ACTO TERCERO


Salen LEONOR y BEATRIZ
LEONOR: Yo te confieso que me vi a peligro de amar al forastero. BEATRIZ: ¿Ése es peligro? LEONOR: ¡Y con razón! Pues es el amor bueno semejante al de Dios, y el de los hombres es amor que se tiene a las criaturas; que al fin resultan de [él] celos, cuidados, deshonras, inquietud y breves gustos. BEATRIZ: Ya sale mi señor.
Sale MARCELO
MARCELO: Hija y consuelo, en los trágicos casos de esta vida, ya te he dicho otra vez, aunque inclinada a ser monja, que importa que te cases, y más, faltando hoy de aqueste siglo tu inobediente y desastrada hermana. A don Sancho esperamos cada día, con quien traté por cartas desposarla. Tu habrás de sucederla en el marido pues la sucedes en la noble casa. Don Sancho es caballero rico y noble y dicen que es discreto y de buen talle. LEONOR: Siempre te obedecí. Lo mismo digo, y pienso que don Sancho vendrá presto. MARCELO: ¿Quién lo dijo? LEONOR: Sospecha es ésta mía. BEATRIZ: Ya viene la villana compañía.
Suenan cajas, sale[n SANCHO y] el alarde de los labradores, sacan presos a don DIEGO y DOMINGO
SANCHO: Ya que a la sierra por ladrones fuimos y en ella no prendimos los ladrones, porque el miedo los hizo fugitivos, aquí traigo, señor, al homicida de la bella Lisarda, cuyo caso en el camino supe. Haz de él justicia, o remítelo al rey. Tu injuria venga aunque don Diego se ha fingido loco que es, a veces, su fin tenerse en poco. MARCELO: Como el ave torna al nido, el mozo al primer amor, y el agua al mar desabrido, así vuelve el ofensor a manos del ofendido. Delante los homicidas vierten sangre las heridas, y esto me sucede a mí si estoy delante de ti; que me has quitado dos vidas. Mis hijos son otro yo, y así agora que me viste la sangre me reventó, porque el homicida fuiste que dos veces me mató. Dame, falso, mi hija agora. LEONOR: Ingrato, dame a mi hermana. BEATRIZ: Traidor, dame a mi señora. DIEGO: Dame tu mano tirana la mujer que mi alma adora. Dime, ¿qué Herodes judío, qué Virginio, qué Darío, qué Manlio y Bruto romano, cuáles con su propia mano hicieron tal desvarío? Tú eres tu propio enemigo, tú propio le diste muerte por no casarla conmigo porque el cielo quiso hacerte ministro de tu castigo. MARCELO: Loco se nos finge ya. Así librarte no intente; pero es verdad. Claro está; porque es loco el delincuente que a las prisiones se va. Pues Dios Fortuna esta rueda para que yo vengar pueda mis hijos, tu fin es cierto, no por vengar los que has muerto mas por guardar la que queda; que tu condición tirana por mi mal he penetrado. Así volverás mañana y si ahora vas perdonado, matarás a la otra hermana. DIEGO: Antes, crüel, es más cierto que si un noble la desea, tú por quebrar el concierto la matarás en tu aldea como a mi Lisarda has muerto. Viendo tu sangre vertida, no imitó tu alma perdida al pelícano, que el pecho sangra y le deja deshecho por dar a sus hijos vida. Tú, fiera, ¡que el cielo dome! Atropos del tiempo estambre, deja que venganza tome. Eres buho que con hambre sus mismo hijos se come. LEONOR: ¡En qué locura que ha dado! MARCELO: ¿Veis cómo ha disimulado? No te librarán embustes. DOMINGO: Aunque por mí te disgustes, tú propio me lo has contado. Tú la mataste. MARCELO: ¿Otro loco? Enciérrense en esa torre mientras la justicia invoco del rey. DOMINGO: Si Dios no socorre, vivirá Domingo poco. ¿Quién me metió a mí en hablar? LEONOR: ¿Cómo lo puedes negar con tus locuras prolijas, si traes puestas las sortijas de mi hermana? MARCELO: Eso es triunfar de su vida y sus despojos. ¡Ah, pensamientos villanos! Pues por darme más enojos con anillos en las manos me queréis sacar los ojos. Ya confirmo tu maldad. Ponedle en una cadena, que pienso que es caridad quitar una vida ajena de virtud. DIEGO: Llegad, llegad; que como perro rabioso os desharé entre los dientes. SANCHO: Loco se finge, furioso. MARCELO: Son embustes no accidentes. DOMINGO: Tú eres perro, yo soy oso. Defendámonos, señor. MARCELO: Si es cobarde el que es traidor, sabrás defenderte tarde que eres traidor y cobarde. DOMINGO: ¿Tal oigo? SANCHO: Es justo rigor. Asidle bien. DIEGO: ¡Ah, villanos! ¿Sabéis que soy quien merezco respeto de vuestras manos? MARCELO: Llevadlos. DOMINGO: Cuervo parezco combatido de milanos. ¡Mal hay tu necio amor! DIEGO: Dame a mi esposa, tirano. MARCELO: Dame a mi hija, traidor.
Métenlos dentro
SANCHO: Dame a besarte la mano por reverencia y favor. LEONOR: Yo la diera, mas no quiero que la mano y voluntad partas con el forastero. SANCHO: De un favor di la mitad, y tú se lo diste entero. LEONOR: Habla a mi padre, porque sepa quién eres. SANCHO: No quiero hasta examinar tu fe. LEONOR: ¿Qué temes? SANCHO: Al forastero. LEONOR: Tú te enojas y él se fue.
Vanse. Quedan LEONOR y MARCELO. Salen ARSINO, labrador, con LISARDA, herrada en el rostro, en hábito de esclavo y escrito en la cara, "Esclavo de Dios"
ARSINO: Tu crueldad ha sido rara. LISARDA: No quiero ser conocido. Estando así se repara un yerro que he cometido con los hierros de mi cara. Un vida errada y loca he vivido en edad poca, y tendré salud segura si al modo de calentura me sale el yerro a la boca. ARSINO: No es posible conocerte que tan crüel has estado, y te has herrado de suerte que el rostro has desfigurado como suele hacer la muerte. LISARDA: Llega pues. ARSINO: Tendré obediencia. LISARDA: (No me deis a conocer, Aparte mi Dios, y haré penitencia). ARSINO: En efecto vengo a ser el Judas de tu inocencia. Mi señor, tan pobre vengo de pleitar la hacienda de unos hijos que mantengo que me es forzoso que venda este esclavillo que tengo. Yo os lo venderé barato y os holgaréis del contrato; que aunque el hierro es excesivo ni es ladrón ni es fugitivo, que es humilde y de buen trato. LEONOR: El rostro tiene labrado de hierros, por vida mía, que el alma me ha lastimado. MARCELO: Algunas cosas haría que son dignas de este estado. ARSINO: No está así porque fue malo, mas porque malo no sea; que a un hombre de bien le igualo. LEONOR: Cómpralo, porque se vea sin esta cadena. MARCELO: Dalo con fïanzas, que es mejor. ARSINO: Me excusa de eso el valor. MARCELO: Pues, ¿en cuánto le darás? ARSINO: En treinta escudos, no más. MARCELO: ¿Qué es tu nombre? LISARDA: Pecador. MARCELO: Estimado en poco estás; poco, Pecador, valdrás. LISARDA: Si este precio valió un justo, siendo quien era, es injusto que un pecador valga más. MARCELO: El esclavillo es discreto. LEONOR: ¿Por qué te han herrado? Di. LISARDA: Por lo yerros que cometo. LEONOR: Luego, ¿mal has sido? LISARDA: Sí. LEONOR: ¿Y ya? LISARDA: No serlo prometo. LEONOR: ¿Qué seguridad tendrás? LISARDA: El mejorarme de dueño. LEONOR: ¿Hüiste? LISARDA: Una vez, no más. LEONOR: ¿Fuiste ladrón? LISARDA: No pequeño. LEONOR: ¿Has de serlo ya? LISARDA: Jamás. LEONOR: Humilde es; que su delito nos confiesa a ambos a dos. MARCELO: ¿Qué tiene en la cara escrito? LEONOR: Levanta. "Esclavo de Dios" MARCELO: Dueño tiene infinito. Don temor te compraré si eres de Dios. LISARDA: Lo seré si me compras. MARCELO: Luego, ¿has sido de otro? LISARDA: Quien libre ha vivido esclavo de Dios no fue. LEONOR: ¿Qué sabrás hacer? LISARDA: Sufrir, obedecer y callar. MARCELO: Tres partes son del vivir. BEATRIZ: ¿Sabrás traer agua? LISARDA: A faltar la haré a mis ojos salir. MARCELO: Mío el esclavillo es. ¿Qué haces? LISARDA: Besar tus pies. MARCELO: Levanta. LISARDA: Pasa por cima. LEONOR: Grande humildad. BEATRIZ: Me lastima. LEONOR: Pecador, veme después.
Vanse. Salen don GIL y los dos ESCLAVOS
GIL: En los márgenes de flores de estos arroyuelos claros que ceban grillo de cristal a los pies de robles altos me parece que esperemos que el sol sus ardientes rayos templa, bordando las nubes de arreboles nacarados. ESCLAVO 1: ¿Vienes cansado? GIL: Me cansan las acciones del pecado, no el gusto de cometerle; que en éste siento descanso. Tres labradores he muerto, dos mujeres he forzado, salteé diez pasajeros, y he aprendido dos encantos; soy discípulo en efecto de buen maestro, y esclavo de buen señor que a la vida me enseña caminos anchos. ESCLAVO 2: Gente pasa. GIL: Aunque el hurtar no es agora necesario, tiene fuerza la costumbre nacida de tantos actos.
Salen el PRÍNCIPE y don RODRIGO
PRÍNCIPE: En esas verdes alfombras que suelen servir de estrados a los rústicos pastores, pueden pacer los caballos mientras con curso ligero camina el sol al ocaso haciendo grandes las sombras. GIL: Mayor es vuestro cuidado. ¿Qué gente? PRÍNCIPE: De paz. GIL: ¿De dónde venís los dos caminando? PRÍNCIPE: ¿Qué os importa? GIL: Soy amigo de saber, y lo soy tanto que siendo ignorante libre, quiero saber siendo esclavo. PRÍNCIPE: Pues de aquesta mi jornada brevemente os diré el caso. En la ciudad de Coímbra vive un canónigo santo que es un vaso de elección como otro divino Pablo. Don Gil Núñez de Atoguía se llama, y aficionado a la grande relación de su vida y sus milagros quise venir de Lisboa sólo con este crïado a visitarle, y en esto fui devoto y desdichado; porque llegando a Coímbra, en lágrimas desatados, hallé los ojos del vulgo, porque era común el llanto, y es la causa que don Gil hoy ha sido arrebatado como fue el profeta Elías en otro encendido carro, o a estrechar su penitencia del mundo se ha retirado; que en efecto no parece. ¡Suceso adverso y extraño! Desconsolado me vuelvo a Lisboa, donde aguardo saber de él para cumplir esta devoción que traigo. GIL: Si a don Gil hablar pretendes, le hallarás hecho ermitaño de una vida extraordinaria entre esos altos peñascos. PRÍNCIPE: Deja que por esa nueva baje a besarte las manos; dime dónde, que en albricias esta cadena te mando. GIL: Es ajena. PRÍNCIPE: ¿Cómo? Es mía. GIL: Derechos son de este paso. No te espante, y oye atento los milagros de ese santo. Huye del favor del cielo perdiendo el bautismo sacro; roba a todos los que pasan y mata a muchos robados. Mujeres fuerza y desea juntamente. PRÍNCIPE: ¡Calla, falso! No ofendes su santidad. GIL: Pues con él estás hablando. No te engañes; que en el mundo es de fe que ha de haber santos; pero sólo Dios penetra los corazones humanos. Muchos derribó Fortuna: Pompeyo, César y Mario, Claudio, Marcelo, Tarquino, Mitrídates, Belisario. Otros levantó la misma: Ciro, Artaxerxes, Viriato, Dario, Scila, Tamorlán, Primislao y Cincinato. Unos bajan y otros suben de estados humildes y altos; lo mismo en los santos pasa si no están santificados. Unos tienen el principio gran virtud; mas un pecado los derriba; y otros son justos que al principio fueron malos. En Salomón y en Orígenes tenemos ejemplos raros. Ambos sabios y ambos justos y al fin idolatraron. De los otros son ejemplo Magdalena, Dimas, Pablo, y otros muchos. No te espantes de verme a mí derribado. Muchos milagros hicieron que después se condenaron, y otros grandes pecadores hicieron después milagros. Hasta morir no hay seguro en aqueste mundo estado porque sólo Dios conoce los que están predestinados. Un pecado llama a muchos, porque es cobarde, y en dando puerta al uno, está por tierra el edificio más alto. Perdí la gracia de Dios, Él me soltó de su mano, y al fin en aqueste monte prendo, robo, fuerzo y mato. De santo no quiero nombre. Publica este desengaño, y porque lo jures, deja la cadena y los caballos. PRÍNCIPE: ¿Es posible? ¿Éste es don Gil? RODRIGO: Señal da. PRÍNCIPE: ¡Qué extraño caso! Mira, don Gil. GIL: No prediques. PRÍNCIPE: Confuso estoy y turbado. GIL: Deje la cadena o muera, y váyanse paseando; que los caballos me importan. PRÍNCIPE: ¡Que es posible! GIL: Calla. PRÍNCIPE: Callo. Don Rodrigo, ¿éste es sueño? RODRIGO: Es prodigio extraordinario.
Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
GIL: Dices bien; que es prodigioso un pecador obstinado. Llevad los caballos luego entre estas peñas, y en tanto divertiré una tristeza en las flores de estos prados.
Vanse los ESCLAVOS, y sale ANGELIO que es el demonio
ANGELIO: No tengas melancolía. ¿Por qué con lágrimas bañas el rostro? ¿No soy tu dueño? ¿Qué te aflige? ¿Qué te falta? Buen amo soy; de dos mundos soy señor y Dios me llama grande príncipe en su iglesia; que así mi poder le iguala. Desde la región del fuego hasta la esfera del agua el corazón de la tierra mi mano pródiga abraza. Yo penetro con la vista las avarientas entrañas de la tierra, de tesoros y de hombres muertos preñada. Si acaso estas soledades melancolizan y cansan y te pide el apetito comunicar gentes varias, no te arrepientas, no lloren los ojos que me idolatran, y te llevaré a que mores en ciudad extraordinaria. Pintarla quiero, el pincel es mi lengua, mis palabras serán las varias colores y tus orejas la tabla. Pudiera, don Gil, pintarte la ciudad que fue mi patria de quien salí desterrado por siglos y edades largas. No te ofrezco esta ciudad; que para mí está muy alta. Ésta te ofrezco que tengo cual si fuera imaginada. La grandeza de París, de Zaragoza las casas, y las calles de Florencia con igualdad limpias y anchas, cielo y suelo de Madrid, vega y huertas de Granada, rica lonja de Sevilla, de Játiva fuentes claras, los jardines de Valencia, escuelas de Salamanca, y de Nápoles las vistas que alegran el gusto y alma, de Lisboa el ancho río que cuando el tributo paga al mar, parece que llega no tributo mas batalla, de Valladolid la rica las salidas porque agradan diversamente a los ojos, prado, campos, montes y agua, el gobierno de Venecia, de Moscovia las murallas, sólo faltarán los templos que hay en la corte romana. Aquí al modo de Castilla toros traerán de Jarama, y en caballos andaluces verás mil juegos de cañas. Los banquetes y saraos serán al uso de Italia, los torneos al de Flandes, los juegos al de Alemania, escaramuzas al uso de la nación africana, músicas de Portugal, gallardas justas de Francia, luchas, carreras al modo de la griega edad pasada, y en los públicos teatros verás comedias de España. Tendrán las damas que trates la habla de sevillanas, los rostros de granadinas, ingenios de toledana, los talles de aragonesas, los vestidos y las galas serán al uso moderno de la corte castellana. El pan te dará Sevilla, las ásperas Alpujarras la caza y fruta escogida, y los vinos Ribadavia, pescado Laredo y Adra, y si extranjero le quieres, vino te dará Calabria, peces Licia, fruta Lecia, pan Boecia, carne Arcadia, sabrosas aves Fenicia, bella miel la Transilvania. No te faltarán riquezas, oro te dará Dalmacia, brocado y telas Epiro, y Tiro púrpura y grana. A medida del deseo poder tengo y mano franca; no te pese de servirme ni te dé cuidado el alma. GIL: No quiero, dueño y maestro cuya ciencia al mundo espanta, repúblicas de Catón en la idea fabricadas. No quiero, no, la riquezas de que el mundo ofrece parias a soberbias majestades de la gente idolatradas; que entre relevados pinos que son rústicas guirnaldas de las ásperas cabezas de estas soberbias montañas, aprendo ciencias gustosas y a costa de los que pasan gozo diversos regalos con la vida alegre y ancha. Doncellas fuerzo, hombres mato, niego a Dios, huyo su gracia, y si el deleite me anima infiernos no me acobardan. Sólo quiero que me cumplas una liberal palabra, condición de la escritura en tu favor otorgada. Amo a Leonor, sufro y peno, viviendo con esperanzas que me convierten las horas en siglos y edades largas. ANGELIO: Como obligado me tienes, prevenido en eso estaba y a pesar de su virtud traigo a Leonor conquistada. De su casa la he traído; el monte pisan sus plantas, con quien están compitiendo limpia nieve y fina grana. Vuelve los ojos y mira el raro Fénix de Arabia y el encendido planeta que alumbra en la esfera cuarta. Reverencia su hermosura, esta imagen idolatra a cuyas aras es justo que sacrifiques el alma.
Sale LEONOR
Llega, habla, goza, gusta. ¿Qué tiemblas? ¿Qué te desmayas? Tuya es Leonor. No te admires. Goza, gusta, llega y habla. GIL: Hermoso dueño del mundo, que tienes tiranizadas las almas con tu hermosura, que ya da vida, ya mata, en hora dichosa vengas, huésped de nuestras montañas, prisión de los albedríos de cuantas miran tu cara. Parece que triste vienes a ser de estos montes alba, mensajera de ti misma que eres el sol que se aguarda. Muda estás, Leonor, responde si mis regalos te agradan, con ánimo generoso te mostraré manos francas. Ven conmigo a aquesta cueva. Será con tu gloria honrada. Dame la mano. (¿Es posible Aparte que he de gozar de esta dama?)
Vanse y queda ANGELIO
ANGELIO: Sale a la plaza el toro de Jarama como furia crüel de los infiernos; tiemblan los hombres porque son no eternos, cuál huye, cuál en alto se encarama; herido el toro en cólera se inflama, mármoles rompe como vidrios tiernos; hombres de bulto le echan a los cuernos y allí quiebra su furia, bufa y brama. Soberbia fiera soy. Nada perdono; tres partes derribé de las estrellas para que al coso de este mundo bajen. Heridas tengo y por vengarme de ellas, coger no puedo a Dios porque están en trono y me vengo en el hombre que es su imagen.
Sale don GIL abrazado con una muerte, cubierta con un manto
GIL: Quiero, divina Leonor, pues que merezco gozar de estos regalos de Amor, tener luz para juzgar de tus partes el valor. No es bien que tanta ventura se goce en la cueva oscura; aunque, a ser águila yo, viera los rayos que dio este sol de tu hermosura. ¡Dichoso yo que he gozado tal ángel! ¡Jesús! ¿Qué veo?
Descúbrela y luego se hunde
ANGELIO: ¡Cómo es propio del pecado parecerle al hombre feo, después que está ejecutado! GIL: Sombra infernal, visión fuerte, ¿a quién el alma perdida le pagan de aquesta suerte? ¡Gustos al fin de esta vida que todos paran en muerte! ¡Qué bien un sabio ha llamado la hermosura cosa incierta, flor del campo, bien prestado, tumba de huesos cubierta con un paños de brocado! ¿Yo no gocé a Leonor? ¿Qué es de su hermoso valor? Pero marchitóse luego porque es el pecado fuego y la hermosura una flor. Alma perdida, ¿qué sientes? Dios sólo a sus allegados da los bienes existentes, el mundo los da prestados pero el demonio aparentes. ¿No te espanta? ¿No te admira? ¿No te causa confusión? Contempla estos gustos, mira que no sólo breves son pero que son de mentira.
Habla desde adentro una voz
VOZ: ¡Hombre! ¡Ah, hombre pecador! Tu vida me da molestia. Muda la vida. GIL: Señor, ¿Hombre llamáis a una bestia? ¿Vida llamáis a un error? Voces en el aire oí. Sin duda es Dios con quien hablo. Libradme, Señor, de mí. Seré en buscaros un Pablo si Pedro en negaros fui. ANGELIO: Don Gil, ¿qué intentos son ésos? GIL: Hasme engañado. ANGELIO: No hay tal. GIL: Testigos son los sucesos pues que di un alma inmortal por unos pálidos huesos. Mujer fue la prometida, la que me diste es fingida, humo, sombra, nada, muerte. ANGELIO: ¿Y cuándo no es de esa suerte el regalo de esta vida? No tienen más existencia los gustos que el mundo ha dado; sólo está la diferencia que tú corriste al pecado el velo de la experiencia. Verdadero bien jamás dieron el mundo y abismo, y así engañado no estás pues que te di aquello mismo que doy siempre a los demás. En la mujer que más siente belleza y salud constante, hay seguro solamente de vida un pequeño instante y este instante es el presente. Siendo pues de esta manera, lo mismo podré decir que fue su gloria ligera un instante antes que muera u otro después de morir. Cautivo estás, la escritura tengo firme. Porque al cabo verás en la sepultura de qué señor fuiste esclavo, mira mi propia figura.
Vuélvese una tramoya, aparece un figura de demonio, y disparando cohetes y arcabuces se va ANGELIO
GIL: Santo Dios, con razón temo la pena de mi locura, pues siendo Tú, Dios Supremo, extremo de la hermosura, te dejé por otro extremo. Libre me vi, siendo tuyo; cautivo soy, siendo suyo. Y en la visión que mostró no sólo he visto que yo esclavo soy, pero cúyo. Ser tu igual ha pretendido y hoy, aunque está derribado, el mismo intento ha tenido; que es ya mortal su pecado porque no está arrepentido. Pero este aspecto mostró, porque si el alma temió, diga que es Dios en poder; y aunque le empiezo a temer, eso no lo diré yo. Su potestad negaré; que sólo de Ti la alcanza y yo, cuando Te dejé, nunca perdí la esperanza aunque he negado la fe. La caridad me faltó teniendo tal dueño yo. Mis obras son maliciosas pues hice todas las cosas que cuyo soy me mandó. Si eres, Señor, el ollero que la escritura nos dice, vaso tuyo fui primero, y aunque pedazos me hice, volver a tus manos quiero. Has de nuevo un vaso tuyo, que ya de este dueño huyo; porque es tan malo, y tan feo que me es fuerza, si le veo, que no diga que soy suyo. Justamente me recelo; que, estando libre en mí mismo, a Dios negué con mal celo, a la Virgen, al bautismo, fe, iglesia, santos y cielo. Intercesor no me queda. Dios airado me acobarda. ¿Quién hay que ampararme pueda? Sólo el ángel de mi guarda no he negado. Él interceda.
Pónese de rodillas
Ángeles, cuya hermosura no alcanzó humana criatura, vencer sabéis, rescatadme; de esta esclavitud sacadme; borrad aquella escritura.
Desaparece la visión, suenan trompetas, aparece una batalla arriba, entre un ángel y el demonio en sus tramoyas, y desaparecen
De alegres lágrimas llenos los ojos, el bien me halla, porque en los aires serenos se dan por mí otra batalla ángeles malos y buenos. Coro de criaturas bellas, vencer sabes, que no es sola esta vez la que atropellas el dragón que con la cola derribó tantas estrellas.
Sale un ÁNGEL o dos triunfando al son de la música, con un papel
ÁNGEL: Don Gil, vencimos los dos; tomas la cédula vos. GIL: Con ella mi dicha entablo, esclavo he sido del diablo pero ya lo soy de Dios. El alma alegre le adora, porque tanto la ha querido que habiendo sido traidor, dos veces la ha redimido; una en la cruz y otra agora. Comerme quiero el papel que al mismo infierno me iguala. Entre en este pecho infiel; que si no hay cosa tan mala bien estará dentro de él. Pues la suma omnipotencia del cielo, te ha rescatado, vive, Gil, con advertencia, pues asombró tu pecado, asombre tu penitencia.
Vanse. Salen LISARDA con su cadena y RISELO dándole empellones
RISELO: Baste ya la hipocresía. ¡Toda la noche rezando! Esclavo, estará buscando qué hurtar antes del día. En esta torre le encierro lo que de la noche queda porque hüirse no pueda. Rece y azótese el perro. Éntrese dentro; que así yo dormiré con sosiego. Requerir quiero a don Diego, aunque seguro está aquí. Como Marcelo me ha dado el esclavo y la prisión a mi cargo, es gran razón andar con este cuidado.
Vase RISELO
LISARDA: Estos golpes me alegraron. Dadme trabajos a priesa, mi Dios, pues sólo me pesa que a cinco mil no llegaron. De nadie soy conocida como el rostro me ha quemado el mucho sol que me ha dado en los montes, distraída, o pienso que estos defectos causa en mi rostro el pecado; que como el alma ha mudado mudó también los efectos!
Salen don DIEGO y DOMINGO con prisiones
DIEGO: ¿Si es de día? DOMINGO: ¿Si de mí entender eso procuras? En estas cuevas oscuras toda la vista perdí. En el Limbo estoy, ¡por Dios!, cual sin bautismo y pecado. DIEGO: Yo en un infierno abrasado. DOMINGO: Vecinos somos los dos.
Suena la cadena de LISARDA
¡Jesús! De alguna cadena fue aquel extraño rüido. DIEGO: ¿Qué será? DOMINGO: El alma habrá sido de Lisarda que anda en pena. Sin duda aquí la mataron, y como te amaba tanto se condenó. LISARDA: ¡Ay! DIEGO: ¡Qué espanto esos suspiros causaron! DOMINGO: Habla paso. Ten sosiego. LISARDA: ¡Ay, desdichada Lisarda! ¡Qué tribunal que te aguarda! ¡Qué mal hiciste, don Diego! DOMINGO: ¿Has escuchado? DIEGO: ¡Ella es! ¡Y de mí se queja! LISARDA: ¡Ay triste! ¿Por qué tanto mal me hiciste? Tú has de pagarlo después. DIEGO: Alto. Mi fin es llegado. Marcelo me ha de matar pues dice que he de pagar el haberla yo adorado. Temblando estoy. ¡Oh, quién fuera escolar conjurador! LISARDA: Sufre y calla, pecador antes que tu cuerpo muera. DIEGO: Domingo, ¿tan malo soy? ¿Tanto peco? DOMINGO: Sí, has pecado en haberme a mí enredado en las penas en que estoy. DIEGO: Éntrate al otro aposento donde estábamos los dos.
Suena la cadena de don DIEGO
LISARDA: ¡Qué extraño rumor, ay Dios! Presagios son de tormento. DIEGO: Hablarla quiero. Lisarda, mi inocencia me disculpa; que en tu mal no tuve culpa. LISARDA: Aquesta voz me acobarda. ¡Jesús! Don Diego parece. ¿Si es don Diego? DIEGO: Tu perdón espero en esta ocasión. LISARDA: Esta alma triste le ofrece. DIEGO: Tu padre ha sido crüel conmigo de aquesta suerte. LISARDA: Él, sin duda, le dio muerte por vengarse de mí y de él. DIEGO: Sin culpa estoy, pues podía llevarte a mi casa yo, y la ocasión me quitó don Gil Núñez de Atoguía. En la noche desdichada y última que me hablaste, en la cual dices quedaste engañada y deshonrada, me predicó de manera subiendo yo a tu balcón, que me trocó la intención. Fuime al fin. ¡Nunca me fuera! Mira lo que has menester, Lisarda, y dame lugar que me vaya a reposar. LISARDA: Presto nos podremos ver en la otra vida. DIEGO: ¿No oíste pronosticarme la muerte? Triste voy. DOMINGO: Yo voy de suerte que hiedo de puro triste.
Vanse los dos y queda LISARDA
LISARDA: Basta que estaba inocente don Diego, y fue desdichado, pues que la muerte le han dado por mi culpa solamente. Si suelen tanto, Señor, matar dolor y cuidado, máteme a mí del pecado el cuidado y el dolor. Hacedme que sienta tanto el haberos ofendido que en lágrimas derretido dé el corazón a mi llanto. Ciegue de mucho llorar, muera de mucho dolor.
Sale RISELO
RISELO: Ya es de día, Pecador, alto, al campo a trabajar. LISARDA: Vamos, compañero amado, digo a vos, amado hierro. RISELO: ¡Qué a espacio se mueve el perro! Vaya pues, harto ha llorado.
Vase LISARDA
¡Ah, don Diego de Meneses!
Salen don DIEGO y DOMINGO
DIEGO: ¿Quién me llama? RISELO: En este día morirás. DIEGO: Ya lo sabía antes que tú lo dijeses. RISELO: Está prevenido pues, que quiere vengar Marcelo sus dos hijos. DIEGO: Sabe el cielo que mi culpa de uno es y ya estaba perdonado. DOMINGO: Dios se lo perdone, amén. Diga, ¿morirá también un Domingo desdichado? RISELO: No un domingo; hoy sí, que es jueves, morirán ambos a dos. DOMINGO: ¡Malas nuevas te dé Dios; que en pago de aquéstas lleves!
Vanse. Salen el PRÍNCIPE y don RODRIGO
PRÍNCIPE: Enamorado vuelvo a aquesta aldea. No me aconsejes, don Rodrigo. RODRIGO: ¿Quieres obligarte a casar y dar cuidado a tu padre y el reino? PRÍNCIPE: Si es mi prima y la fama pregona sus virtudes, ¿qué mucho que con ella me despose? RODRIGO: Sin voluntad del rey, no es acertado. PRÍNCIPE: Secreto puede estar hasta su tiempo. RODRIGO: Marcelo es éste, ¿piensas descubrirte? PRÍNCIPE: Puede ser que de miedo de mi padre no se atreva a casarme con su hija, y así tengo elegido otro camino.
Sale MARCELO
El cielo os guarde, ilustre y generoso Marcelo. Aquesta carta de don Sancho el príncipe mirad. MARCELO: Seáis bienvenido. PRÍNCIPE: ¿Conocisteis la firma de su alteza? MARCELO: Muchas veces la vi. Lee la carta "Amigo y pariente: Don Sancho es el que lleva aquesta carta. Tratadle como a mí; que su persona estimo en mucho, y dadle vuestra hija y nunca os pesará del casamiento. El príncipe don Sancho." ¿Sois don Sancho de Portugal, señor? PRÍNCIPE: De ello estad cierto. (Su rey de Portugal soy, y don Sancho). Aparte Aquí estuve otra vez, y no he venido a hablaros hasta aquí. MARCELO: Fue grande agravio, y eslo también valeros de esta carta del príncipe, si estaba yo esperando por momentos serviros yo en mi casa donde casaros con Leonor espero ya que Lisarda, la mayor, es muerta. PRÍNCIPE: La historia supe ya. MARCELO: El traidor marido pretendo castigar, pues soy justicia en mi tierra y señor. PRÍNCIPE: Yo sé que el príncipe y el rey lo aprobarán. MARCELO: Entrad en casa. Descansaréis, señor, mientras prevengo a Leonor. PRÍNCIPE: Es el ángel que yo adoro.
Vanse el PRÍNCIPE y don RODRIGO
MARCELO: Bien manifiesta ser ilustre y noble y el príncipe nos honra con su carta. Hija Leonor, don Sancho es ya venido.
Salen LEONOR y BEATRIZ
Vista te tiene ya, porque encubierto ha estado. Ya me habló, y luego pretendo desposarte. Prevén lo necesario. LEONOR: Ya supe yo, señor, que era venido; verme sin duda disfrazado quiso. MARCELO: Ése es un acto de persona cuerda. Espera, le traeré porque le veas.
Vanse. Salen don SANCHO y FABIO. Queda LEONOR
SANCHO: Ya vengo, mi Leonor, determinado a que tu ilustre padre me conozca. LEONOR: Ya sabe como están en esta aldea y quiere desposarnos. SANCHO: Soy dichoso. LEONOR: Dime, ¿quién era aquél con quien la banda partiste? SANCHO: Es un truhán, un embustero, que fingiendo ser rey, príncipe o duque hace burlas. (El príncipe ha tornado. Aparte Celos me abrasan). LEONOR: ¿Cómo respetaste su persona? SANCHO: De miedo no hiciese algunas burlas o quién soy dijese.
Salen el PRÍNCIPE, MARCELO y don RODRIGO
MARCELO: Venga el tirano homicida de mis hijos, porque muera. Será vigilia su muerte de una alegre y grande fiesta. Misericordia y justicia tendré si de esta manera desposo una hija viva y venga una hija muerta. Tú, generoso don Sancho, que mis noblezas heredas, llega a conocer tu esposa si a estimar mi casa llegas. Habla a don Sancho, Leonor. Éste es el hombre que esperan mis ojos, para el descanso de esta edad cansada y vieja. PRÍNCIPE: Dadme, señora, las manos. SANCHO: (Amor, a muerte me ordenas). Aparte LEONOR: Pues, ¿también, como en los campos, te burlas en las aldeas? Ya he sabido tus engaños. Tus gracias conozco, llenas de mentiras y de enredos. PRÍNCIPE: ¿Qué dices, Leonor discreta? O estás necia o engañada. MARCELO: Habla a don Sancho. SANCHO: (Él intenta Aparte desposarse con Leonor. El cielo me dé paciencia). LEONOR: Señor, don Sancho es aquéste; que no es don Sancho el que piensas. SANCHO: Don Sancho de Portugal humilde los pies te besa. FABIO: (Triunfo ha salido de Sanchos Aparte y todos lo son de veras; mas del príncipe no sé qué fin en esto pretenda). PRÍNCIPE: Don Sancho de Portugal como a suegro te respeta. LEONOR: Mira que éste es un truhán que hacernos burlas desea. SANCHO: ¿Por qué me quieres quitar la gloria, el ser, la nobleza? Si es burla, basta, señor, si es amor, tu amor refrena. Ya sabes que te conozco y si te casas con ella no te casas con tu igual. A mí que lo soy, la deja. Mira, señor, que a adorarla me han forzado las estrellas. LEONOR: (Si es truhán, ¿cómo le habla Aparte con tan grande reverencia?) MARCELO: Confuso estoy, ¿qué es aquesto? PRÍNCIPE: No es posible bien la quieras si quieres quitarla a un reino. Yo la adoro. Ten paciencia.
Entra RISELO
RISELO: Señor, a la posta [vienen] a darte unas tristes nuevas. El rey, tu padre, murió y todo el reino te espera; que ya tu ausencia ha sabido y a buscarte agora entran para llevarte, señor. PRÍNCIPE: LLevarles pienso una reina. Marcelo, dame los brazos si no es que acaso los niegas porque encubrí mi persona. Tu rey soy. ¿Qué dudas? Llega. SANCHO: Yo soy, señor, el primero que ha de darte la obediencia. Perdona que amor y celos hicieron errar mi lengua. MARCELO: Mi príncipe y mi señor, no te espante que no crea mi ventura. PRÍNCIPE: Vuestro yerno pienso ser. MARCELO: Gran dicha es ésta. Honrar quieres esta casa. Sea muy en hora buena. Hija obediente y dichosa, dale la mano a su alteza. LEONOR: Si una hija desdichada te dio el cielo, es bien que tengas otra dichosa.
Dale la mano LEONOR al PRÍNCIPE
MARCELO: En ti he visto mi bendición manifiesta. RISELO: Aquí está don Diego. PRÍNCIPE: Es justo que pague tantas ofensas, que a no ser propias y graves perdonárselas pudiera.
Salen don GIL con un saco de penitencia, una soga a la garganta y don DIEGO y DOMINGO
GIL: Príncipe de Portugal, que dichoso reino heredas por muerte del rey Alfonso tu padre que en gloria sea, Marcelo noble y Leonor que virtudes te hacen reina, dadle esta muerte a don Gil. No es bien que don Diego muera. A vuestra casa y al cielo ofendí como una bestia sin razón; que de este nombre es digno el hombre que peca. El más grave pecador que ha conocido la tierra he sido, pero confío en Dios y en mi penitencia. Esclavo fui del demonio a quien serví en esas sierras haciendo torpes delitos, forzando muchas doncellas. Soberbio fui, soy humilde, y con esta diferencia soy tan pequeño que el cielo sus secretos me revela. Lisarda fue inobediente; mas ya es tanta su obediencia que es esclava de su padre y Dios la tiene encubierta. Su dolor ha sido tanto que hoy de dolor quedó muerta llorando la grave culpa de quien merezco la pena. La causa fui de su daño, no es don Diego como piensan; que como digo ha vivido entre estos montes y peñas. Perdonada está de Dios. Su dolor la tiene absuelta. María la pecadora la llamad, tal nombre tenga. Elevado está su cuerpo en las murtas de esa huerta. De la penitencia santa, el alma a los cielos vuela, y avergonzada la mía públicamente confiesa sus culpas, que Dios me manda me acuse en público de ellas. Y ya de Domingo santo blanca saya y capa negra me está esperando; que quiero que asombre mi penitencia. A voces diré mis culpas y en la religión primera de España quiero que el mundo trocada mi vida vea.
Vase don GIL
PRÍNCIPE: Don Gil, escucha, detente, aguarda don Gil, espera... ¡Caso extraño! LEONOR: Estoy confusa. MARCELO: ¿Si está mi Lisarda muerta?
Descúbrese LISARDA con música, muerta, de rodillas con un Cristo y una calavera, en un jardín
Verdad dijo, ¡santos cielos! Más hermosa y más perfecta está que en vida. LEONOR: Y no tiene los clavos y las cadenas. MARCELO: Mi maldición te alcanzó; mas, si Dios así te trueca, maldición dichosa ha sido. Viva don Diego y no muera. DOMINGO: Hoy hago cuenta que nazco con todas mis barbas negras. DIEGO: Merecen estos sucesos una admiración eterna. PRÍNCIPE: Dése a Lisarda sepulcro y vaya la nueva reina a su corte, dando fin a esta historia verdadera.
Cubren a LISARDA o llévanla en hombros. Vanse todos

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 28 Jun 2002