ACTO TERCERO


Salen MARGARITA, PORCIA e ISABELA
MARGARITA: Isabela y Porcia, quiero proponer una cuestión. PORCIA: Yo te diré mi pensión sin respeto lisonjero. MARGARITA: Si tuviese una mujer dos amantes, y uno fuese quien más amor la tuviese, sin llegarle ella a querer, y otro que menos la amara por fuerza de alguna estrella, y le quisiese bien ella, ¿a cuál de ellos coronara si un reino pudiera dar? ¿Al que ella estima o a aquél más su amante y más fïel? ISABELA: (Por mí pienso sentenciar. Aparte Carlos ser suyo no espere). Digo que haga rey la dama al galán que menos ama, pues dice que ella le quiere. PORCIA: (A Federico defiendo; Aparte pues si es rey, yo le perdí). Yo no le he entendido así, sólo agradecer pretendo. Quien quiere más a la dama reinar sólo ha merecido. ISABELA: ¿Cómo dirá que ha querido si no hace rey a quien ama? PORCIA: Vicio o virtud puede ser muchas veces el amor, y así viene a ser mayor la virtud de agradecer. ISABELA: Crueldad es decir aquí; que es el dueño de su vida. Deje el ser agradecida; que peor es ser crüel. PORCIA: Hacer por quien quiero yo amor de mí misma es, y más parece interés. Pagar a quien adoró generosidad se llama. ISABELA: ¿Y será bueno que elija quien la adore y quien la aflija si está sin amor la dama? PORCIA: Con trato y conversación ella le vendrá a querer. ISABELA: En mi mismo parecer militará esa razón. Tú convencido te has que el galán que no ha querido, tratado y aborrecido, querrá con el tiempo más. PORCIA: Yo al que me estima eligiera. ISABELA: Y yo eligiera al que estimo. MARGARITA: Y yo al parecer me arrimo de Porcia. El reino le diera a quien más me amara. ISABELA: ¿Y cómo se conocerá ese amor si también da resplandor, cuando es adorado, el plomo? MARGARITA: Isabela dice bien. Examinemos mejor los quilates de su amor; que hay oro falso también.
Salen el REY, el MARQUÉS y el INFANTE
REY: Aquí entre estos jardines quiero que esos negocios determines. Siéntate entre esas flores y administra piedad; esos rigores gobierna a tu albedrío. Hoy eres otro yo, sobrino mío, la infanta y yo tenemos un negocio. Los dos no estorbemos, allí nos apartamos entre la amenidad de aquellos ramos. Margarita, yo quiero dejar por heredero aquél que descubriere mayor talento, sea el que fuere. Apártate. Escuchemos y su capacidad consideremos. MARQUÉS: El consejo de guerra ha consultado; que al mar ha desatado armada poderosa el de Aragón contra Sicilia hermosa de quien ambición tiene. Si aquesta acción no viene... INFANTE: Prevéngase otra armada. MARQUÉS: Nuestra costa se ve tan descuidada que no hay bajel ninguno en los azules campos de Neptuno. INFANTE: Buen remedio busquemos, ya que bajeles prontos no tenemos. Un valiente soldado que parta disfrazado y dé la muerte al rey nuestro enemigo. MARQUÉS: ¿Traición, señor? INFANTE: Yo digo que no es traición la guerra. Siempre ardides encierra. REY: ¿Escuchas, Margarita? Defensa de traidores solicita. MARGARITA: Antes, señor, pretende vencer con menos sangre. ¿Quién no entiende que el que aventura menos gente, sabe vencer, y por camino más süave? REY: Ignorancia es extrema. Diferente es traición que estratagema. Juzgar sin duda puedo que éste es el hijo del traidor Manfredo. MARQUÉS: ¿Qué premio suficiente habrá para soldado tan valiente, como escapar de los contrarios pueda? INFANTE: ¿Qué premio? ¿Ha de faltar falsa moneda con que darle la paga prometida o quitarle la vida? REY: ¿Escuchaste? MARGARITA: Bien hace, si la traición así se satisface. REY: No intentéis su disculpa. Su misma inclinación es mayor culpa. MARQUÉS: Consulta aquí el Consejo de Justicia que con grande malicia uno de dos hermanos mató un vecino con sus propias manos y no consta cuál de ellos porque infinito se parecen ellos y los testigos juran que el uno le mató; mas no aseguran cuál fue. INFANTE: Mueran los dos. Yo lo permito. No quede sin castigo ese delito. MARGARITA: ¿Es mala esta sentencia? REY: Inicua y pronunciada sin prudencia. MARGARITA: ¿No es uno el delincuente? ¡Sin duda! REY: ¿Y es razón que el inocente de ese modo padezca aunque el uno merezca la muerte? Es más justicia, así lo digo, que quede el delincuente sin castigo que no que el inocente padezca injustamente. MARQUÉS: Una mujer casada dio muerte a su marido y fue pensada de manera que irrita. INFANTE: ¿Cómo se llama? MARQUÉS: Juana Margarita. INFANTE: Vaya libre al momento. No te asombre. Goce la inmunidad que le da el nombre. Si su alteza se llama Margarita, el mismo nombre de morir la quita. REY: ¿Y aquélla no es locura conocida?
Vase el REY
MARGARITA: Es fineza de amor jamás oída. Yo estimo su fineza y coronar pretendo su cabeza.
Vase MARGARITA
INFANTE: ¿Quedan consultas? MARQUÉS: No, señor. INFANTE: Agora, déjame solo una hora.
Vase el MARQUÉS
Buena va mi invención. La infanta crea que Carlos ama. Como rey me vea, será Porcia mi dueño. Si Margarita del jardín no sale... y quizá volverá... el ardid me vale aunque no tengo amor. ¡Que es dulce cosa reinar! ¡Oh, qué fatiga tan sabrosa! La infanta hacia la fuente se ha venido. Que yo la adoro fingiré dormido.
Sale DOMINGO
DOMINGO: Si el rey su cetro te dio, tendré muy grande placer porque deseaba ver un rey tonto como yo. De allá vengo de Caserta de ver a señor Albano. Dice que besa tu mano, y Pascuala Ruiz la tuerta mil encomiendas me ha dado. Oyes: la burra mohina de Gila, nuestra vecina, aun vive y anda en el prado a la era. Y al sacristán encontré sola una vez. Ya no juega al ajedrez el boticario. Y galán anda el barbero contino. Cegajoso está el alcalde que como tiene de balde salchichas, tabaco y vino, se empieza a beber los ojos, y al doctor le respondió, "Mas vale beberlos yo que cegar llorando enojos." Estando en el lavadero Aldonza me dijo un día, "Di, Domingo, ¿es todavía Carlos tan grande embustero?" El día santo en el ejido bailaban muchas doncellas. Así lo publican ellas pero yo no le he sabido. ¿Duermes? Mal podrás oír. Eres hombre, no me espanta. Por allí viene la infanta. Voyme y déjote dormir.
Vase DOMINGO. Sale MARGARITA
MARGARITA: Carlos se quedó vencido del sueño, enemigo suave que robar y vencer sabe las fatigas del sentido. Si el rey le viera dormido, dijera "¿cómo han de estar juntos dormir y reinar?" Y a mí sólo se me ofrece que cómo se compadece el dormir con el amar. Triste está cualquier amante y nace el dormir de día siempre de melancolía. Disculpa tiene bastante. Pasar no quiero adelante por no despertarle agora.
Dice el INFANTE Carlos entre sueños
INFANTE: ¿Que te casaste, señora? ¿Cómo no sientes mis quejas? ¿Cómo olvidas, cómo dejas al hombre que más te adora? Vivir no puedo sin ti. Mataréme. Margarita es quien la vida me quita. ¿Qué te has casado? ¡Ay de mí!
Finge que despierta y se da con la daga
MARGARITA: ¿Qué es eso, Carlos? ¿Así en sueños estáis hablando? INFANTE: Aun despierto estoy temblando. Como el alma no está ociosa, en el sueño mal reposa alma que vive adorando. El sobresalto de un sueño me tiene, señora, tal que era letargo mortal; que eres la vida y el dueño. Del susto no desempeño el corazón afligido. Aun viéndote no he vivido. Agora sí que estoy muerto; pues que no lloro despierto el bien que perdí dormido. A sentir pena tan fiera me parto desesperado si mal que ha sido soñado me tiene de esta manera. Siendo verdad como fuera, pena hay, sin duda, más fuerte que el morir; pues de esta suerte el sueño trata a su dueño. Si a la muerte llaman dueño, ¿más mal habrá que la muerte?
Vase el INFANTE Carlos
MARGARITA: Alguna dama diría con mucha incredulidad que este amor no era verdad sino gran hazañería. Pero si Carlos dormía, claro está que es verdadero su amor y no lisonjero. Él soñó que me casaba y dormido se mataba. Vida y reino darle quiero. Perdone mi inclinación; perdone mi gusto, pues amor magnánimo es dar premio a tanta afición. Si alguno dice que son extremos necios, yo digo que con finezas me obligo. La razón dicta lo justo y pocas veces el gusto salió verdadero amigo.
Sale DOMINGO
DOMINGO: ¿Despertaste rey tronero, rey de farsa, rey de chiste? Yo pienso que te dormiste porque nada te pidiera. ¡Ay! Su alteza no me vea. Huyo de aquí. Dios me anime porque no me riña. MARGARITA: Dime. ¿Carlos amaba en su aldea? DOMINGO: Yo te diré la verdad. Carlos es un hazañero. No hay hombre más embustero en toda aquesta ciudad. Una moza paseaba y ésta falso pretendía, y tanto amor le fingía que muchas veces lloraba. Como eran sus lienzos pocos, por pobreza o desaliño henchía un pañal de un niño de lágrimas y de mocos. A veces se amortecía, mostrando que era fineza, y en volviendo la cabeza, un gesto al Amor hacía. Escucha qué disparate porque ella no le ha querido; que se mataba ha fingido, y ella dijo "Date, date." Mas, quien es muy buen pobrete es Federico, señora. Si dices que quién adora, él hizo este sonsonete. Un mar y una garita me hacen roncha; un mar y una garita son mi mancha. De amor tengo en el alma una gran plancha, tanto que el alma con amor se troncha. A no ser viejo aquello de la concha, viniera a pelo aquí con una ensancha. Mi afición se destroncha con ser ancha, no des troncha, si des troncha, no destroncha. Parta mi amor que ya ufano relincha, porque la fuerza de su amor es muncha. Dispara su arcabuz. Pega la mencha. Revienta el fuego; que sus manos hincha, y ya con su salta, amor no puncha, ancha, uncha, hincha, honcha y hencha. MARGARITA: Vete con Dios. DOMINGO: Ya su alteza también se quede con Dios, el cual la libre de tos y de dolor de cabeza. Y se libre de sus memorias de aquestos dos infanzones; que dos hidalgos pelones cenan siempre ejecutorias. Y déla Dios el descanso que desea para sí, y líbrela Dios de mí que pienso que ya la canso.
Vase DOMINGO
MARGARITA: El villano es malicioso. Informó como ofendido; pero ha dejado advertido al amor y escrupuloso. No he de creer lo aparente; que tal vez un monte ameno, de arroyos y árboles lleno, verde pira solamente es habitación de fieras; y tal vez un monte rudo de hierba y flores desnudo, ignorando primaveras, produce el bello metal, hijo pálido del sol por quien corre el español los piélagos de cristal. Con la sonda iré en la mano buscando el fondo a este amor sin que me engañe el color, verde pompa del verano.
Sale PORCIA
PORCIA: ¿Todavía en los jardines? MARGARITA: Seas, Porcia, bien venida. A mí me importa la vida que aclares y determines el nombre de aquella dama que Carlos dice que adora. PORCIA: De buena gana, señora. Tu propósito le llama... Él viene. Vete. MARGARITA: Mil daños nacen del primer error. Amor, sólo quiero amor. Dame finezas, no engaños.
Vase la Infanta MARGARITA. Sale el INFANTE Carlos
INFANTE: Hermosa y sabia también, ¿intercediste por mí? PORCIA: Pudiera decir que sí, si hubieras dicho con quién. INFANTE: ¿No te di bastantes señas? PORCIA: Una dama me propones con equívocas razones y palabras halagüeñas. El nombre quiero saber. INFANTE: ¿Es cosa dificultosa de saber la más hermosa del mundo? PORCIA: El nombre ha de ser el que tienes de decir. INFANTE: ¿La que méritos mayores, la de partes superiores? PORCIA: ¿El nombre? INFANTE: (No hay que fingir. Aparte Si digo que es Margarita, pierdo a Porcia, si la digo que es ella, tengo un testigo contra mi intento, y me quita quizá un reino; pero así sin decirlo lo diré). En este jardín se ve el nombre en el alhelí, en el clavel, en la rosa, en la jazmín, el narciso, en la flor del paraíso y en esa hierba olorosa. PORCIA: No quiero bachillerías, Carlos. El nombre ha de ser. INFANTE: Pues yo te quiero coger, --oh, Porcia-- como porfías las flores que hablar sabrán por enigma y por aviso: el primero es paraíso ramo de espinas galán. Esta hierba que olorosa tiene por nombre y renombre dará otra letra del nombre. Y otra letra da la rosa. Y el clavel que su carmín púrpura fina promete, y cierren el ramillete el alhelí y el jazmín. Porcia, agora hablo de veras. En flores de sangre y oro podrás leer la que adoro. PORCIA: ¿En qué letras? INFANTE: Las primeras.
Vase el INFANTE
PORCIA: Buenas enigmas me deja. Gentil manera de hablar. ¿Que tengo yo de sacar de las flores? ¿Soy abeja?
Sale MARGARITA
MARGARITA: Todo lo he estado escuchando, y aunque el nombre no entendí, podemos saberlo así. Aquí hay pluma. Ve notando. ¿Qué flores de grana y nieve te ha dejado? PORCIA: Seis dejó. MARGARITA: Pues, no soy su dama yo; que son necesarias nueve. PORCIA: Fue el primero que cortó paraíso. MARGARITA: Pongo "P". PORCIA: Pienso que olorosa fue la segunda. MARGARITA: Es así "O". PORCIA: También aquí dejó rosa. MARGARITA: "R" es su letra primera. Y hay vislumbres de quién era la más sabia y más hermosa. PORCIA: Clavel hay. MARGARITA: Pues pongo "C". PORCIA: Jazmín también. MARGARITA: Pongo "I". PORCIA: Sólo queda un alhelí. MARGARITA: En "A" comienza. "A" pondré. Tú eres su dama sin duda. Porcia dice que no pueda ser otro nombre. PORCIA: No queda con una enigma tan muda. ¡Mi nombre bien declarado! MARGARITA: Si Porcia seis letras son, no forma otra razón aunque se hubiesen trocado las flores. PORCIA: Por pasatiempo esta enigma propondría. MARGARITA: ¡Grande inocencia es la mía! ¡Qué discreto que es el tiempo! ¡Qué segura que esa ciencia, como el curso de los años, es luz de los desengaños y es padre de la experiencia. Su lengua me dijo amores y falso saliendo van. Mira tú como serán los que dicen unas flores. Mi mismo engaño te avise, amiga mía, por ti.
Vase MARGARITA
PORCIA: ¡Ay, señora, yo mentí! Ni le quiero ni le quise.
Vase PORCIA. Sale el PRÍNCIPE
PRÍNCIPE: Enfermo que vio perdida la vida en paso tan fuerte que el un pie tiene en la muerte y otro pie tiene en la vida; casi el alma desunida, entre sus ansias alcanza una incierta confïanza y vence pena tan fiera, porque al fin vivir espera, ¿y amo yo sin esperanza? El miserable cautivo que arrastrando sus cadenas con mil géneros de penas más esqueleto que vivo; y entre su dolor esquivo, que tiene más semejanza de muerte, espera mudanza en su grave adversidad amando la libertad, ¿y amo yo sin esperanza? El mar vientos atropella a apagar el fuego sube, la nave parece nube, el farol parece estrella; y el peregrino que en ella vive en las olas del mar mil muertes sabe esperar y olvida pena tan fiera en llegando a la ribera, ¿y yo no puedo olvidar? Ama el joven más prudente, sirve, adora y galantea, festeja, anhela y desea, llora el desdén, celos siente; pasa el tiempo, vése ausente, da treguas a su pesar, empiézase a consolar la quietud de dulce vida, diviértese, juega, olvida, ¿y yo no puedo olvidar?
Salen el REY, el MARQUÉS, y el CONDE
REY: A servirme no acertáis, y de vos estoy cansado. Marqués, salid desterrado de mi corte y no volvéis hasta que ordene otra cosa. Dejad luego esos papeles. Ministros pocos fïeles sentencia tan rigurosa han merecido. MARQUÉS: ¡Señor...! REY: No repliques. Tome el Conde, que a mi gusto corresponde, las consultas. PRÍNCIPE: Su rigor nacido de enojo es. Suplico a tu majestad... REY: ¿Qué es lo que pedís? PRÍNCIPE: Piedad. REY: ¿Para quién? PRÍNCIPE: Para el marqués. REY: No ha lugar, ni es bien, ni es ley. MARQUÉS: Ya, señor, de los papeles... (Aun fingidos son crüeles Aparte iras y enojos de un rey. Conocida es mi lealtad Ningún temor me desvela; que esto en el rey es cautela para saber la verdad).
Vase el MARQUÉS
REY: En tanto que escribo yo, Federico, despachad esa consulta y mostrad hoy que sois rey. PRÍNCIPE: Eso no. No he de ser tan arrogante, loco ni desvanecido que pienso haber merecido ese nombre en un instante. Hechura vuestra y crïado que alivia vuestra fatiga basta, señor, que me diga. Nombre de rey es sobrado. Quien nace rey lo merece, o quien supo conquistallo; pero quien nació vasallo cuando calla obedece. Apenas es rey de sí. REY: (Fingiendo escribir, veré Aparte quién es más capaz, porque ése ha de reinar por mí).
Éntrese el REY a escribir
CONDE: Aquí el consejo de guerra consulta qué general dará a la armada real que es custodia de la tierra. Dos propone: el uno es hijo de su general pasado. PRÍNCIPE: ¿Es soldado? CONDE: No es soldado; mas según el Marqués dijo, viejos los soldados son, valiente y ejercitados. PRÍNCIPE: Mejor es que los soldados sean corderos si es león el capitán que no ser los capitanes corderos y los soldados muy fieros porque para obedecer basta cualquiera, y no basta cualquiera para mandar. REY: (Vos sois varón singular. Aparte No sois vos de mala casta). CONDE: ¿Qué ordenas? PRÍNCIPE: Que en ese oficio militar es imprudencia hacer vínculo y exencia. La experiencia y ejercicio han de hacer el capitán. Los hijos de los soldados no han de tener vinculados los oficios que se dan a quien ha servido así. Sea general aquél que haya servido, si en él concurren partes. CONDE: Aquí un gobierno se consulta en un noble que es Pompeyo y en Lisardo que es plebeyo. PRÍNCIPE: Pues, ¿en qué se dificulta? [................... -ado ......................... ........................] ¿Es oficio de letrado? CONDE: Sí, señor. PRÍNCIPE: ¿Y el noble sabe? CONDE; No es letrado, el otro sí. PRÍNCIPE: No hay dificultad ahí. La nobleza es honor grave; pero la ciencia ha de ser preferida mayormente si al oficio es conveniente. Si letrado es menester... CONDE: Para el que es noble pide su alteza. PRÍNCIPE: No importa. La mano del rey es corta para dar lo que no mide la justicia. Servidor soy yo de la infanta, pero lo justo ha de ser primero. Después el rey mi señor, y en el tercero lugar entra la dama, y después la vida que propia es por ella se ha de arriesgar. REY: (Federico es sangre mía. Aparte Ya no se puede encubrir.)
Sale DOMINGO con memoriales
DOMINGO: Señor, yo vengo a pedir me deis una compañía, ya que te sirvo dos años. Toma aqueste memorial. PRÍNCIPE: ¿Tú, capitán? ¡Animal! Los crïados sois extraños. Por servir al poderoso queréis oficios que son de desigual proporción. DOMINGO: ¡Qué rey tan escrupuloso! Si eso no me viene bien, un gobierno pido aquí.
Dale otro memorial
PRÍNCIPE: Despacharélo yo así. DOMINGO: ¡También lo rompe! PRÍNCIPE: También. DOMINGO: Pues no quedara por eso. Aquí pido, mi señor, oficio de regidor. PRÍNCIPE: ¡Qué gentil talento y seso! ¿Qué has de regir, mentecato? DOMINGO: ¿Y cuántos habrá mayores? Miren, ¿qué es ser regidores? ¿Es más de comer barato? Si eso no le contentó, una vara de alguacil pido en ése. PRÍNCIPE: ¡Qué gentil ministro! DOMINGO: Ya la rasgó. Pues, en ése renta pido. PRÍNCIPE: La renta yo la he de dar; que el fisco no ha de pagar lo que vos me habéis servido. DOMINGO: ¿Ninguna demanda es buena? No eres rey, mona de reyes. PRÍNCIPE: Para que compres dos bueyes yo te doy esa cadena. Las mercedes han de ser sólo conforme al talento de quien pide. DOMINGO: Dame ciento. Cien bueyes puedo tener y los sabré gobernar pues mi talento es tasado. PRÍNCIPE: Yo los mando. DOMINGO: ¿Y de contado no sabes dar? PRÍNCIPE: Sí, sé dar. Toma.
Dale una sortija
¿Queda algún negocio? CONDE: No señor. PRÍNCIPE: Mucho quisiera que el rey mi señor tuviera con mi fatiga algún ocio. REY: Sí, daréis. Venid conmigo.
Vanse. Sale el INFANTE
INFANTE: El rey se va, y pienso yo que se va porque me vio [....................] Con desapacibles ojos me mira. No sé sin son efectos del corazón o señal de sus enojos.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: Tus méritos reverencio. ¿Estás solo? Mira bien si nos escuchan o ven. INFANTE: Marqués, todo está en silencio. MARQUÉS: No pretendo referirte mi obligación y mi amor que es fuerza superïor que tengo para servirte. Carlos, en breves razones, ¿tendrás ánimo de ser rey de Nápoles y ver coronados tus blasones con la sagrada diadema? INFANTE: Voluntad y ánimo tengo. MARQUÉS: Pues el reino te prevengo. INFANTE: No hay dificultad que tema. Sólo habrá de inconveniente el rey. MARQUÉS: Sí. INFANTE: Procura el modo y atropellemos con todo. MARQUÉS: Pues, vete, que viene gente y nadie juntos nos halle. INFANTE: Marqués, con esto concluyo, todo el reino será tuyo. MARQUÉS: Pues, silencio. Esto se calle.
Vase el INFANTE. Sale el REY de donde estaba
REY: Escondido estoy aquí entre susto y entre miedo. MARQUÉS: Es el hijo de Manfredo. Luego me dijo que sí, tan ciegamente arrojado que ni dudó ni temió; y esto fue como creyó que estaba yo desterrado. REY: Federico pienso que es el que viene. Yo me escondo. Quiera Dios que tope el fondo de este peligro, Marqués.
Vase el REY. Sale el PR&IacuteNCIPE
MARQUÉS: Federico, mi señor, esperando estoy al paso. PRÍNCIPE: ¿Y para qué? MARQUÉS: Para un caso en que importa tu valor. PRÍNCIPE: ¿Qué empresa dificultosa habrá para mis acciones? Y más si tú la propones. Tengo un alma generosa y tan llena de piedad que siente como la muerte verte deterrado, y verte en tan triste adversidad. Mira, ¿qué quieres, Marqués, que haga por ti? Porque es justo que yo interceda con gusto arrojándome a los pies de su majestad. MARQUÉS: Señor, mejor es, si tú quisieras, que estos reinos poseyeras. Yo te ofrezco mi valor. PRÍNCIPE: ¿Qué es lo que has dicho, Marqués? ¿Que tal escuché de ti? ¿Eso se me dice a mí? Si su dueño y su rey es Federico, ¿esas ofensas vi en tus labios infelices? ¡La lengua con que lo dices y el alma con que lo piensas te he de sacar, por Dios! Y yo, por haberlo oído pienso que traidor he sido. Moriremos hoy los dos. Tú por traidor y enemigo, yo también morir prometo pues hallaste en mí sujeto para atreverte conmigo. ¡Muere, villano! MARQUÉS: ¡Señor! ¡Repórtate, escucha, atiende! PRÍNCIPE: Así ya su rey ofende el que perdona a un traidor.
Vanse los dos. Sale el REY
REY: ¿Qué más examen y prueba? Siempre el alma me lo dijo. Federico, sí es mi hijo. El alma tras sí me lleva. El peligro está el marqués. Siguiéndole aprisa va. Furioso tigre será.
Vuelven a salir
Un rayo del viento es. MARQUÉS: Válgame la inmunidad de tu presencia sagrada. REY: Sobrino, ¿qué es esto? PRÍNCIPE: Nada. Perdone tu majestad. Sombra del rey mi señor, y aun su retrato, bastara para quien de ti se ampara; ¡pero no, siendo traidor! Justamente le permito este privilegio y ley; que aunque es sagrado el rey, has cometido el delito en ese mismo sagrado. REY: Lo que dices no he entendido. PRÍNCIPE: Nada, gran señor, ha sido; y a mí sólo me ha pasado. Sólo te suplico yo que le prendas al instante. No tope su semejante. [.......................-ó].
Sale ISABELA
ISABELA: Señor, con gran regocijo Albano a hablarte llegó. REY: Señas de Carlos halló. Ven, Marqués. Quédate, hijo... digo, sobrino....[..-ombre .........................-ezco]
Vanse. Sale el INFANTE
INFANTE: Dudas y engaños padezco. ¿Qué es esto? El marqués, ¿no es hombre que está en desgracia del rey? ¿Cómo agora van hablando? Mas, ¿para qué estoy dudando? Mentir es humana ley.
Sale MARGARITA
MARGARITA: Escuchad, primos, un gusto que hoy es para mí fatiga. Escuchad un caso alegre que hoy es para mí desdicha. Ya sabéis, sí, ya sabéis como soy de Carlos hija, rey de ese imperio del mar y monarca de las islas de ese granero del mundo de quien parecen hormigas todas las otras naciones de esa abundante Sicilia, de esas montañas que siempre fuego exhalan, luz vomitan, donde también Aretusa lágrimas da cristalinas. Pasó mi hermano Edüardo a la célebre conquista de Jerusalén sagrada, feliz murió en Palestina. Con esto, y siendo heredera de esa tierra que fue pira de los bárbaros gigantes que a Júpiter se atrevían, muchos príncipes y reyes mi voluntad solicitan. Con gran afecto la claman, con veneración la miran. Entre éstos fue don Enrique el infante de Castilla, joven gallardo y brïoso. Basta que español le diga. El rey, mi señor y tío, de cuya tutela fían mis cuidados sus aciertos tuvo gusto a que le elija. Capitulóse la entrega y estuvo así algunos días oculta; mas ya llegó el término a mi partida. Ya vienen por ese mar, abismo de espumas rizas, navegando selvas secas y ciudades fugitivas. Bajeles vienen de España que por serlo merecían, como hicieron los de Eneas, volverse en hermosas ninfas en llegando a esta riberas. Ya es fuerza que me despida de esta ciudad tan hermosa como noble y como antigua. Ya, primos, estoy casada. INFANTE: Pues, señora, no prosigas hasta escucharme. Mi bien ni lo niegues ni resistas, pues te prevengo temiendo que Federico la pida, dame a Porcia antes que a España te partas. Atiende, prima, a que mucho amor me debes. MARGARITA: Como no la quiero, y sirva, Federico, será suya. PRÍNCIPE: No ha nacido, prima mía, mujer humana si tú has coronado de dichas a España. Sola la muerte y la soledad son vida de mis altos pensamientos. Prosigue o ya no prosigas. MARGARITA: Tuya es Porcia. INFANTE: Pues, prosigue. MARGARITA: (¡Ah, villano!) Aparte Al fin el día de mi partida llegaba y en las naves peregrinas que del poniente al levante el mar terreno corrían esperaba yo embarcarme cuando los hados, de envidia de mi gusto, y de la fama que mi español merecía, como siempre mezclar suelen entre las rosas espinas, en las aromas veneno, turbación en la alegría, cortaron el dulce cuello, cortaron la dulce vida de mi dulce esposo, y llegó nueva de su muerte y mi desdicha. Viuda he quedado, parientes. PRÍNCIPE: Alma, ¿cómo no respiras? INFANTE: ¡Qué no esperara hasta el fin! ¡Necia cólera es la mía! MARGARITA: Esos leños coronados de flámulas amarillas y encarnadas volverán sin dos dueños que tenían. ¡Si dirán que no se siente la gloria no conocida! Yo no conocí a mi esposo y su muerte me lastima. Volverán túmulos negros esas selvas que floridas para tálamo vinieron. Y ya cuando esta fatiga se pudiera consolar con ser reina, con ser rica, con ser buscada de muchos, de penas más exquisitas me hallé cercada. Mi hermano, cuya muerte fue mentira, ya por el mar del oriente de aquella tierra en que pisan, con recatos, serafines nuevo fénix resucita, águila nueva en las alas de un leño armenio se empina, sobre los moriscos trinacrios que abortan humo y ceniza. En Sicilia está Edüardo. Sin Enrique y sin Sicilia agora, primos, veamos. INFANTE: (No fue imprudencia la mía. Aparte Si no es reina, a Porcia quiero). PRÍNCIPE: Oye, espera, no prosigas. De esa que desdicha llamas, mi esperanza se acredita, cuando eras reina no osaba mi lealtad, señora mía, decirte cómo te adoro. Ya quiere amor que lo diga. Prosigue, prosigue pues. MARGARITA: Al fin está Margarita ya con su hermano en su reino. Sola no es mucha que gima; pobre no es mucho que llore. Ya aquel reino que solía dar leyes a cuanto nada en las ondas cristalinas por su dueño me ha negado. Ya ha profanado la envidia cuantos amantes deseos hasta aquí me solicitan. Ya retirada a un convento pasaré los breves días que constituyen y forman el número de mi vida. En ésta estaba temblando una vez y otra. Porfía mi triste imaginación, ya dudosa y ya afligida; cuando desperté del sueño y hallé que todo es mentira; que ni yo de Enrique he sido ni Edüardo está en Sicilia. Como ayer estaba, estoy, siendo dueño de mí misma y de ese reino heredado sin que nadie me lo impida. Pero fue el susto del sueño tan mortal que no se alivia si no es agora que el alma desengañada respira. INFANTE: ¿Luego, sueño ha sido todo? MARGARITA: Sí, que cosas hay fingidas, unas de los sueños y otras del engaño y la malicia. INFANTE: ¡Mal haya el hombre imprudente que se arroja y precipita a declarar sus designios! PRÍNCIPE: Pluguiera a los cielos, prima, que los sueños de Edüardo fueran verdades divinas. Pluguiera a Dios que, sin reino, con humildad fueras hija de un caballero mediano, señor de alguna alquería. Quizá, quizá de esta suerte mereciera verte mía, pero así mis esperanzas se desvanecen y eclipsan. MARGARITA: Por esos buenos deseos, Federico, esta amatista te ha de decir lo que quiero. PRÍNCIPE: Tus bellos labios lo digan. MARGARITA: De esa piedra la mitad todo lo que quiero explica; porque he aprendido de Carlos a hacer que las florecillas canten el nombre de Porcia que es la dama peregrina. PRÍNCIPE: (La amatista dice que ama. Aparte Amor es mi esencia misma. Amatista que ame manda; que ame dice mi amor viva). INFANTE: Más vale fingir que amar si quien finge no se olvida. PRÍNCIPE: Más vale amar que fingir si quien ama tiene dicha.
Salen el REY y todos
REY: Dame albricias, Margarita. MARGARITA; ¿De qué, señor? REY: De que hallé prenda que mi sangre fue. Ya en el alma solicita la salida el regocijo. Ciertos mis discursos fueron. Ya las señas aparecieron; ya he conocido a mi hijo. PRÍNCIPE: Señor, decidme quién es para que bese su mano y por dueño soberano le reconozca a sus pies. REY: ¿Qué? ¿No echáis de ver los dos en mi amor y en mis enojos cuál es la luz de mis ojos? PRÍNCIPE: No, señor. REY: Pues, lo sois vos. Venid a mis brazos. PRÍNCIPE: Quiero, --¡oh príncipe soberano!-- darte mi vida. REY: Y la mano a Margarita, primero. [...................-ezco] ........................... ...........................] INFANTE: ¿Y yo, señor, no merezco a Porcia? REY: ¿Queréis reinar? INFANTE: (En envidia cruel me abraso. Aparte Van a descubrirle el caso). Todo fue disimular. REY: Yo os perdono. INFANTE: Eres deidad; eres mi rey soberano. REY: Duque serás de Casano y con Porcia os consolad. INFANTE: (Tan dulce fin no tenía Aparte pero obediente he de ser. Yo le supiera querer, pero no fue dicha mía). DOMINGO: ¿Y mis cien bueyes? PRÍNCIPE: Es ley. Ya una vez los prometí. DOMINGO: Dámelos y acabe aquí examinarse de rey.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002