LA DISCRETA ENAMORADA
Lope de Vega
Texto basado en la edición príncipe, DOCE COMEDIAS ESCOGIDAS DE LOS MEJORES INGENIOS DE ESPAÑA, PARTE III (Madrid: Buendía,
1653), la cual fue cotejada con varios textos tempranos del LA DISCRETA ENAMORADA. Fue preparado por Vern Williamsen para un curso
dictado en el año 1984.
Personas que hablan en ella:
- BELISA,. viuda
-
FENISA, su hija
-
El CAPITÁN Bernardo
-
LUCINDO, su hijo
-
HERNANDO, criado
-
DORISTEO, gentilhombre
-
FINARDO, gentilhombre
-
GERARDA, dama cortesana
-
LEONARDO, criado
-
FULMINATO, criado
-
LISEO, músico
-
FABIO, músico
-
BEATRIZ, criada muda
-
CRIADOS
ACTO PRIMERO
Salen BELISA y FENISA, tapadas
BELISA: Baja los ojos al suelo,
porque sólo has de mirar
la tierra que has de pisar.
FENISA: ¡Qué! ¿No he de mirar al cielo?
BELISA: No repliques bachillera.
FENISA: Pues ¿no quieres que me asombre?
Crïó Dios derecho al hombre
porque el cielo ver pudiera;
y de su poder sagrado
fue advertencia singular,
para que viese el lugar
para donde fue crïado.
Los animales, que el cielo
para la tierra crïó,
miren el suelo; mas yo
¿por qué he de mirar al suelo?
BELISA: Mirar al cielo podrás
con sólo el entendimiento;
que un honesto pensamiento
mira la tierra no más.
La vergüenza en la doncella
es un tesoro divino.
Con ella a mil bienes vino,
y a dos mil males sin ella.
Cuando quieras contemplar
en el cielo, en tu aposento
con mucho recogimiento,
tendrás, Fenisa, lugar.
Desde allí contemplarás
de su grandeza el proceso.
FENISA: No soy monja, ni profeso
las lecciones que me das,
y si para atormentarme
me trujiste al jubileo,
más cumplieras tu deseo
pudiendo en casa encerrarme,
dejárasme con diez llaves.
BELISA: ¿Extremos haces agora?
FENISA: Pues ¿no he de sentir, señora,
que por momentos me acabes?
¡Con mis ojos vas riñendo!
¿En qué te dan ocasión?
BELISA: Por ser santa la estación,
voy tus ojos componiendo.
Y no recibas enojo;
que doncellas y hermosuras
son como las criaturas,
que suelen morirse de ojo.
Hay mancebete en Madrid,
que si te mira al soslayo,
hará el efecto del rayo.
FENISA: El efecto me decid.
BELISA: Abrasarte el corazón,
dejando sano el vestido.
FENISA: Ya sabes tú que no he sido
de tan tierna condición.
BELISA: Decía tu abuela honrada
que una doncella altanera
era en la calle una fiera
de cazadores cercada.
Piérdese cuando la alaban,
ríndese cuando suspiran;
que cuantos ojos la miran,
con tantas flechas la clavan.
FENISA: Pues ¿cuándo se ha de casar
una mujer nunca vista?
BELISA: Eso no ha de ser conquista;
que es imposible acertar.
FENISA: Pues ¿qué ha de ser?
BELISA: Buena fama
de virtud y de nobleza.
FENISA: Donde falta la riqueza
mucho la hermosura llama;
que ya no quieren los hombres
sola virtud.
BELISA: Pues ¿qué?
FENISA: Hacienda.
Salen LUCINDO, GERARDA y HERNANDO que se quedan a un lado de la
calle, distantes de BELISA y FENISA
GERARDA: ¿Que soy tu querida prenda?
LUCINDO: Así es razón que te nombres.
GERARDA: Galán de palabras vienes.
LUCINDO: Ando al uso.
FENISA: (Éste es Lucindo). Aparte
GERARDA: Luego ¿préciaste de lindo?
LUCINDO: ¿De lindo? Donaire tienes.
Préciome de hombre.
FENISA: (¡Ay de mí! Aparte
Locamente imaginé
poner en hombre la fe,
que con el alma le di,
no habiendo nacido de él
la pretensión de mi amor).
GERARDA: Para un amante hablador
soy en las tretas crüel;
que conmigo no hay chacota,
por vista del gusto mío.
LUCINDO: De tus locuras me río.
GERARDA: ¡Qué gato de algalia azota!
Por su vida, que no saque
con arrobas de rigor,
un adarme de mi amor.
LUCINDO: Tu rigor mi amor aplaque;
que alabarte una mujer
que pasaba junto a ti,
no habiendo malicia en mí,
¿qué delito puede ser?
Y ya te dije que tú
eras mi querida prenda.
GERARDA: Vaya a poner esa tienda
a las Indias del Perú.
Todas esas niñerías
de cuentas y de espejuelos
para bobas son anzuelos;
no conmigo argenterías.
Oro macizo de amor
me han de dar, no plomo, a mí.
FENISA: (¿Que a quien no sabe de mí
amase con tal rigor?
¿Que no me conozca este hombre,
y que me muera por él?)
Salen DORISTEO y FINARDO. BELISA y FENISA a un lado; LUCINDO,
GERARDA y HERNANDO al otro
FINARDO: Por aquí la vi con él.
DORISTEO: Y ¿es galán?
FINARDO: Es gentilhombre.
DORISTEO: ¿Si son éstos?
FINARDO: Éstos son.
GERARDA: ¿Ve aquel mancebo que viene?
LUCINDO: Sí veo.
GERARDA: Pues aquél tiene
de mis veras posesión.
Cuánto te dije es fingido;
cuánto te quise es burlando.
Voyme; que me está aguardando.
Pásase GERARDA a DORISTEO
LUCINDO: ¿Qué haré?
HERNANDO: Mosquetazo ha sido.
LUCINDO: ¿Quitaréle la mujer?
¿Acuchillaréle, Hernando?
HERNANDO: ¿Quiéresla?
LUCINDO: Estoyme abrasando.
HERNANDO: Agua será menester.
¡Que nadie merezca amor
sino en las libres mujeres!
GERARDA: Digo que mis ojos eres.
DORISTEO: Templando vas mi rigor.
Como acompañarte vi
este galán majadero,
preciado de caballero,
notable enojo sentí;
mas en ver que le has dejado,
brazos y gracias te doy
[¡Qué me mandas hacer hoy?]
GERARDA: Ven conmigo.
DORISTEO: ¿Adónde?
GERARDA: Al Prado.
Vanse GERARDA, DORISTEO, y FINARDO
LUCINDO: ¿Fuéronse?
HERNANDO: Con mucha prisa.
No te aflijas, que es martelo,.
LUCINDO: ¿Quién es aquélla?
HERNANDO: Recelo
que es la vecina Fenisa.
Pero tiene una giganta
por madre; que es emprender
a Irlanda.
FENISA: (Nunca mujer Aparte
se puso a locura tanta.
¡A un hombre que no me ha visto,
ni se acuerda si nací,
quiero bien!)
LUCINDO: Nunca la vi.
FENISA: (¡Qué mal mi inquietud resisto!
Cómo le daré ocasión
para que el rostro me vea:
Amor mis cosas rodea...
Todas sin remedio son).
HERNANDO: Si vieses esta doncella,
te doy palabra, señor,
que olvides tu loco amor,
porque es sabia, honesta y bella.
Aunque no sé qué he pensado
de tu padre...
LUCINDO: ¿De mi padre?
HERNANDO: Pero quizá con su madre
casarse tiene pensado,
y aun es más puesto en razón.
LUCINDO: ¿Casarse mi padre agora?
HERNANDO: Habla y mira a esta señora,
que es de rara perfección.
LUCINDO: Llevóme el alma Gerarda,
celos me tienen sin mí.
¿Qué quieres que mire aquí?
HERNANDO: Esta hermosura gallarda.
LUCINDO: No hay vista en hombre celoso;
todo le parece mal.
FENISA: (Ya he pensado traza igual
a mi designio amoroso.
Pasaré junto a Lucindo,
dejaré el lienzo caer,
y al dármelo, podrá ser
mire el alma que le rindo;
que si a los ojos me mira,
verá toda el alma en ellos).
HERNANDO: Mira aquellos ojos bellos,
donde amor de amor suspira.
BELISA: Vámonos, hija: que es hora
de recogernos a casa.
HERNANDO: Ya junto a nosotros pasa;
mira su belleza agora.
Pasan BELISA y FENISA y ésta deja caer el lienzo
LUCINDO: Un ángel me ha parecido.
HERNANDO: El lienzo se le cayó.
LUCINDO: ¡Quedo! Darésele yo.
Alza el lienzo y se dirige a las damas
Que volváis el rostro os pido.
FENISA: ¿Qué es, señor, lo que mandáis?
LUCINDO: El lienzo se os cayó.
FENISA: ¿A mí? Sospecho que no.
Pero esperad.
Desenfáldase toda y descúbrese
LUCINDO: ¿Qué buscáis?
FENISA: Si tengo en la manga el mío.
BELISA: ¿Qué es eso?
FENISA: En ésta no está.
BELISA: ¿Qué es eso?
FENISA: El lienzo me da.
BELISA: Pues ¿es tuyo?
LUCINDO: (Gentil brío). Aparte
FENISA: Eso es lo que ando mirando.
En ésta no está tampoco.
HERNANDO: (Volver puede un hombre loco Aparte
aquél mirar suave y blando).
FENISA: Miraré las faldriqueras.
BELISA: ¡Acaba!
FENISA: Ya me doy prisa.
No está aquí.
BELISA: Vamos, Fenisa.
FENISA: Ni en estotra está.
BELISA: ¿Qué esperas?
FENISA: ¿Tiene unas randas?
LUCINDO: Sí, tiene.
FENISA: ¿Y encaje?
LUCINDO: ¿No lo miráis?
BELISA: Despacio en la calle estáis,
donde todo el mundo viene.
FENISA: Pues ¿quiere vuesamerced
que lleve lo que no es mío?
LUCINDO: Señora, de vos le fío.
FENISA: Hacéisme mucha merced.
¿Tiene un poco descosido
de una randa?
LUCINDO: Sí, sospecho.
FENISA: ¿A qué lado?
BELISA: Es sin provecho.
LUCINDO: De vos sospecho que ha sido.
BELISA: Señor, dejadnos pasar.
Poned el lienzo en la pila
del agua bendita.
FENISA: (Afila Aparte
Amor, tu flecha al tirar).
BELISA: Vamos.
FENISA: Ya voy.
Hace que se va y luego vuelve
HERNANDO: ¿No es hermosa?
LUCINDO: Celos, ¿por qué me cegáis?
FENISA: ¡Ah, señor!
LUCINDO: ¿Qué me mandáis?
FENISA: Advertiros de una cosa.
Si de aqueste lienzo acaso
parece más cierto dueño;
que mi palabra os empeño
(Iba a decir que me abraso). Aparte
que no sé cierto si es mío;
diréis que vivo en la calle
de los Jardines...
HERNANDO: (¡Qué talle! Aparte
¡Qué gracia! ¡Qué rico brío!)
FENISA: ...enfrente del capitán
Bernardo Lucindo.
LUCINDO: El mismo
es mi padre.
FENISA: (¡Ay dulce abismo Aparte
donde abrasándome están!)
BELISA: ¿Estás loca?
FENISA: Ya me voy;
que aqueste hidalgo decía
que es mi vecino.
BELISA: ¡Porfía!
Vamos.
FENISA: (¡Qué perdida estoy!) Aparte
Vanse las dos
HERNANDO: ¿Qué te parece?
LUCINDO: Que es bella,
cortés, discreta y gallarda;
mas quiero bien a Gerarda,
y vase el alma tras ella.
Celos es suelo traidor,
resbaladizo, de suerte
que hará caer al más fuerte
en los lodos del amor.
Terrible cosa es mirar
una mujer desdeñosa
hablar otro hombre celosa,
cuando se quiere vengar.
Aunque mi amor fuera poco,
que poco debe de ser,
ver tan libre una mujer
bastaba a volverme loco.
HERNANDO: Mujeres libres, señor,
son siempre las más queridas,
y aún iba a decir perdidas,
pues han perdido el honor.
Llora la mujer honrada
el siempre injusto desdén
del hombre que quiere bien;
y a él no se la da nada,
porque sabe que ha de estar
pudriéndose en su aposento;
pero cuando el pensamiento
se pone aquí, no hay burlar;
que apenas con los enojos
sacarás de casa el pie,
cuando consolada esté
con mil hombres a tus ojos.
LUCINDO: Por eso el amor no dura
en libres, sino en honradas.
HERNANDO: Cuelgan de celos y espadas
hombres de poca cordura,
quiero decir poca edad.
Ya espero verte algún día
lejos de aquesta porfía
y cerca de esta verdad.
LUCINDO: Hartas causas me retiran.
HERNANDO: Una mujer libre y loca
es como mona, que coca
a los niños que la miran;
pero cuando llega el hombre
que tiene gobierno y palo
espúlgale con regalo,
y no hay voz que no le asombre.
A los mozos sin consejo
las mujeres hacen cocos,
porque son niños y locos;
no al hombre madura y viejo.
Ya te ha visto en los anzuelos;
y aunque no puede sacarte,
alarga cuerda, con darte
celos, celos y más celos.
LUCINDO: ¿Qué he de hacer?
HERNANDO: Buscar, señor,
una bella contracifra.
LUCINDO: ¿Luego el amor se descifra?
HERNANDO: Sí.
LUCINDO: ¿Con qué?
HERNANDO: Con otro amor.
LUCINDO: No tratemos de eso agora;
vamos a ver en qué para.
HERNANDO: ¿Ves como es cosa muy clara
que con celos te enamora?
¡Qué bien, Lucindo, un discreto
cañas de pescar los llama!
Pescan honra, hacienda y fama,
aunque cañas en efeto.
¿No te afrentas que una cosa
que a todo viento blandea,
para derribarte sea
enemiga poderosa?
A tu haciendo pone cebo,
de celos hace sedal;
pues ¿cabe que en hilo igual
cuelgue un discreto mancebo?
Lo que aquel sabio decía
por las leyes, muy mejor
por la mujer y el amor
agora decir podía.
Son como telas de araña,
pescan moscas, débil gente;
mas no el animal valiente,
que las rompe y desmaraña.
¿Afréntate de que yo
te enseño el vivir?
LUCINDO: No seas
pesado. Mientras me veas
donde el amor me enlazó,
de aquella tela de araña
soy mosca.
HERNANDO: (¡Y qué mosca...tel!) Aparte
LUCINDO: Ya soy pez simple y fïel
del cebo de aquella caña.
Vamos, volveréla a ver;
que me ha picado en el dedo
del corazón.
HERNANDO: Tengo miedo
que algo te ha de suceder.
LUCINDO: A ver vuelvo mis enojos.
HERNANDO: ¡Jesús, qué necios desvelos!
LUCINDO: Diome pimienta de celos;
voy a beber por los ojos.
Vanse
Salen BELISA y FENISA
BELISA: ¿Haste quitado tu manto?
FENISA: Quitado, señora, está.
BELISA: Pues toma ese manto allá.
FENISA: De tu cólera me espanto.
¡Válgame Dios! ¿Qué te hago?
Con cualquier cosa te ofendo.
BELISA: ¿Tú piensas que no te entiendo?
Yo tengo mi justo pago.
Si yo te cerrase en casa,
pocas veces me darías
estos disgustos.
FENISA: Los días
que esto por milagro pasa,
que al fin son de un jubileo,
tan caros me han de costar,
que te tengo de rogar
que me encierres.
BELISA: No lo creo.
FENISA: ¿De qué te quejas de mí,
que siempre me andas riñendo?
BELISA: De tu libertad me ofendo.
FENISA: ¿Libertad?
BELISA: Yo, ¿no lo vi?
FENISA: ¿Qué mancebo me pasea
de estos que van dando el talle?
¿Qué guijas desde la calle
me arroja, por que le vea?
¿Qué seña me has visto hacer
en la iglesia? ¿Quién me sigue,
que a estar celosa te obligue?
¿Qué vieja me vino a ver?
¿Qué billetes me has hallado
con palabras deshonestas?
¿Qué pluma para respuestas,
qué tintero me has quebrado?
¿Qué cinta, que no sea tuya
o comprada por tu mano?
¿Qué chapín, qué toca?
BELISA: En vano
quieres que mi honor te arguya.
No quejo de que sea
verdadera la ocasión.
FENISA: Pues ¿qué es esto?
BELISA: Prevención.
Mi honor el tuyo desea.
Querría que te guardases
de eso mismo que me adviertes,
y que a esas puertas más fuertes
nuevos candados echases.
FENISA: (Tanto me podrás guardar...) Aparte
BELISA: ¿Qué dices?
FENISA: Que haré tu gusto,
pero cáusame disgusto
tanto gruñir y encerrar.
¿Fuiste santa, por tu vida,
en tu tierna edad?
BELISA: Fui ejemplo
en casa, en calle y en templo,
de una mujer recogida.
Los ojos tuve con llave.
FENISA: ¿Cómo te casaste?
BELISA: El cielo
vio mi virtud y mi celo;
que el cielo todo lo sabe.
FENISA: Mi tía me dijo a mí
que hacías mil oraciones,
y andabas por estaciones.
BELISA: ¿Yo para casarme?
FENISA: Sí;
y mil viernes ayunabas,
a un padre del yermo igual;
y haciendo esto, es señal
que casarte deseabas.
BELISA: Nunca tal imaginé.
Miente, por tu vida y mía;
que antes monja ser quería,
y sin gusto me casé.
FENISA: Pues ¿cómo fuiste celosa
de mi padre, que Dios haya?
BELISA: Porque no había joya o saya,
plata en casa, ni otra cosa,
que no diese a cierta dama,
hacía aquel sentimiento
por vosotras.
FENISA: Golpes siento.
BELISA: Mira, Fenisa, quién llama.
Llégase FENISA a mirar por la reja
FENISA: Por entre la reja vi
el capitán tu vecino.
BELISA: Ya lo que quiere adivino.
FENISA: ¿Ya lo sabes? ¿Cómo ansí?
BELISA: Ha días que da en mirarme.
Creo que me quiere bien;
yo le he mostrado desdén,
y querrá en bodas hablarme.
Y por tu vida, Fenisa,
que no me estuviese mal;
que es un hombre principal.
FENISA: Perdona, madre, esta risa.
BELISA: ¿De qué te ríes?
FENISA: De ver
la santidad que tendrías
cuando más moza sería,
que ejemplo debió de ser
en casa, en calle y en templo.
De llamar el capitán,
¿eso barruntos te dan?
Tomar quiero el buen ejemplo.
BELISA: Loca, es un hombre muy rico,
y esta casa está sin hombre;
seráte padre en el nombre.
FENISA: Que me escuches te suplico,
¿es para guardarme a mí?
BELISA: No es otra mi prevención
que ver en casa un varón
que te guarde y honre a ti.
FENISA: Pues, cásame a mí primero,
y guárdeme mi marido.
BELISA: Cuando se hubiera ofrecido,
lo hiciera, y hacerlo espero.
FENISA: Yo en los términos te arguyo.
BELISA: Éste guardará tu honor.
FENISA; ¿No me guardara mejor
mi marido que no el tuyo?
BELISA: Hijo tiene, y ser podría
concertar esto también.
FENISA: (¡Ay, mi Lucindo y mi bien! Aparte
¡Quién viese tan dulce día!)
Sale el CAPITÁN Bernardo, muy galán, con su gorra de plumas,
espada y daga; como capitán a lo antiguo; FULMINATO y otro
criado
CAPITAN: Como en salirse tardaban,
la licencia no aguardé;
porque en eso imaginé,
señoras, que me la daban,
fuera de que el ser vecino
desde que vine de Flandes,
me alienta a cosas más grandes.
BELISA: (Lo que me quiere imagino). Aparte
Agravio se nos hiciera,
si vuestra merced no entrara,
y en esta casa mandara
como si en la suya fuera.
Llega esas sillas, Fenisa.
Siéntase el CAPITÁN
CAPITAN: Vosotros, salíos allá.
Vanse los criados
BELISA: Pena, Fenisa, me da
que me cogiese de prisa.
¿Está bien puesta esta toca?
FENISA: Nunca mejor te la vi.
BELISA: ¿Tengo alegre el rostro?
FENISA: Sí.
BELISA: ¿Parécete que provoca...?
FENISA: Sí, madre.
BELISA: ¿A qué?
FENISA: A devoción.
BELISA: ¡Maldita seas, amén!
Nunca me has querido bien.
FENISA: (¡Oh, santas de privación! Aparte
Cuando no pueden comer
les pesa de ver con dientes
a las otras. ¿Qué esto intentes?
No me espanto; eres mujer).
BELISA: Hoy me descuidé en ponerme
un poquito de salud.
FENISA: No tengas tanta inquietud.
BELISA: ¿Cómo?
FENISA: Tu galán se duerme.
BELISA: Ahora bien, voy a sentarme.
FENISA: (La vergüenza de su amor Aparte
te dará, madre, color).
Siéntase BELISA
BELISA: Ya, señor, podéis hablarme.
CAPITAN: Belisa, el ser vecino--que en efeto,
me obliga a reparar en vuestra casa--
de su virtud me ha dado buen conceto.
Veo tarde y mañana cuanto pasa;
tras esto sé de coro su nobleza,
como suele informarse quien se casa;
y como la virtud y la belleza
sean despertadores del sentido,
aunque duerme la edad con más pereza,
yo me he animado a daros un marido
tal como yo, que tengo menos años
de los que habréis, de verme, conocido;
sino que esto de andar reinos extraños
con las armas, dormir en la campaña,
caminos, velas, militares daños,
correr la posta a Flandes desde España,
consumen la robusta gallardía
que los floridos años acompaña.
Dios haya a Carlos Quinto, que decía
que la posta y la mar le envejecieron,
cuando apenas cuarenta y seis cumplía.
Yo nací el año de sesenta, y fueron
el duque y la duquesa mis padrinos,
cuyas Albas tal luz a España dieron.
Héme hallado en jornadas y caminos,
que si fuera de bronce me acabaran.
En fin, señoras, somos hoy vecinos.
Mucho los viejos una casa amparan;
los mozos son polilla de la hacienda,
que unos a andar comienzan y otros paran.
Mi edad no es bien vuestra virtud ofenda;
que estoy muy ágil, fuerte, como y duermo,
y sé a un caballo gobernar la rienda.
Yo pienso que en mi vida he estado enfermo;
sólo mano enemiga me ha sangrado,
y un desafío público en Palermo.
Ese hijuelo que tengo es bien crïado,
mañana le darán una bandera,
y un hábito le tengo negociado.
No dará pesadumbre.
FENISA: (¡A Dios plugiera
que ya estuviera en casa!)
CAPITAN: Finalmente,
se irá Lucindo por momentos fuera.
Suplícoos, pues, Belisa, humildemente,
que me deis a Fenisa, vuestra hija;
que yo pienso dotarla honestamente,
para que ella gobierne, mande y rija
la poca hacienda que ganó mi espada,
si no es que mi cansada edad la aflija;
que muy presto verá que no es cansada.
BELISA: ¡A mi hija, capitán,
me pide vuestra merced!
CAPITAN: Y tendré a mucha merced,
si esas manos me la dan.
FENISA: (¡Triste de mí! ¿Qué es aquesto?
Pensé que a mi madre amaba,
y que ya Lucindo estaba
a mi remedio dispuesto.
Sueño fue mi fantasía
en una ocasión tan alta,
pues la gloria que me falta,
soñaba yo que tenía).
BELISA: Pensé que vuestro deseo
a quererme se inclinaba.
CAPITAN: No, Belisa.
BELISA: Alegre estaba...
Y lo estoy de lo que veo.
Hija, ya ves su intención.
FENISA: (La fe que tuve en mi bien Aparte
me hizo tener también
alegre mi corazón.
Mas como era fe engañada
del sueño que imaginé,
fe falsa y fingida fue,
fe traidora y fe burlada,
fe de un sueño que dormía;
y si soñada ha de ser,
yo juro de no creer
más a la fe). Madre mía.
pensé que fuérades vos
la novia del capitán.
BELISA: Lejos sus intentos van,
y estoy corrida, por Dios.
FENISA: (¡Ay, sueño de mi afición!
¡Qué bien, pues que me engañé
por vuestras burlas, diré
que los sueños sueños son!)
BELISA: Fenisa, aunque estoy corrida
de haber pensado casarme,
no lo estoy de imaginarme
de tu verde edad vencida.
Discreta eres; procura
persuadirte a lo que ves.
FENISA: Si a tu edad vence interés,
a mi edad vence hermosura.
Los viejos, que habéis gozado
vuestros años, atendéis
a lo que gozar podéis
con avariento cuidado.
Queréis regalo, dinero,
descanso y ociosidad,
y envidiando nuestra edad,
esto pretendéis primero.
Desobedecerte fuera
cosa indigna a mi virtud;
pero fáltame salud,
El término considera,
y pídele por un mes,
mientras se concierta todo.
BELISA: Yo lo sabré hacer de modo,
que muchas gracias me des.
Llégase BELISA a hablar al CAPITÁN
FENISA: (Discreta he sido en decir Aparte
que este casamiento aceto,
pues de mi amor el efeto
puedo por él conseguir,
que si luego le negara
y con disgusto se fuera,
tarde a mi Lucindo viera,
tarde a mi Lucindo hablara.
Con entrar su padre aquí,
habrá comunicación).
CAPITAN: Todas esas cosas son
de gran gusto para mí.
El término acepto, y digo
que un mes la quiero esperar.
Pero déjamela hablar.
FENISA: (¡Qué notable intento sigo!) Aparte
CAPITAN: Nunca de esa discreción
en Madrid tan celebrada,
salió, mi Fenisa amada,
más cuerda resolución.
Tu virtud he confirmado;
que no apetecer tu edad
muestra bien la calidad
de ese pensamiento honrado.
Seré de hoy más, pues me honra
tanto el saber que te igualo,
un padre de tu regalo
y un alcaide de tu honra.
Y dándome Dios salud,
esta misma barba anciana
servirá de barbacana
al fuerte de tu virtud.
Y si esta nieve no trata
bien el juvenil decoro,
juntado a tus hebras de oro
estos cabellos de plata,
supliré en regalo y galas
los defectos de la edad.
FENISA: Con tu honor y calidad,
señor, mis años igualas.
Deja la humildad aquí,
pues ya soy tuya.
CAPITAN: ¿"Soy tuya"
dijiste?
FENISA: Sí. ¿Ya no es suya
quien se ha de llamar de ti?
CAPITAN: ¡Otro favor! ¡Pesia tal!
¡No fuera en Flandes aquesto
para que se echara el resto
con un festín general!
Torneo había de haber,
por vida del capitán;
y si licencia me dan,
en Madrid le pienso hacer.
FENISA: Suplícoos, por vida mía,
la corte no alborotéis.
CAPITAN: Haré lo que me mandéis,
dulce esposa y prenda mía;
mas si no fuera por vos...
FENISA: Un poco tengo que hablaros.
CAPITAN: Yo mucho que regalaros.
FENISA: Mil años os guarde Dios.
Yo no sabía que era vuestro hijo
Lucindo, un caballero que solía
entrar en vuestra casa algunas veces.
Mi madre me lo dijo cuando entrábades;
y pues es vuestro hijo y vos mi esposo,
que lo seréis si Dios fuere servido
y me diere salud para gozaros...
CAPITAN: ¡Qué palabras tan dulces! ¡Por Dios vivo!
Que el sol de aquella boca de claveles
la nieve de las canas me derrite.
FENISA: Digo, señor, que importará atajarle
la loca pretensión con que me sirve.
CAPITAN: ¿Mi hijo os sirve?
FENISA: Si el servirme fuera
con la cordura y cortesía lícita
a una mujer de mis iguales prendas,
no me quejara con melindres vanos;
que nunca me precié de gusto hipócrita.
CAPITAN: Pues ¿cómo os sirve?
FENISA: Con papeles locos,
por manos de terceros, que a mi casa
vienen con mil achaques e invenciones,
echando mis amigas por terceras;
y en todo aquesto, ni por pensamiento
se le acuerda tratar de casamiento.
CAPITAN: Es loco el mozo; perdonadle, os ruego;
que yo saldré fiador que no os enoje
de aquí adelante.
FENISA: Pues que ya es mi hijo,
os suplico, señor, que cuerdamente
le digáis que me quejo de este agravio,
y fíolo de vos, pues sois tan sabio.
CAPITAN: Dejadme ese cuidado. El cielo os guarde.
Belisa, yo le he dicho a mi Fenisa
que pienso regalarla, y que no quiero
vida por otra cosa. A Dios te queda;
que yo volveré a verte; pero advierte
que me has de dar licencia para verte.
BELISA: Guárdate el cielo.
Vase el CAPITÁN
BELISA: Gran ventura ha sido,
Fenisa, la que el cielo nos ha dado.
FENISA: ¿Estás contenta?
BELISA: ¿No lo ves?
FENISA: Sospecho
que disimulas el pesar que tienes.
BELISA: ¿Cómo?
FENISA: Porque quisieras tú casarte.
BELISA: Malicia tuya. Ven.
FENISA: (¡Ay mi Lucindo! Aparte
Si no me entiendes con aqueste enredo,
no eres discreto ni en Madrid nacido;
mas si me entiendes, y a buscarme vienes,
tú naciste en Madrid, discreción tienes.
Vanse BELISA y FENISA. Salen LUCINDO y HERNANDO
LUCINDO: Aún no sale aquel galán.
HERNANDO: ¿Qué es salir? Está despacio.
LUCINDO: Mis celos no me le dan.
HERNANDO: Es esta casa un palacio;
mostrándosele estarán.
En sólo ver niñerías
hay dos semanas enteras.
Andarán las galerías...
Mejor esté yo en galeras,
que la sirviera dos días.
LUCINDO: Si en galeras de Gerarda
anda al remo este dichoso,
que agora en salir se tarda,
no sé yo cuál envidioso
a la ribera le aguarda.
¡Ay de mí, Hernando, que quiero
una mujer diestra, astuta,
de amor vano y lisonjero,
despejada y resoluta,
y con una alma de acero!
HERNANDO: Que el amor cause afición
está muy puesto en razón;
pero que el ser muy querido
descuido engendre y olvido,
efectos bastardos son.
LUCINDO: Él sale, y ella se ha puesto
a la ventana.
HERNANDO: Querrá
verle galán y dispuesto.
Salen DORISTEO y FINARDO de casa de GERARDA,
la cual se asoma a su ventana
GERARDA: (Lucindo en la calle está). Aparte
LUCINDO: ¡Tantas desdichas! ¿Qué es esto?
DORISTEO: ¿No es gallarda?
FINARDO: Es extremada.
¡Qué discreta y qué cortés!
DORISTEO: Todo en su talle me agrada.
FINARDO: ¿Si es éste Lucindo?
DORISTEO: Sí, es.
FINARDO: ¿Si viene a sacar la espada?
DORISTEO: Venga a lo que más quisiere;
yo sé que es aborrecido.
GERARDA: (Celoso está; desespere; Aparte
que por desdenes y olvido
yo sé lo que un hombre quiere.
Mas para picarle más,
quiero hablar con Doristeo,
a quien no quise jamás;
que por abreviar rodeo,
y por saltar vuelvo atrás).
¡Ah, caballero!
LUCINDO: ¿Es a mí?
GERARDA: No os llamo, señor, a vos.
DORISTEO: ¿Y a mí, señora?
GERARDA: A vos, sí.
LUCINDO: ¿No ves aquello?
HERNANDO: Por Dios,
que es infamia estar aquí.
LUCINDO: Buscaremos invención
para que entienda que vengo
aquí con otra ocasión.
GERARDA: Salir esta noche tengo;
acompañarme es razón.
DORISTEO: ¿Dónde iréis?
GERARDA: Pienso que al Prado.
Venid por mí.
DORISTEO: Yo vendré.
LUCINDO: Ir al Prado han concertado.
HERNANDO: Tú fueras mejor, a fe.
Tus mismos celos te han dado.
DORISTEO: ¿Qué me mandáis más?
GERARDA: Serviros.
DORISTEO: Adiós.
FINARDO: ¿No nos quiere nada?
DORISTEO: ¿Puedo irme?
FINARDO: Podéis iros.
Vanse DORISTEO y FINARDO
LUCINDO: ¿Que no he sacado la espada,
haciéndome tantos tiros?
Pues ¡vive Dios, que he de darle
celos, por ver si con celos
puedo a quererme obligarle,
ya que no quieren los cielos
que pueda amando obligarle!
HERNANDO: ¿Cómo se los piensas dar?
LUCINDO: Quiero esta noche llevar
al Prado alguna mujer,
adonde me pueda ver
hablar, requebrar y amar.
HERNANDO: Y ¿quién ha de ser?
LUCINDO: No sé.
HERNANDO: Hallarla será imposible.
LUCINDO: No importa. Yo te pondré
un manto.
HERNANDO: Doña Terrible
me podrás llamar.
LUCINDO: Sí, haré.
HERNANDO: ¡Estás loco!
LUCINDO: Pues, ¿qué importa?
HERNANDO: ¿No importa, si topo acaso
gente de palabras corta?
LUCINDO: Saldré yo muy presto al paso.
Hernando, la voz reporta.
Llega, y habla esa mujer.
Pregunta si vio unas damas.
HERNANDO: Bien dices, déjame hacer.
Pues no agradas, porque amas,
celos serán menester.
¡Ah, mi señora Gerarda!
GERARDA: ¿Eres tú, Hernando?
HERNANDO: Yo soy.
GERARDA: Tengo qué hacer.
HERNANDO: Oye, aguarda.
GERARDA: ¡Por ti en la ventana estoy!
HERNANDO: Eres discreta y gallarda...
GERARDA: ¿Qué quieres?
HERNANDO: Saber querría
en qué casas de éstas vive
cierta doña Estefanía,
porque un loco no me prive
de la ración de este día;
que me la mandó seguir,
y la perdí por mirarte.
GERARDA: ¡Oh, qué gracioso fingir!
Dígale a su Durandarte
que me suelo yo reír
de tretillas tan groseras.
¡Ah, mi señor Beltenebros!
¿Para qué son las quimeras?
Trueque celos en requiebros;
lléguese, hablemos de veras.
¿De qué se finge valiente,
si está, de verme, temblando?
Muestre el pulso. ¿A ver la frente?
¡Jesús, que se está abrasando!
¡Qué temerario accidente!
¡Hola!, lleva a aquel celoso
dos tragos de agua de azahar.
HERNANDO: (¡Macacao!) Aparte
GERARDA: ¡Cuento donoso!
¿Él me viene a amartelar?
LUCINDO: Corrido estoy.
HERNANDO: Yo furioso.
¿Conoces algún poeta?
LUCINDO: ¿Para qué?
HERNANDO: Para enviar
una sátira en receta
a esta bruja, o hazle dar
una hermosa cantaleta.
Haya pandorga esta noche;
yo compraré los cencerros,
aunque hasta el alba trasnoche.
Haya sábanas y entierros,
campanillos, hacha y coche.
¡Vive Dios!...
LUCINDO: Calla, ignorante.
¡Ah, mi bien, ah, mi Gerarda!
GERARDA: ¿Llamas?
Vase GERARDA
LUCINDO: ¿Quitaste delante?
¿Adónde te vas? Aguarda.
Oye la voz de tu amante.
¿Para qué es matarme ansí?
HERNANDO: ¿Vive Estefanía aquí?
LUCINDO: ¿Quieres callar, bestia?
HERNANDO: No.
Por aquí pienso que entró.
LUCINDO: ¡Mi bien, duélete de mí!
HERNANDO: ¡Tu padre!
LUCINDO: ¡Válgame el cielo!
Sale el CAPITÁN Bernardo
CAPITAN: Todo hoy ando en busca tuya.
LUCINDO: Lo que me quieres recelo;
que no es mucho que lo arguya
de mi inquietud y desvelo.
Pero advierte, padre mío,
que querer una mujer
no es en mi edad desvarío,
antes señal de tener
generoso talle y brío.
Si es porque no es muy honrada...
CAPITAN: ¿Cómo que honrada no es?
Lengua en escorpión bañada,
¿mereces besar sus pies,
ni aun tierra de ellos pisada?
LUCINDO: Estoy con enojo agora
de mil celos que me ha dado,
con un hombre o dos que adora.
CAPITAN: ¿Qué dices de hombre adorado,
y tan principal señora?
Pero diráslo por mí,
a quien debe de adorar.
LUCINDO: ¿Que también te quiere a ti?
CAPITAN: ¿No la merezco agradar?
LUCINDO: Sí, señor.
CAPITAN: ¿Mascas el sí?
LUCINDO: Pésame que hables con ella;
que es mujer que a veinte trata.
CAPITAN: ¡Tu lengua pones en ella,
porque de celos te mata,
siendo tan noble doncella!
¡Vive Dios, que si no fuera
por no dejar de casarme,
que una estocada te diera!
LUCINDO: ¿Casarte? Eso sí es matarme.
Padre, señor, considera...
CAPITAN: ¿Qué debo considerar?
LUCINDO: Que es una mujer de amores.
CAPITAN: (Dado me ha qué sospechar...
Pero póneme temores
por estorbarme el casar.
Como el que con los espejos
puestos al sol da en los ojos
al que viene desde lejos,
quiere el necio darme enojos
con estos vanos consejos.
Mas quiero volverla a hablar,
y decirla esta respuesta;
que me ha dado qué pensar.
Vase el CAPITÁN
HERNANDO: ¿Qué te parece?
LUCINDO: Por esta
mujer hoy me he de matar.
Rompe esas puertas.
HERNANDO: Aguarda.
LUCINDO: Sal aquí, infame Gerarda.
HERNANDO: Con más tiento; espera un poco.
Sale GERARDA
GERARDA: ¿Golpes en mi casa, loco?
LUCINDO: ¿Qué respeto me acobarda,
que no te quito la vida?
GERARDA: ¿Daguita? ¡Oh, qué lindo cuento!
LUCINDO: ¿Tú con mi padre fingida,
has tratado casamiento?
GERARDA: La tracilla es escogida.
Si para volver acá
buscas embustes, Lucindo,
ése ¿en qué razón está?
LUCINDO: ¿Por qué en mirarte me rindo?
¿Por qué no te mato ya?
¿No viste a mi padre aquí?
Pues él me ha dicho, crüel,
que para matarme a mí,
quieres casarte con él.
GERARDA: ¿Yo, que en mi vida le vi?
¿Dióte la industria este necio
para tener ocasión
de hablarme?
HERNANDO: Menos desprecio;
que no es aquesto invención,
sino verdad.
GERARDA: ¡No hablar recio!
HERNANDO: ¿Por qué no? Con la verdad
hable bajo la mentira,
la verdad con libertad.
GERARDA: Tu desvergüenza me admira.
LUCINDO: Y a mí tu temeridad.
¿Cuándo viste al padre mío?
¿Dónde te habló?
GERARDA: ¿Qué es aquesto?
¿Hay más loco desvarío?
LUCINDO: ¿Posible es que has descompuesto
sus canas con ese brío?
Demonios sois las mujeres.
GERARDA: ¡Muy ángeles son los hombres!
Lucindo, ¿para qué quieres
disfrazar con estos nombres,
que por mis desdenes mueres?
¿Qué padre es éste? ¿No adviertes
que entiendo tus invenciones?
LUCINDO: ¡Plegue a Dios tal mal aciertes
en casarte, ya que pones
mi vida entre tantas muertes;
que te viva dos mil años
el viejo por quien me dejas
en tantas penas y daños,
y a quien por ojos y orejas
le has dado hechizos y engaños!
¡Plegue a Dios!... Mas ¿qué inhumanas
maldiciones puedo hacer
más que verte las mañanas,
como sierra, amanecer
con la nieve de sus canas?
¿Qué más que ver un anciano
a tu lado hermoso y tierno,
de tu belleza tirano?
¡Qué gentil hielo en invierno,
qué espantajo en verano!
Adiós, madrastra crüel;
que presto, estando con él,
te pesará el ver en vano
que te bese yo la mano,
y que tú la boca a él.
¡Jesús, qué mala elección!
GERARDA: Hernando, ¿es esto de veras,
o vuestras quimeras son?
HERNANDO: ¡Ojalá fueran quimeras!
GERARDA: Ya entiendo vuestra intención.
Oísteme concertar
ir al Prado aquesta noche,
y queréismelo estorbar.
Pues por Dios que ha de haber coche,
y quien nos venga a cantar.
Piquen por hacerme gusto
en casa de Estefanía.
LUCINDO: Mataréte.
GERARDA: ¡Ay Dios, qué susto!
Vase GERARDA
HERNANDO: Entróse.
LUCINDO: ¿Cerraste, arpía?
¡Mal haya amor tan injusto!
Abre esta puerta, mi bien.
Acecha por esta llave
si sus crïadas se ven.
HERNANDO: ¡Qué bien engañarte sabe!
LUCINDO: Matarme sabe también.
HERNANDO: Al viejo ha desvanecido
para darte más enojos.
LUCINDO: Liviano en extremo ha sido;
mas ¿qué no podrán tus ojos,
dulce Argel de mi sentido?
Sale el CAPITÁN
CAPITAN: ¿Estáste aquí todavía?
LUCINDO: Pues ¿eso, señor, te espanta?
Si con la mujer que adoro,
en esos años te casas,
¿es mucho que me despida
de estas puertas y ventanas,
si mañana han de ser tuyas,
y hoy su dueño me llamaban?
CAPITAN: Pienso que te has vuelto loco.
Dijísteme mil infamias
de aquel ángel de Fenisa,
hija de Belisa honrada;
voylas a hablar, y por poco
saliera, traidor, sin cara;
que caída de vergüenza,
no era menester cortarla.
Yo tengo mujer más noble
que tu madre.
LUCINDO: ¿De quién hablas?
CAPITAN: De Fenisa.
LUCINDO: Pues, señor,
Fenisa es doncella, y basta;
que la que yo te decía,
es Gerarda, cortesana,
que vive en este balcón.
CAPITAN: ¿Qué tiene que ver Gerarda
con Fenisa?
LUCINDO: Yo, señor,
en aquesta calle estaba
cuando me reprehendiste
de que amaba aquella dama.
CAPITAN: Otro enredo habrás pensado
con aquella buena cara
de tu crïado.
HERNANDO: Yo enredo?
Siempre piensas que te engañan;
propia condición de viejos.
CAPITAN: Niega, Lucindo, que amas
a Fenisa.
LUCINDO: ¿Yo, señor?
CAPITAN: ¿Luego tampoco la cansas
con papeles y alcahuetas?
Pues en esto punto acaba
de decirme que anteanoche,
por aquella reja baja,
enfrente de tu aposento,
muy tierno llegaste a hablarla.
LUCINDO: ¿Yo papeles? ¿Yo alcahuetas?
¿Yo por reja ni ventanas?
Hernando,...
CAPITAN: ¡Qué buen testigo!
Falso ojos, lengua falsa,
falsa la cara y la boca,
falso el pecho y falsa el alma.
Pues mira lo que te aviso;
¡vive el cielo, que si pasas
por su puerta, ni la miras,
ni por la reja la llamas,
que para siempre jamás
has de salir de mi casa!
LUCINDO: Escúchame.
CAPITAN: ¿Para qué?
LUCINDO: Escúchame una palabra.
CAPITAN: ¿Qué palabra?
LUCINDO: Que le digas
que si ha de ser mi madrastra,
no comience antes de serlo,
pues aun agora lo tratas,
a hacerme tan malas obras.
CAPITAN: Quita, necio.
LUCINDO: Advierte.
CAPITAN: ¡Guarda!
Vase el CAPITÁN
LUCINDO: ¿Qué es esto, triste de mí?
¿Testimonios me levanta
antes que su rostro vea?
HERNANDO: ¿No es aquésta aquella dama
que te miró tiernamente
cuando el lienzo de las randas?
LUCINDO: La misma.
HERNANDO: Pues que me maten
si no es enredo que traza,
enamorada de ti.
LUCINDO: ¿Qué me cuentas?
HERNANDO: Lo que pasa.
Yo leí cuatro renglones
en sus ojos, de una carta,
que al darte el lienzo escribió
a tu ausente pecho y alma.
Dejóle caer adrede,
si la vista no me engaña,
y lo que a tu padre dice
de que la escribes y cansas,
es decirte que la escribas,
y que por las rejas bajas
vengas a hablarla de noche.
LUCINDO: Cosas me dices extrañas.
HERNANDO: ¿Qué se pierde en que las pruebes?
LUCINDO: No se pierde, Hernando, nada;
que esa doncella podría,
con su bellísima cara,
con su rico entendimiento,
con su voluntad esclava,
desamartelarme el pecho,
despicarme de Gerarda.
Vámosla a hablar esta noche;
que si es verdad que me llama
con esta industria que dices,
es la cosa más gallarda
que ha sucedido en el mundo.
HERNANDO: Mucho importa enamoralla,
así por dejar del todo
esta fementida ingrata,
como porque nos perdemos
si el viejo otra vez se casa.
Y si se quiere casar,
¿qué cosa mas acertada
que con Belisa, su madre
de esta bellísima dama?
LUCINDO: Si me quiere, Hernando mío,
te mando ropilla y calzas.
HERNANDO: Bien puedes dármelas luego.
LUCINDO: Pues con discreción tan alta
supo engañar a dos viejos
de edad y experiencia tanta,
y enamorada de quien
apenas le vio la cara,
ha dicho su entendimiento,
y se le ha entendido el alma,
bien la podemos llamar
la discreta enamorada.
Vanse
FIN DEL ACTO PRIMERO
La discreta enamorada, Jornada II
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 04 Aug 2002