Texto basado en varios textos tempranos de LOS EMPEÑOS DE UNA CASA. Fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1986. La base textual de esta edición moderna es de Francisco Monterde (Mexico: Porrua, 1969). No hay mención en ésta de ediciones tempranas.
Personas que hablan en ella:
Sale la MÚSICA
MÚSICA: Para celebrar cuál es de las dichas la mayor, a la ingeniosa palestra convoca a todos mi voz. ¡Venid al pregón: atención, silencio, atención, atención! Siendo el asunto, a quién puede atribuírse mejor, si al gusto de la Fineza, o del Mérito al sudor, ¡venid todos, venid, venid al pregón de la más ingeniosa, lucida cuestión! ¡Atención, silencio, atención, atención!
Salen el MÉRITO y la DILIGENCIA, por un lado; y por otro la FORTUNA y el ACASO
MÉRITO: Yo vengo al pregón; mas juzgo que es superflua la cuestión. FORTUNA: Yo, que tanta razón llevo, a vencer, no a lidiar voy. ACASO: Yo no vengo a disputar lo que puedo darme yo. MÚSICA: ¡Venid todos, venid, venid al pregón de la más ingeniosa, lucida cuestión! ¡Atención, silencio, atención, atención! MÉRITO: Sonoro acento que llamas; pause tu canora voz. Pues si el asunto es, cuál sea de las dichas la mayor, y a quién debe atribuírse después su consecución, punto que determinado por la natural razón está ya, y aun sentenciado --como se debe-- a favor del Mérito, ¿para qué es ponerlo en opinión? DILIGENCIA: Bien has dicho. Y pues lo eres tú, y yo parte tuya soy, que la Diligencia siempre al Mérito acompañó; pues aunque Mérito seas, si no te acompaño yo, llegas hasta merecer, pero hasta conseguir, no --que Mérito a quien, de omiso, la Diligencia faltó, se queda con el afán, y no alcanza el galardón--; pero supuesto que agora estamos juntos los dos, pues el Mérito eres tú y la Diligencia yo, no hay que temer competencias de Fortuna. FORTUNA: ¿Cómo no, pues vosotros estrechar queréis mi jurisdicción; mayormente cuando traigo al Acaso en mi favor? MÉRITO: ¿Pues al Mérito hacer puede la Fortuna, oposición? FORTUNA: Sí; pues ¿cuándo la Fortuna al Mérito no venció? DILIGENCIA: Cuando al Mérito le asiste la Diligencia. ACASO: ¡Qué error! Pues a impedir un Acaso, ¿qué Diligencia bastó? DILIGENCIA: Muchas veces hemos visto que puede la prevención quitar el daño al Acaso. ACASO: Si se hace regulación, las más veces llega cuando ya el Acaso sucedió. MÉRITO: Fortuna, llevar no puedo, que quiera tu sinrazón quitarme a mí de la Dicha la corona y el blasón. Ven acá. ¿Quién eres para oponerte a mi valor, más que una deidad mentida que la indignación formó? Pues cuando en mi tribunal los privo de todo honor, se van a ti los indignos en grado de apelación. ¿Eres tú más que un efugio del interés y el favor, y una razón que se da por obrar la sinrazón? ¿No eres tú del desconcierto un mal regido reloj, que si quiere da las veinte al tiempo de dar las dos? ¿No eres tú de tus alumnos la más fatal destrucción, pues al que ayer levantaste intentas derribar hoy? ¿Eres más...? FORTUNA: ¡Mérito, calla; pues tu vana presunción, en ser discurso se queda, sin pasar a oposición! ¿De qué te sirve injuriarme, si cuando está tu furor envidiando mis venturas, las estoy gozando yo? Si sabes que, en cualquier premio en que eres mi opositor, te quedas tú con la queja y yo con la posesión, ¿de qué sirve la porfía? ¿No te estuviera mejor el rendirme vasallaje que el tenerme emulación? Discurre por los ejemplos pasados. ¿Qué oposición me has hecho, en que decir puedas que has salido vencedor? En la destrucción de Persia, donde asistí, ¿qué importó tener Darío el derecho, si ayudé a Alejandro yo? Y cuando quise después desdeñar al Macedón, ¿le defendió de mis iras el ser del mundo señor? Cuando se exaltó en el trono Tamorlán con mi favor, ¿no hice una cerviz real grada del pie de un pastor? Cuando quise hacer a César en Farsalia vencedor, ¿de qué le sirvió a Pompeyo el estudio y la razón? Y el más hermoso prodigio, la más cabal perfección a que el Mérito no alcanza, a un Acaso se rindió. ¿Quién le dio el hilo a Teseo? ¿Quién a Troya destruyó? ¿Quién dio las armas a Ulises, aunque Ayax las mereció? ¿No soy de la paz y guerra el árbitro superior, pues de mi voluntad sola pende su distribución? DILIGENCIA: No os canséis en argüir; pues la voz que nos llamó, de oráculo servirá, dando a nuestra confusión luz. ACASO: Sí, que no Acaso fue el repetir el pregón: MÚSICA: ¡Atención, atención, silencio,atención! MÉRITO: Voz, que llamas importuna a tantas, sin distinguir; ¿a quién se ha de atribuír aquesta ventura? MÚSICA: A una. FORTUNA: ¿De cuáles, si son opuestas? MÚSICA: De éstas. DILIGENCIA: ¿Cuál? Pues hay en el teatro... MÚSICA: Cuatro. ACASO: Sí, ¡mas a qué fin rebozas? MÚSICA: Cosas. FORTUNA: Aunque escuchamos medrosas, hallo que van pronunciando los ecos que va formando: MÚSICA; A una de estas cuatro cosas. MÉRITO: ¿Mas quién tendrá sin desdicha...? MÚSICA: La Dicha. FORTUNA: Si miro que para quien... MÚSICA: Es bien. MÉRITO: ¿A quién es bien que por suya...? MÚSICA: Se atribuya. DILIGENCIA: Pues de fuerza ha de ser tuya; que juntando el dulce acento, dice que al Merecimiento... MÚSICA: La Dicha es bien se atribuya. ACASO: ¿Se dará, sin embarazo,...? M&USICA: Al Acaso. ACASO: ¿Y qué pondrá en consecuencia? MÚSICA: Diligencia. ACASO: Sí; mas ¿cuál es fundamento? MÚSICA: Merecimiento. ACASO: Y lo logrará oportuna.. MÚSICA: Fortuna. ACASO: Bien se ve que sólo es una pero da la preeminencia... MÚSICA: Al Acaso, Diligencia, Merecimiento y Fortuna. MÉRITO: Atribuírlo a un tiempo a todas, no es posible; pues confusas sus cláusulas con las nuestras confunden lo que articulan. Vamos juntando los ecos que responden a cada una, para formar un sentido de tantas partes difusas. FORTUNA: Bien has dicho, pues así se penetrará su oscura inteligencia. ACASO: Con eso podrá ser que se construya su recóndito sentido. DILIGENCIA: Pues digamos todas juntas con la Música, ayudando las cláusulas que pronuncia.
Cantan TODOS
TODOS: "A una de estas cuatro cosas la Dicha es bien se atribuya: al Acaso, Diligencia, Merecimiento y Fortuna." MÉRITO: Nada responde, supuesto que ha respondido que a una se le debe atribuír, con que en pie deja la duda; pues no determina cuál. FORTUNA: Sin duda, que se reduzca a los argumentos quiere. ACASO: Sin duda, que se refunda en el Acaso, es su intento. DILIGENCIA: Sin duda, que se atribuya. pretende a la Diligencia. MÉRITO: ¡Oh qué vanas conjeturas, siendo el Mérito primero. FORTUNA: Si no lo pruebas, se duda. MÉRITO: Bien puede uno ser dichoso sin tener Merecimiento; pero este mismo contento le sirve de afán penoso; pues siempre está receloso del defecto que padece, y el gusto le desvanece, sin alcanzarlo jamás. Luego no es dichoso, más de aquél que serlo merece. MÚSICA: ¡Que para ser del todo feliz, no basta el tener la ventura, sino el gozarla! FORTUNA: Tu razón no satisfaga; pues antes, de ella se infiere que la que el Mérito adquiere no es ventura, sino paga. Y antes, el deleite estraga, pues como ya se antevía, no es novedad la alegría. Luego, en sentir riguroso, sólo se llama dichoso el que no lo merecía. MÚSICA: ¡Que para ser del todo grande una dicha, no ha de ser esperada sino improvisa! ACASO: Del Acaso, una sentencia dice que se debe hacer mucho caso, pues el ser pende de la contingencia. Y aun lo prueba la evidencia, pues no se puede dar paso sin que intervenga el Acaso; y no hacer de él caso, fuera grave error; pues en cualquiera caso, hace el Acaso al caso. MÚSICA: ¡Porque ordinariamente, son las venturas más hijas del Acaso que de la industria! DILIGENCIA: Este sentir se condena; pues que es más ventura, es llano, labrarla uno de su mano, que esperarla de la ajena. Pues no podrán darle pena riesgos de la contingencia, y aun en la común sentencia se tiene por más segura; pues dice que es la ventura hija de la Diligencia. MÚSICA: ¡Y así, el temor no tiene de perder dichas, el que, si se le pierden, sabe adquirirlas! MÉRITO: Aunque, a la primera vista, cada uno --al parecer-- tiene razón, es engaño; pues de la Dicha el laurel sólo al Mérito le toca, pues premio a sus sudor es. MÚSICA: ¡No es! MÉRITO: ¡Sí es! DILIGENCIA: No es, sino con digno premio de la Diligencia; pues si allá se pide de gracia, aquí como deuda es. MÚSICA: ¡No es! DILIGENCIA: ¡Sí es! ACASO: No es tal; porque si el Acaso su causa eficiente es, claro está que será mía, pues soy yo quien la engendré. MÚSICA: ¡No es! ACASO: ¡Sí es! MÉRITO: Baste ya, que esta cuestión se ha reducido a porfía; y pues todo se vocea y nada se determina, mejor es mudar de intento. FORTUNA; ¿Cómo? MÉRITO: Invocando a la Dicha; que, pues la que hoy viene a casa se tiene por más divina que humana, como deidad sabrá decir, de sí misma, a cuál de nosotros cuatro debe ser atribuída. FORTUNA: Yo cederé mi derecho, sólo con que ella lo diga. Mas ¿cómo hemos de invocarla, o adónde está? DILIGENCIA: En las delicias de los Elíseos, adonde sólo es segura la Dicha. Mas ¿cómo hemos de invocarla? ACASO: Mezclando, con la armonía de los Coros, nuestras voces. DILIGENCIA: Pues empezad sus festivas invocaciones, mezclando el respeto a la caricia.
Cantan y representan
MÉRITO: ¡Oh Reina del Elíseo coronada! FORTUNA: ¡Oh Emperatriz de todos adorada! DILIGENCIA: ¡Común anhelo de las intenciones! ACASO: ¡Causa final de todas las acciones! MÉRITO: ¡Riqueza, sin quien pobre es la riqueza! FORTUNA: ¡Belleza, sin quien fea es la belleza! MÉRITO: Sin quien Amor no logra sus dulzuras. FORTUNA: Sin quien Poder no logra sus alturas. DILIGENCIA: Sin quien el mayor bien en mal se vuelve. ACASO: Con quien el mal en bienes ser resuelve MÉRITO: ¡Tú, que donde tú asistes no hay desdicha! FORTUNA: En fin, ¡tú, Dicha! ACASO: ¡Dicha! DILIGENCIA: ¡Dicha! MÉRITO: ¡Dicha! TODOS: ¡Ven, ven a nuestras voces; porque tú misma sólo, descifrar puedes de ti el enigma!
Dentro suena un clarín
MÚSICA: ¡Albricias, albricias! TODOS: ¿De qué las pedís? MÚSICA: De que ya benigna a la invocación se muestra la Dicha. ¡Albricias, albricias!
Córrense dos cortinas, y aparece la DICHA, con corona y cetro
MÉRITO: ¡Oh, qué divino semblante! FORTUNA: ¡Qué beldad tan peregrina! DILIGENCIA: ¡Qué gracia tan milagrosa! ACASO: ¿Pues cuándo no fue la Dicha hermosa? MÉRITO: Todas los son; mas ninguna hay que compita con aquésta. Pero atiende a ver lo que determina. DICHA: Ya que, llamada, vengo a informar de mí misma, y a ser de vuestro pleito el árbitro común que lo decida; y pues es la cuestión, a quién mejor, la Dicha, por razones que alegan, de los cuatro, ser debe atribuída; el Mérito me alega tenerme merecida, como que equivalieran a mi valor sagrado sus fatigas; la Diligencia alega que en buscarme me obliga, como que humana huella pudiera penetrar sagradas cimas; la Fortuna, más ciega, de serlo se acredita, pues quiere en lo sagrado tener jurisdicciones electivas; y el Acaso, sin juicio pretende, o con malicia, el que la Providencia por un acaso se gobierne y rija. Y para responderos con orden, es precisa diligencia, advertiros que no soy yo de las vulgares dichas; que ésas, la Diligencia es bien que las consiga, que el Mérito las gane, que el Acaso o Fortuna las elijan; mas yo mido, sagrada, distancias tan altivas, que a mi elevado solio no llegan impresiones peregrinas. Y ser yo de Fortuna dádiva, es cosa indigna; que de tan ciegas manos no son alhajas dádivas divinas. Del Mérito, tampoco; que sagradas caricias pueden ser alcanzadas, pero nunca ser pueden merecidas. Pues soy --mas con razón temo no ser creída, que ventura tan grande aun la dudan los ojos que la miran-- la venida dichosa de la Excelsa María y del Invicto Cerda, que eternos duren y dichosos vivan. Ved si a Dicha tan grande como gozáis podría Diligencia ni Acaso, Mérito ni Fortuna, conseguirla. Y así, pues pretendéis a alguno atribuírla, sólo atribuírse debe tanta ventura a Su Grandeza misma, y al José generoso que, sucesión florida, a multiplicar crece los triunfos de su real progenie invicta. Y pues ya conocéis que, a tan sagrada Dicha, ni volar la esperanza, ni conocerla pudo la noticia, al agradecimiento los júbilos se sigan, que si no es recompensa, de gratitud al menos se acredita. MÉRITO: Bien dice; celebremos la gloriosa venida de una dicha tan grande que en tres se multiplica. Y alegres digamos a su hermosa vista: ¡Bien venida sea tan sagrada Dicha, que la Dicha siempre es muy bien venida! MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! FORTUNA: Bien venida sea la Excelsa María, diosa de la Europa, deidad de las Indias. ACASO: Bien venido sea el Cerda, que pisa la cerviz ufana de América altiva. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! MÉRITO: Bien en José venga la Belleza misma, que ser más no puede y a crecer aspira. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! FORTUNA: Y a ese bello Anteros un Cupido siga, que sus glorias parta sin disminuírlas. DICHA: Porque de una y otra Casa esclarecida, crezca a ser gloriosa generosa cifra. FORTUNA: Fortuna a su arbitrio esté tan rendida, que pierda de ciega la costumbre antigua. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! MÉRITO: Mérito, pues es tan de su Familia, como nación en ella, eterno le asista. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! DILIGENCIA: Diligencia siempre tan fina le asista, que aumente renombres de ser más activa. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! ACASO: El Acaso, tanto se esmere en servirla, que haga del Acaso venturas precisas. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! FORTUNA: En sus vellas Damas, cuya bizarría, de Venus y Flora es hermosa envidia. MÚSICA: ¡Bien venida sea; sea bien venida! MÉRITO: Y pues esta casa, a quien iluminan tres Soles con rayos, un Alba con risa... ACASO: ...no ha sabido cómo festejar su Dicha si no es con mostrarse de ella agradecida,... DILIGENCIA: ...que a merced, que en todo es tan excesiva que aun de los deseos pasa la medida,... FORTUNA: ...nunca hay recompensa, y si alguna hay digna, es sólo el afecto que hay a recibirla;... MÉRITO: ...que al que las deidades al honor destinan, el Mérito dan con las honras mismas;... ACASO: ...y porque el festejo pare en alegría, los Coros acordes otra vez repitan: MÚSICA: ¡Bien venida sea tan sagrada Dicha, que la Dicha siempre es muy bien venida! DICHA: ¡Y sea en su Casa, porque eterna viva, como la Nobleza, vínculo la Dicha! FORTUNA: Y porque a la causa es bien que estemos agradecidas, repetid conmigo todos: TODOS: ¡Qué con bien Su Señoría Ilustrísima haya entrado, pues en su entrada festiva, fue la dicha de su entrada la entrada de nuestra Dicha! MÚSICA: ¡Fue la dicha de su entrada la entrada de nuestra Dicha!
LETRA CANTADA
Divina Lisi, permite a los respetos cobardes que por indignos te pierden, que por humildes te hallen. No es ufano sacrificio el que llega a tus altares; que aun se halla indigno, el afecto, de poder sacrificarse. Ni agradarte solicita; que no son las vanidades tan soberbias, que presuman que a ti puedan agradarte. Sólo es una ofrenda humilde, que entre tantos generales tributos, a ser no aspira, ni aun a ser parte integrante. La pureza de tu altar no es bien macular con sangre, que es mejor que arda en las venas que no que las aras manche. Mentales víctimas son las que ante tu trono yacen, a quien hieren del deseo segures inmateriales. No temen tu ceño; porque cuando llegues a indignarte, ¿qué más dicha, que lograr el merecerte un desaire? Seguro, en fin, de la pena, obra el amor; porque sabe que a quien pretende el castigo, castigo es no castigarle.
Sigue inmediatamente la comedia
Personas que hablan en ella:
La escena pasa en Toledo
[En casa de don Pedro]
Salen doña ANA y CELIA
ANA: Hasta que venga mi hermano, Celia, le hemos de esperar. CELIA: Pues eso será velar, porque él juzga que es temprano la una o las dos; y a mi ver, aunque es grande ociosidad viene a decir la verdad, pues viene al amanecer. Mas, ¿por qué agora te dio esa gana de esperar, si te entras siempre a acostar tú, y le espero sola yo? ANA: Has de saber, Celia mía, que aquesta noche ha fïado de mí todo su cuidado; tanto de mi afecto fía. Bien sabes tú que él salió de Madrid dos años ha, y a Toledo, donde está, a una cobranza llegó, pensando luego volver, y así en Madrid me dejó, donde estando sola yo, pudiendo ser vista y ver, me vio don Juan y le vi, y me solicitó amante, a cuyo pecho constante atenta correspondí; cuando, o por no ser tan llano como el pleito se juzgó, o lo cierto, porque no quería irse mi hermano --porque vive aquí una dama de perfecciones tan sumas que dicen que faltan plumas para alabarla a la Fama, de la cual enamorado aunque no correspondido, por conseguirla perdido en Toledo se ha quedado, y porque yo no estuviese sola en la corte sin él, o porque a su amor crüel de algún alivio le fuese--, dispuso él que venga aquí a vivir yo, que al instante di cuenta a don Juan, que amante vino a Toledo tras mí; fineza a que agradecida toda el alma estar debiera, si ya ¡ay de mí! no estuviera del empeño arrepentida, porque el Amor que es villano en el trato y la bajeza, se ofende de la fineza. Pero, volviendo a mi hermano, sábete que él ha inquirido con obstinada porfía qué motivo haber podía para no ser admitido; y hallando que es otro amor, aunque yo no sé de quién, sintiendo más que el desdén que otro gozase el favor --que como este fiero engaño es envidioso veneno, se siente el provecho ajeno mucho más que el propio daño--; sobornando --¡oh vil costumbre que así la razón estraga, que es tan ciego Amor, que paga porque le den pesadumbre!-- una crïada que era de quien ella se fïaba, en el estado que estaba su amor, con el fin que espera, y con lo demás que pasa, supo de la infiel crïada, que estaba determinada a salirse de su casa esta noche con su amante; de que mi hermano furioso, como a quien está celoso no hay peligro que le espante, con unos hombres trató que fingiéndose justicia --¡mira qué astuta malicia!-- prendan al que la robó, y que al pasar por aquí al galán y dama bella, como en depósito, a ella me la entregasen a mí, y que luego al apartarse, como que acaso ellos van descuidados, al galán den lugar para escaparse, con lo cual claro es arguye que él se valdrá de los pies huyendo, pues piensa que es la justicia de quien huye; y mi hermano, con la traza que su amor ha discurrido, sin riesgo habrá conseguido traer su dama a su casa, y en ella es bien fácil cosa galantearla abrasado sin que él parezca culpado ni ella pueda estar quejosa, porque si tanto despecho ella llegase a entender, visto es que ha de aborrecer a quien tal daño le ha hecho. Aquesto que te he contado, Celia, tengo que esperar; mira ¿cómo puedo entrar a acostarme sin cuidado? CELIA: Señora, nada me admira; que en amor no es novedad que se vista la verdad del color de la mentira, ¿ni quién habrá que se espante si lo que es, llega a entender, temeridad de mujer ni resolución de amante, ni de traidoras crïadas, que eso en todo el mundo pasa, y quizá dentro de casa hay algunas calderadas? Sólo admirado me han, por las acciones que has hecho, los indicios que tu pecho da de olvidar a don Juan, y no sé por qué el cuidado das en trocar en olvido, cuando ni causa has tenido tú, ni don Juan te la ha dado. ANA: Que él no me la da, es verdad; que no la tengo, es mentira. CELIA: ¿De qué manera? ANA: ¿Qué se admira? Es ciega la Voluntad. Tras mí, como sabes, vino amante y fino don Juan, quitándose de galán lo que se añade de fino, sin dejar a qué aspirar a la ley del albedrío, porque si él es ya tan mío ¿qué tengo que desear? Pero no es aquésa sola la causa de mi despego, sino porque ya otro fuego en mi pecho se acrisola. Suelo en esta calle ver pasar a un galán mancebo, que si no es el mismo Febo, yo no sé quién pueda ser. A éste, ¡ay de mí!, Celia mía, no sé si es gusto o capricho, y... Pero ya te lo he dicho, sin saber que lo decía. CELIA: ¿Lloras? ANA: ¿Pues no he de llorar, ¡ay infeliz de mí!, cuando conozco que estoy errando y no me puedo enmendar? CELIA: (Qué buenas nuevas me dan Aparte con esto que agora he oído, para tener yo escondido en su cuarto al tal don Juan, que habiendo notado el modo con que le trata enfadada, quiere hacer la tarquinada y dar al traste con todo). ¿Y quién, señora, ha logrado tu amor? ANA: Sólo decir puedo que es un don Carlos de Olmedo el galán. Mas han llamado; mira quién es, que después te hablaré, Celia. CELIA: ¿Quién llama?
Habla dentro
EMBOZADO: ¡La justicia! ANA: Ésta es la dama; abre, Celia. CELIA: Entre quien es.
Salen dos EMBOZADOS y doña LEONOR
EMBOZADO: Señora, aunque yo no ignoro el decoro de esta casa, pienso que el entrar en ella ha sido más venerarla que ofenderla; y así, os ruego que me tengáis esta dama depositada, hasta tanto que se averigüe la causa porque le dio muerte a un hombre otro que la acompañaba. Y perdonad, que a hacer vuelvo diligencias no excusadas en tal caso.
Vanse los EMBOZADOS
ANA: ¿Qué es aquesto? Celia, a aquesos hombres llama que lleven esta mujer, que no estoy acostumbrada a oír estas liviandades. CELIA: (Bien la deshecha mi ama Aparte hace de querer tenerla). LEONOR: Señora, --en la boca el alma tengo, ¡ay de mí!-- si piedad mis tiernas lágrimas causan en tu pecho --hablar no acierto--, te suplico arrodillada que ya que no de mi vida, tengas piedad de mi fama, sin permitir, puesto que ya una vez entré en tu casa, que a otra me lleven adonde corra mayores borrascas mi opinión; que a ser mujer, como imaginas, liviana, ni a ti te hiciera este ruego, ni yo tuviera estas ansias.
Hablan doña ANA y CELIA aparte
ANA: (A lástima me ha movido su belleza y su desgracia. Bien dice mi hermano, Celia.) CELIA: (Es belleza sobrehumana; y si está así en la tormenta ¿cómo estará en la bonanza?) ANA: Alzad del suelo, señora, y perdonad si turbada del repentino suceso poco atenta y cortesana me he mostrado, que ignorar quién sois, pudo dar la causa a la extrañeza; mas ya vuestra persona gallarda informa en vuestro favor, de suerte que toda el alma ofrezco para serviros. LEONOR: ¡Déjame besar tus plantas, bella deidad, cuyo templo, cuyo culto, cuyas aras, de mi deshecha fortuna son el asilo! ANA: Levanta, y cuéntame qué sucesos a tal desdicha te arrastran, aunque, si eres tan hermosa, no es mucho ser desdichada. CELIA: (De la envidia que le tiene Aparte no le arriendo la ganancia). LEONOR: Señora, aunque la vergüenza me pudiera ser mordaza para callar mis sucesos, la que como yo se halla en tan infeliz estado, no tiene por qué callarlas; antes pienso que me abono en hacer lo que me mandas, pues son tales los indicios que tengo de estar culpada, que por culpables que sean son más decentes sus causas; y así, escúchame. ANA: El silencio te responda. CELIA: ¡Cosa brava! ¿Relación a media noche y con vela? ¡Que no valga! LEONOR: Si de mis sucesos quieres escuchar los tristes casos con que ostentan mis desdichas lo poderoso y lo vario, escucha, por si consigo que divirtiendo tu agrado lo que fue trabajo propio sirva de ajeno descanso, o porque en el desahogo hallen mis tristes cuidados a la pena de sentirlos el alivio de contarlos. Yo nací noble; éste fue de mi mal el primer paso, que no es pequeña desdicha nacer noble un desdichado; que aunque la nobleza sea joya de precio tan alto, es alhaja que en un triste sólo sirve de embarazo; porque estando en un sujeto, repugnan como contrarios, entre plebeyas desdichas haber respetos honrados. Decirte que nací hermosa presumo que es excusado, pues lo atestiguan tus ojos y lo prueban mis trabajos. Sólo diré... Aquí quisiera no ser yo quien lo relato, pues en callarlo o decirlo dos inconvenientes hallo; porque si digo que fui celebrada por milagro de discreción, me desmiente la necedad del contarlo; y si lo callo, no informo de mí, y en un mismo caso me desmiento si lo afirmo, y lo ignoras si lo callo. Pero es preciso al informe que de mis sucesos hago --aunque pase la modestia la vergüenza de contarlo--, para que entiendas la historia, presuponer asentado que mi discreción la causa fue principal de mi daño. Inclinéme a los estudios desde mis primeros años con tan ardientes desvelos con tan ansiosos cuidados, que reduje a tiempo breve fatigas de mucho espacio. Conmuté el tiempo, industriosa, a lo intenso del trabajo, de modo que en breve tiempo era el admirable blanco de todas las atenciones, de tal modo, que llegaron a venerar como infuso lo que fue adquirido lauro. Era de mi patria toda el objeto venerado de aquellas adoraciones que forma el común aplauso; y como lo que decía. fuese bueno o fuese malo, ni el rostro lo deslucía ni lo desairaba el garbo, llegó la superstición popular a empeño tanto, que ya adoraban deidad el ídolo que formaron. Voló la Fama parlera, discurrió reinos extraños, y en la distancia segura acreditó informes falsos. La pasión se puso anteojos de tan engañosos grados, que a mis moderadas prendas agrandaban los tamaños. Víctima en mis aras eran, devotamente postrados, los corazones de todos con tan comprensivo lazo, que habiendo sido al principio aquel culto voluntario, llegó después la costumbre, favorecida de tantos, a hacer como obligatorio el festejo cortesano; y si alguno disentía paradojo o avisado, no se atrevía a proferirlo, temiendo que, por extraño, su dictamen no incurriese, siendo de todos contrario, en la nota de grosero o en la censura de vano. Entre estos aplausos yo, con la atención zozobrando entre tanta muchedumbre, sin hallar seguro blanco, no acertaba a amar a alguno, viéndome amada de tantos. Sin temor en los concursos defendía mi recato con peligros del peligro y con el daño del daño. Con una afable modestia igualando el agasajo, quitaba lo general lo sospechoso el agrado. Mis padres, en mi mesura vanamente asegurados, se descuidaron conmigo; ¡qué dictamen tan errado, pues fue quitar por de fuera las guardas y los candados a una fuerza que en sí propia encierra tantos contrarios! Y como tan neciamente conmigo se descuidaron, fue preciso hallarme el riesgo donde me perdió el cuidado. Sucedió, pues, que entre muchos que de mi fama incitados contestar con mi persona intentaban mis aplausos llegó acaso a verme --¡Ay cielos!, ¿cómo permitís tiranos que un afecto tan preciso se forjase de un acaso?-- don Carlos de Olmedo, un joven forastero, mas tan claro por su origen, que en cualquiera lugar que llegue a hospedarlo, podrá no ser conocido, pero no ser ignorado. Aquí, que me des te pido licencia para pintarlo, por disculpar mis errores, o divertir mis cuidados; o porque al ver de mi amor los extremos temerarios, no te admire que el que fue tanto, mereciera tanto. Era su rostro un enigma compuesto de dos contrarios que eran valor y hermosura, tan felizmente hermanados, que faltándole a lo hermosos la parte de afeminado, hallaba lo más perfecto en lo que estaba más falto; porque ajando las facciones con un varonil desgarro, no consintió a la hermosura tener imperio asentado; tan remoto a la noticia, tan ajeno del reparo, que aun no le debió lo bello la atención de despreciarlo; que como en un hombre está lo hermoso como sobrado, es bueno para tenerlo y mal para ostentarlo. Era el talle como suyo, que aquel talle y aquel garbo, aunque la Naturaleza a otro dispusiera darlo, sólo le asentara bien al espíritu de Carlos; que fue de su providencia esmero bien acertado, dar un cuerpo tan gentil a espíritu tan gallardo. Gozaba un entendimiento tan sutil, tan elevado, que la edad de lo entendido era un mentís de sus años. Alma de estas perfecciones era el gentil desenfado de un despejo tan airoso, un gusto tan cortesano, un recato tan amable, un tan atractivo agrado, que en el más bajo descuido se hallaba el primor más alto; tan humilde en los afectos, tan tierno en los agasajos, tan fino en las persuasiones, tan apacible en el trato y en todo, en fin, tan perfecto, que ostentaba cortesano despojos de lo rendido, por galas de lo alentado. En los desdenes sufrido, en los favores callado, en los peligros resuelto, y prudente en los acasos. Mira si con estas prendas, con otras más que te callo, quedaría, en la más cuerda, defensa para el recato. En fin, yo le amé; no quiero cansar tu atención contando de mi temerario empeño la historia caso por caso; pues tu discreción no ignora de empeños enamorados, que es su ordinario principio desasosiego y cuidado, su medio, lances y riesgos, su fin, tragedias o agravios. Creció el amor en los dos recíproco y deseando que nuestra feliz unión lograda en tálamo casto confirmase de Himeneo el indisoluble lazo; y porque acaso mi padre, que ya para darme estado andaba entre mis amantes los méritos regulando, atento a otras conveniencias no nos fuese de embarazo, dispusimos esta noche la fuga, y atropellando el cariño de mi padre, y de mi honor el recato, salí a la calle, y apenas daba los primeros pasos entre cobardes recelos de mi desdicha, fïando la una mano a las basquiñas y a mi manto la otra mano, cuando a nosotros resueltos llegaron dos embozados. "¿Qué gente?" dicen, y yo con el aliento turbado, sin reparar lo que hacía porque suele en tales casos hacer publicar secretos el cuidado de guardarlos--, "¡Ay, Carlos, perdidos somos!" dije, y apenas tocaron mis voces a sus oídos cuando los dos arrancando los aceros, dijo el uno: "¡Matadlo, don Juan, matadlo; que esa tirana que lleva, es doña Leonor de Castro, mi prima." Sacó mi amante el acero, y alentado, apenas con una punta llegó al pecho del contrario, cuando diciendo: "¡Ay de mí!" dio en tierra, y viendo el fracaso dio voces el compañero, a cuyo estruendo llegaron algunos; y aunque pudiera la fuga salvar a Carlos, por no dejarme en el riesgo se detuvo temerario, de modo que la justicia, que acaso andaba rondando, llegó a nosotros, y aunque segunda vez obstinado intentaba defenderse, persuadido de mi llanto rindió la espada a mi ruego, mucho más que a sus contrarios. Prendiéronle, en fin; y a mí, como a ocasión del estrago, viendo que el que queda muerto era don Diego de Castro, mi primo, en tu noble casa, señora, despositaron mi persona y mis desdichas, donde en un punto me hallo sin crédito, sin honor, sin consuelo, sin descanso, sin aliento, sin alivio, y finalmente esperando la ejecución de mi muerte en la sentencia de Carlos. ANA: ¡Cielos! ¿qué es esto que escucho? Aparte Al mismo que yo idolatro es el que quiere Leonor... ¡Oh, qué presto que ha vengado Amor a don Juan! ¡Ay triste!) Señora, vuestros cuidados siento como es justo. Celia, lleva esta dama a mi cuarto mientras yo a mi hermano espero. CELIA: Venid, señora. LEONOR: Tus pasos, sigo, ¡ay de mí!, pues es fuerza obedecer a los hados.
Vanse CELIA y doña LEONOR
ANA: Si de Carlos la gala y bizarría pudo por sí mover a mi cuidado, ¿cómo parecerá, siendo envidiado, lo que sólo por sí bien parecía? Si sin triunfo rendirle pretendía, sabiendo ya que vive enamorado, ¿qué victoria será verle apartado de quien antes por suyo le tenía? Pues perdone don Juan, que aunque yo quiera pagar su amor, que a olvido ya condeno, ¿cómo podré si ya en mi pena fiera introducen los celos su veneno? Que es Carlos más galán; y aunque no fuera, tiene de más galán el ser ajeno.
Sale don CARLOS, con la espada desnuda, y CASTAÑO
CARLOS: Señora, si en vuestro amparo hallan piedad las desdichas, lograd el triunfo mayor siendo amparo de las mías. Siguiendo viene mis pasos no menos que la justicia, y como hüir de ella es generosa cobardía, al asilo de esos pies mi acosado aliento aspira, aunque si ya perdí el alma, poco me importa la vida. CASTAÑO: A mí sí me importa mucho; y así, señora, os suplica mi miedo, que me escondáis debajo de las baquiñas. CARLOS: ¡Calla, necio! CASTAÑO: ¿Pues será la primer vez, si lo miras, ésta, que los sacristanes a los delincuentes libran? ANA: (¡Carlos es! ¡Válgame el cielo! Aparte La ocasión a la medida del deseo se me viene de obligar con bizarrías su amor, sin hacer ultraje a mi presunción altiva; pues amparándole aquí con generosas caricias, cubriré lo enamorada con visos de compasiva; y sin ajar la altivez que en mi decoro es precisa, podré, sin rendirme yo, obligarle a que se rinda; que aunque sé que ama a Leonor, ¿qué voluntad hay tan fina en los hombres, que si ven que otra ocasión los convida la dejen por la que quieren? Pues alto, Amor, ¿qué vacilas, si de que puede mudarse tengo el ejemplo en mí misma?) Caballero, las desgracias suelen del valor ser hijas y cebo de las piedades; y así, si las vuestras libran en mí su alivio, cobrar la respiración perdida, y en esta cuadra, que cae a un jardín, entrad aprisa, antes que venga un hermano que tengo, y con la malicia de veros conmigo solo otro riesgo os aperciba. CARLOS: No quisiera yo, señora, que el amparo de mi vida a vos os costara un susto. CASTAÑO: ¿Agora en aqueso miras? ¡Cuerpo de quien me parió! ANA: Nada a mí me desanima. Venid, que aquí hay una pieza que nunca mi hermano pisa, por ser en la que se guardan alhajas que en las visitas de cumplimiento me sirven, como son alfombras, sillas y otras cosas; y además de aqueso, tiene salida a un jardín, por si algo hubiere; y porque nada os aflija, venid y os la mostraré; pero antes será precisa diligencia el que yo cierre la puerta, porque advertida salga en llamando mi hermano.
Habla CASTAÑO aparte a don CARLOS
CASTAÑO: Señor, ¡Qué casa tan rica y qué dama tan bizarra! ¿No hubieras --¡Pese a mis tripas, que claro es que ha de pesarles, pues se han de quedar vacías!-- enamorado tú a aquésta y no a aquella pobrecita de Leonor, cuyo caudal son cuatro bachillerías? CARLOS: ¡Vive Dios, villano! ANA: Vamos. (Amor, pues que tú me brindas Aparte con la dicha, no le niegues después el logro a la dicha.)
Vanse todos
[En casa de LEONOR]
Salen don RODRIGO y HERNANDO
RODRIGO: ¿Qué me dices, Hernando? HERNANDO: Lo que pasa; que mi señora se salió de casa. RODRIGO: ¿Y con quién no has sabido? HERNANDO: ¿Cómo puedo, si como sabes tú, todo Toledo y cuantos a él llegaban, su belleza e ingenio celebraban? Con lo cual, conocerse no podía cuál festejo era amor, cuál cortesía; en que no sé si tú culpado has sido, pues festejarla tanto has permitido, sin advertir que, aunque era recatada, es fuerte la ocasión y el verse amada, y que es fácil que, amante e importuno, entre los otros le agradase alguno. RODRIGO: Hernando, no me apures la paciencia; que aquéste ya no es tiempo de advertencia. ¡Oh fiera! ¿Quién diría de aquella mesurada hipocresía, de aquel punto y recato que mostraba, que liviandad tan grande se encerraba en su pecho alevoso? ¡Oh mujeres! ¡Oh monstruo venenoso! ¿Quién en vosotras fía, si con igual locura y osadía, con la misma medida se pierde la ignorante y la entendida? Pensaba yo, hija vil, que tu belleza, por la incomodidad de mi pobreza, con tu ingenio sería lo que más alto dote te daría; y agora, en lo que has hecho, conozco que es más daño que provecho; pues el ser conocida y celebrada y por nuevo milagro festejada, me sirve, hecha la cuenta, sólo de que se sepa más tu afrenta. ¿Pero cómo a la queja se abalanza primero mi valor, que a la venganza? ¿Pero cómo, ¡ay de mí!, si en lo que lloro la afrenta sé y el agresor ignoro? Y así ofendido, sin saber me quedo ni cómo, ni de quién vengarme puedo. HERNANDO: Señor, aunque no sé con evidencia quién pudo de Leonor causar la ausencia, por el rumor que había de los muchos festejos que le hacía, tengo por caso llano que la llevó don Pedro de Arellano. RODRIGO: Pues si don Pedro fuera, di, ¿qué dificultad hallar pudiera en que yo por mujer se le entregara sin que tan grande afrente me causara? HERNANDO: Señor, como eran tantos lo que amaban a Leonor, y su mano deseaban, y a ti te la han pedido, temería no ser el elegido; que todo enamorado es temeroso, y nunca juzga que será el dichoso; y aunque usando tal medio le alabo yo el temor y no el remedio, sin duda por quitar la contingencia se quiso asegurar con el ausencia. Y así, señor, si tomas mi consejo --tú estás cansado y viejo, don Pedro es mozo, rico y alentado, y sobre todo, el mal ya está causado--, pórtate con él cuerdo, cual conviene, y ofrécele lo mismo que él se tiene; dile que vuelva a casa a Leonor bella y luego al punto cásale con ella, y él vendrá en ello, pues no habrá quien huya lo que ha de resultar en honra suya; y con lo que te ordeno, vendrás a hacer antídoto el veneno. RODRIGO: ¡Oh Hernando! ¡Qué tesoro es tan preciado un fïel amigo, o un leal crïado! Buscar a mi ofensor aprisa elijo por convertirle de enemigo en hijo. HERNANDO; Sí, señor, que el remedio es bien se aplique antes que el mal que pasa se publique.
Vanse los dos
[En casa de don Pedro]
Sale doña LEONOR retirándose de don JUAN
JUAN: Espera, hermosa homicida. ¿De quién huyes? ¿Quién te agravia? ¿Qué harás de quien te aborrece si así a quien te adora tratas? Mira que ultrajas huyendo los mismos triunfos que alcanzas, pues siendo el vencido yo tú me vuelves las espaldas, y que haces que se ejerciten dos acciones encontradas: tú, huyendo de quien te quiere; yo, siguiendo a quien me mata. LEONOR: Caballero, o lo que sois; si apenas en esta casa, que aun su dueño ignoro, acabo de poner la infeliz planta, ¿cómo queréis que yo pueda escuchar vuestras palabras, si de ellas entiendo sólo el asombro que me causan? Y así, si como sospecho me juzgáis otra, os engaña vuestra pasión. Deteneos y conoced, más cobrada la atención, que no soy yo la que vos buscáis. JUAN: ¡Ah ingrata! Sólo eso falta, que finjas para no escuchar mis ansias, como que mi amor tuviera condición tan poco hidalga que en escuchar mis lamentos tu decoro peligrara. Pues bien para segurarte, las experiencias pasadas bastaban, de nuestro amor, en que viste veces tantas que las olas de mi amor cuando más crespas llegaban a querer con los deseos de amor anegar la playa, era margen tu respeto al mar de mis esperanzas. LEONOR: Ya he dicho que no soy yo, caballero, y esto basta; idos, o yo llamaré a quien oyendo esas ansias las premie por verdaderas o las castigue por falsas. JUAN; Escucha. LEONOR: No tengo qué. JUAN: ¡Pues vive el Cielo, tirana, que forzada me has de oír si no quieres voluntaria, y ha de escucharme grosero quien de lo atento se cansa!
Cógela de un brazo
LEONOR: ¿Qué es esto? ¡Cielos, valedme! JUAN: En vano a los cielos llamas, que mal puede hallar piedad quien siempre piedad le falta. LEONOR: ¡Ay de mí! ¿No hay quien socorra mi inocencia?
Salen don CARLOS y doña ANA deteniéndolo
ANA: Tente, aguarda, que yo veré lo que ha sido, sin que tú al peligro salgas si es que mi hermano ha venido. CARLOS: Señora, esta voz el alma me ha atravesado; perdona. ANA: (La puerta tengo cerrada; Aparte y así, de no ser mi hermano segura estoy; mas me causa inquietud el que no sea que Carlos halle a su dama; pero si ella está en mi cuarto y Celia fue a acompañarla, ¿qué ruido puede ser éste? Y a oscuras toda la cuadra está). ¿Quién va? CARLOS: Yo, señora; ¿qué me preguntas? JUAN: Doña Ana, mi bien, señora, ¿por qué con tanto rigor me tratas? ¿Éstas eran las promesas éstas eran las palabras que me distes en Madrid para alentar mi esperanza? Si obediente a tus preceptos, de tus rayos salamandra, girasol de tu semblante, Clicie de tus luces claras, dejé, sólo por servirte el regalo de mi casa, el respeto de mi padre, y el cariño de mi patria; si tú, si no de amorosa de atenta y de cortesana, diste con tácito agrado a entender lo que bastaba para que supiese yo que era ofrenda mi esperanza admitida en el sagrado sacrificio de tus aras, ¿cómo agora tan esquiva con tanto rigor me tratas? ANA: (¿Qué es esto que escucho, cielos? Aparte ¨No es éste don Juan de Vargas, que mi ingratitud condena y sus finezas ensalza? ¿Pues quién aquí le ha traído? CARLOS: Señora, escucha.
Llega don CARLOS a doña LEONOR
LEONOR: Hombre, aparta; ya te he dicho que me dejes. CARLOS: Escucha, hermosa doña Ana, mira que don Carlos soy, a quien tu piedad ampara. LEONOR: (Don Carlos ha dicho. ¡Cielos! Aparte Y hasta en el habla jurara que es don Carlos; y es que como tengo a Carlos en el alma, todos Carlos me parecen, cuando él ¡ay prenda adorada! en la prisión estará). CARLOS: ¿Señora? LEONOR: Apartad, que basta deciros que me dejéis. CARLOS: Si acaso estáis enojada porque hasta aquí os he seguido, perdonad, pues fue la causa solamente el evitar si algún daño os amenaza. LEONOR: (¡Válgame Dios, lo que a Carlos Aparte parece!) JUAN: ¿Qué, en fin, ingrata, con tal rigor me desprecias?
Sale CELIA con luz
CELIA: (A ver si está aquí mi ama, Aparte para sacar a don Juan que oculto dejé en su cuadra, vengo; mas ¿qué es lo que veo?) LEONOR: (¿Qué es esto? ¡El cielo me valga! Aparte ¿Carlos no es éste que miro?) CARLOS: (¡Ésta es Leonor, o me engaña Aparte la aprensión!) ANA: (¿Don Juan aquí? Aparte Aliento y vida me faltan). JUAN: (¿Aquí don Carlos de Olmedo? Aparte Sin duda que de do¤a Ana es amante, y que por él aleve, inconstante y falsa me trata a mí con desdén). LEONOR: (¡Cielos! ¿En aquesta casa Aparte Carlos, cuando amante yo en la prisión le lloraba? ¿En una cuadra escondido, y a mí, pensando que hablaba con otra, decirme amores? Sin duda que de esta dama es amante. Pero ¿cómo? ¿Si es ilusión lo que pasa por mí? ¡Si a él llevaron preso y quedé despositada yo! Toda soy un abismo de penas.) JUAN: ¡Fácil, liviana! ¿Éstos eran los desdenes; tener dentro de tu casa oculto un hombre? ¡Ay de mí! ¿Por esto me desdeñabas? ¡Pues, vive el cielo, traidora, que pues no puede mi saña vengar en ti mi desprecio, porque aquella ley tirana del respeto a las mujeres, de mis rigores te salva me he de vengar en tu amante! ANA: ¡Detente, don Juan, aguarda! CARLOS: (Son tantas las confusiones Aparte en que mi pecho batalla, que en su varia confusión el discurso se embaraza, y por discurrirlo todo acierto a discurrir nada. ¿Aquí Leonor, cielos? ¿Cómo? ANA: ¡Detente! JUAN: ¡Aparta, tirana, que a tu amante he de dar muerte! CELIA: Señora, mi señor llama. ANA: ¿Qué dices, Celia? ¡Ay de mí! Caballeros, si mi fama os mueve, débaos agora el ver que no soy culpada aquí en la entrada de alguno, a esconderos, que palabra os doy de daros lugar de que averigüéis mañana la causa de vuestras dudas; pues si aquí mi hermano os halla, mi vida y mi honor peligran. CARLOS: En mí bien asegurada está la obediencia, puesto que debo estar a tus plantas como a amparo de mi vida. JUAN: Y en mí, que no quiero, ingrata, aunque ofendido me tienes, cuando eres tú quien lo manda, que a otro, porque te obedece, le quedes más obligada. ANA: Yo os estimo la atención, Celia, tú en distintas cuadras oculta a los dos, supuesto que no es posible que salga hasta la mañana, alguno. CELIA: Ya poco término falta. Don Juan, conmigo venid. Tú, señora, a esa fantasma éntrala donde quisieres.
Vanse CELIA y don JUAN
ANA: Caballero, en esa cuadra os entrad. CARLOS: Ya te obedezco. ¡Oh, quiera el cielo que salga de tan grande confusión!
Vase don CARLOS
ANA: Leonor, también retirada puedes estar. LEONOR: Yo, señora, aunque no me lo mandaras me ocultara mi vergüenza.
Vase doña LEONOR
ANA: ¿Quién vio confusiones tantas como en el breve discurso de tan pocas horas pasan? ¡Apenas estoy en mí!
Sale CELIA
CELIA: Señora, ya en mi posada está. ¿Qué quieres agora? ANA: A abrir a mi hermano baja, que es lo que agora importa, Celia. CELIA: (Ella está tan asustada Aparte que se olvida de saber cómo entró don Juan en casa; mas ya pasado el aprieto, no faltará una patraña que decir, y echar la culpa a alguna de las crïadas, que es cierto que donde hay muchas se peca de confïanza, pues unas a otras se culpan y unas por otras se salvan).
Vase CELIA
ANA: ¡Cielos, en qué empeño estoy de Carlos enamorada, perseguida de don Juan, con mi enemiga en mi casa, con crïadas que me venden, y mi hermano que me guarda! Pero él llega; disimulo.
Sale don PEDRO
PEDRO: Señora, querida hermana, ¡qué bien tu amor se conoce, y qué bien mi afecto pagas, pues te halló despierta el sol, y te ve vestida el alba! ¿Dónde tienes a Leonor? ANA: En mi cuadra, retirada mandé que estuviese, en tanto, hermano, que tú llegabas. Mas ¿cómo tan tarde vienes? PEDRO: Porque al salir de su casa la conoció un deudo suyo, a quien con una estocada dejó Carlos casi muerto; y yo viendo alborotada la calle, aunque no sabían quién era y quién la llegaba, para que aquel alboroto no declarara la causa, hice que, de los crïados, dos al herido cargaran, como de piedad movido, hasta llevarle a su casa, mientras otros a Leonor, y a Carlos preso, llevaban para entregársela a ti; y hasta dejar sosegada la calle, venir no quise. ANA: Fue atención muy bien lograda, pues excusaste mis riesgos sólo con esa tardanza. PEDRO: Eres en todo discreta; y pues Leonor sosegada está, si a ti te parece no será bien inquietarla, que para que oiga mis penas, teniéndola yo en mi casa, sobrado tiempo me queda; que no es amante el que trata primero de sus alivios que no del bien de su dama; y también para que tú te recojas, que ya basta por aliviar mis desvelos, la mala vida que pasas. ANA: Hermano, yo por servirte muchos más riesgos pasara, pues somos los dos tan uno y tan como propias trata tus penas el alma, que imagino al contemparlas que tu desvelo y el mío nacen de una misma causa. PEDRO: De tu fineza lo creo. ANA: (Si entendieras mis palabras...) Aparte PEDRO: Vámonos a recoger, si es que quien ama descansa. ANA: (Voy a sosegarme un poco, Aparte si es que sosiega quien ama). PEDRO: Amor, si industrias alientas, anima mis esperanzas. ANA: (Amor, si tú eres cautelas, Aparte a mis cautelas ampara).
Vanse los dos
Bellísima María, a cuyo sol radiante del otro sol se ocultan los rayos materiales; tú, que con dos celestes divinos luminares, árbitro de las luces, las cierras, o las abres; que, porque de ser soles la virtud no les falte, engendran de tu pelo los ricos minerales, cuyo Ofir proceloso, al arbitrio del aire, forma en ricas tormentas doradas tempestades, sin permitir lo negro; que no era bien se hallasen, entre copia de luces, sombra de oscuridades, dejando a la hermosura plebeya el azabache, que es lucir con lo opuesto de mendigas deidades; y al adornar tu frente, se mira coronarse con arreboles de oro montaña de diamante, pues dándole la nieve transparentes pasajes, lo cándido acredita, mas desmiente lo frágil... En fin, Lysi divina, perdona si, ignorante, a un mar de perfecciones me engolfe el leño frágil. Y pues para tu aplauso nunca hay voces capaces, tú te alaba, pues sola es razón que te alabes.
Personas que hablan en ella:
Sale el ALCALDE cantando
ALCALDE: Alcalde soy del Terrero, y quiero en esta ocasión, de los entes de palacio hacer ente de razón. Metafísica es del gusto sacarlos a plaza hoy, que aquí los mejores entes los metafísicos son. Vayan saliendo a la plaza, porque aunque invisibles son, han de parecer reales, aunque le pese a Platón. Del desprecio de las damas, plenipotenciario soy; y del favor no, porque el palacio no hay favor. El desprecio es aquí el premio, y aun eso cuesta sudor; pues no lo merece sino el que no lo mereció. "¡Salgan los entes, salgan, que se hace tarde, y en palacio se usa que espere nadie!"
Sale el AMOR, cubierto
AMOR: Yo, señor alcalde, salgo a ver si merezco el premio. ALCALDE: ¿Y quién sois? AMOR: Soy el Amor. ALCALDE: ¿Y por qué venís cubierto? AMOR: Porque, aunque en palacio asisto, soy delincuente. ALCALDE: Si hay eso, ¿por qué venís a palacio? AMOR: Porque me es preciso hacerlo, y tuviera mayor culpa a no tender la que tengo. ALCALDE: ¿Cómo así? AMOR: Porque en palacio, quien no es amante, es grosero; y escoger el menor quise, entre dos preciso yerros. ALCALDE: ¿Y por eso pretendéis el premio? AMOR: Sí. ALCALDE: ¡Majadero! ¿Quién os dijo que el Amor es digno ni aun del desprecio?
Canta
"¡Andad, andad adentro; que el que pretende, dice que es el desprecio, y el favor quiere!"
Vase el AMOR y sale el OBSEQUIO
OBSEQUIO: Señor Alcalde, de mí no se podrá decir eso. ALCALDE: ¿Quién sois? OBSEQUIO: El Obsequio soy, debido en el galanteo de las damas de palacio. ALCALDE: Bien, ¿y por qué queréis premio, si decís que sois debido? ¡Por cierto, sí, que es muy bueno que lo que nos debéis vos, queréis que acá lo paguemos!
Canta
"¡Andad, andad adentro; porque las damas llegan hasta la deudas, no hasta las pagas!"
Vase el OBSEQUIO y sale el RESPETO
RESPETO: Yo, que soy el más bien visto ente de palacio, vengo a que me premiéis, señor. ALCALDE: ¿Y quién sois? RESPETO: Soy el Respeto. ALCALDE: Pues yo no os puedo premiar. RESPETO: ¿Por qué no? ALCALDE: Porque si os premio, será vuestra perdición. RESPETO: ¿Cómo así? ALCALDE: Porque lo exento de las deidades, no admite pretensión; y el pretenderlo y conseguirlo será perdérseles el respeto.
Canta
"¡Andad, andad adentro; que no es muy bueno el Respeto que mira varios respetos!"
Vase el RESPETO, y sale la FINEZA
FINEZA: Yo, señor, de todos, sola soy quien el premio merezco. ALCALDE: ¿Quién sois? FINEZA: La Fineza soy; ved si con razón pretendo. ALCALDE: ¿Y en qué el merecer fundáis? FINEZA: ¿En qué? En lo fino, lo atento, en lo humilde, en lo obsequioso, en el cuidado, el desvelo, y en amar por sólo amar. ALCALDE: Vos mentís en lo propuesto; que si amarais por amar, aun siendo el premio el desprecio, no lo quisierais, siquiera por tener nombre de premio. Demás de que yo conozco, y en las señas os lo veo, que no sois vos la Fineza. FINEZA: ¿Pues qué tengo de no serlo? ALCALDE: Vení acá. ¿Vos nos decís que sois la Fineza? FINEZA: Es cierto. ALCALDE: Veis ahí cómo no lo sois. FINEZA: ¿Pues en qué tengo de verlo? ALCALDE: ¿En qué? En que vos lo decís; y el amante verdadero ha de tener de lo amado tan soberano concepto, que ha de pensar que no alcanza su amor al merecimiento de la beldad a quien sirve; y aunque la ame con extremo, ha de pensar siempre que es su amor, menor que el objeto, y confesar que no paga con todos los rendimientos; que lo fino del amor está en no mostrar el serlo.
Canta
"¡Y andad, andad adentro; que la Fineza mayor es, de un amante, no conocerlo!"
Vase la FINEZA, y sale la ESPERANZA, tapada
ESPERANZA: El haber, señor alcalde, sabido que es el propuesto premio el desprecio, me ha dado ánimo de pretenderlo. ALCALDE: Decid quién sois, y veré si lo merecéis. ESPERANZA: No puedo; que me hicierais desterrar, si llegaras a saberlo. ALCALDE: Pues, ¿y cómo puedo yo premiaros sin conoceros? ESPERANZA: ¿Pues para aqueso no basta el saber que lo merezco? ALCALDE: Pues si yo no sé quién sois, ni siquiera lo sospecho, ¿de dónde puedo inferir yo vuestro merecimiento? Y así, perded el temor que os encubre, del destierro --que aunque tengáis mil delitos, por esta vez os dispenso-- y descubríos. ESPERANZA: La Esperanza soy. ALCALDE: ¡Qué grande atrevimiento! ¿Una villana en palacio? ESPERANZA: Sí, ¿pues qué os espantáis de eso si siempre vivo en palacio, aunque con nombre supuesto? ALCALDE: ¿Y cuál es? ESPERANZA: Desconfïanza me llamo entre los discretos, y soy Desconfianza fuera y Esperanza por de dentro; y así, oyendo pregonar el premio, a llevarle vengo; que la Esperanza, en palacio, sólo es digna del desprecio. ALCALDE: Mientes; que el desprecio toma algún género de cuerpo en la boca de las damas, y al decirlo, por lo menos se le detiene en los labios, y se le va con los ecos; y con esto basta para hacerse mucho aprecio del desprecio, y sobra para que sea premio para los discretos; que no es razón que a una dama le costara tanto un necio.
Canta
"¡Andad, andad adentro; que la Esperanza por más que disimule, siempre es villana!" Y pues se han acabado todos los entes sin que ninguno el premio propuesto lleve, sépase que en las damas aún los desdenes, aunque tal vez se alcanzan, no se merecen. Y así, los entes salgan, porque confiesen que no merece el premio quien lo pretende.
Salen los Entes, y cada uno canta su copla
AMOR: Verdad es lo que dices; pues aunque amo, el Amor es obsequio, mas no contrato. OBSEQUIO: Ni tampoco el Obsequio; porque en palacio, con que servir lo dejen, queda pagado. RESPETO: Ni tampoco el Respeto algo merece; que a ninguno le pagan lo que se debe. FINEZA: La Fineza tampoco; porque, bien visto, no halla en lo obligatorio lugar lo fino. ESPERANZA: Yo, pues nada merezco siendo Esperanza, de hoy más llamarme quiero Desesperada. ALCALDE: Pues sepa, que en palacio, los que lo asisten, aun los mismos desprecios son imposibles.
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 22 Oct 2002