ACTO TERCERO


Tocan un clarín o trompeta a modo de desembarcar, y salen el duque de ALBA y soldados
ALBA: Hoy el mayor soldado que la tierra y la mar ha venerado, monarca sin segundo desprecio singular de tanto mundo, verá en nuestros extremos que en sus escuelas militado habemos. SOLDADO: Ya las naos se divisan. ALBA: Garza en los vientos son, los aires pesan, hagan los fuertes salva, sean los sacros pájaros del Alba y el rosicler abone del sol que va a nacer cuando se pone, y vea que el amor nos ha quedado cuando él la monarquía ha renunciado.
Sale [el EMPERADOR] Carlos y ANDRÉS con su fardel, y la caja debajo del brazo. [El EMPERADOR] Carlos besa la tierra
SOLDADO: El labio en tierra pone. ALBA: Así sus afectos la virtud dispone. EMPERADOR: Pueblo de vidrio undoso por quien fui soberano y poderoso, adiós, que agradecido desde hoy de tus ondas me despido. Dios transmite mil veces perlas en nácar y zafir en peces. Beso otra vez la tierra, que me saca a la paz de tanta guerra. Ya, Andrés, en salvamento redimimos al mar furias del viento. ANDRES: Favorables han sido. EMPERADOR: Que no soy César ya no habrán sabido, que si lo imaginaran hoy de tantas fatigas se vengaran. ALBA: Vuestra majestad me dé sus pies. EMPERADOR: Prevención igual digna es de tal general. Dadme los brazos, que sé que los habéis merecido, Duque, por vuestro valor. ALBA: ¿Yo los brazos, gran señor? EMPERADOR: Por mi consuelo los pido, que son los brazos primeros que en España llego a ver. ¿Cómo estáis? ALBA: Con nuevo ser, después que he llegado a veros, aunque viejo en vuestra luz, en quien mi vista acobardo. EMPERADOR: Viejo estáis pero gallardo. Bien honráis el arcabuz. Vuestro cuidado y valor en el escuadrón se ve. Yo, duque, le escribiré que os honre el rey mi señor.
[Unas voces dentro]
VOZ: ¡Caso extraño y peregrino! EMPERADOR: ¿Qué ha causado ese alboroto? SOLDADO: Tu nao, ya el árbol roto se anega. ALBA: ¡Cielo divino! Si estuviérades allí... EMPERADOR: Yo al mar esa cortesía agradezco, pues podía vengarse en ella de mí. Ya sé que no se la debo, que hartas veces le he domado, y en su piélago salado he sido otro Jerjes nuevo. Mas ésta fue vanagloria del mar en triunfo pequeño, queriendo en mi poco leño eternizar su memoria. Muchas veces alterado le atropellé y le vencí, y hoy quiso de rabia en mí comer el postrer bocado. Dios, monstruo, de ti me escapa; vengarte de mí quisiste, pero como no pudiste, hiciste el golpe en la capa. Agradecido te quedo poco y mis dudas absuelves, que el no anegarme en los Gelves sin duda que fue de miedo. Miedo fue a mi planta grave, pues hoy de ti, bestia fiera, aguardaste que saliera para vengarte en mi nave. Da a tus golfos para honrarlos ese postrero despojo, y di: "Aquí vengo un enojo de muchos que me dio Carlos." Pero sin duda has sabido que el triunfo más bizarro mío, esa nave es el carro en que glorioso he venido, y has querido amable y fiel con prevenciones iguales venerarle en tus cristales, porque otro no triunfe de él. ¿Hundiéronse muchos? ALBA: Todos a las aguas se arrojaron, y en los bajeles hallaron salvamento por mil modos. Todo lo demás hundillo pudo. EMPERADOR: No me da cuidado, como Andrés haya escapado la caja y el fardelillo, que ya filósofo digo, después que en la cuenta caigo, que todos mis bienes traigo y mis riquezas conmigo. Andrés, ya en la paz estamos, no más guerra, no más mar. ANDRES: A tardar más. EMPERADOR: A tardar materia a los tiempos damos, que ya la Coruña excuso las justas ya en mí molestas, que aunque agora son mis fiestas, no es tiempo que de ellas uso. ALBA: ¿Cómo, si ya se alborota y el cuidado le pregunto? EMPERADOR: Decidles, duque, que vengo con achaques de la gota. ALBA: Sólo, señor, has de dar licencia a las chirimías. EMPERADOR: Sólo he de estar tres días, que me importa el caminar. ALBA: ¡Notable humildad! ANDRES: ¡Extraña! EMPERADOR: Luego, Andrés, a toda prisa ha de saber la princesa como estamos en España; ven, escribiré, y serás tú mismo el embajador. ANDRES: Eso es turbar tu valor. EMPERADOR: Esto es concernirme más; no es hacerte a ti favor sino ajustarme a otro estado, que un donado a otro donado bien sirve de embajador.
Vanse y salen la princesa doña JUANA y don GARCÍA
JUANA: Cansada salgo. GARCIA: Trabajo para vuestra alteza ha sido. JUANA: Piden espacio y secreto las cosas del Santo Oficio. GARCIA: Salir los inquisidores a las nueve habemos visto, y las cuatro de la tarde son ya. JUANA: No son de sí mismos dueños, García, los jueces que son del cielo ministros, y más en la Inquisición, que siempre Atlantes han sido para sustentar los polos de los secretos divinos. ¡Oh, tribunal soberano, fundado todo en los siglos de mis bisabuelos santos con celestiales auxilios! Mucho nuestra ilustre España os debe, pues ha blandido contra cizañas dañosas esos penetrantes filos. Mandad, García, hacer luego con secreto y sin rüido lo que os dice ese papel que va de mi mano escrito por no fïarlo, que aquí de vuestro secreto fío, de ningún otro. GARCIA: Yo voy. .................. [ i-o].
Sale el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Con el duque de Gandía su hermana, que ya ha venido, piden licencia de verte. JUANA: Pues entren que os certifico que es de los mayores gustos que darme pudo otro aviso, fuera de los de mi padre a quien adoro y estimo. GARCIA: En la antecámara están; ya llegan.
Salen el duque de GANDÍA y doña ISABEL, de monja
GANDIA: Los pies suplico nos dé a besar vuestra alteza. JUANA: Prima Isabel, ¿al oficio de camarera venís de esa suerte, habiendo sido tan prolija mi esperanza que en dos estados he visto de mi fortuna osadías, de mi persona prodigios, vuestra venida esperando? ¿Qué traje es éste? ISABEL: No ha sido la culpa mía del todo ni el impulso ha sido mío, como sabrá vuestra alteza del suceso peregrino del caballo. JUANA: Ya yo supe, Isabel, ese peligro. ISABEL: No doña Isabel de Borja soy ya, porque en otro siglo Soror Francisca me llamo de Jesús. JUANA: Mucho me admiro; pues, ¿no sois mi camarera? ISABEL: Señora, el sayal que visto es ya de monja descalza que el seráfico Francisco dio a mi madre Santa Clara. La obediencia me ha traído de Gandía a que fundase en cierto lugar vecino de la Rioja a quien llaman casa de la reina, y quiso mi tía doña Juliana de Aragón que fuese el sitio ésta a instancia de sus ruegos. JUANA: Todo lo tengo entendido. ¿No es la duquesa de Frías? GANDIA: Acción es de su buen juicio. JUANA: Y ella en el de todos santa. ISABEL: Para lo cual nos partimos siete monjas. JUANA: Siete estrellas mejor hubiérades dicho. ISABEL: Sabiendo que vuestra alteza gobernaba con divino modo aquí en Valladolid la corte, el duque ha querido, mi hermano, darme licencia, y viendo era gusto mío de besar tus reales manos. JUANA: Por padre y hermano asisto aquí, aunque determinado tengo ya en Madrid el sitio para la corte de España, que en esto el haber nacido en aquella villa advierto que agradecida la estimo; y aunque ha de quedarme en deuda de tan heroico principio, deteneos por consuelo, Soror Francisca, que fío que muy presto de emplearos, no para que en mi servicio seáis mi camarera, mas ser mi prelada imagino que lo he tenido propuesto después que estas tocas ciño. ISABEL: Dadme esos pies. JUANA: En los vuestros me enseño yo y me ejercito, porque, Francisca, en el alma con cierto respeto os miro. ISABEL: Yo me detendré gozando favores tan infinitos. GANDIA: Y conseguirá el de todos y la ocasión de serviros. ISABEL: Hame dicho que os casáis. JUANA: El archiduque, mi primo, quiere mi hermano que sea de mis tristezas alivio; y obedecerle es forzoso, aunque quisiera a mi hijo, don Sebastián, no dar padre sino ser al obelisco del príncipe mi señor segundo asombro artemiso. GANDIA: Yo del archiduque traigo un retrato peregrino que servirá a vuestra alteza. JUANA: ¿De Matías es? GANDIA: Del mismo. JUANA: Mucho, duque, he de estimarlo. GANDIA: Voy por él si en esto os sirvo.
Vase el duque de GANDÍA
ISABEL: Yo sé que el cielo es Matías; por un hombre un ángel mismo tanto valor puso en él; y para que lo que digo se acredite, yo otra copia tengo en que ha de verle el vivo pincel, que así profanó con lo humano lo divino del glorioso original. JAIME: Pincel tan valiente ha sido tu labio, que ya la copia de ese original codicio. ISABEL: Pues voy, señor, por él.
Vase doña ISABEL
JUANA: Veremos donde ha cedido el pincel reglas del arte, emulación de lo vivo.
Sale don GARCÍA
GARCIA: ¿A estas horas, gran señora, vuestra alteza no ha comido? JUANA: ¿Quién os lo ha dicho? GARCIA: Las mesas mudamente me lo han dicho. JUANA: ¿Pues, vos no sabéis que son los reyes del beneficio del pueblo ministros fieles? Así los ratos me quito, que no gobernando un reino pudiera llamarlos míos.
Sale doña ISABEL con retrato
ISABEL: Esta copia a vuestra alteza le traigo. JUANA: No estéis dudosa de que me llame su esposa ni lo juzguéis a extrañeza; él es mío con certeza, y suya prometí ser. ISABEL: Monja descalza ha de ser sin duda. JUANA: Córtele el velo, Isabel. ¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto que llego a ver?
El retrato es [uno de] San Francisco
ISABEL: La copia del soberano esposo, a quien ya se ofrece vuestra alteza y quien merece tan solamente su mano. JUANA: En desengaño tan llano se confunde mi porfía, pues en tan notable día me dais aquí sin saber la copia que he menester, mas no la que yo os pedía. La encarecida esperanza del archiduque con quien me casa el rey, y aunque bien el casamiento me estaba, larga cuenta me aguardaba de corto y breve camino; y así Francisco a ser vino, en efecto tan soberano, desprecio del reino humano, elección del rey divino. ISABEL: Si a vuestra alteza he traído esta ilustre copia agora del serafín que enamora y yo por padre he tenido, agradecimiento ha sido al día en que le previene fundar un convento. JUANA: Y tiene tanto a santo ese traslado, que aunque vos me lo habéis dado, sé que de otra mano viene. Él viene a pedirme aquí, viendo que elijo otro esposo, de palabra, poderoso, que en mi corazón le di; fundación en mí sentí de la observancia primera, clausura en que a Dios sirviera, él quiso porque triunfara que antes Francisco llegara que el archiduque viniera.
Sale el DUQUE con el retrato
DUQUE: Acredite aquí lo hermoso del retrato encarecido. JUANA: Tarde, Duque, habéis venido. DUQUE: ¿Tarde? JUANA: Tengo ya otro esposo. DUQUE: . . . . . . . . . . . [ -oso] Galán, bizarro y fuerte honra lo robusto y fuerte de Matías. JUANA: Mas la muerte trueca las acciones mías. DUQUE: ¿Qué dices? ISABEL: Que aunque es Matías, no le ha caído la suerte. JUANA: Entre admiración y espanto cuando un esposo deseo aquí un archiduque veo, y aquí estoy mirando un santo; aquí al poder me levanto, aquí a la humildad me entrego; aquí a la virtud me niego, aquí la obediencia sigo; aquí me espera el castigo, aquí me llama el sosiego. Aquí es la deidad mortal, aquí lo mortal es sombra; aquí la púrpura asomara, aquí enamora el sayal; aquí hay bien que siempre es mal, aquí vive el mal distinto y en tan grande laberinto, con lo que el alma desea, mejor que en reinar se emplea la hija de Carlos Quinto. DUQUE: ¿Luego casarse no quiere vuestra alteza? JUANA: Duque, no; escribid al rey que yo le escribiré si pudiere; Dios al hombre se prefiere; déjese al hombre por Dios; dejadme esa copia vos --¡Ay, Soror Francisca!-- a mí que presto en Madrid así nos gozaremos las dos.
Sale Don GARCÍA
GARCIA: Déme vuestra alteza albricias. JUANA: Yo, don García, os las mando. GARCIA: De la Coruña ha salido el César. JUANA: ¿Quién nueva ha dado de eso? GARCIA: Este soldado viene.
Sale ANDRÉS
ANDRES: Su majestad me ha encargado a mí este pliego, aunque había para ello príncipes tantos.
Dáselo
JUANA: Para embajador de un César no venís muy bien tratado. ANDRES: No es del César este pliego. JUANA: ¿Pues de quién? ANDRES: Es de don Carlos de Austria, un pobre caballero, tan pobre y necesitado que cosa suya no tiene, habiendo ganado tanto. JUANA: ¿Tan pobre está? ANDRES: Sí, señora, porque no es señor de un cuarto si no se lo dan o prestan. JUANA: Al que es pobre voluntario todo le sobra. ANDRES: Es así. JUANA: Todos son hoy desengaños, y así empezando a vencer quiero exceder en este acto a mi padre haciendo en él los favores soberanos de embajador; dadnos sillas. GARCIA: En esta mujer se hallaron majestad y entendimiento. JUANA: Embajador, asentaos. ANDRES: ¿Yo, señora? JUANA: Vos. ANDRES: Mirad. JUANA: Esta cortesía no os hago sino al dueño que os envía; sentaos y pensad que os trato no así por embajador de un César sino de un santo.
Lee
"Hija, en la Coruña estoy; mañana a veros me parto; excusad las vanaglorias que en otras os he encargado. Desde el día que propuse vivir como hombre ordinario, habitar techos humildes quise y no opulentos cuartos como ya he dicho; y así que elijáis os ruego y mando, si puedo, una casa humilde cerca de vuestro palacio para mi aposento, en quien haréis un modesto paso, por donde sin que nos vean podamos comunicarnos." Enternéceme de nuevo, aunque tengo ese cuidado; cuanto al aposento toca, esté advertido el palacio que según esto a mi padre de en hora en hora le aguardo. ANDRES: Yo tardé y así le espero. JUANA: Desprecio fue no alcanzado de hombre jamás. DUQUE: En su aldea callen Séneca y Horacio. JUANA: Si este desengaño vemos, ¿cómo admitimos engaños?
Mira la Princesa [JUANA] a ANDRÉS y lee
"Honraréis al portador quien se llama Andrés de Cuacos, el mayor amigo mío y nuestro mayor privado." ¿Vos sois el cantor? ANDRES: Señora, con mi canto desengaño al cisne cuando se muere, porque siempre estoy cantando. JUANA: Referidme la canción, que me ha encarecido tanto mi padre. ANDRES: ¿Señora? JUANA: En mí será también desengaño. ANDRES: Miren si cantaré bien; mas quisiera un mosquetazo que cantar aquí delante; el demonio lo ha ordenado. JUANA: ¿No acabáis? ANDRES: Señora, sí, que a uno que están ahorcando le dejan decir el credo; ¿yo músico y en palacio?
Canta
"Pobre nací, pobre viví. y pobre me estoy; y dáseme un cornado del Emperador." JUANA: Es la canción extremada, y según me han informado de vuestra puntualidad, vuestra advertencia y recato, bien podéis decir seguro que no hacéis del César caso. Hola, dadme de comer, porque luego dispongamos, Soror Francisca, otras cosas; y vos, llegad a mis brazos. ANDRES: ¡Señora! JUANA: Mi padre manda que os honra y es fuerza honraros. ¿Qué es esto? ANDRES: Es la monarquía que sobre mis hombros traigo.
Atiéntase el fardel
JUANA: Daréis buena cuenta de ella; pónganle una mesa al lado de la mía, que con él quiero partir los platos. ANDRES: En esta venta postrera comí un poco del tasajo y unas manos de carnero; .................... [ -a-o] ¿Yo asentarme? ¿Yo? JUANA: Venid, que en vos enseñarme trato a ser pobre. ANDRES: ¿Qué mujer! ¿Tanta honra a Andrés de Cuacos?
Va saliendo CAZALLA y vanse todos menos el DUQUE
DUQUE: En la más grave y severa mujer del mundo es espanto lo que he visto. CAZALLA: ¿Vuestra excelencia acaso estará informado si la reina mi señora ha dado algún obispado en la consulta de hoy de dos que han quedado vacos? DUQUE: Señor doctor, no lo sé; si ello estuviera en mi mano, el de Toledo le diera, porque estoy bien informado de sus virtudes y letras. (Aquéste ha de ser un santo, Aparte no hay duda que se le den.) CAZALLA ¡Vivas infinitos años! (Soy un grande pecador. Aparte Es ambición, que ya vamos viento en popa, pues la mitra dará fuerza a mis engaños. Vana adoración pretendo, vida espero en bronce y mármol en España, si Lutero logra en Sajonia alabastros. Ambición me ensorbece; los vicios me están brindando cuando por sabio me estiman y me veneran por santo.)
Sale al Princesa Doña JUANA alborotada
JUANA: No he podido reposar desde que sé que en palacio para hablarme entra Cazalla, visita que espero tanto. CAZALLA: A mi casa, gran señora, fue a decirme el secretario, en vuestro nombre, que estaban vacos los dos obispados de Córdoba y Plasencia y que acudiera a palacio, y así vengo a vuestros pies. JUANA: Antes venís a mis manos. De cólera estoy perdida. Tres obispados hay vacos. CAZALLA: ¿Y cuál es, señora, el otro? JUANA: Es, doctor, el que he de daros, que ahí está en ese bufete. CAZALLA: ¿Cuál es, señora? JUANA: Miradlo.
Túrbase CAZALLA que ve una coroza y una soga
CAZALLA: ¿Éste es mi obispado? JUANA: Sí, sacerdote de Baal, que en vos la palia es dogal y en vos la mitra es así; ésta que miráis aquí monstruo de la iglesia fiero con blanca piel de cordero, para vos dispuesta está, que ésta es la mitra que da el pontífice Lutero. CAZALLA: ¿Ésta a mí? JUANA: Ésta ganáis, vil cuerpo, sangriento arpía, que al que es vida y pan de vida de noche muerte le dais; ésta quiere que os pongáis aquel monstruo horrible, aquel loco Amán, ese crüel; y aquí en su nombre os la entrego, porque obispados de fuego piden mitras de papel. Con vuestro nombre quisisteis vuestra fama acreditar; dogmas fuisteis a cazar y vos cazado vinisteis. Al velo alevoso fuisteis y vuestro honor avasallan muchos que culpado os hallan .........................era en la fe; la frente fiera he de quebraros, Cazalla. Vuestros ministros tiranos faltan ya; en Logroño preso está don Carlos de Seso; sin él en actos tan vanos vuestra madre y cinco hermanos; ya preso Errezuelo vino de Toro y de desatino el maestro Pérez ya paga, y ya en Sevilla está preso el doctor Constantino. Ya presas por vos están mil vírgenes profanadas, religiosas y casadas y otras que crédito os dan; id, que aguardándoos están, si no con valor sucinto jamás de mi ser distinto, yo os llevaré y postraré, que hasta en defender la fe soy hija de Carlos Quinto.
Hácele hincar de rodilla
CAZALLA: ¡Señora! JUANA: No abráis el labio, que infincionáis la pureza de este cuarto. CAZALLA: ¡Vuestra alteza! JUANA: No hagáis a mi nombre agravio. ¿Vos sois español? ¿Vos sabio? Mentís, de la iglesia afrenta. Muera el que errores inventa. ¡Hola!
Salen el CONDESTABLE y el DUQUE de Gandía
CONDESTABLE: ¡Qué es esto? JUANA: Un traidor que ha caído del error y no ha caído de la cuenta. Un ministro de Betel que a nuestra España persigue, porque ella a decir se obligue, que ha habido herejes por él. Un vil Lutero, un Luzbel que del monte inaccesible otra vez quiere insufrible turbar estrellas al sol, y un heresiarca español que es el mayor imposible.
Sale ANDRÉS
ANDRES: En este punto, señora, tuve aviso de que llega el César. JUANA: Bastante prueba de lo que el alma le adora es dejar tal presa agora. A verle vamos, Andrés. ANDRES: No quiere aplausos después que olvida tantos extremos. JUANA: Por el pasadizo iremos, y esa fiera de mis pies entregad a los cordeles, porque al santo oficio luego le lleven, y pague en fuego sus intenciones crüeles. CAZALLA: ¡Señora! JUANA: De esto no apeles sino al herético instinto de tu torpe laberinto. Sabrá el hereje que soy, padre, cuando a verte voy, la hija de Carlos Quinto.
Vanse y llevan a CAZALLA
DUQUE: No presumo que pudiera el hombre de más valor emprender acción mayor con gloria más verdadera. ISABEL: Ya en Valladolid está, hermano, el César, y agora la princesa, mi señora, entiendo que nos dará licencia de proseguir el viaje que llevamos, pues al tiempo que tardamos mi tía lo ha de sentir. DUQUE: Por dar gusto a la princesa en él muestro mi afición; no siento la suspensión ni haber tardado me pesa, aunque importaría primero besar al César la mano. ISABEL: Eso solamente, hermano, viene a ser ya lo que espero; por el pasadizo fue la princesa solamente. DUQUE: Quien de su pecho valiente viera la obediencia y fe. ISABEL: Quien duda que en sus acciones viera el mundo celebradas palabras autorizadas de dos tiernos corazones. DUQUE: Vamos, que con nuestro amor tampoco habrá autoridad, pues prefiere la humildad al cetro. ISABEL: ¡Extraño valor!
Vanse y sale el [EMPERADOR] y detiene a ANDRÉS de Cuacos
EMPERADOR: Bien sé, Andrés, que los ojos son del alma vidrieras, que en tanto contento al llanto franquean las dulces puertas. ¡Válgame Dios, qué alegría tuve de ver la princesa mi hija! Para vivir le rogué a Andrés que se fuera; dejóme por consolarme y aflíjome ya en su ausencia. ANDRES: A pocos pasos, señor, está el cuarto de su alteza. EMPERADOR: Pues así que antes de mucho rato he de ir sin que me vea. ANDRES: Con valor prendió a Cazalla y a sus secuaces con flema digna del ingenio suyo. EMPERADOR: Para quemarlo licencia me pide, y yo la suplico que dé a su hermano esa empresa. Felipe hará esa justicia que sabrá muy bien hacerla; los dos al justo castigo es bien que presentes sean. Ya en Valladolid estamos; entremos, Andrés, en cuentas con nuestras humildes vidas. Aparato grande ostentan estas sillas; haz, Andrés, que me las saquen afuera; quíteme aquel cobertor, que si le miro de tela sobre mí tendrá el deseo de emperador la soberbia. Un paño buriel de luto mejor ha de estarme, y piensa, pues con la muerte me alegro, que en el lecho la modestia quiero también que a un sepulcro le bastan las galas negras. La sotanilla que dije, ¿mandaste, Andrés, que se hiciera? ANDRES: Fue la principal memoria. EMPERADOR: Permíteme que la vea, pues tendré para mi estado todo mi consuelo en ella. ANDRES: Véala tu majestad, que aquí está sobre esta mesa sotanilla y ferreruelo.
Dásela
EMPERADOR: Muestra, mucho me consuela, que éste es el arnés que importa a mis batallas postreras.
Vase desnudando
Vestírmela quiero, Andrés, para que galán me veas y asegurado me miras,. porque del mundo las fuerzas son como el plomo arrojado, que sirve al bronce de lengua.
Vase vistiendo
Y menos a dañar viene donde hay menos resistencia; en tu libro de memorias estos blasones asienta, que hoy es el día que hago la mayor gala de jerga. ANDRES: Vuestra majestad, señor, galán estará y de fiesta diamante será entre plomo, sayal cubrirá la tela. La sotanilla es, señor, caja de preciosas perlas, pues cubrirá la humildad majestad que fue soberbia. Representación parece que acabada la comedia los cetros y monarquías deja el que los representa. En el teatro del mundo dio admiración tu grandeza dejarla, porque discreto de que eres hombre te acuerdas. Excedes al Saladino que en la muerte se desprecia, porque esta vida acomodas para conquistar la eterna. EMPERADOR: Andrés, pues estoy galán, quiero ver a la princesa, que a fe he de darla un rato de regocijo y de fiesta. Traerásme también la caja, porque quiero verme en ella el contento de las joyas, que escapé de la tormenta del mundo. ANDRES: Con esta vista no dudo que se entretenga. EMPERADOR: Las humildades levanta Dios, humilla la soberbia.
Vanse, y salen la Princesa doña JUANA y doña ISABEL
JUANA: Cosa, Isabel, no podía causarme contento igual que vestirme este sayal en que fundo mi alegría. ISABEL: Estos dos hábitos son de la milicia de Clara. JUANA: En probármelos declara su intento mi corazón, y sólo por contemplarme un día de esta manera trocara la gloria entera que el mundo pudiera darme. ISABEL: Las vestiduras reales podréis sobre ella poneros, pues se guardan los aceros mejor entre los sayales. JUANA: ¿Cuándo os partís? ISABEL: Con süave modo lo ordena mi hermano, y como en su gusto gano lo que vuestra alteza sabe, no tengo resolución; pero según agora entiendo, todo lo está previniendo sin falta. JUANA: A mi corazón me está como amigo fiel entre unos impulsos raros, diciendo que he de imitaros en un convento, Isabel.
Sale el CONDESTABLE
CONDESTABLE: Lo que vuestra alteza ordena ya está prevenido todo, pero... JUANA: Verme de este modo no os dé, Condestable, pena.
Sale el DUQUE
DUQUE: Señora, el César aquí entra por el pasadizo. JUANA: ¡Jesús! Aunque así eternizo su nombre, no estoy en mí; dame luego otro vestido; no puede ser que ya entró.
Sale el EMPERADOR Carlos
EMPERADOR: Hija, ¿pues de veros yo tal tu pasión ha nacido? ¿No advertís que solamente vine por manifestaros esta humildad y enseñaros el hábito más decente? No os inquietéis, que aunque vos parece que me imitáis, no vos a vos os lleváis que ésa es hazaña de Dios. Fiestas el alma granjea en tan ajustado empleo, cuando, doña Juana, os veo vestida de mi librea. Tener firmeza es ganancia segura y no desconsuelo, que no se conquista el cielo faltando perseverancia. JUANA: Señor, en vuestro valor conozco que la humildad levanta la majestad la gloria más superior. En ese traje confundo del siglo las vanidades, porque vos sacáis verdades de las mentiras del mundo. Solos con estos ensayos de fe, que a ser vuestra aspira como girasol, que mira de vuestro sol a los rayos. Vaslos a poner, y yo, conviene en tantas venturas, dejándome el sol a escuras, quedarme luciendo yo. EMPERADOR: Enternecido me tienes, en ti mi valor contemplo, pues yo pensé darte ejemplo y tú a darme ejemplo vienes. ¿Qué es la ocasión del vestido porque me alegro de verlo? JUANA: Señor, si quieres saberlo, es que tengo prometido una fundación descalza; como me ensayo advertid. EMPERADOR: ¿Y dónde será? JUANA: En Madrid. EMPERADOR: Así tu nombre se ensalza. JUANA: Si aquí no hay que te disguste mi intento proseguiré. EMPERADOR: En buen hora, y trataré yo de retirarme a Yuste, supuesto que el rey tu hermano con aprobación gobierna del mundo su fama eterna. JUANA: Téngale Dios de su mano. DUQUE: ¿Hay semejante suceso? ISABEL: Yo, hermano, aprendo valor. EMPERADOR: Andrés de Cuacos. ANDRES: ¿Señor? EMPERADOR: Mira qué extraño suceso; todo te lo debo a ti y el estado en que me veo. ANDRES: Señor, cúmpleme un deseo. EMPERADOR: ¿Y es? ANDRES: Que no vamos de aquí. EMPERADOR: Ese soberano instinto, Andrés, nos ha de salvar. JUANA: Ya va el convento a fundar la hija de Carlos Quinto.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 30 Jun 2002