ACTO SEGUNDO


Salen BARAC y DÉBORA
BARAC: Aquí, Débora, he traído, entre confusos crïados, diez mil valerosos soldados, que son lo que me has pedido. El tribu de Zabulón y de Neftalí ofrecieron las vidas, que así admitieron alegres tu petición. Todos vienen animosos. Sólo yo cobarde vengo, y no porque dudas tengo en los hechos milagrosos de nuestro Dios de Israel; pero, si al temor me ajusto, es por no verme tan justo que espere milagros de Él. ¿Qué Moisés has escogido que le habla cara a cara, que a las peñas con su vara rompió el pecho endurecido, que en el Sinaí el Horeb le pueda ver amoroso? ¿Qué Josüé valeroso? ¿Qué virtüoso Caleb? Sino un hombre pecador, de servirle tan ajeno que sólo ha tenido bueno el tener este temor. DÉBORA: Barac, aunque así te humillas miro, como Dios discreto, que en el humilde sujeto muestra Dios sus maravillas. El humilde le agradó, y por Él fue levantado, y cuando más confïado el soberbio derribó. [Tú mismo te levantaste] por la humildad que has tenido. Justo a su pecho has venido; ya la victoria alcanzaste. No deseará de ti propio gozar la victoria, pues vences la vanagloria de verte ensalzado así. De aquí es justo que se vea, después de tiempos tan largos que Dios nunca da los cargos al hombre que los desea. Moisés bien supo temer cuando con Dios se excusaba, pues por su lengua dudaba poderle nadie entender; y así los reyes debían honrar al que no pretende. Mucho más, pues, de Él se entiende; que ambiciones no porfían. Esto basta y no te vea más, Barac, desconfïado. BARAC: Un pecho, por ti animado, bien es que sus dichas crea. Por ti destierro el temor. Mira, divina Belona, esa gente que corona estas cumbres del Tabor. Aunque pocos, bien armados, en sus puntas eminentes parecen las armas fuentes con los cristales helados, de cuyos blancos rebaños o con fuerza juveniles, duros peñascos movibles haciendo a la vista engaños. DÉBORA: Ésos a la multitud de Sísara vencerán. BARAC: Seguros, Débora están de tu industria y tu virtud. DÉBORA: ¿Quién viene? BARAC: Abdías, amigo, ¿de dónde vienes?
Sale ABDÍAS
ABDÍAS: A ser del más soberbio poder,. Barac, ilustre, testigo. Salí como me mandaste a ver con el manto oscuro de la noche, de Haroset los inexpugnables muros. No pude llegar a verlos porque apenas el sol rubio daba resplandor al alba, sólo con bostezos suyos, cuando llegando a Cisón vide sus cristales turbios de los caballos que vienen, espumas entre los juncos. Detuve el ligero paso, no medroso mas confuso, haciendo como prudente prevenciones y discursos. Salió el padre de los días por diamantes y carbunclos para dorar pabellones adonde flores produjo. Enseñóme con sus rayos la multitud y discurso de los contrarios, por quien nuestra perdición anuncio. Del mar las arenas rojas entre corales y lucios, que de lágrimas del alba cuajan aljófar oculto, las hojas de aquesta selva a quien viste de oro julio, mayo de verde y octubre deja sus troncos desnudos, las flores de aqueste campo que se igualen dificulto al número de la gente de este capitán robusto. La multitud es tan grande que si contarlos presumo, átomos le cuento al sol y gotas de agua al diluvio. Filisteos arrogantes parecen montes robustos de carne y hueso. Sus lanzas son cedros altos y duros Madianitas y Amorreos. Si arrojar pretenden juntos, sus flechas dejan al sol cuando no eclipsado, oscuro. Los carros falcados son novecientos. Ved qué surcos harán entre los hebreos para el cananeo triunfo. Cebadas vienen las ruedas de espadas cuyos agudos filos [a] las peñas parten. ¿Qué acero estará seguro? Perdón os pido, jüeces, animosos como justos, si con dudar la victoria vuestros créditos injurio. [Yo] no intento pervertir vuestro intento. Si procuro que nuestras cervices vuelvan a sufrir de nuevo al yugo yo he de morir [el] primero; que de esta manera cumplo con la obligación que tengo; que una vida paga mucho. ¡Buscad las divinas fuerzas! ¡Acudid al sacro oculto! ¡Sacrificad blancos toros! ¡Suban voces entre el humo al trono del Dios de Isaac! Que con su favor no dudo que vuestra fama se alargue felices y largos lustros. DÉBORA: Parece que está turbado. BARAC: No es el pálido color cierto señal de temor, sino de enojo y cuidado. DÉBORA: Ése te importa tener para empresa tan altiva. ABDÍAS: E infinitos años viva tan invencible mujer. DÉBORA: Ya que en el Tabor nos vemos de enemigos rodeados, bien es que a nuestros soldados el bastimento busquemos. Yo me he de apartar de ti, Barac, por algunos días. BARAC: ¿No bastara si tú envías a buscarle desde aquí? ¿Por qué me quieres dejar? DÉBORA: Hablar yo misma deseo, porque es fuerza, a Ever Fineo; que de él pretendo alcanzar el socorro conveniente, pues que sus blancos ganados cubren de Judá los prados. BARAC: Mucho siento el verte ausente. DÉBORA: Tiene hechas con Jabín parias; que las rompa espero, que deje el lugar primero y ocupe el valle Senín que es a la guerra importante. BARAC: Y en mí lo es obedecerte; mas no es bien que de esta suerte, mientras tú no estás delante, esté ocioso y retirado sin dar muestras de valor. Bajar quiero del Tabor encubierto y disfrazado. Por mis ojos he de ver el contrario altivo y fiero; que quiero contar primero los que tengo de vencer. DÉBORA: Mucho me agradan tus bríos. BARAC: Si los gobierna un león, tigres las ovejas son. Tuyos son, que no son míos. DÉBORA: Seguro puedes partir, pues el cielo te defiende de cualquier peligro. Entiende que con honra has de salir. No te acobarde el poder del contrario, ni el hallarte a tu parecer en parte donde es fuerza el perecer. De todo victoria alcanza quien a Dios lleva por guía. BARAC: ¿Quién miedo tener podría con tan segura esperanza? Tú, Abdías, rige la gente, pues que quedas esta vez por capitán y jüez en tanto que estoy ausente. DÉBORA: Del monte la cumbre altiva corone; que así estará más seguro y gozará de la plata fugitiva de las fuentes del Tabor. ABDÍAS: En todo he de obedeceros; que presto imagino veros, con fuerza y poder mayor, tener sujeto a Canaán. BARAC: Tus brazos, Débora, pido. DÉBORA: De la vida me despido. Guárdete el Dios de Abrahán, Dios de ejércitos, Dios santo. No pruebes más mi paciencia. BARAC: ¡Que ya celebran tu ausencia las corrientes de mi llanto!
Vanse y salen SÍSARA, el REY Jabín y su hermana, SOFONISA
SÍSARA: Tanta merced y favor, ¿cómo la puedo pagar con una vida, señor? REY: Bien la merece gozar quien tiene tanto valor. SOFONISA: En tus pies pongo mi boca por la parte que me toca de la merced que le has hecho. REY: Quien tiene parte en mi pecho sin causa mi amor apoca. ¡Qué mucho que ven haber, el que defiende mi estado tan enseñado a vencer que a la Fortuna he quitado ya su mudanza, el poder! Que las veces que ha salido con mi ejército, vencido por los triunfos que alcanzó, no pregunten si venció sino sólo si ha [venido]. SÍSARA: ¿Qué te puedo responder a un favor tan soberano? Pero debes de querer pagarte a ti de tu mano pues de ella alcanzó el poder. ¿Quién celebra la corriente de un arroyo que la fuente no alabe de quien manó? El ser que tengo nació de tu valor excelente. Tuyas han de ser las glorias de mis hechos, pues han sido en tu nombre mis victorias porque al pesar del olvido duren en sacras historias. REY: Después de venirte a ver, Sísara, quiero saber, ¿cómo el amor se reparte entre Venus y entre Marte, con la guerra y la mujer? ¿Qué ratos alcanza Amor entre las armas desnudo? Porque el bélico furor nunca asegurarle pudo entre el temer ni el temor? SÍSARA: Antes en mi pecho cría esta belleza tan mía más aliento en la ocasión Amor, y la valentía que es la fuerza del blasón. Vivo alegre de esta suerte con el bien que el alma estima, y es fuerza que en todo acierte que la posesión anima si la esperanza divierte. REY: De tu valor no he dudado; mas pienso que has acertado. Que quedes sólo a vencer; que dudo que pueda ser si no amante, buen soldado. Ve y castiga los hebreos que en las cumbres del Tabor han de aumentar tus trofeos, pues con la paz y el amor multiplican los deseos. Hoy mi hermana he de llevar. SOFONISA: ¡Ay, si podréme quejar del agravio que me hiciste! Pues pienso que el bien me diste por volvérmele a quitar. En marciales ocasiones, Sísara, es bien que se vea conmigo entre tus pendones. Verás que por dos pelea, pues lleva dos corazones. SÍSARA: Mal contigo te aconsejas si solicitas mis quejas, ¿cómo tengo de poder a los hebreos vencer pues que sin alma me dejas? Si así mi paciencia pruebas, ten, señor, por cosa llana que la victoria te niegas; que en mí dejas a tu hermana y en ella a Sisara llevas. SOFONISA: Mira... REY: No hay que replicar. Conmigo te he de llevar; que si de ti se destierra, dará más prisa a la guerra para volverte a gozar. Desvelado le han de ver los que le llaman soldado; que el que es fino lo ha de ser; ni ha de dormir sin cuidado ni de espacio ha de comer. Ésta es mi resolución; que la harás con razón que de gusto le limito y de su lado te quito. Doy a tu imaginación... SÍSARA: ¡Por los dioses! Que he de ser rayo que en las peñas arda. ¿Qué daño puedes temer? ¿Un caduco te acobarda y una ignorante mujer? ¡Que así mis gustos impidas y del alma me dividas! Pésame en esta ocasión, que es poca satisfacción de mi enojo diez mil vidas. Ya Samaria y Palestina, Judá, en el monte y llano, teman su fatal rüina; que Júpiter en mi daño sus vivos rayos fulmina. REY: Si con mi hermana quedaras, menos tu valor mostraras. SÍSARA: Tú mi razón acreditas. Con el gusto que me quitas a todos los desamparas. SOFONISA: Yo, triste y enternecida, a los dioses pediré tu victoria con tu vida; que ella te muestre mi fe en ausencia tan temida. REY: Ven, que la partida ordena. SOFONISA: La esperanza el llanto enfrena. REY: Mañana partir podremos. Entra en mi tienda. SÍSARA: ¡Qué extremos de furia, de amor y pena! ¡Capitán!
Sale un CAPITÁN
CAPITÁN: Señor, [¿qué haré?] SÍSARA: Prevenid al campo altivo; que mañana romperé ese cristal fugitivo a donde el valor se ve. Vayan los carros falcados con sesenta mil soldados, y entre escuadras de amorreos, los gigantes filisteos, despojos de acero armados; que yo en mi carro triunfal, hecho otro Marte iracundo, daré evidente señal que es poco abrasar el mundo por venganza de mi mal. CAPITÁN: Ya al campo partir querría. SÍSARA: La mucha melancolía siempre trae consigo sueño. La memoria de mi dueño divertir en él querría. Dadme una silla.
Sacan dos soldados a BARAC
SOLDADO 1: ¿Qué hacéis? BARAC: ¿Todavía porfïáis? ¿Dónde llevarme queréis? SOLDADO 2: La sospecha que nos dais es justo que aseguréis. SÍSARA: ¿Qué es esto? SOLDADO 1: Este labrador es israelita, señor, y aunque con leña venía, se presume que es espía. SÍSARA: Más me enoja ese temor. ¿Qué espía? ¿Cómo o de quién? ¿De cuatro esclavos hebreos, que es fuerza por lo que ven, que de sus vanos deseos arrepentidos estén? Dejad al pobre villano. Vengarme en él es en vano cuando Barac me ha ofendido si no es que de mí lo he sido. BARAC: Que soy espía es llano. SÍSARA: ¿Qué importara que lo fueras? Antes, en parte, me holgara porque a ese hebreo dijeras la multitud sola y rara que agota aquestas riberas. Pienso que será mujer. Vuelve y dile la verdad: el poder con que le sigo; que antes de verse conmigo se morirá de temor. Haced que la gente vea y dejadme sosegar. CAPITÁN: Esas riberas rodea. BARAC: ¿De qué me puede importar? Sólo serviros desea mi afición. Dejadme aquí ver esta tienda que así opuesta al sol resplandece. CAPITÁN: Bárbaro o simple parece. [Vamos].
Vanse [los SOLDADOS y duérmese SÍSARA
BARAC: El temor perdí. Sólo con él me quedo y gozo francamente la salida. ¡Oh, asombro, espanto y miedo del pueblo de Israel, hoy con tu vida su libertad restauro y alcanzo sin peligro eterno lauro! Dormido tengo al fiero que al [pueblo] de Judá tiene oprimido, y aunque humilde cordero, con las divinas fuerzas atrevido, por la rubia que deja la Ocasión, que la goce me aconseja. Pon fuerza, aliento y brío, Dios de Abrahán, en mi animosa mano. En tu valor confío. A sueño eterno pase este tirano del que agora le ha dado. Parece que en la tierra estoy clavado. Mover los pies no puedo. ¿Cómo, si el corazón está animoso, las plantas muestran miedo? ¡Raro prodigio! ¡Efecto milagroso! SÍSARA: ¡Notable alevosía! BARAC: ¡Por el Dios de Jacob, que no dormía! SÍSARA: ¿Qué intentas? ¿Qué procuras? BARAC: Sólo para hüir estoy ligero. ¡Extrañas desventuras! SÍSARA: ¡Detente, aguarda! BARAC: Ya la muerte espero. SÍSARA: ¡Traición, traición! BARAC: ¡Ay, cielos! ¡De plomo son los pies, las manos hielos!
Salen SOFONISA, hermana del rey, un CAPITÁN y SOLDADOS
SOFONISA: A la voz de mi esposo acudo temerosa y afligida, y el amor es forzoso. BARAC: Con tal engaño me quitan la vida. SÍSARA; Ten mi guarda. SOFONISA: ¿Qué tienes? ¿Desprecios por abrazos me previenes? SOLDADO 1: Hombre, ¿qué has hecho? Tente. BARAC: Sujeto me tenéis a mi fortuna. SÍSARA: ¿Qué sol en el oriente, a quien el alba le sirvió de cuna, salió con más belleza con rayos que alumbrasen mi tristeza? CAPITÁN: Si ha sido este villano causa de este alboroto... SÍSARA: ¿Vienes ciego? ¿Vióse temor tan vano? ¿No te he dicho que no? Déjale luego. BARAC: (¿Qué es esto, cielo santo? Aparte Pues, ¡cómo si me oyó, me sufre tanto?) SOFONISA: ¿Qué ha sido, esposo mío, la causa de tus voces dolorosas? Tu valor y tu brío no se alteran [ya] por pequeñas cosas. Llega, llega a mis brazos. SÍSARA: Vida me pueden dar tales abrazos. El dolor, la tristeza de ver que el rey te aparta de mis ojos rindió mi fortaleza entregándole al sueño mis despojos; mas en dicha pequeña, no descansa quien duerme pues que sueña. Soñé que se hundía el carro en que yo salgo a las batallas y en un prado me veía, lleno de hermosas flores que al pisallas viva sangre corrían, púrpura humana a un valle prometían. En esto, del oriente, una mujer salía, de luz vestida, coronada la frente con rosas de Gadí, y repartida sobre los hombros bellos la máquina gentil de sus cabellos. El cándido vestido al nardo pudo dar sacros olores, tan vistoso y lucido que daba lustre [ya] a las secas flores, y en su rostro perfeto un hermoso pensil venció al Himeto. Ésta, pues, cifra bella del iris celestial que paz anuncia me habló. Llegué con ella donde sentado entre la grama y juncia como en jardín Hibleo leche manó la tierra a mi deseo. Con la dulce acogida, sin sentido quedé sobre la grama. La mujer advertida, sin temor de mis fuerzas y mi fama, con fatales desdenes, con un clavo crüel pasó mis sienes. Por eso voces daba. BARAC: (Agora me acordé, Débora mía, Aparte aunque dudoso estaba de tu divina y cierta profecía. Pues, una mujer fuerte dice que a este crüel dará la muerte. Por eso yo no pude mover los pies). SOFONISA: Pues, [mi] querido dueño, ¿es posible que dude tu discreción en qué te dice el sueño? Que es cierta tu victoria. SÍSARA: Da la interpretación pena a mi gloria. SOFONISA: Ven las flores teñidas en sangre. [Muestra] que dará tu acero Israel tantas vidas que el sol, donde esmeraldas vio primero, mire rojos rubíes juntando al clavel los alhelíes. La mujer que a la luna excedió en el candor tan milagrosa es la diosa Fortuna que favorable se te muestra hermosa de estrellas circundida, alba su rostro si del sol vestida. El clavo significa que has de ponerle en su mudable rueda para que estable y rica goces la vida que a su cargo queda. Y el ponerle en tus sienes señal es de laurel que te previenes. SÍSARA: Profetisa discreta, dame los brazos. Largos años vivas. BARAC: (De otra suerte interpreta Aparte mi esperanza el suceso). SÍSARA: Ya me privas de dudas y recelos. BARAC: (Ya espero la victoria de los cielos). Aparte CAPITÁN: A los dos espera su majestad. SOLDADO 1: ¿Qué esperas hoy, villano? Ya no veros quisiera. BARAC: Aunque vivo le dejo, no es en vano la venida que he hecho. SÍSARA: Llévate el rey, y quedas en mi pecho. BARAC: Yo volveré otro día. El cielo os guarde. SÍSARA: ¿Ha visto ya la gente el labrador? BARAC: Podía, pero el veros me basta solamente. SÍSARA: Di a Barac que se guarde; que le fuera mejor nacer cobarde.
Vanse todos. Salen FINEO y SIMANEO
SIMANEO: Yo pienso que vos y yo tenemos un mismo mal. FINEO: ¿Cómo en pena tan mortal? ¿Cuándo descanso se halló? No sé qué tengo de hacer. SIMANEO: Acabaos de contentar. Ello es que habéis de dejar o la ley o la mujer. Con requiebros solamente consoláis vuestra afición, amante camaleón que del aire se sustente. Dicen que un hombre tenía por pena, en su ardiente fragua, tener a la boca el agua y sediento no bebía. Lo mismo venís a hacer, y lo peor es, por Dios, ni acabar de beber vos ni dejarse a mí beber. FINEO: Aunque adoro esta belleza, ¿no me ha de dar pesadumbre el ver que [al] mudar costumbre mudó la naturaleza? Contemplo la libertad de la ley en que he nacido, y en la escrita he conocido cansada dificultad. Preceptos y mandamientos tantos, mal los guardará quien con libres pasos va solicitando contentos. SIMANEO: Sabéis que me ha parecido aunque más me lo neguéis, que ya en el amor tenéis esperezos de marido. FINEO: Nunca quien ama de veras repara en dificultades. SIMANEO: Mis amorosas verdades aseguran tus quimeras. Dicen que a una imagen fría, que suspenso la miraba y tan elevada estaba, que requiebros le decía. Vos sois a este necio igual. Amáis a una piedra dura; que es Jael por la blancura de mármol y aun de cristal. FINEO: Tu amor, ¿en quién se emplea? SIMANEO: Aunque [ella] es conmigo franca, Tamar no es negra ni blanca. Es mujer de taracea. Tal cual es, yo estoy perdido por ella sin caminar. Por lo que tiene de amar, su mismo norte he seguido; mas es moza carrasqueña.
Salen TAMAR y JAEL
TAMAR: Aquí está. JAEL: (Triste le veo. Aparte Si darle gusto deseo, dificultades me enseña la ley que guardo). Señor, ¿Qué tenéis, quién os disgusta? Mirad que no hay causa justa pues [que es] tan grande mi amor. ¿Vos triste, vos enojado, cuando, llegándoos a hablar, soléis conmigo mostrar rostro ni semblante airado? ¿Vos sois el firme amador? Sospechas me dais así que habéis visto falta en mí o hay desmayo en vuestro amor. FINEO: ¿Falta en vos, esposa mía? Cuando en vos la imaginara los rayos al sol quitara, piadoso padre del día. No es más limpio el cristal frío de esta fuente que desata cintas de quebrada plata, dando perlas por rocío. Vuestra belleza ha de dar nueva causa a mi locura. ¿Qué importa ver la ventura si no la puedo gozar? De esto nace mi tristeza. JAEL: Si vos la culpa tenéis, no es justo que me culpéis. SIMANEO: [Aquí] mi sermón empieza. TAMAR: Conténtate. Escucho, di. SIMANEO: Cuando para no perderme, ha de dejar de traerme... TAMAR: ¿Cómo? SIMANEO: ...de aquí para allí, ¡voto al sol!, que es una... TAMAR: ¡Tente! SIMANEO: ¿Cómo? ¡Que es una y aun dos! [Me parece] que es, por Dios, tener miedo a aquesta gente. Si no, andar al morro luego para ésta. Si no me dais la mano [porque pensáis] que soy bobo... TAMAR: Vienes ciego. JAEL: Fineo, más bien podía yo quejarme del amor que tenéis, pues es error que no sigáis la ley mía. Pero quieres y no alcanzas la luz que dándote estoy, pues con ella tuya soy y alargas las esperanzas. Pudiera haber presumido de las dudas en que estás, que por burlarme no más las finezas has fingido; mas pienso que no es razón. Porque mi valor aumente que el nombre de esposo afrente ni aun con la imaginación, tu misma tristeza heredo. Vete agora. FINEO: Para dar al pensamiento lugar me voy y contigo quedo. A verte vendré después.
Vase FINEO
SIMANEO: También yo volveré a vella. TAMAR: Váyase ya. SIMANEO: Quédese ella. TAMAR: ¿Que al fin se va? SIMANEO: ¡Con los pies!
Vase SIMANEO
TAMAR: ¿Qué dices de esto, señora? JAEL: Que en parte corrida estoy, pues cuando el alma le doy, las leyes de Amor ignora. TAMAR: ¿No puedes ser su mujer aunque de tu ley no sea? ¿Aunque el alma lo desea? JAEL: De nuevo le quiero ver; aquí tengo la escritura sagrada. Déjame sola. TAMAR: Así tu amor se acrisola si la posesión procura. JAEL: En el Deuteronomio, [yo] deseo, Dios de Abrahán, si puedo sin ofensa de tu divina ley, dar recompensa a Ever de [la] afición en justo empleo. Agradecida estoy a Ever Fineo; mas no se agravie tu deidad inmensa, pues para tu justicia no hay defensa; temo tu enojo y tu justicia [leo]. Tu, gran legislador Moisés divino, que a Dios hablaste con serena cara, muéstrame de estas dudas el camino. Milagros muestra tu divina vara; que [al] abrir una peña no imagino que iguale a una duda que [se] declara.
Salen DÉBORA y RUBÉN
RUBÉN: Aquí en esta tienda vive Jael, que espera casarse con Fineo, y él la adora. DÉBORA: Ella quiero que le hable pues hará cuanto le pida. A solas quiero dejarte. RUBÉN: Adiós, pues. DÉBORA: Guárdete el cielo. (Divertida está, que hace, Aparte tendido el rubio cabello, afrenta al oro que nace fomentado de los rayos del sol, generoso padre). JAEL: Gozo en el alma [yo] siento. ¿Quién está aquí? DÉBORA: Dios te salve, Jael, y bendita seas entre las mujeres. Halles gracia en los ojos de Dios. Tu casa todos alaben; el Señor sea contigo. JAEL: No sé qué respuesta darle. DÉBORA: No temas, Jael hermosa, el clavel teñido en sangre vuelve a las rojas mejillas, su púrpura ostente amable; a los labios los rubíes, afrenta de los granates, los jazmines a la frente que copas de nieve agravien. ¡Oh, tú, felice mujer, adorada de tu amante, que con un cabello tuyo le prendiste y cautivaste, Débora soy, profetisa, que suele comunicarme el espíritu de Dios secretos [ejecutables]. Rijo el pueblo de Israel con Barac, tan digno Atlante de este peso, que en sus hombros puede el cielo sustentarse. Ever, tu querido esposo, con Jabín ha hecho paces, debiendo al pueblo de Dios obligaciones más graves. Bien sabes el cautiverio de nuestro pueblo, y bien sabes que Sísara por Jabín nos amenaza arrogante. Diez mil soldados tenemos en el Tabor que no salen por falta de bastimentos a ver del Cisón la margen. En estas floridas vegas, en los montes y en los valles ya sus caballos soberbios cristal beben, juncio pacen. Pídele que nos socorra y a Senín sus tiendas pase para que del enemigo felice triunfo se alcance. Jael, a tu pueblo debes este favor. No te espante el temor de que Fineo no obedezca lo que mandes. Serás el remedio nuestro en tantas adversidades. Otra Ester que no defienda cuando más nos amenace. Hija de Jerusalén, toda hermosa, toda amable, con requiebros a tu esposo a nuestro bien persüade; que después de la victoria de multitud tan notable las doncellas de Sïón se honrarán de alabarte. JAEL: Ya dejando el torpe miedo que me causa tu semblante de verte armada y hermosa, vivo retrato de un ángel, animosa y atrevida, dispuesta estoy a agradarte atropellando por ti mayores dificultades. Levanta, a mis brazos llega, que con sólo que me abraces alentarás mis afectos. Será lo imposible fácil. Enojado está mi esposo; mas con todo quiero hablarle, que si con llorar le obligo, haré que dos fuentes manen de mis ojos. ¡Tamar mía!
Sale TAMAR
TAMAR: ¿Señora? JAEL: A mi esposo llamen. TAMAR: Él viene aquí. Ya imagino que hay alguna[s] novedad[es].
Salen FINEO y SIMANEO
FINEO: ¿Qué es esto, Débora bella? ¿Cómo de Belén bajaste a los campos de Judea? DÉBORA: Tu esposa puede informarte. JAEL: Querido esposo Fineo, hoy quiero que des señales del mucho amor que me tienes, de la fe que me mostraste. De nuestro Dios inspirada, Débora, animosa Marte, contra Sísara y Jabín... No es bien que amistad les guardes. En [su] favor, que confía, que ocupes te pide el valle de Senín y que sustentes el ejército que saquen. A tus pies te pido aquesto, si acaso mis ruegos valen, que hagas lo que te pido porque a nuestro Dios agrades. Si vas con ella a la guerra, cuando vuelvas pienso darte la posesión que te niego, agradecida y constante. FINEO: ¿Cómo, si tus ojos miro con que el alma me robaste, no estaré tierno a tu ruego aunque fuera de diamante? Pide más, esposa mía, que así pretendo mostrarme tan tuyo que el gusto tuyo todas mis acciones cause. Iré a ayudar a tu pueblo, aunque muera por dejarte; mas si dejo en ti la vida, imposible es que me maten. Levanten luego mis tiendas para que en Senín se planten. Lleven ganado al Tabor; contra Canaán se declare la guerra. ¿Quieres Jael, otra cosa? JAEL: Que te guarde, y [que su] gracia me preste para saber agradarte. Más su espíritu levanta [.........................-a-e]. Hoy ampara a Israel. Haz cuenta que le libraste de la opresión que tenía. FINEO: Toda el alma se me parte, que he de dejarte, Jael. Prometílo. ¡Ea, zagales, yo me voy, mi dueño queda! ¡Que vuestro puedo llamarle! ¡En mi lugar acudid! En su regalo no falte ninguno a cuanto pidiere. Todo lo gobierne y mande; que en volviendo le prometo al que más la regalare cincuenta ovejas que sólo mi hierro sus pieles manche. SIMANEO: ¡Voto al sol, que la he de her mil mercedes! Por el aire le traeré las pajarillas para que en sus manos canten. Para que en ellas se afrente, natas he [de] presentarle que estén diciendo "comedme" si ha habido leche que hable. JAEL: Más mi sentimiento aumentas viendo finezas tan grandes. Tráigate el cielo a mis ojos porque en ellos se retrate. FINEO: Adiós, esposa querida. DÉBORA: Otra vez, vuelve a abrazarme; que estoy contemplando en ti excelencias celestiales. FINEO: Apenas hablarte puedo. DÉBORA: En partidas semejantes los ojos sirven de lenguas. JAEL: Mis suspiros te acompañen.

FIN DEL SEGUNDO ACTO

El clavo de Jael, Jornada III  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Jun 2002