ACTO TERCERO


 
              Salen PORCELLOS, VELA [y] MONGANA 
 
PORCELLOS:  Al fin murió don García
            en las prisiones.
VELA:                      Ansí
            me viene a faltar a mí
            la esperanza que tenía.
               Sólo ese resquicio abrió            
            a mi dicha la Fortuna;
            ya no hay esperanza alguna.
MONGANA:    Buen ventanazo nos dio.
PORCELLOS:     Si la potencia divina
            es quien la fortuna mueve,            
            desconfïar no se debe
            pues donde no se imagina...
MONGANA:       Eso dicen de la liebre.
            Donde no piensan saltó,
            pero de la dicha, no.
VELA:       Bárbaro, harás que te quiebre
               la boca.
PORCELLOS:              Gusto de oíllo,
            dejadle.
VELA:               Vete de ahí
            o calla, Mongana.
MONGANA:                     Aquí
            trovaré aquel estribillo:           
               "Oh, terribles agravios
            mátanme de hambre y ciérranme los labios".
VELA:          ¡Nunca hablaste sin dar pena?
MONGANA:    Cómo de ésas tú me das.
PORCELLOS:  ¿Con necesidad estás?               
            Toma, amigo, una cadena.
MONGANA:       Muy bien se la puedes dar;
            anímale que es cobarde.
            Las cuatro son de la tarde
            y podemos comulgar               
               como están mis tripas anchas
            a estas horas.  Ansí viva
            que puede vender saliva.
            ¿Hay quién quiera sacar manchas?
PORCELLOS:     Aunque es dádiva del Rey,             
            ¿en quién mejor empleada?
VELA:       La merced es excusada.
PORCELLOS:  Tomarla tienes.
VELA:                       Si es ley
               obedecer, tuyo he sido.
            ¡Ah, bellacón!
MONGANA:                  ¡Qué regalo!          
            No fue el estribillo malo.
            La cadena le ha valido.
PORCELLOS:     Digo, pues, que la desdicha
            es vivir desconfïando.
            Nadie sabe en qué ni cuándo       
            ha de venirle la dicha.
               ¿Cuántos en lo que tuvieron
            por dicha su muerte hallaron?
            ¿Cuántos, cuando no pensaron,
            ricos y alegres se vieron?            
               Don Vela, mientras vivimos
            no hay buena ni mala suerte
            hasta que llegue la muerte
            que es el fin a que nacimos.
               Morir bien y a la vejez            
            es la dicha verdadera
            y ansí el hombre hasta que muera
            no puede, no ser jüez
               de su mala o buena suerte.
            Vivir es dicha.  Al morir             
            la dicha se ha de advertir
            si es mala o buena la muerte.
               Quien muere bien es dichoso;
            quien muere mal desdichado.
            Un astrólogo afamado,               
            aunque siempre fui dudoso
               de la judiciaria yo,
            me dijo, el cielo lo impide,
            que seré dichoso en vida
            y no en la muerte.
VELA:                        Mintió.       
               Ni te acuerdes, ni lo creas.
            Eres varón singular
            y ansí el cielo te ha de dar
            aun más vida que deseas.
PORCELLOS:     ¡Sea ansí para los dos!               
            Astrólogos no creí.
            Vivir bien me toca a mí;
            lo demás le toca a Dios.
               Que como haya yo vivido
            bien creyendo y bien obrando,         
            muera yo del modo y cuando
            el cielo fuere servido.
               Voyme a ver al Rey.
 
                     Vase [don Diego PORCELLOS] 
 
VELA:                              Adiós.
MONGANA:    Ya podrás hacer retablos.
            El señor de los dïablos             
            sea bendito; que los dos
               quedamos solos.  Toquemos
            ese divino metal
            tras quien va todo animal,
            espejo en que todos vemos             
               nuestras humanas acciones.
            ¡Oh, cadena hermosa y bella,
            si fueran los de Marsella
            tus gallardos eslabones!
               Pienso que falsa has de ser        
            porque habiéndote tocado
            la mano de un desdichado
            alquimia te has de volver.
VELA:          Vete, pues, en hora buena;
            que a una persona deseo               
            hablar, y viene.
MONGANA:                   Y aun creo
            que has de darle la cadena.
               Déjate de esos amores.
            Pagar podemos ansí,
            que han de llover sobre mí               
            tus cansados acreedores
               y me habrá de suceder,
            temiéndolo estoy por puntos,
            lo que a tres ciegos que juntos
            rezaban para comer.              
               Dijo al uno una tapada,
            "Tome este escudo, Tomé",
            y repártalo, y se fue
            no dejando a Tomé nada.
               Regocijados deste arte,            
            los ciegos se concomieron
            y sus partes le pidieron, 
            "Tomé, mi parte, mi parte".
               Él juraba a Jesu Cristo
            y ninguno le creía,            
            y hubo ciego que decía,
            "Sí, se lo dio, yo lo he visto".
               Sin más, ni más intervalos,
            confundidos en los modos,
            andaban a Palos todos            
            y se molieron a palos.
VELA:          Vete ya.
MONGANA:                Dime, ¿quién es
            la tal dama?
VELA:                    Bestia, vete.
MONGANA:    ¿Es mondonga?  ¿Es del retrete?
            Sépalo y muera después.                                
 
                 Vase [MONGANA].  Sale BRIANDA 
 
BRIANDA:       (Vi a don Vela y he venido    [Aparte]
            como blanca mariposa
            sitiando la luz hermosa
            que su cuna y tumba ha sido).
               Señor, don Vela.
VELA:                          Brïanda,           
            aurora de mi consuelo,
            iris sacro de mi cielo,
            mensajera por quien anda
               comunicándose el bien
            de mi vida y de mi amor,              
            dime, ¿cómo está Leonor?
BRIANDA:    Buena y amando también.
VELA:          Dale esta cadena y ruega
            que la acepte y en su pecho
            la vea yo, satisfecho                 
            de que favor no me niega.
               Por la extraordinaria hechura,
            ya que no por el valor,
            digna ha sido de Leonor.
             
                           Dale la cadena 
 
BRIANDA:    Luego la daré.
VELA:                      Procura           
               hacer mis partes.
BRIANDA:                         Es cierto.
VELA:       ¡Quién te diera un gran tesoro!
 
                          Vase [don VELA] 
 
BRIANDA:    En las finezas del oro
            de mi amor está encubierto.
               Disculpada es mi malicia,               
            remedio a mi amor prevengo
            y ya se verá que tengo
            mayor amor que codicia.
               La cadena le he de dar.
 
                            Sale LEONOR 
 
LEONOR:     Brïanda.
BRIANDA:               ¿Señora mía?           
            ¿Cómo te va de alegría?
            ¿Cómo te va de pesar?
LEONOR:        De todo tengo, aunque son
            entre mis quejas y amores
            las horas tristes mayores.
BRIANDA:    Ansí dice una canción:
               "¡Oh, si volasen las horas
            del pesar
            como las del placer
            suelen volar!"                   
               Ésta ha de estarte muy bien.
            Ponte al cuello esta cadena.
LEONOR:     ¿Quién te la ha dado, que es buena?
BRIANDA:    No me preguntes de quién.
LEONOR:        ¡Ay, si de don Diego fue!               
            No te quiero examinar.
BRIANDA:    (Don Vela se ha de engañar           [Aparte]           
            si la cadena le ve).
               También en deuda me estás
            de que me voy, porque viene.          
 
                           Vase [BRIANDA] 
 
LEONOR:     ¡Qué mujer tu agrado tiene!
            Discretamente te vas.
 
                           Sale PORCELLOS 
 
PORCELLOS:     (Aquí me encuentro a Leonor      [Aparte]
            y con dos afectos lucho.
            Mucho es mi respeto, y mucho          
            es en el alma el amor.
            ¿Llegaré?  Tengo temor
            de ofender a la amistad.
            ¿Callaré?  Será crueldad
            no explicar mis propios daños.
            ¿Hablaré?  Diráme engaños.
            ¿Huiré?  Tengo voluntad).
LEONOR:        Conde, pasad adelante.
            ¿Qué teméis ni qué dudáis?
            ¿Suspenso al verme quedáis?
            ¿Sois acaso aquel amante         
            que prometió del diamante
            la fineza y resplandores,
            lo fino de los colores
            de la rosa, hija de mayo,
            la fortaleza del rayo,      
            y el amor de los amores?
PORCELLOS:     ¿Y sois vos la que ha jurado
            ser ejemplo de amistad,
            ser lealtad de la lealtad,
            ser cuidado del cuidado,         
            ser el amor de los amado,
            ser olvido del olvido,
            ser el ser que firme ha sido,
            ser muerte de la mudanza,
            ser vida de la esperanza?
LEONOR:     Sí, lo juré y lo he cumplido.
PORCELLOS:     Mucho lo dudo, Leonor.
LEONOR:     Mucho lo afirmo, don Diego.
            No juzga de luz el ciego,             
            ni el cobarde del valor.
            Como en vos faltó el amor,
            miráis como por antojos
            de color verdes y rojos.
            Cuanto objetos se ofrecen             
            rojos y verdes parecen,
            y está el color en los ojos.
PORCELLOS:     Tener más crédito y fe
            el hombre que estima y ama,
            con lo que dice la dama               
            que con lo mismo que ve,
            no es fineza.  Engaño fue
            y error del entendimiento
            o es la fe de cumplimiento.
            Pero yo, que estoy en mí,           
            si he de creer lo que vi,
            he de sentir lo que siento.
               Si a mí tu pecho me adora,
            eres traidora a mi amigo,
            y si a él adoras, conmigo           
            eres otra vez traidora.
            Mira quién eres, señora,
            pues que traidora has de ser
            con querer o no querer.
            Y si a los dos favoreces,              
            eres traidora dos veces,
            eres monstruo y no mujer.
               Excusado es el decir
            tu ingratitud y mi pena.
            Hable por mí esa cadena             
            que acabas de recibir.
            Por mi amigo he de sentir
            si a su amor ingrata fueres.
            Mira quién soy y quién eres.
            Mira los males que espero,            
            que si no me quieres, muero;
            y moriré si me quieres.
LEONOR:        Todo es enigmas y encanto
            para más confusión mía;
            que ni entiendo tu alegría               
            ni comprehendo tu llanto.
            De tus razones me espanto;
            no las penetro y ansí
            en mí misma me perdí;
            que en lenguaje tan sucinto      
            me formas un laberinto,
            porque no sepa de mí.
PORCELLOS:     Huyo esa voz de sirena
            tapándome los oídos.
LEONOR:     Vete, piedra sin sentido.
PORCELLOS:  Si soy piedra, esa cadena
            tiene eslabones y ordena
            amor, que hiriéndome están,
            para que arroje un volcán
            y un abismo de centellas.
LEONOR:     ¡Para que me abrasen ellas!
PORCELLOS:  Eres nieve; no podrán.
LEONOR:        Eres ingrato.
PORCELLOS:                     Tú, infiel.
LEONOR:     Tú, falso.
PORCELLOS:             Tú, fementida.
LEONOR:     Mientes, Conde, por tu vida.
PORCELLOS:  Cadena, parque y papel
            son testigos.
LEONOR:                   ¡Ah, crüel!
            ¡Tanto engaño, tanto enredo!
 
                Sale a la puerta don VELA y escucha 
 
PORCELLOS:  Déjame, Leonor.
LEONOR:                       No puedo.
PORCELLOS:  Libre soy.
LEONOR:                Y esclava soy.
PORCELLOS:  ¿Cómo, si rabiando voy?
LEONOR:     ¿Cómo, si llorando quedo?
PORCELLOS:     Suelta la capa.
LEONOR:                         La palma
            he de alcanzar.
PORCELLOS:                    No podrás.
LEONOR:     ¿No vale tu capa más           
            que un alma?  Suéltame el alma.
PORCELLOS:  Engaña el mar con su calma
            y tú con esa dulzura.

LEONOR:     ¿Cuándo engañó fe tan pura?
PORCELLOS:  Si finge amor.
LEONOR:                   Es error;               
            mas, bien dices, no es amor
            el que llega a ser locura.
 
                 Vase PORCELLOS sin ver a don VELA 
 
VELA:          ¿Esto escucho y vivo estoy?
            ¿Esto he visto y tengo vida?
            Villana falsa, homicida,              
            tirana del ser que soy,
            pues vida me dabas y hoy
            desestimas tu nobleza,
            tu recato, tu belleza.
            Y el alma que yo te di,               
            ¿cómo te lleva tras sí
            tu misma naturaleza?
               ¿Desta suerte?  ¿Desta suerte
            se premia mi inmenso amor?
            Eres símbolo, Leonor,               
            del engaño y de la muerte.
LEONOR:     Hombre, ¿quién eres?  Advierte
            con quien hablas, que a mi ver
            vienes loco.
VELA:                     Puede ser,
            que locos hace una pena.
            (¡Que trayendo mi cadena,        Aparte
            esto diga una mujer!)
               Si amor a don Diego tienes,
            ¿cómo me engañas a mí?
LEONOR:     Loco, ¿qué dices?
VELA:                        Que vi          
            en ti amor, en él desdenes.
LEONOR:     Hombre o demonio, ¿a qué vienes?
VELA:       A ver tus muchos engaños.
LEONOR:     ¡Qué sucesos tan extraños!
VELA:       Los que con el alma toco...
LEONOR:     ¡Hola!  Echad de aquí este loco.
VELA:       ¿Locura son desengaños?
LEONOR.        ¡Haréte matar!
VELA:                         Ya muero
            a manos de tus rigores.
LEONOR:     ¿Qué dices?
VELA:                    De los favores      
            que me diste desespero.
LEONOR:     Hombre, vete.
VELA:                     Oye, áspid fiero.
LEONOR:     ¿Quién eres?
VELA:                    Quien te ha adorado.
LEONOR:     ¿Y quién soy?
VELA:                     Quien me ha negado.
LEONOR:     ¿Yo te vi?
VELA:                    Ni me has de ver.
LEONOR:     ¡Qué desdichada mujer!
VELA:       ¡Yo sí que soy desdichado!
 
           Vanse, cada uno por su puerta.  [Sale MONGANA] 
 
 
MONGANA:       Viéndome desaliñado,
            pobre, mal vestido y roto,
            ¿quién dirá que soy devoto
            de saber lo que ha pasado?
               Por saber quién es la dama
            de don Vela, mi señor,
            Conde Claros, con amor,
            salto diera de la cama.               
               A costa de que un soldado
            de la guarda me despeje
            con sus barbazas de hereje,
            hasta el jardín he llegado.
               ¡Por Dios, que la Reina sale!
            ¡Qué santa mujer!  ¡Qué hermosa!
            De las flores es la rosa,
            más que toda España vale.
 
                            [Sale la REINA] 
 
REINA:         ¡Hola!  Avisad a las damas
            que a los jardines me voy.            
            Si melancólica estoy,
            hagan pálidas retamas,
 
       Van saliendo y entrando por otra puerta REINA y damas 
 
               hagan cándidos jazmines
            lo que el discurso no ha hecho,
            mas si el mal está en el pecho,          
            no hay remedio en los jardines.
 
                          Vase [la REINA] 
 
MONGANA:       La Reina es cosa sagrada;
            della no puedo saber
            quién es aquesta mujer
            tan servida y recatada.               
 
                            Sale LEONOR 
 
               A ésta he de llegar primero,
            ingeniosa es mi cautela.
 
                        Haciendo reverencias 
 
            Crïado soy de don Vela.
LEONOR:     Pues, ¿qué importa majadero?
MONGANA:       (No sois vos, pues respondéis    [Aparte]
            tan aceda).
 
                           Sale ISABELA 
 
LEONOR:                 Anda, Isabela.
 
                           Vase [LEONOR] 
 
MONGANA:    Crïado soy de don Vela.
ISABELA:    Muy buena alaja tenéis.
 
                           Vase [ISABELA] 
 
MONGANA:       También me responde mal.
 
                           [Sale MARCELA] 
 
            Esta se llama Marcela.           
            Crïado soy de don Vela.
MARCELA:    Servís en lindo hospital.
 
                           Vase [MARCELA] 
 
MONGANA:       Ésta tampoco ha de ser.
 
                         [Sale BRIANDA] 
 
            Una esclavilla bufona
            sale también y es persona           
            a quien he de acometer.
BRIANDA:       ¡Qué aprisa la Reina va
            aun a las damas no espera.
MONGANA:    Mas si aquesta galga fuera...
            Pero preso se sabrá.           
               Crïado soy de don Vela,
            mi señora.
BRIANDA:               Huélgome, a fe,
            de conocerte.
MONGANA:                   Ya sé...
            (Todo el tiempo lo revela).      [Aparte]
               que le dais muchos favores.
BRIANDA:    Luego, ¿ya me ha conocido?
MONGANA:    Sí, muy bien y agradecido
            está, suspirando amores.
BRIANDA:       Este rubí le has de dar
            en albricias que ha gustado      
            que yo le quiera.
MONGANA:                    Doblado
            dice que agora ha de amar.
BRIANDA:       Buenas nuevas te dé Dios;
            eso mis ojos desean.
            Voyme porque no nos vean              
            solos hablando a los dos.
               La sortija es extremada,
            tráigala desde hoy por mí.
            (A la Reina la cogí.           Aparte
            Esclava y enamorada,             
               ¿qué no ha de hurtar?)
 
                           Vase [BRIANDA] 
 
MONGANA:                        Mil cruces
            me hago.  ¡La perrengue ha sido!
            Lindamente lo he sabido
            y por lindos arcaduces.
               ¡Oh, cuánto necio blasona             
            que dama de partes tiene
            y es, cuando a saberse viene,
            un punto más que fregona.
               Don Vela y don Diego son.
 
                      [Salen] VELA y PORCELLOS 
 
PORCELLOS:  Esto, amigo, me ha pasado.
VELA:       De todo estoy admirado.
MONGANA:    Déte más admiración
               que sé quién es tu dama.
VELA:       ¿Qué dices, loco?
MONGANA:                    Que yerra
            tu gusto amando a una perra.          
            Una galga es quien te llama
               suyo.
VELA:               ¿Y cómo lo has sabido?
MONGANA:    Ella me lo dijo a mí
            y te envía este rubí.
            Piensa que la has conocido            
               y que la quieres.
PORCELLOS:                       Don Vela,
            eso es, sin duda Brïanda.
            En estos enredos anda.
            Suya ha sido la cautela.
               No era letra de Leonor,            
            y aun siempre yo sospeché
            que la voz suya no fue.
VELA:       ¿Habrá desdicha mayor?
               Echó la Fortuna el sello
            en perseguirme y burlar.
MONGANA:    El rubí puedes tomar.
VELA:       Ni he de tomarlo ni vello.
               A la bufona embustera
            se lo vuelve.
MONGANA:                    Sí, mañana.
PORCELLOS:  Toma esta bolsa, Mongana,              
            por ese rubí, y no quiera
               caer en la necedad
            de volverlo.
 
                Dale una bolsa y toma el rubí 
 
MONGANA:                 No caeré.
PORCELLOS:  Esto se gaste, que fue
            atreverse mi amistad,            
               y en habiéndose gastado,
            tú me avisarás después.
VELA:       A quien desdichado es
            no hay consuelo ni aun soñado.
PORCELLOS:     En mí he vuelto, corazón;           
            dame albricias, alma mía.
            Tomad toda mi alegría
            y dadme una pasión.
               Alentad, ojos, deseos;
            alentad, no siendo extraños.        
            No me matéis, desengaños.
            Con el placer deteneos.
 
                 [Salen la] REINA, LEONOR y MUSICOS 
 
MONGANA:       En estos jardines anda
            ya la Reina.
PORCELLOS:                 Verdad es.
            Retirémonos los tres.
VELA:       ¡Que me engañase Brïanda!
 
         Vanse aquí [PORCELLOS, don VELA y MONGANA] 
 
REINA:         Desnudó el invierno frío
            esas ramas del jazmín,
            monarca deste jardín;
            y las albas del estío               
            llorando en él su rocío
            restauraron su belleza;     
            y la arrugada corteza
            vio su pompa natural;
            y siendo yo racional,            
            es eterna mi tristeza.
            Esa fuente casi helada,
               la estación del tiempo fría
            calló con melancolía
            en sí misma aprisionada.
            Vino mayo y desatada   
            corrió con más ligereza
            dando al aire con belleza
            martinetes de cristal;
            y siendo yo racional             
            es eterna mi tristeza.
               El pajarillo que muerde
            esos ramos y esas flores,
            cuando copia los colores
            de su pluma el campo verde,      
            la voz rompe, el dolor pierde
            que infundió naturaleza
            en su viudez, y ansí empieza
            su música accidental;
            y siendo yo racional,            
            es eterna mi tristeza.
LEONOR:        Señora, la causa di
            de tus tristezas.
REINA:                           No sé.
LEONOR:     ¿No ha de haber remedio?
REINA:                              ¿En qué?
LEONOR:     ¿Quieres que te canten?
REINA:                                  Sí.
LEONOR:        Siéntate, pues, y la pena
            acaso divertirás.
REINA:      Ya no podrá ser jamás.
LEONOR:     Ponte al cuello esta cadena
               que es de labor africana           
            y no se ha visto en León
            tan curiosa perfección.
REINA:      Cualquier medicina es vana.
               Leonor, el Rey se ha cansado
            de mí; enfadado me mira.            
            Aragón le ofrece a Elvira
            y mi pecho enamorado,
               como no tiene otro estudio
            sino amar, con impaciencia,
            siente más del Rey la ausencia      
            que la afrenta del repudio.
LEONOR:        Será engaño, cantad.
REINA:                             Crece
            mi mal si música das;
            que al alegre, alegra más
            y al triste más le entristece.
MUSICOS:       "Celosa está y ofendida
            la gran Reina de Cartago,
            porque ha temido la ausencia
            de aquel piadoso troyano.
               Llorando al fuego se arroja        
            y las llamas se aumentaron,
            porque lágrimas de amor
            volcanes son y no llanto".
 
REINA:         Hizo bien.  Encended fuego;
            que si en desdichas me abraso         
            quiero juntar en mi muerte
            fuego a fuego, rayo a rayo,
            pena a pena, furia a furia.
            Pues los cielos me negaron
            vida a vida, amor a amor,             
            gloria a gloria, y labio a labio. 
LEONOR:     ¿Qué accidente es éste tuyo?
 
[Salen] el REY Ordoño y un CRIADO dándole un retrato
CRIADO: Éste es, señor, el retrato que me pediste de Elvira. De Zaragoza le traigo. REY: Hasme servido muy bien. [Vase el CRIADO] (Quiero mirarle despacio; [Aparte] porque ha de ser de mis penas el alivio y el reparo. Si mis sospechas no mueren, si son ciertos mis agravios, substitución será hermosa de aquélla que estoy mirando. ¡Cuánto, cuánto más gallarda es Violante que ésta! ¡Oh, cuánto es aquel ángel que temo más hermoso y más bizarro! Sombra es ésta de aquel sol, nube es ésta de aquel rayo, pero, ¿qué importa mi amor si el honor está temblando?) MUSICOS: "El mar llora dos ejemplos de amantes, Hero y Leandro, unidos en una muerte, en una fe y en un mármol". REINA: (¡Dichosos aquellos dos [Aparte] que fenecieron amando si eran honestas sus vidas, si eran sus amores castos! Levántase furiosa Dejadme arrojar a mí sobre los duros peñascos de ese parque; mas, ¿Qué importa si no he de encontrar los brazos de mi esposo?) Siéntase REY: (Las tristezas [Aparte] de la Reina van pasando adelante cada día y yo no me satisfago de mis dudas. Déme el cielo la muerte o el desengaño. Ve la cadena y cáesele el retrato Pero junto lo estoy viendo; en su cuello estoy mirando desengaño y muerte. ¡Ah, cielo, lo que te pedí me has dado! ¿No es aquélla mi cadena? Sin vergüenza y sin recato la trae al pecho, diciendo que se la dio un hombre falso. ¡Ea! A sentir me retiro. ¡Ea! A reventar me aparto. Cielo, acabemos con esto. Muramos, honor, muramos). Vase [el REY] BRIANDA: Mirándote ha estado el Rey entre esas flores y ramos y se le cayó en el suelo un retrato de la mano. REINA: Dámele acá, dame luego ese veneno y letargo en que duermen mis sentidos. Idos, todos, retiraos. LEONOR: ¡Que niegue el Rey a esta fe, deudas de amor! Vase [LEONOR] ISABELA: ¡Qué intervalos son éstos! Vase [ISABELA] BRIANDA: No los entiendo. El seso le va faltando. Vase [BRIANDA. Queda la REINA sola] REINA: Elvira, entremos en cuenta las dos agora, y sepamos yo tu bien y tú mi mal, yo tu dicha y tú mi agravio. Más hermosa eres que yo, no lo niego, pero, ¿cuándo no es la hermosura infeliz? Ejemplos tenemos raros, Naturaleza y Fortuna usan efectos contrarios; al dar belleza, al dar dicha, las dos nos truecan las manos. Aquí sale el REY a la puerta y escucha Elvira, escarmienta en mí; que me he visto en el estado que has de tener, y has de verte en el que yo estoy llorando. ¡Dichosa tú que tendrás, cuando lleguen los trabajos de tu espíritu, consuelo en lo que a mí me ha pasado. Hallarás en mí un ejemplo de fe, de amor, de recato, desdichas y más desdichas. Unas tengo, otras aguardo. Mira, Elvira, que al Rey quieras. Sólo anhelo tu cuidado por amarle como yo, pero no podrá ser tanto; mas, ¿cómo tengo paciencia para mirarte despacio y para darte consejos contra mí que en hielos ardo, contra mí que en llamas hielo, pensamientos soberanos, deseos no conocidos, y amores nunca estimados? Plega al cielo que yo vea al dueño deste traslado con los áspides que agora el alma me están chupando. Plega al cielo que yo goce las quejas y desengaños que tendrá. REY: ¿Qué es esto? REINA: Nada. Tomad allí ese retrato. Vase [la REINA] REY: Cuando a buscarle venía sospechas y dudas hallo que me contrastan del modo que suelen vientos contrarios impeler y detener un bajel que zozobrando se ve en ondas de zafir, se ve en montes de alabastro. Vi la cadena y oí palabras que eran regalos del amor más verdadero del corazón más humano. ¿Preguntaré quién la dio? ¨He de andar averiguando, como hombre vil, mis injurias? No han de salir de mis labios. [Sale PORCELLOS] PORCELLOS: Horas ha que no te he visto. Dame, gran señor, la mano; que el día que no la beso estoy tan desazonado que de nada siento gusto. REY: Toma, don Diego, los brazos. PORCELLOS: Sin la mano no hay favor que me satisfaga. REY: Extraños son tus modos de obligarme. Dale la mano y ve el rubí (¿Pero qué he visto, qué vaso [Aparte] de veneno estoy bebiendo en el rubí que le he dado a la Reina? Mis dos joyas como amantes se trocaron. ¿Qué más desengaños quiero? Bastan, honor, estos cargos; que agravïado me doy cuando basta sospecharlo). Don Diego, venid conmigo. PORCELLOS: Siempre seguiré tus pasos. REY: A las doce de la noche en esta puerta os aguardo. [Vanse los dos. Salen] al balcón LEONOR y BRIANDA LEONOR: Brïanda, en este balcón ya que la noche ha venido espero restitüido a mi pecho el corazón. Hablarme quiere don Diego; repetir querrá sus quejas y ansí he venido a estas rejas con algún desasosiego. Darle pretendo un favor si viene como solía. Vea a traer, Brïanda mía, una banda de color. BRIANDA: Huelgo, señora, que estés alegre; también lo estoy, pero por la banda voy, yo te lo diré después. Vase [BRIANDA] LEONOR: Vengas, ¡oh, noche!, en buena hora. Si amor me da sus favores, tus estrellas serán flores, tu oscuridad será aurora. [Salen] PORCELLOS y CARRASCO PORCELLOS: Carrasco, vuélvete a casa. CARRASCO: ¿Cómo te puedo dejar? PORCELLOS: Sólo esta noche he de andar. No has de saber lo que pasa. Mira que me enojaré si no te vas. CARRASCO: Tuyo soy. (Aunque finjo que me voy, [Aparte] en este parque podré esperar, que soy leal).
Pónese un lienzo en la cabeza; recuéstase, la cabeza en la capa
y aun puedo estar reposando, porque él suelo estar hablando una noche natural. Aquí me tiendo y él hable cuanto le venga a la boca. LEONOR: ¿Quién a nuestras rejas toca? PORCELLOS: (Ella respondió. Notable [Aparte] es su cuidado). Leonor, ¿quién se pudiera atrever a estas rejas a no ser animado de mi amor? LEONOR: ¡Ay, Conde, gracias al cielo que más apacible vienes! PORCELLOS: Razón de culparme tienes. LEONOR: Habla paso. PORCELLOS: No hay recelo ya en mi amor, que el Rey me dijo que tú mi dueño has de ser. LEONOR: ¡Oh, qué dichosa mujer! PORCELLOS: ¡Oh, qué inmenso regocijo! Sale MONGANA MONGANA: Siguiendo voy y acechando este bellacón que muero por vengarme. Como un cuero está durmiendo y roncando. Ya una burla le prevengo; que como aprendo a escribir mi tintero ha de venir siempre aquí. Si de él me vengo seré un famoso varón aunque esto será barato con que cuelguen mi retrato en alguna procesión. Hace lo que dicen los versos Tinta la echo en las dos manos pues las tiene tan tendidas. ¡Oh, véalas yo mordidas de dos hambrientos alanos! PORCELLOS: ¿Tal, señora, has de decir? Daránme gran desconsuelo tus temores. ¡Vive el cielo!, que he de amarte hasta morir. LEONOR: Y yo, Conde, he de quererte hasta que deje de ser, y aun mi amor ha de exceder los términos de la muerte.
Pica MONGANA con una canilla a CARRASCO en la cara y él se tiñe
MONGANA: Vos mismo seréis, Carrasco, quien la burla os haga ansí. ¿Pica la mosca? Eso sí. Eso será untar el casco. ¡Oh, si un áspid le picara! No está otra mano segura. Déte el cielo la ventura como te pones la cara. El se pone negro y fiero, borracho debe de estar, pues no acierta a despertar. Espada, capa y sombrero cobré ya. No ha de dormir Quítale espada, sombrero y capa quien tiene enemigos, loco. Otra vez le pico y toco. Acábese de teñir. Vase [MONGANA] PORCELLOS: ¿Cómo he de irme sin señal de tan verdadero amor? ¿Cómo he de irme sin favor que hacerme pueda inmortal? LEONOR: No os iréis. Dame esa banda azul que el alma me alegra. ¡Ay, que la arrojé y es negra! ¡Oh, qué necia estás Brïanda! PORCELLOS: ¿Qué importa el negro color? Ningún agüero me muestra que en el haber sido vuestra está, señora, el favor. LEONOR: Adiós, Conde, hasta mañana. ¡Que volváis a ser el día de mi luz y mi alegría! Vanse [LEONOR y BRIANDA] PORCELLOS: Vos, el alba soberana. ¡Oh, banda, lo que he estimado teneros por prenda hermosa de la que ha de ser mi esposa! Vuestro color no ha turbado mi esperanza y mi alegría que la noche es negra y fea y el amante la desea más que el rosicler del día. ¿Quién es? ¿Qué gente? CARRASCO: Ninguna. ¡Ay, que sin espada estoy! PORCELLOS: ¿Quién eres, hombre? CARRASCO: (¿Quién soy [Aparte] no conoce haciendo luna?) PORCELLOS: ¿Eres sombra o monstruo feo? CARRASCO: (Pues que no me ha conocido, [Aparte] quiero callar). PORCELLOS: Negro ha sido esta noche cuanto veo. CARRASCO: (Él me mandó que me fuese; [Aparte] no quiero enojarlo m s). Vase [CARRASCO] PORCELLOS: ¿Cómo callando te vas? Pero, ¿qué recelo es ése, corazón? Negro sería que estaba durmiendo aquí. Nunca en agüeros creí. Dios es quien todo lo guía. Porque el mundo engaña y miente, bien es que algunas señales han precedido a los males, pero todo es accidente. Muerte y vida Dios las da. No hay potencia humana cierta. Las doce son y la puerta siento abrir. El Rey será. [Sale el REY] REY: ¿Es el Conde? PORCELLOS: Sí, señor. REY: ¿Venís sólo? PORCELLOS: Sólo vengo. REY: Esperad un rato. Vase [el REY] PORCELLOS: Tengo un linaje de temor que no entiendo. ¿Para qué sólo a estas horas y aquí me quiere el Rey? Pero, ¿a mí qué me importa? No lo sé; ni es bien saberlo. Esperar me toca y obedecer. Misterio el Rey ha de ser. Siéntase No se debe escudriñar. Pero esta melancolía, este cuidado y temor, ¿qué serán? De nuestro humor no se ha de hacer profecía. ¿Qué han de ser? Afectos vanos, pasiones de ánimo errantes, porque nunca están constantes los pensamientos humanos. Si el Rey me mira estos días con semblante diferente, luego causa suficiente tienen mis melancolías. Si mi dicha se ha cansado, cosas ordinarias son; que tienen declinación las que llegan a su estado. Enemigos ni envidiosos no tengo. Vanos temores, dejadme, que ni hay traidores en palacio, no hay quejosos. Yo sirvo bien, vivo bien, justo es el Rey, yo leal, pues, ¿por qué recelo mal? Si es amago, si es vaivén de la Fortuna, ¿qué importa? Cánsese, injurias ofrezca como yo no las merezca. La vida más larga corta parece cuando el morir llega con pálido ceño., La tristeza engendra sueño; seguro podré dormir. [Duérmese PORCELLOS, sale el REY] REY: Pasos son de un desdichado éstos que doy, pues deseo tener piedad y me veo a ser crüel obligado. Tan obediente y leal siempre el Conde me ha servido, que aunque me juzgo ofendido, no le puedo querer mal. Descuidado su durmió. Mucho hay aquí que decir. ¿Seguro puede dormir quien a un rey ofende? No. Ilusiones son y antojos mis sospechas. La traición dicen que es como el león que no cierra bien los ojos. Éste duerme descuidado, sin recelos, sin temor. ¿Cómo puede ser traidor un corazón sosegado? Casi temo, yo lo dejo, ¿pero si son vehementes los indicios? Piedad, mientes. Con razón me ofendo y quejo. Conde, amigo, si por dicha eres leal, recto soy cuando la muerte te doy. Quéjate de tu desdicha.
Sácale la espada, dale con la daga. Él se defiende con la silla y el REY le riñe
PORCELLOS: Válgame Dios, ¿quién da muerte a un inocente? REY: Un Rey justo que te mata con disgusto y con dolor más fuerte que el morir. PORCELLOS: Señor, señor, ten piedad. No te ofendí. ¿Tú mismo me matas? REY: Sí, y en esto se ve mi amor; que no quiero que ninguno sepa que traidor has sido, ni que yo estoy ofendido. Y aunque vivo queda el uno, de dos que saben lo cierto, singular testigo es, y yo moriré después de pena de verte muerto. PORCELLOS: Mi señor, ya siento más en ansias tan infelices las palabras que me dices que la muerte que me das. ¿Traidor, don Diego Porcellos? No puede ser. Desdichado, eso sí, pues levantado se vio en los cielos y dellos tú me has dejado caer para desdicha mayor. ¿En qué te ofendí, señor? ¡Vive Dios!, que él ha de ser quien descubra mi lealtad, quien me dé al morir paciencia, quien ampare mi inocencia, pues es la misma verdad. Tener espada quisiera para rendirla a tus pies, no por defenderme; que es, cuando tú gustas que muera, la defensa una traición. Culpado debo de estar, pues tú me quieres matar siendo tan recto varón. Culpado seré, sin duda, pero no sé en qué, señor. ¿Cómo, dice, tanto amor en tanto rigor se muda? Por ser tu hechura, ¡ay, de mí!, lástima darte pudiera verme deshacer. ¿Quién fuera pobre hidalgo como fui? Tres cosas son las que hoy te encomiendo, si te obligo; mi honra, mi cuerpo y mi amigo, porque el alma a Dios la doy. Y muriendo desta suerte mi dicha no tuvo efeto. ¡Qué proverbio tan discreto! No hay dicha ni desdicha hasta la muerte. Cae detrás del paño REY: ¡Ay, leyes del mundo! ¡Ah, sabios! ¿Cómo no enmendáis las leyes que deben también los reyes vengar ansí sus agravios? Mas no deben; yo lo hice, porque esté secreto ansí. ¡Ay, miserable de ti! ¡Ay, venturoso infelice! No ha de haber ojos que crean que yo le quise matar. Prevenidos han de estar los que importa que esto vean. Salen LEONOR, REINA y BRIANDA con una luz ¡Hola! LEONOR: ¿Qué quieres, señor? Rumor de espadas sentí. REINA: Señor, ¿vos estáis ansí? ¿Vos ministro del rigor? ¿Para esto me habéis mandado venir aquí? REY: Mirad luego; (aquí se turba) a Don Diego. LEONOR: ¡Ay, corazón desdichado! ¡Ay, mi esposo! ¡Ay, dueño mío! ¡Ay, caballero leal! ¿Quién te ha dado muerte tal? REY: ¿Qué dices? LEONOR: De mi albedrío era dueño, y yo del suyo. A mi esposo me han quitado. REY: Luego, ¿él te quiso? [A LEONOR] REINA: Ha mostrado gran flaqueza el pecho tuyo. Si cuando yo te noté aquel papel se le diera, tu amor ocasión no fuera de la flaqueza que ve el Rey en ti. Tú, Leonor, ¿has de decir que has tenido amor? Si piedad ha sido, ¿por qué la llamas amor? Lástima decir podías, de lástimas. Pero no... que si la muerte el Rey le dio, fueran las lágrimas pías injustas. El Rey lo ha hecho. Justicia debió de ser. Él es Rey y tú mujer. Ten valor, sosiego el pecho. Esta cadena me has dado que a ti el Conde te la dio. No quiero cadena yo de un hombre tan desdichado o tan traidor. Toma pues tu cadena. Y vos, señor, oíd aparte, y Leonor por osada y descortés no me tendrá si me escucha. ¿Vos crüel y vos tirano? ¿Vos matáis por vuestra mano? Esa indignidad es mucha. ¿No podíades mandar que lo matasen si había hecho alguna alevosía? Y, ¿qué delito fue amar a Leonor para dar muerte a un hombre que os ha servido con tal amor, y que ha sido de un león bramido fuerte? ¡Ea, señor! ¿Qué dirán las historias de Castilla si vuestra misma cuchilla corta los cuellos que están sirviéndoos con tal cuidado? REY: Señora, ¿qué es de un rubí que en prendas de amor os di? REINA: Esa esclavilla lo ha hurtado; ella dirá a quien lo dio. REY: Dilo. BRIANDA: Señor, la verdad es que tuve voluntad a don Vela y me engañó el diablo y yo se le di. REY: ¡Válgame Dios, y qué extraños son del hombre los engaños! ¡Ay, infelice de mí! ¡Que di la muerte a un amigo! Mi error a furia provoca. Tú eres Reina, a ti te toca darme un ejemplar castigo. Toma esa espada, da muerte a un homicida crüel del vasallo más fïel. No viva, no, desta suerte hombre que para callar sus sospechas no inquirió la verdad y se engañó. REINA: Yo mi vida os he de dar, no la muerte. [Sale don VELA] REY: Entre, don Vela, a quien llamar he mandado. Ya no serás desdichado si es que el cielo te consuela. A ese varón heredaste sus títulos y su renta, sus oficios y a mi cuenta quedas siempre, porque amaste al que mató esa cuchilla. A fe que han de hacer mención de Ordoño, Rey de León, los anales de Castilla. REINA: Don Vela ha de dar la mano a Leonor, pues es trasunto de ese infelice difunto a quien, no el rigor tirano sino su misma desdicha dio la muerte. VELA: Yo no sé cómo he de vivir si hallé mayor desdicha en la dicha. REY: Tú has mejorado la suerte. Murió un hombre sin segundo y ansí se ve que en el mundo no hay dicha ni desdicha hasta la muerte.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002