ACTO SEGUNDO


 
Salen CARLOS e INÉS
CARLOS: No sé lo que me aflige, sólo conozco que esta nave rige por golfo inquieto y rumbo mal seguro sin esperar abrigo ni acogida en puerto alguno tan errante vida. INÉS: Si tu confusión tu cuidado ordena, me has de decir tu pena. Dime, pues, lo que tienes. CARLOS: Inmensos males y ningunos bienes, pero ya triste lloro al sol sin luz y sin fineza adoro, adoro una hermosura peregrina. Juzgábala divina, mas tan humana ha sido que a diferentes ruegos se ha rendido, doña Isabel Meneses. Malogró tan divinos intereses. ¿Conocéisla? INÉS: ¿Es acaso la hija de don Diego? CARLOS: Habla paso. No pronuncies su nombre. INÉS: Pues, hermano, permite que me asombre de que tanta virtud como la suya tan liviana destruya. Conózcola, y sospecho que casta vive con honesto pecho. Mira si engaño ha sido. CARLOS: Soy el testigo yo, ¡pierdo el sentido! INÉS: Pues ¿en qué te ha agraviado que no admite disculpa tu cuidado? CARLOS: Ésta la causa fue, para que veas que me agravias, si abonos la deseas. Hablé a la noche... ¡Oh, qué dichoso estaba mi amor cuando la hablaba! Mas fue que no sabía que me engañaba cuando me fingía. Vino su padre, y porque no me hallara, mi cuidado repara ausentarme prudente porque padezca el mal de quien se ausente. Retiréme a su ruego. Nunca mi amor estuvo menos ciego, pues dio lugar al paso que mis daños. Pues volviendo después, hallé asistida su reja fementida de su hermosura leve, la calle de otro amante que se atreve, ladrón de mi cuidado. A ser también dichoso desdichado pues sin ser culpa nuestra padecemos por común el favor de estos extremos. INÉS: ¿Y no le conociste? CARLOS: Ésa es mi pena, ¡ay triste! Que al querer mis desvelos intentarlo, pasó para estorbarlo su padre, de las voces conducido y sin saber de quién quedé ofendido. Mas lo que he averiguado de mi pena inducido mi cuidado, es lo que supe de Cardillo luego indicio solamente en que me anego, que en la calle don Íñigo de Melo esperaba. INÉS: ¿Qué dices? (¿Qué recelo?) Aparte CARLOS: Don Íñigo de Melo. INÉS: (Y él sería; Aparte que será cierto siendo injuria mía; mas no ha de ser así, que averiguadas quedará su desdén de mi cuidado). Si no recibes pena, un desengaño tu remedio ordena. A Isabela querida yo quería ver esta tarde, y de mi industria fía que sabré si te adora o si te ofende. CARLOS: Eso mi amor pretende. Se acabarán mis daños si alcanzas tan dichosos desengaños. INÉS: Fía de mi cuidado, que me toca la diligencia. (Voy de celos loca). Aparte
Vase. Sale CARDILLO
CARDILLO: ¿Qué tenemos de tramoya? ¿Dan los celos batería? ¿Dura el decir todavía que se abrasa Elena en Troya? ¡Ay, exclamación crüel! ¡Ay, aquel último mal de dar al pecho un puñal y a la garganta un cordel! ¿Hay rayos? ¿Hay maldiciones? ¿Hay torbellinos? ¿Hay furias? ¿Hay arrojadas injurias? ¿Hay dudas? ¿Hay presunciones? CARLOS: Es mujer y puede ser castillo que fácil sea. CARDILLO: ¡Qué un hombre de juicio crea tal falsedad de mujer! Los de mi parte en la corte que teman, no es cosa nueva, pues siempre la dama lleva en el sobrescrito el porte; mas tú de sangre real, de mujer de tantas prendas, ¿tal bajeza es bien que emprendas? CARLOS: Vilo yo. CARDILLO: No digas tal. Ya supe todo el engaño y entendido como fue. Isabel te quiere, y sé que en temer estás extraño. Cuando don Diego pasó anoche te despediste, y como tarde volviste otro en tu lugar llegó. La pobre Isabel, ¿qué debe. si de la noche valido, con su nombre un mal nacido a tanta gloria se atreve? Pasatiempo puede ser que pasatiempos se han visto. Esto es, ¡juro a Jesucristo! No ofendas a tu mujer. CARLOS: ¿Qué dices? CARDILLO: Verdad te digo. Isabel te quiere bien y fue ya justo desdén. CARLOS: Dame los brazos, amigo, pues hallo en tu desengaño tan dulce satisfacción. Iré a pedirla perdón. CARDILLO: Espera, que hay mayor daño; mas antes que te lo diga, tú me tienes de advertir ¿cómo dejas de sentir tan fácil tanta fatiga? CARLOS: ¿Por qué? Quien [por su señora] aún en lance más extraño con muy poco desengaño todo el agravio se ignora; que como la voluntad se desmiente en la pasión, halla la satisfacción hecha siempre la mitad. Pero más dudas allana; dime, si es falsa su fe. ¿Qué dices? CARDILLO: Sólo diré que está el diablo en Cantillana. Gente halló en la calle el viejo anoche, a su hija vio a la ventana, y tomó determinado consejo. Averiguar determina al galán que la pasea y apenas la luz Febea venció la oscura cortina, cuando don Alonso, aquél que tal daño ocasionó, su pretensión entendió y le dijo que Isabel era, fundado en engaños, su dueño y que la pasea y obligada galantea su hermosura ha muchos años. En fin, el viejo, advertido que era el remedio mejor quitar dudas a su honor aunque inferior ha nacido, trata casarle con ella. CARLOS: Diré a voces desatinos. CARDILLO: Y quiso haceros padrinos a ti y tu hermana bella. Pero a esto replicó el tal novio con recelo y a don Íñigo de Melo por su padrino ofreció. Y por fin de su fatiga con él a su casa fue a darle la mano, que San Pedro se la bendiga. CARLOS: ¡Calla! ¡Maldígate Dios en albricias del pesar! CARDILLO: Mas, ¿qué tengo de pagar yo la culpa a los dos? CARLOS: ¿Ha mucho que fueron? CARDILLO: No. CARLOS: ¿Estarán ya en casa? CARDILLO: Sí. CARLOS: Pues si eso es cierto, ¡ay de mí! Sin duda que ya le dio la mano, y llegará tarde para impedirlo mi amor. ¡Mal haya, amén, mi temor, que me ha muerto de cobarde! Pero sin más dilaciones a pedirlo me abalanzo. CARDILLO: Tus pretensiones no alcanzo. CARLOS: Y aun no sé tus pretensiones. CARDILLO: ¿Adónde vais? ¡No respondéis? ¡Qué te arrojes a perder! CARLOS: Si tú supieras querer, yo sé que no me culpéis. Sígueme. CARDILLO: Ya voy tras ti y con miedos desiguales porque de todos tus males dan las resultas en mí.
Vanse y salen doña ISABEL y don ÍÑIGO
ÍÑIGO: De vuestro padre un recado a serviros me ha traído que esta obligación ha sido la primera en mi cuidado, y don Alonso mi amigo merece ser vuestro esposo, de cuyo afecto dichoso he de servir por testigo. Ser padrino me mandaron y que aquí los aguardase. ISABEL: Donde falta quien se case, siempre padrinos sobraron. ÍÑIGO: Si entristecer entendiera, señora, vuestra alegría, aunque fuera gloria mía, creed que no obedeciera. ISABEL: De vos, señor, mi cuidado no se ha llegado a ofender. ÍÑIGO: Este agrado llega a ver quien pretende gusto hurtado. Yo me voy por no afligiros. ISABEL: Antes como vos gustéis, os suplico que aguardéis. ÍÑIGO: Pienso que será serviros; mas que llegue a detener la boda mi dilación. ISABEL: Yo tengo resolución para lo que debo hacer, y cuando le dé disgusto a mi padre, tu prudencia querer en mí una inobediencia más que en él un yerno injusto.
Sale FENISA
FENISA: Doña Inés de Portugal está aquí y viene a verte. ÍÑIGO: (Para hacer mayor mi suerte). Aparte ISABEL: (Para hacer mayor mal). Aparte ÍÑIGO: A recibirla saldré en vuestro nombre.
[Sale doña INÉS]
INÉS: (¡Ay de mí! Aparte No en vano el daño temí que anticipado lloré. ¿Qué averiguación mayor si a solas con ella está?) ÍÑIGO: Mil rendimientos le da a tu hermosura tu amor. INÉS: Mil desengaños dirás de ser amante infïel. ÍÑIGO: ¿Tú conmigo tan crüel? INÉS: ¿Por qué no, si tú lo estás? ÍÑIGO: ¿Quién causa tu sinrazón? INÉS: Tu ingratitud. ÍÑIGO: De mi fe clara la verdad se cree. INÉS: Bien lo dirá la ocasión. ISABEL: Seas, amiga, bien venida que de un pesar anegada me dijeras consolada si no puedes socorrida. INÉS: (Bueno es pedirme consuelo Aparte cuando tormentos me da). Para servirte será solícito mi deseo; Mas tiénesme de pagar con igual correspondencia porque en ti de otra violencia consuelo vengo a buscar. ISABEL: Di, pues, que tales cuidados los crecen las dilaciones. INÉS: Secretas son mis pasiones. ÍÑIGO: (A mí sus ojos airados Aparte los rigores encaminan. Celos de Isabel serán, pero en mi afición verán que bastardos se imaginan). Dadme licencia, que quiero no estorbar. ISABEL: Vos la tenéis. ÍÑIGO: (Alma, desde aquí podréis Aparte oír su enojo severo).
Quédase al paño
ISABEL: Dime agora tu pesar. INÉS: (Que me mata con desdén Aparte don Íñigo, no está bien decirle que ha de negar, y más cuando los hallé juntos a los dos, y así que celosa me ofendí de don Alonso diré). ¿Has querido? ISABEL: Si después lo he de confesar, no quiero negarlo agora. INÉS: Ya espero piadosa conmigo esté, porque cuando mi dolor a darte cuenta comienza me excusarás la vergüenza viendo que tienes amor. Duro peñasco siempre a blando ruego gozó mi corazón dulce sosiego si la inquietud del alma desmentida que en venenosa herida introduce el amor cuyos rigores fundan imperio en profanos honores. Muerto en mí, hielo el más ardiente tiro del volador suspiro, desdeñado aunque rayo se ensayaba en su cólera misma desmayaba sin que hallase lugar en mi deseo la fineza, jamás, ni el galanteo, porque legisladora en mi albedrío nunca dejó el cuidado de ser mío hasta que la continua batería de una y otra porfía mi altivez venció. Pero, ¡qué mucho! Cuando ejemplos escucho de la piedra que dura más se pone que el agua gota a gota la dispone. Sirvióme don Alonso tan galante, tan fino, tan constante, que a mi severa condición altiva el privilegio me valió de esquiva. ÍÑIGO: (¡Oh, tirana aleve! Aparte ¿Cómo a mi agravio, di, tu voz se atreve?) INÉS: Rindiéronse a partido mis cuidados de sus muchas finezas conquistados, o fue de algún sentido mi recato vencido de la traición y ruina juntamente, y en los sentidos se miró evidente que la vendieron y que la engañaron como al fin lo mostraron; pues los tres ayudarme no quisieron, y los dos de su parte se pusieron. Este empeño me debe aquél que mi decoro injuria aleve, pues hoy por obligarle tu hermosura a mí me olvida y tu favor procura. ÍÑIGO: (¿Qué es lo que escucho, cielos? Aparte Pues son valientes, mátenme mis celos y mi venganza en mi dolor se apoye. Bien dicen que el que escucha su mal oye). ISABEL: Óyeme, Inés, porque el remedio diga que ha de tener tu pena y mi fatiga. No sólo a don Alonso no he querido, mas no le he conocido. Pero mi padre intenta riguroso le elija por esposo cuya violencia que malogre creo en mi constante amor mejor deseo; mas el remedio tengo ya pensado que olvide tu temor y mi cuidado. INÉS: (Basta que está mi amor por mí perdido. Aparte Lo que intenté en favor contrario ha sido porque si ella estimara a mi hermano, no creo lo negara. Luego a Íñigo adora siendo sin culpa con mi fe traidora y yo misma le he dado armas para vencerme en su cuidado.) ISABEL: Espérame aquí, Inés, sólo un instante. Le daré de esto avisos a mi amante.
Vase
INÉS: Esto es cierto que aguardo. Íñigo espera en la sala de afuera y cuenta le va a dar de lo que pasa. Un furioso volcán el pecho abrasa. ÍÑIGO: (Pues sola ha quedado, salir quiero, Aparte y este dolor severo desahogar dando quejas a los vientos desangrando mi mal en sentimientos). ¡Falsa, engañosa amante, forzoso estrago de mi amor constante! Dime agora que yo la culpa tengo del daño que prevengo. Dime que mi mudanza te desuela y que en ti no hay engaño ni cautela. Todo, ingrata, lo vi. Todo lo he visto. Desengaños hallé cuando conquisto, engañando mi favor castos favores, pero fueron en ti fáciles flores. INÉS: Si quererte quisiera, satisfacción te diera; pero si te he querido, ya te olvido que eres muy fácil tú para querido. ÍÑIGO: ¿Quieres a don Alonso? INÉS: ¡Qué cautela! ¿Tú eres firme? ¿No quieres a Isabela? Bueno es que culpa me des cuando espera tu disculpa. Bueno es abonar tu culpa con lo que oyes y no ves. Anímate a lo crüel. ÍÑIGO: Tu confesión te atropella. INÉS: Di que no estabas con ella. ÍÑIGO: Di que no hablasteis de él. INÉS: De disculparte no trat[a]s. ÍÑIGO: Ya de mi amor no le esperes. INÉS: Pues, déjame. ¿Qué me quieres? ÍÑIGO: Olvidarte, pues me matas.
Vase [don ÍÑIGO]. Sale ISABEL
ISABEL: ¿Quién este papel, amiga, a don Carlos llevará? Porque la vida me va en que sepa mi fatiga. INÉS: ¿Luego a Carlos quieres? ISABEL: Sí. Sólo es suyo mi cuidado. INÉS: Si más se hubiera tardado tu sí, ¿qué fuera de mí?
Sale FENISA
FENISA: Señora, tu padre viene, y mucha gente con él. ISABEL: El miedo de que es crüel muerto el corazón me tiene. Toma ese papel, Fenisa, y llévale a Carlos luego. FENISA: Volando voy. INÉS: No sosiego hasta hablarle. ISABEL: Vuela aprisa.
Vase [FENISA] y salen don DIEGO, don ALONSO, y don ÍÑIGO
ÍÑIGO: Al punto que recibí, señor don Diego, el recado, de mi obligación llamado, el decreto obedecí. Esperé [allí] más de [una] hora y, como tardabais, iba a buscaros. ISABEL: (¡Suerte esquiva!) Aparte INÉS: (¡Mi ventura se mejora!) Aparte DIEGO: Con tanta puntualidad aumentáis mi obligación. ALONSO: Correspondéis mi afición. ÍÑIGO: Pero vos no mi amistad. ALONSO: ¿En qué os ofende mi pecho? ÍÑIGO: Dirélo en otro lugar. ALONSO: Con cuidado he de quedar hasta haberos satisfecho. ISABEL: Yo me quiero recoger con doña Inés que aquí está. DIEGO: Lo que está dispuesto ya sin vos no se puede hacer. Esperad, y vos, señora, perdonad mi inadvertencia y hónrenos vuestra presencia. ISABEL: (Con razón el alma llora). Aparte INÉS: Espero el poder serviros. ISABEL: (Mucho se tarda mi amante). Aparte ALONSO: (¿Quién vio dicha semejante?) Aparte ÍÑIGO: (Rayos formó por suspiros). Aparte
Salen con CARLOS y CARDILLO a un lado
CARDILLO: Pienso que a tiempo llegamos. ¿Qué dice el papel? CARLOS: Me avisa el caso y me pide aprisa acuda al remedio. CARDILLO: Vamos conquistando a sangre y fuego. CARLOS: Aquí te has de detener, que quiero primero ver la tormenta en que me anego. DIEGO: Señor don Alonso, ya es necia la dilación llegada la posesión que vuestra fortuna os da. Ya supuesto que ha de ser, dad la mano a vuestra esposa. ISABEL: ¿Cuál es, señor, la dichosa? DIEGO: ¿En ti duda puede caber cuando tu amor le convida con injustos galanteos? ISABEL: Engáñante tus deseos y hay parte que se lo impida. ALONSO: ¿Cómo, mi amor, olvidáis? No aumentáis mis desconsuelos. CARLOS: (Ya se acabaron mis celos). Aparte ISABEL: Porque sé que os engañáis, y sin melindre o desdén dudo haberos conocido, mirad vos cómo habrá sido posible quereros bien. Guardad el justo respeto a la dama que sabéis, que no es razón que burléis tan levantado sujeto. INÉS: (Lo alentado de su brío Aparte que salga a plaza es forzoso). ALONSO: Sólo a vos por dueño hermoso te conoce mi albedrío. ISABEL: Señor, mirad que ha dejado un gran honor ofendido, que aquí de mí se ha valido quejosa de tu cuidado. DIEGO: ¿Quién es? Mis dudas allana. Adviérteme tú quién es. ISABEL: Dígatelo doña Inés. CARLOS: (¡Oh, aleve traidora hermana!) Aparte DIEGO: Decid, señora, ¿es verdad? INÉS: (A don Í:ñigo en los ojos Aparte leyendo estoy los enojos. ¡No sé qué diga!) ISABEL: Mirad, que importa a vuestro decoro. DIEGO: Desengañadnos, señora. ALONSO: (¡Qué desdicha!) Aparte ÍÑIGO: (¡Qué traidora!) Aparte INÉS: (Lo que puedo hacer ignoro.) Aparte DIEGO: Pues tanto lo duda es llano que de los dos trato ha sido, y pues está conocido, luego le has de dar la mano. ISABEL: (Si calla, a Carlos pierdo). Aparte DIEGO: ¿Qué es lo que dudando estás? ¿Cómo la mano no das? CARLOS: Desdichado soy y cuerdo. Avisa que estoy afuera.
Sale CARDILLO
CARDILLO: Don Carlos te viene a ver. ALONSO: (¡Oh, qué pesar!) Aparte ISABEL: (¡Qué placer!) Aparte INÉS: (Si algo oyó... El alma se altera). Aparte DIEGO: Decidle que entre al señor don Carlos. CARDILLO: Ya llega aquí. ISABEL: (¡Loca estoy!) Aparte ALONSO: (¡No sé de mí!) Aparte DIEGO: Mucho os estimo el favor de habernos querido honrar. Perdonad el no avisaros. CARLOS: Lo que vengo a suplicaros no se puede dilatar. DIEGO: ¿Ha de ser a solas? CARLOS: No, aquí en público ha de ser. DIEGO: Decid. ALONSO: (¿Qué puede querer? Aparte hoy mi esperanza perdi[ó].) CARLOS: Yo adoro la luz gloriosa de Isabel, cuya hermosura por divina se asegura jurisdicciones de diosa. Fue mi amor correspondido de su honesta voluntad, mereciendo mi verdad su cuidado agradecido. Hasta darme permisión para que en la noche fría, injuria ciega del día, pueda hablarla en el balcón. Asistía en la pasada hasta que a casa viniste, y retirándome--¡ay, triste!-- fue mi suerte desdichada. Pues cuando volví allí, de otro hombre el puesto ocupado, y furioso mi cuidado injuriar quiso la fe de Isabela, y así, ciego, solté la rienda al enojo y a reconocer arrojo el que turba mi deseo; Pero apenas lo intenté cuando al rüido saliste tú, señor, y como viste, mi competidor se fue. Yo del lance escrupuloso quise también me ignoraras, porque a ser no me obligaras, muerto de celos, su esposo; mas como la quiero bien, traté al fin de averiguar si fue cierto mi pesar si engañoso su desdén. Y desmentido el temor del caso vengo a enterarte, porque está muy de su parte contra mis celos mi amor; que quiero, aunque es extrañeza, no reparando en su culpa, que lo que hará su disculpa tenga hecha mi fineza. Confieso que me engañé; que don Alonso me hurtó la suerte, que amor mintió; que es verdadera su fe. De la verdad informado estás, y espero, señor, merecerte su valor por dueño de su cuidado. DIEGO: Dado a los dos, el oído me advierte más confusiones; pues con más satisfacciones me hallo más ofendido; que aunque fácil he culpado a Isabel, no he de pensar que lo es tanto que ha de dar lugar a dos su cuidado. Y pues de los dos el uno el que me ha ofendido ha sido, yo he de salir de ofendido o no con vida ninguno. CARDILLO: Según advierto el furor en todos, quiero temprano avisar al cirujano y luego al enterrador. ALONSO: Yo soy quien he merecido tener tu honesto favor. CARLOS: Sólo mi constante amor su favor ha merecido. ALONSO: (Si esto queda a su albedrío, Aparte yo no tengo que esperar, pues por su amor ha de dar la sentencia contra el mío. Y así en mis resoluciones, la que ejecuto está bien, pues castigo su desdén y la dejo en opiniones). Señor, don Diego, yo he hecho cuanto debo de mi parte. ISABEL: (El corazón se me parte). Aparte ALONSO: En todo he satisfecho, y pues más no debo hacer, despacio podéis dudar que bien puedo no rogar cuando rogado he de ser.
Vase [don ALONSO]
DIEGO: Que no es cordura se ve daros vos por ofendido, cuando sabéis que ha mentido y yo que ha mentido sé. Y pues conviene a mi honor la satisfacción, yo quiero ser, don Carlos, el primero que dé muestras al valor. Seguidme, seréis testigo de la venganza que emprendo. CARLOS: (A mí mismo no me entiendo. Aparte Mi propia desdicha sigo. ¡Oh, si hallaran mis desvelos entre el amor y el temor mis celos con más amor o mi amor con menos celos! Pero por más padecer en mí se vienen a hallar amor para no olvidar, celos para no querer). DIEGO: Pues que tan remiso estáis, yo por mi honor volveré. CARLOS: Esperad. (¿Celos, qué haré?) Aparte DIEGO: Yo vuelvo a que os resolváis; mas si en tu calle ofendida os vuelvo a hallar, ha de ser --¡vive Dios!--vuestra mujer o os ha de costar la vida.
Vase [don DIEGO]
INÉS: ¿Con Carlos tanto rigor? ISABEL: Ven, doña Inés, y hablaremos; que estos solos son extremos contra tu cobarde amor.
Vase [doña ISABEL]
INÉS: Pues que puedo, el alma intenta a don Íñigo avisar que aquí me venga a buscar; y sin que mi hermano sienta que con Isabel estoy. Podré esto sin conseguir que en casa pienso advertir digan que ocupada estoy.
[Vase doña INÉS]
[CARLOS:] Lo que ha pasado por mí, ¿es sueño? Mentira ha sido pues duda cada sentido lo que escuché, lo que vi. Perdí a Isabel --¡qué rigor!-- Ya ¿qué bien el alma espera? Pero si no la perdiera, ¿cómo quedara mi honor? Agora bien, en tantas dudas me tengo de resolver y la experiencia ha de ser mis ojos con lenguas mudas; que del alma satisfecha si Isabel ha sido honrada, porque es cosa muy pesada que me apriete una sospecha. Cardillo tiene aposento en casa como crïado de don Diego, y obligado de mi amor le dará aliento para hacer una experiencia que pueda desengañarme de estos miedos, que casarme receloso es imprudencia. Que por mejor he elegido en suceso semejante un desengaño de amante que una ofensa de marido; pues quedando satisfecha mi fe de su amor así, no tendrá lugar en mí el poder de una sospecha.
Vase [don CARLOS] y sale FENISA con luz, y pónela en un bufete
FENISA: Para ayudar los deseos de doña Inés obligada, que entre don Íñigo a verla. He dispuesto temeraria; mas, aunque es mucho el peligro, el oro todo lo allana. Poner quiero aquí las luces que por ser más retirada esta cuadra, es más segura. Ya llegan, voyme; que enfadan los testigos cuando amor a voces dice sus ansias.
Vase y salen don ÍÑIGO y doña INÉS
ÍÑIGO: ¿Pensarás porque he venido a verte, Inés, que buscaba satisfacción de mis celos? Pues, estás muy engañada que antes vengo a convencerte si de disculparte tratas. INÉS: Más despacio espero yo que conozca que me agravias con las dudas que acreditas; mas, señor, aquí me aguarda; que al entrar sentí rüido y quiero mirar la casa para que pueda después hablarte sin miedo el alma.
Vase [doña INÉS]
ÍÑIGO: ¡Oh, qué mal puede un amante conservar entre su dama los enojos, que es violencia en el amor la venganza! Pero gente siento afuera. Quiero prevenir las armas; que ruido de hombres parecen. ¡Oh, amor, los riesgos que entablas!
Retírase y salen don CARLOS y CARDILLO
CARLOS: El aviso de mis celos, vigilantes atalayas, cierto ha sido. CARDILLO: Siempre dije que es gente de baja casta, y a crïados tan soeces nunca yo los sustentara, que son unos portanuevas preciados de dar las malas. CARLOS: ¿Qué importa que al gusto injurien cuando al honor desagravian. ¿Quién será el hombre embozado? CARDILLO: Algún crïado de casa, (Esto dije por quietar Aparte sus cóleras arrojadas). CARLOS: Pues, si de casa es crïado, ve y a la calle le saca. CARDILLO: ¡Vive Dios! ¡Que estoy temblando! ¿Quién me metió en decir nada? Apenas puedo moverme. Dios me libre de fantasmas. ÍÑIGO: (En peligro estoy aquí. Aparte Quiero negarle a la cuadra, para no ser conocido, esta luz).
Mata la luz
CARDILLO: (¡Santa Susana! Aparte ¿Qué es esto que me sucede? ¡Ay de mí! Las luces mata. Para un murciélago es buena, señores, esta embajada). ÍÑIGO: (Irme conviene). Aparte ¡Ah, hidalgo, dejemos la puerta franca si no a costa de su vida la ganaré a cuchilladas! CARDILLO: Préciome de tan cortés que lo haré de buena gana y aún traeré [luz]. ÍÑIGO: Sólo quiero libre el paso que sobradas son aquí las cortesías. CARDILLO: Luego, ¿usted no aguarda de noche? ÍÑIGO: ¡Graciosa flema! Apártese. CARDILLO: Ya se apartan.
[Vase don IÑIGO]
CARLOS: El modo de responder a Cardillo bien declara que es galán y no es crïado. Y en sus confusiones tantas, cuando a seguirle me animan mis celos, pretende el alma detenida averiguar a quién este hombre aguarda.
Sale doña INÉS
INÉS: Más el rüido se aumenta; mas las luces apagadas están, prevención es cuerda porque si alguno pasara no le viera. ¡Ce! CARLOS: ¡Ah, traidora! INÉS: ¿Íñigo, señor? CARLOS: ¡Ah, ingrata! Al rüido de su voz quiero acercarme. INÉS: Turbada estoy. ¿No vienes? CARLOS: Ya voy. INÉS: Ven, que importa que te vayas. CARLOS: No sé cómo a hablar acierto. ¡Cocodrilo vil que llama llorando mi honor sencillo para atestiguar mi fama! Si tú en don Íñigo esperas, don Carlos es quien te habla. INÉS: (¡Mi hermano es éste! ¡Ay de mí! Aparte Mas de medrosa alentada pues no sabe que aquí estoy, me retiro antes que salgan con luces al rüido.
[Vase doña INÉS]
CARLOS: Espera, Isabel, no te vayas. Da lugar a que averigüen tus sinrazones el alma.
Sale ISABEL
ISABEL: ¿Qué rüido es éste? CARLOS: Yo aquí. ISABEL: ¿Cómo está sin luz la cuadra? CARLOS: Esta vez has de esperar a que te digan mis ansias las injurias que padezco, las ofensas que me causas. ISABEL: ¿Quién eres, hombre? --¡Ay de mí!-- ¡Fenisa, Celia, o la Laura! CARLOS: No des voces. ISABEL: ¿Cómo no? ¿No hay quién me escuche? CARLOS: No falta quien oiga tu voz aleve.
Dentro FENISA
FENISA: ¡Mi señora alborotada da voces. ISABEL: Saca una luz. Todo el aliento me falta de cólera y de temor. Alguna aleve crïada tiene la culpa.
Saca luz FENISA
FENISA: ¿Señora? CARLOS: No tiene, que las infamias ellas mismas para verlas por lo que desdoran llaman. (Mi amor la culpa ha tenido. Aparte Irme conviene y dejarla porque si sale su padre, pensará, si aquí me halla, [que] son finezas lo que son sospechas averiguadas; que temo que en mi deseo la cordura se desmaya). ISABEL: Pues ¡cuándo, por dónde entraste tú, señor? CARLOS: Isabel, basta, que, aún más de lo que yo he visto, la turbación me declara; pues, deseando en mí amor, desmentida disculpada, en la evidencia dudoso de los ojos apelaba a los oídos, mas veo que conformes en la causa ambos sentidos me advierten lo que ven y lo que callas. ISABEL: Como inocente me hallo, desconozco tus palabras. CARLOS: Es que no tienes ningunas ya que conmigo te valgas. ISABEL: Engaño en eso recibes porque la que es arrojada en su honor, tiene al delito la disculpa anticipada, porque como sabe el riesgo sin sobresalto se pasa, y antes de entrar en la culpa, con la disculpa se halla; mas la mujer que en el daño se turba, y se sobresalta, es que la coge de susto, efeto de la ignorancia, pero tú, como deseas que yo quede desairada, haces la virtud ofensa, y en las malicias reparas. Mas ofendiendo mi honor tan necia desconfïanza, no has de dejarme ofendida ni me he de quedar turbada.
Cógele la capa
CARLOS: Suelta, Isabel. ISABEL: ¿Qué es soltar? CARLOS: Si no me sueltas la capa seré contigo grosero. ISABEL: Pues dime, de qué te agravias? Oye, Carlos, mis finezas. CARLOS: Son ya conmigo excusadas. ISABEL: Pues, vete, pero ha de ser conociendo que si me hablas, si te acuerdas de mi amor, al mismo punto casada me has de ver, aunque yo muera, con quien más celos te causa. CARLOS: Ya con diferente acuerdo vuelvo a que me satisfagas, que no quiero, pues que llevo cubierta de celos la alma, que te excuses la vergüenza cuando confieses la infamia. ISABEL: ¿Satisfacción? ¿Quién te ha dicho que he de querer, Carlos, darla? CARLOS: Pues ¿dármela no querías? ISABEL: Era cuando te juzgaba suyo mi amor, mas no, cuando ve que a grosero te pasas. CARLOS: Bien te burlas de mis celos. ISABEL: Como tú de mi confïanza.
Sale CARDILLO
CARDILLO: Mi señor viene, señora. ISABEL: Vete, Carlos, ¿a qué aguardas? CARLOS: A que tu padre conozca mi fineza y tu mudanza. ISABEL: No me está bien que te vea, que pensará que liviana doy lugar a tus deseos. CARLOS: ¡Con lindo modo me tratas! ISABEL: ¿No te vas? CARLOS: Si no me dejas. ISABEL: ¿Yo te tengo, di? CARLOS: Sí, ingrata. ISABEL: ¿Cómo? CARLOS: En no satisfacerme. ISABEL: Si esperas, ¿eso te cansa? CARLOS: Di, Cardillo, quién salió agora de aquesta sala? CARDILLO: No le pude conocer porque la luz fue la causa. CARLOS: Aun bien, que hay aquí un testigo. ISABEL: Tú y el testigo se engañan. CARLOS: Respóndela tú, Cardillo. CARDILLO: A mujer determinada, ¿qué quieres que la responda? CARLOS: Lo que viste, lo que pasa.
Sale FENISA
FENISA: Ya es imposible escaparos. Tu padre [entra en esta sala]. CARLOS: ¿En fin me voy sin oírte una disculpa? ISABEL: ¿No basta...? Mas, adiós [señor], que llega CARLOS: ¡Muerto voy! ISABEL: Quedo sin alma,

FIN DEL SEGUNDO ACTO

Lo que puede una sospecha, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 01 Jul 2002