FESTEJO DE
LOS EMPEÑOS DE UNA CASA

Sor Juana Inés de la Cruz

Texto basado en varios textos tempranos de LOS EMPEÑOS DE UNA CASA. Fue preparado por Vern Williamsen para un curso dictado en el año 1986. La base textual de esta edición moderna es de Francisco Monterde (Mexico: Porrua, 1969). No hay mención en ésta de ediciones tempranas.


Loa que precedió a la comedia que se sigue


Personas que hablan en ella:



Sale la MÚSICA
MÚSICA:        Para celebrar cuál es
            de las dichas la mayor,
            a la ingeniosa palestra
            convoca a todos mi voz.
            ¡Venid al pregón:                 
            atención, silencio, atención, atención!
            Siendo el asunto, a quién puede
            atribuírse mejor,
            si al gusto de la Fineza,
            o del Mérito al sudor,           
            ¡venid todos, venid, venid al pregón
            de la más ingeniosa, lucida cuestión!
            ¡Atención, silencio, atención, atención!
 
Salen el MÉRITO y la DILIGENCIA, por un lado; y por otro la
FORTUNA y el ACASO
MÉRITO:     Yo vengo al pregón; mas juzgo
            que es superflua la cuestión.    
FORTUNA:    Yo, que tanta razón llevo,
            a vencer, no a lidiar voy.
ACASO:      Yo no vengo a disputar
            lo que puedo darme yo.
MÚSICA:     ¡Venid todos, venid, venid al pregón       
            de la más ingeniosa, lucida cuestión!
            ¡Atención, silencio, atención, atención!
MÉRITO:     Sonoro acento que llamas;
            pause tu canora voz.
            Pues si el asunto es, cuál sea   
            de las dichas la mayor,
            y a quién debe atribuírse
            después su consecución,
            punto que determinado
            por la natural razón             
            está ya, y aun sentenciado
            --como se debe-- a favor
            del Mérito, ¿para qué
            es ponerlo en opinión?
DILIGENCIA: Bien has dicho.  Y pues lo eres    
            tú, y yo parte tuya soy,
            que la Diligencia siempre
            al Mérito acompañó;
            pues aunque Mérito seas,
            si no te acompaño yo,            
            llegas hasta merecer,
            pero hasta conseguir, no
            --que Mérito a quien, de omiso,
            la Diligencia faltó,
            se queda con el afán,            
            y no alcanza el galardón--;
            pero supuesto que agora
            estamos juntos los dos,
            pues el Mérito eres tú
            y la Diligencia yo,                
            no hay que temer competencias
            de Fortuna.
FORTUNA:              ¿Cómo no,
            pues vosotros estrechar
            queréis mi jurisdicción;
            mayormente cuando traigo           
            al Acaso en mi favor?
MÉRITO:     ¿Pues al Mérito hacer puede
            la Fortuna, oposición?
FORTUNA:    Sí; pues ¿cuándo la Fortuna
            al Mérito no venció?                
DILIGENCIA: Cuando al Mérito le asiste
            la Diligencia.
ACASO:                  ¡Qué error!
            Pues a impedir un Acaso,
            ¿qué Diligencia bastó?
DILIGENCIA: Muchas veces hemos visto           
            que puede la prevención
            quitar el daño al Acaso.
ACASO:      Si se hace regulación,
            las más veces llega cuando
            ya el Acaso sucedió.        
MÉRITO:     Fortuna, llevar no puedo,
            que quiera tu sinrazón
            quitarme a mí de la Dicha
            la corona y el blasón.
            Ven acá.  ¿Quién eres para          
            oponerte a mi valor,
            más que una deidad mentida
            que la indignación formó?
            Pues cuando en mi tribunal
            los privo de todo honor,           
            se van a ti los indignos
            en grado de apelación.
            ¿Eres tú más que un efugio
            del interés y el favor,
            y una razón que se da            
            por obrar la sinrazón?
            ¿No eres tú del desconcierto
            un mal regido reloj,
            que si quiere da las veinte
            al tiempo de dar las dos?          
            ¿No eres tú de tus alumnos          
            la más fatal destrucción,
            pues al que ayer levantaste
            intentas derribar hoy?
            ¿Eres más...?
FORTUNA:                 ¡Mérito, calla;     
            pues tu vana presunción,
            en ser discurso se queda,
            sin pasar a oposición!
            ¿De qué te sirve injuriarme,
            si cuando está tu furor         
            envidiando mis venturas,
            las estoy gozando yo?
            Si sabes que, en cualquier premio
            en que eres mi opositor,
            te quedas tú con la queja       
            y yo con la posesión,
            ¿de qué sirve la porfía?
            ¿No te estuviera mejor
            el rendirme vasallaje
            que el tenerme emulación?       
            Discurre por los ejemplos
            pasados.  ¿Qué oposición
            me has hecho, en que decir puedas
            que has salido vencedor?
            En la destrucción de Persia,         
            donde asistí, ¿qué importó
            tener Darío el derecho,
            si ayudé a Alejandro yo?
            Y cuando quise después
            desdeñar al Macedón,               
            ¿le defendió de mis iras
            el ser del mundo señor?
            Cuando se exaltó en el trono
            Tamorlán con mi favor,
            ¿no hice una cerviz real          
            grada del pie de un pastor?
            Cuando quise hacer a César
            en Farsalia vencedor,
            ¿de qué le sirvió a Pompeyo
            el estudio y la razón?          
            Y el más hermoso prodigio,
            la más cabal perfección
            a que el Mérito no alcanza,
            a un Acaso se rindió.
            ¿Quién le dio el hilo a Teseo?       
            ¿Quién a Troya destruyó?
            ¿Quién dio las armas a Ulises,
            aunque Ayax las mereció?
            ¿No soy de la paz y guerra
            el árbitro superior,            
            pues de mi voluntad sola
            pende su distribución?
DILIGENCIA: No os canséis en argüir;
            pues la voz que nos llamó,
            de oráculo servirá,                
            dando a nuestra confusión
            luz.
ACASO:            Sí, que no Acaso fue
            el repetir el pregón:
MÚSICA:     ¡Atención, atención, silencio,atención!
 
MÉRITO:     Voz, que llamas importuna           
            a tantas, sin distinguir;
            ¿a quién se ha de atribuír
            aquesta ventura? 
MÚSICA:                     A una.
 
FORTUNA:       ¿De cuáles, si son opuestas?  
MÚSICA:     De éstas.                  
DILIGENCIA: ¿Cuál?  Pues hay en el teatro...
MÚSICA:     Cuatro.
ACASO:      Sí, ¡mas a qué fin rebozas?
MÚSICA:     Cosas.
FORTUNA:    Aunque escuchamos medrosas,       
            hallo que van pronunciando
            los ecos que va formando:
MÚSICA;     A una de estas cuatro cosas.
 
MÉRITO:      ¿Mas quién tendrá sin desdicha...?
MÚSICA:     La Dicha.               
FORTUNA:    Si miro que para quien...
MÚSICA:     Es bien.
MÉRITO:     ¿A quién es bien que por suya...?
MÚSICA:     Se atribuya.
DILIGENCIA: Pues de fuerza ha de ser tuya;    
            que juntando el dulce acento,
            dice que al Merecimiento...
MÚSICA:     La Dicha es bien se atribuya.
 
ACASO:         ¿Se dará, sin embarazo,...?
M&USICA:     Al Acaso.               
ACASO:      ¿Y qué pondrá en consecuencia?
MÚSICA:     Diligencia.
ACASO:      Sí; mas ¿cuál es fundamento?
MÚSICA:     Merecimiento.
ACASO:      Y lo logrará oportuna..         
MÚSICA:     Fortuna.
ACASO:      Bien se ve que sólo es una
            pero da la preeminencia...
MÚSICA:     Al Acaso, Diligencia,
            Merecimiento y Fortuna.           
 
MÉRITO:     Atribuírlo a un tiempo a todas,
            no es posible; pues confusas
            sus cláusulas con las nuestras
            confunden lo que articulan.
            Vamos juntando los ecos           
            que responden a cada una,
            para formar un sentido
            de tantas partes difusas.
FORTUNA:    Bien has dicho, pues así
            se penetrará su oscura          
            inteligencia.
ACASO:                   Con eso
            podrá ser que se construya
            su recóndito sentido.
DILIGENCIA: Pues digamos todas juntas
            con la Música, ayudando         
            las cláusulas que pronuncia.
 
Cantan TODOS
TODOS:      "A una de estas cuatro cosas
            la Dicha es bien se atribuya:
            al Acaso, Diligencia,
            Merecimiento y Fortuna."          
 
MÉRITO:     Nada responde, supuesto
            que ha respondido que a una
            se le debe atribuír,
            con que en pie deja la duda;
            pues no determina cuál.         
FORTUNA:    Sin duda, que se reduzca
            a los argumentos quiere.
ACASO:      Sin duda, que se refunda
            en el Acaso, es su intento.
DILIGENCIA: Sin duda, que se atribuya.        
            pretende a la Diligencia.
MÉRITO:     ¡Oh qué vanas conjeturas,
            siendo el Mérito primero.
FORTUNA:    Si no lo pruebas, se duda. 
 
MÉRITO:     Bien puede uno ser dichoso          
            sin tener Merecimiento;
            pero este mismo contento    
            le sirve de afán penoso;
            pues siempre está receloso
            del defecto que padece,           
            y el gusto le desvanece,
            sin alcanzarlo jamás.
            Luego no es dichoso, más
            de aquél que serlo merece.
 
MÚSICA:        ¡Que para ser del todo         
            feliz, no basta
            el tener la ventura,
            sino el gozarla!
 
FORTUNA:       Tu razón no satisfaga;
            pues antes, de ella se infiere         
            que la que el Mérito adquiere
            no es ventura, sino paga.
            Y antes, el deleite estraga,
            pues como ya se antevía,
            no es novedad la alegría.       
            Luego, en sentir riguroso,
            sólo se llama dichoso
            el que no lo merecía.
 
MÚSICA:        ¡Que para ser del todo
            grande una dicha,            
            no ha de ser esperada
            sino improvisa!
 
ACASO:         Del Acaso, una sentencia
            dice que se debe hacer
            mucho caso, pues el ser           
            pende de la contingencia.
            Y aun lo prueba la evidencia,
            pues no se puede dar paso
            sin que intervenga el Acaso;
            y no hacer de él caso, fuera         
            grave error; pues en cualquiera
            caso, hace el Acaso al caso.
 
MÚSICA:        ¡Porque ordinariamente,
            son las venturas
            más hijas del Acaso        
            que de la industria!
 
DILIGENCIA: Este sentir se condena;
            pues que es más ventura, es llano,
            labrarla uno de su mano,
            que esperarla de la ajena.        
            Pues no podrán darle pena
            riesgos de la contingencia,
            y aun en la común sentencia
            se tiene por más segura;
            pues dice que es la ventura       
            hija de la Diligencia.
 
MÚSICA:        ¡Y así, el temor no tiene
            de perder dichas,
            el que, si se le pierden,
            sabe adquirirlas!            
 
MÉRITO:     Aunque, a la primera vista,
            cada uno --al parecer--
            tiene razón, es engaño;
            pues de la Dicha el laurel
            sólo al Mérito le toca,       
            pues premio a sus sudor es.
MÚSICA:     ¡No es!
MÉRITO:             ¡Sí es!
 
DILIGENCIA: No es, sino con digno premio
            de la Diligencia; pues
            si allá se pide de gracia,           
            aquí como deuda es.
MÚSICA:     ¡No es!
DILIGENCIA:        ¡Sí es!
 
ACASO:         No es tal; porque si el Acaso
            su causa eficiente es,
            claro está que será mía,         
            pues soy yo quien la engendré.
MÚSICA:     ¡No es!
ACASO:              ¡Sí es!
MÉRITO:     Baste ya, que esta cuestión
            se ha reducido a porfía;
            y pues todo se vocea              
            y nada se determina,
            mejor es mudar de intento.
FORTUNA;    ¿Cómo?
MÉRITO:          Invocando a la Dicha;
            que, pues la que hoy viene a casa
            se tiene por más divina         
            que humana, como deidad
            sabrá decir, de sí misma,
            a cuál de nosotros cuatro
            debe ser atribuída.
FORTUNA:    Yo cederé mi derecho,           
            sólo con que ella lo diga.
            Mas ¿cómo hemos de invocarla,
            o adónde está?
DILIGENCIA:          En las delicias
            de los Elíseos, adonde
            sólo es segura la Dicha.        
            Mas ¿cómo hemos de invocarla?
ACASO:      Mezclando, con la armonía
            de los Coros, nuestras voces.
DILIGENCIA: Pues empezad sus festivas
            invocaciones, mezclando           
            el respeto a la caricia. 
 
Cantan y representan
MÉRITO:     ¡Oh Reina del Elíseo coronada!
FORTUNA:    ¡Oh Emperatriz de todos adorada!
DILIGENCIA: ¡Común anhelo de las intenciones!
ACASO:      ¡Causa final de todas las acciones!    
MÉRITO:     ¡Riqueza, sin quien pobre es la riqueza!
FORTUNA:    ¡Belleza, sin quien fea es la belleza!
MÉRITO:     Sin quien Amor no logra sus dulzuras.
FORTUNA:    Sin quien Poder no logra sus alturas.
DILIGENCIA: Sin quien el mayor bien en mal se vuelve.
ACASO:      Con quien el mal en bienes ser resuelve
MÉRITO:     ¡Tú, que donde tú asistes no hay desdicha!
FORTUNA:    En fin, ¡tú, Dicha!
ACASO:                          ¡Dicha!
DILIGENCIA:                          ¡Dicha!
MÉRITO:                                     ¡Dicha!
TODOS:         ¡Ven, ven a nuestras voces;
            porque tú misma            
            sólo, descifrar puedes
            de ti el enigma!
 
Dentro suena un clarín
MÚSICA:        ¡Albricias, albricias!
TODOS:      ¿De qué las pedís?
MÚSICA:     De que ya benigna            
            a la invocación
            se muestra la Dicha.
            ¡Albricias, albricias!
 
Córrense dos cortinas, y aparece la DICHA, 
con corona y cetro
MÉRITO:      ¡Oh, qué divino semblante!
FORTUNA:    ¡Qué beldad tan peregrina!           
DILIGENCIA: ¡Qué gracia tan milagrosa!
ACASO:      ¿Pues cuándo no fue la Dicha
            hermosa?
MÉRITO:             Todas los son;
            mas ninguna hay que compita
            con aquésta.  Pero atiende           
            a ver lo que determina.
 
DICHA:         Ya que, llamada, vengo
            a informar de mí misma,
            y a ser de vuestro pleito
            el árbitro común que lo decida;    
               y pues es la cuestión,
            a quién mejor, la Dicha,
            por razones que alegan,
            de los cuatro, ser debe atribuída;
               el Mérito me alega           
            tenerme merecida,
            como que equivalieran
            a mi valor sagrado sus fatigas;
               la Diligencia alega
            que en buscarme me obliga,        
            como que humana huella
            pudiera penetrar sagradas cimas;
               la Fortuna, más ciega,
            de serlo se acredita,
            pues quiere en lo sagrado         
            tener jurisdicciones electivas;
               y el Acaso, sin juicio
            pretende, o con malicia,
            el que la Providencia
            por un acaso se gobierne y rija.  
               Y para responderos
            con orden, es precisa
            diligencia, advertiros
            que no soy yo de las vulgares dichas;
               que ésas, la Diligencia           
            es bien que las consiga,
            que el Mérito las gane,
            que el Acaso o Fortuna las elijan;
               mas yo mido, sagrada,
            distancias tan altivas,           
            que a mi elevado solio
            no llegan impresiones peregrinas.
               Y ser yo de Fortuna
            dádiva, es cosa indigna;
            que de tan ciegas manos           
            no son alhajas dádivas divinas.
               Del Mérito, tampoco;
            que sagradas caricias
            pueden ser alcanzadas,
            pero nunca ser pueden merecidas.  
               Pues soy --mas con razón
            temo no ser creída,
            que ventura tan grande
            aun la dudan los ojos que la miran-- 
               la venida dichosa              
            de la Excelsa María
            y del Invicto Cerda,
            que eternos duren y dichosos vivan.
               Ved si a Dicha tan grande
            como gozáis podría            
            Diligencia ni Acaso,
            Mérito ni Fortuna, conseguirla.
               Y así, pues pretendéis
            a alguno atribuírla,
            sólo atribuírse debe               
            tanta ventura a Su Grandeza misma,
               y al José generoso
            que, sucesión florida,
            a multiplicar crece
            los triunfos de su real progenie invicta.
               Y pues ya conocéis
            que, a tan sagrada Dicha,
            ni volar la esperanza,
            ni conocerla pudo la noticia,
               al agradecimiento              
            los júbilos se sigan,
            que si no es recompensa,
            de gratitud al menos se acredita.
 
MÉRITO:        Bien dice; celebremos
            la gloriosa venida                
            de una dicha tan grande
            que en tres se multiplica.
                
               Y alegres digamos
            a su hermosa vista:
            ¡Bien venida sea             
            tan sagrada Dicha,
            que la Dicha siempre
            es muy bien venida!
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
FORTUNA:    Bien venida sea
            la Excelsa María,
            diosa de la Europa,
            deidad de las Indias.
ACASO:      Bien venido sea              
            el Cerda, que pisa
            la cerviz ufana
            de América altiva.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
MÉRITO:     Bien en José venga
            la Belleza misma,
            que ser más no puede
            y a crecer aspira.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;            
            sea bien venida!             
FORTUNA:    Y a ese bello Anteros
            un Cupido siga,
            que sus glorias parta
            sin disminuírlas.               
DICHA:      Porque de una y otra
            Casa esclarecida,
            crezca a ser gloriosa  
            generosa cifra.
FORTUNA:    Fortuna a su arbitrio        
            esté tan rendida,
            que pierda de ciega
            la costumbre antigua.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
MÉRITO:     Mérito, pues es
            tan de su Familia,
            como nación en ella, 
            eterno le asista.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;            
            sea bien venida!             
DILIGENCIA: Diligencia siempre
            tan fina le asista,
            que aumente renombres
            de ser más activa.              
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
ACASO:      El Acaso, tanto
            se esmere en servirla,
            que haga del Acaso                
            venturas precisas.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
FORTUNA:    En sus vellas Damas,
            cuya bizarría,             
            de Venus y Flora
            es hermosa envidia.
MÚSICA:     ¡Bien venida sea;
            sea bien venida!             
MÉRITO:     Y pues esta casa,              
            a quien iluminan
            tres Soles con rayos,
            un Alba con risa...
ACASO:      ...no ha sabido cómo
            festejar su Dicha            
            si no es con mostrarse
            de ella agradecida,...
DILIGENCIA: ...que a merced, que en todo
            es tan excesiva
            que aun de los deseos        
            pasa la medida,...
FORTUNA:    ...nunca hay recompensa,
            y si alguna hay digna,
            es sólo el afecto
            que hay a recibirla;...           
MÉRITO:     ...que al que las deidades
            al honor destinan,
            el Mérito dan
            con las honras mismas;...
ACASO:      ...y porque el festejo       
            pare en alegría,
            los Coros acordes
            otra vez repitan:
MÚSICA:     ¡Bien venida sea
            tan sagrada Dicha,                
            que la Dicha siempre
            es muy bien venida!
DICHA:      ¡Y sea en su Casa,
            porque eterna viva,
            como la Nobleza,             
            vínculo la Dicha!
 
FORTUNA:       Y porque a la causa es bien
            que estemos agradecidas,
            repetid conmigo todos:
TODOS:      ¡Qué con bien Su
            Señoría       
            Ilustrísima haya entrado,
            pues en su entrada festiva,
            fue la dicha de su entrada
            la entrada de nuestra Dicha!
MÚSICA:     ¡Fue la dicha de su entrada       
            la entrada de nuestra Dicha!
 
LETRA CANTADA
Divina Lisi, permite
            a los respetos cobardes
            que por indignos te pierden,
            que por humildes te hallen.
               No es ufano sacrificio           
            el que llega a tus altares;
            que aun se halla indigno, el afecto,
            de poder sacrificarse.
               Ni agradarte solicita;
            que no son las vanidades           
            tan soberbias, que presuman
            que a ti puedan agradarte.
               Sólo es una ofrenda humilde,
            que entre tantos generales         
            tributos, a ser no aspira,         
            ni aun a ser parte integrante.
               La pureza de tu altar
            no es bien macular con sangre,
            que es mejor que arda en las venas      
            que no que las aras manche.        
               Mentales víctimas son
            las que ante tu trono yacen,
            a quien hieren del deseo
            segures inmateriales.         
               No temen tu ceño; porque           
            cuando llegues a indignarte,
            ¿qué más dicha, que lograr
            el merecerte un desaire?
               Seguro, en fin, de la pena,     
            obra el amor; porque sabe          
            que a quien pretende el castigo,
            castigo es no castigarle.
 
Sigue inmediatamente la comedia


LOS EMPEÑOS DE UNA CASA


Personas que hablan en ella:


ACTO PRIMERO



La escena pasa en Toledo
[En casa de don Pedro]
Salen doña ANA y CELIA
ANA:           Hasta que venga mi hermano,
            Celia, le hemos de esperar.
CELIA:      Pues eso será velar,
            porque él juzga que es temprano
               la una o las dos; y a mi ver,    
            aunque es grande ociosidad
            viene a decir la verdad,    
            pues viene al amanecer. 
               Mas, ¿por qué agora te dio
            esa gana de esperar,          
            si te entras siempre a acostar
            tú, y le espero sola yo?
ANA:           Has de saber, Celia mía,
            que aquesta noche ha fïado
            de mí todo su cuidado;           
            tanto de mi afecto fía.
               Bien sabes tú que él salió
            de Madrid dos años ha,
            y a Toledo, donde está,
            a una cobranza llegó,            
               pensando luego volver,
            y así en Madrid me dejó,
            donde estando sola yo, 
            pudiendo ser vista y ver,
               me vio don Juan y le vi,        
            y me solicitó amante,
            a cuyo pecho constante
            atenta correspondí;
               cuando, o por no ser tan llano
            como el pleito se juzgó,         
            o lo cierto, porque no
            quería irse mi hermano
               --porque vive aquí una dama
            de perfecciones tan sumas
            que dicen que faltan plumas        
            para alabarla a la Fama,
               de la cual enamorado
            aunque no correspondido,
            por conseguirla perdido
            en Toledo se ha quedado,           
               y porque yo no estuviese
            sola en la corte sin él,
            o porque a su amor crüel
            de algún alivio le fuese--,
               dispuso él que venga aquí        
            a vivir yo, que al instante
            di cuenta a don Juan, que amante
            vino a Toledo tras mí;
               fineza a que agradecida
            toda el alma estar debiera,        
            si ya ¡ay de mí! no estuviera
            del empeño arrepentida,
               porque el Amor que es villano
            en el trato y la bajeza,
            se ofende de la fineza.            
            Pero, volviendo a mi hermano,    
               sábete que él ha inquirido
            con obstinada porfía
            qué motivo haber podía
            para no ser admitido;         
               y hallando que es otro amor,
            aunque yo no sé de quién,
            sintiendo más que el desdén  
            que otro gozase el favor
               --que como este fiero engaño       
            es envidioso veneno,
            se siente el provecho ajeno
            mucho más que el propio daño--;
               sobornando --¡oh vil costumbre
            que así la razón estraga,           
            que es tan ciego Amor, que paga
            porque le den pesadumbre!--
               una crïada que era
            de quien ella se fïaba,
            en el estado que estaba            
            su amor, con el fin que espera,
               y con lo demás que pasa,
            supo de la infiel crïada,
            que estaba determinada
            a salirse de su casa          
               esta noche con su amante;
            de que mi hermano furioso,
            como a quien está celoso
            no hay peligro que le espante,
               con unos hombres trató        
            que fingiéndose justicia
            --¡mira qué astuta malicia!--
            prendan al que la robó,
               y que al pasar por aquí
            al galán y dama bella,           
            como en depósito, a ella
            me la entregasen a mí,
               y que luego al apartarse,
            como que acaso ellos van
            descuidados, al galán            
            den lugar para escaparse,
               con lo cual claro es arguye
            que él se valdrá de los pies
            huyendo, pues piensa que es
            la justicia de quien huye;        
               y mi hermano, con la traza 
            que su amor ha discurrido,
            sin riesgo habrá conseguido
            traer su dama a su casa,
               y en ella es bien fácil cosa      
            galantearla abrasado
            sin que él parezca culpado
            ni ella pueda estar quejosa,
               porque si tanto despecho
            ella llegase a entender,          
            visto es que ha de aborrecer
            a quien tal daño le ha hecho.
               Aquesto que te he contado,
            Celia, tengo que esperar;
            mira ¿cómo puedo entrar         
            a acostarme sin cuidado?
CELIA:         Señora, nada me admira;
            que en amor no es novedad
            que se vista la verdad
            del color de la mentira,          
               ¿ni quién habrá que se espante
            si lo que es, llega a entender,
            temeridad de mujer
            ni resolución de amante,
               ni de traidoras crïadas,       
            que eso en todo el mundo pasa,
            y quizá dentro de casa
            hay algunas calderadas?
               Sólo admirado me han,
            por las acciones que has hecho,   
            los indicios que tu pecho
            da de olvidar a don Juan,
               y no sé por qué el cuidado
            das en trocar en olvido,
            cuando ni causa has tenido        
            tú, ni don Juan te la ha dado.
ANA:           Que él no me la da, es verdad;
            que no la tengo, es mentira.
CELIA:      ¿De qué manera?
ANA:                     ¿Qué se admira?
            Es ciega la Voluntad.        
               Tras mí, como sabes, vino
            amante y fino don Juan,
            quitándose de galán
            lo que se añade de fino,
               sin dejar a qué aspirar           
            a la ley del albedrío,
            porque si él es ya tan mío
            ¿qué tengo que desear?
               Pero no es aquésa sola
            la causa de mi despego,           
            sino porque ya otro fuego
            en mi pecho se acrisola.
               Suelo en esta calle ver
            pasar a un galán mancebo,
            que si no es el mismo Febo,       
            yo no sé quién pueda ser.
               A éste, ¡ay de mí!, Celia mía,
            no sé si es gusto o capricho,
            y... Pero ya te lo he dicho,
            sin saber que lo decía.         
CELIA:         ¿Lloras?
ANA:                ¿Pues no he de llorar,
            ¡ay infeliz de mí!, cuando
            conozco que estoy errando
            y no me puedo enmendar?
CELIA:         (Qué buenas nuevas me dan        Aparte
            con esto que agora he oído,
            para tener yo escondido
            en su cuarto al tal don Juan, 
               que habiendo notado el modo
            con que le trata enfadada,        
            quiere hacer la tarquinada
            y dar al traste con todo).
               ¿Y quién, señora, ha logrado
            tu amor?
ANA:                Sólo decir puedo
            que es un don Carlos de Olmedo    
            el galán.  Mas han llamado;
               mira quién es, que después
            te hablaré, Celia.
CELIA:                   ¿Quién llama?
 
Habla dentro
EMBOZADO:   ¡La justicia!
ANA:                     Ésta es la dama;
            abre, Celia.
CELIA:                  Entre quien es.       
 
Salen dos EMBOZADOS y doña LEONOR
EMBOZADO:      Señora, aunque yo no ignoro
            el decoro de esta casa,
            pienso que el entrar en ella
            ha sido más venerarla
            que ofenderla; y así, os ruego  
            que me tengáis esta dama
            depositada, hasta tanto
            que se averigüe la causa
            porque le dio muerte a un hombre
            otro que la acompañaba.         
            Y perdonad, que a hacer vuelvo
            diligencias no excusadas
            en tal caso.
 
Vanse los EMBOZADOS
ANA:               ¿Qué es aquesto?
            Celia, a aquesos hombres llama
            que lleven esta mujer,       
            que no estoy acostumbrada
            a oír estas liviandades.
CELIA:      (Bien la deshecha mi ama              Aparte
            hace de querer tenerla).
LEONOR:     Señora, --en la boca el alma         
            tengo, ¡ay de mí!-- si piedad
            mis tiernas lágrimas causan
            en tu pecho --hablar no acierto--,
            te suplico arrodillada
            que ya que no de mi vida,         
            tengas piedad de mi fama,
            sin permitir, puesto que
            ya una vez entré en tu casa,
            que a otra me lleven adonde
            corra mayores borrascas           
            mi opinión; que a ser mujer,
            como imaginas, liviana,
            ni a ti te hiciera este ruego,
            ni yo tuviera estas ansias.
 
Hablan doña ANA y CELIA aparte
ANA:        (A lástima me ha movido          
            su belleza y su desgracia.
            Bien dice mi hermano, Celia.)
CELIA:      (Es belleza sobrehumana;
            y si está así en la tormenta
            ¿cómo estará en la bonanza?)        
ANA:        Alzad del suelo, señora,
            y perdonad si turbada
            del repentino suceso
            poco atenta y cortesana
            me he mostrado, que ignorar       
            quién sois, pudo dar la causa
            a la extrañeza; mas ya
            vuestra persona gallarda
            informa en vuestro favor,
            de suerte que toda el alma        
            ofrezco para serviros.
LEONOR:     ¡Déjame besar tus plantas,
            bella deidad, cuyo templo,
            cuyo culto, cuyas aras,
            de mi deshecha fortuna       
            son el asilo!
ANA:                    Levanta,
            y cuéntame qué sucesos
            a tal desdicha te arrastran,
            aunque, si eres tan hermosa,
            no es mucho ser desdichada.       
CELIA:      (De la envidia que le tiene           Aparte
            no le arriendo la ganancia).
LEONOR:     Señora, aunque la vergüenza
            me pudiera ser mordaza
            para callar mis sucesos,          
            la que como yo se halla     
            en tan infeliz estado,
            no tiene por qué callarlas;
            antes pienso que me abono
            en hacer lo que me mandas,        
            pues son tales los indicios
            que tengo de estar culpada,
            que por culpables que sean  
            son más decentes sus causas;
            y así, escúchame.
ANA:                         El silencio      
            te responda.
CELIA:                   ¡Cosa brava!
            ¿Relación a media noche
            y con vela?  ¡Que no valga!
 
LEONOR:        Si de mis sucesos quieres
            escuchar los tristes casos        
            con que ostentan mis desdichas
            lo poderoso y lo vario,
            escucha, por si consigo
            que divirtiendo tu agrado
            lo que fue trabajo propio         
            sirva de ajeno descanso,
            o porque en el desahogo
            hallen mis tristes cuidados
            a la pena de sentirlos
            el alivio de contarlos.           
            Yo nací noble; éste fue
            de mi mal el primer paso,
            que no es pequeña desdicha
            nacer noble un desdichado;
            que aunque la nobleza sea         
            joya de precio tan alto,
            es alhaja que en un triste
            sólo sirve de embarazo;
            porque estando en un sujeto,
            repugnan como contrarios,         
            entre plebeyas desdichas
            haber respetos honrados.
            Decirte que nací hermosa
            presumo que es excusado,
            pues lo atestiguan tus ojos       
            y lo prueban mis trabajos.
            Sólo diré... Aquí quisiera
            no ser yo quien lo relato,
            pues en callarlo o decirlo
            dos inconvenientes hallo;         
            porque si digo que fui
            celebrada por milagro
            de discreción, me desmiente
            la necedad del contarlo;
            y si lo callo, no informo         
            de mí, y en un mismo caso
            me desmiento si lo afirmo,
            y lo ignoras si lo callo.   
            Pero es preciso al informe
            que de mis sucesos hago           
            --aunque pase la modestia
            la vergüenza de contarlo--,
            para que entiendas la historia,
            presuponer asentado
            que mi discreción la causa           
            fue principal de mi daño.
            Inclinéme a los estudios
            desde mis primeros años
            con tan ardientes desvelos
            con tan ansiosos cuidados,        
            que reduje a tiempo breve
            fatigas de mucho espacio.
            Conmuté el tiempo, industriosa,
            a lo intenso del trabajo,
            de modo que en breve tiempo       
            era el admirable blanco
            de todas las atenciones,
            de tal modo, que llegaron
            a venerar como infuso
            lo que fue adquirido lauro.       
            Era de mi patria toda
            el objeto venerado
            de aquellas adoraciones
            que forma el común aplauso;
            y como lo que decía.            
            fuese bueno o fuese malo,
            ni el rostro lo deslucía
            ni lo desairaba el garbo,
            llegó la superstición
            popular a empeño tanto,         
            que ya adoraban deidad
            el ídolo que formaron.
            Voló la Fama parlera, 
            discurrió reinos extraños,
            y en la distancia segura          
            acreditó informes falsos.
            La pasión se puso anteojos
            de tan engañosos grados,
            que a mis moderadas prendas
            agrandaban los tamaños.         
            Víctima en mis aras eran,
            devotamente postrados,
            los corazones de todos
            con tan comprensivo lazo,
            que habiendo sido al principio         
            aquel culto voluntario,
            llegó después la costumbre,
            favorecida de tantos,
            a hacer como obligatorio
            el festejo cortesano;        
            y si alguno disentía
            paradojo o avisado,
            no se atrevía a proferirlo,
            temiendo que, por extraño,
            su dictamen no incurriese,        
            siendo de todos contrario,
            en la nota de grosero
            o en la censura de vano. 
            Entre estos aplausos yo,
            con la atención zozobrando           
            entre tanta muchedumbre,
            sin hallar seguro blanco,
            no acertaba a amar a alguno,
            viéndome amada de tantos.
            Sin temor en los concursos        
            defendía mi recato
            con peligros del peligro
            y con el daño del daño.
            Con una afable modestia
            igualando el agasajo,        
            quitaba lo general
            lo sospechoso el agrado.
            Mis padres, en mi mesura
            vanamente asegurados,
            se descuidaron conmigo;           
            ¡qué dictamen tan errado,
            pues fue quitar por de fuera
            las guardas y los candados
            a una fuerza que en sí propia
            encierra tantos contrarios!       
            Y como tan neciamente
            conmigo se descuidaron,
            fue preciso hallarme el riesgo
            donde me perdió el cuidado.
            Sucedió, pues, que entre muchos      
            que de mi fama incitados
            contestar con mi persona
            intentaban mis aplausos
            llegó acaso a verme --¡Ay cielos!,
            ¿cómo permitís tiranos        
            que un afecto tan preciso
            se forjase de un acaso?--
            don Carlos de Olmedo, un joven
            forastero, mas tan claro
            por su origen, que en cualquiera  
            lugar que llegue a hospedarlo,
            podrá no ser conocido,
            pero no ser ignorado.
            Aquí, que me des te pido
            licencia para pintarlo,           
            por disculpar mis errores,
            o divertir mis cuidados;
            o porque al ver de mi amor
            los extremos temerarios,
            no te admire que el que fue       
            tanto, mereciera tanto.
            Era su rostro un enigma
            compuesto de dos contrarios
            que eran valor y hermosura,
            tan felizmente hermanados,        
            que faltándole a lo hermosos
            la parte de afeminado,
            hallaba lo más perfecto
            en lo que estaba más falto;
            porque ajando las facciones       
            con un varonil desgarro,
            no consintió a la hermosura
            tener imperio asentado;
            tan remoto a la noticia,
            tan ajeno del reparo,        
            que aun no le debió lo bello
            la atención de despreciarlo;
            que como en un hombre está
            lo hermoso como sobrado,
            es bueno para tenerlo        
            y mal para ostentarlo.
            Era el talle como suyo,
            que aquel talle y aquel garbo,
            aunque la Naturaleza
            a otro dispusiera darlo,          
            sólo le asentara bien
            al espíritu de Carlos;
            que fue de su providencia
            esmero bien acertado,
            dar un cuerpo tan gentil          
            a espíritu tan gallardo.
            Gozaba un entendimiento
            tan sutil, tan elevado,
            que la edad de lo entendido
            era un mentís de sus años.         
            Alma de estas perfecciones
            era el gentil desenfado
            de un despejo tan airoso,
            un gusto tan cortesano,
            un recato tan amable,        
            un tan atractivo agrado,
            que en el más bajo descuido
            se hallaba el primor más alto;
            tan humilde en los afectos,
            tan tierno en los agasajos,       
            tan fino en las persuasiones,
            tan  apacible en el trato
            y en todo, en fin, tan perfecto,
            que ostentaba cortesano
            despojos de lo rendido,           
            por galas de lo alentado.
            En los desdenes sufrido,
            en los favores callado,
            en los peligros resuelto,
            y prudente en los acasos.         
            Mira si con estas prendas,
            con otras más que te callo,
            quedaría, en la más cuerda,
            defensa para el recato.
            En fin, yo le amé; no quiero         
            cansar tu atención contando
            de mi temerario empeño
            la historia caso por caso;
            pues tu discreción no ignora
            de empeños enamorados,          
            que es su ordinario principio
            desasosiego y cuidado,
            su medio, lances y riesgos,
            su fin, tragedias o agravios.
            Creció el amor en los dos       
            recíproco y deseando
            que nuestra feliz unión
            lograda en tálamo casto
            confirmase de Himeneo
            el indisoluble lazo;         
            y porque acaso mi padre,
            que ya para darme estado
            andaba entre mis amantes
            los méritos regulando,
            atento a otras conveniencias           
            no nos fuese de embarazo,
            dispusimos esta noche
            la fuga, y atropellando
            el cariño de mi padre,
            y de mi honor el recato,          
            salí a la calle, y apenas
            daba los primeros pasos
            entre cobardes recelos
            de mi desdicha, fïando
            la una mano a las basquiñas          
            y a mi manto la otra mano,
            cuando a nosotros resueltos
            llegaron dos embozados.
            "¿Qué gente?" dicen, y yo
            con el aliento turbado,           
            sin reparar lo que hacía
            porque suele en tales casos
            hacer publicar secretos
            el cuidado de guardarlos--,
            "¡Ay, Carlos, perdidos somos!"         
            dije, y apenas tocaron
            mis voces a sus oídos
            cuando los dos arrancando
            los aceros, dijo el uno:
            "¡Matadlo, don Juan, matadlo;          
            que esa tirana que lleva,
            es doña Leonor de Castro,
            mi prima."  Sacó mi amante
            el acero, y alentado,
            apenas con una punta              
            llegó al pecho del contrario,
            cuando diciendo:  "¡Ay de mí!" 
            dio en tierra, y viendo el fracaso
            dio voces el compañero,
            a cuyo estruendo llegaron         
            algunos; y aunque pudiera
            la fuga salvar a Carlos,
            por no dejarme en el riesgo
            se detuvo temerario,
            de modo que la justicia,          
            que acaso andaba rondando,
            llegó a nosotros, y aunque
            segunda vez obstinado
            intentaba defenderse,
            persuadido de mi llanto           
            rindió la espada a mi ruego,
            mucho más que a sus contrarios.
            Prendiéronle, en fin; y a mí,
            como a ocasión del estrago,
            viendo que el que queda muerto         
            era don Diego de Castro,
            mi primo, en tu noble casa,
            señora, despositaron
            mi persona y mis desdichas,
            donde en un punto me hallo        
            sin crédito, sin honor,
            sin consuelo, sin descanso,
            sin aliento, sin alivio,
            y finalmente esperando
            la ejecución de mi muerte       
            en la sentencia de Carlos.
ANA:        ¡Cielos!  ¿qué es esto que escucho? Aparte
            Al mismo que yo idolatro
            es el que quiere Leonor...
            ¡Oh, qué presto que ha vengado  
            Amor a don Juan!  ¡Ay triste!)
            Señora, vuestros cuidados
            siento como es justo.  Celia,
            lleva esta dama a mi cuarto
            mientras yo a mi hermano espero.  
CELIA:      Venid, señora.
LEONOR:                       Tus pasos,
            sigo, ¡ay de mí!, pues es fuerza
            obedecer a los hados.
 
Vanse CELIA y doña LEONOR
ANA:           Si de Carlos la gala y bizarría
            pudo por sí mover a mi cuidado,      
            ¿cómo parecerá, siendo envidiado,
            lo que sólo por sí bien parecía?
               Si sin triunfo rendirle pretendía,
            sabiendo ya que vive enamorado,
            ¿qué victoria será verle apartado  
            de quien antes por suyo le tenía?
               Pues perdone don Juan, que aunque yo quiera
            pagar su amor, que a olvido ya condeno,
            ¿cómo podré si ya en mi pena fiera
               introducen los celos su veneno?     
            Que es Carlos más galán; y aunque no fuera,
            tiene de más galán el ser ajeno.
 
Sale don CARLOS, con la espada desnuda, y CASTAÑO
CARLOS:        Señora, si en vuestro amparo
            hallan piedad las desdichas,
            lograd el triunfo mayor           
            siendo amparo de las mías.
            Siguiendo viene mis pasos
            no menos que la justicia,
            y como hüir de ella es
            generosa cobardía,              
            al asilo de esos pies
            mi acosado aliento aspira,
            aunque si ya perdí el alma,
            poco me importa la vida.
CASTAÑO:    A mí sí me importa mucho;       
            y así, señora, os suplica
            mi miedo, que me escondáis
            debajo de las baquiñas.
CARLOS:     ¡Calla, necio!
CASTAÑO:                    ¿Pues será
            la primer vez, si lo miras,       
            ésta, que los sacristanes
            a los delincuentes libran?
ANA:        (¡Carlos es!  ¡Válgame el cielo! Aparte
            La ocasión a la medida
            del deseo se me viene        
            de obligar con bizarrías
            su amor, sin hacer ultraje
            a mi presunción altiva;
            pues amparándole aquí
            con generosas caricias,           
            cubriré lo enamorada
            con visos de compasiva;
            y sin ajar la altivez
            que en mi decoro es precisa,
            podré, sin rendirme yo,         
            obligarle a que se rinda;
            que aunque sé que ama a Leonor,
            ¿qué voluntad hay tan fina
            en los hombres, que si ven
            que otra ocasión los convida         
            la dejen por la que quieren?
            Pues alto, Amor, ¿qué vacilas,
            si de que puede mudarse
            tengo el ejemplo en mí misma?)
            Caballero, las desgracias         
            suelen del valor ser hijas
            y cebo de las piedades;
            y así, si las vuestras libran
            en mí su alivio, cobrar
            la respiración perdida,         
            y en esta cuadra, que cae
            a un jardín, entrad aprisa,
            antes que venga un hermano
            que tengo, y con la malicia
            de veros conmigo solo        
            otro riesgo os aperciba.
CARLOS:     No quisiera yo, señora,
            que el amparo de mi vida
            a vos os costara un susto.
CASTAÑO:    ¿Agora en aqueso miras?        
            ¡Cuerpo de quien me parió!
ANA:        Nada a mí me desanima.
            Venid, que aquí hay una pieza   
            que nunca mi hermano pisa,
            por ser en la que se guardan           
            alhajas que en las visitas
            de cumplimiento me sirven,
            como son alfombras, sillas
            y otras cosas; y además
            de aqueso, tiene salida           
            a un jardín, por si algo hubiere;
            y porque nada os aflija,
            venid y os la mostraré;
            pero antes será precisa
            diligencia el que yo cierre       
            la puerta, porque advertida
            salga en llamando mi hermano.
 
Habla CASTAÑO aparte a don CARLOS
CASTAÑO:    Señor, ¡Qué casa tan rica
            y qué dama tan bizarra!
            ¿No hubieras --¡Pese a mis tripas,     
            que claro es que ha de pesarles,
            pues se han de quedar vacías!--
            enamorado tú a aquésta
            y no a aquella pobrecita
            de Leonor, cuyo caudal       
            son cuatro bachillerías?
CARLOS:     ¡Vive Dios, villano!
ANA:                         Vamos.
            (Amor, pues que tú me brindas       Aparte
            con la dicha, no le niegues
            después el logro a la dicha.)         
 
Vanse todos
[En casa de LEONOR]
Salen don RODRIGO y HERNANDO
RODRIGO:       ¿Qué me dices, Hernando?
HERNANDO:                               Lo que pasa;
            que mi señora se salió de casa.
RODRIGO:    ¿Y con quién no has sabido?
HERNANDO:                               ¿Cómo puedo,
            si como sabes tú, todo Toledo
            y cuantos a él llegaban,        
            su belleza e ingenio celebraban?
            Con lo cual, conocerse no podía
            cuál festejo era amor, cuál cortesía;
            en que no sé si tú culpado has sido,
            pues festejarla tanto has permitido,   
            sin advertir que, aunque era recatada,
            es fuerte la ocasión y el verse amada,
            y que es fácil que, amante e importuno,
            entre los otros le agradase alguno.
RODRIGO:    Hernando, no me apures la paciencia;   
            que aquéste ya no es tiempo de advertencia.
            ¡Oh fiera!  ¿Quién diría
            de aquella mesurada hipocresía,
            de aquel punto y recato que mostraba,
            que liviandad tan grande se encerraba 
            en su pecho alevoso?
            ¡Oh mujeres!  ¡Oh monstruo venenoso!
            ¿Quién en vosotras fía,
            si con igual locura y osadía,
            con la misma medida               
            se pierde la ignorante y la entendida?
            Pensaba yo, hija vil, que tu belleza,
            por la incomodidad de mi pobreza,
            con tu ingenio sería
            lo que más alto dote te daría;          
            y agora, en lo que has hecho,
            conozco que es más daño que provecho;
            pues el ser conocida y celebrada 
            y por nuevo milagro festejada,
            me sirve, hecha la cuenta,        
            sólo de que se sepa más tu afrenta.
            ¿Pero cómo a la queja se abalanza
            primero mi valor, que a la venganza?
            ¿Pero cómo, ¡ay de mí!, si en lo que lloro
            la afrenta sé y el agresor ignoro?   
            Y así ofendido, sin saber me quedo
            ni cómo, ni de quién vengarme puedo.
HERNANDO:   Señor, aunque no sé con evidencia
            quién pudo de Leonor causar la ausencia,
            por el rumor que había          
            de los muchos festejos que le hacía,
            tengo por caso llano
            que la llevó don Pedro de Arellano.
RODRIGO:    Pues si don Pedro fuera,
            di, ¿qué dificultad hallar pudiera   
            en que yo por mujer se le entregara
            sin que tan grande afrente me causara?
HERNANDO:   Señor, como eran tantos lo que amaban
            a Leonor, y su mano deseaban,
            y a ti te la han pedido,          
            temería no ser el elegido;
            que todo enamorado es temeroso,
            y nunca juzga que será el dichoso;
            y aunque usando tal medio
            le alabo yo el temor y no el remedio, 
            sin duda por quitar la contingencia
            se quiso asegurar con el ausencia.
            Y así, señor, si tomas mi consejo
            --tú estás cansado y viejo,
            don Pedro es mozo, rico y alentado,    
            y sobre todo, el mal ya está causado--,
            pórtate con él cuerdo, cual conviene,
            y ofrécele lo mismo que él se tiene;
            dile que vuelva a casa a Leonor bella 
            y luego al punto cásale con ella,    
            y él vendrá en ello, pues no habrá quien huya
            lo que ha de resultar en honra suya;
            y con lo que te ordeno,
            vendrás a hacer antídoto el veneno.
RODRIGO:    ¡Oh Hernando!  ¡Qué tesoro es tan preciado
            un fïel amigo, o un leal crïado!
            Buscar a mi ofensor aprisa elijo
            por convertirle de enemigo en hijo.
HERNANDO;   Sí, señor, que el remedio es bien se aplique
            antes que el mal que pasa se publique.
 
Vanse los dos
[En casa de don Pedro]
Sale doña LEONOR retirándose de don JUAN
JUAN:          Espera, hermosa homicida.
            ¿De quién huyes?  ¿Quién te agravia?
            ¿Qué harás de quien te aborrece
            si así a quien te adora tratas?
            Mira que ultrajas huyendo         
            los mismos triunfos que alcanzas,
            pues siendo el vencido yo
            tú me vuelves las espaldas,
            y que haces que se ejerciten
            dos acciones encontradas:         
            tú, huyendo de quien te quiere;
            yo, siguiendo a quien me mata.
LEONOR:     Caballero, o lo que sois;
            si apenas en esta casa,
            que aun su dueño ignoro, acabo  
            de poner la infeliz planta,
            ¿cómo queréis que yo pueda
            escuchar vuestras palabras,
            si de ellas entiendo sólo
            el asombro que me causan?         
            Y  así, si como sospecho
            me juzgáis otra, os engaña
            vuestra pasión.  Deteneos
            y conoced, más cobrada
            la atención, que no soy yo           
            la que vos buscáis.
JUAN:                         ¡Ah ingrata!
            Sólo eso falta, que finjas
            para no escuchar mis ansias,
            como que mi amor tuviera
            condición tan poco hidalga           
            que en escuchar mis lamentos
            tu decoro peligrara.
            Pues bien para segurarte,
            las experiencias pasadas
            bastaban, de nuestro amor,        
            en que viste veces tantas
            que las olas de mi amor     
            cuando más crespas llegaban
            a querer con los deseos
            de amor anegar la playa,          
            era margen tu respeto
            al mar de mis esperanzas.
LEONOR:     Ya he dicho que no soy yo,
            caballero, y esto basta;
            idos, o yo llamaré              
            a quien oyendo esas ansias
            las premie por verdaderas
            o las castigue por falsas.
JUAN;       Escucha.
LEONOR:             No tengo qué. 
JUAN:       ¡Pues vive el Cielo, tirana,           
            que forzada me has de oír
            si no quieres voluntaria,
            y ha de escucharme grosero
            quien de lo atento se cansa!
 
Cógela de un brazo
LEONOR:     ¿Qué es esto?  ¡Cielos, valedme!     
JUAN:       En vano a los cielos llamas,
            que mal puede hallar piedad
            quien siempre piedad le falta.
LEONOR:     ¡Ay de mí!  ¿No hay quien socorra
            mi inocencia?
 
Salen don CARLOS y doña ANA deteniéndolo
ANA:                     Tente, aguarda,      
            que yo veré lo que ha sido,
            sin que tú al peligro salgas
            si es que mi hermano ha venido.
CARLOS:     Señora, esta voz el alma
            me ha atravesado; perdona.        
ANA:        (La puerta tengo cerrada;             Aparte
            y así, de no ser mi hermano
            segura estoy; mas me causa
            inquietud el que no sea
            que Carlos halle a su dama;       
            pero si ella está en mi cuarto
            y Celia fue a acompañarla,
            ¿qué ruido puede ser éste?
            Y a oscuras toda la cuadra
            está). ¿Quién va?
CARLOS:                      Yo, señora;    
            ¿qué me preguntas?
JUAN:                         Doña Ana,
            mi bien, señora, ¿por qué
            con tanto rigor me tratas?
            ¿Éstas eran las promesas
            éstas eran las palabras         
            que me distes en Madrid
            para alentar mi esperanza?
            Si obediente a tus preceptos,
            de tus rayos salamandra,
            girasol de tu semblante,          
            Clicie de tus luces claras,
            dejé, sólo por servirte
            el regalo de mi casa,
            el respeto de mi padre,
            y el cariño de mi patria;       
            si tú, si no de amorosa
            de atenta y de cortesana,
            diste con tácito agrado
            a entender lo que bastaba
            para que supiese yo          
            que era ofrenda mi esperanza
            admitida en el sagrado
            sacrificio de tus aras,
            ¿cómo agora tan esquiva
            con tanto rigor me tratas?        
ANA:        (¿Qué es esto que escucho, cielos?  Aparte
            ¨No es éste don Juan de Vargas,
            que mi ingratitud condena
            y sus finezas ensalza?
            ¿Pues quién aquí le ha traído?   
CARLOS:     Señora, escucha.
 
Llega don CARLOS a doña LEONOR
LEONOR:                    Hombre, aparta;
            ya te he dicho que me dejes.
CARLOS:     Escucha, hermosa doña Ana, 
            mira que don Carlos soy,
            a quien tu piedad ampara.         
LEONOR:     (Don Carlos ha dicho.  ¡Cielos!       Aparte
            Y hasta en el habla jurara
            que es don Carlos; y es que como
            tengo a Carlos en el alma,
            todos Carlos me parecen,          
            cuando él ¡ay prenda adorada!
            en la prisión estará).
CARLOS:     ¿Señora?
LEONOR:              Apartad, que basta
            deciros que me dejéis.
CARLOS:     Si acaso estáis enojada         
            porque hasta aquí os he seguido,
            perdonad, pues fue la causa
            solamente el evitar
            si algún daño os amenaza.
LEONOR:     (¡Válgame Dios, lo que a Carlos  Aparte
            parece!)
JUAN:                ¿Qué, en fin, ingrata,
            con tal rigor me desprecias?
 
Sale CELIA con luz
CELIA:      (A ver si está aquí mi ama,    Aparte
            para sacar a don Juan
            que oculto dejé en su cuadra,        
            vengo; mas ¿qué es lo que veo?)
LEONOR:     (¿Qué es esto?  ¡El cielo me valga!  Aparte
            ¿Carlos no es éste que miro?)
CARLOS:     (¡Ésta es Leonor, o me engaña     Aparte
            la aprensión!)
ANA:                   (¿Don Juan aquí?      Aparte
            Aliento y vida me faltan).
JUAN:       (¿Aquí don Carlos de Olmedo?       Aparte
            Sin duda que de do¤a Ana
            es amante, y que por él
            aleve, inconstante y falsa        
            me trata a mí con desdén).
LEONOR:     (¡Cielos!  ¿En aquesta casa        Aparte
            Carlos, cuando amante yo
            en la prisión le lloraba?
            ¿En una cuadra escondido,         
            y a mí, pensando que hablaba
            con otra, decirme amores?
            Sin duda que de esta dama
            es amante.  Pero ¿cómo?
            ¿Si es ilusión lo que pasa           
            por mí?  ¡Si a él llevaron preso
            y quedé despositada
            yo!  Toda soy un abismo
            de penas.)
JUAN:                ¡Fácil, liviana!
            ¿Éstos eran los desdenes;       
            tener dentro de tu casa
            oculto un hombre?  ¡Ay de mí!
            ¿Por esto me desdeñabas?
            ¡Pues, vive el cielo, traidora,
            que pues no puede mi saña       
            vengar en ti mi desprecio,  
            porque aquella ley tirana
            del respeto a las mujeres,
            de mis rigores te salva
            me he de vengar en tu amante!     
ANA:        ¡Detente, don Juan, aguarda!
CARLOS:     (Son tantas las confusiones           Aparte
            en que mi pecho batalla,
            que en su varia confusión
            el discurso se embaraza,          
            y por discurrirlo todo
            acierto a discurrir nada.
            ¿Aquí Leonor, cielos?  ¿Cómo?
ANA:        ¡Detente!
JUAN:                 ¡Aparta, tirana,
            que a tu amante he de dar muerte!      
CELIA:      Señora, mi señor llama.
ANA:        ¿Qué dices, Celia?  ¡Ay de mí!
            Caballeros, si mi fama
            os mueve, débaos agora
            el ver que no soy culpada         
            aquí en la entrada de alguno,
            a esconderos, que palabra
            os doy de daros lugar
            de que averigüéis mañana
            la causa de vuestras dudas;       
            pues si aquí mi hermano os halla,
            mi vida y mi honor peligran.
CARLOS:     En mí bien asegurada
            está la obediencia, puesto
            que debo estar a tus plantas           
            como a amparo de mi vida.
JUAN:       Y en mí, que no quiero, ingrata,
            aunque ofendido me tienes,
            cuando eres tú quien lo manda,
            que a otro, porque te obedece,    
            le quedes más obligada.
ANA:        Yo os estimo la atención,
            Celia, tú en distintas cuadras
            oculta a los dos, supuesto
            que no es posible que salga       
            hasta la mañana, alguno.
CELIA:      Ya poco término falta.
            Don Juan, conmigo venid.
            Tú, señora, a esa fantasma
            éntrala donde quisieres.        
 
Vanse CELIA y don JUAN
ANA:        Caballero, en esa cuadra
            os entrad.
CARLOS:             Ya te obedezco.
            ¡Oh, quiera el cielo que salga
            de tan grande confusión!
 
Vase don CARLOS
ANA:        Leonor, también retirada        
            puedes estar.
LEONOR:                Yo, señora,
            aunque no me lo mandaras
            me ocultara mi vergüenza.
 
Vase doña LEONOR
ANA:        ¿Quién vio confusiones tantas
            como en el breve discurso         
            de tan pocas horas pasan?
            ¡Apenas estoy en mí!
 
Sale CELIA
CELIA:      Señora, ya en mi posada
            está.  ¿Qué quieres agora?
ANA:        A abrir a mi hermano baja,        
            que es lo que agora importa, Celia.
CELIA:      (Ella está tan asustada             Aparte
            que se olvida de saber
            cómo entró don Juan en casa;
            mas ya pasado el aprieto,         
            no faltará una patraña
            que decir, y echar la culpa
            a alguna de las crïadas,
            que es cierto que donde hay muchas
            se peca de confïanza,        
            pues unas a otras se culpan
            y unas por otras se salvan).
 
Vase CELIA
ANA:        ¡Cielos, en qué empeño estoy
            de Carlos enamorada,
            perseguida de don Juan,           
            con mi enemiga en mi casa,
            con crïadas que me venden,
            y mi hermano que me guarda!
            Pero él llega; disimulo.
 
Sale don PEDRO
PEDRO:      Señora, querida hermana,        
            ¡qué bien tu amor se conoce,
            y qué bien mi afecto pagas,
            pues te halló despierta el sol,
            y te ve vestida el alba!
            ¿Dónde tienes a Leonor?         
ANA:        En mi cuadra, retirada
            mandé que estuviese, en tanto,
            hermano, que tú llegabas.
            Mas ¿cómo tan tarde vienes?
PEDRO:      Porque al salir de su casa        
            la conoció un deudo suyo,
            a quien con una estocada
            dejó Carlos casi muerto;
            y yo viendo alborotada
            la calle, aunque no sabían           
            quién era y quién la llegaba,
            para que aquel alboroto
            no declarara la causa,
            hice que, de los crïados,
            dos al herido cargaran,          
            como de piedad movido,
            hasta llevarle a su casa,
            mientras otros a Leonor,
            y a Carlos preso, llevaban
            para entregársela a ti;        
            y hasta dejar sosegada
            la calle, venir no quise.
ANA:        Fue atención muy bien lograda,
            pues excusaste mis riesgos
            sólo con esa tardanza.
PEDRO:      Eres en todo discreta;
            y pues Leonor sosegada
            está, si a ti te parece
            no será bien inquietarla,
            que para que oiga mis penas,          
            teniéndola yo en mi casa,
            sobrado tiempo me queda;
            que no es amante el que trata
            primero de sus alivios
            que no del bien de su dama;      
            y también para que tú
            te recojas, que ya basta
            por aliviar mis desvelos,
            la mala vida que pasas.
ANA:        Hermano, yo por servirte         
            muchos más riesgos pasara,
            pues somos los dos tan uno
            y tan como propias trata
            tus penas el alma, que
            imagino al contemparlas          
            que tu desvelo y el mío
            nacen de una misma causa. 
PEDRO:      De tu fineza lo creo.
ANA:        (Si entendieras mis palabras...)      Aparte
PEDRO:      Vámonos a recoger,             
            si es que quien ama descansa.
ANA:        (Voy a sosegarme un poco,             Aparte
            si es que sosiega quien ama).
PEDRO:      Amor, si industrias alientas,
            anima mis esperanzas.
ANA:        (Amor, si tú eres cautelas,   Aparte
            a mis cautelas ampara).
 
Vanse los dos


LETRA POR "BELLÍSIMO NARCISO"


 
               Bellísima María,
            a cuyo sol radiante
            del otro sol se ocultan
            los rayos materiales;
             
               tú, que con dos celestes
            divinos luminares,
            árbitro de las luces,
            las cierras, o las abres;
 
               que, porque de ser soles
            la virtud no les falte,
            engendran de tu pelo
            los ricos minerales,
 
               cuyo Ofir proceloso,
            al arbitrio del aire,
            forma en ricas tormentas
            doradas tempestades,
             
               sin permitir lo negro;
            que no era bien se hallasen,
            entre copia de luces,
            sombra de oscuridades,
 
               dejando a la hermosura
            plebeya el azabache,
            que es lucir con lo opuesto
            de mendigas deidades;
 
               y al adornar tu frente,
            se mira coronarse
            con arreboles de oro
            montaña de diamante,
 
               pues dándole la nieve
            transparentes pasajes,
            lo cándido acredita,
            mas desmiente lo frágil...
 
               En fin, Lysi divina,
            perdona si, ignorante,
            a un mar de perfecciones
            me engolfe el leño frágil.
 
               Y pues para tu aplauso
            nunca hay voces capaces,
            tú te alaba, pues sola
            es razón que te alabes.
 

SAINETE PRIMERO DE PALACIO


Personas que hablan en ella:

 


Sale el ALCALDE cantando
ALCALDE:       Alcalde soy del Terrero,
            y quiero en esta ocasión,
            de los entes de palacio
            hacer ente de razón.
            Metafísica es del gusto           
            sacarlos a plaza hoy,
            que aquí los mejores entes
            los metafísicos son.
            Vayan saliendo a la plaza,
            porque aunque invisibles son,      
            han de parecer reales,
            aunque le pese a Platón.
            Del desprecio de las damas,
            plenipotenciario soy;
            y del favor no, porque        
            el palacio no hay favor.
            El desprecio es aquí el premio,
            y aun eso cuesta sudor;
            pues no lo merece sino
            el que no lo mereció.            
 
               "¡Salgan los entes, salgan,
            que se hace tarde,
            y en palacio se usa
            que espere nadie!"
 
Sale el AMOR, cubierto
AMOR:       Yo, señor alcalde, salgo         
            a ver si merezco el premio.
ALCALDE:    ¿Y quién sois?
AMOR:                     Soy el Amor.
ALCALDE:    ¿Y por qué venís cubierto?
AMOR:       Porque, aunque en palacio asisto,
            soy delincuente.
ALCALDE:                 Si hay eso,      
            ¿por qué venís a palacio?
AMOR:       Porque me es preciso hacerlo,
            y tuviera mayor culpa
            a no tender la que tengo.
ALCALDE:    ¿Cómo así?
AMOR:               Porque en palacio,         
            quien no es amante, es grosero;
            y escoger el menor quise,
            entre dos preciso yerros.
ALCALDE:    ¿Y por eso pretendéis
            el premio?
AMOR:                Sí.
ALCALDE:                 ¡Majadero!            
            ¿Quién os dijo que el Amor
            es digno ni aun del desprecio?
 
Canta
"¡Andad, andad adentro;
            que el que pretende,
            dice que es el desprecio,          
            y el favor quiere!"
 
Vase el AMOR y sale el OBSEQUIO
OBSEQUIO:      Señor Alcalde, de mí
            no se podrá decir eso.
ALCALDE:    ¿Quién sois?
OBSEQUIO:             El Obsequio soy,
            debido en el galanteo         
            de las damas de palacio.
ALCALDE:    Bien, ¿y por qué queréis premio,
            si decís que sois debido?
            ¡Por cierto, sí, que es muy bueno
            que lo que nos debéis vos,            
            queréis que acá lo paguemos!
 
Canta
"¡Andad, andad adentro;
            porque las damas
            llegan hasta la deudas,
            no hasta las pagas!"          
 
Vase el OBSEQUIO y sale el RESPETO
RESPETO:    Yo, que soy el más bien visto
            ente de palacio, vengo
            a que me premiéis, señor.
ALCALDE:    ¿Y quién sois?
RESPETO:                   Soy el Respeto.
ALCALDE:    Pues yo no os puedo premiar.            
RESPETO:    ¿Por qué no?
ALCALDE:                Porque si os premio,
            será vuestra perdición.
RESPETO:    ¿Cómo así?
ALCALDE:               Porque lo exento
            de las deidades, no admite
            pretensión; y el pretenderlo          
            y conseguirlo será
            perdérseles el respeto.
 
Canta
"¡Andad, andad adentro;
            que no es muy bueno
            el Respeto que mira           
            varios respetos!"
 
Vase el RESPETO, y sale la FINEZA
FINEZA:     Yo, señor, de todos, sola
            soy quien el premio merezco.
ALCALDE:    ¿Quién sois?
FINEZA:                  La Fineza soy;
            ved si con razón pretendo.            
ALCALDE:    ¿Y en qué el merecer fundáis?
FINEZA:     ¿En qué?  En lo fino, lo atento,
            en lo humilde, en lo obsequioso,
            en el cuidado, el desvelo,
            y en amar por sólo amar.         
ALCALDE:    Vos mentís en lo propuesto;
            que si amarais por amar,    
            aun siendo el premio el desprecio,
            no lo quisierais, siquiera
            por tener nombre de premio.        
            Demás de que yo conozco,
            y en las señas os lo veo,
            que no sois vos la Fineza.
FINEZA:     ¿Pues qué tengo de no serlo?
ALCALDE:    Vení acá.  ¿Vos nos decís        
            que sois la Fineza?
FINEZA:                  Es cierto.
ALCALDE:    Veis ahí cómo no lo sois.
FINEZA:     ¿Pues en qué tengo de verlo?
ALCALDE:    ¿En qué? En que vos lo decís;
            y el amante verdadero        
            ha de tener de lo amado
            tan soberano concepto,
            que ha de pensar que no alcanza
            su amor al merecimiento
            de la beldad a quien sirve;       
            y aunque la ame con extremo,
            ha de pensar siempre que es
            su amor, menor que el objeto,
            y confesar que no paga
            con todos los rendimientos;       
            que lo fino del amor
            está en no mostrar el serlo.
 
Canta
"¡Y andad, andad adentro;
            que la Fineza
            mayor es, de un amante,           
            no conocerlo!"
 
Vase la FINEZA, y sale la ESPERANZA, tapada
ESPERANZA:  El haber, señor alcalde,
            sabido que es el propuesto
            premio el desprecio, me ha dado
            ánimo de pretenderlo.           
ALCALDE:    Decid quién sois, y veré
            si lo merecéis.
ESPERANZA:               No puedo;
            que me hicierais desterrar,
            si llegaras a saberlo.
ALCALDE:    Pues, ¿y cómo puedo yo          
            premiaros sin conoceros?
ESPERANZA:  ¿Pues para aqueso no basta
            el saber que lo merezco?
ALCALDE:    Pues si yo no sé quién sois,
            ni siquiera lo sospecho,          
            ¿de dónde puedo inferir
            yo vuestro merecimiento?
            Y así, perded el temor
            que os encubre, del destierro
            --que aunque tengáis mil delitos,    
            por esta vez os dispenso--
            y descubríos. 
ESPERANZA:               La Esperanza
            soy.
ALCALDE:         ¡Qué grande atrevimiento!
            ¿Una villana en palacio?
ESPERANZA:  Sí, ¿pues qué os espantáis de eso

            si siempre vivo en palacio,
            aunque con nombre supuesto?
ALCALDE:    ¿Y cuál es?
ESPERANZA:                Desconfïanza
            me llamo entre los discretos,
            y soy Desconfianza fuera          
            y Esperanza por de dentro;
            y así, oyendo pregonar
            el premio, a llevarle vengo;
            que la Esperanza, en palacio,
            sólo es digna del desprecio.         
ALCALDE:    Mientes; que el desprecio toma
            algún género de cuerpo
            en la boca de las damas,
            y al decirlo, por lo menos
            se le detiene en los labios,           
            y se le va con los ecos;
            y con esto basta para hacerse
            mucho aprecio del desprecio,
            y sobra para que sea
            premio para los discretos;        
            que no es razón que a una dama
            le costara tanto un necio.
 
Canta
"¡Andad, andad adentro;
            que la Esperanza
            por más que disimule,           
            siempre es villana!"
 
               Y pues se han acabado
            todos los entes
            sin que ninguno el premio
            propuesto lleve,             
            sépase que en las damas
            aún los desdenes,
            aunque tal vez se alcanzan,
            no se merecen.
            Y así, los entes salgan,        
            porque confiesen
            que no merece el premio
            quien lo pretende.
 
Salen los Entes, y cada uno canta su copla
AMOR:          Verdad es lo que dices;
            pues aunque amo,             
            el Amor es obsequio,
            mas no contrato.
OBSEQUIO:      Ni tampoco el Obsequio;
            porque en palacio,
            con que servir lo dejen,          
            queda pagado.
RESPETO:       Ni tampoco el Respeto
            algo merece;
            que a ninguno le pagan
            lo que se debe.              
FINEZA:        La Fineza tampoco;
            porque, bien visto,
            no halla en lo obligatorio
            lugar lo fino.
ESPERANZA:     Yo, pues nada merezco          
            siendo Esperanza,
            de hoy más llamarme quiero
            Desesperada.
ALCALDE:       Pues sepa, que en palacio,
            los que lo asisten,               
            aun los mismos desprecios
            son imposibles.  
 

FIN DEL SAINETE


FIN DEL PRIMER ACTO

Los empeños de una casa, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 22 Oct 2002