ACTO TERCERO


 
Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO, y ARIADENO, como de noche
PRÍNCIPE: Andando voy, y temo que me duermo. En sueños me parece que veo el río que baña las riberas de este yermo. Aún de mis propios ojos no me fío según recelo de perder la gloria que aguarda, y no lo cree, el pecho mío. La promesa que clara fue y notoria temía, si lo soñé, si verdad era; que ya se les pasó de la memoria. TREBACIO: ¿Qué haces, señor, de congojarte? Espera, o duerme tú; que yo estaré velando mientras que sale el alba placentera. ARIADENO: Esto de andar un hombre trasnochando es lo peor que tienen los amores. De ordinario despierto, mas soñando sin género de duda; son errores sus obras, pues se cubren, por vergüenza de esta capa común de pecadores. PRÍNCIPE: Ya me parece que a salir comienza el día. ARIADENO: De aquí a el que yo dormiese, no temeré que el sueño más me venza. Aún es temprano. Si mi voto fuese, ese poco de noche dormirías; que has de dormir después cuando te pese. Aquí nos quedaremos por espías. Seguro puedes entregarte al sueño. PRÍNCIPE: No están para dormir memorias mías. TREBACIO: ¿Quién había de poder? ARIADENO: Mi fe te empeño que yo agora a dormir desafïara en todo aqueste monte cualquier daño. PRÍNCIPE: Pisadas oigo. TREBACIO: Espérate y repara. ARIADENO: La guarda es. PRÍNCIPE: ¿Hay fantasma más molesta? Sin verle no hay aquí volver la cara. TREBACIO: No duerme cuidadosa guarda. Espera. ARIADENO: ¡Y enfadosa de todos! Yo aseguro que es a quien más la pesadumbre cuesta. PRÍNCIPE: ¿Por qué? ARIADENO: Porque no duerme, ni seguro está jamás de noche ni de día. TREBACIO: Aquí nos recojamos a este escuro.
Sale FLORENCIO, de guarda con arcabuz
FLORENCIO: (¡Cansada y enojosa vida mía! Aparte Si tantas veces cada hora muero, ¿cómo me sigue siempre tu porfía?) TREBACIO: Escondámonos de él. PRÍNCIPE: Que no; yo quiero saber de este español lo que ha buscado. ARIADENO: Eso es ponerse a hablar con un madero. Durmiendo pienso se quedó arrimado al arcabuz. PRÍNCIPE: He de saber su intento y con cuál intención ha madrugado. FLORENCIO: (¡Que tengo de mirarte, pensamiento, Aparte contra mí armado siempre! ¿Qué me quieres? O son tus miedos o pisadas siento.) ¿Qué gente? PRÍNCIPE: Amiga. FLORENCIO: ¡Oh, señor! ¿Tú eres? ¿Tanto madrugas? PRÍNCIPE: Di tú, ¿a qué saliste tan temprano? ¿Qué buscas o qué esperas? FLORENCIO: ¿Tan fuera de mis órdenes me viste que eso preguntas? Este monte guardo. PRÍNCIPE: Ocasión nueva de salir tuviste. No es hora aquesta de guardar. FLORENCIO: No guardo ni busco cosa alguna más que el día que hoy se levanta perezoso y tardo. En mi cabaña estrecha, tal me veía de pesares que en esto solamente parece rica la fortuna mía; que el sueño, que anda siempre tan ausente, no quiso a mi cansancio dar reposo. Ni le espera mi vida eternamente. Congojado salí al aire espacioso para que no acabase de ahogarme. Cuidados me traen cual toro en coso; mas si te enojo, volveré a encerrarme y a morir ahogado con mi aliento, pues hasta el aire tiene de faltarme. PRÍNCIPE: ¿Que no saliste a más? FLORENCIO: Lo que te cuento es la verdad, ansí a mi tierra vuelva. ARIADENO: Bien lo puedes creer. PRÍNCIPE: Yo estoy contento. ARIADENO: Nadie hay que pensamientos no revuelva y, aunque pobre, no tenga su cuidado. TREBACIO: Y más un hombre solo en esta selva. PRÍNCIPE: Sin duda que venía descuidado. TREBACIO: Si Nisea aguardara, él lo dijera. ARIADENO: Que no hay que recelarte del cuitado. PRÍNCIPE: Pues mi sospecha te diré cuál era. Yo tuve anoche aviso que si al valle, al verter de la última ladera, andaba un jabalí. Salí a tiralle y, viéndote me vino una malicia de que debías de ir a desvïalle. FLORENCIO: ¿Desvïalle, señor? Mas, ¿qué codicia mi alma sino que este monte tenga caza que mates? PRÍNCIPE: Yerro fue y codicia. Y tanto que no aguardo se prevenga; pero mi monterío tirar quiero. Huya después y venga lo que venga; aunque, pues te encontramos ya primero, puedes reconocer aquella parte; que en la que te parezca a ti te espero. FLORENCIO: Razón es que no te vayas a cansarte hasta que sepas a qué vas de cierto; mas de mí solo no querrás fïarte. PRÍNCIPE: Ya tu buena intención he descubierto. FLORENCIO: Mira; que lejos es. A pie no vayas. PRÍNCIPE: Pienso que me aconsejas lo más cierto. En tanto que respuesta y orden trayas, suspenderemos todo. FLORENCIO: ¿Dónde esperas? PRÍNCIPE: En la ribera de las muchas ayas. Agora a la posada voy. ARIADENO: (Bueno eras Aparte para ganar la vida con enredos.) TREBACIO: (Puedes hacer creer cuanto tú quieras) Aparte PRÍNCIPE: Por aquí nos apartemos por veredos en tanto que se va. Voy a esperarte. FLORENCIO: El monte te traeré medido a dedos.
Vanse el PRÍNCIPE y TREBACIO
ARIADENO: No te canses; que no hace por echarte de aquí mientras él habla con Nisea a quien espera. No sé aconsejarte. FLORENCIO: ¡Válgame Dios! ¿Que tal posible sea? ¿Nisea hablar [a] un hombre a tales horas? ¡No es tanto ser como que yo lo crea! ¿Cómo no sales y conmigo lloras tardío sol? Si quieres, llama poca la crueldad de aquel laurel que adoras. Ella viene. En las quiebras de esta roca me esconderé y, mordiéndolas de rabia, a sus paredes pegaré la boca. ¡Cielos, justicia en quien la fe agravia!
Salen NISEA, ARSINDA y ROBERTO
NISEA: ¡Qué hermoso que sale el sol! ROBERTO: Buena madrugada fue. NISEA: Roberto, adelantaté y llámame al español. ROBERTO: Mejor sé yo el monte que él. NISEA: Gusto de que vaya aquí. ROBERTO: ¿Aquí no me esperas? NISEA: Sí. ROBERTO: Al punto vuelvo con él.
Vase [ROBERTO]
ARSINDA: (Mas, ¿si tampoco viniese Aparte a tiempo el príncipe agora? NISEA: Vena acá, Arsinda. ARSINDA: Señora. NISEA: Gracioso suceso es ése. ¿Que Florencio te espantó? ARSINDA: Aqueso estaba lo cierto si le tenía por muerto, y le vi y le hablé, y me habló. Muy pesada burla fue encubrirme a mí el secreto. NISEA: Hícelo para ese efeto. ARSINDA: Pues vengada estoy. NISEA: ¿En qué? ARSINDA: Llegó quejoso, y yo dije que tú la culpa tenías; que tú allá con é lo habrías. NISEA: Ya yo sé lo que le aflige. Con el rüido que hiciste con Roberto, quise entrar, y húbele así de dejar muy desesperado y triste. ARSINDA: Sospecho que más le abrasa otro mal. NISEA: No lo sé yo. ARSINDA: Pienso que al [príncipe] vio llegarte a rondar la casa. NISEA: El príncipe, ¿no se fue? ARSINDA: Yo imaginaría que sí; mas cuando después salí y te entraste, allí le hallé. NISEA: Pues, ¿por qué me lo has callado? ARSINDA: Porque enojo no tuvieras y a holgarte agora salieras como habías determinado. NISEA: ¿Sábele Roberto? ARSINDA: Sí. NISEA: Y también me lo ha calado. ¿Quién duda que no ha pensado que yo esa traza le di? Y también creerá que agora le salgo a ver. Mal lo has hecho. ¿Secretos a mí tu pecho? ARSINDA: Bien lo conoces, señora. NISEA: Al príncipe esperarán; que a llamar iba el crïado. Volvámonos, que he errado una cosa. FLORENCIO: Ya se van. ¿Si me han visto? ARSINDA: Mi intención ha sido de no enojarte. NISEA: No tienes ya que cansarte en darme satisfación. FLORENCIO: Reventaré si más callo. No es posible corregirme.
[Sale FLORENCIO]
Tiempo te queda de huirme. Óyeme esta vez que te hallo. Pues que te queda, señora, la vida se alarga en ti. ¿Para qué huyes de mí? Espérame un poco agora. NISEA: Florencio, seas bien venido; que bien me paga la suerte con el contento de verte la pena de haberte oído. Tu enojo en aqueste extremo no hará que me escandalices; que engañado me lo dices y segura no lo temo. ¿Quieres oírme, y después cuando quieras me dirás? FLORENCIO: Ni tú tan despacio estás ni en mí necesario es. ARSINDA: ¿Una palabra siquiera a mi señora no oirás? FLORENCIO: Oyérala si una más en la paciencia cupiera. NISEA: Ya yo propuse callar. A nada responderé. FLORENCIO: Así lo haz. Dejame aquesta vez descansar. A España, señora, fuiste con tu padre, un año habrá. Poco más de un año ha que ciento en mi vida hiciste. No te aflijas si me ves comenzarlo tan de atrás. Tiempo de holgarte tendrás; que bien de mañana es. NISEA: ¿Aun no me basta callar oyéndote lo que escucho? FLORENCIO: Veo que te canso mucho, y cánsome de cansar. Fuiste a España, y en Valencia, donde tu padre llevó sus negocios, vivía yo; que de allí fue me ascendencia. Mirando, y entretenido en las galas y alborozo, procedía como mozo con hacienda y bien nacido. De amor hablaba y oía, y le trataba en confuso, mucho más porque era uso que porque yo le sentía. Vióte un día pasear junto al mar mi alma exenta --Fortuna que fue tormenta como todas las del mar.-- Allí luego amar te supo lo posible el pecho mío; que como estaba vacío, todo en él de una vez cupo. Díjete mi voluntad y acogístela piadosa; que a todo esto es poderosa la fuerza de una verdad. Lleguéme muy presto a ver en gracia tuya bien puesto; que un desdichado muy presto sube, si es para caer. Seis meses que allí estuviste te serví y, si fue mi trato de cortesía y recato, tú sola testigo fuiste. Llegó el día de volverte, y ésta pensé yo que fuera la desventura postrera que me ordenaba la muerte. Sentí el ver que te perdía y el mirar que te pesaba de manera que lloraba ambas penas, tuya y mía. Sentílo; pero en mis males procuré guardar la vida, sólo a la esperanza asida, tabla de tormentos tales. Consoléme con que al fin acá te vendría a buscar; mas era malo de hallar el medio para este fin. Hasta que tomé, en efeto, por ocasión de mi ausencia una afligida pensencia que dije pasó en secreto. Contésela a un deudo mío, no le diciendo con quién. Al fin, que lo tracé bien. No hay traza en un desvarío. Mi hacienda le encomendé y, con solo este crïado corrí, hasta que desmayado a tu posada llegué. Hasta aquí te he referido por despertar tu memoria; que, como pasada historia, la tendrás en el olvido. Lo que ha pasado después por mi vergüenza lo callo y, porque no hay que olvidallo, tiempo que tan nuevo es. NISEA: ¿Quieres que yo te lo cuente, que podré bien relatarlo? Y si te miento en contarlo, huye de mí eternamente. FLORENCIO: Déjate de ese cuidado; que se halla mi sentido, si dices verdad, corrido, y si mentira, agraviado. Lo que piden solamente estas mal dichas razones es al fin que me perdones esta venida imprudente. NISEA: Mi paciencia impertinente no puede más esperar. Déjame, Florencio, hablar si no quieres que reviente. FLORENCIO: Antes a tu autoridad sirvo; que al honor, de ayuda, quien no escucha al que va en duda, dé faltar a la verdad. NISEA: ¿Por puedes recelarte de que te engaño? Si fuera verdad si no te quisiera, ¿para qué había de engañarte? Florencio, ¿no consideras que, a no quererte yo bien, nada me estaba tan bien como que de aquí te fueras? FLORENCIO: Esa voluntad te deba, que dices, señora, creo y, pues yo no la pleiteo, no la recibas a prueba; que los simples labradores, los crïados de tu casa, dicen lo que en ella pasa y presumen tus amores. Tan dichosa en ellos [seas] que cumplan tu pensamiento y, para en su casamiento de que dulces nietos veas --que sí hará que es dichoso-- y tú a no menos aspiras; que yo sé que si le miras que le miras como a esposo. Y porque el bien que alcanzó en hora dichosa crezca, en quererteme parezca, pero en el perderte no. Él viene; quédate a Dios. NISEA: Ya que creerme no quieres, aguarda y cree lo que vieres en un día solo y dos. Espera, pára, y siquiera... FLORENCIO: Suelta; que burlas de mí. NISEA: Arsinda, ayúdame aquí. ARSINDA: Vuelve en ti, Florencio, espera. FLORENCIO: Enemiga, ¿qué me quieres? NISEA: ¿Yo enemiga tuya soy? FLORENCIO: Suéltame; que a morir voy si es que por matarme mueres. Él viene con tu crïado. Mira si le fue a llamar. NISEA: De él te puedes informar. FLORENCIO: Ya reviento de informado.
Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO, ARIADENO y ROBERTO
TREBACIO: ¿Qué es esto, español? PRÍNCIPE: Detente. ARSINDA: Quiere hacer un disparate. ARIADENO: Suéltale. ARSINDA: ¿Quieres que mate una intención inocente? PRÍNCIPE: ¿Con quién lo ha, Arsinda? ARSINDA: Con quien no le ha enojado jamás. NISEA: Y le quiere bien, que es más. ROBERTO: Español, reposo ten. FLORENCIO: ¿En qué más tenerle puedo? ¿Muevo la lengua o los pies? PRÍNCIPE: ¿No sabríamos lo que es? NISEA: No se vaya. ARSINDA: No hayas miedo. PRÍNCIPE: ¿Adónde ha de ir? ARSINDA: A buscar la muerte suya y ajena. PRÍNCIPE: ¿Qué ha sido? FLORENCIO: No te dé pena; que a nadie intento enojar; que de agradarte y servir es mi intención. PRÍNCIPE: No lo entiendo. ARIADENO: Alguno quiere ir siguiendo que a caza debió venir, y dice que sirve en ello y podría echar de ver que es mejor obedecer y no hacer más caso de ello. PRÍNCIPE: ¿Es esto? FLORENCIO: Pues, ¿que otra cosa puede ser? ROBERTO: No le impida hacer su oficio. PRÍNCIPE: En mi vida vi guarda tan cuidadosa. Con vigilancia tan fiel, ¿cuándo duermes? FLORENCIO: ¿Eso lloras? Y quien me ve a todas horas, ¿cuándo puede dormir él? ARIADENO: Como agora es nuevo en esto, en su cuidado no cesa; mas cuando se da más priesa, se vendrá a cansar más presto. ¿De qué sirve que él se arroje a servir bien y guardar si a los que vienen a hurtar hay acá quien los acoge? ARSINDA: ¿Quién hace tal? ARIADENO: Díganlo ellos. PRÍNCIPE: ¿Es esto verdad, señora? ARIADENO: ¿Ella no le tuvo agora porque no fuese tras ellos? PRÍNCIPE: Ello está muy bien reñido. ROBERTO: Tú, español, ¿en esto aquí y yo buscándote allí? NISEA: Mira si a buscar te ha ido. FLORENCIO: Sería para saber dónde estaba para oírme. NISEA: ¿Eso llegas a decirme? PRÍNCIPE: ¿Fuiste a lo que dije? A ver. FLORENCIO: No he podido; ya lo ves. Agora voy. NISEA: No harás tal. FLORENCIO: Fía que a nadie haré mal sino gusto. PRÍNCIPE: Anda, vé pues. NISEA: Déjenos aquí, señor. Eh, español, vente conmigo. PRÍNCIPE: Todos iremos contigo. NISEA: Dejarme será mejor. Y pues tengo sufrimiento para hacer callado ansí, viéndote a tal hora aquí estorbando mi contento, no apures más mi paciencia, sino déjame volver a mi casa por no ver tu enojosa impertinencia. PRÍNCIPE: Señora, ¿de qué te ofendes? ¿En qué te enojé jamás? ¿Aquese galardón das? Haz lo que de mi alma entiendes. ¿Eso mi voluntad labra? ¿Con aquese premio acierto por dormir en un desierto para hablarte una palabra? ¿Que con tanta crueldad luches? ¿Que tras tanto madrugar no pueda en la vida hallar un momento que me escuches? Escucha un poco mis quejas que poca ofensa te harán, pues al fin se quedarán en el aire, a quien las dejas. No es mucho que un rato ofrezcas a penas que tantas son. Quizá te harán compasión ya que no las agradezcas. NISEA: Hasme puesto en tanto aprieto que no poder más reviento y, pues perdí el sufrimiento, también perderé el respeto. Príncipe, yo soy honrada y el ser hija de mi padre basta para que me cuadre cualquiera prenda estimada. Tanto cuidado recibo de mi fama y de mi honor que por guïarle mejor en aqueste monte vivo. Ni de mis obras podrás esperarla, en mí has podido, pues nunca se ha conocido de ella un pesnamiento loco. Y esto tú lo di y lo jura. Públicamente di aquí. ¿Cuándo esperanza te di, en que fundes tu locura? ¿Cuándo te envié a llamar? ¿Cuándo supe tu venida? ¿Cuándo estuve agradecida a tu placer o pesar? ¿Qué orden viste de mí para que aquí te quedaras? Y para que madrugaras, ¿qué aviso, qué señal di? ¿Súpelo yo por ventura? Pues, ¿es cortés proceder inquietar [a] una mujer tan descuidada y segura? Pues tan ruin galardón das a mi cortesía mucha esto que escuchas escucha y más si porfías más. PRÍNCIPE: Justo es que el furor remates; que no es bien que mi paciencia te anime a que en la presencia de tantos tan mal me trates. NISEA: A mí me ha estado mejor hablar con publicidad porque sepan mi verdad los que dudan de mi honor. Entiéndalo el mundo entero porque yo mi opinión cobre; hasta este español pobre. Éste lo sepa el primero. Que llame infame recelo, pues, de haber venido a casa, viendo lo que en ella pasa, creerá que lo trae de suelo.
Sale SILENO
SILENO: A no hallarte en presencia de quien te hallo, alevoso español, tu vida infame el mísero fin viera entre mis manos. Con sangre pagarás la alevosía de sacarme a mi hija de mi casa de noche, con cautela y en mi ausencia. FLORENCIO: ¿Qué turbión de desdiochas en mí llueve? NISEA: ¿Qué es aquesto, español? FLORENCIO: El cielo entero que se cae sobre mí. ARIADENO: Mal informado vienes, Sileno. Lo que dices mira; que es honrada tu hija. No la afrentes. PRÍNCIPE: ¿Es verdad esto? FLORENCIO: Anoche en ese monte, después que en él te vi, hallé a la hija de ese hombre escondida entre unas ramas, huyendo, según dijo, de la fuerza que quisieron hacerle tus crïados. Recogíla y llevésela a [su] casa con el cuidado que él tener debía si supiera de honor, y agora viene a pagarme el trabajo de esta suerte; que soy en galardones desgraciado. PRÍNCIPE: ¿Cuál de vosotros tuvo culpa en esto? TREBACIO: ¿Tal puede sospecharse de nosotros? ARIADENO: Todo es burla, señor; que la muchacha se alborotó sin causa. Aquí Trebacio le dijo en burla alguna niñerías. Tomólo tan de veras que han parado en lo que ves. TREBACIO: Y yo. ARIADENO: Pues, ¿qué va en ello? Yo digo que burlando ha sido todo. PRÍNCIPE: Luego, ¿aqueste español verdad ha dicho y está sin culpa? ARIADENO: Como estás sin ella. SILENO: Yo sé que no se fuera la zagala. PRÍNCIPE: Basta, déjalo estar. La culpa es mía; por lo que debo gracias no dés quejas. NISEA: Mientras que se averigua lo que ha sido, estará preso el español. PRÍNCIPE: ¿No escuchas? ¿Si está sin culpa? Tu crueldad me espanta.
[FLORENCIO y NISEA hablan aparte]
FLORENCIO: (¿Tú, Nisea, contra mí? ¿Tú fiscal mío?) NISEA: (Temo que te me vayas.) ARSINDA: Mal lo miras. Está sin culpa y ¿préndesle? NISEA: No quiero que se nos vaya. SILENO: Lo seguro ordenas; más va en que el gusto suyo se ejecute. ¡Vaya preso! NISEA: Traédmele a la torre. PRÍNCIPE: Todos le llevaremos. NISEA: No, tampoco; que no es tanto el delito que requiera tantas guardas. Roberto y [Sileno]. SILENO: No se me irá a fe. PRÍNCIPE: Yo me atreve a replicarte. NISEA: Ven. ROBERTO: Si irás, yo fío FLORENCIO: (La prisión mía, y tuyos los delitos.)Aparte
Vanse NISEA, FLORENCIO, ROBERTO y SILENO
PRÍNCIPE: Bien gastada noche es ésta. Bien la ocasión he gozado. TREBACIO: A todos nos ha tocado buena parte de la fiesta. Pues ha querido Ariadeno acusarme sin razón. ARIADENO: Nadie tan sin ocasión culpara mi deseo bueno. Verdad y amistad profeso y en lo que dije, volví por la verdad y por ti. PRÍNCIPE: ¿El tiempo gastáis en eso? Parece que no habéis visto lo que aquí por mí pasó. ARIADENO: Sí vi, y cólera me dio tal que apenas la resisto. ¿Cómo tuviste paciencia para tantas libertades? PRÍNCIPE: Sufrílas por ser verdades a quien se debe obediencia. ARIADENO: ¿Verdades pudieran ser todas las que dijo aquí? PRÍNCIPE: Y todas pasan por mí, y bien echadas de ver; que nunca en este cuidado tratado mejor he sido, ni mejor correspondido. No diré que fui engañado. ARIADENO: Yo entendí que esto fingías por disimular conmigo favores de antes. PRÍNCIPE: No, amigo, no los he visto. ARIADENO: ¿Y porfías?
Vanse el PRÍNCIPE, [ARIADENO] y TREBACIO. Salen ARSINDA [y ARIADENO]
ARSINDA: Ariadeno, no se vio tal dicha. ARIADENO: Puedo creella; que es la mayor señal de ella el estar alegre yo. ¿Qué ha sido? ARSINDA: Florencio es ya de todos conocido. ARIADENO: Siempre lo tuve creído; que no hay secreto entre tres. ¿Quién lo conoció? ARSINDA: Florela, la hija de este villano que anoche le oyó. ARIADENO: Temprano esperó nuestra cautela. No tienes ya qué decirme; que ya sé cómo sería. Escondido le oiría. ARSINDA: Mayor mal tienes de oírme; que ya también sabe que está Florencio ansí porque quiere a Nisea. ARIADENO: Un loco espere lo que más sucederá. Si me conocen a mí y que al príncipe he engañado, entrando por su crïado, pago lo que no comí. Y aquesa labradorcilla, ¿a quién lo dijo? ARSINDA: A Nisea, como que otra su igual sea. ARIADENO: ¿En qué ocasión? ARSINDA: En reñilla porque la reprendió haber de casa salido. ARIADENO: ¿Halo Florencio sabido? ARSINDA: Nisea se lo riñó como que lo hubiera él parlado. ARIADENO: Eso no es locura. ARSINDA: Ya está de lo que es segura, mas el suceso es crüel. ARIADENO: ¿Y halo dicho a otra persona la muchacha? ARSINDA: No se sabe; mas en tal pecho, ¿qué cabe? ARIADENO: Hoy a todos lo pregona. ARSINDA: Nisea quedaba agora con su padre, dando traza de hacerle una amenaza porque calle. ARIADENO: Ansí lo dora. Persuadirla es destrüirlo; que un discurso y razón corta, cuando más vea que importa, menos estará en decirlo. ARSINDA: Voyme; que el príncipe viene y de él con venganza estoy; que por lo que pasó hoy queja de mí también tiene.
Vase [ARSINDA]. Salen el PRÍNCIPE y TREBACIO
PRÍNCIPE: ¿Esto ha de sufrir un hombre, no sólo de mi jaez sino el más bajo y soez que el mundho le vio sin nombre? Si esto venganza no pide, venganzas, ¿para qué son? ARIADENO: (Ciertos mis temores son.) Aparte TREBACIO: Con tu presencia lo mide. El mejor remedio es, y la venganza mayor, olvidar[la]. PRÍNCIPE: A mi furor consejos ya no me des. Heme de vengar si entiendo aventurar mi opinión. ARIADENO: Terrible resolución para quien lo está aquí oyendo. PRÍNCIPE: Ariadeno. ARIADENO: (¡Aquesto es hecho!) Aparte PRÍNCIPE: ¿Dónde ibas? ARIADENO: Como vi que hablabas allá, entendí que no era para mi pecho. PRÍNCIPE: No el tuyo solo, el de todos entenderá lo que trato. Hoy la paciencia remato. No hay ya de engañarme modos. ARIADENO: Pues, ¿quién te ha engañado? PRÍNCIPE: Yo; que me fié más de antojos que de lo que veían mis ojos. El deseo me engañó. Pero yo le pondré freno porque no me engañe más. ARIADENO: ¿Puedo saber lo que has? PRÍNCIPE: Sé que está de saber nuevo; parte mucha has visto y ves. ¿Qué más claro he de decirlo? Mejor será prevenirlo y derribarme a sus pies. ¡Si me hubieras visto, Ariadeno, cuál me ha tratado Nisea! ARIADENO: ¿Y eso es? PRÍNCIPE: ¿Qué quieres que sea mi mal sino ese veneno? ARIADENO: (Mas que revientes con él. Aparte En gentil yerro había dado si me hubiera anticipado a pedirle perdón de él.) PRÍNCIPE: Agora de aquí salía y yo, que acerté a encontrarla, volví para acompañarla con muy justa cortesía, y, sin hablar más que un muerto, de manera me trató que o es loca o lo soy yo, o entrambos, que es lo más cierto. ¡Y heme de vengar! ARIADENO: Di, cómo. PRÍNCIPE: No por armas, bien lo sé; pero camino hallaré según a pechos lo tomo. ¿Qué burla le haría yo como no fuese pesada? ARIADENO: Esa venganza me agrada. TREBACIO: Vengóse quien olvidó. ¿Qué mejor burla que hacer cuenta que jamás la viste? PRÍNCIPE: Es esa burla muy triste. Quiérala más de placer. ARIADENO: ¿Qué más de placer la quieres que huirte mucho de ella? Que ésta es siempre la centella que abrasa más las mujeres. PRÍNCIPE: Hemos de burlarla. Hallemos para ello alguna traza. O pongámosla una maza o una matraca le demos. ARIADENO: No sé yo qué buena sea ni con cuáles te acomodas. TREBACIO: ¿Quieres la mejor de todas? Pues, llámala, señor, fea. PRÍNCIPE: ¿Sabéis lo que yo quisiera? Verla querida de un hombre de vil raza y de un vil nombre, y entonces yo me riera. Quisiera ver lo que hacía viéndose tratada ansí la que me desdeña a mí. TREBACIO: Pues si ella no le quería, ¿qué venganza fuera ésa? PRÍNCIPE: No fuera venganza poca porque se volviera loca, pues de esto agora le pesa. ARIADENO: ¿Qué traza? ¡Cuerpo de tal! TREBACIO: Y aun quizá le quería. ARIADENO: Aguarda. Encargémoslo a esta guarda que no ha de hacerlo muy mal. Tiene industria y, si tú quieres, yo haré que amores la diga y que la burla prosiga hasta el tiempo que quisieres. PRÍNCIPE: Pues, ¿osara? ARIADENO: Arrojaráse entre millanzas por mí, y más si sabe que a ti te sirve. PRÍNCIPE: Pues de hoy no pase sin que la traza esté urdida. Luego que a entender se asome no habrá leño que no tome de sus espaldas medida. ARIADENO: Del otro no son, ¿qué importa? TREBACIO: Despídenle el primer día y queda la burla fría. ARIADENO: Pues no la hagamos tan corta. Digamos que es caballero y que está de España hüido. Disfrazado y escondido esté en hábito grosero porque a un hombre principal dio la muerte en desafío. PRÍNCIPE: Ya de la burla me río. El mundo no la vio tal. ARIADENO: Dirás tú que le conoces y alabarásle en extremo. TREBACIO: Que es pesada burla temo. PRÍNCIPE: Daré en su alabanza voces. ¿Él sabrá fingir? ARIADENO: Muy bien. Es la pieza más extraña que en esto ha tenido España. PRÍNCIPE: A que le busquemos ven. ARIADENO: El amo con quien yo vine diremos que es, y que huía porque una muerte hecho había. PRÍNCIPE: ¿Y el nombre? TREBACIO: (El diablo lo atine.) Aparte ARIADENO: Florencio, y fue de Valencia. ¿Ya no te conté su historia? PRÍNCIPE: Sí; ya vuelvo a la memoria todo el suceso y pendencia; pero saben ya que es muerto. ARIADENO: ¿Cuál de ellos muerto le vio? Diremos que lo fingió por estar ansí encubierto. No hay más en qué reparar. Busquémosle luego al punto; he aquí que está todo junto y, al fin, ¿en qué ha de parar? PRÍNCIPE: ¡Qué buen día en él espero! ¡Qué rato que la he de dar! ARIADENO: Ya comienzo a publicar que la guarda es caballero. TREBACIO: Y, ¿si él no quiere después? ARIADENO: Eso quede por mi cuenta. PRÍNCIPE: Lo trazado me contenta. ..................... [-és]. ARIADENO: Voy a traértelo aquí dándole la traza y medio. PRÍNCIPE: Ve. ARIADENO: (No ha sido mal remedio Aparte éste de lo que temí.)
Vase ARIADENO. Sale LEUCATO
LEUCATO: ¿No es hora ya de salir a holgarte? PRÍNCIPE: Nueva holgura me ha trazado mi ventura. LEUCATO: Merézcatelo yo oír? PRÍNCIPE: El hombre que he deseado más ver en aquesta vida [halla] en tu casa acogida; que mis gustos han hallado. LEUCATO: Mil veces dichosa ella si a servirte acierta en algo. PRÍNCIPE: Ninguna vez a ella salgo que no lleve un placer de ella. LEUCATO: Y agora en ella, ¿qué hallaste? PRÍNCIPE: Un amigo deseado. LEUCATO: Si amigo en ella has hallado, con ocasión me la honraste. ¿Dónde está, para que yo le sirva? PRÍNCIPE: En el monte está. Digámoslo claro ya pues el disfraz se acabó. Leucato, aqueste español, que guarda el monte en vil traje, en las obras y linaje envidia su luz el sol. Es un valenciano noble, de aquel reino gloria ilustre, rico en casa, en sangre ilustre, y en valor y obras al doble. Por una extraña desgracia, --que dicha fue para mí-- huyendo se vino aquí a valerse de mi gracia. Mató a un hombre principal cuya venganza tocaba a otro, que le buscaba con enemistad mortal, y porque no le matara con traiciones, le he tenido de esa manera escondido sin que aun de ti me fïara. Nueva acaba de tener de que el contrario murió y ya el perdón alcanzó. ¡Nueva de mucho placer! TREBACIO: (¿Hase visto tal locura Aparte como ésta en que da mi amo?) LEUCATO: Dichoso otra vez me llamo con esta nueva ventura; que un hombre cual dicho has, en sangre, hacienda y valor, y a quien haces tú favor, que en él para mí es lo más, le esconda esa escasa sombra siendo tan pequeña ella; mas como vienes a ella, pudo esconderse a tu sombra. Aunque me puedes creer que mil veces he querido decir que era bien nacido. PRÍNCIPE: Echábase en él de ver.
[El PRÍNCIPE habla aparte a TREBACIO]
(No se va poniendo mal nuestra traza.) TREBACIO: (Bien se guía.) PRÍNCIPE: (No es bueno decir que había visto que era principal.) LEUCATO: ¿Qué ésta ha sido la ocasión que tanto aquí te traía? PRÍNCIPE: Acertarla no podía. Téngole mucha afición. LEUCATO: Pues agora, ¿dónde es ido? PRÍNCIPE: Ariadeno fue por él. LEUCATO: ¿Que aún no has hablado con él después que eso seha sabido? PRÍNCIPE: No le he visto. LEUCATO: De placer le son las nuevas que sabes.
Sale FLORELA
FLORELA: Aunque de matarme acabes, el mundo lo ha de saber, Leucato, a la guarda infiel de ese monte voluntad más que no necesidad le traen velando en él. Advertirte de ello quiero aunque la vida me cueste. No es pobre aqueste soldado sino rico caballero. Florencio es su nombre. Advierte a su intención mal sencilla; que español y que se humilla ninguna honra quiere hacerte.
Vase FLORELA
LEUCATO: Espera, rapaza, espera. TREBACIO: Huyendo va como el viento. PRÍNCIPE: En villano pensamiento nunca hay sencillez entera. ¿Hay malicia semejante? A no conocerle yo, buen testigo en ésta halló. LEUCATO: ¡Discursos de una ignorante! Pero pésame que corra esta opinión, aunque falsa; que este decir mal es salsa que a muchos de pan ahorra; pues al sabor de ella, alguno ajenas honras se come. PRÍNCIPE: No habrá quien a mal lo tome pues no lo ignora ninguno.
[Habla TREBACIO aparte al PRÍNCIPE]
TREBACIO: (Pues aquésta, ¿adónde estuvo que vino a saber aquesto?) PRÍNCIPE: (¿No te ríes de cuán presto tanto la mentira anduvo? Que a bocas de niños llega; pero a todos, malo o bueno, se lo contara Ariadeno.) TREBACIO: (¡Qué presto un error se pega!) PRÍNCIPE: (A no saber yo el concierto, según lo dijo con traza y de veras la rapza, tuviéralo yo por cierto.) TREBACIO: (Del concierto fui también y por creérselo he estado.) PRÍNCIPE: (¿Cómo se había publicado que a Nisea quiere bien?) TREBACIO: (Ariadeno lo dirá.) PRÍNCIPE: (Pues, en publicarlo erró; que así la burla atajó.) TREBACIO: (Alguna ocasión tendrá.)
Salen FLORENCIO y ARIADENO
PRÍNCIPE: Florencio mío, ¿es posible que con voz entera puedo decir tu nombre sin miedo? FLORENCIO: ¿Qué hay a tu fuerza imposible? Cuando tienes más testigos, tu voz me asegura más pues las que en mi favor das ausentan mis enemigos. Dame la mano, señor, adonde mi amparo vive. PRÍNCIPE: El pecho, amigo, recibe, adonde vive tu amor. Sea muy enhorabuena el fin de este tu destierro aunque me parece yerro dar parabién de mi pena; que al fin, por la lbiertad me querrás dejar a mí. FLORENCIO: ¿Cómo, si ella vive en ti, y en mi pecho la lealtad? Temer yerro de mí puedes; que a ser fugitivo baste el esclavo que compraste con tan insignes mercedes. PRÍNCIPE: Ya te habrá dicho Ariadeno la nueva que hemos tenido. FLORENCIO: Todo me lo ha referido. PRÍNCIPE: Suceso ha sido muy bueno. FLORENCIO: Como guïado por ti. PRÍNCIPE: Tu vida un siglo posea, y para servirte sea cuanto me cupiere a mí; que en este oficio deseo mil, veces aventuralla. TREBACIO: Bien finge el bellaco. PRÍNCIPE: Calla; que lo escucho y no lo creo. FLORENCIO: Deja que las manos bese a quien mi remedio ha sido, y cuyo pan he comido. PRÍNCIPE: Debido respeto es ése. FLORENCIO: Pues da el príncipe licencia, dame, como a tu crïado, la mano. LEUCATO: Ya te ha bastado mirar que tengo paciencia para que afrenta tan grande a mi casa se haya hecho. Como que en ella tal pecho tan mal ocupado ande, basta que no he conocido en esa humildad estés sin proseguirla después que tu valor he sabido. FLORENCIO: Si el nombre de tu crïado has de quitarme, no quiero que se crea el mensajero que nuevas de mí te ha dado. Tu monte quiero guardar en el traje que me estoy. LEUCATO: Servir sabes desde hoy, sabe desde hoy mandar; que como supe mandarte, sabré servirte también.
El PRÍNCIPE habla aparte con ARIADENO
PRÍNCIPE: (El hombre lo hace bien.) ARIADENO: (Ya comienzas a espantarte. Adelante; si vivimos, quiero, señor, que lo veas, cuando por ti misma creas que es verdad lo que fingimos.) PRÍNCIPE: (Casi por creerlo estoy. Mas dime...¿cómo tan presto se ha publicado ya esto?) ARIADENO: (Porque quien lo guía soy. ¿A quién lo has oído aquí?) PRÍNCIPE: Vino agora una rapaza y, como si nuestra traza te oyera, cómo la di. Ansí dijo que este hombre es caballero, y también que quiere a Nisea bien, y no sé sé dijo el nombre.) ARIADENO: (La culpa de esto es mía pero de ella no te pese; que el cierto camino es ése por dó mi traza se guía. Esa muchacha es el gusto de Nisea, y quien la parla cuanto hay, y quise informarla de todo eso muy al justo porque lo diga a Nisea y comience la maraña.) PRÍNCIPE: (Si el viejo se desengaña de que a su hija desea, no se recatará de él y da la burla en el lodo.) ARIADENO: (Antes por aquese modo aprieta más el cordel.)
El PRÍNCIPE habla aparte con FLORENCIO
PRÍNCIPE: (¿Hate dicho mi intención Ariadeno?) FLORENCIO: (Ya la sé. Sin cuidado, señor, ve y déjame en la ocasión; que o me quiera bien Nisea o me aborreceré yo.) PRÍNCIPE: (El principio te fió.) FLORENCIO: (Pues deja que el fin se vea; que a quien está más seguro le ha de caber de mi engaño la parte mayor del daño.) PRÍNCIPE: (Pues esa fiesta procuro.) FLORENCIO: (Sí verás, o podré poco.)
El PRÍNCIPE habla aparte con ARIADENO
ARIADENO: (¿Qué dices de mi ahijado?) PRÍNCIPE: (Dígote que va extremado.) ARIADENO: (Tiene de volverte loco.)
Sale NISEA
NISEA: ¡Qué inadvertida he salido! ¿Que se está aquí? LEUCATO: Nisea, llega. ¿De qué huyes? NISEA: Creí, ciega, que el príncipe era ya ido. PRÍNCIPE: Por mí no os arrepintáis de entrar; que ya yo me voy si de pesadumbre soy. LEUCATO: Mal su intención acertáis. No pesadumbre, respeto es el que la hacía volver. Ansí ha llegado a saber el fin de nuestro secreto y que en el monte ha guardado. ARIADENO: Ya la avisé. NISEA: Helo sabido. Muy para bien hayan sido la nuevas que hoy os han dado; que a tenerlas esta casa de vuestro valor y prendas, debiera menos enmiendas su demostración escasa. FLORENCIO: Mi nueva, aunque de alegría, un gran pesar me ha causado; que es dejarme despojado del oficio en que os servía; que aunque en la casa es pequeño, tengo por más honra y fiesta ser guarda del monte en ésta que ser en las otras dueño. Mas fïad que eternos queden mis servicios si es verdad que los de la voluntad servicios llamarse pueden
[ARIADENO habla aparte con TREBACIO, FLORENCIO y el PRÍNCIPE]
ARIADENO: (¿Qué te parece?) TREBACIO: (Yo fío que él salga con su intención) PRÍNCIPE: (¿Hay tal disimulación?) TREBACIO: (No sé cómo no me río.) PRÍNCIPE: (Di más; que andas extremado.) ARIADENO: (Eso prosigue.) FLORENCIO: (Es muy presto. Yo te diré tanto de esto que te parezca sobrado.) NISEA: Si os reís de habernos hecho este engaño, creed de mí que entre ese sayal os vi siempre el brocado del pecho. FLORENCIO: Dichoso yo si ansí es. PRÍNCIPE: (Diz que ya le conocía.) ARIADENO: (Calla, que harás que me ría. La risa será después.) LEUCATO: En fin, señor, ¿quieres irte? PRÍNCIPE: Esme forzoso. LEUCATO: Siquiera por el huésped justo fuera de esta posada servirte. PRÍNCIPE: Pues no quedo, fïar puedes que no es posible. TREBACIO: ¿No adviertes cómo comienza hacer suertes? PRÍNCIPE: Con Florencio es bien te quedes, Ariadeno. ARIADENO: Harélo ansí. PRÍNCIPE: Florencio, adiós. FLORENCIO: ¿Que te vas? PRÍNCIPE: Cierto de que no podrás echarme menos a mí. Mañana te irás allá. LEUCATO: No nos le lleves tan presto. PRÍNCIPE: Adiós, amigos. ¿Qué es esto? No saldrás por tu fe acá. PRÍNCIPE: Téngote de acompañar hasta que del monte salgas. Guarda soy. PRÍNCIPE: Aunque te valgas; de eso, no ha de aprovechar. FLORENCIO: Si de eso te sirves, callo. PRÍNCIPE: Nisea, adiós. NISEA: Él te guarde. PRÍNCIPE: ¿Qué hora será? TREBACIO: No es tarde. PRÍNCIPE: Do vas, pondréte a caballo.
Vanse el PRÍNCIPE, LEUCATO y TREBACIO
ARIADENO: ¿Qué os parece del socorro? FLORENCIO: Como de tu ingenio ha sido; mas mucho habemos perdido. ARIADENO: Harta molestia os ahorro; que si yo no os previniera lo que parló la villana, ¿Dó estuviéramos mañana? NISEA: Notable desgracia fuera. FLORENCIO: Mucho pierdo en la ocasión que aquí de verte tenía. ARIADENO: De acabarse al fin había. Tomemos resolución. Leucato sabe quién eres. El príncipe, aunque engañado, te tiene tan abonado que tendrás cuanto pidieres. FLORENCIO: Pido a Nisea. ¿Qué hará el príncipe si lo sabe? NISEA: Como ello una vez se acaba, poco estotro importará. FLORENCIO: Si primero le da cuenta tu padre, como está claro, nos perdemos sin reparo. ARIADENO: Pues algún camino intenta; que aquesta nuestra primera no puede mucho durar; que si amas, no has de esperar a que Nisea te quiera. Ya se puede deshacer. NISEA: ¡Que en el corazón de un [noble] quepa un engaño tan doble! ARIADENO: Él le habrá de conocer. No me espanto que has andado asperísima con él, y ha sido yerro crüel. NISEA: ¿Quién este yerro ha causado sino Florencio, que aun hoy no está de mí satisfecho? FLORENCIO: La Fortuna es quien lo ha hecho, de quien enemigo soy si no es que crees todavía que yo mi historia conté a Florela. NISEA: Déjame. Creo que es desgracia mía. Mi padre vuelve ya. Vete. ARIADENO: Recato importa tener. FLORENCIO: Paciencia.
Vanse FLORENCIO y ARIADENO. Salen LEUCATO y ROBERTO
LEUCATO: Debe de ser el príncipe su alcahuete; que, según muestra quererle mas que eso haría por él. ROBERTO: Queja puede tener de él LEUCATO: Yo sabré ya conocerle. ROBERTO: Bien sé yo que no venía a caza el príncipe aquí pero siempre presumí que a Nisea bien quería. Mas agora echo de ver que venía a ser tercero de otro. LEUCATO: De enojo muero. Roberto, ¿qué puedo hacer? ROBERTO: Según lo que encarece el príncipe, muy a cuento te venía el casamiento. LEUCATO: Sí, per no me lo ofrece. Si eso fuera su intención, ¿el príncipe no pudiera tratarlo de otra manera? Sin duda aquesta es traición. NISEA: (¿Qué puede ser el secreto Aparte en que tan ciegos están que mirando no me han?) LEUCATO: Que he de vengarme prometo. ¿Y, que has oído decir que ya Nisea sabía quién era? ROBERTO: Así se decía. Nada te debo encubrir. Y diz que por la ventana de noche con él hablaba. LEUCATO: La paciencia se me acaba. ¡Oiga, tan flaca y liviana! ROBERTO: Lo que yo he considerado es, que no la vi salir a caza nunca sin ir el español a su lado. Bien puede ser presunción ruín, mas la autoridad tanto como la verdad daña la falsa opinión. LEUCATO: Pues pienso volver por mí. Primero averiguaré si culpada mi hija fue. ROBERTO: Paso, señor, que está aquí. NISEA: (Que no he podido entender Aparte palabra aunque más he hecho. Que ya me ha visto, sospecho. No sé qué medio tener. LEUCATO: ¿Nisea? NISEA: Señor. LEUCATO: Escucha. Bien puedo yo de tu seso aconsejarme. NISEA: Confieso que la prudencia no es mucha; mas el buen deseo hará que acierte. LEUCATO: De él estoy cierto. No te desvíes, Roberto pues que lo más sabes ya. El príncipe te me pide para ese forastero aunque confesarte quiero que con mi intención se mide; porque tras la relación que el príncipe de él ha hecho, estoy yo muy satisfecho de sus prendas y opinión; porque estando yo en su tierra, oí esto mismo de él. Sólo dudo de si es él. Este temor me hace guerra; que en Florencio, el de Valencia, hay las partes que contó el príncipe, sélo yo. En eso no hay diferencia. Mas, ¿qué sé yo si éste es Florencio o algún perdido que con su nombre ha venido a la pretensión que ves? De este solo me recelo; que a estar esta verdad clara esta noche te casar. NISEA: Muy prudente es tu recelo, y por no cansarte en él, puedes no tratar más de ello. LEUCATO: No es caso para tenello en poco. NISEA: Ríete de él. ¿Tanta priesa te doy yo en casarme? LEUCATO: No está en eso sin en ser éste un suceso, el mejor que se pensó. Si, como digo, es verdad que éste es Florencio. NISEA: No puedo yo asegurar a tu miedo; que sería liviandad. El recato nunca daña; mas yo no puedo pensar que te había de engañar el príncipe. LEUCATO: ¿Y si él le engaña? NISEA: Afirma con evidencia conocerle, y me parece que la memoria me ofrece que es el que yo vi en Valencia; que allá bien le conocía aunque en traje diferente, y andar descuidadamente. Olvidada me tenía. LEUCATO: ¡Notable ventura fuera conocerle tú! NISEA: ¿Qué digo? Que pudiera ser testigo si a mal no se me tuviera; mas no está a doncellas bien abonar a quien las pide.
ROBERTO habla aparte con LEUCATO
ROBERTO: (Si uno con otro se mide, por probado el hecho tengo.) LEUCATO: (¿Qué mayor indicio quieres de que es cómplice en el trato? No sé cómo no la mato pues yo ya de rabia muero.) ROBERTO: (Mejor es disimular. No alborotemos la [caza].) NISEA: (Si esta dicha se me traza, ¿qué tengo que desear?) LEUCATO: No hay de qué informarme más. Con esto el proceso sello; que, pues me va tanto en ello, sé que no me engañarás. Lo que conviene es que calles. NISEA: ¿Había yo de hablar en esto? LEUCATO: Vete adentro; que muy presto haré que marido halles. NISEA: Hija humilde tuya soy. (Mi gusto ha echado de ver. Aparte ¡Qué mal se encubre en placer!)
Vase [NISEA]
LEUCATO: De todo informado estoy. Ésta le conoce y trata. Demasiada es la paciencia que [he] tenido en su presencia. Tal infame y, ¿no le mata? ROBERTO: No se remedia con eso tu pasión. LEUCATO: Por eso espero, en medio que intentar quiero sea cuál fuere el suceso. Florencio se ha de casar luego o morir a mis manos. ROBERTO: Mira los medios más sanos que a eso puedes hallar. Habla al príncipe primero. LEUCATO: Ausentaráse el traidor y padecerá mi honor si a cumplimientos espero. ROBERTO: ¿No ves que podrá quejarse el príncipe? LEUCATO: También yo, pues es el que me engañó. Mi honor tiene de cobrarse venga después lo que venga. ROBERTO: Míralo primero. LEUCATO: El seso me harás perder. ROBERTO: El suceso que yo te deseo venga.
Salen ARSINDA y FLORELA
FLORELA: Si ya mi desventura no es tan grande que a la clemencia los caminos cierra; si queda algún amparo más que ande la flaca mocedad que una vez yerra; tu pecho noble mi desdicha ablande y si humana piedad en ti se encierra, muéstralo agora en amparar mi vida hasta del mismo padre perseguida. Bien conozco que parte te ha tocado no pequeña de aqueste yerro mío; mas por esto será más estimado. En el valor de tu clemencia fío. ARSINDA: ¡Oh, loca, en cuántos miedos y cuidados nos tiene tu pesado desvarío! ¡Cuántos seguros ánimos alteras! FLORELA: A no ser esto, en perdonar, ¿qué hicieras?
Sale SILENO
SILENO: Oye, Arsinda, gran mal nos amenaza. ¿Aquí estás? ¡Fin amargo de mis años! ¿Cómo mi furia no te despedaza, autora miserable de mis daños? FLORELA: ¡Ampárame, señora! ¡A él te abraza! SILENO: No tendrás lengua para más engaños. ARSINDA: Tente, Sileno, y el furor reporta. SILENO: ¡Mataréla! ARSINDA: El daño hecho, ¿qué importa? SILENO: Para que no haga más. ARSINDA: Después de aquéste, mas, ¿qué haga más? SILENO: Saldrále aquéste caro. No es bien que via semejante peste. FLORELA: Mira, señora, que de ti me amparo. ARSINDA: Paso, que no es lugar para eso este. Dime, ¿qué ha habido? SILENO: Ya te lo declaro. En este sentimiento que en mí miras hoy llueve el cielo en este monte iras. ARSINDA: Acaba de decirlo. SILENO: Sólo digo que al español le tienen encerrado y un clérigo allá dentro; yo testigo. Mirad de esto que puedo haber pensado. Ariadeno, que crïado le es y amigo, partió, como es razón, alborotado a dar cuenta al príncipe. ARSINDA: ¡Mal triste! ......................... [-iste].
Sale ROBERTO
ROBERTO: Siempre vi en la vida toda de un daño nacer un bien. ¿No le das el parabién a Nisea de su boda? ARSINDA: Diferente nueva es ésta si no lo dice al revés. Dinos, Roberto, lo que es. ROBERTO: Id a celebrar la fiesta que está Nisea casada. SILENO: Eso, ¿qué camino lleva? ARSINDA: De la una a la otra nueva no va a decir sino nada. ¿Búrlaste? SILENO: Ya lo imagino. ARSINDA: ¿Con quién es el casamiento? ROBERTO: Con Florencio, más contento que jamás vencedor vino. ARSINDA: Dime de veras, ¿qué está casada? ROBERTO: Así lo estuvieras, que tú la dichosa fueras. FLORELA: Con esto estoy libre ya. SILENO: Para eso debía de ser el clérigo que vi entrar y pensé que a confesar le iba. ROBERTO: Buen parecer. Vamos a regocijar la fiesta. ARSINDA: Si no lo veo, te digo que no lo creo. ROBERTO: Pues vente a desengañar.
Salen el PRÍNCIPE, TREBACIO y ARIADENO
ARIADENO: A Dios ruego que no hayamos tardado. PRÍNCIPE: Más no he podido. Con harta piesa he corrido. TREBACIO: Roberto está aquí. PRÍNCIPE: Veamos. Roberto, ¿qué hay por acá? ROBERTO: ¿Tanto ha que estás ausente que me mandas que te cuente novedades? PRÍNCIPE: ¿Haylas ya? TREBACIO: Ya lo debe de saber. Los mejor es confesar. PRÍNCIPE: Mucho dices en callar. TREBACIO: Sin duda debe de ser. ROBERTO: Leucato sabe, por cierto, que el español ha tratado mal su casa, y ha trazado cómo cobrar su honor muerto. Supo que quería huir y, por no quedar perdido, diólo a su hija por marido. ARIADENO: ¡Aun eso es ya de sufrir! PRÍNCIPE: ¿Qué dices? ROBERTO: Que lo ha casado con su hija. PRÍNCIPE: ¿Con su hija [ya]? ROBERTO: Hecho el desposorio está. ARIADENO: Agora estás bien vengado. TREBACIO: Demasiada burla es. Nunca me agradó este enredo. ARIADENO: A mayor mal tuve miedo. De esto enojado no estés. Que pues él se lo ha querido, él se lo tenga por cuenta. ¿No te dio? Sufra la afrenta de lo que le ha sucedido. PRÍNCIPE: Pues, ¿cómo tú le dijiste que le querían matar? ARIADENO: Vile, señor, encerrar y temí. ROBERTO: Ocasión tuviste. Todos salen acá fuera. Mira si verdad te digo y si ya lo traen consigo. PRÍNCIPE: ¿Quién tal suceso entendiera?
Salen LEUCATO, FLORENCIO y NISEA
LEUCATO: Iré a la ciudad a dar cuenta al príncipe de todo; que, como le diga el modo, no le tiene de pesar. FLORENCIO: Vesle aquí. LEUCATO: ¿En todas mis dichas tienes de hallarte, señor? PRÍNCIPE: Pero hoy dirás mejor que me hallé en tus desdichas. ¿Qué disparate es aquéste? LEUCATO: Como me des atención, aprobarás mi razón. PRÍNCIPE: ¿Es hecho de cuerdo éste? ¿A hombre no conocido das tu hija? LEUCATO: Sí lo es, y muy abonado, pues, por su fiador has salido. PRÍNCIPE: ¿Díje te yo que le dieras a tu hija? LEUCATO: Aqueso no. PRÍNCIPE: ¿Y es bien lo supiera yo? LEUCATO: Bien fuera que lo supieras si pudiera asegurarme de ocasiones que temí y, pues me culpas ansí, razón será de escucharme. Príncipe, yo sé por cierto que no ha Florencio venido por ocasión que haya habido de delito u hombre muerto. Mi hija vino a buscar a quien miró desde España y, príncipe, aquél que engaña aquél se debe culpar. Yo sé que la hablaba aquí y que ella también le hablaba y ausentarse [deseaba] después que [lo] conocí. Por asegurar mi honor, como has visto, [la] casé. La honra ya la cobré; la vida, aquí está, señor. PRÍNCIPE: ¿Y fuera justo pedirme licencia? LEUCATO: Muy justo fuera si cuando no se me diera, quedara mi opinión firme. Si de dármla tenías, agora la puedes dar; y habíala de matar si no me la concedías. Si me la das, haré cuenta que hecho con ella fue, y si no, que la maté en venganza de mi afrenta y que castigar convino mi delito de este modo. ¿Echarás de ver que todo viene a salir a un camino? PRÍNCIPE: ¿Qué castigo te he de dar si ya tienes el mayor que tuvo jamás error? ¿Honra deseas cobrar, y tu hija a un hombre das el más bajo y abatido en la tierra [conocido]? FLORENCIO: Honra a quien honra das. Tiene tu engaño razón y no me ofendo con eso. PRÍNCIPE: Harásme perder el seso. ARIADENO: (Cada uno tiene razón.) Aparte PRÍNCIPE: Dime tú, español, ¿por qué hiciste yerro tan grande? FLORENCIO: ¿Qué hago que no me mande vuestro gusto? Yo, ¿en qué erré? Tú me hiciste comenzar todo el suceso que ves, bueno o malo. Acá después por fuerza me haces casar. ¿Qué culpa tengo? PRÍNCIPE: ¿No fuera justo decir luego allí quién eres? FLORENCIO: Ya yo les di de quién soy noticia entera. PRÍNCIPE: ¿Y te casan con todo eso? LEUCATO: Y pienso que le honro poco. PRÍNCIPE: Dime, Leucato, ¿estás loco? ARIADENO: (Acabe en bien el suceso.) Aparte PRÍNCIPE: Di en mi presencia quién eres. FLORENCIO: Florencio digo que soy. PRÍNCIPE: De burlas cansado estoy. ¡Dilo, acaba! FLORENCIO: ¿Qué más quieres? Tú mismo dicho lo has. Soy el mismo que dijiste. PRÍNCIPE: Como quien eres hiciste; pero tú lo pagarás. Ariadeno, di aquí luego. Aqueste hombre, ¿quién es? ARIADENO: (Agora llega mi mes.) Aparte PRÍNCIPE: Estáte con más sosiego. ARIADENO: El marido de Nisea le podemos ya llamar. PRÍNCIPE: ¿Estoy muy para burlar? ARIADENO: Pues, ¿quién quieres tú que sea? PRÍNCIPE: Di lo que sabes. ARIADENO: Yo sé que es Florencio, un caballero de más honra que dinero. PRÍNCIPE: Mira que me enojaré. Dilo. ARIADENO: ¿Quieres que lo jure? Jurarélo en un misal. LEUCATO: Creo que no apura mal lo que es razón que se apure. Mi hija y Arsinda y [todo] le conocen, y es ansí. ARSINDA: Conózcole como a mí. Todo pasa de ese modo. PRÍNCIPE: Trebacio, dime, ¿estoy loco? ¿Qué es aquesto? TREBACIO: Aquesto es lo mismo, señor, que ves. FLORENCIO: Aquí aparte escucha un poco.
Hablan aparte FLORENCIO y el PRÍNCIPE
(Yo soy Florencio, señor, que a Nisea quiero bien; si no, estas locuras den testimonio de mi amor. Por ella vine y he estado en el traje que me ves, y todo lo que ya es ha por mi vida pasado. Mandásteme que tomase mi nombre mismo, y toméle. Para conmigo calléle porque el bien no me quitase. Aquí Leucato me casa por fuerza. ¿Qué hacer podía si el bien que yo más quería me meten por fuerza en casa? Ésta es la verdad; si de ella en ti queda alguno, empieza. Aquí tengo mi cabeza y acábese tu querella.) PRÍNCIPE: (¿Sabe Nisea que yo la trataba de burlar?) FLORENCIO: (Ni aun de poderlo contar lugar el tiempo me dio.) PRÍNCIPE: Llama a Ariadeno. FLORENCIO: ¡Ariadeno! ARIADENO: (Yo lo habré de pagar todo.) Aparte Ya yo, señor, me acomodo con cualquier castigo bueno, pero advierte que he pecado en servicio de mi amo. PRÍNCIPE: No para eso te llamo; que soy solo yo el culpado. ¿Prometéisme de callar mi yerro? ARIADENO: Sí prometemos. PRÍNCIPE: Pues en amistad quedemos; que yo lo quiero enmendar. Leucato, he querido darte este susto en penitencia de no pedirme licencia y aquí tu yerro afrentarte; pero, visto tu buen celo, es bien que perdón recibas. LEUCATO: ¡Venturosos años vivas! FLORENCIO: ¡Mil siglos te guarde el cielo! PRÍNCIPE: Muchos años os gocéis. Señora, con la alegría que os asegura este día el autor de ella seréis. NISEA: Porque por vos he venido a los bienes que poseo, tengáis los que yo deseo. PRÍNCIPE: No es muy seguro el partido. Gocen su vida dichosa. LEUCATO: Tiempo tendán harto luego. FLORENCIO: De este fin nace el sosiego de la guarda cuidadosa.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002