ACTO TERCERO


Salen FILETO, BRUNO y SALVANO, con unas varas
FILETO: Hogaño hay linda bellota. BRUNO: Lindos puercos ha de haber. SALVANO: La que ya pensáis comer parece que os alborota. FILETO: A lo menos, la aceituna que habemos de varear, no deja que desear. BRUNO: No he visto mejor ninguna. SALVANO: Comenzad a sacudir; que a fe que tenéis qué hacer. FILETO: Llegue quien ha de coger. BRUNO: Mucho tardan en venir. FILETO: Por el repecho del prado nuesama y sus primas vienen. BRUNO: ¡Verá el reliente que tienen! FILETO: ¿Cantan? SALVANO: Sí. BRUNO: ¡Lindo cuidado!
Salen COSTANZA y BELISA, con varas, [y] VILLANOS y MÚSICOS. Cantan
MÚSICOS: "¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna! Aceituna lisonjera, verde y tierna por de fuera, y por de dentro madera, fruta dura e importuna. ¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna! Fruta en madurar tan larga que sin aderezo amarga; y aunque se coja una carga, se ha de comer sola una. ¡Ay, Fortuna, cógeme esta aceituna!" FILETO: ¿Es para hoy el venir? SALVANO: ¡Qué bien se hará el varear con cantar y con bailar! LISARDA: Comencemos a reñir, ¡por vida de los lechones! SALVANO: Más no valiera callar. BRUNO: Hoy es día de cantar y no de malas razones. Mi instrumento traigo aquí, y a todas ayudaré. LISARDA: También yo de burla hablé. COSTANZA: Todos lo entienden ansí. Esténse las aceitunas por un rato entre sus hojas, y templemos las congojas de algún disgusto importunas; ansí Dios os dé placer. BELISA: Bien dice, pues nadie aguarda. COSTANZA: ¿De qué estás triste, Lisarda? LISARDA: No veo y quisiera ver. COSTANZA: Ya te entiendo; pero advierte que el bien que no ha de venir es discreción divertir. LISARDA: Antes el mal se divierte. Vaya, Tirso, una canción y bailaremos las tres. BRUNO: Vaya, pues habrá después para la vara ocasión.
Cantan
MÚSICOS: "Deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé. Al agua de Dinadámar, que yo me las varearé-- allí estaba una cristiana, que yo me las varearé-- cogiendo estaba avellanas, que yo me las varearé-- el moro llegó a ayudarla, que yo me las varearé-- y respondióle enojada, que yo me las varearé-- deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé. Era el árbol tan famoso, que yo me las varearé-- que las ramas eran de oro, que yo me las varearé-- de plata tenía el tronco, que yo me las varearé-- hojas que le cubren todo, que yo me las varearé-- eran de rubíes rojos, que yo me las varearé. Puso el moro en él los ojos, que yo me las varearé-- quisiera gozarle solo, que yo me las varearé-- mas díjole con enojo, que yo me las varearé-- deja las avellanicas, moro, que yo me las varearé-- tres y cuatro en un pimpollo, que yo me las varearé." SALVANO: Quedo; que he vido venir por en somo de la cuesta gente, a lo de corte apuesta. FILETO: Bien os podéis encubrir; que a la fe que es gente honrada. LISARDA: Ponte, Costanza, el rebozo; que yo me muero de gozo. (Y tengo el alma turbada.) Aparte
Pónense los rebozos las tres
BRUNO: Haya un poquito de grita. SALVANO: "Vaya" en la corte se llama.
Salen OTÓN y MARÍN
MARÍN: Aquí hay villanas de fama. OTÓN: Alguna, Marín, me quita el alma y la libertad. BRUNO: ¿Adónde van los jodíos? MARÍN: A buscaros, deudos míos, para haceros amistad. FILETO: Por donde quiera que fueres, te alcance la maldición de Gorrón y Sobirón con agujas y alfileres. Dente de palos a ti, y otros tantos a tu mozo.
[Habla OTÓN] a LISARDA
OTÓN: ¡Ah, reina, la del rebozo! LISARDA: ¡Oh, qué lindo! ¡Reina a mí! BRUNO: Mala pascua te dé Dios, y luego tan mal San Juan que te falte vino y pan y tengas catarro y tos. Dolor de muelas te dé que no te deje dormir. OTÓN: ¿Cómo queréis encubrir sol que por cristal se ve? LISARDA: Id, señor, vuestro camino, y dejadnos varear. OTÓN: Pues yo, ¿no os sabré ayudar? LISARDA: ¿Ayudar? ¡Qué desatino! Tenéis muy blandas las manos. OTÓN: ¿Habéislas tocado vos? SALVANO: Que vos venga, plegue a Dios, muermo, adivas y tolanos. Mala pedrada vos den, echen os sendas ayudas, y vais a cenar con Judas por "saeculorum, amén."
[Habla MARÍN] a BELISA
MARÍN: ¿Quiere una palabra oír? BELISA: Pues, ¡él a mí, majadero! MARÍN: ¿No soy yo de carne y cuero? BELISA: De cuero puede decir.
[Habla CONSTANZA] a su prima [LISARDA]
COSTANZA: ¡Ay, Lisarda! ¡Feliciano! LISARDA: ¡Mi padre viene con él! COSTANZA: Yo me voy. LISARDA: ¿Qué temes de él? COSTANZA: Es muy celoso tu hermano.
Vase [COSTANZA]. Salen JUAN Labrador y FELICIANO
FELICIANO: Un hombre está con nuestra gente. JUAN: Y hombre de no poco valor en la presencia. LISARDA: Por ti pregunta aqueste gentilhombre. JUAN: ¿Mandáis alguna cosa en que os sirvamos? OTÓN: Señor Juan Labrador, vos sois persona que merecéis del rey aquesta carta, y que os la traiga el mariscal de Francia. JUAN: ¡El rey a mí! Los pies, señor, le beso, y a vos las manos, y ¡ojalá las mías siquiera fueran dignas de tocallas! A presumir mis padres que algún día a su hijo su rey le escribiría, para tomarla en estas rudas manos me enseñaran a guantes cortesanos. Póngola en mi cabeza. Tú que tienes mejor vista, la lee, Feliciano. FELICIANO: La carta dice así. BELISA: ¿Qué será aquesto? FILETO: ¿Si quiere algún lechón? SALVANO: ¿No eres más cesto?
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FELICIANO: "El alcaide de París me ha dicho que cenando con vos una noche le dijisteis que me prestaríades, si tuviese necesidad, cien mil escudos; yo la tengo, pariente. Hacedme servicio que el mariscal los traiga. Dios os guarde." JUAN: ¿"Pariente" dice el rey? FELICIANO: ¿De qué te espantas? Quien pide siempre engaña con lisonjas. JUAN: Lo que dije esa noche, que la hacienda le daría y los hijos. Cumplirélo. Venid por el dinero. OTÓN: Estad seguro que no le perderéis. JUAN: Yo no procuro mayor satisfacción que su servicio, porque el suyo es mandar, servir mi oficio.
Vanse JUAN y OTÓN
FILETO: Con ellos voy. LISARDA: Y yo también, Belisa. BELISA: El ánimo del viejo me ha espantado. SALVANO: ¿Qué os parece de aquesto que ha pasado? FILETO: Que el villano que se hace caballero merece que le quiten su dinero.
Vanse. Salen el REY y FINARDO
REY: Yo quise ser el tercero de los amores de Otón; que tierno en esta ocasión, Finardo, le considero. Mas t juro que en mi vida pensé turbarme, de ver cosa que pudiese ser de improviso sucedida, como al tiempo que salió de las cortinas y dijo "Detente" Otón. FINARDO: El prolijo discurso a mí me contó, con que vino a merecer la discreta labradora, que quiere engañar agora a título de mujer. REY: No hará; que es el mariscal hombre bien intencionado, y el labrador tan honrado que en nada le es desigual. FINARDO: Mucho, señor, ha sabido de las costumbres de Otón; pero amando, no hay razón. REY: Daréme por ofendido de lo que a Juan Labrador se le siguiere de agravio. Mas yo sé que Otón es sabio y mirará por su honor. FINARDO: No hay cosa más inconstante que el hombre. REY: Dices verdad, porque en esa variedad a ninguno es semejante. Admiraba a Filemón, filósofo de gran nombre, ver tan diferente al hombre y era con mucha razón. Decía que en su fiereza los animales vivían; pero que sólo tenían una igual naturaleza. Todos los leones son fuertes, y todas medrosas las liebres, y las raposas de una astuta condición; toda las águilas tienen una magnanimidad, todos los perros lealtad, siempre con su dueño vienen. Todas las palomas son mansas, los lobos voraces; pero en los hombres, capaces de la divina razón, verás variedad de suerte que uno es cobarde, otro fiero, uno limpio, otro grosero, uno falso y otro fuerte, uno altivo, otro sujeto, uno presto y otro tardo, uno humilde, otro gallardo, uno necio, otro discreto, uno en extremo leal, y otro en extremo traidor, uno compuesto y señor, y otro libre y desigual. Otón mire bien por sí, cumpliendo su obligación; que me quejaré de Otón de otra manera. FINARDO: Te oí aborrecer al villano y hablar de su pertinacia. ¿Por dónde vino a tu gracia? REY: Porque toqué con la mano el oro de su valor, cuando en su rincón le vi; que ya por él y por mí pudiera decir mejor lo que de Alejandro griego y Dïógenes, el día que le vio cuando tenía casa estrecha, sol por fuego. Dijo que holgara de ser D]ïógenes, si no fuera Alejandro. Y yo pudiera esto mismo responder, y con ocasión mayor, porque, a no ser rey de Francia, tuviera por más ganancia que fuera Juan Labrador.
Sale OTÓN
OTÓN: Ya, gran señor, en Miraflor he dado la carta al labrador. REY: ¿Qué ha respondido? OTÓN: Que te dijo verdad aquel alcaide de París. Yo no sé qué alcaide sea. Y que allí queda a tu servicio todo hasta sus mismo hijos. REY: ¿Dio el dinero? OTÓN: En famosas coronas de oro puro; y, sin este dinero, te presenta doce acémilas tales, que te juro que dan admiración a quien las mira. Diome aparte un cordero que te diese, vivo y con un cuchillo a la garganta, y trújele, señor, por darte gusto. REY: ¿Cordero vivo con cuchillo atado? OTÓN: De esta manera el corderillo viene. REY: Pues no es sin causa, algún sentido tiene. Mas mira, Otón, que quiero que al instante le lleves esta carta al mismo. OTÓN: ¿Agora? REY: Agora, pues. OTÓN: ¿Escrita la tenías? REY: Pues te la doy, bien ves que escrita estaba. OTÓN: ¿Importa diligencia? REY: Importa mucho, y yo sé, Otón, que con tu gusto vuelves. OTÓN: Yo confieso, señor, que voy con gusto, porque tenerle de servirte gusto. REY: Camina, y mira cómo vas y vienes; que aunque llevas placer, peligro tienes. OTÓN: ¿Peligro yo, señor? REY: Búrlome agora. OTÓN: (Celos son de mi hermosa labradora.) Aparte
Vanse OTÓN y FINARDO
REY: La vida humana, Sócrates decía, cuando estaba en negocios ocupada, que era un arroyo en tempestad airada, que turbio y momentáneo discurría. Y que la vida del que en paz vivía era como una fuente sosegada, que, sonora, apacible y adornada de varias flores, sin cesar corría. ¡Oh vida de los hombres diferente, cuya felicidad estima el bueno, cuando la libertad del alma siente! Negocios a la vista son veneno. ¡Dichoso aquél que vive como fuente, manso, tranquilo, y de turbarse ajeno!
Vase. Salen JUAN Labrador y FELICIANO
JUAN: Hijo, en haberte casado con mi Costanza, aunque hermosa, más por ser tan virtüosa, borré del alma un cuidado. La fiestas hice a tus bodas, que algún príncipe envidió, porque para serlo yo, me sobran las cosas todas, si me falta la nobleza; que ésta, ansí tenga salud, que la he puesto en la virtud harto más que en la riqueza. ¡Gracias al cielo por todo! Yo quisiera descansar, si verdad te digo, y dar a mis cuidados un modo; de los cuales la mitad es ver sin dueño a tu hermana, y pasando la mañana de su más florida edad. Así, piensa--y Dios te guarde-- un marido, si tú quieres. Mira que ya las mujeres no quieren casarse tarde, Antiguamente, me acuerdo, cuando mi abuelo vivía, que el tiempo que allí corría era más prudente y cuerdo. Casábase en nuestra aldea un hombre de treinta y siete años, edad que promete que sabio y prudente sea. La mujer, no sin tener treinta bien hechos; mas ya de veinte el hombre lo está, y de doce la mujer. Y está muy en la razón; que nuestra naturaleza ha venido a tal flaqueza. FELICIANO: (Cansados los viejos son. Aparte Luego nos dan con su edad. Cuanto ha pasado es mejor.) JUAN: Elige algún labrador a quien tengas voluntad, y casemos a Lisarda; que siempre mal ha sufrido de sus padres el olvido mujer hermosa y gallarda. FELICIANO: Yo, señor, tan altos veo sus pensamientos y galas, que no me atrevo a las alas de su atrevido deseo. No hallo en esta comarca digno labrador de ser marido de esta mujer, ni en cuanto la sierra abarca. Uno está haciendo carbón, otro guarda su ganado, otro con el corvo arado rompe al barbecho el terrón. Aquél es rudo y grosero, el otro rústico y vil. Para moza tan gentil mejor fuera un caballero. Hacienda tienes, repara en que Lisarda... JUAN: Detente. Si no quieres que me cuente por muerto, la lengua para. ¿Yo, señor? ¿Yo caballero? ¿Yo ilustre yerno? FELICIANO: ¿Pues no? ¿Para qué el cielo te dio tal cantidad de dinero? Carece de entendimiento --perdóname, padre, ahora-- quien en algo no mejora su primero nacimiento. Mas vesla, señor, ahí; ella te dirá su gusto. JUAN: Mejor dirás mi disgusto, si tiene el que miro en ti.
Salen LISARDA, BRUNO y FILETO
LISARDA: Digo que le pediré que os honre en esto a los dos. BRUNO: Pidiéndolo tú, por Dios, que no lo niegue. LISARDA: No sé. JUAN: Lisarda... LISARDA: Padre y señor, basta, que aquestos pastores quieren las fiestas mayores cuanto es la ocasión mayor. JUAN: ¿Cómo ansí? LISARDA: Porque han sabido que tienes un nieto ya. JUAN: ¿Búrlaste? LISARDA: Cierto será, si Constanza no ha mentido. JUAN: ¿Qué es lo que dice Costanza? LISARDA: Que está preñada a la ve. JUAN: Si fuere cierto, daré albricias de la esperanza; mas para fiestas, bien pueden hacerlas al pensamiento que me da tu casamiento, si los tuyos me conceden que pueda yo disponer de tu esquiva condición.
Sale MARÍN
MARÍN: De parte del rey, Otón te vuelve otra vez a ver. JUAN: ¿Otón otra vez? FELICIANO: ¿Qué quiere otra vez el rey de ti? LISARDA: Confusa estoy. JUAN: Yo sin mí; mas venga lo que viniere.
Sale OTÓN
OTÓN: ¿Quién duda que os espante mi venida y otra carta del rey? JUAN: Tantos favores no me pueden dejar de dar espanto. Léela, Feliciano, por tu vida. OTÓN: Seáis, Lisarda, bien hallada. LISARDA: El cielo traiga con bien a vuestra señoría. BRUNO: ¡Hola, Fileto! El rey se ha regostado a los escudos de nuestro amo. FILETO: Pienso que quiere empobrecerle de malicia. FELICIANO: La carta dice ansí. BRUNO: Y eso, ¿es justicia?
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FELICIANO: "Hoy me he acordado que el alcaide de París me dijo que, si fuese necesario, me serviríades con vuestros hijos; ahora son a mi servicio y gusto. Ansí os mando que luego al punto me los enviéis con Otón. Dios os guarde, pariente. Yo el rey." JUAN: ¿Mis hijos pide? OTÓN: Vuestros hijos pide. JUAN: ¿Para la corte? OTÓN: Sí, para la corte. JUAN: ¿Quién es aqueste alcaide que a mi casa vino por mi desdicha aquella noche, que de mí tantas cosas le ha contado? FELICIANO: Padre, no os aflijáis. JUAN: Lo que es dinero no pudiera afligirme; mas, ¡los hijos! LISARDA: El rey tiene este gusto, el valor tuyo no es bien que pierda aquí de lo que vale. JUAN: ¡Eso sí! Yo aseguro que vosotros no tengáis tal placer ni mejor día. Cumplido se han aquí vuestros deseos. Sólo un rey me pudiera mandar esto, y sola mi desdicha darle causa. Ya declina conmigo la Fortuna, porque ninguno puede ser llamado hasta que muere, bienaventurado. Al rey obedezcamos; que por dicha ésta mi condición me pone miedo, pues no puedo esperar de tan gran príncipe menos que su real nombre promete. OTÓN: Estad seguro, Juan, que por bien suyo, y en agradecimiento del dinero los envía a llamar. JUAN: Pensarlo quiero. Partid, señor, con ellos en buen hora; que a la iglesia me voy.
Vase
OTÓN: ¡Qué sentimiento! FELICIANO: No os admiréis; que es padre. LISARDA; Más le tiene por vernos en la corte, que por miedo. OTÓN: No nos vamos sin verle. FELICIANO: Por la iglesia, si os parece, pasemos. LISARDA: Y es muy justo; que viéndonos tendrá menos disgusto. FILETO: Vámonos luego; que también yo quiero ir a ser cortesano con Lisarda. BRUNO: Yo pienso acompañarte. FILETO: Por lo menos, no estaremos a ver al viejo padre llorando la desdicha que imagina. BRUNO: Mas dime, ¿sabrás tú ser cortesano? FILETO: Pues, ¿hay cosa más fácil? BRUNO: ¿De qué suerte? FILETO: No sé si acierto, lo que pienso advierte: cumplimientos extraños, ceremonias, reverencias, los cuerpos espetados, mucha parola, mormurar, donaires, risa falsa, no hacer por nadie nada, notable prometer, verdad ninguna, negar la edad y el beneficio hecho, deber... y otras cosas más sutiles, que te diré después por el camino. BRUNO: Notable cortesano te imagino.
Vanse. Salen el REY y el ALMIRANTE
REY: De esta manera, sospecho que irá mi hermana mejor. ALMIRANTE: Beso tus manos, señor, por la merced que me has hecho. REY: Ya que me determiné a casarla, no podía darla mejor compañía. ALMIRANTE: Yo, señor, la llevaré con mis parientes y amigos, y con todo mi cuidado. REY: No quise que mi cuñado, con guerras, con enemigos, de su tierra se alejase. ALMIRANTE: Ha sido justo decreto de un príncipe tan perfeto. REY: Por esto, y por excusar un gasto tan excesivo. ALMIRANTE: Por mil razones es bien. REY: Que llegue hasta el mar también gente de su guarda escribo porque más seguros vais. ALMIRANTE: Ya la infanta, mi señora, viene a verte. REY: Y viene agora a saber que la lleváis.
Sale la INFANTA
INFANTA: ¿En qué entiende vuestra alteza? REY: Hermana, en vuestra jornada. INFANTA: ¿Acércase? REY: Ya es llegada. Pero no tengáis tristeza, pues va mi primo con vos; y yo, cuando pueda, iré. INFANTA: ¿No queréis que triste esté? REY: Imagino que los dos nos veremos muchas veces. INFANTA: Luego que salga de aquí, os olvidaréis de mí. REY: Hago a los cielos jüeces, y al amor que me debéis, que no es posible, señora, que faltéis del alma una hora donde tal lugar tenéis. Mirad que aunque soy hermano, soy vuestro galán también. INFANTA: No puedo responder bien, si no es besándoos la mano.
Sale FINARDO
FINARDO: Otón, señor, ha llegado. REY: Venga norabuena Otón.
Salen OTÓN, LISARDA, FELICIANO, BELISA, BRUNO y FILETO
OTÓN: Éstos los dos hijos son de aquel labrador honrado. REY: Ellos sean bien venidos. FELICIANO: Los pies, señor, te besamos, y a tu grandeza llegamos humildemente atrevidos. LISARDA: Déme vuestra alteza a mí, pues que indigna, los pies. INFANTA: Dios os guarde. Hermosa es. Ya me acuerdo que la vi una mañana en su aldea. REY: Hermana, hacedme placer de honrarla. INFANTA: ¿Que puede hacer que vuestro servicio sea? REY: Dalde muy cerca de vos el lugar que vos queráis, segura que le empleáis en buena sangre, por Dios. OTÓN: (No en balde el rey ha trazado Aparte que venga Lisarda aquí. Siempre sus celos temí, mis favores le han picado. ¡Ah, cielo, cuán mejor fuera que en el camino a su hermano me declarara, y la mano de ser su esposo le diera! Pero también era error sin la licencia del rey. Mas, ¿cuándo amor tuvo ley? Porque con ley no es amor.) REY: Hago alcaide de París a Feliciano. FELICIANO: No sé cómo, señor, llegaré adonde vos me subís; que las plumas de mis alas no me levantan del suelo. REY: Con la humildad de tu celo al mayor mérito igualas. OTÓN: (¡Cómo se le echa de ver al rey el fin de su intento! Claro está su pensamiento, él mismo le da a entender por la lengua y por los ojos.) REY: Finardo... FINARDO: ¿Señor? REY: Advierte. OTÓN: (El traerla fue mi muerte. Aparte Yo merezco mis enojos.)
[El REY habla] aparte a FINARDO
REY: Ve, Finardo, a Miraflor, y con toda diligencia haz que venga a mi presencia su padre, Juan Labrador; y no te vengas sin él, aunque le fuerces. FINARDO: Yo voy. REY: Mira que aguardando estoy, porque he de tratar con él ciertas cosas de importancia.
Vase FINARDO
OTÓN: (El rey ha hablado en secreto con Finardo; no es efeto de los gobiernos de Francia. Él es ido y con gran prisa; ¿quién duda que a prevenir mi desdicha, que a salir con tanta fuerza me avisa?) REY: Vamos, hermana, y haremos que muden traje los dos.
Vanse el REY, la INFANTA y el ALMIRANTE, LISARDA, FELICIANO y BELISA
OTÓN: (Un ciego verá, por Dios, del rey los locos extremos. ¡Oh traidor, oh falso amigo! ¡Oh Finardo, que me vendes, pues cuando mi mal entiendes eres fingido conmigo!) Buenos hombres, ¿sois los dos crïados de Feliciano? BRUNO: Háblale tú, cortesano. FILETO: ¿Diréla merced, o vos? BRUNO: Señoría, mentecato. FILETO: Señor, de la aldea venimos donde a su padre servimos, ya en su casa, ya en el hato. Bruno se llama este mozo, y yo Fileto me llamo. OTÓN: Mucho por el dueño os amo, mucho de veros me gozo. Pienso que podréis hablar con libertad a Lisarda; que ni crïado ni guarda os ha de impedir entrar. Hacedme, amigos, placer de decirle cómo a Otón le mata la sinrazón que el rey le pretende hacer; y decilde que le pido mire que es injusta ley por dudoso galán rey, dejar seguro marido.
Vase
BRUNO: ¿Que te parece? FILETO: ¡Mal año para quien quedase acá. BRUNO: ¡Pardiez, que Lisarda está metida en famoso engaño! FILETO: Luego que vine a este mundo de la corte, eché de ver Bruno, que había de ser alcahuete o vagamundo. ¿Has vido lo que este necio manda decir a Lisarda?
Sale FELICIANO, muy galán
FELICIANO: No medra quien se acobarda, ni tiene el ánimo precio. ¡Dichoso el que alcanza a ver del sol del rey sólo un rayo! BRUNO: Cata a muesamo hecho un mayo. FILETO: Luego, ¿es él? BRUNO: ¿Quién puede ser? FILETO: ¡Esto tan presto se medra! A fe que estás gentil hombre. FELICIANO: Como sin el sol el hombre no es hombre, es estatua, es piedra, ansí aquel que nunca vio la cara al rey. Tomad esto
Dales dinero
y los dos os vestid presto ansí a la traza que yo, aunque no tan ricamente, para que aquí me sirváis; porque en aquéste que andáis, no es hábito conveniente. BRUNO: Pues, ¿de qué te serviremos? FELICIANO: De lacayos, que tenéis buenos cuerpos, y otros seis para pajes buscaremos; que pajes he de tener para alcaide de París. Ea, ¿cómo no partís? FILETO: Con temor de no saber si sabremos el oficio. FELICIANO: Pues, ¿tiene dificultad ir delante, en la ciudad, del caballo? BRUNO: ¡Hermoso vicio! FELICIANO: Pasad delante de mí. FILETO: ¿Los dos? Pues ponte detrás. FELICIANO: Id caminando. BRUNO: ¿No es más? FELICIANO: No es más. BRUNO: Pues ya lo aprendí. FILETO: Agora acabo de ver que hay acá más de un oficio, que es vicioso su ejercicio, y viste y come a placer. Si no hubieran los señores, los clérigos y soldados menester tantos crïados, hubiera más labradores. Vase un cochero sentado, que todo lo goza y ve; ¡mal año, si fuera a pie con la reja de un arado!
Sale LISARDA, muy gallarda
LISARDA: A tomar tu parece del nuevo traje he venido. FELICIANO: Nunca mejor le has tenido porque tienes nuevo ser. Dame esos brazos, Lisarda, porque has doblado mi amor con verte en el justo honor de tu condición gallarda. LISARDA: Mas, ¿si me padre me viera? FELICIANO: Pienso que perdiera el seso. FILETO: Parabién del buen suceso, ama y señora, te diera, a saber la cortesía con que te habemos de hablar. LISARDA: Éstos, ¿han de ir al lugar? FELICIANO: No tan presto, hermana mía, porque en mi servicio quedan. Y quédate a Dios; que voy a vestirlos, porque hoy por París honrarme puedan.
Vase
LISARDA: Dios te guarde. BRUNO: Oficio honrado, pardiez, hemos de tener. FILETO: Que ya no queremos ver el azadón ni el arado.
Vanse los criados
LISARDA: De grado en grado amor me va subiendo, que también el amor tiene su escala, donde ya mi bajeza a Otón iguala, cuya grandeza conquistar pretendo. Fortuna, a tus piedades me encomiendo. Ya llevo en la derecha mano el ala con que he llegado a ver del sol la sala por la región del aire discurriendo. No me permitas humillar al suelo si a tu cielo tu mano me llevare. Hazme cristal al sol, no débil hielo. Agora es bien que tu piedad me ampare; que no es dicha volar hasta tu cielo, sin clavo firme que tu rueda pare.
Sale el REY
REY: Hermosa, Lisarda, estás con ese nuevo vestido. LISARDA: Señor, como nube he sido donde con tus rayos das; que como el sol las colora, cuando alguna se avecina, ansí con tu luz divina mi nube se doma y dora. REY: Todos me debéis amor desde una noche que os vi. LISARDA: Aunque en disfraz, conocí vuestro supremo valor. REY: Quiero a vuestro padre mucho.
Sale OTÓN, sin ser visto
OTÓN: (Ya, ¿qué me queda por ver?) Aparte REY: Y a vos os pienso querer. OTÓN: (¡Con qué sufrimiento escucho! Aparte Pero la desigualdad no me promete más furia, y sólo Lisarda injuria la fe de mi voluntad; que el rey, ¿por qué obligación no ha de procurar su gusto?) REY: De hacerle mercedes gusto, ansí por la discreción como por el valor grande que en su pecho he conocido. LISARDA: Pues sus hijos le ha ofrecido, ¿qué puede haber que le mande vuestra alteza que no haga? OTÓN: (¿Qué invención podré fingir Aparte con que les pueda impedir y que al rey le satisfaga?)
Saliendo
Señor, mire vuestra alteza que es hora ya de comer. REY: Sí, Otón, sí debe de ser. Pero juega de otra pieza, que con ésa perderás. OTÓN: ¿No es ya que comas razón? REY: Estáte quedito, Otón. Ten paciencia y ganarás. OTÓN: ¿De qué la debo tener? ¿No te sirvo en lo que puedo? REY: Nunca al poder tengas miedo cuando es discreto el poder. OTÓN: Come, señor, por tu vida. REY: Aguardo un huésped, Otón. OTÓN: ¿Tú? ¿Huésped? REY: Y de un rincón; que éste nunca se me olvida. OTÓN: Parece que ya de mí no fías lo que solías. REY: Menos tú de mí confías, pues que te guardas ansí. OTÓN: Señor, no entiendo el estilo con que hoy me tratas. REY: No importa. Mucho Amor, con celos corta. Embótale un poco el filo.
Vase LISARDA. Salen FINARDO y luego JUAN Labrador
FINARDO: Ya está Juan Labrador en tu palacio. REY: Sea Juan Labrador muy bien venido. JUAN: Para servirte aún me parece espacio, invicto rey, la prisa que he traído.
Vase OTÓN
REY: Mucho de tus intentos me desgracio, aunque estoy a tu estilo agradecido. ¿Por qué no quieres verme? ¿Soy yo fiera? JUAN: Porque morir en mi rincón quisiera. REY: ¿Tú no sabes lo que es antipatía? ¿Por qué secreta estrella me aborreces? JUAN: ¿Aborrecerte yo? ¿Cómo podría, que ser amado, príncipe, mereces? Colmando el cielo en la aldehuela mía de sus bienes mi casa tantas veces, me pareció que solamente el verte pudiera ser la causa de mi muerte. No me engañé, pues en tu rostro veo que eres tú aquél que ya cenó conmigo, y desde entonces tanto mal poseo que parece del cielo este castigo por sólo verte--lo que apenas creo-- dejando mi rincón tus salas sigo, llenas de tus pinturas y brocados y de la multitud de tus crïados. Acá tengo mis hijos, que no siento tanto como el hallarme yo en persona en medio de tan áspero tormento; y si te enojo, gran señor, perdona. REY: ¡Hola! Dad a mi huésped un asiento, que haber nacido rústico le abona; Juan, asentaos. JUAN: Señor, ¿que yo me asiente? REY: Sentaos, pues quiero yo; sentaos, pariente. JUAN: Siéntese vuestra alteza. REY: Sois un necio. ¿No veis que me mandáis vos en mi casa? JUAN: Si en la mía yo os hice ese desprecio, no os conocí. FINARDO: (¿Que es esto que aquí pasa?) Aparte REY: Mucho de que a mi lado estéis me precio. JUAN: A mí, señor, con su calor me abrasa el rostro la vergüenza. REY: Mucho os quiero. De hoy más habéis de ser mi compañero. JUAN: Señor, si allá os hubiera conocido, cenárades mejor. REY: Yo me fui a veros, pues nunca a verme vos habéis venido. JUAN: Fui villano en rincón, no en ofenderos. REY: Del empréstito estoy agradecido. JUAN: Señor, yo no he emprestado esos dineros. Lo que era vuestro dije que os volvía, porque de vos prestado lo tenía, y ansí réditos fueron el presente. REY: ¿Qué cordero fue aquél y qué cuchillo? JUAN: Deciros que a su rey está obediente de aquella suerte el labrador sencillo. Cortar podéis cuando queráis. REY: Pariente, muy filósofo sois. JUAN: No sé decillo; pero sentillo sé. REY: Vos me pintasteis de lo que sois señor, y me admirasteis. Oíd lo que soy yo. Yo soy agora desde Arlés a Calés señor de Francia, y desde la Rochela hasta Bayona, la Bretaña, Gascuña y Normandía, Lenguadoc, la Provenza, el Delfinado hasta que toca en la Saboya el Ródano, está debajo de mi justo imperio; entre la Sona y Marne la Borgoña, y, a la parte de Flandes, Picardía. Tengo castillos, naves, oro, plata, diamantes, perlas, recreaciones, cazas, jardines y otras cosas que se extienden al mar occidental desde Germanía. Y siendo ansí, que solos mis consejos tienen más gente que tenéis pastores y más vasallos en el burgo solo que vos tenéis cabezas de ganados. No tuve condición esquiva en veros y a visitaros fui y a conoceros. JUAN: Señor, mi error conozco, digno he sido de la muerte. Quitad a aquel cordero el cuchillo del cuello, al mío os pido que trasladéis el merecido acero. REY: No soy Diomedes. Yo nunca convido para matar; que regalaros quiero. ¡Hola! Venga la mesa.
Vase FINARDO
JUAN: (El fin sospecho Aparte que ha de venir a ser pasarme el pecho.)
Criados sacan la mesa con todo recado
REY: A mi hermana llamad, música venga; que bien puede tenella mientras come un rey en su rincón. El huésped tenga este lugar. La cabecera tome. JUAN: No es justo que ese puesto me convenga; que no habrá sol que mi ignorancia dome. REY: La cabecera es justo que posea, Juan Labrador, por ruin que el huésped sea.
Salen FELICIANO, LISARDA, FILETO y BRUNO, de lacayos graciosos
FELICIANO: ¿Mi padre con el rey está comiendo? BRUNO: Ansí lo dicen. FILETO: ¿No le ves sentado? FELICIANO: Lisarda, ¿qué es aquesto? LISARDA: Estoy temiendo que el fin de nuestras vidas sea llegado.
Salen la INFANTA y el ALMIRANTE, y MÚSICOS
INFANTA: Si tal huésped estáis favoreciendo, ¿por qué primero no me habéis llamado? REY: Vednos, Ana, comer, por vida mía. JUAN: Beber, señor, si vos mandáis, querría.
Cantan [los MÚSICOS]
MÚSICOS: "Cuán bienaventurado un hombre puede ser entre la gente, no puede ser contado hasta que tenga fin gloriosamente; que hasta la noche oscura es día, y vida hasta la muerte dura."
Salen tres enmascarados con sayos, trayendo en platos, que ponen sobre la mesa, el uno un cetro, el otro una espada y el último un espejo
JUAN: ¿Qué es esto, invicto señor? REY: Son tres platos que me han puesto, de que tú podrás comer. JUAN: Antes ya comer no puedo. REY: No temas, Juan Labrador; que nunca temen los buenos.
Vanse los enmascarados
Este primero que ves tiene el cetro de mi reino; ésta es la insignia que dan al rey, para que a su imperio esté sujeto el vasallo. JUAN: Siempre yo estuve sujeto. REY: Este espejo es el segundo, porque es el rey el espejo en que el reino se compone para salir bien compuesto. Vasallo que no se mira en el rey, esté muy cierto que sin concierto ha vivido, y que vive descompuesto. Mira al rey, Juan Labrador, que no hay rincón tan pequeño adonde no alcance el sol. Rey es el sol. JUAN: Al sol tiemblo. REY: No temas; que a este convite no he de colgar del cabello como el tirano en Sicilia el riguroso instrumento; que esta espada viene aquí por la justicia que puedo ejecutar en los malos, pero no para tu cuello.
Cantan
MÚSICOS: "Como se alegra el suelo cuando sale de rayos matizado el sol en rojo velo así, viendo a su rey, está obligado el vasallo obediente, adorando los rayos de su frente."
[Hablan FILETO y BRUNO] aparte
FILETO: Tamañito, Bruno, estoy. BRUNO: Yo pienso que ya no tengo tripas, que se me han bajado hasta las plantas, Fileto. FILETO: El diablo nos trujo acá. Las máscaras vuelven.
Vuelven los tres enmascarados con otro tres platos
BRUNO: Creo que nos han de abrir a azotes. FILETO: Más temo, Bruno, el pescuezo. REY: Mira esos platos que traen. JUAN: A descubrir no me atrevo mi muerte. REY: Pues oye, Juan. Este papel del primero es un título que doy con cuanta grandeza puedo, de caballero a tu hijo. Goce de este privilegio. El segundo es para el dote de tu hija, en que te vuelvo sobre los cien mil ducados, en diez villas otros ciento. Y porque ver no has querido en sesenta años de tiempo a tu rey, para ti trae una cédula el tercero de mayordomo del rey; que me has de ver, por lo menos, lo que tuvieres de vida. JUAN: Los pies y manos te beso. REY: Quitad la mesa, y mi hermana diga a cuál vasallo nuestro le quiere dar a Lisarda. INFANTA: Eso, señor, digan ellos, pues el dote y la hermosura y tu gracia es tanto premio. OTÓN: Antes que ninguno hable, a ser su esposo me ofrezco. REY: Otón, juráralo yo desde los pasados celos. Ana, primero que os vais, de este alegre casamiento seremos los dos padrinos. INFANTA: Lo que a mí me toca acepto. Daos las manos. REY: Feliciano, ¿no está casado? INFANTA: Yo quiero honrar mucho a su mujer. REY: Aquí, senado discreto, el villano en su rincón acaba por gusto vuestro, besándoos los pies Belardo por la merced del silencio.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002