EL NEGRO DEL MEJOR AMO

Antonio Mira de Amescua

El texto presentado aquí, EL NEGRO DEL MEJOR AMO, está basado en la edición príncipe en LAUREL DE COMEDIAS, QUARTA PARTE DE DIFERENTES AUTORES (Madrid: Imprenta Real, 1631). La edición presente fue preparada por Vern G. Williamsen en 1984.


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


Salen el GUARDIÁN y don PEDRO
GUARDIÁN: Famoso Portocarrero, supuesto que en esta casa, que siendo de San Francisco, Jesús del Monte se llama, adonde estáis retraído, os damos de buena gana seguridad a la vida, ¿no fuera cosa acertada, que nos diéramos en ella también la quietud del alma? Vos tenéis enemistad, según la razón humana, justa con el conde César porque violenta la espada le dio muerte a vuestro hermano riñendo. Fue la desgracia de vuestro hermano, mas una de aquestas noches pasadas, vos a un primo, y a un hermano del conde, de una trabada pendencia, disteis la muerte. Bastante es para venganza; la pasión temple el enojo; obre la piedad cristiana.
Dentro ROSAMBUCO y MORTERO
ROSAMBUCO: ¿Por qué el bergante no va a sacar dos cubos de agua? MORTERO: Pues el perrazo moreno, ¿qué hace que no los saca? ROSAMBUCO: Pues vive Alá, si me enfado... MORTERO: ¿Qué ha de hacer si se enfada? PEDRO: Los crïados son, que riñen. GUARDIÁN: Ésta es del demonio traza que nos quieren estorbar la plática comenzada. PEDRO: Padre, para interrumpirla mi cólera sólo basta. El conde mató a mi hermano. Si él con la vida no paga, no hay satisfacción ninguna. Y no hablemos más palabra si habemos de ser amigos, porque está tan obstinada mi pasión que es mi contrario el que de paces me trata. GUARDIÁN: Vuesasted, señor don Pedro, temple el enojo y la saña. Mire que hay una candela de luz tan desengañada allá en el fin de la vida que pone espanto el mirarla. Alumbre su ceguedad con esta funesta llama, y verá como se vuelven en piedades las venganzas. PEDRO: Padre Guardián, vive Dios, que es cosa desesperada, que me ayude a bien morir en juventud tan lozana. Hasta que llegue la muerte me faltan muchas jornadas, y una de ellas es matar a este conde, que me agravia. ROSAMBUCO: Limpia, pícaro, el cabello. MORTERO: Oiga el galgo como manda. ROSAMBUCO: Pues si esta estaca levanto... MORTERO: ¿Qué ha de hacer con esa estaca? ROSAMBUCO: ¿Qué? Romperle la cabeza.
Dale
MORTERO: ¡Ay! ROSAMBUCO: Ponte una telaraña. PEDRO: ¿Qué ruido es aquéste? ¡Hola! ¡Ah, Mortero!
Sale MORTERO herido
MORTERO: ¿Qué me mandas? PEDRO: ¿Quién te ha puesto de esa suerte? MORTERO: Esa morcilla quemada, aquel esclavo de requiem que el demonio trajo a casa. Esa tumba racional, ese cordobán con habla, que se le ha teñido donde zurra el diablo la badana. PEDRO: Pues, ¿sobre qué habéis reñido? MORTERO: Porque el galgazo se ensancha de ver que priva contigo y le quieres y agasajas. Porque al fin en la ocasión sabe sacar una espada y ser tu perro de ayuda. Y, como él dice, se traga hombres como caperuzas, y del empeño te saca. Y, con eso está tan vano que sin comedirse a nada como testamento tuyo, cuanto hay que hacer me la manda. Con lo cual, entre los dos la suerte está barajada, pues trabajo como un negro y él como blanco descansa. PEDRO: ¡Ah, Rosambuco!
Sale ROSAMBUCO
ROSAMBUCO: ¿Señor? PEDRO: ¿De aqueste modo se tratan tan cerca de mi presencia los crïados de mi casa? ¿Quién atrevimiento os dio para desvergüenza tanta? ROSAMBUCO: Si no hubiera mirado que es tu crïado esa mandria, ¿ya no la hubiera arrojado por una de esas ventanas? Piensa el pícaro gallina que la comida se gana con hüir de la ocasión y traer una embajada. Pues, que no es hombre de prendas, trabaje, pesa su alma. MORTERO: Señor mío, aquéstas son las que llaman "gratis datas." Vuesarced peca de crudo, a mí el miedo me salva. Usted vive de su culpa, y yo como de mi gracia. PEDRO: Pues, ¿no es razón que el trabajo de conformidad se parta entre los dos? ROSAMBUCO: Dices bien, nunca mi respeto falta a lo justo; y así yo, en las acciones honradas, que piden hombres de pecho, o de vergüenza en la cara, sirvo con tanto valor como la experiencia clara os lo ha mostrado las veces que os ha sacado mi espada de mil honrosos peligros con opinión tan bizarra. Pero en oficios humildes, donde cualquier hombre basta, ocúpese ese lacayo que no sirve para nada; porque yo, señor don Pedro, vive Alá, que soy alhaja digna de un emperador y el tenerme en vuestra casa, aunque esclavo, no ha de ser para ninguna acción baja; que habéis de tenerme en ella como el que a un león regala o un tigre, que sólo sirve de engrandecerla o guardarla. GUARDIÁN: Discreto es el señor negro, la comparación no es mala. Muestras da de bien nacido en el talle y en el habla. PEDRO: Pues, decidme, ¿quién sois vos? ROSAMBUCO: Las ocasiones pasadas juzgué yo que lo habían dicho; pero, pues ellas no hablan, yo os lo diré claramente. Haced todos se vayan. PEDRO: Vuestra caridad perdone que ha días que traigo gana de averiguar de este negro muchas enigmas que guarda. Proseguiremos después la plática comenzada. GUARDIÁN: Yo me voy con condición de que cumpláis la palabra.
Vase
PEDRO: Vete, Mortero, a curar. MORTERO: Señor, si no nos iguala aquí tengo que quedarme a ser motilón. ¡Mal haya quien no lo hiciere, y adiós! Que no he de estar en tu casa ni lidiar con ese perro, cara de morcilla ahumada.
Vase
PEDRO: Solos habemos quedado. Háblame con confïanza. ROSAMBUCO: Señor, puesto que mis obras tan mal quién soy os declaran, escuchadlo de mis labios. PEDRO: Ya mi silencio lo aguarda. ROSAMBUCO: Portocarrero ilustre, para ejemplo de cuantos me envidiaron entre prodigios, al nacer divinos, de un adusto carbón los abisinos el cuerpo me formaron. Si ya el alma los cielos no crïaron de fuego tan sañudo que queriendo enlazar el vital nudo, blancos, puros y bellos, los miembros abrasó al entrar en ellos. Mi sangre esclarecida en los primeros siglos fue temida, tiñendo sus estrenas del rey primero en las primeras venas que aquesta sombra oscura que mi nobleza anochecer procura, pálida, triste, ingrata, el honor desmiente, que dilata con puros arreboles de mis claras hazañas muchos soles. El día, pues, que fue mi nacimiento, con curso natural o con violento, entre muchos desmayos en un eclipse los ardientes rayos de esa antorcha luciente, vieron al mediodía su occidente. Quedó el cielo lastimado de mirar eclipsado entre un color tan ciego del mayor corazón el mejor fuego. Con este ardid astuto quiso vestir su resplandor de luto si no es que ya envidioso le pareció lo negro más hermoso, y por hacer mayor su bizarría, quiso de mi color vestir el día en mis tiernas niñeces, supliendo el alma de mi edad dos veces. Brïoso avasallaba el pueril escuadrón con quien jugaba con altiva impaciencia de no hallar en ninguno resistencia, teniendo a poca gloria reinar por elección, no por victoria. El valor y el discurso de los años de la razón y el brío tan extraños, tan rudos y tan broncos, que a nacer mudos se volvieran troncos. Y hallándose el discurso tan despierto mi valor determina de buscar población de más doctrina y en una embarcación mal aprestada para Egipto enderezó mi jornada, adonde a pocos días fueron ilustres las hazañas mías. Aquí, pues ofendido de ver entre esta sombra oscurecido mi corazón valiente, un gitano, entre todos excelente en el curioso, en el sutil desvelo de investigarle su secreto al cielo entre las hojas bellas de su libro inmortal de las estrellas, con mudas profecías escrito halló el suceso de mis días. Díjome: "Rosambuco, el cielo santo en tu cuerpo un espíritu, un espanto, fabricó milagroso, que en tu muerte tendrás fin venturoso. Entre varias naciones han de causar asombro tus acciones, y por tierras extrañas el mar has de domar con tus hazañas; y cuando más altivo triunfar te mires, te hallarás cautivo. Pero entre tanto, ten este consuelo que ha de darte el rescate el mismo cielo. Pero ante todas cosas te apercibo que con tu estrella nunca estés esquivo, que será con misterio de introducirte a nuevo cautiverio; mas será de tal modo que el monarca mayor del orbe todo se nombrará tu dueño. Tú, gustoso y feliz en el empeño de agradarle y servirle, con fe tan inviolable has de asistirle, que sin tener mudanza, dichoso has de gozar de su privanza y tanto se ha de honrar con tu persona, que partirá contigo su corona. Y el que te cautivó con celo santo, bañado en tierno llanto de hallarse en tan extraña maravilla, doblará a tu sepulcro la rodilla". Yo, pues, que en este anuncio misterioso no menos asombrado que animoso, en cuatro naves solas, hermosa pesadumbre de las olas, por sendas de cristal, rumbos de plata, generoso pirata, con alientos lozanos, embarquéme en los mares africanos. Al tiempo, pues, que con esfuerzo tanto del cielo asombro, de la tierra espanto, con mi temor del orbe se embaraza, se cumplió del gitano la amenaza, pues apenas mis naves y tus naves del salobre elemento aladas aves, cara a cara se vieron, fuerza a fuerza embistieron cuando bizarro te embistió mi enojo de mi altiva ambición cierto despojo. El riesgo en que estuviste medroso allí le viste, y aquí no has de negarle valeroso, pues que sólo venciste por dichoso; puesto que un religioso franciscano, al entrar yo en tu nave victorioso, me detuvo furioso; tenía en la diestra mano de un hombre un bulto que enclavado a un leño, retroceder me hizo de mi empeño cuando por cinco puertas que el golpe de la envidia trae abierta me arrojó tanto fuego que deslumbrado y ciego hallé que había perdido a un tiempo la victoria y el sentido. Su voz me amenazaba que otra mayor victoria le faltaba. A Palermo cautivo me trajiste dende mil veces el esfuerzo viste que mi pecho acompaña en una y otra valerosa hazaña; pues siempre que a tu lado de todos tus agravios te has vengado, todos tus enemigos te han temido, a todo te he asistido con que mi nombre se ha extendido, que de Palermo soy único espanto. Y pues ya he conocido que, en la desdicha, verdadera ha sido del astrólogo fiel la profecía, suspenso aguardo la ventura mía. PEDRO: Con lo que me has referido, tan admirado me tienes, que no sé de esos presagios si los tema o los venere. Mas, pues, que soy tan dichoso que ya que quiso la suerte que a ser esclavo llegases y a mi posesión vinieses, no pienso de aquí adelante como cautivo tenerte; que si a tu esfuerzo y nobleza puedo tan seguramente empresas de honor fïarlas, desde aquí quiero que quedes por compañero en las mías; y supuesto que ya entiendes el odio que contra el conde en mi corazón se enciende, desde que mató a mi hermano [y] el amor que vive siempre de su hermana en mi pasión... de Laura digo, a quien debe el aliño y la belleza, cuando entre púrpura y nieve en los candores del alba se abrasa hermoso el oriente, a que aquesta dicha logre y aquella venganza acuerde, tu valor me ha de ayudar. Bien has visto que él defiende su odio con tanta copia de alïados y parientes cuando forastero yo, sólo este brazo valiente conozco de mi facción que me defienda y me vengue Esta noche he de robar y guardar secretamente a Laura hasta que del conde ponga en efecto la muerte. Luego he de partir a España donde mis dichas se aumenten ufanas con los amores y con la venganza alegres. ¡Ea, fuerte Rosambuco, aquí tu valor se muestre! Porque en la imperial Madrid, al primado de los reyes, de tu valor informado, dichoso las plantas beses y en dilatar sus blasones tu invencible acero empeñe, y así se cumplan las glorias que tu estrella te promete. ROSAMBUCO: Sin duda que así mis dichas cumplirme los cielos quieren. Ya tu venganza y tu amor, señor, en las manos tienes. ¿Has hablado a Laura? PEDRO: Sí, y en el ser robado viene pero la venganza ignora. ROSAMBUCO: Que no la sepa conviene, que la ha de estorbar sin duda; mas, pues, tan afablemente mis secretos has oído, revelarte el pecho quiere uno, el más extraordinario que a mis fortunas sucede. ¿No has visto el bulto de mármol, siempre mudo, inmóvil siempre, que es de Benedicto Esforcia el fundador excelente de este convento e iglesia? Pues yo no sé qué se tiene de misterio, que al mirarle toda el alma se suspende, todo el corazón se hiela, y este pecho, que no teme, ni ha temido al mundo todo, con miedo tan vehemente le mira que sin poder refrenarme ni vencerme los cabellos me erizan, los huesos se me estremecen y que se mueve imagino y que me habla parece. Y aun sólo de referirlo tanto horror el alma siente, que vive Alá, que me corro de que un pecho tan valiente como el mío, a lo pueril, de un agüero se sujete. PEDRO: Pues, ¿qué ocasión has tenido de extrañarte y de temerle? ROSAMBUCO: Ninguna, y como estas cosas acaso nunca suceden, temo que allí algún secreto guardado los cielos tienen. PEDRO: También la imaginación obrar tales cosas suele; pero al fin, en la verdad, sea tu tema lo que fuere, Rosambuco, lo que importa es que tu valor se muestre esta noche en lo tratado. ROSAMBUCO: Con un escuadrón de sierpes embestiré, ¡vive Alá! Si de sólo aquesto pende tu gusto, ya está en tu mano. PEDRO: De mi hermana Estrella viene allí la negra, y no puedo a escucharla detenerme, que algún recado traerá. Llega y mira lo que quiere que a ver voy al Guardián para que él me aconseje que deje el odio del conde que en mí vive eternamente. ROSAMBUCO: ¿Y Estrella sabe, por dicha, que a Laura robar pretendes y matar al conde César? PEDRO: Sí. ¿Pero en saberlo puede haber estorbo? ROSAMBUCO: ¡Muy grande! Has procedido imprudente porque el conde adora a Estrella; y aunque es verdad que en mujeres como tu hermana no cabe ningún afecto imprudente, con mujeril compasión romper el secreto puede. PEDRO: Es Estrella muy discreta y no temo que le quiebre. Mira qué quiere esa negra y envíala brevemente. ROSAMBUCO: (Animo corazón mío, Aparte que con la ocasión presente he de hacer que al quinto cielo ufana mi fama llegue).
Vase PEDRO y sale CATALINA, negra
CATALINA: ¡Ah, Losambuco! ¡Ah, zeolo! ROSAMBUCO: ¿Qué es lo que la galga quiere a Rosambuco? CATALINA: ¡Jezú! En vonsancé hallamo siempre mala obla, mala palabra, moliéndome yo por velle, y cuando le culumbramo recibirnos con desdenes. Zi zamo galga la negla, galgo zamo su mercede, y azí buzcamo lo galgo para andar cogiendo liébrez. ROSAMBUCO: Negra de todos los diablos, ¡no te he dicho que me dejes? Sin duda que algún demonio te instimula que me inquietes; que por Alá, que a entender, que como tú me pareces, parezco yo a los demás, me diera doscientas muertes. Siguiéndome a todas horas, ¿qué me apuras? ¿Qué me quieres? CATALINA: Mila, zeolo, vosancé, zi helmoso, galano eres a mis ojos, más y mucho que la rosa que enflorece, yo se anzabache, que tú traen la cara plandeciente; es una saeta de amoro, que la ha tirado en la flente, y travieza el culazón que ce fina por quelelte. Zazu, que molelme, hermano. ROSAMBUCO: ¡Miren qué desquite aqueste para un buen desesperado! ¡Esta higa solamente faltaba a mi vanidad! ¡Qué los cielos dispusiesen que un hombre de tales brazos, de espíritu tan ardiente, y de presunción tan alta en una región naciese donde, si hay valor se esconda, donde, si hay fealdad se muestre, donde el corazón bizarro oculto en el pecho quede, y del color la ignominia anda en el rostro patente! ¡Reniego de mi fortuna! ¡Qué las deidades se hiciesen para hombrecillo, que sólo una tez hermosa tienen y por dicha un corazón! Pero discurso, detente, que tú solamente bastas, por Mahoma, a enloquecerme. CATALINA: ¡Zezú, qué desezperado! ¿Tanto erramo por querenle? No sea vosancé tan lindo. ROSAMBUCO: ¿Qué es esto que me sucede? Pero Celio viene allí. CATALINA: ¡A qué mal tiempo que viene!
Sale CELIO
CELIO: ¡Rosambuco! ROSAMBUCO: ¿Celio, amigo? CELIO: ¿Y el señor don Pedro? ROSAMBUCO: Fuése a hablar al padre guardián. CELIO: Pues a mí me importa verle y avisarle, que dispuesta Laura, mi señora, tiene para seguirle esta noche; y que advierta juntamente, que el conde anda receloso y así las cosas gobierne con cordura y con cautela porque sucedan de suerte que se logre su cuidado. ROSAMBUCO: Celio, Celio, el miedo pierde, pues que de mi valor ya todo el suceso pende. Dile que yo estoy aquí. Cuando necesario fuese romperles a las estrellas aquellos eternos ejes en cuyos dorados quicios tornos de cristal se mueven, lo intentara, ¡vive Alá! Mas di a Estrella que no puede ir mi amo allá esta noche que cierta ocupación tiene; y así, que no hay que aguardarle. Anda, Catalina, vete, que allá te están esperando y a mí me da enfado verte. CATALINA: Plegan Dioso, ingrato amante, que muelas del mal que muele mi esperanza. ¡Ah, inglato mío cuál me llevan tu desdene! ROSAMBUCO: Ven, Celio, y a mi señor le dirás lo que le quieres. CELIO: Vamos muy en hora buena.
Vanse y salen el CONDE y VILHÁN
CONDE: ¡Vive Dios, que me parece que era Celio aquél que entró con el negro! VILHÁN: Sí, bien puede, sin ser milagro, ser Celio; mas señor, saberlo puedes de esta negra. Ven acá. CATALINA: ¿Qué me manda vosancede? CONDE: ¿Quién era aquél que allí entró y habló con el negro? CATALINA: Mente, que no era Celio, seolo. CONDE: (¡Ay de mí! ¡Qué claramente Aparte con negarlo antes de tiempo, el delito se convence!) Ya yo sé que no era Celio, mas estos doblones tienes si me dices lo que hablaron. Y si negarlo pretendes,
Saca la daga
te he de dar con ésta. Mira lo que escoges, no lo yerres. CATALINA: Con la cuchilla me panta, y me abranda con los treses la veldad. ¿Qué Condecillos? Decíale que viniese mi amo a su casa esta noche porque a su ama se lleve. CONDE: ¿Qué te parece Vilhán? VILHÁN: Conde César, me parece que no espantes a esa negra, porque no sea que revele que este secreto te ha dicho; que sobre tu casa veles, que estorbes el deshonor, y al atrevimiento vengues. CONDE: Catalina, eres honrada, toma este bolsillo y cree que siempre te he de amparar. CATALINA: Paguen Dioso la mercede. ¿Qué lindo bocal bosillo! CONDE: Vete, Catalina, vete. CATALINA: Quédate con Dioso. CONDE: Él te guarde.
Vase CATALINA
¿Qué hay que fïar en mujeres si es tan aleve una hermana que a su deshonor se atreve sin que enemistades tantas en su pasión la refrenen? Ven, Vilhán, a prevenir tan grandes inconvenientes. VILHÁN: Vamos, señor, que esta espada es una sarta de muertes, que las siembra, ¡voto a Dios!, a pares cuando se ofrece. (Miento, que soy un gallina). Aparte CONDE: ¡Mal haya el honor mil veces que su asiento en la cabeza de una fácil mujer tiene!
Vanse y salen LAURA y CELIO con luces
LAURA: ¿Hablaste a don Pedro? CELIO: Sí, y si tú vieras, señora, con qué fineza te adora, como se muere por ti al verte tan empeñada, estuvieras muy gustosa de que, aunque eres tan hermosa, estás muy bien empleada. LAURA: ¡Ay, Celio! De aqueste amor quisiera que resultara que en don Pedro se acabara la enemistad y el rigor; que no creo que conmigo sino, cual dices, está quien de mi hermano se da por capital enemigo porque la verdad parece contradecirse entre sí, el quererme bien a mí, quien a mi sangre aborrece. Que si don Pedro me amara, como dices, con afecto sin duda por mi respecto a mi hermano perdonara. Mas mi amor tan ciego está y quiere tan animoso que el verle tan sospechoso crédito entero le da. Estoy resuelto a seguirle aunque parezca flaqueza porque con esta fineza vendré sin duda a rendirle. CELIO: Él tiene determinado que esta noche se concluya la ventura de ser suya. LAURA: ¿Quién acá dentro se ha entrado?
Salen ESTRELLA y CATALINA con mantos
ESTRELLA: A verte, mi hermana Laura, con harto cuidado vengo, tan penosa que a estas horas, atropellando respetos, a inconvenientes me expongo, de mi estado tan ajenos, por ver si puedo estorbar muchas desdichas que temo. LAURA: (¡Oh, nunca hubieras venido! Aparte Mas quizá te trae el cielo para que no me despeñe, que ya es hora que don Pedro venga para ejecutar tan locos atrevimientos). Que tú vengas con disgusto, Estrella, es lo que siento mas tu pena, sea cual fuere, si yo quitártela puedo, lo que tardas en decirla tardará en tener remedio. ESTRELLA: Pues, mi Laura, yo he sabido que está mi hermano resuelto a llevarte aquesta noche y que tú estás en empeño de seguir su voluntad. LAURA: ¿Quién te ha dicho que en mi pecho, Estrella, puede caber tan desordenado afecto? ¡Viven los cielos, señora...! ESTRELLA: Deja, Laura, los extremos que yo no vengo a culparte ni contradecirte quiero tu amor, que por mi desdicha también experiencia tengo de lo que puede el amor, que al conde, tu hermano, quiero, como ya tendrás noticia; y solamente pretendo que como amigas las dos nuestro amor comuniquemos rompiendo, para entrambas, con llaneza este secreto. Que contra los dos se esconden muchos lastimosos riesgos; que evitemos las desdichas y dispongamos los medios para los dos de paz y el amor las dos gocemos. LAURA: Hablas con tanta cordura que fuera traje grosero de mi amistad el negarte los más guardados secretos. Verdad es lo que sospechas; a tu hermano, Estrella, espero resuelta y enamorada, que de otra suerte, no pienso que podré lograr mi amor por la enemistad y el duelo que entre don Pedro y el conde, bárbaramente sangriento quiere llegar al enojo de la venganza al extremo. Opuestos los mira a entrambos; por la sangre al uno quiero, por la inclinación al otro. Tu hermano firme y entero en la enemistad porfía que al fin, de mi hermano, creo que es más fácil de rendir. Con esta fineza pienso que don Pedro ha de obligarse que es bizarro caballero. Y hallándose agradecido a la caricia y al ruego, ¿cómo se ha de resistir? Éste es, Estrella, mi intento. ESTRELLA: ¡Ay, Laura, cómo discurres los corazones midiendo por el tuyo que es piadoso! Sabe, amiga, que don Pedro amante quiere robarte y en teniendo este bien cierto, darle la muerte a tu hermano. Y luego tiene dispuesto para salir de peligros el pasar a España huyendo. Tú en esto a tu hermano pierdes; yo pierdo a mi esposo en esto. Más cordura es, Laura mía, adelantar el remedio. Que si ofreciéndole amor, la paz le pides en precio, deteniéndote al contrato hasta que cumpla primero; él te quiere de manera que por lograr su deseo ha de romper por su enojo. Que en un corazón discreto si llegan a competir el odio y amor a un tiempo, siempre a fuer de sinrazón, puede la venganza menos. Y con esto, Laura mía, ufanas las dos vencemos, tú rescatas a tu hermano y yo a mi esposo no pierdo. LAURA: Digo, Estrella de mis ojos, que el discurso es tan discreto, tan útil la prevención y tan piadoso el consejo, que a seguir tu parecer, como amiga, me resuelvo. Y aunque siempre te he estimado con más fineza te ofrezco ser tu hermana y ser tu amiga. Y vete agora, que temo que don Pedro llegue ya, y si ha tenido recelos de que es el conde tu amante, tomará motivo nuevo de enemistad con hallarte a tal hora en este puesto. ESTRELLA: Dices bien. A Dios te queda. LAURA: Pero aguarda.
Salen don PEDRO y ROSAMBUCO, con espadas desnudas y broqueles
PEDRO: ¡A lindo tiempo pienso que hemos llegado! CATALINA: ¡Jezú! ¿Qué es esto que vemo? ¡Ay, seola, que es seolo! ESTRELLA: ¡Válgame Dios! PEDRO: ¿Qué es aquesto? ¿No es mi negra? LAURA: (¡Qué desdicha!) Aparte PEDRO: (Una mujer allí veo Aparte que de mí se ha recatado. ¿Si fuese Estrella? Yo cierro la puerta para inquirir si es verdad lo que sospecho). ROSAMBUCO: Aquí temo algún fracaso.
Descúbrese ESTRELLA a ROSAMBUCO
ESTRELLA: Rosambuco, si en tu pecho hay nobleza y valor, ya reconoces mi riesgo. ROSAMBUCO: Quiétate y modera el susto que ya, señora, te entiendo. Soy tu esclavo; he de servirte. Mi fe y palabra te empeño. PEDRO: Laura, ¿quién es esta dama? ESTRELLA: (¡Mortal el color ha puesto!) Aparte LAURA: ¿Qué importa que sea quien fuere? Amiga mía, yo tengo a solas necesidad de hablar al señor don Pedro. Perdóname, que mañana de ir a visitarte ofrezco. PEDRO: Yo, Laura, con tu licencia, he de conocer primero quién es aquesta señora. LAURA: Eso fuera ser grosero y es un lugar muy sagrado mi casa, señor don Pedro, para tanta demasía. ESTRELLA: (¡Aquí, sin duda, me pierdo!) LAURA: Esta señora es mi amiga, vino a verme de secreto y por ventura la importa que no la veáis. PEDRO: Por eso, que a su honor le importara a no ser lo que yo temo. Y para que no perdamos en más razones el tiempo, a mi negra he oído hablarte. Bastante he dicho con esto. No me permitáis que lleve a perderos el respeto. Yo he de conocer quién es. ROSAMBUCO: Aquí te pones a riesgo de quedar con más desaire; pues si no saliese cierto el juicio que has fabricado, por dicha sin fundamento, corrido te has de quedar con gran causa, de haber hecho acción que tanto desdice de un bizarro caballero. Repórtate por tu vida. PEDRO: Y si fuese lo que pienso, ¿cumpliré bien con mi honor con haber andado cuerdo? ROSAMBUCO: En casos de tanta duda es discreción y es acierto pensar siempre lo mejor. PEDRO: Yo no te pido consejo. ROSAMBUCO: Pues yo te le debo dar que aunque esclavo y aunque negro, sabes las obligaciones que a mi mucho valor tengo. Las leyes de honor no ignoro, y puesto que eres mi dueño, contra el tuyo no pasara el átomo más pequeño. Tú miras apasionado lo que yo sin pasión veo, y así debes presumir de mi elección más acierto. PEDRO: En vano me persüades. ROSAMBUCO: Repórtate. PEDRO: Estoy resuelto. ROSAMBUCO: ¿Y el empeño a qué viniste? PEDRO: Éste es más forzoso empeño. ROSAMBUCO: Mira que pierdes tu amor. PEDRO: Mi honor ha de ser primero. ROSAMBUCO: ¿Qué? ¿No hay de poder contigo la razón PEDRO: A nada atiendo. ROSAMBUCO: Pues mira cómo ha de ser, que yo a esta dama defiendo.
Pónese al lado de ESTRELLA
PEDRO: Perro, ¿contra tu señor? ROSAMBUCO: Cuando la lealtad de un perro contra su señor se vuelve, sin duda está en grande aprieto. Ella de mí se ha valido, tiene razón, tú estás ciego, a ella un deshonor la evito, y un desastre te defiendo. PEDRO: ¡Vive Dios, que he de matarte!
Sacan las espadas
ROSAMBUCO: No será muy fácil eso. Yo, señor, no he de ofenderte que aqueste gallardo acero sabrá guardarte y guardarme que sobre alentado es diestro. PEDRO: ¿Contra mí sacas la espada? ROSAMBUCO: Yo solamente pretendo a esta dama defender. Arrójate, pues, resuelto y quiebra agora tu enojo que sin duda vendrá tiempo en que aquesta acción me alabes. Tírame, que yo resuelto,
Riñen y no le tira ROSAMBUCO
sin que mi acero te ofenda, sólo a defenderla atiendo. PEDRO: ¡Aguarda, infame! ROSAMBUCO: ¡Llamaron! LAURA: ¡Mayor pena es ésta, cielos; que éste es mi hermano!
Dentro
CONDE: ¡Abre, Laura! ESTRELLA: Vengan desdichas y riesgos.
Sale CELIO
CELIO: ¡Ay, señora! ¿Qué he de hacer? ROSAMBUCO: Llegó de todo el remedio; abre al momento la puerta.
Abre la puerta y salen el CONDE y VILHÁN
PEDRO: ¡Qué malograse mi intento! CONDE: ¡Válgame el cielo! ¿Qué miro? ROSAMBUCO: Aquí el abreviar con ello es el consejo más sano. CONDE: ¿Qué es esto, agravio?
Sacan las espadas
ROSAMBUCO: Esto es esto.
Mata la luz
Mataros a cuchilladas. Señora, no tengas miedo, fía de mí, que de todo hemos de salir sin riesgo. CONDE: ¡Muera quien mi casa ofende. PEDRO: ¡Qué la luz falte a este tiempo para no haceros pedazos! ROSAMBUCO: Agradecedlo al empeño en que estoy, todos, la vida. VILHÁN: ¡Por Dios, que tira el sabueso temerarias tarascadas! LAURA: Aquí, Celio, nos perdemos. CELIO: ¡Qué no trujese yo espada! VILHÁN: Pues, ¿qué la hizo, buen viejo? ROSAMBUCO: Ya con la puerta encontré. Ven, señora. ESTRELLA: Yo te debo vida y honor.
Saca ROSAMBUCO a ESTRELLA
CONDE: Al fin vais, como cobardes huyendo. PEDRO: Seguir me importa [a] la dama. CONDE: Aguardad, que hasta el infierno os he de seguir, traidores. VILHÁN: Llevaremos pan de perro.
Dentro
ROSAMBUCO: Ya, señora, estáis en salvo. Vete, pues, que yo me quedo a estorbar que no te sigan y a defender a mi dueño. LAURA: Celio, ¿qué desdicha es ésta? CELIO: ¡Válgate el diablo por negro! Yo fuera a ver en qué para si no temiera el braguero.
Vanse. Sale MORTERO
MORTERO: Ya serán las dos. ¡Oh, pesia mi mala dicha! ¿Qué es esto? Que estoy como niño expuesto a la puerta de la iglesia. Maitines ya han acabado los frailes y ya se han ido a recoger, y perdido en tinieblas me han dejado donde, a mi pesar, despierto, aguardo, Dios me es testigo, a que de parlar conmigo le dé tentación a un muerto. Que un hombre quiera aprender el oficio más rüín tiene excusa, porque al fin con él gana de comer. Mas que haya hombre tan menguado, tan sin pundonor y juicio, que por no aprender oficio se acomode a ser crïado, donde él ha de madrugar cuando el amo está durmiendo. Si está cenando o comiendo no ha de hacer más que mirar. Del mundo, entre los enojos, ¿haber podrá mayor pena que tras una boca llena faltárseme a mí los ojos? ¿Hay rigor como en verano ver que lo frío se emboca y estar yo seca la boca con la garrafa en la mano? Si está alegre, he de reír. Si está triste, he de llorar. Si come, he de ayunar. Si echa mano, he de reñir. Si enamora, he de rondar. Si visita, serenarme. Si pierde, he de mesurarme, y si tarda, he de aguardar. ¡Mal haya hombre tan ajeno de sentido, y de razón que está por una ración a estas horas al sereno!
Salen don PEDRO y ROSAMBUCO
ROSAMBUCO: ¡Por Dios, señor, que has mostrado en la pendencia tu brío! PEDRO: Por tu valor, Rosambuco, lindamente ha sucedido. Yo te perdono el enfado que me diste. ROSAMBUCO: Señor mío, véngate agora de mí, pues a aquesos pies me rindo.
Hinca la rodilla
PEDRO: Levántate, Rosambuco. (No sé qué en su rostro miro Aparte que apenas puedo arrojarme con andar tan atrevido). ROSAMBUCO: Si no llegara el virrey, ¡por Mahoma!, que imagino que se acabaran los bandos. PEDRO: Al fin, desaparecimos a buena ocasión. ROSAMBUCO: ¡Famosa! Juzgo que quedan heridos algunos, y alguno muerto; y no me ha de quedar vivo ninguno de tus contrarios. MORTERO: (Cerca dos bultos diviso. Aparte Mi amo será y el mastín). ROSAMBUCO: Ya que estamos en el sitio, señor, de Jesús del Monte, quiero enojarme contigo porque aunque negro y esclavo, no soy tampoco ladino que no sepa en qué ocasión a un esclavo es permitido sacar con su amo la espada aunque nunca es con designio de ofenderle en un cabello, que eso fuera desatino. La dama que tú quisiste conocer, habló conmigo. Díjome que era casada, y si la vieses, preciso es perder contigo opinión; y cuando juntos salimos al pasar por una tienda la conocí, y certifico que no es la que imaginaste. PEDRO: De ti, Rosambuco, fío, como noble y como leal, todos los recelos míos. ROSAMBUCO: Puedes fïarlos, señor, tan bien como de ti mismo. PEDRO: Ya hemos llegado a la casa del seráfico Francisco. ¿Es Mortero? MORTERO: Sí, señor. Seas mil veces bien venido. Con la llave de la iglesia te aguardo hecho monacillo, que monazo te aguardara si hubiera dejado vino. PEDRO: ¿Hay luz en la celda? MORTERO: No. PEDRO: ¡Qué nunca estés prevenido! Ve, y en la lámpara enciende. MORTERO: Ya yo la hubiera encendido si tanto ánimo tuviera, que hay muerto que, ¡vive Cristo!, que le agarra a un hombre un pie sólo por verle dar gritos. Luz de iglesia, es luz eterna, y nunca se habla conmigo que soy hombre temporal. Rosambuco tiene brío y engañará a cualquier muerto con aqueste colorcillo que juzgarán que es bayeta con que se estarán queditos y le darán pasaporte. PEDRO: Tú tienes gentiles bríos. Rosambuco, por tu vida, que enciendas luz. ROSAMBUCO: ¿No te ha dicho que me avisa una ilusión? PEDRO: Si temes, por eso mismo a ese agüero has de vencer. Ven tú, Mortero, conmigo, y tú trae la luz. MORTERO: Y si acaso te espantare algún vestigio, el zancarrón de Mahoma sea, Rosambuco, contigo.
Vanse PEDRO y MORTERO
ROSAMBUCO: ¡Por Mahoma, que he quedado medroso como corrido! Pero, ¿qué es esto, valor? ¿Dónde estáis, corazón mío? ¿Estos brazos no podrán contra el horror del abismo batallando, deshacer sus encantados prodigios? Pues, ¿cómo llego a temer un bulto de mármol frío?
Corren una cortina, y aparece en un altar un bulto de mármol que será un hombre con su manto capitular y una lámpara encendida
Mas, ¡todo el cielo me valga! Que algún secreto divino ya le deposita airado en lo yerto de este archivo. Quiero alentarme y no puedo que parece que le miro mover contra mí, por ojos, dos ardientes basiliscos. ¿Por qué me miras airado, me amenazas vengativo? Si triunfar de mí procuras, yo me rindo. Yo me rindo y te vuelvo las espaldas.
Hace que se va
¿Pero qué mortal delirio me obliga a este rendimiento? ¿Y estos desmayos permito? Volved, aliento, por vos. Insensible, inmueble, y fijo se está el mármol. ¡Vive Alá, que he de desquitar con brío lo que perdí en el asombro! Y he de vencerme a mí mismo, y tocarle con las manos y agravïado y ofendido hacerle trozos en ellas para convencer que ha sido una pueril ilusión y no superior prodigio. Pavorosa estatua, espera, que no te valdrán hechizos contra mi valor. ESTATUA: Detente. ROSAMBUCO: En vano el esfuerzo animo. Mármol, sombra, hielo, asombro, que de los lagos estigios vienes a ser de la muerte un funesto paraninfo, ¿qué me quieres? ¿Qué me quieres? ESTATUA: No temas. Dios Uno y Trino, a quien no conoces, hoy, Rosambuco, te ha escogido para basa de su iglesia. Que no hay corazón altivo que a su poder no se rinda; quiere hacerte de este sitio gloria y protección a un tiempo, y con acuerdo divino por ser yo su fundador, por tu apóstol me ha elegido. Deja tu profeta falso; recibe el santo bautismo y profesa en esta casa la regla de San Francisco. Yo soy Benedicto Esforcia y así, el nombre de Benito has de tomar, que esto haciendo, Dios será siempre contigo. Quédate en paz, que a mi reposo del túmulo me retiro.
Cierran la cortina
ROSAMBUCO: ¡Válgame el poder de Alá! ¿Qué es lo que he escuchado y visto? Y, ¿qué es lo que estoy mirando? ¿Si es ilusión del sentido? ¿Si lo ha fingido el temor? Pero, ¡no! En acentos vivos lo que nunca he pensado, con claras voces me dijo, y dentro en el corazón no sé qué impulso divino me persüade elocuente que es verdad y no delirio. Embajador prodigioso, si del Autor del Olimpo verdad eterna me anuncias, su santo decreto admito, su secreto reverencio, y a su cumplimiento aspiro. Es la gloria que me anuncias de valor tan excesivo que pide su ejecución todo el poder infinito. Yo la voluntad ofrezco, rindiendo el humano arbitrio. Obre en mí, Dios, su palabra que sin falta yo me rindo que humano poder no alcanza misterio tan peregrino. Sienta yo en mi corazón de Dios superior auxilio, y conoceré con eso que es verdad cuanto me has dicho: que mi religión es falsa, que es cierta la ley de Cristo, que Jesús es mi pastor, que me recoge a su aprisco, que la religión me llama, que me convida el bautismo, y finalmente, que puede como Señor Uno y Trino.

FIN DEL PRIMER ACTO

El negro del mejor amo, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002