ACTO SEGUNDO


Salen VULCANO y JULIÁN, de gala
VULCANO: Ventura te dé Dios, hijo, que el saber importa poco, dijo una vieja. JULIÁN: Estoy loco, Vulcano, de regocijo. Venturosa acierto fue el dejar mi patria cara entonces; pues en Ferrara riqueza y padres hallé, y sobre todo un portento de belleza y hermosura. VULCANO: Como agora tu ventura no halle nuevo impedimento, u otro ciervo te parezca que algún embuste te diga, oficio te hace de amiga la Fortuna, y que te ofrezca aquese bien es forzoso. JULIÁN: Un mes ha que estoy casado. Quien ha tan dichoso estado, nombre le da de enfadoso; paréceme que en el cielo estoy por un tiempo breve. VULCANO: No hay casado que no lleve con grande gusto y consuelo en flores noches y días pero después se marchitan los gustos, glorias se quitan; o menguan las alegrías; o bien faltando la hacienda, causa de muchos desvelos; o sobreviniendo celos, fuerte y pesada contienda en casados; pero en ti, que alcanzas tanto poder y tan divina mujer que te adora más que a sí, todo el tiempo será igual aunque vivas dos mil años. JULIÁN: ¡Oh, bien hayan los engaños, que aquel herido animal monstruosamente hablando, lleno de espanto escuché! Pues por ellos me ausenté donde me estaba aguardando tanto bien. Y venturosa la noche apacible y clara que entré dentro de Ferrara, adonde con cautelosa emboscada dar quería muerte al duque algún traidor, si yo con el gran valor que mi pecho noble cría no me pasara a su lado y su vida defendiera. Causa en mi dicha primera por donde el duque me ha honrado con oficios en su casa, y con la bella Laurencia cuya divina presencia mi pecho de amor abrasa. VULCANO: ¿Ya no volverás jamás a Albania? JULIÁN: Vulcano, no, que así pienso vencer yo mi estrella. VULCANO: Sí, vencerás; que del cielo no está ya que hayas de ser parricida. JULIÁN: Si yo, Vulcano, en mi vida de volver no tengo allá, ni ellos acá han de venir, pues no saben dónde estoy, ¿cómo puede ser? VULCANO: Yo soy una bestia. JULIÁN: Así ha de huir el sabio, que serlo quiere, aunque algún gusto le cueste, su mal influjo celeste, porque fama y nombre adquiere con hacerle resistencia. VULCANO: ¿Y la bella Irene? JULIÁN: Calla, que andas muy necio en nombralla adonde vive Laurencia. Mas, porque memoria ajena no me divierta, entra y di que quien la ama más que a sí su beldad de gloria llena la queda aguardando fuera. Pero aguarda; yo entraré, y el parabién ganaré que de su boca me espera. [VULCANO]: Comparaba un discreto el casamiento a un soldado que en la playa alienta por regalarse en una y otra venta el tiempo del sabroso alojamiento. Llega a embarcarse lleno de contento porque el oro que lleva le alimenta; métenle en un presidio a buena cuenta donde pasa veinte años de tormento. Cásase un hombre, y en sus alegrías se verán bien aquestos mismos daños, pues por lograr sus locas fantasías, del cuerdo ejemplo o de necios engaños escoge un cielo de tan breves días por un infierno de tan largos años.
[Cuando va a entrar JULIÁN, hace que] ve a FEDERICO
[JULIÁN]: No hay gusto en esta vida que no tenga pensión al mismo unida; y estímanse los gustos no porque son destierros de disgustos ni por tener tal nombre, sino por ser tan breves en el hombre. De Federico, el hermano del duque mi señor, pecho tirano, ¿no apercibes desvelos? ¿Desvelos dije? ¡Si parecen celos! Federico, en efeto, con Laurencia está hablando en gran secreto. Y pienso, --¡ay, suerte mía!-- que su amor como amante pretendía antes que yo llegase, y sus cándidas manos enlazase. Y es fácil argumento, pues él quiso impedir mi casamiento diciendo que era agravio hecho a la sangre del difunto Octavio, padre de mi Laurencia, ofrecerla con tanta inadvertencia a un hombre forastero. Sus crïados son éstos; callar quiero y retirarme a un lado.
Salen dos criados de FEDERICO, ARNESTO y ENRIQUE
ARNESTO: Un hora y más habemos esperado, y de salir no acaba. ENRIQUE: Arnesto, no te espantes; que hablaba a esta mujer divina, y no porque es casada ya declina la afición de su pecho. ARNESTO: Ella es noble mujer, y yo sospecho que es porfïar en vano. ENRIQUE: Pues si él no la alcanzare, o por tirano o por amor, yo quiero perder la vida. JULIÁN: (De congoja muero). Aparte ENRIQUE: Entremos dentro, Arnesto, y si sale, veremos.
Vanse los criados
JULIÁN: Yo estoy puesto, oyendo estas razones, en piélago de varias confusiones. Que ha de alcanzarla, dice, o por fuerza o por amor. Soy infelice, pero también soy noble, y no es mi corazón de piedra o roble para sufrir la injuria que me pretende hacer. Reviente en furia el animoso pecho pues de amante leal volcán se ha hecho,. Y si él --¡oh, cielo!-- por tirano o por amor ha de gozar su mano, yo, por cortés airado, le he de hacer desistir de tal cuidado. Entrar a estorbar quiero su plática celosa, y pues primero mis desdichas me han hecho,... mas ya salen los dos. Sosiegue el pecho.
Salen LAURENCIA, FEDERICO, VULCANO, ARNESTO y ENRIQUE
LAURENCIA: Cuando mi esposo faltó, fue muy justa cortesía, señor, que asistiese yo. FEDERICO: Escuchad, por vida mía. LAURENCIA: Mi esposo, pues, ya llegó; la merced recibirá con que tanto le honráis ya. FEDERICO: Sólo que escuchéis os pido. LAURENCIA: En presencia del marido demás la mujer está, porque ella ha de callar, y él hablar por ella. Es dar un rato de padecer que no hay ninguna mujer que no sea amiga de hablar. Hoy el señor Federico, esposo, por más honraros, como aquí os lo significo, ha venido a visitarnos. JULIÁN: Y por superior publico tal merced. LAURENCIA: Lo que yo os pido, esposo, es que agradezcáis tal favor.
A LAURENCIA
FEDERICO: Estoy perdido de amor porque ya os vais. LAURENCIA: Aquí queda mi marido. FEDERICO: Dios os guarde.
A FEDERICO
LAURENCIA: La razón me ha obligado a lo que veis.
A LAURENCIA
FEDERICO: Cumplid vuestra obligación, pero esta noche veréis la fuerza de mi afición.
Vase LAURENCIA
Pues, Julïán, ¿cómo os va con el nuevo casamiento? Menos gusto tendréis ya, si es que no dura el contento en casados. JULIÁN: Bien está en bárbara, humilde gente, que por algún accidente se casa, suele pasar, no entre gente noble. El mar con una misma corriente se está siempre, y tan lleno y de pesares ajeno como aquel primero día que la Sacra Monarquía lo puso arenoso freno. Y el sol, aunque ha tiempo tanto que desde el celoso manto se va a la tierra a alumbrar, no muestra ningún pesar cuando el fugitivo espanto de las tinieblas se ausenta. Y así, señor, el casado que honor y opinión sustenta nunca se siente enfadado de aquel bien quien suyo aumenta, porque él ha de parecer el mar que siempre ha de ser uno mismo, y ella el sol que ha de librar su arrebol en el pesar y el placer. FEDERICO: ¡Tanto sol y tanto mar! ¿Vos estáis enamorado? JULIÁN: Siempre sol lo ha de llamar si no es que haya algún nublado que la pretenda eclipsar. Mas esto aparte, quisiera que aquesta gente se fuera, que quiero, si es vuestro gusto, deciros un poco. FEDERICO: Es justo. ¡Hola! ENRIQUE: ¿Señor? FEDERICO: Idos fuera. VULCANO: ¿Y yo también? JULIÁN: Tú también. VULCANO: (De aquí pues, que no me ven, Aparte he de escuchar a los dos).
Vanse los criados
FEDERICO: Ya se han ido. VULCANO: (Plegue a Dios Aparte que todo esto pare en bien). JULIÁN: Señor Federico, el mundo está de malicias lleno, y con ellas siempre juzga lo malo por lo que es bueno y justo. Yo soy un hombre noble que decir no quiero, como otros suelen hacer, que soy príncipe encubierto cuando estoy en tierra extraña. Al fin, soy un caballero cuya nobleza en Albania calificada la tengo. Di muerte por un disgusto a un mancebo hidalgo y deudo del gobernador. Ya veis si es acertado remedio poner tierra en medio cuando es fuerza de algún suceso contrario. Llegué a Ferrara una noche en tan buen tiempo que puedo decir que el duque, mi señor y hermano vuestro, tiene vida por mi espada; pues a matarle salieron, yendo de noche rondando, él solo, cuatro encubiertos traidores, diciendo: "¡Muera nuestro injusto y fiero dueño!" Yo, que a la parte más flaca la nobleza de mi pecho me inclinó, saqué la espada y a su heroico lado puesto le defendí como pude hasta que todos huyeron, aunque dejaron reliquias de sus pechos en el puesto. Por aquesta honrada acción, el duque, príncipe excelso, su secretario me hizo y de villas y de pueblos de su estado señor propio, y en fin el último premio fue ofrecerme por esposa a Laurencia, hija del muerto Octavio, duque que fue de Villamarín. No quiero deciros más, pues que sois testigo de estos sucesos. He sabido desde hoy, y de crïados, no menos, de vuestra casa, que amante y galán en cualquier tiempo que Laurencia estuvo libre con pensamientos honestos pretendíais su hermosura. Perdonadme si me atrevo a acción tan libre con vos, mas mirando como cuerdo que la honra en opiniones viene a ser un cierto género de afrenta, y que de esta afrenta está, señor, el remedio en vuestras manos, que siempre dieron honra y no supieron quitarla a los que se amparan de tan magnánimo pecho, os suplico humildemente, así del sagrado imperio de Alemania seáis señor y vuestros heroicos hechos en alabastro esculpido el mundo los deje eternos, que aunque yo carezca agora de tal merced, deis remedio, con no visitar mi casa, a mi honor, que ya resuelto y desenfrenado el vulgo, malicia concibe, viendo que mi casa visitáis sin estar presente el dueño. Bien sé, señor Federico, lo mucho que en esto pierdo, pues dabais a aquesta casa honor y gloria con veros. Mas ya vos sabéis también que malas lenguas han hecho más afrenta a hombres ilustres que honrarle pueden sus hechos. Perdonadme y advertid, como noble y como cuerdo, que con el honor soy algo y soy nada si le pierdo. FEDERICO: No sé, por Dios --¡oh, villano!-- como la cólera templo. ¿Tú, con capa de humildad, me dices atrevimientos? ¿tanta soberbia has cobrado que a tu señor, a tu dueño, pues lo soy si lo es mi hermano, hablas tan tosco y soberbio? ¿Un advenedizo libre, que apenas quién es sabemos, me dice a mí que su casa no visite, loco y necio? ¿Qué confïanza te ampara? ¿A un segundo de un imperio hablas así? Los señores somos como el sol del cielo. En la casa más altiva y edificio más soberbio entra el sol, y por entrar, goza resplandor febeo su mendiga oscuridad. Los superiores sujetos los imitan, pues la casa del vasallo más soberbio, del potentado más rico, entramos; y entrando dentro, goza la casa de luz de honras y de riquezas, siendo estimada por tener nuestra potestad adentro. Yo soy el sol de Ferrara, y como sol, entrar puedo donde quisiere. JULIÁN: Yo soy un nublado opuesto a ese sol, y cuando el sol quiera con poder violento deshacerme con los rayos, abriré el preñado seno y arrojaré contra él rayos a su fuego opuestos. FEDERICO: ¿Qué dices? JULIÁN: Lo que has oído. FEDERICO: ¿Tú tienes atrevimiento para hablarme a mí, villano? JULIÁN: Yo soy tan buen caballero como vos; aunque es verdad que siendo aquí forastero no conocéis mi nobleza. Y yo por hermano os tengo del duque, y sé que lo sois, que no está el serlo, os advierto, el ser caballero un hombre. FEDERICO: Pues, ¿en qué está? JULIÁN: En saber serlo. FEDERICO: ¡Vive Dios! JULIÁN: Cuando presumas sacar el luciente acero, no ha de ser aquí. FEDERICO: ¡Traidor! JULIÁN: Aquese nombre es ajeno de mi valor. Cuando el duque, mi señor, se enoje de esto, yo le diré que en agravios donde el honor corre riesgo no conozco superior. Ven, que en el campo te espero, como caballero noble. FEDERICO: Pudiera excusar, no siendo tú mi igual, el desafío, pero excusarme no quiero; y así, esta noche a las diez, porque igualmente pretendo darte muerte; que podrían mis vasallos y escuderos viéndonos reñir agora hacerte pedazos. Luego, te aguardo a la margen fría del bullicioso arroyuelo donde ayer tarde estuvimos. JULIÁN: La hora y el sitio acepto. FEDERICO: (¡Vive Dios!, que he de venir, Aparte mientras me aguarda en el puesto, a gozar su bella esposa). JULIÁN: (Mataréle, ¡vive el cielo!, Aparte aunque su hermano se enoje y me castigue soberbio). FEDERICO: Tú te acordarás de mí esta noche. JULIÁN: Yo te creo, mas tú no te acordarás si yo salgo con mi intento.
Vanse y sale VULCANO
VULCANO: ¡Desafïados quedaron! Aquí fuera bueno un ciervo que profetizara el fin de este infelice suceso. Mi ama sale acá fuera; callar lo que he visto quiero y seguir a mi señor. Dios ponga en paz estos pleitos, porque yo temo por Dios que Federico soberbio a él y a mí, si le acompaño, nos ha de dar pan de perro.
Sale LAURENCIA
LAURENCIA: Con un disgusto pesado me ha dejado la visita de aqueste necio que incita mi amor tan bien empleado; y lo que más mi cuidado esfuerza en esta ocasión es decirme la razón que percibí: "Bien hacéis, pero esta noche veréis la fuerza de mi afición". ¡Válgame Dios!, si pretende esta noche riguroso matar a mi amado esposo, porque su afición me ofende. Aquesto avisado entiende mi temor del corazón. Clara es la definición pues mi dijo: "Bien hacéis, pero esta noche veréis la fuerza de mi afición". Decirlo a mi esposo quiero porque viva recatado, pero, ¿qué sueño pesado me sobreviene ligero? A su impulso lisonjero bien quisiera resistirme. ¿Qué haré? ¡Qué quiere rendirme! Más alcance, pues advierte, victoria, que de otra suerte no es posible divertirme.
Recuéstase [y sale JULIÁN]
JULIÁN: Venturoso y desdichado en esta ocasión he sido, pues de un tapiz escondido, de lo que tiene trazado mi enemigo me ha informado. Apenas de aquí salió cuando en el palacio entró del duque, y a dos traidores, testigos de sus amores, de aquesta suerte habló: "Amigos, mi gloria es cierta si vuestro favor me ayuda; hoy la fortuna se muda y abre a mi ventura puerta con Julïán ". Puse alerta el sentido como oí mi nombre y prosiguió así: "Aquesta noche he aplazado desafío porque ha andado muy soberbio contra mí. A las diez dije que fuese a cierto puesto a esperarme; mas no ha de verme ni hablarme aunque a mi valor le pese. Antes, mientras estuviese, aunque toca en tiranía, él aguardando, podría gozar su bella mujer; pues no hay humano poder que resista mi porfía. Vosotros iréis conmigo, y mientras amor concierta mi bien, guardaréis la puerta del valor de mi enemigo. ¿Paréceos bien lo que digo?" Dijeron todos que sí. ¡La turbación que sentí! Pues no me he tornado loco, o tengo mi honor en poco o ya no soy lo que fui. Agora, honor, pedir quiero que me aconsejéis. ¿Qué haré? ¿Saldré al puesto? ¿Para qué, si vuestra desdicha espero? Pues, ¿qué he de hacer? "Considero que será mejor estar en vuestra casa y guardar la joya que tanto amáis". Honor, ¡bien me aconsejáis! Quedarme quiero y callar. Que pues él no ha de salir, no sentirá mi flaqueza. Mas, ¿qué estrella, que en pureza vence las que en el zafir supo pintar y esculpir el Mejor Autor, es ésta que sobre la mano puesta la cabeza delicada está ajena y descuidada del disgusto que me cuesta? Mi esposa es. ¡Piadosos cielos! Pregunta es ésta celosa. Decidme, ¿mi bella esposa está culpada? En mis celos, y entre densos paralelos, parece que siento hablar y decir, "¿Tú has de pensar de una mujer tan honesta tal liviandad como aquésta?" ¡Necio soy! Quiero callar. ¡Bella esposa!
[Habla LAURENCIA como] entre sueños
LAURENCIA: (Corazón, Aparte más tormento no me deis, "que aquesta noche veréis la fuerza de mi afición". ¡Ay, Federico!) JULIÁN: Ilusión me parece lo que veo. Lleve, tirano, trofeo de mi vida, el golpe fuerte de la muerte, que en la muerte haré más dichoso empleo. "Que aquesta noche verá la fuerza de mi afición", dice. ¡Ay de mí! LAURENCIA: (Corazón, Aparte bueno está, ya bueno está. Grande la afición será, pero no será pagada). JULIÁN: ¡Ésta es la casa y honrada! ¡Vive Dios!, que está temiendo que el traidor de quien me ofendo no la estime. ¡Oh, suerte airada! LAURENCIA: ("Que aquesta noche veréis Aparte la fuerza de mi afición". ¡Plegue a Dios que haya ocasión en que mi esposo...) JULIÁN: ¿Qué hacéis, pecho noble, si ya veis vuestro deshonor tan claro, que no matáis? Mas reparo en la mitad de mi furia, que dos me han hecho la injuria, y en medio del rigor paro. Que bien me dijo el traidor, en medio de mi pesar, que me había de acordar de esta noche porque Amor, para darme más dolor, tenía ya concertadas las dos almas; mas burladas quedarán en sus amores, que para incastos traidores, hay valor que vibra espadas.
Sale VULCANO
VULCANO: No puedo hallar a mi amo. JULIÁN: ¡Oh, Vulcano, a qué buen tiempo viniste! VULCANO: En toda mi vida, de haber hecho, no me acuerdo, otro tanto. JULIÁN: Ven acá. VULCANO; ¿Qué tienes? Sosiega el pecho,. JULIÁN: Yo conozco tu lealtad muchos años ha, y por eso me atrevo a fïar de ti casos de honor como éstos. VULCANO: Hasta que pierda la vida te serviré. Pierde el miedo. JULIÁN: Ensilla luego un caballo, porque ausentarme pretendo por cierta ocasión, y advierte que esta noche has de estar puesto en centinela. VULCANO: (Eso es malo, Aparte que soy hombre de buen sueño). JULIÁN: Y cuando yo diere un silbo, tienes de abrirme al momento la puerta falsa. VULCANO: A esas horas las principales no acierto. JULIÁN: Esto has de hacer, que me va la vida y honor en ello. VULCANO; Yo lo haré. Pierde cuidado. JULIÁN: ¡Laurencia! LAURENCIA: ¿Quién es? ¿Qué es esto? JULIÁN: Yo, querida esposa, que con grande prisa vengo a despedirme de ti. LAURENCIA: ¿Despedirte? JULIÁN: No voy lejos. Manda el duque, mi señor, que parta luego al momento y a la duquesa de Mantua, de quien le dijo un correo que pasaba hacia Milán de sus estados, un pliego lleve. Perdona, señora, que no son suyos aquéllos que sirven. LAURENCIA: No quiero ser porfïada en deteneros, supuesto que es imposible. JULIÁN: (¡Cómo se consuela presto!) Aparte Adiós. LAURENCIA: Los brazos me dad, y vuélvaos con el cielo.
A VULCANO
JULIÁN: Ven a sacar el caballo, y mira que te encomiendo el secreto y el cuidado. VULCANO: Tendré cuidado y secreto. JULIÁN: (¡Vive Dios, que he de matarlos Aparte porque mi honor viva eterno!) VULCANO: En sacándole el caballo, luego al punto voy derecho a hartarme de dormir para estar después despierto.
Vanse [JULIÁN y VULCANO]
LAURENCIA: Si Federico aquesta noche intenta mostrar la fuerza de su amor gallardo, con razón dudo, temo y me acobardo viendo que Julïán de mí se ausenta. Ajeno amor batalla me presenta, pero con mi valor vencerla aguardo; ya el cielo se reboza el manto pardo y en vez de luz la oscuridad ostenta. De mi casa la puerta cerrar quiero y prevenirse de armas mi honor piensa; mas estas armas no serán de acero sino de no querer hacer ofensa al santo honor, que con aquesto espero tener al mismo cielo en mi defensa.
Sale un criado [ARNESTO]
ARNESTO: Dos ancianos peregrinos preguntan por mi señor. LAURENCIA: No sé qué impulsos de amor, con mil afectos divinos, siento en el alma. No está mi esposo en casa, mas di que entren. ARNESTO: Ya vienen aquí.
Salen LUDOVICO y ROSAMIRA de peregrinos
LUDOVICO: Desdicha nuestra será el no hallarle. LAURENCIA: ¿Qué se ofrece, nobles peregrinos, hoy en mi casa? LUDOVICO: ¡Loco estoy! Ya, Rosamira, parece que al ver aquesta mujer tan agradable y piadosa, veo la joya preciosa que fui infeliz en perder. Tuvimos nuevas, señora, en Albania, nuestra tierra, que un hijo, que se destierra de nuestros ojos agora, que se llama Julïán, estaba en Ferrara y que ésta es la casa. LAURENCIA: La respuesta mis brazos os la darán. Padres venturosos, del que adora el alma, vengáis en buena hora hoy a nuestra patria. Julïán mi esposo de Ferrara falta porque a la señora duquesa de Mantua fue a llevar del duque embajada y cartas. Pero ya que soy la mitad de su alma desde el día primero que vino a Ferrara, hoy sabré hospedar con la misma gracia, con el mismo gusto, con las mismas ansias y amor que lo hiciera cuando aquí se hallara. ROSAMIRA: Venturoso ha sido tras desdichas tantas en haber hallado mujer tan gallarda. LUDOVICO: Por los ojos mismos, vidrieras del alma, se le ve el amor, voluntad y gracia. LAURENCIA: Entrad, padres míos, servíos de esta casa, pues sois dueños de ella, adonde os aguarda opulenta cena que podrá envidiarla en su casa el duque que nos rige y manda. LUDOVICO: Esposa de aquél que por tierras varias nos trae desterrados, la infinita carga de edad y de penas que nunca nos faltan cansados nos trae, y así más gustara descansar un poco. LAURENCIA: Nuestra misma cama por no deteneros, padres, os aguarda, que yo para mí en la misma sala otra haré después. LUDOVICO: Rosamira, amada. ROSAMIRA: Entremos adentro que aunque mi hijo falta con ver a su esposa se consuela el alma. LUDOVICO: Vamos, hija mía. LAURENCIA; (Con aquesta guarda Aparte mi honor va seguro de entrar en batalla).
Vanse. Sale VULCANO
VULCANO: Aquesta noche parece, más que estotras, que me ha dado mayor sueño y más pesado, pero siempre así acontece cuando uno tiene qué hacer; y fuera de eso bebí tanto vino que perdí el poder decir y hacer. Ya serán las diez, y pienso asistir aquí escondido solo yo. No estoy dormido a poder de vino inmenso. Traspié. ¡Bellaca señal! ¿Quién me rempuja? Caí. ¡Sí, por Dios! Hálleme aquí el rocío universal de la aurora soberana.
Silban
¡Silbitos! ¡Linda quimera! Quien nos ronda, sea quien quiera, aguarde hasta la mañana.
Silban
¿Otro? ¡Lleve el diablo, amén! Quien de aquí se revolviere, y venga lo que viniere que el sueño me sabe bien. La cabeza se me anda. Las estrellas voy mirando; con ellas estoy danzando la chacona y zarabanda. La luna lleva el compás con su cara de pastel. ¿Qué quieres, sueño crüel? Que tan pertinaz estás.
Sale JULIÁ:N con linterna
JULIÁN: ¡Vive Dios!, que Vulcano, descuidado, a saltar por las tapias me ha obligado. Y merece en su honor este desprecio un hombre cuerdo que se fía de un necio. Todos se han recogido, ¡santos cielos! ¿Si aquél que causa mis rabiosos celos habrá entrado en mi casa? ¿Quién lo duda? Pues trujo para hacerlo infame ayuda. Valeroso puñal, tiempo es agora que de la sangre bárbara y traidora que me ofende vengues. Descalzo quiero entrar en mi aposento, donde espero saber si mi sospecha es cierta o vana. Pero cierto será. Por ser tirana, la luz quiero dejar aquí escondida, y cuando haya de ser noble homicida por ella volveré. Valedme, cielos; que a esto me obligan mis honrado celos. VULCANO: ¿Quién, diablos, anda hablando a tales horas? ¡Oh, quien tuviera aquí dos cantimploras de agua fresca, que aunque es manjar de ranas, le apetezco muy bien por las mañanas. ¿Quién, diablos, trujo luz? Si es algún crïado de estos a quien la sarna da cuidado y dormir no les deja, y quiere darme culebra. Mas, ¡por Dios!, que no ha de hallarme. La luz he de matar. Buen soplón hago. Al sueño vuelvo a dar carta de pago.
Sale JULIÁN con la daga ensangrentada
JULIÁN: Ya en sus pechos cautelosos, fuentes de traidora sangre, manché el puñal varias veces. Sabe Dios que al ir a darles me detuvieron el brazo mil impulsos celestiales. ¿Celestiales, dije? Miento. El amor era constante, que a Laurencia tuve cuando no entendí que era mudable. Mas amor, cuando hay agravios que al honor, bello diamante entre los bienes del hombre, le parten en varias partes y de hermosísima piedra mortal veneno le hacen. No hay afición que se estime; no hay amor que sea constante, hermosura que se acuerde, ni belleza que se ensalce. Quiero volver a saltar las tapias que al jardín salen y subir en mi caballo, que atado dejé en la calle, e ir la vuelta de Milán. ¿Mas, quién está aquí? VULCANO: ¡No pasen por encima de las gentes! JULIÁN: Vulcano es. Levanta, infame. VULCANO: ¿Quién es? JULIÁN: Tu señor. VULCANO: ¡Por Dios!, que me dormí como un padre. Perdóname, señor mío. JULIÁN: ¿Tienes, Vulcano, la llave de la puerta falsa? VULCANO: Sí. JULIÁN: Pues, dámela luego. VULCANO: ¿Vaste? JULIÁN: No me preguntes ya nada. VULCANO: Vesla aquí. JULIÁN: Honor, ya vengastes vuestra afrenta; agora falta
Hace que va. Sale Laurencia con luz y detiénele
que del peligro me escape. Cielos, ¿qué ilusión es ésta? LAURENCIA: Esposo mío. JULIÁN: ¿Qué haces por acostar a estas horas? ¿Hay confusión semejante? LAURENCIA: Estaba haciendo oración e iba agora. JULIÁN: Escucha aparte. Dime, ¿quién son dos que ocupan mi noble lecho? LAURENCIA: Has de darme primero albricias. JULIÁN: Sí, haré. LAURENCIA: Pues son, esposo, tus padres que en busca tuya han venido, pasando tierras y mares. JULIÁN: ¡Válgame Dios! ¡No lo creas! LAURENCIA: Pues llega, esposo, a mirarles. JULIÁN: ¡No los descubras! LAURENCIA: ¿Qué tienes? JULIÁN: ¡No los quiero ver! LAURENCIA: ¿Qué traes?
Corren una cortina, y en una cama se ven los padres de JULIÁN
Aquesta cortina encubre sus presencias venerables. ¿Pero qué es esto que miro? Cubiertos están de sangre. ¿Quién de tan grande desdicha ha sido el autor cobarde? JULIÁN: Yo, Laurencia, yo fui aquél que este puñal arrogante manché en su pecho inocente, pensando --¡terrible trance!-- que eran Federico y tú. LAURENCIA: Pues, tirano, ¿qué señales de liviandad viste en mí para traición semejantes, parricida desleal? El mismo sol cuando sale bordando con rayos de oro el pabellón de diamantes no es tan puro, no es tan casto, como yo; que imito a Dafne, a Semíramis, y a Porcia en la honestidad constante. Y huélgome, ingrato esposo, que tan a tu costa halles el desengaño presente. JULIÁN: Ay, Laurencia, no me hables con palabras rigurosas cuando de esta fresca sangre cada gota es una flecha que pasa de parte a parte mi corazón afligido. Abrase la tierra y trague en su seno el más mal hombre que en el mundo puede hallarse. Caigan del globo celeste rayos fuertes y arrogantes que desvanezcan en humo y a la fresca región bajen un ingrato parricida, un viborezno que sale por su madre a tener vida y mata a la misma madre. ¡Oh, constelación divina! ¡Oh, efectos irremediales de rigurosas estrellas! Bien puedo este nombre darles, pues yo, avisado del cielo, dejé mi patria y mis padres, y bajando altivas sierras y surcando varios mares a extraña tierra pasé sólo por asegurarles de esta presente desdicha; y hoy vienen a visitarme donde mi puñal sangriento hizo efecto semejante. Congojas siente el alma tan mortales que quiere su pesar dejar la cárcel. ¡Oh efectos de mi estrella que habéis podido más que mi inocencia! Mas yo la culpa tuve pues muerte no me di cuando lo supe. ¡Ay, padres del alma mía! Mas, ¿para qué os llamo padres? Pues es de este nombre indigno quien tales obras os hace. Mi inocencia perdonad. Mas, ¿qué perdón es bastante a tan enorme delito y sinrazón tan notable? ¡Con qué furia daba yo en vuestros pechos leales puñaladas rigurosas! ¿No hablárais entonces, padres? ¿No dijérais "hijo mío, Ludovico soy"? --¿Qué haces?-- ¿"Y Rosamira también que venimos a buscarte por no hallarnos sin tu vista"? Vieras entonces trocarse el rigor en tierno amor, mis enojos en süaves palabras, las puñaladas en abrazos paternales. ¡Ay, de mí, que pierdo el juicio! Por cierto, buen hospedaje al fin de vuestro camino en casa de un hijo hallasteis; puñaladas por regalos, enojos por amistades, riguridad por ternezas, y muerte al fin por lealtades. Congojas siente el alma tan mortales que quiere su pesar dejar la cárcel. ¡Oh efectos de mi estrella que habéis podido más que mi inocencia! Mas yo la culpa tuve pues muerte no me di cuando lo supe. Cubre, que no quiero verlos, esos cuerpos miserables; y este puñal riguroso que hizo crueldad semejante le deposite en mi pecho. LAURENCIA: Detente, esposo. ¿Qué haces? JULIÁN: ¿Qué importa que un parricida se desespere y se mate a semejante delito? No ha de haber perdón que baste. LAURENCIA: ¿Tú eres cristiano? JULIÁN: Bien dices. Dios es piadoso. Bien haces en reprender mis errores. A Roma parto al instante a que el vicario de Cristo perdone yerro tan grave. Tú en Ferrara quedarás. LAURENCIA: ¿Yo tenía de quedarme en Ferrara de esta suerte para que tú conformases, receloso de mi honor, tus mentiras por verdades? Contigo he de ir donde fueres; que mujer que quiere y sabe ha de seguir al marido en los bienes y en los males. VULCANO: Yo, también, he de seguirte. JULIÁN: En el puerto hay muchas naves; una de ellas para Roma nos dará breve pasaje. Ven, esposa; procuremos darles sepulcro bastante a estos cuerpos inocentes. Señor mío, perdonadme.
Salen FEDERICO y otro
FEDERICO: ¡Detente! [¡Esperad! ¡Detente!] JULIÁN: ¡A qué buen tiempo llegaste para que vengue mi enojo en tu vida miserable! FEDERICO: Federico soy. JULIÁN: ¿Qué quieres? FEDERICO: Quiero, villano, matarte para quitarte una joya que más que las Indias vale. JULIÁN: En otro tiempo sintiera que me dijeras pesares; pero agora que este pecho de fuego arroja volcanes, agradezco, Federico, que de esa suerte me hables.
Quita LAURENCIA a uno de los criados la espada
LAURENCIA: Al uno quité la espada. ¡Ea, esposo, mueran! ¡Dales!
Riñen
JULIÁN: ¡Así llevaréis la joya que habéis venido a robarme! VULCANO: Yo, como no tengo espada, estoy libre de estos trances.
Mételos a cuchilladas y dicen dentro
FEDERICO: ¡Muerto soy! VULCANO: Ya Federico con su vida ha dado al traste. JULIÁN: Quien a su padre mató, no es mucho que a ti te mate. VULCANO: Cumplióse la profecía del ciervo que habló en el valle. JULIÁN: Ven, Laurencia, con Vulcano. LAURENCIA: Ya te sigo. VULCANO: Si me hablare algún ciervo alguna vez y desdichas me anunciare, ¡juro a Cristo que al momento tengo de meterme fraile!

FIN DEL ACTO SEGUNDO

El animal profeta, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002