OBLIGAR CONTRA SU SANGRE

Antonio Mira de Amescua

Texto basado en varios textos tempranos de OBLIGAR CONTRA SU SANGRE. Fue preparado por Vern G. Williamsen en 1972 y luego pasado a su forma electrónica por el mismo en 1986. El texto base de esta edición es el manuscrito, no autógrafo, que pertenece a la Biblioteca Nacional en Madrid (MS 18.142) fechado el 1 de junio de 1636 y con licencias de 1638. También se han consultado varias de las ediciones sueltas y, sobre todo, la edición crítica, no publicada, de Al Leroy Cooper (Ph.D., University of Arizona, 1974).

 


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen don NUÑO y don LOPE, viejo
NUÑO: Ya, don Lope de Estrada, hemos llegado a este frondoso sitio, hermoseado de esta undosa corriente que río a su fin corre y nace fuente, cuyo curso, impidiendo al sol ardores, cinta de plata, ciñe esa ribera y, abismo de cristal, riega esas flores. LOPE: ¿Qué tiene que ver eso con llamarme, y aquí solo traerme? ¿Es para que riñamos? NUÑO: Perdonarme el cansancio podéis; que si atreverme a sacaros aquí solo he querido, es, don Lope de Estrada, porque oído a mis razones deis un rato atento; que las vuestras conmigo, en ocasiones, más parecen agravios que razones. LOPE: Fue el consejo que os di de fiel amigo, el mal que en el rey siento es de vasallo tan leal, que no hallo quien excederme pueda, si no es que aquí yo mismo a mí me exceda. NUÑO: Confieso esa verdad; mas ya que sigo la queja a que me habéis ocasionado, respondedme, don Lope, más templado. ¿Qué culpa tengo yo de los retiros de Alfonso, nuestro rey? ¿Qué culpa tengo de que lamente a voces, con suspiros, de la bella Raquel la infausta suerte? ¿Fui cómplice atrevido yo en su muerte? LOPE: Don Nuño, las acciones del monarca y de los que en oficios colocados son como reyes casi venerados, cuando efectos no son de tiranía, no las ha de impedir ciega osadía, ni murmurarlas; porque en esta parte el que murmura de su rey con arte, con gusto, con cuidado, aunque premio no tenga el merecerlo, o ama el que es traidor, o quiere serlo. Alfonso amor tenía; vos y vuestros parientes --¡qué osadía!-- con ánimo traidor --¡qué infame hecho!-- rompisteis de Raquel el blanco pecho, pudiendo, como nobles castellanos, depuestos los aceros de las manos, con blandas quejas y piadosos ruegos, vencer de Alfonso los ardores ciegos. Dejárasle gozar lo que quería; que un día llama a voces a otro día, y suele en la delicia más ufana, lo que hoy parece bien cansar mañana. Y cuando el rostro un rey atento entrega a sus vasallos, y a la voz no niega de sus piadosas quejas los oídos, débese permitir que los sentidos gocen tal vez delicias, deleites o caricias, pues para obedecer de Amor las leyes, hombres como nosotros son los reyes. NUÑO: No niego esas verdades; pero, con descompuestas libertades, hacerme vos culpado en lo que yo, don Lope, no he pecado, es querer, si se mira, que haga su efecto contra vos la ira. LOPE: Culpado fuisteis vos, un traidor fuisteis. Tome el acero, aunque en mi débil mano, venganza de esta afrenta. NUÑO: Ya me pesa. ¡Por Dios, qué desvarío! LOPE: Aunque tengo fuerzas, no me falta brío. NUÑO: ¿Qué pretendéis? LOPE: Mataros. NUÑO: Quisiera, arrepentido, reportaros. LOPE: Si no reñís, os mataré. NUÑO: (Furioso Aparte le tiene ya la injuria, y animoso quiere vengarse. Defenderme intento; que, en todas ocasiones, ha sido la defensa acuerdo sabio, pues no hay que asegurarse del agravio. LOPE: Flacas las fuerzas de mi brazo siento.
Entran riñendo, retirándose don LOPE
NUÑO: No a tan justos pesares me ocasiones; no midas más tu acero con el mío.
Dentro
LOPE: ¡Muerto soy!
Sale don NUÑO, con la espada en la mano
NUÑO: ¡Ay de mí! ¡Loco brío! ¡Ciego y precipitado! Ya difunto cadáver le he dejado. Retirarme pretendo, porque me sigue gente, a lo que entiendo. No buscaba su muerte. Efectos son de mi infelice suerte.
Vase. Salen doña SANCHA, LAÍN, COSTANZA y don GARCÍA
GARCÍA: Sancha, tus cosas no entiendo; yo vivo y muero quejoso, Pues si en tu favor reposo, en tus desdenes me enciendo. A un mismo tiempo que miras mi firme verdad dichosa, mi voz escuchad piadosa, y tirana te retiras. ¿Cómo puedes, Sancha mía, permitir, si en tu beldad halló lugar la piedad que le halle la tiranía? SANCHA: ¿Yo, tirana? Aquí llegaste, perdido por la maleza de esa encumbrada aspereza, y albergue en mi casa hallaste. Referísteme tu historia, que de la guerra venías de Cuenca, y que en pocos días se consiguió la victoria; que a Burgos, donde se encierra el padre que te dio ser, las treguas iba a hacer del cansancio de la guerra. Porque el rey, algo obligado de un fiero accidente loco, dejó a Toledo ha muy poco y a Burgos se ha retirado; que una hermana, en fin, te dio el cielo, hermosa beldad, que desde su tierna edad en la Huelgas se crió, porque le faltó su madre; que del convento ha salido agora, porque ha venido con Alfonso el rey tu padre, y porque más amparada de mí tu nobleza vieras, me referiste que eras Garci-Velázquez de Estrada. Yo, que tu nombre escuché, sin ver que un hermano tengo en Burgos, a quien prevengo la obediencia, que entregué con voluntad más que humana, atropellé, firme en ella, los recatos de doncella con los respetos de hermana; y aunque en parte recelosa, por las razones que ves, quise admitirte cortés y aposentarte piadosa. Mira pues qué tiranía cabe en aquesta verdad; o ha sido error mi piedad, o es culpa mi cortesía. GARCÍA: ¿No dices más? SANCHA: Pues, ¿qué ha habido que a mí el decirlo me impida? GARCÍA: Lo que callas de encogida, yo lo diré de atrevido. La primera vez que oíste mi amoroso pensamiento, culpaste mi atrevimiento pero no me despediste. Segunda vez llegué osado, aunque temí tu disgusto, y escuchásteme con gusto, mirásteme con agrado. Y un día, que los favores del mirar y del oír pude, Sancha, conseguir, saliste a coger las flores de este músico arroyuelo, cuya voz nace halagüeña en la boca de esa peña, y muere en la tumba de hielo. Mi mano aquí bulliciosa, porque gloria distribuya, andaba tras de la tuya como abeja tras la rosa. Tú, que con vergüenza aprisa tejes púrpura en tu cielo, cubriste a la mano un velo, y descubriste la risa. Dudó la ignorancia mía si era la risa en tu intento pesar de mi atrevimiento o burla de mi osadía; mas mi afecto soberana me dijo, porque porfíe: "Jamás boca que se ríe suele negar una mano." Su nieve y así el sosiego como le usurpó al sentido, con mis labios atrevido, quise ver si era de fuego. Vilo; y en esta porfía, desvanecido y ufano, ni retirabas tu mano, ni te enojaba la mía; y así, con esta violencia... SANCHA: No prosigas. GARCÍA: Callaré. LAÍN: Mi Constanza, siempre fue discreta y sabia advertencia no estorbar al que llegó a la ocasión que desea; como yo los pies menea, y harás lo mismo que yo, sígueme, aunque no te cuadre, pues sabes que tuyo soy. COSTANZA: Por no estorbarlos me voy; que esto aprendí de mi madre.
Vanse COSTANZA y LAÍN
SANCHA: Ya estamos solos agora; que refieras te permito lo demás, Garci-Velázquez, que en tu empeño has conseguido. GARCÍA: ¿No has dicho que has de ser mía? SANCHA: Es verdad que yo lo he dicho; pero en la distancia que hay del pronunciarlo al cumplirlo, temo --¡ay de mí!-- que has de ser como el amante fingido que huyendo estragos de Troya por los undosos zafiros, le condujo hasta Cartago leve leño y blando lino. GARCÍA: Pues, ¿temes que imite a Eneas? SANCHA: Eso temo y eso miro. ¿Sabes lo que obró inconstante? GARCÍA: Huésped fue de Elisa Dido, vencióse de su belleza, perdió sin alma el jüicio, palabra la dio de esposo, gozóla y después, vencido de la ingratitud, huyó. SANCHA: ¡Oh, crüel! ¡Oh, fementido! ¡Que huyó después de gozarla! GARCÍA: Hasta hoy ha merecido, por eso, nombre de ingrato. SANCHA: Yo lo creo; ya me inclino a resistir tus intentos. Vete, por Dios, yo te pido que te vayas y me dejes. GARCÍA: ¿Qué dices, Sancha? ¿Qué has dicho? SANCHA: Que te vayas, don García. GARCÍA: Pues lo que el troyano hizo, ¿quieres que mi amor lo pague? SANCHA: Hombre fue y hombre has nacido, pues bástame aquel ejemplo para temer el peligro. GARCÍA: El mármol será inconstante; con mi pecho, el bronce... SANCHA: Digo que no quiero ser despojo de las llamas y el cuchillo. Vete, o por Dios, que la vida me quite. GARCÍA: Tanto la estimo que sólo porque la tengas voy a perder el sentido.
Hace que se va
SANCHA: Pero con discurso poco pronuncio lo que has oído. Error ha sido culpable porque, atento al beneficio, sabrás vivir obligado; porque hasta agora no he visto señas en mi de otra Elisa, ni en tus palabras indicios para temerte otro Eneas, falso amante y fugitivo. Mi huésped eres, estáte. (No sé dónde muero o vivo. Aparte Quiérole, y mi daño temo. Temo el daño y me retiro. Vase, y mátame su ausencia. Pues, cielos, ¿por qué lo envío si no he de vivir sin él?) GARCÍA: Hallarás en tus desvaríos la sinrazón de intentarlos o el pesar de consentirlos. SANCHA: No puedo más; que luchando están los discursos míos con valor para vencer, con temor por ser vencidos. La verdad es que te quiero; ya lo dije, ya está dicho; pero cuando considero el mayor daño, reprimo mis afectos y quisiera, antes de haberme rendido a su fuerza, ser un mármol, depósito helado y frío. Porque pienso que ha de darme bastante ocasión mi olvido, no digo para quitarme la vida, que no es castigo en quien llega a aborrecer que muera lo que ha querido sino para...; mas no quiero, aunque lo siento, decirlo. Entiende lo que quisieres; que ni pongo con jüicio en mi acción lo que ejercí ni en mi boca lo que digo. GARCÍA: ¿Qué temes, Sancha? ¿Qué temes si tan ilustre has nacido? Dame, besaré tu mano.
Dale la mano
SANCHA: Mal mis intentos reprimo. ¡Déjame, por Dios! Que tienes en las palabras hechizos. (Y yo no sé lo que tengo; Aparte que estos lances consentidos llegan siempre a ser estragos del honor más defendido). GARCÍA: Que seré tu esposo juro, que seré tu esposo afirmo. Lo que mal quisiere goce, huya de mí lo que sigo, viva lo que padeciere, muera siempre lo que vivo, si tu esposo no me vieren, Sancha, los presentes siglos. ¿Quieres más? SANCHA: Que te recojas. GARCÍA: Mal podré si me desvío de tus ojos. SANCHA: ¿No podrás? GARCÍA: En ti mis glorias confirmo. SANCHA: Por allí se va a tu cuarto y por esta puerta al mío. GARCÍA: Iré siguiendo tus pasos. SANCHA: Ya te he enseñado el camino; lo demás tú lo verás, si en la ocasión no has temido.
Vase
GARCÍA: ¡Loco voy, amor! A voces tu hermoso imperio publico. Déjame la vida, pues; tu despojo es mi jüicio.
Vase tras ella. Salen LAÍN y COSTANZA, con una luz, y pónenla en un bufete
LAÍN: ¿Dónde, Costanza, vas con tanta prisa? COSTANZA: A poner esta luz sobre un bufete. LAÍN: A los bobos con eso, a quien lo ignora; no quiere luz, Costanza, la señora. COSTANZA: ¿Qué es lo que dices? Malicioso eres. LAÍN: Mejor se hallan sin luz muchas mujeres. COSTANZA: Calla agora, Laín, y en este suelo nos sentemos los dos, porque parlando divirtamos la noche. LAÍN: ¿Estás burlando? Pues si estas noches todas que han pasado no he asistido, Constanza, yo a tu lado, ¿por qué este suelo enladrillado quieres que agora sea colchón de mi descanso? COSTANZA: Tengo miedo, Laín, porque de noche en forma de gigantes y dragones inquietan esta sala mil visiones.
Quiere levantarse y detiénela COSTANZA
LAÍN: Mil vi; ¡qué linda cosa, por mi vida! A buen puerto a ser huéspedes llegamos. Llamar quiero a mi dueño; que nos vamos. COSTANZA: Repórtate; no el miedo te alborote. LAÍN: Tengo gota coral, y si no excuso estos lances, Costanza, aunque te asombres, no me podrán tener juntos diez hombres. COSTANZA: Aquella luz se muere. LAÍN: ¡Ay de mí, triste! COSTANZA: Cielos, ¿qué es esto? El alma se aniquila. Mira que está expirando, despabila. LAÍN: Voy; que sin luz la vida se me acaba. Ya despabilo. Peor está que estaba.
Mata la luz
COSTANZA: ¿Qué es lo que has hecho? LAÍN: ¿No lo ves? La vela se cansó de ser sola centinela; desdichas mías son. COSTANZA: ¡Linda osadía! ¿Yo a escuras con un hombre? LAÍN: ¡Oh, fiera arpía! ¿Engáñasme, y agora melindricos? Éste es encanto que mi mal señala. Llena está de gigantes esta sala. ¿Adónde estás, mujer?
Anda a buscarla
COSTANZA: No has de saberlo. LAÍN: Al viento ya te habrás encomendado; que eres bruja sin duda. COSTANZA: Oye, ruin hombre. Hable más bien, o haréle que se asombre. LAÍN: Harto asombrado estoy, y más oyendo tu voz en tantas partes; aquí hablas, allí respondes, hacia allá preguntas. Detén el golpe, mira que me apuntas. COSTANZA: ¿Qué apunto yo? LAÍN: ¡Qué formidable seña! Un gigante en la mano ase una peña, y con amagos fieros de homicida, me quiere trasladar a la otra vida. ¡Jesús! COSTANZA: ¿Qué fue? LAÍN: La peña me ha tirado, y si no huyo el golpe con presteza, me despoja de sesos la cabeza. COSTANZA: Agora bien entiendes mis razones; mas no cuando te pido me des algo. LAÍN: Con eso más de mi paciencia salgo. ¿Qué quieres que te dé porque me saques del peligro en que estoy? COSTANZA: Lo que tuvieres. LAÍN: No tengo, vive Dios, un real tan solo; pero si tu piedad libre me escapa, te daré este sombrero y esta capa. COSTANZA: Arroja. LAÍN: Veslo ahí.
Arrójale el sombrero y la capa, y hace COSTANZA que abre una ventana
COSTANZA: Agora, amigo, abriendo esta ventana, porque Apolo con su luz ilumina ya los campos, conocerás, pues ya decirlo puedo, que el enredo fue mío, y tuyo el miedo.
Vase
LAÍN: ¡Ya es de día, por Dios! Esta picaña me ha engañado, y como no le he dado un tan solo cuatrín, ni darle espero, me ha quitado mi capa y mi sombrero.
Sale don GARCÍA
GARCÍA: ¡Laín! LAÍN: Pues, señor, ¿qué es esto? GARCÍA: Felicidades que puso el Amor en quien indigno se constituyó por suyo. Vamos de aquí. ¡Presto, presto! LAÍN: ¿Qué dices? GARCÍA: Que luego a Burgos partamos; porque esta tarde Sancha, que así lo dispuso con mañosa discreción también se parte. Lo uno porque, si en las soledades tanto tiempo nos ven juntos, conspirará la malicia armas contra nuestros gustos; y también porque se impida que sepa su hermano Nuño el hospedaje a quien yo tantas dichas atribuyo; que en Burgos, ella en su casa, yo en la mía, sin que alguno lo entienda, para gozarnos es bastante disimulo. LAÍN: Aguarda, señor, aguarda. Luego, ¿jugóse, pregunto, la pieza más importante: ¿Con el silencio nocturno rindióse Troya? GARCÍA: Rindióse. LAÍN: ¿En aquesa finca? ¡Oh, punto! ¡Qué dicha! GARCÍA: Con el respeto que en mi adoración infundo, Laín, has de hablar de Sancha. LAÍN: ¿Anduvo el Amor desnudo? ¿Quedó calvo de desdenes? ¿Quedó velloso de gustos? ¿Hubo despojo de enaguas, desabrigo de coturnos? ¿Examinóse el agrado? ¿Explicóse el venusto? ¿Durmiéronse los temores? ¿Extinguiéronse los sustos? ¿Veneróse el bello encanto? ¿Admiróse el blando bulto? ¿Qué hubo, en fin? GARCÍA: Eres un necio, bárbaro, ignorante, rudo, si imaginas que las dichas me han de robar el discurso; en las deidades a quien la veneración dio culto lo que se alcanza se debe presumir que ser no pudo. Basta que sepas, Laín, que en el fuego que me cupo de los incendios que Sancha de sus dos soles compuso, donde, batiendo las alas, llegué a ser vivo trasunto del ave que en sus aromas desperdicia sus orgullos, tantos alientos me infunde que de ellos con mayor triunfo, a pesar de las cenizas, renace Fénix segundo. LAÍN: Aguarda, mi rey; dejando eso de Fénix, ¿qué hubo en lo que prisión eterna, en lo de rendirse al yugo? Di, ¿juraste de marido? GARCÍA: Juré, en fin, de serlo suyo. LAÍN: Fuego del cielo consuma a quien tiene tan mal gusto. ¿Qué? ¿Marido te he de ver? Mas no importa; es de futuro, y es siempre el jurar de serlo, para llegar, el consumo tomar a cambio en las Indias, y dar libranza en el turco. GARCÍA: Esposo he de ser de Sancha. LAÍN: ¿Quién te dice que no juzgo que a mí me ha de estar mejor el maridaje que escucho? Andallo, eso sí. Habrá fiesta; que habrá librea no dudo. Juzgarán los que me vieren, si juzgarán, que me cubro de alguna capa y sombrero según lo que salto y bullo. GARCÍA: Ven, partamos; porque es tarde. LAÍN: Otro poquito; presumo que estoy sin sombrero y capa. GARCÍA: ¿Y la tuya? LAÍN: Ése es un punto muy delicado. GARCÍA: ¡Qué flema! LAÍN: Vive Dios, que no me burlo. GARCÍA: Acaba. LAÍN: ¿Cómo que acabe? O eres sordo o yo soy mudo. ¿He de ir de esta manera en un rocinante zurdo hecho títere con alma? GARCÍA: Cúbrete. LAÍN: Tomadle el pulso.
Sale doña SANCHA
SANCHA: Señor, ¿ya os vais? GARCÍA: Tú me has dado orden, mi bien, y licencia. SANCHA: Quisiera fuera obediencia, mi señor, mas no cuidado; que quien con tal brevedad se parte y me deja, siento que muestra arrepentimiento o arguye infidelidad. GARCÍA: Sancha, voy tan abrasado, tan ciego, loco y rendido que vivo de agradecido y muero de enamorado. Y aunque así mi vida ignoro, con las dichas que merezco, no sé si lo que agradezco es menos que lo que adoro. Fuera de que, si esta tarde, mi bien, a Burgos te vas, allá más despacio harás de mis finezas alarde.
Llaman
SANCHA: Aguarda; ¿qué golpes son aquellos?
Dentro
NUÑO: ¡Costanza! ¡Andrada! SANCHA: Nuño es quien llama.
Sale COSTANZA
COSTANZA: Turbada salgo. SANCHA: ¡Terrible ocasión! COSTANZA: De turbaciones acorta; busca remedio. SANCHA: Es en vano. ¿Qué es esto?
Sale ANDRADA
ANDRADA: Nuño, tu hermano. SANCHA: ¡Ay de mí! GARCÍA: Tu vida importa. LAÍN: Esto a mi suerte atribuyo. SANCHA: ¡Qué suceso tan impío! En ese aposento mío que mejor le diré tuyo, te esconde con tu crïado. GARCÍA: Mirar por tu honor quisiera. SANCHA: Yo cerraré por de fuera.
Ciérralos SANCHA, y vuelve a llamar don NUÑO
ANDRADA: Priesa trae de algún cuidado; indicios de su porfía. SANCHA: Y tú, en entrando mi hermano, Andrada, saca a ese llano los caballos de García con cuidado y sin sentirse; que, cuando en sosiego manso Nuño se entregue al descanso, podrá salir y partirse. ANDRADA: Voy.
Vase
SANCHA: ¿Quién tal desdicha vio? Abre aprisa. COSTANZA: Es excusado, porque mi señor ha entrado; que Andrada, pienso, que abrió.
Sale don NUÑO
NUÑO: Cierren las puertas. Ninguna, Costanza, sin llave quede. SANCHA: Hermano, señor, ¿qué es esto? (¡Oh, qué demudado viene! Aparte Un hielo cubre mis venas). Era tiempo que vinieses a ver a tu hermana y ver esta casa, que parece al pie de ese verde monte, que la ciñe y no la ofende, digno edificio de Alfonso. Tuya, Nuño, será siempre, que para eso la heredé de Iñigo Tello Meneses, nuestro tío, mas ¡ay triste! ¿Cómo pregunto? ¿No atiendes a mis razones, hermano? NUÑO: El honor, Sancha, que a veces... SANCHA: (Por honor comienza, ¡ay cielos! Aparte Él sabe mi amor y quiere, después de habérmelo dicho, vengar su agravio en mi muerte. ¿Dónde iré?) NUÑO: Pues, ¿aún no sabes mi pena, y así te vence la turbación? Oye, escucha. SANCHA: Dilo, acaba, si no quieres que la dilación me ofenda; dime presto lo que tienes. NUÑO: Una desdicha, que ayer me obligó, Sancha, a esconderme, y cuando más con la noche seguro paso me ofrecen las sombras, que me permiten que no las tema y las huelle, seis leguas, que hay hasta aquí desde Burgos... SANCHA: (Ya parece Aparte que se desahoga el alma). NUÑO: Corrí en un hijo del Betis; porque, aunque en tantos pesares debida atención me niegues, o mis desaciertos culpes, o mi errores condenes, como noble, me recojas; como sabia, me aconsejes; como prudente, me animes, y como hermana, me alientes... SANCHA: La vida es tuya; prosigue. NUÑO: Ya sabes los accidentes que en Toledo resultaron, Sancha hermana, de la muerte de Raquel. SANCHA: Nadie lo ignora; pero si al caso presente, que tú le llamas desdicha, importa para saberse... (Todo lo escucha García). Aparte ...referirlo, hermano, puedes. NUÑO: En Toledo, imperial solio, donde undoso el Tajo vierte cristal, que sus basas lame, oro, que su pie guarnece, en cuyo espacio no hay edificio que no apueste a duración con el tiempo, y con el rayo a lo fuerte; aquí, pues, lo inevitable del hado infeliz consiente que a Raquel, bella judía, su imperio Alfonso rindiese. Muchos en el rey culpaban el injusto error, al verle rendido a una hebrea quien rindió tantos moros reyes; por parecerlos que estaba tan fuera de sí, que a veces a los despachos negaba las horas más competentes. "¡Muera Raquel!" dicen, cuando Don Lope de Estrada quiere evitar resoluciones con el consejo prudente, y a mí y a cuantos conmigo a la ejecución se ofrecen dijo: "Aunque Alfonso en Castilla, nuestro rey, más se divierte en el cariñoso halago que en la voz del pretendiente, su espíritu generoso cuerdas enmiendas promete; y así, pues sois de esta causa, como yo, todos jüeces, no el furor pueda en vosotros lo que la prudencia puede". Con gusto escuché a don Lope; mas los demás, en quien siempre fue firme el intento, así le respondieron, rebeldes: "Para que heroicas hazañas haga Alfonso, y le venere la admiración o le admire noble atención elocuente; para que, en fin, consigamos que la posteridad muestre su imagen en duro bronce y su nombre en mármol breve, no es justo disimular el afecto donde vierten soberbios montes de fuego, mares de cenizas breves". Y así cuando, ausente Alfonso, diestro cazador, previene a ciervos del monte flechas, y a garzas del viento redes, de Raquel llegan al lecho adonde, como otras veces, su sol, dormido en su ocaso, negaba luz a su oriente, y cuales hambrientos lobos, que de las dormidas reses, a pesar del que las guarda, la sangre intrépidos beben; así, pues, los conjurados el pecho hermoso, inocente, de la descuidada hebrea rompieron inobedientes. Volvió el rey, y cuando el rostro ver de su dama pretende, halló pálido cadáver la blanca animada nieve. Miró el desmayado bulto, y en su distancia una fuente que en humor sangriento rojo ya deshojando claveles, los cabellos que le dieron madejas de oro luciente, duro plomo derretido, bañado en sangre, le ofrecen. Loco y sin vista, a sus labios le arroja el fiero accidente, sólo por ver si los suyos algún aliento les deben. Mas, como no respiraron, y advirtió que los que albergue fueron del nácar más puro, cárdenos lirios embeben, tanto su sudor le hiela, tanto su amor le suspende que le creyeron estatua los que por rey le obedecen. Pero volvió en sí, juzgando que, aunque el sentir es a veces entendimiento, el valor es más ingenio en los reyes. Pártese a Burgos, por ver si podrá olvidar, ausente, lo que en su aliento fue vida, lo que en su memoria es muerte; pero la imaginación tanto daba en ofenderle, que viendo un día en su cuarto don Lope al rey poco alegre y retirado, me dijo: "Señor Nuño, no padece culpas de atrevido quien a las experiencias cree; si dejaran vuestros deudos y vos de mi voz vencerse, faltaran nubes que agora este sol entristeciesen". Callé, y una vez que al campo fuimos los dos, procuréle quejoso desengañarle, y cortés satisfacerle. Díjele, en fin: "Ya sabéis, señor don Lope, que siempre son vuestros nobles consejos en mi obediencias corteses, y que por ellos el rostro negué al error, que rebeldes en Raquel, contra el rey nuestro, los castellanos cometen". "No negasteis. Traidor fuistes," replicó el viejo impaciente. Yo, como a la sangre mía aquella palabra ofende, viles infamias la impone, porque no sé qué se tiene la traición, que aun los que ignoran lo que es honor, la aborrecen. Enmudecido, del rostro perdido el color, ausente la razón, ciego el discurso, sin mí mismo llegué a verme, armado de nube de iras, tanto que en espacio breve los amagos de la vista los sentí rayos ardientes, desenvolví las palabras, respondiéndole que miente. Y desnudando el acero, vengar su agravio pretende; mas como cobra un mentís el honor que allí se pierde, procuré con mil perdones obligarle y detenerle. Porfió a querer herirme, y yo, como el defenderme me toca en fin, y de bríos sus muchos años carecen, ya por hado o por desdicha, ya por destreza o por suerte, mi punta en su anciano pecho abrió camino a la muerte... Quedé...
Llama a la puerta don GARCÍA
GARCÍA: ¡Abre, Nuño! SANCHA: ¡Ay de mí! NUÑO: ¿Quién da golpes? SANCHA: Hoy se pierden mi vida y mi honor, Costanza. Mira si es gente que viene siguiendo a Nuño. COSTANZA: Ya voy. (¡Oh, lo que el ingenio puede!) Aparte
Vase COSTANZA
SANCHA: Sin vida estoy. ¡Qué desdicha! (Quisiera impedir no oyese Aparte García lo que dispongo; aquí el valor me conviene). NUÑO: ¿Quién puede ser el que llama? SANCHA: Desde esta pieza que tiene una ventana a ese cuarto, lo verás conmigo. Vente.
Tirando de él, lo muda a la otra parte del tablado
NUÑO: Aparta, veré quién es. SANCHA: Aguarda, hermano, detente; no te arrojes al peligro. NUÑO: ¿Quién puede ser?
Sale COSTANZA
COSTANZA: Mucha gente, que indignada solicita o tu prisión o tu muerte; y como cerrar mandaste las puertas, es evidente que una espaciosa ventana, señor, que esa pieza tiene, no muy alta, les ha dado lugar para que subiesen.
Vuelve a llamar don GARCÍA
GARCÍA: Abre o romperé la puerta. NUÑO: Esta espada ha de valerme. SANCHA: Mejor remedio a tu vida, tu hermana Sancha previene; sal por una puerta falsa, que mira a ese monte, y vete. Sube en tu caballo apriesa, y por las sendas más breves te vuelve a Burgos, pensando que, pues te juzgan ausente, nadie en él te buscará; que de mi seguro puedes partir, pues sabré seguirte y aun del riesgo defenderte. ¡Ea, vuela! Ese Pegaso anima tan velozmente, que sus batidos ijares tu diligencia confiesen. NUÑO: Bien has dicho. Dios te guarde.
Vase
COSTANZA: Buena fue la industria. SANCHA: ¿Fuése? COSTANZA: Mirarélo.
Vase. Habla don GARCÍA dentro
GARCÍA: ¡Ah, Nuño infame! No tu vil traición recuerde miedos en ti, que me impidan vengar a la manchada nieve de las canas de mi padre. ¡Abre, traidor! ¡Abre aleve, o haré las puertas pedazos!
Abre doña SANCHA. Salen don GARCÍA y LAÍN
SANCHA: Ya está abierto. ¿Qué pretendes? GARCÍA: ¿Dónde está Nuño? SANCHA: A Burgos se partió. Si no lo crees, por tuya tienes la casa. GARCÍA: ¿Que esto tus engaños pueden? Temió mi valor tu hermano. SANCHA: Quien nació Castro no teme. GARCÍA: Saca los caballos presto; que he de seguirle. LAÍN: Conviene el seguirle; mas repara... GARCÍA: Acaba. LAÍN: Ya te obedece; el ir sin capa y sombrero es lo que más me entristece.
Vase
GARCÍA: Vengaré, viven los cielos, mi agravio. SANCHA: ¿Que así me deje quien a ser de mi albedrío fiero robador se atreve? ¿Que así las glorias de amante, ingrato bárbaro niegue y acciones tan vengativas contra mi sangre recuerde? ¿Qué es esto, Garci Velázquez? ¿Qué es esto? ¿Agora previenes falsedades que te infamen, desprecios que me atormenten, descréditos que te culpen, libertades que me afrenten? ¿Éste es el bien que gozaste, las finezas que me debes, las dichas que mereciste, los favores que posees? Vuelve, esposo; no permitas, señor, que mis gozos breves justa desesperación los ultraje y los desprecie. Mira... GARCÍA: Sancha, no son buenas esas lágrimas que viertes para quien ve que a su padre violenta mano le hiere. Para un hijo, que ayer vio sus canas pompa de nieve, y hoy de un sepulcro de mármol cenizas las juzga leves, la obligación que me corre nadie la conoce y siente mejor que yo mismo, Sancha. Yo sé lo que me conviene; no ignoro lo que te debo; no niego lo que mereces; no desmayo en la palabra; no huyo lo que pretendes; pero aquí mi muerto padre me dice a voces que quiere que helado bulto le estime, que cadáver le venere, que rüina le obedezca, que polvo le reverencie, que a la venganza me anime, que la aclame, que la aceche, que la investigue animoso, que la ejecute valiente. Y así, tus voces en mí será imposible que esfuercen lástima que las escuche o piedad que las despeñe. Los cielos, Sancha, te guarden; queda a Dios, que no consiente más dilación un agravio ni más tardanza una muerte. SANCHA: ¡Aguarda! ¡Espera! ¡No huyas! ¡Oye, escucha, mira, advierte! ¡A pesar de mis desdichas! ¡Que estos rigores ordene Fortuna! Buena quedo. Mi robada honra padece. El ladrón huye tirano; Mi hermano la culpa tiene. García quiere vengarse. Ya temo que he de perderle. Pues, acabadme, pesares; acabadme porque quede, si estrago de los que soy, lástima de lo que fuere.

FIN DEL PRIMER ACTO

Obligar contra su sangre, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

Volver a la lista de textos

Association for Hispanic Classical Theater, Inc.


Actualización más reciente: 01 Jul 2002