfluo, es santo, ni cordura atajar las esperanzas del pueblo, pues por más que el juez presuma, suma justicia es injusticia suma. Mientras que Lima recibir procura al virrey, en el Valle y su distrito, que intitulan los indios Huhahura, un mote halló sobre una puerta escrito. Imprenta es la pared de la locura y el carbón, pluma y tinta del delito. Juzgad si es imprudente el que se afrenta de motes en paredes de una venta. Leyó, pues, en el Tambo estas razones, "A quien viniere a echarme de mi casa echaré yo del mundo," y dio ocasiones esta desenvoltura al mal que pasa; pues, como engendran fuego los carbones, tanto al virrey encienden, que se abrasa y a Antonio de Solar, dueño del Valle, manda, en llegando á Lima, aprisionalle. Sin más indicios, pues, que ver el mote en la pared, aunque el autor se ignora, manda que le confiese un sacerdote, porque ha de ajusticiarle dentro una hora; senténciale al instante a dar garrote, y aunque inocente se disculpa y llora, y no hay contra él testigos ni proceso, la ejecución se notifica al preso. Alborotóse el pueblo, porque en Lima era este hidalgo justamente amado. La nobleza piadosa se lastima, y cada cual le sirve de abogado; conque el virrey, temiendo no le oprima la plebe amotinada, más templado que esté en un calabozo, al fin ordena, con esposas, con grillos y cadena. En dos meses sufrió mil de rigores, por más que libertarle solicita la piedad de infinitos valedores; mas era la crueldad más infinita, hasta que se valió de los oidores que le mandan soltar en la visita donde se presentó, porque no hallaron aún sombra del error que le imputaron. Sintiólo Blasco Núñez sumamente, enemistado ya con el audiencia; prendió a Vaca de Castro, presidente, sin darle cargos--¡bárbara violencia! Y porque le aborrezca más la gente, al factor Illán Juárez su impaciencia mató una noche por sus mismas manos, temeridad horrible, aún de tiranos. A unos negros, después, de noche obliga que vestido le entierren y en secreto. Súpolo la ciudad, ya su enemiga; y alborotada le perdió el respeto. La audiencia real, prudente, los mitiga, y recelando el peligroso aprieto, prendieron al virrey, que de otra suerte no hay duda que le diera el pueblo muerte. Formáronle proceso los oidores, sacando del sepulcro otra mañana al difunto factor, que causó horrores al pecho, de piedad menos humana. Enterráronle oculto los rigores, envuelto en una capa, que de grana, pronosticarle su desdicha intenta, pues hasta la mortaja fué sangrienta. Vuélvenle a sepultar, con sentimiento y pompa funeral, y luego trazan que se embarque el virrey, pues que violento a muerte sus rigores le amenazan. Impelen linos la preñez del viento que el puerto del Callao desembarazan, y surcando el cristal la leve quilla, preso el virrey le llevan a Castilla. Los oidores, después, ciudad y audiencia, en virtud del derecho que te ampara, gobernador te nombran en su ausencia. ¡Prudente acción de tu justicia clara! Asegure peligros tu asistencia; temple congojas tu apacible cara; paga la voluntad de quien te estima y el cargo admite que te ofrece Lima. GONZALO: Si alientan los oidores mi derecho, ¿qué hay que esperar? Marchemos, pues, amigos, y de la fe y lealtad que está en mi pecho con Dios y con el rey seréis testigos. CARAVAJAL: Bastantes pruebas, gran Gonzalo, has hecho. Castigos se remedian con castigos; pague el virrey los suyos en España. GONZALO: Marcha a Lima, salgamos en campaña.
Vanse todos. Salen MARTESIA y MENALIPE con armas a lo amazonio
MENALIPE: Morir, Martesia, morir o librar á don Gonzalo; mi amor a su estrella igualo. Si le puedo reducir a que mis consejos siga, y de estos reinos se ausente, los pronósticos desmiente de la Fortuna enemiga. Pero si no admite avisos y obedece al hado cruel, morir matando con él son los medios más precisos que mi triste suerte escoje. Ésta es mi resolución. MARTESIA: Ponerla en ejecución, --perdóname aunque te enoje-- ha de aprovechar tan poco, que en vez de obligar tu amante, a tus consejos diamante y a mis persuasiones loco, ha de apresurar su muerte. Pero aunque esto es infalible, yo haré por ti lo posible; patrocínete la suerte, y a tu amor agradecido, tu amante se guíe por mí. El que ves que sale aquí de ejército apercibido, es aquel Caravajal a cuyo esfuerzo y valor desde el postrer dictador no le tuvo el mundo igual. El virrey que preso a España surcaba ese golfo frío, por su mal, con el navío se alzó, su pasión le engaña, y en Túmbez tomando puerto, de Trujillo y San Miguel juntó la gente, que fiel, como no sabe de cierto la acción que al gobierno tiene tu amante, y que los oidores, por atajar los rigores con que Blasco Núñez viene, gobernador le han nombrado, como españoles de ley, quieren seguir al virrey, y la obediencia le han dado. Contra él, pues, Caravajal, desde Lima apercibido a deshacerle ha venido, y de éste, por ser leal, valiente y sabio, se fía don Gonzalo. Si yo hiciese que mis consejos siguiese, discreto persuadiría a tu amante que dejase el Perú en esta ocasión y en nuestra fértil región esposo tuyo reinase. Quiero yo a Caravajal algo más de lo posible, por lo soldado invencible, por lo entretenido sal; pero es de modo arrojado que, si da en aborrecerme, ni hechizos han de valerme ni todo cuanto he estudiado. Pero si quisiese Dios llevarlos a nuestra tierra, sin que amor nos haga guerra tendremos quietud las dos. MENALIPE: ¡Ay cara hermana! Si en ti pusiese tal eficacia Amor, si te diese gracia... MARTESIA: Calla y retírate a aquí.
Retírense MARTESIA y MENALIPE. Salen CARAVAJAL y el capitán ALMENDRAS
CARAVAJAL: Marchar, señores, marchar; que si la ocasión perdemos que entre las manos tenemos, será difícil de hallar otra vez. ALMENDRAS: Doscientas leguas has corrido en seguimiento de Blasco Núñez. Aliento pide el campo. Dale treguas siquiera al cansancio un día. CARAVAJAL: Este solo que nos lleve de ventaja, hará que apruebe nuestro daño, su porfía. Si se fortalece en Quito y en el campo reforzado nos espera descansado, ¿no le parece delito digno de vituperar perder esta coyuntura? La presteza y la ventura juntas se han de ejecutar. Acabemos con el tema en que su locura ha dado. La audiencia le ha desterrado a España; si nuestra flema la victoria nos dilata, esta empresa se destruye. ALMENDRAS: Al enemigo que huye... CARAVAJAL: Dirá la puente de plata. Mas no huye quien se retira para volver animoso, reforzado y poderoso. Quien comodidades mira, señor Capitán, no sale con hazaña de provecho. En no dejando deshecho al enemigo, ¿qué vale el orden de la milicia? Agora que nos ampara la audiencia real, y está clara por nosotros la justicia, lógrela la diligencia. Marchar, soldados, marchar; don Gonzalo ha de llegar mañana a nuestra presencia, no se nos lleve la gloria de tan honroso laurel, pues ganándole sin él será nuestra la victoria. Tome refresco la gente y sigamos el alcance, porque, perdido este lance, es nuestro daño evidente. ALMENDRAS: No lo es menos el no dar. CARAVAJAL: Ya sabe mi condición; pues propuso su razón, obedecer y callar es lo que agora le toca. ALMENDRAS: Sí, mas digo que me obliga... CARAVAJAL: Capitán, haga y no diga, más manos y menos boca.
Vase ALMENDRAS
¡Vive Dios! Que he de alcanzarle esta noche, y deshacerle. Acabemos con este hombre.
Salen MARTESIA y MENALIPE
MARTESIA: Airado español, detente. CARAVAJAL: ¿En desierto y tentadoras? ¿Mas que llegáis a ofrecerme ¿piedras por pan? MARTESIA: ¿Me conoces? CARAVAJAL: Los diablos y las mujeres dicen que sois de una casta; y aunque serafín pareces, tendrás diablescas las obras, si engañosa me detienes en favor de Blasco Núñez. ¿Dónde te he visto? ¿Quién eres? ¿Qué pides? ¿Qué se te antoja? Que todas las de tu especie en llegando el donativo vienen para mí de requiem. Si en la corte de Castilla un medio ojo me embistiese; y por la Calle Mayor, donde son sus mercaderes escollo de toda bolsa, sus coches nuestros bajeles, que en cualquiera tienda encallan, y sus ninfas holandeses, pudiérasme ejecutar en colonias, alfileres, guantes, bandas, rosas, dijes, o más arriba en joyeles, polleras, basquiñas, naguas, y lo que este siglo teme en cajas de chocolate; que para que desesperen los Píramos en vellón, conforme de allá me advierten, el diablo inventó a Guaxaca, Guatemalas y Campeches; pues, después que se conocen en nuestra nación, se beben en tres jícaras tres damas cien escudos en dos meses. Pero aquí si no es que pidas del modo que Eva a la sierpe, o plátanos, o guayabas, sólo tengo que ofrecerte con bizcochos de estos riscos, chocolates de estas fuentes. MARTESIA: Famoso Caravajal, que si asombras por valiente deleitas por sazonado, en fe que todo lo vences, yo soy aquella amazona que si tuvo dicha en verte, fue infelice en adorarte, pues sus penas no agradeces. Sé los riesgos a que el hado te lleva, sé que te atreves contra el cielo y la Fortuna a hazañas que te despeñen. Por ti la reina, mi hermana, cuyo renombre obedecen cuantas naciones distantes la plata líquida beben al inmenso Marañón, dejando su patria fértil, alas de los vientos forma, para que sobre ellos vuele a esta región que os anuncia a ti y a su amante, en breves tiempos tragedias que lloren los siglos que nos suceden. Respétate por amigo, don Gonzalo; con él pueden tus consejos cuanto pides, tu eficacia cuanto quieres. Redúcele a las venturas que los cielos le prometen, si dueños de nuestra patria y noble correspondiente al amor de Menalipe, nuestra corona ennoblece para blasón de tu fama, que se eternice en sus sienes, que, si por tus persuasiones a las estrellas desmiente, que triste fin le amenazan, conquistará felizmente las dos márgenes ocultas del Marañón, dando leyes a cuantas provincias varias viven sus comarcas verdes. Desde las sierras de Quito hasta donde sus corrientes con el océano luchan del norte, que se las bebe, mil leguas y más le aguardan tan ricas, que son perennes las venas que, en vez de sangre, el metal monarca vierten; tanta plata y oro esquilman los Omaguas solamente que, mayorazgo del sol goza su comarca fénix; tantas minas, cuantos riscos, conquistará si los vence a Europa, al África, al mundo postrando a sus plantas reyes. Serás, español gallardo, si su condición rebelde ablandas, señor del orbe; regiones hay en que reines ignotas hasta aquí al mundo, y en pacíficos deleites dueño de un alma serás que como a Dios te venere. MENALIPE: ¡Oh si contigo bastasen! ¡Oh si en tu estima valiesen, nuevo Pompeyo de España, lágrimas, que han sido siempre hechizos para los nobles! Si las que vierto te mueven, si persuasiones te obligan, si penas te compadecen, humilde a tus pies se postra una reina, a quien la suerte y el amor de tu caudillo rendida a sus llamas tiene; si le reduces--¡qué dicha! ¡Qué gloria!--Si le convences, ¡qué hazaña! Si le dispones, ¡qué premio! Si le enterneces, ¡de qué males que le excusas! ¡De qué riesgos te diviertes! ¡De qué tragedias te libras! ¡De qué gozos le enriqueces! Si de envidiosos le apartas, si en mi reino le previenes coronas, ¡qué quieto goce amor! ¡Que le adore siempre! Cuánto es mejor que mi amante pacíficamente impere, sin dependencia de España, que no entre la envidia y muerte gobernar ingratitudes; que, al paso que más se premien, más sus fortunas envidien, más sus hazañas condenen. Vuestra vida está en tu mano; vuestro honor sólo depende de tu lengua; librarásle como cuerdo le aconsejes que me siga, que retorne la fe de un amor ardiente, dispuesto a perder la vida con él, si la suya pierde. CARAVAJAL: Persuasivas Ciceronas, si vuestro llanto pretende darnos la plaza de brujos porque en España nos quemen, vive Dios que obligan tanto esas perlas mequetrefes, esas razones gitanas, esos semblantes de nieve, que son dichosos los diablos porque os sirven y obedecen y que a no estar tan de prisa... ¿Pero qué rebato es éste?
Retíranse las dos y tocan a rebáto y sale el capitán ALMENDRAS
ALMENDRAS: ¡Al arma, al arma, españoles! ¡Al arma, insigne maestre que la victoria nos llama! CARAVAJAL: Sí llamará; mas, sosiegue. ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué le asombra? ALMENDRAS: De las acciones crüeles con que el virrey Blasco Núñez hace que todos le tiemblen, tan temerosa le sigue su casi forzada gente, que de noche a don Gonzalo se acogen, de veinte en veinte. Hizo dar garrote un día, por sospechas sólo leves, a los capitanes Serna y Gaspar Gil, sin que templen ruegos sus severidades. Mató de la misma suerte a don Rodrigo de Ocampo con ser su lugarteniente; con Ojeda hizo lo mismo; Gómez, Estacio, Valverde, y Álvaro Caravajal, todos caudillos valientes. Llegó Gonzalo Pizarro, que nunca ocasiones pierde, por atajos del camino, mientras descuidado duerme, y asaltóle valeroso; si agora, pues, le acometes participarás la fama que corona al diligente. CARAVAJAL: ¡Al arma, pues! ¿Qué esperamos?
Llégase a MARTESIA y MENALIPE
Señoras: vuesas mercedes, altezas o majestades, o el título que quisieren, perdonen mi grosería; que nunca fueron corteses peligros; convoquen diablos que a su provincia las lleven, que acá al Apóstol gallego invocamos solamente; pues vale más su cruz roja que diez legiones de duendes.
Vanse CARAVAJAL y el capitán ALMENDRAS
MENALIPE: Socorramos a mi amante. ¡Ojalá una bala acierte mi pecho, y saque las llamas que en cenizas le resuelven! MARTESIA: Vencerá si tú le ayudas; pero como ensorberbece la victoria, llorarásle degollado brevemente.
Vanse las dos. Salen don GONZALO Pizarro y SOLDADOS, marchando
SOLDADO 1: Quiso morir encubierto. SOLDADO 2: Su daño le disfrazó. GONZALO: Quisiérale, amigos, yo vencido, pero no muerto. ¡Infelice caballero¡ SOLDADO l: ¿Pues por él muestras tristeza? GONZALO: Estimo yo la nobleza. Si fuera menos severo, valor el virrey tenía digno de veneración; aguó su resolución toda la fortuna mía. Enlutaréme por él; sepúltele la piedad conforme su calidad. SOLDADO 2: Hombre que fué tan crüel no merece sepultura. GONZALO: ¡Qué rigurosa razón! No dura la emulación lo que la vida no dura. Hasta aquí tiró la suerte cuanto su poder alcanza; que no pasa la venganza los límites de la muerte.
Sale CARAVAJAL
CARAVAJAL: Los parabienes te doy de la victoria presente, y el pésame juntamente que recelo. Tuyo soy hasta morir; pero mira que aunque a tu contrario has muerto, un clérigo toma puerto y que el peligro no espira. Contra ti marcha; prevén con el esfuerzo las manos, y si juzgaste por sanos mis fieles avisos, ten por cierto que son mejores los que mi amistad y celo te advierten, porque del cielo granizan gobernadores. Mas, si a seguirme te inclinas, dicha mi fe te promete; guárdate de este bonete que hiere con cuatro esquinas. Digo, pues, que es lo mejor que trueques a toda ley, intitulándote rey, riesgos de Gobernador. Constituye monarquía de eterna felicidad; llamémoste majestad, dejemos la señoría. Con tu hacienda y tus hazañas este imperio se ha ganado; su sitio es más dilatado y rico que diez Españas; si quieres tener seguros vasallos fieles, que mandes, haz títulos, cubre grandes, que son los mejores muros de las coronas y estados. Obliga con intereses; nombra condes y marqueses; cría luego adelantados; un almirante en el mar; un condestable en la tierra, mariscales en la guerra. A los grandes puedes dar a cien mil pesos de renta, pues gozas un orbe de oro, de inmensa plata y tesoro; a diez, a veinte y a treinta a los títulos menores, ya en indios y ya en lugares; haz órdenes militares, elige comendadores que tomen la advocación de los santos que quisieres; si mayorazgos hicieres, ilustrarás tu nación con rentas establecidas perpetuas, y no al quitar, que éstas saben obligar y no las de por dos vidas, que a los nietos empobrezcan sin premiarse tanta hazaña. Escribe a la Nueva España que por su rey te obedezcan, y harás lo mismo con ellos que con nosotros procuras, y de esta suerte aseguras hechizos con que atraellos; pues viéndose el bien nacido, como merece, premiado, a sus hijos con estado y a su rey agradecido, y que honrando descendencias que llegan a eternizarse, sus nietos han de llamarse señorías y excelencias, por no perder esta acción diez mil vidas perderán, y firmes conservarán tu corona y su opinión. Pide, después, una nieta de los Incas que reinaron, y a tus armas se postraron, la más hermosa y discreta, por esposa; y coronada con ostentaciones reales los indios y naturales, si la ven entronizada, en fe que la sangre adoran de sus venerados reyes, obedeciendo tus leyes cuantos esos riscos moran y el temor tiene esparcidos, te traerán con mano grata los tesoros de oro y plata que conservan escondidos. Si haces eso ¿quién podrá despojarte sino el cielo? Labra un fuerte en Portobelo, pon presidio en Panamá, y venga todo el poder de España a desposeernos. ¿Con qué armada ha de ofendernos si no les dejamos ver del sur la menor arena? Esto es lo que te aconsejo. Toma de un soldado viejo lo que con tiempo te ordena o, pues, el gobernador, que ya se acerca, pregona que por el rey nos perdona si no te damos favor, y mi aviso no te agrada ganemos estos perdones, porque en tales apretones, Gonzalo, o César, o nada.
Don GONZALO saca la espada para CARAVAJAL
GONZALO: ¡Vive el cielo! ¡Desleal, desconocido, traidor! CARAVAJAL: Sé Rey, no gobernador.
Vase CARAVAJAL
UNO: Todos con Caravajal venimos en coronarte. TODOS: Esto tu ejército pide.
Vanse todos, dejando solo a don GONZALO
GONZALO: Primero que mi fe olvide... VOCES: 0 verte Rey, o dejarte. Dentro GONZALO: ¿Esto se puede sufrir? ¿Esto es digno de creer? VOCES: ¡Muera quien no supo ser Dentro Rey del Perú! GONZALO: Pues morir. Morir, ingratos, perderme, y no admitir tal infamia; no eclipsar la sangre mía, no echar en ella tal mancha. ¡Desamparadme, avarientos! Sepa mi rey, sepa España que muero por no ofenderla, que pierdo, por no agraviarla, una corona ofrecida, tan fácil de conservarla, cuanto infame en poseerla. Diga que pude, la fama, ser Monarca y que no quise; que todos me desamparan por fiel, por leal, por noble. Será feliz mi desgracia. Diga que violentamente me sacaron de mi casa, de mi quietud, de mí mismo, los que en el riesgo me faltan, los que me dejan ahora. Con ellos premios reparta quien a perseguirme viene, déles indios, déles plata, que no les dará, a lo menos, estimación, ni alabanzas, de que de mi perdición no fueron ellos la causa. Muera a manos de un verdugo quien tanta fe a su rey guarda, que va a perder la cabeza por no querer coronarla. Mas no publique la envidia, que mentirá como falsa, que alcé contra el rey banderas, que toqué a su ofensa cajas. Gobernador me nombró mi hermano el Marqués, sellada tengo esta merced, del César; cuatro ciudades me llaman para procurador suyo; la audiencia real me despacha confirmación del gobierno; no está, hasta aquí, derogada mi justicia por el rey. Si a Blasco Núñez embarca preso y culpado la audiencia, y es su temeridad tanta que contra mí se despeña, pues por morir se disfraza, ¿atribuiráme el prudente su muerte a culpa? Excusarla quise ¿pero quién excusa sucesos de las batallas? Tomad, amigos, al temple, ¡despojadme de las armas!
Arroja la espada y la daga
Infelices en creeros, si en vencer afortunadas. Entregadme al presidente, pues aduláis con dos caras, pues, Judas, me habéis vendido, pues vuestro interés me engaña, que, cuando todos me dejen gozosa volará el alma a amistades más seguras, pues mi lealtad la acompaña.
Vase don GONZALO. Salen MENALIPE y MARTESIA
MENALIPE: ¡Déjame morir, Martesia, pues a mi amante me matan! ¡No nos dividan tormentos; mezclemos ansias con ansias! El severo presidente cortar manda la cabeza más digna de aclamaciones que honró laureles y palmas. ¿Podré yo vivir sin él? MARTESIA: Podrás, si extremos amansas, resucitarle en tu pecho, y prevenirle venganzas contra todos los que intenten de su nación inhumana conquistar nuestras provincias, tiranizar nuestra patria. Creyóse de aduladores, fuéle la Fortuna avara, no quiso dar fe a consejos, cumplió destinos la Parca. ¿Que remedias con tu muerte? MENALIPE: Lo que no con tus palabras, pues cuanto más me consuelas más mis congojas me abrasan. ¿Cómo viviré sin vida? ¿Qué vale un cuerpo sin alma? Ven y matemos muriendo. MARTESIA: No fuera tan de eficacia la virtud de mis estudios, si en fe de ellos no enfrenara los ímpetus de tus penas que furiosos te maltratan. Violentaréte al sosiego.
Salen ALONSO Alvarado y otros
ALONSO: Resolución es que a España ha de causar compasiones que llore siempre la fama. No quiero verle morir, que militaron mis armas debajo de sus banderas. Mal el presidente paga servicios de tanta estima. Si prudente lo mirara con más acierto y clemencia lograr pudiera alabanzas. ¿Orden del rey no traía, que, si fuese de importancia de don Gonzalo el gobierno, por él se le confirmara? ¿Quién pacificó esta tierra? ¿Qué leyes cuerdas y santas no estableció en tiempo breve, que siguiéndola repara alborotos e inquietudes? Si es así ¿por qué causa no cumple lo que le ordenan? ¿Por qué la cabeza aparta de los más valientes hombros que dieron gloria á su patria? MARTESIA: ¡Oh, Alvarado, siempre insigne! Tú solo, entre todos, pagas correspondencias de noble; firme fe a tu amigo guardas. Agradeceráte el cielo con las obras tus palabras. Generaciones ilustres serán de tu tronco ramas. Villamor te dará condes, entrando en tu antigua casa las mejores de Castilla, las más célebres de España. No piense la emulación, envidiosa y destemplada, que porque Gonzalo muere podrá en la sangre Pizarra agotar deudos ilustres, que en otro siglo deshagan nubes, que torpes pretenden con falsedad eclipsarla. Fernando, su hermano heroico, puesto que preso en España, dará a sus reyes un nieto que vuelva a resucitarla. Al marqués de la conquista vuestra Extremadura aguarda, luz del crédito español, nuevo Alejandro en las armas. Malograrásele un hijo que en Flandes tiña las aras en servicio de sus reyes, que a la eternidad levanta; mas casándose otra vez con generosa prosapia, dará envidia a la lisonja y sucesión a su casa. MENALIPE: Sí, mas no espere ninguno que otra vez pisen sus plantas las regiones escondidas que el fértil Marañón baña; concediósele esta suerte al que objeto de desgracias, cede al destino inocente y la crueldad desbarata. No merece poseerla nación con él tan ingrata, que le aconseja peligros y, en medio de ellos, le falta. MARTESIA: Encubriráos nuestra tierra el cielo, aunque a conquistarla se atrevan, después, codicias, que malogren su esperanza. Morirá un Pedro de Ursúa, antes que surque sus aguas, un traidor Lope de Aguirre, un Guzmán y un Orellana. MENALIPE: Y cuando el hado mintiera y alguno vivo llegara a nuestra amena provincia, en no admitir hombres sabia, yo estoy aquí, yo, que sobro contra ingratos. MARTESIA: Ven, hermana, y deja, prudente, al tiempo tus consuelos y venganzas.
Ábrese el monte y encúbrense las dos
ALONSO: ¿Qué voces, cielos, son éstas que asombrosas nos espantan, y sin ver los que las forman con presagios amenazan? Mas los elementos mismos, en la muerte desdichada del español más valiente, solemnizan sus desgracias. Este fue el fin lastimoso de don Gonzalo; la fama de lo contrario ha mentido. La malicia ¿que no engaña? Lea historias el discreto, que ellas su inocencia amparan, y supla en esta tragedia, quien lo fuere, nuestras faltas.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Jun 2002