ACTO TERCERO


 
Salen el duque MAURICIO [y] CORIDÓN, GACENO, y CLAUDIO, cantando. Cantan
[LOS TRES]: "¡Qué lindo que sale el sol cuando despierta el albor, y cuando se va a acostar, qué lindo que entra en el mar!" MAURICIO: Estoy muy agradecido de vuestro celo. CORIDÓN: Señor, yo quisiera haber corrido los prados, sin dejar flor en su tapete florido, para echar a vuestros pies desde la que al nacer llora y agora jacinto es, y hasta la que se enamora de sí. MAURICIO: Amigos, después que con vosotros estoy, con las fiestas que me hacéis, mi pena aliviando voy.
Salen JULIO con FRISÓN atado y LUPERCIO
JULIO: ¡Labradores! GACENO: ¿Qué queréis? JULIO: ¿Sabéis acaso quién soy? CORIDÓN: No lo queremos saber. JULIO: De su alteza soy crïado. CLAUDIO: ¿Del rey o de su mujer? JULIO: De la reina, y me ha mandado que aquí viniese a traer un hombre para matalle, porque ésta es su voluntad, y la muerte habéis de dalle. CLAUDIO: ¿Y aquí, su paternidad, mandó traer a este valle? JULIO: Sí, amigos, porque dio muerte... MAURICIO: ¿A quién? JULIO: Al duque Mauricio, que él lo afirmó de esta suerte. Y [puesto] que a su servicio importa, el más bravo y fuerte garrote luego le dé. CORIDÓN: ¿Qué haremos, señor? MAURICIO: Libralle, y así le conoceré, y éstos dos dejen el valle. LUPERCIO: ¿No le matáis? CLAUDIO: ¡No, a la he! LUPERCIO: Pues, siendo orden de su alteza, ¿no le obedecéis, villanos? CLAUDIO: Vos tenéis mucha nobleza; idos, ¿no llevéis las manos en somo de la cabeza? JULIO: ¡Oh, villanos! CORIDÓN ¡Muera luego [.............. -on] con ese otro palaciego! GACENO: Sigámosle, Coridón. JULIO: De vuestras manos reniego. LUPERCIO: ¡Villanos! Yo haré venir quien os dé a todos la muerte. CORIDÓN: ¡Aguarda, no podréis ir! JULIO: ¡Huye! LUPERCIO: ¡Plegue a Dios que acierte a escaparme sin morir!
Huyen y van tras ellos [los villanos]
MAURICIO: Hombre, ¿quién eres? FRISÓN: Señor, soy un [desdichado gascón], mártir por ser hablador. MAURICIO: ¿Y es tu nombre? FRISÓN: [Su servidor] desde que nací, [Frisón]. MAURICIO: En efecto, ¿tú le diste la muerte al duque? FRISÓN: Señor, yo mentí. MAURICIO: ¿Por qué mentiste? FRISÓN: Por hablar. MAURICIO: Eres traidor, y aquí has de morir. FRISÓN: ¡Ay, triste! MAURICIO: Aquesta banda ha de ser tu cordel. FRISÓN: ¡Válgame el cielo, señor, que tal vengo a ver! Quisiera besar el suelo aquí; mas no he de poder. MAURICIO: ¿Al fin, que me has conocido? FRISÓN: ¿No había de conocerte, aunque es extraño el vestido? MAURICIO: A fe, Frisón, que en tu muerte muy buen padrino has tenido. FRISÓN: Desátame las dos manos y besaréte los pies.
Salen CORIDÓN, GACENO y CLAUDIO
GACENO: Corrieron los cortesanos tanto, señor, que los tres, por el monte y por los llanos, alcanzarlos no pudimos. MAURICIO: Desatad este inocente, pues a librarle venimos. CORIDÓN: No mintáis por ser valiente. FRISÓN: Los habladores mentimos en cuanto hablemos. Señor, dame aquestos pies, espanto del mundo y de Italia honor; quiérete la reina tanto, y sintió con tal rigor tu muerte, que me mandó dar la muerte porque dije que te había muerto yo, y de tal suerte se aflige que enternecido lloró como si fuera tu esposa. MAURICIO: ¡Oh, reina, digna de ser reina por sabia y hermosa! [................... -er] [.................. -osa] [.................. -ido] [................... -orte] [................... -ido]. CORIDÓN: Cuanto a tu servicio importe ya te habemos ofrecido. MAURICIO: Sólo me importa el secreto. CLAUDIO: Pues, yo en el nombre de todos, gran señor, te lo prometo... FRISÓN: A los hombres, de mil modos los saca Dios de su aprieto.
Vanse y salen el CONDE y el VARÓN
VARÓN: Parece que la noche se anticipa deseosa de ver nuestros engaños, y que ha salido del dorado lecho con más ojos abiertos que otras veces. CONDE: Varón, el caso es arduo e increíble. VARÓN: Arrepentido estoy. CONDE: Yo estoy confuso. Y si el reino dejamos, nuestros hijos y nuestros descendientes quedan puestos en los brazos y manos de la infamia. Mejor es esforzar lo comenzado. VARÓN: Ya viene el rey. CONDE: La sangre se me ha helado.
Salen el REY y don FELIPE
REY: Pesado me ha en el alma de su muerte aunque yo lo mandé. FELIPE: Si yo supiera que vuestra alteza le tuviera lástima, le dejara con vida, aunque fingiera su muerte por el campo. REY: Yo me holgara; que agora que ya estoy desenojado, de su muerte me pesa. Y Dios permite, si es verdad una infamia que me han dicho, que pase por la ley que establecía contra su honor. Estos sucesos trato contigo, porque aquí el marqués me escribe que eres hermano de un Monsiur de Francia y eres hombre de pecho y de propósito, y así quiero que agora me acompañes y en mi palacio y servicio asistas. FELIPE: Beso, señor, esas heroicas plantas. CONDE: ¿Llegaremos, Varón? VARÓN: Temblando llego. REY: Decidme, ¿es hora ya de mis desdichas? ¿Puedo llegar a ver lo que primero que lo vea me mate? CONDE: Yo sospecho que es hora acomodada. REY: ¡Oh, fieros pasos, que me lleváis a mi temprana muerte! VARÓN: (Temblando voy). CONDE: (Yo voy, Varón, sin alma). REY: Ven tú, amigo, también. FELIPE: Tuya es mi espada.
Vanse y salen doña JUANA, de hombre, y don CARLOS de camino
CARLOS: Porque las dueñas y damas, mi señora, no te vean, aquí donde estás agora hablarte quiere su alteza. JUANA: ¿Dónde aguardan los caballos? CARLOS: En el zaguán desempiedran con manos y pies las losas que de blanca espuma argentan.
Sale la REINA
REINA: ¿Doña Juana? JUANA: Mi señora, aunque en el alma me pesa de partirme, la crueldad del rey a partir me fuerza.
Salen el REY, el CONDE, el VARÓN, y don FELIPE
REY: Después de entrar con silencio cierre el portero las puertas; que por aquí ha de pasar a los cuartos de la reina. VARÓN: Señor, a la escasa luz que por los brocados entra, un hombre y una mujer parece que veo. REY: Espera; y desde aquí retirados, pues la oscuridad nos deja, podremos saber quién son. REINA: Yo con el alma quisiera estorbar vuestra partida. REY: Oye, la reina es aquélla. Varón, ciertos son mis males, mis desventuras son ciertas. Entrad y hacedlos pedazos. FELIPE: Repórtate hasta que veas, señor, la verdad de todo. REY: Bien, amigo, me aconsejas. JUANA: No hay mujer más desdichada. La lamentable tragedia del duque, que por su causa pisa esos montes de estrellas, no la quiero referir, porque se pase la lengua a los ojos. Esas manos me dad, señora. REINA: Quisiera darte el alma con los brazos. ¡Ah, rey traidor, que atropellas las leyes de la razón y nos divides y ausentas! JUANA: Quisiera estar en tus brazos como la amorosa hiedra, sin dividirme, señora; pero el dividirme es fuerza. REINA: Vete con Dios. No me busquen y te conozcan y sientan. Y escríbeme. JUANA: Mis suspiros nos servirán de estafetas. REY: ¿Vióse tan grande maldad? FELIPE: Señor, si vengarte intentas, mejor será con secreto; que no es bien que el mundo entienda tu infamia. Agora podemos hacer que este ingrato muera con secreto, y otro día muerta la reina amanezca con cordel o con veneno. REY: ¡Oh, noble nación francesa, muy bien has dicho! CONDE: (Sin duda Aparte que nuestras lenguas gobierna Dios; pues que nuestras traiciones han salido verdaderas). REINA: Y toma aquesta sortija porque te acuerdas por ella de mí; que quisiera el alma darte en lugar de la piedra. JUANA: Señora, basta ser tuya para que la estime y tenga en el corazón guardada. REY: Fuera de Nápoles lleva, amigo, aqueste alevoso, y antes que el sol amanezca su sangre parezca rosa en las [ásperas] riberas. REINA: Vuelva a abrazarme, y adiós.
Vase la REINA
JUANA: Vamos, Carlos. REY: Francés, llega y con seis hombres de guarda, que sólo el secreto entiendan, le lleva al campo. FELIPE: Yo voy. CARLOS: Gente a nosotros se llega. JUANA: Cúbrete, no te conozcan. Deja que pasen, espera. REY: Haced, conde, le acompañen seis de la guarda tudesca. Ven, Varón, conmigo. (¡Ay, cielos, Aparte pues que no veis mis afrentas mirando con tantos ojos, mis males os enternezcan!) Conde, en mi cuarto te aguardo. (¡Ah, duque, por tu inocencia Aparte vuelve Dios!)
Vanse el REY y el VARÓN
JUANA: Los dos pies, Carlos, se me entorpecen y hielan, que nuestro daño procura esta gente que se acerca. FELIPE: Daos, infames, a prisión. CARLOS: Señora, huye. JUANA: Si pudiera. CONDE: Tapad sus aleves bocas porque el caso no se entienda, y con este caballero a quien el rey los entrega, id a donde los llevare. CRIADOS: Iremos. JUANA: ¡Traidor! FELIPE: Las lenguas les cortad si se quejaren, y quejaránse por señas.
Vanse y salen la REINA y doña INÉS
REINA: Aquí estarás recogida y libre de su rigor en sabiendo su partida. INÉS: Pienso que el rey, mi señor, me ha de privar de la vida, porque dirá que yo fui la que el consejo le di. REINA: Cuando él enojado esté, yo, amiga, te ampararé. INÉS: Tengo mi remedio en ti.
Sale el CONDE con una salvilla
CONDE: Quede a la puerta la guarda, y entre luego si se esconde, sin que quede una alabarda. REINA: ¿Tú en mi cuarto, traidor conde? Sale luego afuera. CONDE: Aguarda, que vengo a darte un recado del rey, mi señor. REINA: ¿No había en palacio otro crïado? CONDE: A mí su alteza me envía porque de mí se ha fïado. Este presente excelente que traigo en aquesta fuente me ha mandado que te dé. REINA: En traerlo tú, sabré que no es muy bueno el presente. CONDE: Daga, veneno y cordel, para pecho, boca y cuello te traigo. REINA: ¡Ah, conde crüel, luego lo entendí en traello tú y envïármelo él! Bien ha mostrado este día su traición y tiranía, pues debe de imaginar que una no me ha de matar, y así tres muertes me envía. Vuélvete, conde atrevido, y dilo al rey imprudente con nombre de mi marido, que yo estimo su presente y le doy por recibido. CONDE: El rey mandó que te diera, señora, aqueste presente, o por él la muerte fiera, y en la puerta aguarda gente que para hacerlo me espera. REINA: Salte de la sala, infame, no des lugar a que en ella tu aleve sangre derrame. ¿Así mi honor se atropella? CONDE: Obligarásme a que llame la guarda. REINA: Llame la guarda, al rey, al reino y al mundo, que mi inocencia me guarda; que unas sombras del profundo cubran la verdad.
Salen el REY y el VARÓN
REY: Aguarda, ¿qué es esto? REINA: Tus sinrazones, tus engaños, tus quimeras, tus trazas, tus invenciones. REY: ¿Es posible que me esperas y ante mis ojos [te] pones? Matadla. REINA: Conde atrevido, no me llegues a ofender, que no se ha visto ni oído que ofendiese hombre a mujer delante de su marido. REY: ¡Ah, Catalina alevosa! ¡Ah, pavón de torpes pies! ¡Ah, ingrata y fingida esposa! ¿Cómo puede ser lo que es, adúltera virtüosa? REINA: ¿Yo, adúltera? Ya han jurado en aquesta información los dos que tienes al lado, porque el conde y el varón ya otra vez me lo han llamado. REY: Bien publican tus extremos lo que por mis ojos vi. Los tres tu trato sabemos. CONDE: Y si es menester aquí, también lo sustentaremos que eres adúltera. REINA: ¡Calla, lengua maldita! ¡Dios vierta rayos para castigalla! REY: Mi infamia, enemiga, es cierta, y en secreto he de vengalla. Apercíbete a morir. [.........................] [................... -ir] [.........................] [...................... -ir] CONDE: [.................. -ena] [....................... -er] de estas tres la muerte ordena, de ellas puedes escoger la mejor. REINA: Ninguna es buena. Si por adúltera muerto sea en fuego y por sentencia, cumpliendo el romano fuero. Podrá ser que mi inocencia obligue a algún caballero. VARÓN: Concédelo, gran señor, ya que se enternece y llora, que los dos en tu favor sustentamos que es traidora y que te quitó el honor. Mañana al campo saldremos, y a la que tú señalares tres horas aguardaremos, no con peto y espaldares porque armados no queremos, sino con espadas solas, hasta ver si hay quién sustente lo contrario. REINA: Si arrebolas, sol, las puertas del oriente y del mar los golfos y olas, publica mi honestidad y virtud por labios de oro; pues sabes tú la verdad, y contra el Señor que adoro si he cometido maldad. REY: Mi clemencia te socorre hasta mañana a las tres. Encerradla en una torre. REINA: Dame, esposo, aquesos pies. REY: Vil, ese nombre se borre.
Vanse, y salen don FELIPE, doña JUANA, CARLOS y acompañamiento
FELIPE: Dejad el coche en el llano y en esta verde espesura, que en invierno y en verano ve el sol, aunque lo procura, con su rostro soberano, mueran aquestos traidores. CARLOS: (Éste es, señora, el francés, Aparte del duque amigo; no llores). FELIPE: ¿Cuál es el culpado? CRIADO: Éste es. FELIPE: Hacéos aparte, señores. Hombre, el rey manda que mueras. Bien te puedes consolar si el delito consideras. JUANA: Si la muerte me has de dar, aquí estoy, señor. ¿Qué esperas? No me quiero defender aunque me mates y ofendas; y pues forzoso ha de ser el morir, quiero me entiendas que soy mujer. FELIPE: ¿Tú? ¿Mujer? JUANA: Yo mujer, y soy esposa del duque Mauricio. FELIPE: Cielos, ¿tú eres doña Juana hermosa de Aragón? ¡Dejadme, celos, sierpes del alma rabiosa! ¿A mis manos has venido, fiera ocasión de mis quejas? Soy a quien has ofendido, y el desdichado a quien dejas condenado a eterno olvido. Don Felipe de Cardona soy, y quien dejó en Navarra una infanta y su corona por la aragonesa barra y su divina persona. JUANA: Señor, pues me trujo el cielo a vuestras manos, por dar a mis desdichas consuelo, si el llanto me da lugar, a vuestra clemencia apelo. FELIPE: Enemiga, es imposible; que cuando me ruegas más estoy más fiero y terrible, pues en mis manos estás, que todo al tiempo es posible. En ellas has de morir porque sepas guardar fe. [................. -ir]. JUANA: Si te escribí y avisé, y te tardaste en venir, y mi padre me casó con el duque tu contrario que más aprisa llegó, quéjate del tiempo vario. FELIPE: [Eso] mismo digo yo. Ese hombre, amigos, dejad, y con secreto en el coche os volved a la ciudad; que yo aguardo de la noche la funesta oscuridad. Y al rey le diréis que quedo su justicia ejecutando. CRIADO: Así lo haremos.
[Vanse los CRIADOS]
CARLOS: Pues puedo, los pies me dan, aunque temblando estoy de pena y de miedo. Ya pienso que mi señora te ha contado la verdad. FELIPE: Pues ha de morir agora, y ya su inmensa beldad lágrimas de sangre llora. La verde muerte te dejo, quédate a Dios, que con ella por la espesura me alejo. CARLOS: ¿Quién la razón te atropella? Ya de tu valor me quejo. FELIPE: Quédate. JUANA: Carlos honrado, queda a Dios. CARLOS: Señora mía, perdona; que estoy atado. FELIPE: Ingrata, llegó mi día, y en él quedaré vengado.
Vanse y queda CARLOS
CARLOS: ¿Vióse mayor desventura? Traidor, ¿ésta es la lealtad y ésta es la amistad segura? Pero la santa amistad poco en los traidores dura. ¡Qué te he dejado llevar! ¡Qué con mi boca y mis dientes no puedo al traidor matar!
Sale el DUQUE
MAURICIO: Limpias y parleras fuentes, dejadme de atormentar. En todas partes os veo con las guijas resonando, y como temo y deseo, celoso estoy, envidiando vuestro dichoso himeneo. CARLOS: ¡Cielos, suspenso he quedado! Ya sospecho que el jüicio o la vista me ha faltado. ¿No es éste el duque Mauricio? ¡Él es! ¿Si ha resucitado? ¡Caballero! MAURICIO: ¿Carlos mío? CARLOS: ¿Que estás vivo? ¿Que eres cierto el duque, o es desvarío? MAURICIO: Bien dices, que un vivo muerto es como puente sin río. CARLOS: ¿No te vi muerto, señor, a estocadas? MAURICIO: Pues me ves vivo, no; porque el valor de un generoso francés me dio vida y me dio honor. Cubierto con mi vestido cierto lacayo gascón, Carlos, fue el muerto fingido. CARLOS: En infelice ocasión, señor, a verte he venido. MAURICIO: ¿Quién te ató de aquesta suerte? CARLOS: A mi señor y a mí el rey indignado y fuerte nos mandó sacar aquí, señor, para darnos muerte; al francés nos entregó, tu amigo. MAURICIO: ¿Y mi doña Juana? CARLOS: Ya murió. MAURICIO: ¡No viva yo! ¡Ay, mi vida! ¿Qué inhumana sentencia la muerte os dio? ¿Por dónde entró? CARLOS: Por allí. MAURICIO: Sígueme. CARLOS: Pondré en los pies el viento mismo. MAURICIO: ¡Ay de mí! CARLOS: Pero aguarda, que el francés viene, mi señor, aquí.
Sale don FELIPE
MAURICIO: Amigo, ingrato traidor, francés en engañoso pecho, que por darle muerte al alma dejaste vivo mi cuerpo. Palabra escrita en el agua, fiero verdugo sangriento de aquel ángel que ya pisa las bóvedas de los cielos, ¿para qué me diste vida si [tú ya] me [tienes] muerto? Mete mano, francés falso, que aquí te aplazo y te reto de alevoso y de traidor en obras y en pensamientos. FELIPE: Repórtate y ten la espada, que ya nos sobrará tiempo de que riñamos los dos, que ha días que lo deseo.
Sale FRISÓN
FRISÓN: Huelgo de encontraros juntos, que yo sospecho que el cielo os ha querido juntar no, señores, sin misterio. De Nápoles vengo agora, y está Nápoles revuelto; que han acusado a la reina dos traidores de adulterio. En la plaza de palacio se ven dos tronos cubiertos, uno de alegres brocados, y otro de lutos funestos. Y entre aquestos dos teatros se muestra un palenque estrecho, donde los dos alevosos quieren sustentar sus yerros. Dicen que a la reina hallaron en un oscuro aposento, despidiéndose y llorando de un flamenco caballero, a quien dio muerte la guarda, y cierto francés que entiendo que por orden de su alteza le hizo matar en secreto. Y la desdichada reina ha llegado a tal extremo que no hay quién su causa ampare, señores, en todo el reino. Tres horas tiene de plazo aqueste alevoso reto, que a las seis se cierra el campo y a las tres estará abierto. CARLOS: La duquesa, mi señora era aquélla. FELIPE: Yo la he muerto en traje de hombre vestida. MAURICIO: El seso y paciencia pierdo. ¡Oh, inocente señora, por ti en el campo me ofrezco a defender tu virtud y tus castas pensamientos! Y después de haber cortado las lenguas que te ofendieron, la muerte de doña Juana he de vengar. FELIPE: Yo te espero en campaña al otro día, al sacar el alba Febo. MAURICIO: Ven, Carlos. FELIPE: Vamos Frisón, que en venganzas no me meto.
Vanse y salen el REY, ASTOLFO, y alabarderos, la REINA, enlutada. Está un trono aparte y siéntanse
ASTOLFO: No pensé, gran señor, que me llamabas para suceso tan funesto y triste. REY: Marqués, para mi honor es muy alegre; que quiero que los grandes de mi reino de mi perdido honor sean testigos, y testigos también de la venganza. Caballeros, madama Catalina, hija del rey Enrique de Bohemia, es la que está a mi lado como reina, por ser esposa mía. Es acusada de adúltera y de aleve, y entretanto que el cielo nos declara la justicia, quiero que hagáis con ella lo que se hace con los aleves en aqueste reino, no alterando con ella la costumbre que se guarda. REINA: Señor, dadme paciencia. ASTOLFO: Pues quiero comenzar, con tu licencia. Mujer, deja el lugar que no mereces. Mujer, deja el lugar que no mereces. Mujer, deja el lugar que no mereces. Señor, esta mujer que está a tu lado dicen dos caballeros que es adúltera, y así importa a tu honor que se declare la verdad de este caso, y que lo arrojes del lugar donde está, y si no, a nosotros para quitarla no darás licencia. REY: Alzate, vil. REINA: Señor, dadme paciencia.
Sube en el teatro
ASTOLFO: Ya, mujer, tu marido te ha dejado, y sus agravios deja a la justicia. Si tú la tienes, Dios te favorezca, y si no, te castigue. "Amén" responde. REINA: Amén. ASTOLFO: Cubridla con aquese manto, y sobre ese teatro levantadla, porque la pueda ver el pueblo todo, cumpliendo con la antigua ceremonia. Pueblo, aquésta que veis aquí presente es la mujer del rey. Todos miradla. Ninguno agora su mujer la llame hasta que en campo quede averiguado la mentira y verdad de aqueste caso. CRIADO: Ya al son de trompas y cajas vienen el Varón y el Conde.
Salen el VARÓN y el CONDE
REY: Descubridles esos pechos y miradles los estoques. ASTOLFO: ¿Qué sustentáis? VARÓN: Sustentamos, Marqués, aquí, como nobles, que es adúltera la reina. REY: No le deis aquese nombre, Catalina la llamad. ASTOLFO: Aguardad que los relojes den las seis por ver si alguno a Catalina socorre. VARÓN: Aquí los dos aguardamos hasta que venga la noche. REY: ¿Es atambor el que suena? ASTOLFO: Y tras él también un hombre. CONDE: ¿Hombre dices? (¡Vive Dios, Aparte que es malo!)
Salen el DUQUE y CARLOS
MAURICIO: A tus pies se pone un caballero. REY: ¿Qué pides? MAURICIO: Campo contra estos traidores, que yo les daré a entender que la reina corresponde a su virtud, y ellos digan aquí que mienten, a voces. ASTOLFO: Otro atambor se escucha, y sin que el vulgo estorbe, otros caballeros entran tras de él. VARÓN: (Ya mis temores Aparte son ciertos). CONDE: Varón, ¿qué dices? VARÓN: Que otro viene al campo, Conde.
Salen don FELIPE con la cara tapada, FRISÓN y doña JUANA [también tapada]
FELIPE: La fama de la virtud de la reina, que en los orbes no deja de derramarse entre todas sus naciones, hoy me trae a defenderla para que la estimes y honres, y a que sepas que es mujer a la que abrazaba anoche. REY: ¿Qué pides? FELIPE: Campo, señor, contra los dos agresores de esta traición. VARÓN: (Yo soy muerto). Aparte REY: Alto, las trompetas toquen, y habéis visto espada y peto.
[Riñen]
VARÓN: No hay quien resista sus golpes; rendido estoy. CONDE: Yo estoy muerto. Castigó a mi culpa enorme. VARÓN: Di que testimonio fue, por tratarnos con rigores su alteza. REY: Arrojadlos luego, tras de un infame garrote, en el fuego que aguardaba a mi esposa honesta y noble. VARÓN: Justo castigo es del cielo.
[Llévanlos]
REINA: Dios los inocentes oye. Dadme, fuertes caballeros, esos brazos vencedores. REY: Volved, reina a vuestro asiento, porque en él mi reino os honre. FELIPE: Agora, supremo rey, te suplico que me otorgues el campo que le ofreciste al marqués Astolfo, y borre mi agravio de las memorias de todos los españoles. REY: Pues, ¿quién eres? FELIPE: Don Felipe de Cardona. [............... o-e] ASTOLFO: [...................] Así es verdad. REY: Pues tú, Astolfo, ¿le conoces? ASTOLFO: Sí, señor, porque es mi primo. REY: ¿No es éste el francés? FELIPE: [En] nombre; que en sangre soy español. REY: No hay de quien venganza tomes si el duque es muerto. FELIPE: No es muerto, vivo está. REY: ¿Vivo? ¿Y a dónde? MAURICIO: Aquí estoy. ASTOLFO: ¡Válgame el cielo! FELIPE: Astolfo, no te alborotes, que hasta hacer el desafío hice estas transformaciones porque el duque no muriese, y agora que Dios nos pone en estacada, es razón que vengue a mi hermano noble. MAURICIO: Yo la alevosa muerte de mi esposa, que en los montes mataste. FELIPE: El rey lo mandó; el rey, duque, te responde. REY: Hice matar la duquesa porque entendí que era hombre, y quiero que en pago suyo con mi hermana se despose. MAURICIO: Aunque casarme no quiero, es bien que a tus pies me postre por la merced, y en el suelo pido de mis sinrazones a don Felipe perdón y rindo pecho y estoque, y en venganza de su hermano quiero que el cuello me corte. FELIPE: Yo os perdono y doy mis brazos. REY: Yo a la infanta [le] doy en dote los estados del Varón. REINA: Y yo al duque los del conde. FELIPE: Pues ya que estoy satisfecho, quiero que a tu esposa goces, que está viva aunque te dije que le di muerte en los montes. MAURICIO: ¡Esposa del alma mía! REY: Hoy Nápoles se alborote con festines y saraos. REINA: Amiga, Dios nunca esconde la verdad. JUANA: Tu gran virtud da soberan[os] olores. MAURICIO: Doña Inés es tuya, Carlos, y una villa. FRISON: ¿Y a este pobre lacayo, no le darán unas calzas de anascote? MAURICIO: Quiero que todos los años, Frisón, de mis rentas cobres dos mil ducados. FRISÓN: El cielo, señor, los años te doble, que es razón; que aquí comience la casa de los Frisones. FELIPE: La adúltera virtüosa que en Nápoles vive en bronce es ésta, y el autor pide que os pida perdón, señores.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002