EL CASTIGO SIN VENGANZA

Lope de Vega

Texto basado en varios impresos tempranos y modernos de EL CABALLERO DE OLMEDO. Fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electrónica en el año 1995.


Personas que hablan en ella:



PRIMER ACTO


 
Salen el DUQUE, FEBO y RICARDO
RICARDO: ¡Linda burla! FEBO: ¡Por extremo! Pero, ¿quién imaginara que era el duque de Ferrara? DUQUE: Que no me conozcan temo. RICARDO: Debajo de ser disfraz, hay licencia para todo; que aun el cielo en algún modo es de disfraces capaz. ¿Qué piensas tú que es el velo con que la noche le tapa? Una guarnecida capa con que se disfraza el cielo. Y para dar luz alguna, las estrellas que dilata son pasamanos de plata, y una encomienda la luna. DUQUE: ¿Ya comienzas desatinos? FEBO: No, lo ha pensado poeta de estos de la nueva seta, que se imaginan divinos. RICARDO: Si a sus licencias apelo, no me darás culpa alguna; que yo sé quien a la luna llamó requesón del cielo. DUQUE: Pues no te parezca error; que la poesía ha llegado a tan miserable estado, que es ya como jugador de aquellos transformadores, muchas manos, ciencia poca, que echan cintas por la boca, de diferentes colores. Pero dejando a otro fin esta materia cansada, no es mala aquella casada. RICARDO: ¿Cómo mala? ¡Un serafín! Pero tiene un bravo azar, que es imposible sufrillo. DUQUE: ¿Cómo? RICARDO: Un cierto maridillo que toma y no da lugar. FEBO: Guarda la cara. DUQUE: Ése ha sido siempre el más crüel linaje de gente de este paraje. FEBO: El que la gala, el vestido y el oro deja traer tenga, pues él no lo ha dado, lástima al que lo ha comprado; pues si muere su mujer, ha de gozar la mitad como bienes gananciales. RICARDO: Cierto que personas tales poca tienen caridad, hablando cultidiablesco, por no juntar las dicciones. DUQUE: Tienen esos socarrones con el diablo parentesco; que, obligando a consentir, después estorba el obrar. RICARDO: Aquí pudiera llamar; pero hay mucho que decir. DUQUE: ¿Cómo? RICARDO: Una madre beata que reza y riñe a dos niñas entre majuelos y viñas, una perla y otra plata. DUQUE: Nunca de exteriores fío. RICARDO: No lejos vive una dama, como azúcar de retama: dulce y morena. DUQUE: ¿Qué brío? RICARDO: El que pide la color; mas el que con ella habita es de cualquiera visita cabizbajo rumiador. FEBO: Rumiar siempre fue de bueyes. RICARDO: Cerca habita una mujer, que diera buen parecer si hubiera estudiado leyes. DUQUE: Vamos allá. RICARDO: No querrá abrir a estas horas. DUQUE: ¿No? ¿Y si digo quién soy yo? RICARDO: Si lo dices, claro está. DUQUE: Llame pues. RICARDO: Algo esperaba, que a dos patadas salió.
CINTIA en alto
CINTIA: ¿Quién es? RICARDO: Yo soy. CINTIA: ¿Quién es yo? RICARDO: Amigos, Cintia; abre, acaba, que viene el duque conmigo. Tanto mi alabanza pudo. CINTIA: ¿El duque? RICARDO: ¿Eso dudas? CINTIA: Dudo, no digo el venir contigo, mas el visitarme a mí tan gran señor y a tal hora. RICARDO: Por hacerte gran señora viene disfrazado así. CINTIA: Ricardo, si el mes pasado lo que agora me dijeras del duque, me persuadieras que a mis puertas ha llegado; pues toda su mocedad ha vivido indignamente, fábula siendo a la gente su viciosa libertad. Y como no se ha casado por vivir más a su gusto, sin mirar que fuera injusto ser de un bastardo heredado, aunque es mozo de valor Federico, yo creyera que el duque a verme viniera. Mas ya que como señor se ha venido a recoger, y de casar concertado, su hijo a Mantua ha envïado por Casandra, su mujer, no es posible que ande haciendo locuras de noche ya, cuando esperándola está y su entrada previniendo; que si en Federico fuera libertad, ¿qué fuera en él? Y si tú fueras fïel, aunque él ocasión te diera, no anduvieras atrevido desilustrando su valor; que ya el duque, tu señor, está acostado y dormido y así cierro la ventana; que ya sé que fue invención para hallar conversación. Adiós, y vuelve mañana. DUQUE: ¡A buena casa de gusto me has traído! RICARDO: Yo, señor, ¿qué culpa tengo? DUQUE: Fue error fïarle tanto disgusto para la noche que viene. FEBO: Si quieres yo romperé la puerta. DUQUE: ¡Que esto escuché! FEBO: Ricardo la culpa tiene. Pero, señor, quien gobierna, si quiere saber su estado, como es temido o amado, deje la lisonja tierna del crïado adulador, y disfrazado de noche, en traje humilde, os en coche, salga a saber su valor; que algunos emperadores se valieron de este engaño. DUQUE: Quien escucha, oye su daño; y fueron, aunque los dores, filósofos majaderos, porque el vulgo no es censor de la verdad, y es error de entendimientos groseros fïar la buena opinión de quien, inconstante y vario, todo lo juzga al contrario de la ley de la razón. Un quejoso, un descontento echa, por vengar su ira, en el vulgo una mentira, a la novedad atento. Y como por su bajeza no la puede averiguar ni en los palacios entrar, murmura de la grandeza. Yo confieso que he vivido libremente y sin casarme, por no querer sujetarme, y que también parte ha sido pensar que me heredaría Federico, aunque bastardo; mas ya que a Casandra aguardo, que Mantua con él me envía todo lo pondré en olvido. FEBO: Será remedio casarte. RICARDO: Si quieres desenfadarte pon a esta puerta el oído. DUQUE: ¿Cantan? RICARDO: ¿No lo ves? DUQUE: ¿Pues, quién vive aquí? RICARDO: Vive un autor de comedias. FABIO: Y el mejor de Italia. DUQUE: Ellos cantan bien. ¿Tiénelas buenas? RICARDO: Están entre amigos y enemigos: buenas las hacen amigos con los aplausos que dan y los enemigos malas. FEBO: No pueden ser buenas todas. DUQUE: Febo, para nuestras bodas prevén las mejores salas y las comedias mejores, que no quiero que repares en las que fueren vulgares. FEBO: Las que ingenios y señores aprobaren, llevaremos. DUQUE: ¿Ensayan? RICARDO: Y habla una dama. DUQUE: Si es Andrelina, es de fama. ¡Qué acción! ¡Qué afectos! ¡Qué extremos!
Habla dentro la voz de una MUJER
MUJER: Déjame, pensamiento. No más, no más, memoria, que mi pasada gloria conviertes en tormento, y de este sentimiento ya no quiero memoria, sino olvido; que son de un bien perdido, --aunque presumes que mi mal mejoras-- discursos tristes para alegres horas. DUQUE: ¡Valiente acción! FEBO: ¡Extremada! DUQUE: Más oyera; pero estoy sin gusto. A acostarme voy. RICARDO: ¿A las diez? DUQUE: Todo me enfada. RICARDO: Mira que es esta mujer única. DUQUE: Temo que hable alguna cosa notable. RICARDO: De ti, ¿cómo puede ser? DUQUE: ¿Agora sabes, Ricardo, que es la comedia un espejo, en que el necio, el sabio, el viejo, el mozo, el fuerte, el gallardo, el rey, el gobernador, la doncella, la casada, siendo al ejemplo escuchada de la vida y del honor, retrata nuestras costumbres, o livianas o severas, mezclando burlas y veras, donaires y pesadumbres? Basta, que oí del papel de aquella primera dama el estado de mi fama; bien claro me hablaba en él. ¿Que escuche me persüades la segunda? Pues no ignores que no quieren los señores oír tan claras verdades.
Salen FEDERICO, de camino, muy galán, y BATÍN
BATÍN: Desconozco el estilo de tu gusto. ¿Agora en cuatro sauces te detienes, cuando a negocio, Federico, vienes de tan grande importancia? FEDERICO: Mi disgusto no me permite, como fuera justo, más prisa y más cuidado; antes la gente dejo, fatigado de varios pensamientos, y al dosel de estos árboles, que, atentos a las dormidas ondas de este río, en su puro cristal, sonoro y frío, mirando están sus copas, después que los vistió de verdes ropas, de mí mismo quisiera retirarme; que me cansa el hablarme, del casamiento de mi padre, cuando pensé heredarle; que si voy mostrando a nuestra gente gusto, como es justo, el alma llena de mortal disgusto, camino a Mantua, de sentido ajeno; que voy por mi veneno en ir por mi madrastra, aunque es forzoso. BATÍN: Ya de tu padre el proceder vicioso, de propios y de extraños reprendido, quedó a los pies de la virtud vencido; ya quiero sosegarse; que no hay freno, señor, como casarse. Presentóle un vasallo al rey francés un bárbaro caballo de notable hermosura, cisne en el nombre y por la nieve pura de la piel que cubrían las rizas canas, que los pies caían de la cumbre del cuello, en levantando la pequeña cabeza. Finalmente le dio naturaleza, que alguna dama estaba imaginando, hermosura y desdén, porque su furia tenía por injuria sufrir al picador más fuerte y diestro. Viendo tal hermosura y tal siniestro, mandóle el rey echar en una cava a un soberbio león que en ella estaba y en viéndole feroz, apenas viva el alma sensitiva, hizo que el cuerpo alrededor se entolde de las cirnes, que ya crespas sin molde, si el miedo no lo era, formaron como lanzas blanca esfera, y en espín erizado de orgulloso caballo transformado, sudó por cada pelo una gota de hielo, y quedó tan pacífico y humilde, que fue un enano en sus arzones tilde; y el que a los picadores no sufría, los pícaros sufrió desde aquel día. FEDERICO: Batín, ya sé que mi vicioso padre no pudo haber remedio que le cuadre como es el casamiento; pero, ¿no ha de sentir mi pensamiento haber vivido con tan loco engaño? Ya sé que al más altivo, al más extraño, le doma una mujer, y que delante de este león, el bravo, el arrogante se deja sujetar del primer niño, que con dulce cariño y media lengua, o muda o balbuciente, teniéndole en los brazos le consiente que le tome la barba. Ni rudo labrador la roja parva, como un casado la familia mira, y de todos los vicios se retira. Mas, ¿qué me importa a mí que se sosiegue mi padre, y que se niegue a los vicios pasados, si han de heredar sus hijos sus estados, y yo, escudero vil, traer en brazos algún león que me ha de hacer pedazos? BATÍN: Señor, los hombres cuerdos y discretos, cuando se ven sujetos a males sin remedio poniendo a la paciencia de por medio, fingen contento, gusto y confïanza. por no mostrar envidia y dar venganza. FEDERICO: ¿Yo sufriré madrastra? BATÍN: ¿No sufrías las muchas que tenías con los vicios del duque? Pues agora sufre una sola que es tan gran señora. FEDERICO: ¿Qué voces son aquéllas? BATÍN: En el vado del río suena gente. FEDERICO: Mujeres son; a verlas voy. BATÍN: Detente. FEDERICO: Cobarde, ¿no es razón favorecellas?
Vase FEDERICO
BATÍN: Excusar el peligro es ser valiente. ¡Lucindo! ¡Albano! ¡Floro!
Salen los tres
LUCINDO: ¡El conde llama! ALBANO: ¿Dónde está Federico? FLORO: ¿Pide acaso los caballos? BATÍN: Las voces de una dama, con poco seso y con valiente paso le llevaron de aquí. Mientras le sigo, llamad la gente.
Vase BATÍN
LUCINDO: ¿Dónde vas? Espera. ALBANO: Pienso que es burla. FLORO: Y yo mismo digo, aunque suena rumor en la ribera de gente que camina. LUCINDO: Mal Federico a obedecer se inclina el nuevo dueño, aunque por ella viene. ALBANO: Sale a los ojos el pesar que tiene.
Sale FEDERICO con CASANDRA en los brazos
FEDERICO: Hasta poneros aquí los brazos me dan licencia. CASANDRA: Agradezco, caballero, vuestra mucha gentileza. FEDERICO: Y yo a mi buena fortuna traerme por esta selva, casi fuera de camino. CASANDRA: ¿Qué gente, señor, es ésta? FEDERICO: Crïados que me acompañan. No tengáis, señora, pena. Todos viene a serviros.
Sale BATÍN con LUCRECIA, criada, en los brazos
BATÍN: Mujer, dime, ¿cómo pesas, si dicen que sois livianas? LUCRECIA: Hidalgo, ¿dónde me llevas? BATÍN: A sacarte por lo menos de tanta enfadosa arena, como la falta del río en estas orillas deja. Pienso que fue treta suya, por tener ninfas tan bellas, volverse el coche al salir; que si no fuera tan cerca, corriérades gran peligro. FEDERICO: Señora, porque yo pueda hablaros con el respeto que vuestra persona muestra, decidme quién sois. CASANDRA: Señor, no hay causa por que no deba decirlo. Yo soy Casandra, ya de Ferrara duquesa, hija del duque de Mantua. FEDERICO: ¿Cómo puede ser que sea vuestra alteza y venir sola? CASANDRA: No vengo sola; que fuera cosa imposible; no lejos el marqués Gonzaga queda, a quien pedí me dejase, atravesando una senda, pasar sola en este río parte de esta ardiente siesta; y por llegar a la orilla, que me pareció cubierta de más árboles y sombras, había más agua en ella, tanto, que pude correr, sin ser mar, fortuna adversa; mas no pudo ser Fortuna, pues se pararon las ruedas. Decidme, señor, quién sois, aunque ya vuestra presencia lo generoso asegura y lo valeroso muestra que es razón que este favor, no sólo yo le agradezca, pero el marqués y mi padre, que tan obligados quedan. FEDERICO: Después que me dé la mano, sabrá quién soy vuestra alteza. CASANDRA: ¡De rodillas! Es exceso. No es justo que lo consienta la mayor obligación. FEDERICO: Señora, es justo y es fuerza. Mirad que soy vuestro hijo. CASANDRA: Confieso que he sido necia en no haberos conocido. ¿Quién, sino quien sois, pudiera valerme en tanto peligro? Dadme los brazos. FEDERICO: Merezca vuestra mano. CASANDRA: No es razón. Dejadles pagar la deuda, señor conde Federico. FEDERICO: El alma os dé la respuesta.
Hablen quedo y diga BATÍN
BATÍN: Ya que ha sido nuestra dicha que esta gran señora sea por quien íbamos a Mantua, sólo resta que yo sepa si eres tú vuesamerced, señoría o excelencia, para que pueda medir lo razonado a las prendas. LUCRECIA: Desde mis primeros años sirvo, amigo, a la duquesa. Soy doméstica crïada, visto y desnudo a su alteza. BATÍN: ¿Eres camarera? LUCRECIA: No. BATÍN: Serás hacia camarera, como que lo fuiste a ser, y te quedaste a la puerta. Tal vez tienen los señores, como lo que tú me cuentas, unas crïadas malillas, entre doncellas y dueñas, que son todo y no son nada. ¿Cómo te llamas? LUCRECIA: Lucrecia. BATÍN: ¿La de Roma? LUCRECIA: Más acá. BATÍN: ¡Gracias a Dios que con ella tope! Que desde su historia traigo llena la cabeza de castidades forzadas y de diligencias necias. ¿Tú viste a Tarquino? LUCRECIA: ¿Yo? BATÍN: ¿Y qué hicieras si le vieras? LUCRECIA: ¿Tienes mujer? BATÍN: ¿Por qué causa lo preguntas? LUCRECIA: Porque pueda ir a tomar su consejo. BATÍN: Herísteme por la treta. ¿Tú sabes quién soy? LUCRECIA: ¿De qué? BATÍN: ¿Es posible que no llega aún hasta Mantua la fama de Batín? LUCRECIA: ¿Por qué excelencias? Pero tú debes de ser como unos necios, que piensan que en todo el mundo su nombre por único se celebra, y apenas lo sabe nadie. BATÍN: No quiera Dios que tal sea, ni que murmure envidioso de las virtudes ajenas. Esto dije por donaire; que no porque piense o tenga satisfacción y arrogancia. Verdad es que yo quisiera tener fama entre hombres sabios, que ciencia y letras profesas; que en la ignorancia común no es fama, sino cosecha, que sembrando disparates coge los mismo que siembra. CASANDRA: Aun no acierto a encarecer el haberos conocido; poco es lo que había oído para lo que vengo a ver. El hablar, el proceder a la persona conforma, hijo y mi señor, de forma que muestra en lo que habéis hecho cuál es el alma del pecho que tan gran sujeto informa. Dicha ha sido haber errado el camino que seguí, pues más presto os conocí por yerro tan acertado. Cual suele en el mar airado la tempestad, después de ella ver aquella lumbre bella, así fue mi error la noche, mar el río, nave el coche, yo el piloto, y vos mi estrella. Madre os seré desde hoy, señor conde Federico, y de este nombre os suplico que me honréis, pues ya lo soy. De vos tan contenta estoy, y tanto el alma repara en prenda tan dulce y cara, que me da más regocijo teneros a vos por hijo, que ser duquesa en Ferrara. FEDERICO: Basta que me dé temor, hermosa señora, el veros; no me impida el responderos turbarme tanto favor. Hoy el duque mi señor en dos divide mi ser, que del cuerpo pudo hacer que mi ser primero fuese, para que el alma debiese a mi segundo nacer. De estos nacimientos dos lleváis, señora, la palma; que para nacer con alma, hoy quiero nacer de vos. Que, aunque quien la infunde es Dios, hasta que os vi, no sentía en qué parte la tenía; pues, si conocerlo os debo, vos me habéis hecho de nuevo; que yo sin alma vivía. Y de esto se considera, pues que de vos nacer quiero, que soy el hijo primero que el duque de vos espera. Y de que tan hombre quiera nacer, no son fantasías; que para disculpas mías, aquel divino crisol ha seis mil años que es sol, y nace todos los días.
Salen el MARQUÉS Gonzaga y RUTILIO, criado
RUTILIO: Aquí, señor, los dejé. MARQUÉS: ¡Extraña desdicha fuera, si el caballero que dices no llegara a socorrerla! RUTILIO: Mandóme alejar, pensando dar nieve al agua risueña, bañando en ella los pies para que corriese perlas; y así no pudo llegar tan presto mi diligencia, y en brazos de aquel hidalgo salió, señor, la duquesa; pero como vi que estaban seguros en la ribera, corrí a llamarte. MARQUÉS: Allí está entre el agua y el arena el coche solo. RUTILIO: Estos sauces no estorbaron el verla. Allí está con los crïados del caballero. CASANDRA: Ya llega mi gente. MARQUÉS: ¡Señora mía! CASANDRA: ¡Marqués! MARQUÉS: Con notable pena a todos nos ha tenido hasta agora vuestra alteza. ¡Gracias a Dios, que os hallamos sin peligro! CASANDRA: Después de ellas, las dad a este caballero. Su piadosa gentileza me sacó libre en los brazos. MARQUÉS: Señor conde, ¿quién pudiera, sino vos, favorecer a quien ya es justo que tenga el nombre de vuestra madre? FEDERICO: Señor marqués, yo quisiera ser un Júpiter entonces, que tranformándose cerca en aquel ave imperial, aunque las plumas pusiera a la luz de tanto sol, ya de Faetonte soberbia, entre las doradas uñas, tusón del pecho la hiciera, y por el aire en los brazos, por mi cuidado la vieran los del duque, mi señor. MARQUÉS: El cielo, señor, ordena estos sucesos que veis, para que Casandra os deba un beneficio tan grande, que desde este punto pueda confirmar las voluntades, y en toda Italia se vea amarse tales contrarios, y que en un sujeto quepan.
Hablan los dos, y aparte CASANDRA y LUCRECIA
CASANDRA: Mientras los dos hablan, dime, ¿qué te parece, Lucrecia, de Federico? LUCRECIA: Señora, si tú me dieses licencia, mi parecer te diría. CASANDRA: Aunque ya no sin sospecha, yo te la doy. LUCRECIA: Pues yo digo... CASANDRA: Di. LUCRECIA: Que más dichosa fueras si se trocara la suerte. CASANDRA: Aciertas, Lucrecia, y yerra mi fortuna; mas ya es hecho, porque cuando yo quisiera, fingiendo alguna invención volver a Mantua, estoy cierta que me matara mi padre, y por toda Italia fuera fábula mi desatino; fuera de que no pudiera casarme con Federico; y así, no es justo que vuelva a Mantua, sino que vaya a Ferrara, en que me espera el duque, de cuya libre vida y condición me llevan las nuevas con gran cuidado. MARQUÉS: Ea, nuestra gente venga, y alegremente salgamos del peligro de esta selva. Parte delante a Ferrara, Rutilio, y lleva las nuevas al duque del buen suceso; si por ventura no llega anticipada la fama, que se detiene en las buenas cuanto corre en siendo malas. Vamos, señora, y prevengan caballo al conde. FLORO: El caballo del conde. CASANDRA: Vuestra excelencia irá mejor en mi coche. FEDERICO: Como mande vuestra alteza que vaya, la iré sirviendo.
El MARQUÉS lleve de la mano a CASANDRA y queden FEDERICO y BATÍN
BATÍN: ¡Qué bizarra es la duquesa! FEDERICO: ¿Parécete bien, Batín? BATÍN: Paréceme una azucena que está pidiendo al aurora en cuatro cándidas lenguas que le trueque en cortesía los granos de oro a sus perlas. No he visto mujer tan linda. ¡Por Dios, señor, que si hubiera lugar, porque suben ya, y no es bien que la detengas, que te dijera... FEDERICO: No digas nada; que con tu agudeza me has visto el alma en los ojos, y el gusto me lisonjeas. BATÍN: ¿No era mejor para ti esta clavellina fresca, esta naranja en azahar, toda de pimpollos hecha, esta alcorza de ámbar y oro, esta Venus, esta Elena? ¡Pese a las leyes del mundo! FEDERICO: Ven, no les demos sospecha; y seré el primer alnado a quien hermosa parezca su madrastra. BATÍN: Pues, señor, no hay más de tener paciencia; que a fe que a dos pesadumbres, ella te parezca fea.
Vanse. Salen el DUQUE de Ferrara y AURORA, su sobrina
DUQUE: Hallarála en el camino Federico, si partió cuando dicen. AURORA: Mucho erró, pues cuando el aviso vino era forzoso el partir a acompañar a su alteza. DUQUE: Pienso que alguna tristeza pudo el partir diferir, que en fin, Federico estaba seguro en su pensamiento de heredarme, cuyo intento, que con mi amor consultaba, fundaba bien su intención, porque es Federico, Aurora, lo que más mi alma adora, y fue casarme traición que hago a mi propio gusto; que mis vasallos han sido quien me ha forzado y vencido a darle tanto disgusto; si bien dicen que esperaban tenerle por su señor, o por conocer mi amor, o porque también le amaban; más que los deudos que tienen derecho a mi sucesión, pondrán pleito con razón; o que si a las armas vienen, no pudiendo concertallos, abrasarán estas tierras, porque siempre son las guerras a costa de los vasallos. Con esto determiné casarme. No pude más. AURORA: Señor, disculpado estás. Yerro de Fortuna fue. Pero la grave prudencia del conde hallará templanza, para que su confïanza tenga consuelo y paciencia. Aunque en esta confusión un consejo quiero darte, que será remedio en parte de su engaño y tu afición. Perdona el atrevimiento; que fïada en el amor que me muestras, con valor te diré mi pensamiento. Yo soy, invicto duque, tu sobrina; hija soy de tu hermano, que en su primera edad, como temprano almendro que la flor al cierzo inclina, cinco lustros, ¡ay suerte crüel!, rindió a la inexorable muerte. Crïásteme en tu casa, porque luego quedé también sin madre. Tú sólo fuiste mi querido padre, y en el confuso laberinto ciego de mis fortunas tristes el hilo de oro que de luz me vistes. Dísteme por hermano a Federico, mi primo en la crïanza, a cuya siempre honesta confïanza con dulce trato honesto amor aplico, no menos de él querida, viviendo entrambos una misma vida. Una ley, un amor, un albedrío, una fe nos gobierna, que con el matrimonio será eterna, siendo yo suya, y Federico mío; que aun apenas la muerte osara dividir lazo tan fuerte. Desde la muerte de mi padre amado, tiene mi hacienda aumento; no hay en Italia agora casamiento más igual a sus prendas y a su estado; que yo, entre muchos grandes, ni miro a España, ni me aplico a Flandes. Si le casas conmigo, estás seguro de que no se entristezca de que Casandra sucesión te ofrezca, sirviendo yo de su defensa y muro. Mira si en este medio promete mi consejo tu remedio. DUQUE: Dame tus brazos, Aurora, que en mi sospecha y recelo, eres la misma del cielo que mi noche ilustra y dora. Hoy mi remedio amaneces, y en el sol de tu consejo miro, como en claro espejo, el que a mi sospecha ofreces. Mi vida y honra aseguras; y así, te prometo al conde, si a tu honesto amor responde la fe con que le procuras; que bien creo que estará cierta de su justo amor, como yo, que tu valor, Aurora, merece más. Y así, pues vuestros intentos conformes vienen a ser, palabra te doy de hacer juntos los dos casamientos. Venga el conde, y tú verás qué día a Ferrara doy. AURORA: Tu hija y tu esclava soy. No puedo decirte más.
Sale BATÍN
BATÍN: Vuestra alteza, gran señor, reparta entre mí y el viento las albricias, porque a entrambos se las debe de derecho; que no sé cual de los dos vino en el otro corriendo; yo en el viento, o él en mí, él en mis pies, yo en su vuelo. La duquesa, mi señora, viene buena, y si primero dijo la fama que el río, con atrevimiento necio, volvió el coche, no fue nada; porque el conde al mismo tiempo llegó y la sacó en los brazos, con que las paces se han hecho de aquella opinión vulgar: que nunca bien se quisieron los alnados y madrastras; porque con tanto contento vienen juntos, que parecen hijo y madre verdaderos. DUQUE: Esa paz, Batín amigo, es la nueva que agradezco; y que traiga gusto el conde, fuera de ser nueva es nuevo. Querrá Dios que Federico con su buen entendimiento se lleve bien con Casandra. En fin, ¿ya los dos se vieron, y en tiempo que pudo hacerle ese servicio? BATÍN: Prometo a vuestra alteza que fue dicha de los dos. AURORA: Yo quiero que me des nuevas también. BATÍN: ¡Oh, Aurora, que a la del cielo das ocasión con el nombre para decirte conceptos! ¿Qué me quieres preguntar? AURORA: Deseo de saber tengo si es muy hermosa Casandra. BATÍN: Esa pregunta y deseo no era de vuestra excelencia, sino del duque; mas pienso que entrambos sabéis por fama lo que repetir no puedo, porque ya llegan. DUQUE: Batín, ponte esta cadena al cuello.
Salen con gran acompañamiento y bizarría RUTILIO, FLORO, ALBANO, LUCINDO, el MARQUÉS Gonzaga, FEDERICO, CASANDRA y LUCRECIA
FEDERICO: En esta huerta, señora, os tienen hecho aposento para que el duque os reciba, en tanto que disponiendo queda Ferrara la entrada, que a vuestros merecimientos será corta, aunque será la mayor que en estos tiempos en Italia se haya visto. CASANDRA: Ya, Federico, el silencio me provocaba a tristeza. FEDERICO: Fue de aquesta causa efecto. Ya salen a recibiros el Duque y Aurora. DUQUE: El cielo, hermosa Casandra, a quien con toda el alma os ofrezco estos estados, os guarde, para su señora y dueño, para su aumento y su honor, los años de mi deseo. CASANDRA: Para ser de vuestra alteza esclava, gran señor, vengo, que de este título sólo recibe mi casa aumento, mi padre honor y mi patria gloria, en cuya fe poseo los méritos de llegar a ser digna de los vuestros. DUQUE: Dadme vos, señor Marqués, los brazos, a quien hoy debo prenda de tanto valor. MARQUÉS: En su nombre los merezco, y por la parte que tuve en este alegre himeneo, pues hasta la ejecución me sois deudor del concierto, AURORA: Conoced, Casandra, a Aurora. CASANDRA: Entre los bienes que espero de tanta ventura mía, es ver, Aurora, que os tengo por amiga y por señora. AURORA: Con serviros, con quereros por dueño de cuanto soy, sólo responderos puedo. Dichosa Ferrara ha sido, ¡oh Casandra!, en mereceros para gloria de su nombre. CASANDRA: Con tales favores entro, que ya en todas mis acciones próspero fin me prometo. DUQUE: Sentaos, porque os reconozcan con debido amor mis deudos y mi casa. CASANDRA: No replico; cuanto mandáis obedezco.
Siéntense debajo del dosel el DUQUE y CASANDRA y el MARQUÉS y AURORA
CASANDRA: ¿No se sienta el conde? DUQUE: No; porque ha de ser el primero que os ha de besar la mano. CASANDRA: Perdonad; que no consiento esa humildad. FEDERICO: Es agravio de mi amor; fuera de serlo, es ir contra mi obediencia. CASANDRA: Eso no. FEDERICO: (Temblando llego). Aparte CASANDRA: Teneos. FEDERICO: No lo mandéis. Tres veces, señora, beso vuestra mano: una por vos, con que humilde me sujeto a ser vuestro mientras viva, de estos vasallos ejemplo; la segunda por el duque, mi señor, a quien respeto obediente; y la tercera por mí, porque no teniendo más por vuestra obligación ni menos por su precepto, sea de mi voluntad, señora, reconoceros; que la que sale del alma sin fuerza de gusto ajeno, es verdadera obediencia. CASANDRA: De tan obediente cuello sean cadena mis brazos. DUQUE: Es Federico discreto. MARQUÉS: Días ha, gallarda Aurora, que los deseos de veros nacieron de vuestra fama, y a mi fortuna le debo que tan cerca me pusiese de vos, aunque no sin miedo, para que sepáis de mí que, puesto que se cumplieron, son mayores de serviros cuando tan hermosa os veo. AURORA: Yo, señor marqués, estimo ese favor como vuestro, porque ya de vuestro nombre, que por las armas eterno será en Italia, tenía noticia por tantos hechos. Lo de galán ignoraba, y fue ignorancia os confieso, porque soldado y galán es fuerza, y más en sujeto de tal sangre y tal valor. MARQUÉS: Pues haciendo fundamento de ese favor, desde hoy me nombro vuestro, y prometo mantener en estas fiestas a todos los caballeros de Ferrara, que ninguno tiene tan hermoso dueño. DUQUE: Que descanséis es razón; que pienso que entreteneros es hacer la necedad que otros casados dijeron. No diga el largo camino que he sido dos veces necio, y amor que no estimo el bien, pues no le agradezco el tiempo.
Todos se van con grandes cumplimientos y quedan FEDERICO y BATÍN
FEDERICO: ¡Qué necia imaginación! BATÍN: ¿Cómo necia? ¿Qué tenemos? FEDERICO: Bien dicen que nuestra vida es sueño, y toda es sueño, pues que no sólo dormidos, pero aun estando despiertos, cosas imagina un hombre que al más abrasado enfermo con frenesí no pudieran llegar a su entendimiento. BATÍN: Dices bien; que alguna vez entre muchos caballeros suelo estar, y sin querer se me viene al pensamiento dar un bofetón a uno y morderle del pezcuezo. Si estoy en algún balcón, estoy pensando y temiendo echarme de él, y matarme. Si estoy en la iglesia oyendo algún sermón, imagino que le digo que está impreso. Dame ganas de reír si voy en algún entierro; y si dos están jugando que les tiro el candelero. Si cantan, quiero cantar, y si alguna dama veo, en mi necia fantasía asirla del moño intento, y me salen mil colores, como si lo hubiera hecho. FEDERICO: ¡Jesús! ¡Dios me valga! ¡Afuera, desatinados conceptos de sueños despiertos! ¿Yo tal imagino, tal pienso? ¡Tal me prometo, tal digo! ¡Tal fabrico, tal emprendo! ¡No más! ¡Extraña locura! BATÍN: Pues, ¿Tú para mí secreto? FEDERICO: Batín, no es cosa que hice, y así nada te reservo; que las imaginaciones son espíritus sin cuerpo. Lo que no es ni ha de ser, no es esconderte mi pecho. BATÍN: Y si te lo digo yo, ¿negarásmelo? FEDERICO: Primero que puedas adivinarlo, habrá flores en el cielo, y en este jardín estrellas. BATÍN: Pues mira como lo acierto; que te agrada tu madrastra y estás entre ti diciendo... FEDERICO: ¡No lo digas! Es verdad. Pero yo, ¿qué culpa tengo, pues el pensamiento es libre? BATÍN: Y tanto, que por su vuelo la inmortalidad del alma se mira como en espejo. FEDERICO: Dichoso es el duque. BATÍN: ¡Y mucho! FEDERICO: Con ser imposible, llego a estar envidioso de él. BATÍN: Bien puedes, con presupuesto de que era mejor Casandra para ti. FEDERICO: Con eso puedo morir de imposible amor y tener posibles celos.
Vanse los dos

FIN DEL PRIMER ACTO

El castigo sin venganza, Jornada II  


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002