EL VILLANO EN SU RINCÓN

Lope de Vega Carpio

Texto basado en la edición príncipe de EL VILLANO EN SU RINCÓN en la PARTE SÉPTIMA DE LAS COMEDIAS DE LOPE DE VEGA (Madrid, 1617). Fue preparado por Vern G. Williamsen en 1996, con el apoyo de la edición de Alonso Zamora Vicente (Madrid: Espasa-Calpe, 1963).


Personas que hablan en ella:

ACTO PRIMERO


LISARDA y BELISA, en hábito de damas. Detrás, OTÓN, FINARDO y MARÍN
BELISA: ¿De esto gustas? LISARDA: De esto gusto. BELISA: ¡Qué notable inclinación! OTÓN: Casadas pienso que son. FINARDO: No te resulte disgusto; que en el hábito parecen gente noble y principal. OTÓN: Talle y habla es celestial. Juntos matan y enloquecen. Mas si el ánimo faltara, ¿qué ocasión no se perdiera? LISARDA: Si bien no me pareciera, ninguna joya tomara; que lo mayor para mí es el buen talle del hombre. BELISA: Por mi fe que es gentilhombre. FINARDO: ¿Volverás a hablarla? OTÓN: Sí. LISARDA: ¡Con qué estilo tan galán tantas joyas me compró! BELISA: Habla bajo, porque yo pienso, Lisarda, que van siguiendo nuestras pisadas. LISARDA: Eso me ha dado temor. BELISA: Vuelve muy aprisa Amor por las prendas empeñadas. LISARDA: Todo lo que éste me ha dado, de opinión ha de perder, si agora viene a saber la calidad de mi estado; mas podrélo remediar con darle una prenda yo que valga más. BELISA: Eso no. OTÓN: Quiero, Finardo, llegar.
A LISARDA
A mucha descortesía, hermosa dama, tendréis, y apostaré que estaréis descontenta de la mía porque sirviéndoos vengo y que una vez vuelvo a hablaros. LISARDA: Yo me holgara de obligaros por el peligro que tengo, señor, a que me dejéis, cierto de que en el lugar donde hoy me visteis llegar, muchas veces me veréis; y para satisfacción de que no os digo mentira --porque no sabe quien mira las más veces la intención-- esta sortija tomad. OTÓN: Por prenda vuestra la aceto, y no seguiros prometo, si no es con la voluntad. No os espante el ver que siga, pues el alma me lleváis, ni el ver, pues ya me dejáis que esto tan aprisa os diga; que sabe el cielo que es fuerza, y que no he podido más. LISARDA: El noble que ama, jamás hizo a lo que quiso fuerza. Esto espero yo de vos, pues vuestra nobleza es llana; que aquí me veréis mañana. Y quedaos con Dios. OTÓN: Adiós. LISARDA: Yo os juro que, si os agrado, que de vos lo voy también, y que procediendo bien, os doy amor por cuidado. OTÓN: Yo no pasaré de aquí satisfecho que os veré. LISARDA: Pues yo de aquí pasaré si vos me obligáis ansí. OTÓN: Digo que vais en buena hora. LISARDA: Satisfecha voy de vos. OTÓN: Id con Dios. LISARDA: Quedad con Dios.
Vanse ellas
FINARDO: ¿Qué tenemos? OTÓN: Que es señora de gran calidad, sin duda. FINARDO: Lindamente os ha engañado. OTÓN: Yo me doy por bien pagado, que eternamente acuda donde dice que vendrá. FINARDO: ¿Qué te parece, Marín, de éste, tu señor? MARÍN: Que en fin tras sus antojos se va. ¿Qué bestia le hubiera dado tantas joyas a mujer sin coche, silla, o traer sólo un escudero al lado? OTÓN: No la pensaba seguir... La palabra me tomó... pero perdonad, que yo os tengo de ver mentir, y me habéis de confesar que soy más cuerdo, aunque poco. Parte, por gusto de un loco, Marín, hasta verla entrar en la casa donde vive. ¿Qué miras? Véla siguiendo. MARÍN: Voy tras ella, porque entiendo que ya Finardo apercibe la vaya que te ha de dar. OTÓN: No hará, por vida de Otón; que yo sé que es ocasión para podella envidiar.
Vase MARÍN
FINARDO: Fingís estar engañado por que no os tenga por necio. OTÓN: Para mí no tiene precio, Finardo, un término honrado. FINARDO: ¡Término honrado es tomar más de trescientos escudos de joyas de oro! OTÓN: A los mudos haréis, porfïando, hablar. No os lo pensaba decir. ¿Conocéis piedras? FINARDO: Muy bien. OTÓN: ¿Puede ser que a un hombre den la que puede competir con una estrella del cielo, mujeres de poco honor? FINARDO: Ésta tiene gran valor. OTÓN: Que son señoras recelo. FINARDO: Piedra es ésta que me admira. OTÓN: Es un gentil diamante. FINARDO: Pero la luz no os espante, porque mil veces se mira tan bien labrado un cristal que aun engaña a quien lo entiende. OTÓN: Ya vuestro temor me ofende. Todo lo juzgáis a mal. FINARDO: Hay seis o siete maneras de mujeres pescadoras, que andan, Otón, a estas horas por estas verdes riberas. Una sale con rigor que no se ha de destapar, porque en viéndola, no hay dar una blanca de valor. Ésta, fïada en el pico, dos melindres y un enfado, y algo de un ojo rasgado que encubre nariz y hocico, pesca de sólo su anzuelo camarones, pececillos, guantes, tocas y abanillos del boquirrubio mozuelo. Otra sale con su manto como barba hasta la cinta; que por lo casto se pinta de lo que aborrece tanto. Pesca un barbo boquiabierto, de estos que andan a casarse, que piensan que han de toparse con un tesoro encubierto; lleva arracadas y cruces. Otra sale a lo bizarro, tercia el manto con desgarro, y anda el rostro entre dos luces. Ésta viene más fïada en la cara bien compuesta, descubierta a la respuesta, y, cuando pide, tapada, pesca un delfín a caballo, que se apea a no lo ser; cuerdo digo al mercader, que sabe bien castigallo, y quédalo por la pena. Otra veréis cuyo fin es dar un nuevo chapín, que aquella mañana estrena. Acuden a la virilla de plata resplandeciente, mil peces de toda gente; y ella salta, danza y brilla. Pesca medias y otras cosas. Dice que vive, a diez hombres, en calles de treinta nombres. Otras hay más cautelosas, de estas de coche prestado. Pescan un señor seguro, llevan diamante, oro puro, que se cobra ejecutado. Hay a la noche bujías, pastilla, esclavilla y salva; y vase a acostar al alba, después de seis gracias frías y un poquito de almohada. Otras hay que andan al vuelo. No penen cebo al anzuelo ni van reparando en nada porque son red barredera de los altos y los bajos. Éstas pescan renacuajos, mariscando la ribera, porque llevan avellanas, duraznos, melocotones, huevos, sardinas, melones, besugos, peras, manzanas, y zarandajas ansí. De éstas ya habréis escogido lo que vuestra dama ha sido; que yo lo sé para mí. OTÓN: Paréceme discreción de apretante cortesano. ¡Qué enfadoso estáis! FINARDO: Es llano diciéndoos verdad, Otón.
Sale MARÍN
MARÍN: ¡Ea, albricias! OTÓN: ¿Cómo ansí? MARÍN: ¡Linda cosa! OTÓN: ¿De qué modo? MARÍN: ¡Oh, bien empleado todo cuanto se lleva de aquí! OTÓN: ¿Es acaso gran señora? MARÍN: No; pero muy gran bellaca, pues con invenciones saca. Y se va rïendo agora. FINARDO: "Rïendo se va un arroyo, sus guijas parecen dientes." OTÓN: ¿Hacéis burla? FINARDO: No le cuentes si era fregona de poyo, o damisela de aquellas de guadamecí en invierno, sino ríñele lo tierno con que se muere por ellas, y el crédito que les da a sus vidrios engastados. MARÍN: Pienso dejaros helados si os lo cuento. OTÓN: Acaba ya. MARÍN: Seguí este diablo o mujer casi hasta el fin de París; que pensé que a San Dionís iba, por dicha, a comer. Llegó la tal a un mesón, entró en él, y a un aposento se fue derecha al momento. Forjo una linda invención y entro al descuido a saber de cierto español correo. Miro al aposento, y veo desnudarse la mujer, y vestirse poco a poco de labradora, y después salir con ella otras tres. FINARDO: ¡Para engañar a otro loco! MARÍN: No, por Dios; mas un villano un carro sacó al instante, y ella, poniendo delante del rostro con blanca mano, un velo sutil, subió, y, en una alfombra sentada, la primavera esmaltada por abril, me pareció. Bien puede ser que si vieras en el traje la mujer que tuvieras más que hacer porque hasta el lugar te fueras. Iba un villanillo a pie, y preguntéle quién era, y dijo de esta manera-- "¿Qué lo pregunta? Él, ¿no ve que es hija de mi señor, Juan Labrador?" "Es gallarda, dije--¿Donde vive? Aguarda" Y respondióme, "En Belflor, ese lugar del camino del bosque en que caza el rey." FINARDO: Villana es a toda ley, que en traje de dama vino a burlar en la ciudad un moscatel como vos. OTÓN: ¿Juan Labrador? MARÍN: Sí, por Dios. OTÓN: ¡Qué extraña temeridad! Pues, ¡cómo una labradora este diamante me dio? FINARDO: Porque si es vidrio, os burló. OTÓN: Eso sabremos agora. Camina a la platería. MARÍN: Sea dama o labradora, no es tan hermosa la aurora cuando abre la puerta al día. FINARDO: ¿Que es tan hermosa, Marín? MARÍN: No hay cosa que más lo sea. Haz cuenta que en una aldea se ha humanado un serafín.
Vanse. Salen JUAN Labrador, FILETO, BRUNO Y SALVANO
JUAN: Creo que os he de reñir con las hoces en las manos. Salid acá, cortesanos. FILETO: ¿Ya escopienzas a reñir? Pero donaire has tenido, pues cortesanos nos llamas, pensando que nos infamas con ese honrado apellido. JUAN: Fileto, el nombre "villano," del que en la "villa" vivía se dijo, cual se diría de la "corte" el "cortesano." El cortesano recibe por afrenta aqueste nombre, siendo villano aquel hombre bueno, que en la villa vive. Y pues nos llama "villanos" el cortesano a nosotros, también os llamo a vosotros por afrenta, "cortesanos." FILETO: Señor ha dicho muy bien. JUAN: ¡Ea!, pues alto al trabajo, y pues yo mi cuello abajo, bájenle todos también. ¿Cuántos salieron a arar? SILVANO: Veinte mozos, diez con bueyes y diez con mulas. JUAN: ¿Qué reyes no me pueden envidiar? Ve tú, Salvano, a la viña de la ermita con tu carro. SALVANO: Como ha llovido y es barro lo más de aquella campiña, otra mula llevaré. JUAN: Lleva cuatro. Dios loado, que tantos pares me ha dado, pues aun contarlos no sé.
Vase SALVANO
Ea, tú Bruno, a la cuesta donde vendimia Costanza. BRUNO: Yo voy.
Vase
JUAN: Tú, Fileto, alcanza la más blanca y limpia cesta, y de unas uvas doradas que se vengan a los ojos y estén sus racimos rojos por las mañanas heladas, descubriendo como el sol el puro color del oro, la llena y lleva a Peloro, nuestro vecino y doctor. FILETO: Manda a Gila que me dé un paño de manos bueno, labrado o de randas lleno, y en somo le posaré. JUAN: ¿No eres más necio? ¿No sabes que a peligro el paño está de que se te quede allá? FILETO: Entre personas muy graves platos y paños se vuelven. JUAN: . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .[ --elven,] los pámpanos, de manera unos en otros asidos, con clavellinas tejidos que vayan cayendo afuera; que juntas hojas y flores parece, si están lozanos, sus hojas paños de manos, y los claveles labores. FILETO: Voy, y la pondré de suerte que al rey se pueda llevar. JUAN: Aquí te quiero aguardar. FILETO: Al momento vuelvo a verte.
Vase
JUAN: ¡Gracias, inmenso cielo, a tu bondad divina! No tanto por los bienes que me has dado, pues todo aqueste suelo y esta sierra vecina cubren mis trigos, viñas y ganado; ni por haber colmado de casi blanco aceite de estas olivas bajas, a treinta y más tinajas, donde nadan los quesos por deleite, sin otras, de henchir faltas, de olivas más ancianas y más altas; no porque mis colmenas, de nidos pequeñuelos, de tantas avecillas adornadas, de blanca miel rellenas, que al reírse los cielos convierten de estas flores matizadas; ni porque estén cargadas de montes de oro en trigo las eras que a las trojes sin tempestad recoges, de quien Tú, que los das, eres testigo, y yo, tu mayordomo, que mientras más adquiero, menos como; no porque los lagares, con las azules uvas rebosen por los bordes a la tierra, ni porque tantos pares de bien labradas cubas puedan bastar a lo que octubre encierra; no porque aquella sierra cubra el ganado mío, que allá parecen peñas, ni porque con mis señas, bebiendo de manera agota el río, que en el tiempo que bebe, a pie enjuto el pastor pasar se atreve; las gracias más colmadas te doy porque me has dado contento en el estado que me has puesto. . . . . . . . . . [ --adas] . . . . . . . . . [ --ado] . . . . . . . . . [ --esto]. Parezco un hombre opuesto al cortesano, triste por honras y ambiciones, que de tantas pasiones el corazón y el pensamiento viste, porque yo sin cuidado de honor con mi iguales vivo honrado. Nací en aquesta aldea, dos leguas de la corte, y no he visto la corte en sesenta años, ni plega a Dios la vea, aunque el vivir me importe por casos de fortuna tan extraños. Estos mismos castaños, que nacieron conmigo, no he pasado en mi vida; porque si la comida y la casa, del hombre dulce abrigo, adonde nace tiene, ¿qué busca, adónde va, ni adónde viene? Ríome del soldado, que como si tuviese mil piernas y mil brazos, va a perdellos; y el otro, desdichado, que como si no hubiese bastante tierra, asiendo los cabellos a la Fortuna, y de ellos colgado el pensamiento, las libres mares ara, y aun en el mar no para, que presume también beber el viento. ¡Ay, Dios, qué gran locura buscar el hombre incierta sepultura!
Sale FELICIANO
FELICIANO: Ansí Dios te dé placer, padre mío y mi señor, que me hagas un favor. JUAN: Muchos te quisiera hacer. FELICIANO: Pues ven, por tu vida, a ver al rey, que muy cerca pasa del umbral de nuestra casa, que va a cazar a su monte. Tu capa y sombrero ponte, que el sol en vendimia abrasa. Ven a ver las damas bellas que acompañan a su hermana, que sale como Dïana entre planetas y estrellas. Con ella compiten ellas, y ella con el sol divino. Ven, porque todo el camino se cubre de más señores que tienen los campos flores y fruta aquel verde pino. Ven a ver cuán envidioso está el sol de los caballos, porque quisiera roballos para su carro famoso. Verás tanto paje hermoso que el pecho tierno atraviesa con banda blanca francesa, opuesta al rojo español, ir como rayos del sol por esa arboleda espesa. ¡Ea, padre, que esta vez no has de ser tan aldeano! Da, por tu vida, de mano a tanta selvatiquez. Alegra ya tu vejez, hinca la rodilla en tierra al rey, que con tanta guerra te mantiene en paz. JUAN: ¡No más; que pesadumbre me das! La boca, ignorante, cierra. ¿Qué es ver al rey? ¿Estás loco? ¿De qué le importa al villano ver al señor soberano, que todo lo tiene en poco? Los últimos pasos toco de mi vida, y no le vi desde el día en que nací; pues, ¿tengo de verle ya, cuando acabándose está? Más quiero morirme ansí. Yo he sido rey, Feliciano, en mi pequeño rincón; reyes los que viven son del trabajo de su mano; rey es quien con pecho sano descansa sin ver al rey, obedeciendo su ley como al que es Dios en la tierra, pues que del poder que encierra sé que es su mismo virrey. Yo adoro al rey; mas si yo nací en un monte, ¿a qué efecto veré al rey, hombre perfecto, que Dios singular crïó? El cura nos predicó que dos ángeles tenía que le guardan noche y día, y que ésta fue su opinión sin la mucha guarnición de su armada infantería. Yo propuse, Feliciano, de no ver al rey jamás, pues de la tierra en que estás yo tengo el cetro en la mano. Si el rey, al pobre villano que ves, prestado pidiese cien mil escudos, y hubiese grande que así los prestase --¿qué es prestase?, presentase-- que en un cordel me pusiese. Daré al rey toda mi hacienda, hasta la oveja y el buey; mas yo no he de ver al rey mientras de esto no se ofenda. ¿Hame de dar encomienda ni plaza de consejero? Servirle y no verle quiero, porque al sol no le miramos y con él nos alumbramos, pues tal al rey considero. No se deja el sol mirar, que es su rostro un fuego eterno; rey del campo que gobierno me soléis todos llamar; el ave que hago matar sábele allá de otro modo, ni el vino oloroso es todo porque le falta haber sido él mismo quien le ha cogido para que le sepa más; que en las viñas donde estás lo que he sembrado he bebido. Los coches pienso que son éstos que vienen sonando. Ya me escondo, imaginando su trápala y confusión. ¡Ay, mi divino rincón, donde soy rey de mis pajas! ¡Dura ambición! ¿Qué trabajas haciendo al aire edificios, pues los más altos oficios no llevan más de mortajas?
Vase
FELICIANO: ¿Qué bárbaro produjeron las montañas del Caucaso? ¿Qué abárimo, qué circaso sus ocultos montes vieron? ¿A qué león leche dieron las albanesas leonas, ni en todas las cinco zonas vio el sol por fuegos o hielos, corriendo sus paralelos, sus círculos y coronas, con semejante rigor? ¿Hay tan grande villanía? ¿De ver al rey se desvía? ¡Y al que es supremo señor!
Salen LISARDA y BELISA, de labradoras
LISARDA: ¡De qué famosa labor iba bordada la saya! BELISA: No presumo yo que haya en el sur perlas más bellas. LISARDA: Allá envían a cogellas a la más remota playa. BELISA: Hermosa la infanta iba. LISARDA: Cuando no fuera quien es, su hermosura era interés que en más alto reino estriba. BELISA: Pensé que era, así yo viva, uno de aquellos señores, el que allá te dijo amores cuando fuiste disfrazada. LISARDA: Pues no estuviste engañada; yo le estuve en sus favores. BELISA: Mira que está aquí tu hermano. LISARDA: Feliciano... FELICIANO: Mi Lisarda... LISARDA: ¿Viste la corte gallarda? FELICIANO: Vi nuestro rey soberano. LISARDA: ¿Y no viste, Feliciano, tantas damas, tal belleza? FELICIANO: Admiróme su grandeza de suerte que a toda furia vine a llamar quien injuria la misma naturaleza. Rogué a mi padre que fuese a ver al rey. LISARDA: ¡Necedad! ¿Tan extraña novedad querías que por ti hiciese? Antes que Juan se moviese de su umbral a ver al rey, después de guardar su ley, él no ver al rey juró porque, desde que nació rompería el aire un buey. FELICIANO: ¿Es posible que nacimos de este monstruo? LISARDA: No sé. FELICIANO: Si es nuestro padre, ¿por qué tan diferentes salimos? Yo muero por ver la corte y andar en honrado traje; cánsame este villanaje, aunque a darle gusto importe. Cuando me puedo escapar, voy a París con vestido tan cortesano y pulido que el rey me puede mirar. Escucho a sus caballeros, su grandeza me alborota; al juego de la pelota voy a apostar mis dineros, ya que no puedo jugar --a lo menos no me atrevo-- porque sé bien que si pruebo, conmigo se ha de enojar. Si en las justas y torneos puedo disfrazado entrar, allá procuro llegar, y si no, con los deseos. No sé cómo me engendró. LISARDA: Pues, ¿qué te diré de mí? Jamás a la corte fui que allá pareciese yo. Mi ropa, basquiña y manto, guante y dorado chapín, puede mirallo el delfín. FELICIANO: De su rudeza me espanto. Yo voy a la iglesia, hermana, porque oí decir que oiría misa el rey en ella. LISARDA: Haría nuestra aldea cortesana. Y aun allí podría ser que nuestro padre le viese, aunque verle no quisiese, pues nunca le quiere ver. FELICIANO: No hayas miedo, porque está, desde que el rey ha sentido, o encerrado o escondido. LISARDA: Pues, ¿a misa no saldrá? FELICIANO: Perderála, por no ver la corte, el rey, ni las damas. LISARDA: ¿Y bárbaro no le llamas? FELICIANO: Ni aun hombre mereció ser. Voyme, porque para mí nunca amanece tal día.
Vase
LISARDA: ¿Qué dirás, Belisa mía, de lo que ha pasado aquí? BELISA: Digo que como la gente del lugar toda entrará a ver al rey, si allá está puedes muy honestamente verle y ver si está con él el que las joyas te dio. LISARDA: Digo que le he visto yo, Belisa, y muy cerca de él. BELISA: ¡Cosa que fuese señor de importancia! LISARDA: No quisiera que tan grande señor fuera como imposible mi amor. Pero vamos a saber lo que hizo la Fortuna; que quien nació sin ninguna, ¿de qué la puede temer? Mas tenga este desengaño mi padre, Juan Labrador; que no lo ha de ser mi amor sin hacer a mi honor daño. Yo no nací, mi Belisa, para labrador por dueño; para mí su estilo es sueño, y su condición es risa. Yo me tengo de casar, por mi gusto y por mi mano, con un hombre cortesano, y no en mi propio lugar. BELISA: ¿No me llevarás contigo? LISARDA: Conmigo te llevaré. Para corte me crïé; su estilo y leyes bendigo. BELISA: Vamos, y deja el aldea. LISARDA: ¡Ay, si hablase aquel señor! BELISA: No es imposible tu amor, como título no sea. LISARDA: Puédele mi padre dar de dote cien mil ducados. BELISA: Ducados hacen ducados; con duque te has de casar.
Vanse. El REY de Francia, la INFANTA, FINARDO, OTÓN, MARÍN, acompañamiento
REY: ¿Habéislo preguntado? OTÓN: Ya se viste; porque no fue poca dicha, porque es tarde. INFANTA: La iglesia me contenta, aunque es antigua, y los altares tienen, para aldea, mejores ornamentos que la corte. OTÓN: Pienso que en ella vive un hombre rico, que debe de tener este cuidado. REY: ¿Qué piedra es ésta escrita, que sostiene este pilar? INFANTA: Será alguna memoria. ¿Eso a leer se pone vuestra alteza?
Salen FILETO, BRUNO, y SALVANO
FILETO: Pisa quedito, Bruno, no te sientan. BRUNO: Pues, ¿fuera yo más quedo sobre huevos? SALVANO: ¿Éste es el rey? FILETO: Aquel mancebo rojo. SALVANO: Yo he visto en un jardín pintado al César, a Tito, a Vespasiano y a Trajano; pero estaban rapados como frailes. BRUNO: Ésos eran coléricos, que apenas sufrían sus bigotes, y de enfado se dejaban rapar barba y cabeza. INFANTA: ¿De qué está rïendo vuestra alteza? REY: ¿No quieres que me ría, si he leído la cosa más notable en esta piedra que está en el mundo escrita, ni se ha oído? INFANTA: Pues no se espante de eso vuestra alteza; que en los sepulcros hay notables cosas. OTÓN: Estando yo en España y en Italia, he visto algunos de moria dignos. REY: Plutarco hace mención, y por testigo pone a Herodoto, del sepulcro insigne que en la puerta mayor de Babilonia hizo la gran Semíramis de Nino, convidando a tomar de sus dineros al rey que de ellos fuese codicioso. Abrióle Dario, rey de Persia, y dentro halló sola una piedra que decía, "Si no fueras avaro y ambicioso, no vieras las cenizas de los muertos." OTÓN: De Herodes cuenta la codicia misma, Josefo, historiador de tanto crédito. Abrió, pensando hallar ricos tesoros, del gran David y Salomón las urnas. INFANTA: Notables fueron en antiguos tiempos de la bárbara Egipto los pirámides. OTÓN: En Lusitania, en una piedra había escritas estas letras, "Gundisalvo yace debajo aquesta losa fría; boca abajo mandó que le enterrasen, porque da tan apriesa vuelta al mundo, que quedará muy presto boca arriba y así quiso excusarse del trabajo." REY: ¡Notable! INFANTA: No se ha visto semejante. REY: Éste merece letras en diamante. INFANTA: ¿Cómo dicen, señor? REY: De aquesta suerte, aunque le falta el año de la muerte: "Yace aquí Juan Labrador, que nunca sirvió a señor, ni vio la corte, ni al rey, ni temió ni dio temor; ni tuvo necesidad, ni estuvo herido ni preso, ni en muchos años de edad vio en su casa mal suceso, envidia ni enfermedad." INFANTA: ¿No dice cuando murió? REY: No escribe el año ni el mes. INFANTA: Por ventura es vivo. REY: Yo diera un notable interés por que viviera. INFANTA: Yo no. REY: Yo sí, para conocer un hombre tan peregrino. OTÓN: Presto lo podrás saber.
Salen LISARDA y BELISA
LISARDA: A misa dicen que vino. BELISA: Mas, ¿Si acertase a saber aquél tu desasosiego? LISARDA: No dudes de que aquí está. BELISA: Si lo está verásle luego. LISARDA: No lo dudo, porque habrá la luz de su mismo fuego. OTÓN: Aquí hay muchos labradores de los que vienen a verte; si es tu gusto, no lo ignores. REY: De lo que le tengo advierte a alguno de los mejores. OTÓN: Hola, amigos, el rey hablaros quiere. ¿Cuál es de todos de mejor jüicio? BRUNO: Yo ha poco que era el más discreto; agora, no sé en lo que ha topado, no soy tanto. FILETO: Aquí Salvano sabe más que Bruno, y yo suelo saber más que Salvano, porque sé de las misas lo que es "quiries" y canto por la noche el "Tanto negro;" pero pienso, señor que me turbase... OTÓN: ¿Cómo turbar? ¿No veis cuán apacible, cuán humano es el rey? Que los leones son graves con los graves animales, y humildes con los tiernos corderillos. No temáis porque el rey hablaros quiere. FILETO: Yo voy en su grandeza confiado. OTÓN: Aquí viene, señor, el más discreto de aquestos labradores y villanos. FILETO: Hablando con perdón, yo soy discreto. REY: ¿Sois muy discreto vos? FILETO: Notablemente; he jugado a la chuca y a los bolos; yo pinto con almagre ricos mayos la noche de San Juan y de San Pedro, y pongo "Juana," "Antona," y "Menga, víctor." REY: ¿Quién es Juan Labrador aquí? FILETO: Es mi amo; que por darme a comer ansí le llamo. REY: ¿Que vive? FILETO: Sí, señor. REY: Pues, ¿cómo tiene puesta su piedra aquí de sepultura? FILETO: Porque dice que es loco el que edifica casa para la vida de cien años, aunque muy pocos pasan de sesenta, y no lo hace para tantos cuantos ha de estar en la casa de la muerte. REY: ¿Es muy sabio? FILETO: Después de mí no hay hombre que sepa tanto en toda aquesta aldea. REY: Ansí falta en las letras mes y año. FILETO: Pondránsele en muriendo. REY: ¿Tiene hijos? FILETO: Dos tiene agora, un macho y una macha más bella que una rosa alejandrina cuando rompe el botón y por su extremo desplega algunas hojas y otras coge. REY: ¿Es rico? FILETO: Es espantosa su riqueza. Tiene de su labor más de cien hombres, ochenta bueyes y cincuenta mulas. REY: ¿Qué viste? FILETO: Paño tosco. REY: ¿En qué come? FILETO: En barro muy grosero. REY: ¿Por qué causa? FILETO: Porque es el más humilde de los hombres. REY: ¿Tiene mucho dinero? FILETO: Como paja. REY: ¿Cómo trae sus hijos? FILETO: En su traje, a honor y devoción de su linaje. REY: ¿Es avariento? FILETO: No, porque a los pobres reparte la más parte de su hacienda. REY: ¿Por qué dice que al rey jamás ha visto? FILETO: Porque él dice, y lo creo, que es honrado, que es rey en su rincón, y que sus padres no le vieron tampoco, y le sirvieron, amaron, respetaron y temieron, y que él le teme y ama y le respeta, y no le quiere ver, sino serville, y a su tiempo dineros emprestalle. REY: Si le envío a llamar, ¿no querrá verme? FILETO: Está escondido agora; que las veces que pasas a cazar por esta aldea, se esconde, que no hay hombre que le vea. REY: ¡Que viva un hombre aquí tan poderoso! ¡Dichoso el que da leyes a su casa y en sus umbrales tan contento pasa! FILETO: Si quieres ver, señor, una serrana hermosa como el sol, que es hija suya, haz que se acerque la de la patena, que se precia de ser muy cortesana. REY: Llámala, Otón. OTÓN: Aquí os llegad, señora. LISARDA: ¿Qué manda su reverencia?
Aparte a su amo
MARÍN: Señor, ¿no es ésta la dama de París? OTÓN: El rey la llama. Ten silencio. MARÍN: Y tú paciencia. REY: ¿Sois hija de este buen viejo que llaman Juan Labrador? LISARDA: Yo soy su hija, señor, y aunque tosca, fui su espejo. REY: Hermana, por vida mía, que en la moza reparéis. INFANTA: Muy buena traza tenéis. LISARDA: Donde está tu infantería, ¿qué traza puedo tener? INFANTA: ¡Infantería! ¡Oh, qué gracia! LISARDA: ¿Cuál fuera mayor desgracia, si igualdad pudiera haber? ¿Decir vos que yo tenía traza sin ser edificio o yo, pues es vuestro oficio, llamaros infantería? El llamar a un rey "alteza," que lo llaman a una torre, aunque es lenguaje que corre, no es propiedad ni pureza. Si a señor es "señoría," y al excelente le dan "excelencia," bien dirán a una infanta "infantería." REY: No me parece muy lerda, y el talle es todo donaire. LISARDA: Como nos da tanto el aire, no es mucho que el don se pierda. REY: ¿Y cómo os llamáis? LISARDA: Lisarda, con perdón de sus mercedes.
Aparte a OTÓN
FINARDO: Bien desengañarte puedes; que la otra era gallarda y ésta es tosca por extremo. OTÓN: Pienso que finge, Finardo. REY: El talle es, por Dios, gallardo. INFANTA: Que os lleva los ojos temo. Vamos, hermano, de aquí. REY: Vamos; que Juan Labrador ha de servir a señor, y ver rey y todo en mí.
Vanse los dos [el REY y la INFANTA] y el acompañamiento. [Habla OTÓN] a LISARDA
OTÓN: ¿Queréis oír dos palabras? LISARDA: Como no pasen de dos, y otras dos daré en respuesta. OTÓN: ¡Extremada condición! Pues sea "¿sabéis" la una; será la otra "quién soy?" LISARDA: Escuchadme las dos mías, hidalgo, que os guarde Dios. La una es la "¡reverencia," y la otra será, "no!" OTÓN: Replico que habéis mentido. LISARDA: Replico que mentís vos. OTÓN: Que en París os vi, respondo, y que esa mano me dio este diamante.
Aparte [a OTÓN]
LISARDA: Es verdad. Pero no será razón que os hable entre tanta gente, porque son de la labor de la hacienda de mi padre, y perderé mi opinión. Fuera de eso, yo soy hija, ya lo veis, de un labrador, y vos seréis duque o conde. OTÓN: Soy mariscal, soy Otón, de la cámara del rey, pero nos iguala amor. LISARDA: Un olmo tiene esta aldea, a donde de noche, al son de tamboril y guitarras, las mozas de Miraflor bailan por aquestos días. Allí hablaremos los dos como vengáis disfrazado. OTÓN: Haréisme un grande favor.
A LISARDA
BELISA: Mira, que te están mirando. LISARDA: ¡Ay, Belisa!, que ya voy. OTÓN: El corazón me lleváis. LISARDA: Y aquí os dejo el corazón. BRUNO: Luego, aquí estos palaciegos habran las mozas de amor. FILETO: Son diablos, con sus razones derribaran a Sansón... Señora, vamos de aquí, porque tenemos temor; que si viene Feliciano, puede ser que haya cuestión. LISARDA: Id delante; que ya vamos.
Vanse LISARDA, BELISA, FILETO, BRUNO y SALVANO
MARÍN: Un guante caer se dejó. FINARDO: ¡Qué discreta! MARÍN: ¡Qué bellaca! FINARDO: No en balde el rey la miró; es mozo y ella gallarda. No es de escardillo ni hoz el guante de esta doncella. OTÓN: No es sino caja en que Amor guarda las flechas que tira. MARÍN: ¡Que mala comparación! Porque habiendo de ser nieve los dedos que aquí guardó, las flechas de Amor son fuego, y vienen a [hac]er carbón. OTÓN: Por lo que abrasan, me agradan... Pero el Rey no me agradó; que no sé qué le decía. FINARDO: Yo lo entendí. OTÓN: Pues yo no. FINARDO: Dijo que había de hacer que aqueste Juan Labrador viese rey, señor sirviese. OTÓN: Vamos, porque pienso yo que ha de ser dificultoso. FINARDO: ¡A un rey de tanto valor, que tiemblan sus flores de oro, el scita, el turco feroz! OTÓN: Qué mal, Finardo, conoces, si nunca te sucedió, llegar de noche mojado, o a la siesta con el sol, o perdido por un monte, si de lejos te llamó el fuego de los pastores o de los perros el son después que de voces ronco te dieron alguna voz; y entraste en pobre cabaña que tiene por guardasol robles bañados en humo, que pasa el viento veloz, y haber de sacar las migas y el cándido naterón, y sin manteles en mesa, cuchillo ni pan de flor, sino sentado en el suelo sobre algún pardo vellón, rodeado de mastines, que están mirando al pastor, lo que se estima y se ensancha el villano en su rincón.

FIN DEL ACTO PRIMERO

El villano en su rincón, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002