ACTO SEGUNDO


[En la casa de don Pedro]
Salen don CARLOS y CASTAÑO
CARLOS: Castaño, yo estoy sin mí. CASTAÑO: Y yo, que en todo te sigo. Tan sólo he estado conmigo aquel rato que dormí. CARLOS: ¿Sabes lo que me ha pasado? Mas juzgo que sueño fue. CASTAÑO: Si es sueño muy bien lo sé; y yo también he soñado y dormido como dama, pues los vestidos, señor, que me dio al salir Leonor, son quien me sirvió de cama. CARLOS: ¿Galas suyas a llevarlas anoche Leonor te dio? CASTAÑO: Sí, señor, si las lïó, ¿no era preciso el lïarlas? CARLOS: ¿Dónde las tienes? CASTAÑO: Allí, y en cama quiero rompellas, que pues yo las cargué a ellas, ellas me carguen a mí. CARLOS: Yo he visto --¡pierdo el sentido!-- en esta casa a Leonor. CASTAÑO: Aqueso será, señor, que quien bueyes ha perdido...; y así tú, que en tus amores te desvanece el furor, como has perdido a Leonor, se te aparecen Leonores. Mas dime qué te pasó, con aquella dama bella, que así Dios se duela de ella como de mí se dolió; porque viendo que contigo empezaba a discurrir, me traté yo de dormir por excusar un testigo. CARLOS: Castaño, aquésa es malicia; pero lo que pasó fue que, como sabes, entré huyendo de la justicia; que ella atenta y cortesana ampararme prometió, y en esta cuadra me entró y me dijo que era hermana de don Pedro de Arellano, y que aquí oculto estaría, porque si acaso venía no me encontrara su hermano; y con tanta bizarría me hizo una y otra promesa, que con ser tal su belleza es mayor su cortesía, y discreta y lisonjera, alabándome, añadió cosas que, a ser vano yo, a otro afecto atribuyera. Pero son quimeras vanas de jóvenes altiveces; que en mirándolas corteses luego las juzgan livianas; y sus malicias erradas en su mismo mal contentas, si no las ven desatentas, no las tienen por honradas; y a un pensar tan desigual y aun no indigno del desdén, nunca ellas obran más bien que cuando las tratan mal, pues al que se desvanece con cualquiera presunción, le hace daño la atención, y es porque no la merece. Pero, volviendo al suceso de lo que a mí me pasó, ella me favoreció, Castaño, con grande exceso. Yo mi historia le conté, y ella con discreto modo quedó de ajustarlo todo con tal que yo aquí me esté, diciendo que no me diese cuidado, que ella lo hacía por el riesgo que tenía si yo en público saliese; condición, para mí, que imposible hubiera sido, a no haberme sucedido lo que agora te diré. Estando de esta manera, oímos, al parecer dar voces una mujer en otra cuadra de afuera; y aunque doña Ana impedir que yo saliese quería, venciéndola mi porfía por fuerza hube de salir. Sacó una luz al rumor una crïada, y con ella conocer a Leonor bella pude. CASTAÑO: ¿A quién? CARLOS: A mi Leonor. CASTAÑO: ¿A Leonor? ¿Haslo soñado? ¿Hay tan grande bobería? Yo por loco te tenía pero no tan declarado. De oírlo sólo me espanto, señor, vete poco a poco; mira, muy bueno es ser loco, mas no es bueno serlo tanto. La locura es conveniente por las entradas de mes, como luna, un sí es no es, cuanto ayude a ser valiente; mas no, señor, de manera que oyendo esos desatinos te me atisben los vecinos porque saben la tronera. CARLOS: Pícaro, si no estuviera donde estoy... CASTAÑO: Tente, señor; que yo también vi a Leonor. CARLOS: ¿Adónde? CASTAÑO: En tu faltriquera, pintada con mil primores. Y que era viva entendí, porque luego que la vi le salieron los colores; y aunque de razón escasa no me resolvió la duda, yo pensé, viéndola muda, que estaba puesta la pasa. CARLOS: ¡Qué friolera! CASTAÑO: ¿Qué te enfadas si viva me pareció? Algunas he visto yo que están vivas y pintadas. CARLOS: Si en belleza es sol Leonor, ¿para qué afeites quería? CASTAÑO: Pues si es sol, ¿cómo podía estar sin el resplandor? Mas si a Leonor viste, di, ¿qué determinas hacer? CARLOS: Quiero esperar hasta ver qué causa la trajo aquí; pues si piadosa mi estrella aquí le dejó venir, ¿adónde tengo de ir si aquí me la dejo a ella? Y así, es mejor esperar de todo resolución, para ver si hay ocasión de volvérmela a llevar. CASTAÑO: Bien dices; mas hacia acá, señor, viene enderezada una, al parecer crïada de esta casa. CARLOS: ¿Qué querrá?
Sale CELIA
CELIA: Caballero, mi señora os ordena que al jardín os retiréis luego, a fin de que ha de salir agora a esta cuadra mi señor, y no será bien que os vea. (Aquesto es porque no sea Aparte que él desde aquí vea a Leonor). CARLOS: Decidle que mi obediencia le responde.
Vase don CARLOS
CELIA: Vuelvo a irme. CASTAÑO: ¿Oye vusté, y querrá oírme? CELIA: ¿Qué he de oír? CASTAÑO: De penitencia. CELIA: Por cierto, lindos cuidados se tiene el muy socarrón. CASTAÑO: Pues digo, ¿no es confesión el decirle mis pecados? CELIA: No a mi afecto se abalance, que son lances excusados. CASTAÑO: Si nos tienes encerrados, ¿no te he de querer de lance? CELIA: Ya he dicho que no me quiera. CASTAÑO: Pues ¿qué quiere tu rigor si de mi encierro y tu amor no me puedo hacer afuera? Mas, ¿siendo crïada te engríes? CELIA: ¿Crïada a mí, el muy estropajo? CASTAÑO: Calla, que aqueste agasajo es porque no te descríes. CELIA: Yo me voy, que es fuerza, y luego si no es juego volveré. CASTAÑO: Juego es; mas bien sabe usté que tiene vueltas el juego.
Salen doña LEONOR y doña ANA
ANA: ¿Cómo la noche has pasado, Leonor? LEONOR: Decirte, señora, que no me lo preguntaras quisiera. ANA: ¿Por qué? (¡Ah penosa Aparte atención, que me precisas a agradar a quien me enoja!) LEONOR: Porque si me lo preguntas, es fuerza que te responda que la pasé bien o mal, y en cualquiera de estas cosas encuentro un inconveniente; pues mis penas y tus honras están tan mal avenidas que si te respondo agora que mal, será grosería, y que bien, será lisonja. ANA: Leonor, tu ingenio y tu cara el uno a otro se malogra, que quien es tan entendida es lástima que sea hermosa. LEONOR: Como tú estás tan segura de que aventajas a todas las hermosuras, te muestras fácilmente cariñosa en alabarlas, porque quien no compite, no estorba. ANA: Leonor, y de tus cuidados ¿cómo estás? LEONOR: Como quien toca, náufrago entre la borrasca de las olas procelosas, ya con la quilla el abismo, y ya el cielo con la popa. (¿Cómo le preguntaré Aparte --pero está el alma medrosa-- a qué vino anoche Carlos? Mas ¿qué temo, si me ahoga después de tantos tormentos de los celos la ponzoña?) ANA: Leonor, ¿en qué te suspendes? LEONOR: Quisiera saber, perdona, que pues ya mi amor te dije, fuera cautela notoria querer no mostrar cuidado de aquello que tú no ignoras que es preciso que le tenga; y así, pregunto, señora, pues sabes ya que yo quiero a Carlos y que su esposa soy, ¿cómo entró anoche aquí? ANA: Deja que no te responda a esa pregunta tan presto. LEONOR: ¿Por qué? ANA: Porque quiero agora que te diviertas oyendo cantar. LEONOR: Mejor mis congojas se divirtieran sabiendo esto, que es lo que me importa; y así... ANA: Con decirte que fue una contingencia sola, te respondo; mas mi hermano viene. LEONOR: Pues que yo me esconda será preciso. ANA: Antes no, que ya yo de tu persona le di cuenta, porque pueda aliviarte en tus congojas; que al fin los hombres mejor diligencian estas cosas, que nosotras. LEONOR: Dices bien; mas no sé qué me alborota.
Sale don PEDRO
Mas, ¡cielos!, ¿qué es lo que miro? Éste es tu hermano, señora? PEDRO: Yo soy, hermosa Leonor; ¿qué os admira? LEONOR: (¡Ay de mí! Toda Aparte soy de m rmol. ­Ah Fortuna, que así mis males dispongas, que a la casa de don Pedro me traigas! PEDRO: Leonor hermosa, segura estáis en mi casa; porque aunque sea a la costa de mil vidas, de mil almas, sabré librar, vuestra honra del riesgo que os amenaza. LEONOR: Vuestra atención generosa estimo, señor don Pedro. PEDRO: Señora, ya que las olas de vuestra airada fortuna en esta playa os arrojan, no habéis de decir que en ella os falta quien os socorra. Yo, señora, he sido vuestro, y aunque siempre desdeñosa me habéis tratado, el desdén más mi fineza acrisola, que es muy garboso desaire el ser fino a toda costa. Ya en mi casa estáis, y así sólo tratamos agora de agradaros y serviros, pues sois dueña de ella toda. Divierte a Leonor, hermana. ANA: Celia. CELIA: ¿Qué mandas, señora? ANA: Di a Clori y Laura que canten.
ANA habla aparte a CELIA
(Y tú, pues ya será hora de lo que tengo dispuesto porque mi industria engañosa se logre, saca a don Carlos a aquesa reja, de forma que nos mire y que no todo lo que conferimos oiga. De este modo lograré el que la pasión celosa empiece a entrar en su pecho; que aunque los celos blasonan de que avivan el amor, es su operación muy otra en quien se ve como dama o se mira como esposa, pues en la esposa despecha lo que en la dama enamora). ¿No vas a decir que canten? CELIA: Voy a decir ambas cosas. PEDRO: Mas con todo, Leonor bella, dadme licencia que rompa las leyes de mi silencio con mis quejas amorosas, que no siente los cordeles quien el dolor no pregona. ¿Qué defecto en mi amor visteis que siempre tan desdeñosa me tratasteis? ¿Era ofensa mi adoración decorosa? Y si amaros fue delito, ¿cómo otro la dicha goza, e igualándome la culpa la pena no nos conforma? ¿Cómo, si es ley el desdén, en vuestra beldad, forzosa, en mí la ley se ejecuta y en el otro se deroga? ¿Qué tuvo para con vos su pasión de más airosa, de más bien vista su pena, que siendo una misma cosa, en mí os pareció culpable y en el otro meritoria? Si él os pareció más digno, ¿no supliera en mi persona lo que de galán me falta lo que de amante me sobra? Mas sin duda mi fineza es quien el premio me estorba, que es quien la merece menos quien siempre la dicha logra; mas si yo os he de adorar eternamente, ¿qué importa que vos me neguéis el premio, pues es fuerza que conozca que me concedéis de fino lo que os negáis de piadosa? LEONOR: Permitid, señor don Pedro, ya que me hacéis tantas honras, que os suplique, por quien sois, me hagáis la mayor de todas; y sea que ya que veis que la fortuna me postra no apuréis más mi dolor, pues me basta a mí por soga el cordel de mi vergüenza y el peso de mis congojas. Y puesto que en el estado que veis que tienen mis cosas, tratarme de vuestro amor es una acción tan impropia, que ni es bien decirlo vos, ni justo que yo lo oiga, os suplico que calléis; y si es venganza que toma vuestro amor de mi desdén elegidla de otra forma, que para que estéis vengado hay en mí penas que sobran.
Hablan aparte, y salen a una reja don CARLOS, CELIA, y CASTAÑO
CELIA: Hasta aquí podéis salir, que aunque mandó mi señora que os retirarais, yo quiero haceros esta lisonja de que desde aquesta reja oigáis una primorosa música, que a cierta dama, a quien mi señor adora, ha dispuesto. Aquí os quedad. CASTAÑO: Oiga usted. CELIA: No puedo agora. Vase y sale por el otro lado CASTAÑO: Fuése y cerrónos la puerta y dejónos como monjas en reja, y sólo nos falta una escucha que nos oiga.
Llega y mira
Pero, señor, ¡vive Dios!, que es cosa muy pegajosa tu locura, pues a mí se me ha pegado. CARLOS: ¿En qué forma? CASTAÑO: En que escucho los cencerros, y aun los cuernos se me antojan de los bueyes que perdimos.
Llega don CARLOS
CARLOS: ¿Qué miro? ¡Amor me socorra! ¡Leonor, doña Ana y don Pedro son! ¿Ves cómo no fue cosa de ilusión el que aquí estaba? CASTAÑO: ¿Y de que esté no te enojas? CARLOS: No, hasta saber cómo vino; que si yo en la casa propia estoy, sin estar culpado, ¿cómo quieres que suponga culpa en Leonor? Antes juzgo que la fortuna piadosa la condujo adonde estoy. CASTAÑO: Muy reposado enamoras, pues no sueles ser tan cuerdo; mas ¿si hallando golpe en bola la Ocasión, el tal don Pedro la cogiese por la cola, estaríamos muy buenos? CARLOS: Calla, Castaño, la boca, que es muy bajo quien sin causa, de la dama a quien adora, se da a entender que le ofende, pues en su aprensión celosa ¿qué mucho que ella le agravie cuando él a sí se deshonra? Mas escucha, que ya templan. ANA: Cantad, pues. CELIA: Vaya de solfa. MÚSICA: ¿Cuál es la pena más grave que en las penas de amor cabe? VOZ 1ª: El carecer del favor será la pena mayor, puesto que es el mayor mal. CORO 1º: No es tal. VOZ 1ª: Sí es tal. CORO 2º: ¿Pues cuál es? VOZ 2ª: Son los desvelos a que ocasionan los celos, que es un dolor sin igual. CORO 2º: No es tal. VOZ 2ª: Sí es tal. CORO 1º: ¿Pues cuál es? VOZ 3ª: Es la impaciencia a que ocasiona la ausencia, que es un letargo mortal. CORO 2º: No es tal. VOZ 3ª: Sí es tal. CORO 2º: ¿Pues cuál es? VOZ 4ª: Es el cuidado con que se goza lo amado, que nunca es dicha cabal. CORO 2º: No es tal. VOZ 4ª: Sí es tal. CORO 1º: ¿Pues cuál es? VOZ 5ª: Mayor se infiere no gozar a quien me quiere cuando es el amor igual. CORO 1º: No es tal. VOZ 5ª: Sí es tal. CORO 2º: Tú, que agora has respondido, conozco que sólo has sido quien las penas de amor sabe. CORO 1º: ¿Cuál es la pena más grave que en las penas de amor cabe? PEDRO: Leonor, la razón primera de las que han cantado aquí es más fuerte para mí; pues si bien se considera es la pena más severa que puede dar el amor la carencia del favor, que es su término fatal. LEONOR: No es tal. PEDRO: Sí es tal. ANA: Yo, hermano, de otra opinión soy, pues si se llega a ver, el mayor mal viene a ser una celosa pasión; pues fuera de la razón de que del bien se carece, con la envidia se padece otra pena más mortal. LEONOR: No es tal. ANA: Sí es tal. LEONOR: Aunque se halla mi sentido para nada, he imaginado que el carecer de lo amado en amor correspondido; pues con juzgarse querido cuando del bien se carece, el ansia de gozar crece y con ella crece el mal. ANA: No es tal. LEONOR: Sí es tal. CARLOS: ¡Ay Castaño! Yo dijera que de amor en los desvelos son el mayor mal los celos, si a tenerlos me atreviera; mas pues quiere Amor que muera, muera de sólo temerlos, sin llegar a padecerlos, pues éste es sobrado mal. CASTAÑO: No es tal. CARLOS: Sí es tal. CASTAÑO: Señor, el mayor pesar con que el amor nos baldona, es querer una fregona y no tener qué la dar; pues si llego a enamorar corrido y confuso quedo, pues conseguirlo no puedo por la falta de caudal. MÚSICA: No es tal. CASTAÑO: Sí es tal. CELIA: El dolor más importuno que da Amor en sus ensayos, es tener doce lacayos sin regalarme ninguno, y tener perpetuo ayuno, cuando estar harta debiera esperando costurera los alivios del dedal. MÚSICA: No es tal. CELIA: Sí es tal. ANA: Leonor, si no te divierte la música, al jardín vamos, quizá tu fatiga en él se aliviará. LEONOR: ¿Qué descanso puede tener la que sólo tiene por alivio el llanto? PEDRO: Vamos, divino imposible.
Doña ANA habla aparte a CELIA
ANA: Haz, Celia, lo que he mandado, que yo te mando un vestido si se nos logra el engaño.
Vanse don PEDRO, doña ANA, y doña LEONOR
CELIA: (Eso sí es mandar con modo; Aparte aunque esto de "Yo te mando," cuando los amos lo dicen, no viene a hacer mucho al caso, pues están siempre tan hechos que si acaso mandan algo, para dar luego se excusan y dicen a los crïados que lo que mandaron no fue manda, sino mandato. Pero vaya de tramoya. Yo llego y la puerta abro; que puesto que ya don Juan, que era mi mayor cuidado, con la llave que le di estuvo tan avisado que sin que yo le sacase se salió paso entre paso por la puerta del jardín, y mi señora ha tragado que fue otra de las crïadas quien le dio entrada en su cuarto, gracias a mi hipocresía. y a unos juramentos falsos que sobre el caso me eché con tanto desembarazo, que ella quedó tan segura que agora me ha encomendado lo que allá dirá el enredo. Yo llego). ¿Señor don Carlos? CARLOS: ¿Qué quieres, Celia? ¡Ay de mí! CELIA: A ver si habéis escuchado la música vine. CARLOS: Sí, y te estimo el agasajo. Mas dime, Celia, ¿a qué vino aquella dama que ha estado con doña Ana y con don Pedro? CELIA: (Ya picó el pez. Largo el trapo), Aparte Aquella dama, señor... Mas yo no puedo contarlo si primero no me dais la palabra de callarlo. CARLOS: Yo te la doy. ¿A qué vino? CELIA: Temo, señor, que es pecado descubrir vidas ajenas; mas supuesto que tú has dado en que lo quieres saber y yo en que no he de contarlo, vaya, mas sin que lo sepas. Y sabe que aquel milagro de belleza, es una dama a quien adora mi amo, y anoche, yo no sé cómo ni cómo no, entró en su cuarto. Él la enamora y regala; con qué fin, yo no lo alcanzo, ni yo en conciencia pudiera afirmarte que ello es malo, que puede ser que la quiera para ser fraile descalzo. Y perdona, que no puedo decir lo que has preguntado, que estas cosas mejor es que las sepas de otros labios.
Vase CELIA
CARLOS: Castaño, ¿no has oído aquesto? Cierta es mi muerte y mi agravio. CASTAÑO: Pues si ella no nos lo ha dicho, ¿cómo puedo yo afirmarlo? CARLOS: ¡Cielos! ¿Qué es esto que escucho? ¿Es ilusión, es encanto lo que ha pasado por mí? ¿Quién soy yo? ¿Dónde me hallo? ¿No soy yo quien de Leonor la beldad idolotrando, la solicité tan fino, la serví tan recatado, que en premio de mis finezas conseguí favores tantos; y, por último, seguro de alcanzar su blanca mano y de ser solo el dichoso entre tantos desdichados, no salió anoche conmigo, su casa y padre dejando, reduciendo a mí la dicha que solicitaban tantos? ¿No la llevó la justicia? Pues, ¿cómo ¡ay de mí! la hallo tan sosegada en la casa de don Pedro de Arellano, que amante la solicita? Y yo... Mas ¿cómo no abraso antes mis agravios, que pronunciar yo mis agravios? Mas cielos, ¿Leonor no pudo venir por algún acaso a esta casa, sin tener culpa de lo que ha pasado, pues prevenirlo no pudo? Y que don Pedro, llevado de la ocasión de tener en su poder el milagro de la perfección, pretenda como mozo y alentado, lograr la ocasión felice que la Fortuna le ha dado, sin que Leonor corresponda a sus intentos osados? Bien puede ser que así sea; ¿mas cumplo yo con lo honrado, consintiendo que a mi dama la festeje mi contrario y que con tanto lugar como tenerla a su lado la enamore y solicite y que haya de ser tan bajo yo que lo mire y lo sepa y no intente remediarlo? Eso no, ¡viven los cielos! Sígueme, vamos, Castaño, y saquemos a Leonor a pesar de todos cuantos lo quisieren defender. CASTAÑO: Señor, ¿estás dado al diablo? ¿No ves que hay en esta casa una tropa de lacayos, que sin que nadie lo sepa nos darán un sepancuantos, y andarán descomedidos por andar muy bien crïados? CARLOS: Cobarde, ¿aqueso me dices? Aunque vibre el cielo rayos, aunque iras el cielo esgrima y el abismo aborte espantos, me la tengo de llevar. CASTAÑO: ¡Ahora, sus! Si ha de ser, vamos; y luego de aquí a la horca, que será el segundo paso.
Salen don RODRIGO y don JUAN
RODRIGO: Don Juan, pues vos sois su amigo, reducidle a la razón, pues por aquesta ocasión os quise traer conmigo; que pues vos sois el testigo del daño que me causó cuando a Leonor me llevó, podréis con desembarazo hablar en aqueste caso con más llaneza que yo. Ya de todo os he informado, y en un caso tan severo siempre lo trata el tercero mejor que no el agraviado; que al que es noble y nació honrado, cuando se le representa la afrenta, por más que sienta, le impide, aunque ése es el medio, la vergüenza del remedio el remedio de la afrenta. JUAN: Señor don Rodrigo, yo, por la ley de caballero, os prometo reducir a vuestro gusto a don Pedro, a que él juzgo que está llano, porque tampoco no quiero vender por fineza mía a lo que es mérito vuestro. Y pues, porque no se niegue no le avisamos, entremos a la sala... (Mas, ¿qué miro? Aparte ¿Aquí don Carlos de Olmedo, con quien anoche reñí? ¡Ah, ingrata doña Ana! ¡Ah fiero basilisco!)
Sale CELIA
CELIA: ¡Jesucristo! Don Juan de Vargas y un viejo, señor, y te han visto ya. CARLOS: No importa, que nada temo. RODRIGO: Aquí don Carlos está, y para lo que traemos que tratar, grande embarazo será. CASTAÑO Señor, reza el credo, porque éstos pienso que vienen para darnos pan de perro; pues sin duda que ya saben que fuiste quien a don Diego hirió y se llevó a Leonor. CARLOS; No importa, ya estoy resuelto a cuanto me sucediere. RODRIGO: Mejor es llegar; yo llego. Don Carlos, don Juan y yo cierto negocio traemos que precisamente agora se ha de tratar a don Pedro; y así, si no es embarazo a lo que venís, os ruego nos deis lugar, perdonando el estorbo, que los viejos con los mozos, y más cuando son tan bizarros y atentos como vos, esta licencia nos tomamos. CARLOS: (¡Vive el cielo! Aparte que aún ignora don Rodrigo que soy de su agravio el dueño). JUAN: (No sé, ¡vive el cielo!, cómo Aparte viendo a don Carlos, contengo la cólera que me incita).
CELIA habla aparte a don CARLOS
CELIA: (Don Carlos, pues el empeño miráis en que está mi ama si llega su hermano a veros, que os escondáis os suplico.) CARLOS: (Tiene razón. ¡Vive el cielo! Aparte Que si aquí me ve su hermano, la vida a doña Ana arriesgo, y habiéndome ella amparado es infamia; mas ¿qué puedo hacer yo en aqueste caso? Ello, no hay otro remedio; ocúltome, que el honor de doña Ana es lo primero, y después saldré a vengar mis agravios y mis celos). CELIA: ¡Señor, por Dios, que te escondas antes que salga don Pedro! CARLOS: Señor don Rodrigo, yo estoy --perdonad si os tengo vergüenza, que vuestras canas dignas son de este respeto-- sin que don Pedro lo sepa, en su casa; y así, os ruego que me dejéis ocultar antes que él salga, que el riesgo que un honor puede correr me obliga. JUAN: (¡Que esto consiento! Aparte ¿Qué más claro ha de decir que aquel basilisco fiero de doña Ana aquí le trae? ¡Oh, pese a mi sufrimiento que no le quito la vida! Pero ajustar el empeño es antes, de don Rodrigo, pues le di palabra de ello; que después yo volveré, puesto que la llave tengo del jardín, y tomaré la venganza que deseo.) RODRIGO: Don Carlos, nada me admira; mozo he sido, aunque soy viejo; vos sois mozo, y es preciso que deis sus frutos al tiempo; y supuesto que decís que os es preciso esconderos, haced vos lo que os convenga, que yo la causa no inquiero de cosas que no me tocan. CARLOS: Pues adiós. RODRIGO: Guárdeos el cielo. CELIA: ¡Vamos aprisa! (A Dios gracias Aparte que se ha excusado este aprieto). Y vos, señor, esperad mientras aviso a mi dueño. CARLOS: (Un Etna llevo en el alma). Aparte JUAN: (Un volcán queda en el pecho). Aparte
Vanse don CARLOS, CELIA y CASTAÑO
RODRIGO: Veis aquí cómo es el mundo; a mí me agravia don Pedro, don Carlos le agravia a él, y no faltara un tercero también que agravie a don Carlos. Y es que lo permite el cielo en castigo de las culpas, y dispone que paguemos con males que recibimos los males que habemos hecho. JUAN: (Estoy tan fuera de mí Aparte de haber visto manifiesto mi agravio, que no sé cómo he de sosegar el pecho para hablar en el negocio de que he de ser medianero, que quien ignora los suyos mal hablará en los ajenos).
Sale don CARLOS a la reja
CARLOS: Ya que fue fuerza ocultarme por el debido respeto de doña Ana, como a quien el amparo y vida debo, desde aquí quiero escuchar, pues sin ser yo visto puedo, a qué vino don Rodrigo, que entre mil dudas el pecho, atrólogo de mis males me pronostica los riesgos.
Sale don PEDRO
PEDRO: Señor don Rodrigo, ¿vos en mi casa? Mucho debo a la ocasión que aquí os trae, pues que por ella merezco que vos me hagáis tantas honras. RODRIGO: Yo las recibo, don Pedro, de vos; y ved si es verdad, pues a vuestra casa vengo por la honra que me falta. PEDRO: Don Juan amigo, no es nuevo el que vos honréis mi casa. Tomad entrbamos asiento y decid, ¿cómo venís? JUAN: Yo vengo al servicio vuestro, y pues a lo que venimos dilación no admite, empiezo. Don Pedro, vos no ignoráis, como tan gran caballero, las muchas obligaciones que tenéis de parecerlo. Esto supuesto, el señor don Rodrigo tiene un duelo con vos. PEDRO: ¿Conmigo, don Juan? Holgaréme de saberlo. (¡Válgame Dios! ¿Qué será?) Aparte RODRIGO: Don Pedro, ved que no es tiempo éste de haceros de nuevas, y si acaso decís eso por la cortés atención que debéis a mi respeto, yo estimo la cortesía, y en la atención os dispenso. Vos, amante de Leonor, la solicitasteis ciego, pudiendo haberos valido de mí, y con indignos medios la sacasteis de mi casa, cosa que... Pero no quiero reñir agora el delito que ya no tiene remedio; que cuando os busco piadoso no es bien reñiros severo, y como lo más se enmiende, yo os perdonaré lo menos. Supuesto esto, ya sabéis vos que no hay sangre en Toledo que pueda exceder la mía; y siendo esto todo cierto, ¿qué dificultad podéis hallar para ser mi yerno? Y si es falta el estar pobre y vos rico, fuera bueno responder eso, si yo os tratara el casamiento con Leonor; mas pues vos fuisteis el que la eligió primero, y os pusisteis en estado que ha de ser preciso hacerlo, no he tenido yo la culpa de lo que fue arrojo vuestro. Yo sé que está en vuestra casa, y sabiéndolo, no puedo sufrir que esté en ella, sin que le deis de esposo al momento la mano. PEDRO: (¡Válgame Dios! Aparte ¨Qué puedo en tan grande empeño responder a don Rodrigo? Pues si que la tengo niego, es fácil que él lo averigüe, y si la verdad confieso de que la sacó don Carlos, se la dará a él y yo pierdo, si pierdo a Leonor, la vida. Pues si el casarme concedo, puede ser que me desaire Leonor. ¡Quién hallara un medio con que poder dilatarlo!) JUAN: ¿De qué, amigo, estáis suspenso, cuando la proposición resulta en decoro vuestro; cuando el señor don Rodrigo, tan reportado y tan cuerdo, os convida con la dicha de haceros felice dueño de la beldad de Leonor? PEDRO: Lo primero que protesto, señor don Rodrigo, es que tanto la beldad venero de Leonor, que puesto que sabéis ya mis galanteos, quiero que estéis persuadido que nunca pudo mi pecho mirarla con otros ojos, ni hablarla con otro intento que el de ser feliz con ser su esposo. Y esto supuesto, sabed que Leonor anoche supo --aun a fingir no acierto-- que estaba mala mi hermana, a quien con cariño tierno estima, y vino a mi casa a verla sólo, creyendo que vos os tardarais más con la diversión del juego. Hízose algo tarde, y como temió el que hubieseis ya vuelto, como sin licencia vino, despachamos a saberlo un crïado de los míos, y aquéste volvió diciendo que ya estabais vos en casa, y que habíais echado menos a Leonor, por cuya causa haciendo justos extremos, la buscabais ofendido. Ella, temerosa, oyendo aquesto, volver no quiso. Éste es en suma el suceso; que ni yo saqué a Leonor, ni pudiera, pretendiendo para esposa su beldad, proceder tan desatento que para mirarme en él manchara antes el espejo. Y para que no juzguéis que ésta es excusa que invento por no venir en casarme mi fe y palabra os empeño de ser su esposo al instante como Leonor venga en ello; y en esto conoceréis que no tengo impedimento para dejar de ser suyo más de que no la merezco. CARLOS: ¿No escuchas esto, Castaño? ¡La vida y el juicio pierdo! CASTAÑO: La vida es la novedad; que lo del juicio, no es nuevo. RODRIGO: Don Pedro, a lo que habéis dicho hacer réplica no quiero, sobre si pudo o no ser, como decís, el suceso; pero siéndole ya a todos notorios vuestros festejos, sabiendo que Leonor falta y yo la busco, y sabiendo que en vuestra casa la hallé, nunca queda satisfecho mi honor, si vos no os casáis; y en lo que me habéis propuesto de si Leonor querrá o no, eso no es impedimento, pues ella tener no puede más gusto que mi precepto; y así llamadla y veréis cuán presto lo ajusto. PEDRO: Temo, señor, que Leonor se asuste, y así os suplico deis tiempo de que antes se lo proponga mi hermana, porque supuesto que yo estoy llano a casarme, y que por dicha lo tengo, ¿qué importa que se difiera de aquí a mañana, que es tiempo en que le puedo avisar a mis amigos y deudos porque asistan a mis bodas, y también porque llevemos a Leonor a vuestra casa, donde se haga el casamiento? RODRIGO: Bien decís; pero sabed que ya quedamos en eso, y que es Leonor vuestra esposa. PEDRO: Dicha mía es el saberlo. RODRIGO: Pues, hijo, adiós; que también hacer de mi parte quiero las prevenciones. PEDRO: Señor, vamos; os iré sirviendo. RODRIGO: No ha de ser; y así, quedaos, que habéis menester el tiempo. PEDRO: Yo tengo de acompañaros. RODRIGO: No haréis tal. PEDRO: Pues ya obedezco. JUAN: Don Pedro, quedad con Dios. PEDRO: Id con Dios, don Juan.
Vanse don RODRIGO y don JUAN
Yo quedo tan confuso, que no sé si es pesar o si es contento, si es fortuna o es desaire lo que me está sucediendo. Don Rodrigo con Leonor me ruega, yo a Leonor tengo; el caso está en tal estado que yo excusarme no puedo de casarme; solamente es a Leonor a quien temo. No sea que lo resista; mas puede ser que ella, viendo el estado de las cosas y de su padre el precepto, venga en ser mía. Yo voy. ¡Amor, ablanda su pecho!
Vase don JUAN. Salen don CARLOS y CASTAÑO
CARLOS: No debo de estar en mí, Castaño, pues no estoy muerto. Don Rodrigo ¡ay de mí! juzga que a Leonor sacó don Pedro y se la viene a ofrecer; y él, muy falso y placentero, viene en casarse con ella, sin ver el impedimento de que se salió con otro. CASTAÑO: ¿Qué quieres? El tal sujeto es marido convenible y no repara en pucheros; él vio volando esta garza y quiso matarla al vuelo; conque, si él ya la cazó, ya para ti volaverunt. CARLOS: Yo estoy tan sin mí, Castaño, que aun a discurrir no acierto lo que haré en aqueste caso. CASTAÑO: Yo te daré un buen remedio para que quedes vengado. Doña Ana es rica, y yo pienso que revienta por ser novia; enamórala, y con eso te vengas de cuatro y ocho; que dejas a aqueste necio mucho peor que endiablado, encuñadado en aeternum. CARLOS: ¡Por cierto, gentil venganza! CASTAÑO: ¿Mal te parece el consejo? Tú no debes de saber lo que es un cuñado, un suegro, una madrastra, una tía, un escribano, un ventero, una mula de alquiler, ni un albacea, que pienso que del infierno el mejor y más bien cobrado censo no llegan a su zapato. CARLOS: ¡Ay de mí, infeliz! ¿Qué puedo hacer en aqueste caso? ¡Ay Leonor, si yo te pierdo, pierda la vida también! CASTAÑO: No pierdas ni aun un cabello, sino vamos a buscarla; que en el tribunal supremo de su gusto, quizá se revocará este decreto. CARLOS: ¿Y si la fuerza su padre? CASTAÑO: ¿Qué es forzarla? ¿Pues el viejo está ya para Tarquino? Vamos a buscarla luego, que como ella diga nones, no hará pares con don Pedro. CARLOS: Bien dices, Castaño, vamos. CASTAÑO: Vamos, y deja lamentos, que se alarga la jornada si aquí más nos detenemos.
Vanse los dos

FIN DEL SEGUNDO ACTO 


LETRA POR "TIERNO, ADORADO ADONIS..."


               Tierno pimpollo hermoso,
            que a pequeñez reduces
            del prado los colores,
            y del cielo las luces,
               pues en tu rostro bello
            unidos se confunden
            de estrellas y de rosas
            centellas y perfumes;
               Cupido soberano,
            a cuyas flechas dulces,
            herido el viento silba,
            flechando el viento cruje;
               astro hermosa, que apenas
            das la primera lumbre,
            cuando en los pechos todos
            dulce afición influyes;
               bisagra que amorosa
            dos corazones unes,
            que siendo antes unión,
            a identidad reduces;
               oriente de arreboles,
            porque sol más ilustre
            en tu rostro amanezca
            que en el cielo madrugue;
               hijo de Marte y Venus,
            porque uno y otro numen,
            te infunda éste lo fuerte,
            te dé aquélla lo dulce;
               bello Josef amado,
            que dueño te introduces
            en comunes afectos
            de efectos no comunes;
               sol que naces, mudando
            del otro la costumbre,
            en el Ocaso, porque
            adonde él muere, triunfes;
               la cortedad admite,
            pues las solicitudes
            que aspiran a tu obsequio,
            no es razón que se frustren.
 

SAINETE SEGUNDO


Personas que hablan en ella:


Salen MUÑIZ y ARIAS
ARIAS: Mientras descansan nuestros camaradas de andar las dos jornadas --que, vive Dios, que creo que no fueran más largas de un correo; pues si aquesta comedia se repite juzgo que llegaremos a Cavite, e iremos a un presidio condenados, cuando han sido los versos los forzados--, aquí, Muñiz amigo, nos sentemos y toda la comedia murmuremos. MUÑIZ: Arias, vos os tenéis buen desenfado; pues si estáis tan cansado y yo me hallo molido, de manera que ya por un tamiz pasar pudiera --y esto no es embeleco, pues sobre estar molido, estoy tan seco de aquestas dos jornadas, que he pensado que en mula de alquiler he caminado--, ¿no es mejor acostarnos y de aquesos cuidados apartarnos? Que yo, más al descanso me abalanzo. ARIAS: ¿Y el murmurar, amigo? ¿Hay más descanso? Por lo menos a mí, me hace provecho, porque las pudriciones, que en el pecho guardo como veneno, salen cuando murmuro, y quedo bueno. MUÑIZ: Decís bien. ¿Quién sería el que al pobre de Deza engañaría con aquesta comedia tan largo y tan sin traza? ARIAS: ¿Aqueso, don Andrés, os embaraza? Diósela un estudiante que en las comedias es tan principiante, y en la poesía tan mozo, que le apuntan los versos como el bozo. MUÑIZ: Pues yo quisiera, amigo, ser barbero y raparle los versos por entero, que versos tan barbados es cierto que estuvieran bien, rapados. ¿No era mujer, amigo, en mi conciencia, si quería hacer festejo a su excelencia, escoger, sin congojas, una de Calderón, Moreto o Rojas, que en oyendo su nombre no se topa, a fe mía, silbo que diga: "Aquesta boca es mía?" ARIAS: ¿No veis que por ser nueva la echaron? MUÑIZ: ¡Gentil prueba de su bondad! ARIAS: Aquésa es mi mohina; ¿no era mejor hacer a Celestina, en que vos estuvisteis tan gracioso, que aun estoy temeroso --y es justo que me asombre-- de que sois hechicera en traje de hombre? MUÑIZ: Amigo, mejor era Celestina en cuanto a ser comedia ultramarina; que siempre las de España son mejores, y para digerirles los humores, son ligeras; que nunca son pesadas las cosas que por agua están pasadas. Pero la Celestina que esta risa os causó era mestiza y acabada a retazos, y si le faltó traza, tuvo trazos, y con diverso genio se formó de un trapiche y de un ingenio. Y en fin, en su poesía, por lo bueno, lo mal se suplía; pero aquí, ¡vive Cristo, que no puedo sufrir los disparates de Acevedo! ARIAS: ¿Pues él es el autor? MUÑIZ: Así se ha dicho, que de su mal capricho la comedia y sainetes han salido; aunque es verdad que yo no puedo creello. ARIAS: ¡Tal le dé Dios la vida, como es ello! MUÑIZ: Ahora bien, ¿qué remedio dar podremos para que esta comedia no acabemos? ARIAS: Mirad, ya yo he pensado uno, que pienso que será acertado. MUÑIZ: ¿Cuál es? ARIAS: Que nos finjamos mosqueteros, y a silbos destruyamos esta comedia, o esta patarata, que con esto la fiesta se remata; y como ellos están tan descuidados, en oyendo los silbos, alterados saldrán, y muy severos les diremos que son los mosqueteros. MUÑIZ: ¡Brava traza, por Dios! Pero me ataja que yo no sé silbar. ARIAS: ¡Gentil alhaja! ¿Qué dificultad tiene? MUÑIZ: El punto es ése, que yo no acierto a pronunciar la ese. ARIAS: Pues mirad; yo, que así a silbar me allano, que puedo en el Arcadia ser Silvano, silbaré por entrambos; mas ¡atento, que es este silbo a vuestro pedimento! MUÑIZ: Bien habéis dicho. ¡Vaya! ARIAS; ¡Va con brío!
Silba ARIAS
MUÑIZ: Cuenta, señores, que este silbo es mío.
Silban otros dentro
¡Cuerpo de Dios, que aquesto está muy frío! ARIAS: Cuenta, señores, que este silbo es mío.
Silba. Salen ACEVEDO y los COMPAÑEROS
ACEVEDO: ¿Qué silbos son aquéstos tan atroces? MUÑIZ: Aquesto es "¡Cuántos silbos, cuántas voces!" ACEVEDO: ¡Que se atrevan a tal los mosqueteros! ARIAS: Y aun a la misma Nava de Zuheros. ACEVEDO: ¡Ay, silbado de mí! ¡Ay desdichado! ¡Que la comedia que hice me han silbado! ¿Al primer tapón silbos? Muerto quedo. ARIAS: No os muráis, Acevedo. ACEVEDO: ¡Allá a ahorcarme me meto! MUÑIZ: Mirad que es el ahorcarse mucho aprieto. ACEVEDO: Un cordel aparejo. ARIAS: No os vais, que aquí os daremos cordelejo. ACEVEDO: ¡Dádmelo acá! Veréis cómo me ensogo, que con eso saldré de tanto ahogo.
Cantan sus coplas cada uno
MUÑIZ: Silbadito del alma, no te me ahorques; que los silbos se hicieron para los hombres. ACEVEDO: Silbadores del diablo, morir dispongo; que los silbos se hicieron para los toros. COMPAÑERO: Pues que ahorcarte quieres, toma la soga, que aqueste cordelejo no es otra cosa. ACEVEDO: No me silbéis, demonios, que mi cabeza no recibe los silbos aunque está hueca. ARIAS: ¡Vaya de silbos, vaya! Silbad, amigos; que en lo hueco resuenan muy bien los silbos.
Silban todos
ACEVEDO: Gachupines parecen recién venidos, porque todo el teatro se hunde a silbos. MUÑIZ: ¡Vaya de silbos, vaya! Silbad, amigos, que en lo hueco resuenan muy bien los silbos. COMPAÑERO: Y los malos poetas tengan sabido, que si vítores quieren, éste es el vítor.
Todos cantan
TODOS: ¡Vaya de silbos, vaya! Silbad, amigos, que en lo hueco resuenan muy bien los silbos. ACEVEDO: ¡Baste ya, por Dios, baste; no me den soga; que yo les doy palabra de no hacer otra! MUÑIZ: No es aqueso bastante, que es el delito muy criminal, y pide mayor castigo.
Todos cantan
¡Vaya de silbos, vaya! Silbad, amigos, que en lo hueco resuenan muy bien los silbos.
Silban
ACEVEDO: Pues si aquesto no basta, ¿qué me disponen? Que como no sean silbos, denme garrote. ARIAS: Pues de pena te sirva, pues lo has pedido, el que otra vez traslades lo que has escrito. ACEVEDO: Eso no, que es aquése tan gran castigo, que más quiero atronado morir a silbos. MUÑIZ: Pues lo ha pedido, ¡vaya; silbad, amigos; que en lo hueco resuenan muy bien los silbos!
Vanse todos

Los empeños de una casa, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 26 Jun 2002