LA GRAN SULTANA,
DOÑA CATALINA DE OVIEDO

Miguel de Cervantes

Texto basado en la edición príncipe, LA GRAN SULTANA en OCHO COMEDIAS Y OCHO ENTREMESES NUEVOS NUNCA REPRESENTADOS, COMPUESTAS POR MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (Madrid: Viuda de Alonso Martín, 1615). Fue editado en forma electrónica por Vern G. Williamsen en 1997.


Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA


Sale SALEC, turco, y ROBERTO, vestido a lo griego, y, detrás dellos, un ALÁRABE, vestido de un alquicel; trai en una lanza muchas estopas, y en una varilla de membrillo, en la punta, un papel como billete, y una velilla de cera encendida en la mano; este tal ALÁRABE se pone al lado del teatro, sin hablar palabra, y luego dice ROBERTO
ROBERTO: La pompa y majestad deste tirano, sin duda alguna, sube y se engrandece sobre las fuerzas del poder humano. Mas, ¿qué fantasma es esta que se ofrece, coronada de estopas media lanza? Alárabe en el traje me parece. SALEC: Tienen aquí los pobres esta usanza cuando alguno a pedir justicia viene (que sólo el interés es quien la alcanza): de una caña y de estopas se previene, y cuando el Turco pasa enciende fuego, a cuyo resplandor él se detiene; pide justicia a voces, dale luego lugar la guarda, y el pobre, como jara, arremete turbado y sin sosiego, y en la punta y remate de una vara al Gran Señor su memorial presenta, que para aquel efecto el paso para. Luego, a un bello garzón, que tiene cuenta con estos memoriales, se le entrega, que, en relación, después, dellos da cuenta; pero jamás el término se llega del buen despacho destos miserables, que el interés le turba y se le niega. ROBERTO: Cosas he visto aquí que de admirables pueden al más gallardo entendimiento suspender. SALEC: Verás otras más notables. Ya está a pie el Gran Señor; puedes atento verle a tu gusto, que el cristiano puede mirarle rostro a rostro a su contento. A ningún moro o turco se concede que levante los ojos a miralle, y en esto a toda majestad excede.
[Salen] a este instante el gran TURCO con mucho acompañamiento; delante de sí lleva un PAJE vestido a lo turquesco, con una flecha en la mano, levantada en alto, y detrás del [gran] TURCO van otros dos GARZONES con dos bolsas de terciopelo verde, donde ponen los papeles que el [gran] TURCO les da
ROBERTO: Por cierto, él es mancebo de buen talle, y que, de gravedad y bizarría, la fama, con razón, puede loalle. SALEC: Hoy hace la zalá en Santa Sofía, ese templo que ves, que en la grandeza excede a cuantos tiene la Turquía. ROBERTO: A encender y a gritar el moro empieza; el Turco se detiene mesurado, señal de pïedad como de alteza. El moro llega; un memorial le ha dado; el Gran Señor le toma y se le entrega a un bel garzón que casi trai al lado.
En tanto que esto dice ROBERTO y el [gran] TURCO pasa, tiene SALEC doblado el cuerpo y inclinada la cabeza, sin miralle al rostro
SALEC: Esta audiencia al que es pobre no se niega. ¿Podré alzar la cabeza? ROBERTO: Alza y mira, que ya el Señor a la mezquita llega, cuya grandeza desde aquí me admira.
[Vase] el gran [TURCO con su acompañamiento], y queda[n] en el teatro SALEC y ROBERTO
SALEC: ¿Qué te parece Roberto, de la pompa y majestad que aquí se te ha descubierto? ROBERTO: Que no creo a la verdad, y pongo duda en lo cierto. SALEC: De a pie y de a caballo, van seis mil soldados. ROBERTO: Sí irán. SALEC: No hay dudar, que seis mil son. ROBERTO: Juntamente, admiración y gusto y asombro dan. SALEC: Cuando sale a la zalá sale con este decoro; y es el día del xumá, que así al viernes llama el moro. ROBERTO: ¡Bien acompañado va! Pero, pues nos da lugar el tiempo, quiero acabar de contarte lo que ayer comencé a darte a entender. SALEC: Vuelve, amigo, a comenzar. ROBERTO: Aquel mancebo que dije vengo a buscar: que le quiero más que al alma por quien vivo, más que a los ojos que tengo. Desde su pequeña edad, fui su ayo y su maestro, y del templo de la fama le enseñé el camino estrecho; encaminéle los pasos por el angosto sendero de la virtud; tuve a raya sus juveniles deseos; pero no fueron bastantes mis bien mirados consejos, mis persecuciones cristianas, del bien y mal mil ejemplos, para que, en mitad del curso de su más florido tiempo, amor no le saltease, monfí de los años tiernos. Enamoróse de Clara, la hija de aquel Lamberto que tú en Praga conociste, teutónico caballero. Sus padres y su hermosura nombre de Clara la dieron; pero quizá sus desdichas en escuridad la han puesto. Demandóla por esposa, y no salió con su intento; no porque no fuese igual y acertado el casamiento, sino porque las desgracias traen su corriente de lejos, y no hay diligencia humana que prevenga su remedio. Finalmente, él la sacó: que voluntades que han puesto la mira en cumplir su gusto, pierden respetos y miedos. Solos y a pie, en una noche de las frías del invierno, iban los pobres amantes, sin saber adónde, huyendo; y, al tiempo que ya yo había echado a Lamberto menos (que éste [es] el nombre del triste que he dicho que a buscar vengo), con aliento desmayado, de un frío sudor cubierto el rostro, y todo turbado, ante mis ojos le veo. Arrojóseme a los pies, la color como de un muerto, y, con voz interrumpida de sollozos, dijo: "Muero, padre y señor, que estos nombres a tus obras se los debo. A Clara llevan cautiva los turcos de Rocaferro. Yo, cobarde; yo, mezquino y un traidor, que no lo niego, hela dejado en sus manos, por tener los pies ligeros. Esta noche la llevaba no sé adónde, aunque sé cierto que, si fortuna quisiera, fuéramos los dos al cielo." A la nueva triste y nueva, en un confuso silencio quedé, sin osar decirle: "Hijo mío, ¿cómo es esto?" De aquesta perplejidad me sacó el marcial estruendo del rebato a que tocaron las campanas en el pueblo. Púseme luego a caballo, salió conmigo Lamberto en otro, y salió una tropa de caballos herreruelos. Con la escuridad, perdimos el rastro de los que hicieron el robo de Clara, y otros que con el día se vieron. Temerosos de celada, no nos apartamos lejos del lugar, al cual volvimos cansados y sin Lamberto. SALEC: Pues, ¿cómo? ¿Quedóse aposta? ROBERTO: Aposta, a lo que sospecho, porque nunca ha parecido desde entonces, vivo o muerto. Su padre ofreció por Clara gran cantidad de dinero, pero no le fue posible cobrarla por ningún precio. Díjose por cosa cierta que el turco que fue su dueño la presentó al Gran Señor por ser hermosa en estremo. Por saber si esto es verdad, y por saber de Lamberto, he venido como has visto aquí en hábito de griego. Sé hablar la lengua de modo que pasar por griego entiendo. SALEC: Puesto que nunca la sepas, no tienes de qué haber miedo: aquí todo es confusión, y todos nos entendemos con una lengua mezclada que ignoramos y sabemos. De mí no te escaparás, pues cuando te vi, al momento te conocí. ROBERTO: ¡Gran memoria! SALEC: Siempre la tuve en extremo. ROBERTO: Pues, ¿cómo te has olvidado de quién eres? SALEC: No hablemos en eso agora: otro día de mis cosas trataremos; que, si va a decir verdad, yo ninguna cosa creo. ROBERTO: Fino ateísta te muestras. SALEC: Yo no sé lo que me muestro; sólo sé que he de mostrarte, con obras al descubierto, que soy tu amigo, a la traza como lo fui en algún tiempo; y, para saber de Clara, un eunuco del gobierno del serrallo del Gran Turco podrá hacerme satisfecho, que es mi amigo. Y, entre tanto, puedes mirar por Lamberto: quizá, como tuvo el alma, también tendrá preso el cuerpo.
[Vanse]. Salen MAMÍ y RUSTÁN, eunucos
MAMÍ: Ten, Rustán, la lengua muda, y conmigo no autorices tu fe, de verdad desnuda, pues mientes en cuanto dices, y eres cristiano, sin duda: que el tener ansí encerrada tanto tiempo y tan guardada a la cautiva española, es señal bastante y sola que tu intención es dañada. Has quitado al Gran Señor de gozar la hermosura que tiene el mundo mayor, siendo mal darle madura fruta, que verde es mejor. Seis años ha que la celas y la encubres con cautelas que ya no pueden durar, y agora por desvelar esta verdad te desvelas. Pero, ¡espera, perro, aguarda, y verás de qué manera la fe al Gran Señor se guarda! RUSTÁN: ¡Mamí amigo, espera, espera! MAMÍ: Llega el castigo, aunque tarda; y el que sabe una traición, y se está sin descubrilla algún tiempo, da ocasión de pensar si en consentilla tuvo parte la intención. La tuya he sabido hoy, y así, al Gran Señor me voy a contarle tu maldad.
[Vase] MAMÍ
RUSTÁN: No hay negalle esta verdad; por empalado me doy.
Sale Doña Catalina de Oviedo, gran SULTANA, vestida a la turquesca
SULTANA: Rustán, ¿qué hay? RUSTÁN: Mi señora, de nuestra temprana muerte es ya llegada la hora: que así el alma me lo advierte, pues en mi costancia llora; que, aunque parezco mujer, nunca suelo yo verter lágrimas que den señal de grande bien o gran mal, como suele acontecer. Mamí, señora, ha notado, con astucia y con maldad, el tiempo que te he guardado, y ha juzgado mi lealtad por traición y por pecado. Al Gran Señor va derecho a contar por malo el hecho que yo he tenido por bueno, de malicia y rabia lleno el siempre maligno pecho. SULTANA: ¿Qué hemos de hacer? RUSTÁN: Esperar la muerte con la entereza que se puede imaginar, aunque sé que a tu belleza sultán ha de respetar. No te matará sultán; quien muera será Rustán, como deste caso autor. SULTANA: ¿Es crüel el Gran Señor? RUSTÁN: Nombre de blando le dan; pero, en efecto, es tirano. SULTANA: Con todo, confío en Dios, que su poderosa mano ha de librar a los dos deste temor, que no es vano; y si estuvieren cerrados los cielos por mis pecados, por no oír mi petición, dispondré mi corazón a casos más desastrados. No triunfará el inhumano del alma; del cuerpo, sí, caduco, frágil y vano. RUSTÁN: Este suceso temí de mi proceder cristiano. Mas no estoy arrepentido; antes, estoy prevenido de paciencia y sufrimiento para cualquiera tormento. SULTANA: Con mi intención has venido. Dispuesta estoy a tener por regalo cualquier pena que me pueda suceder. RUSTÁN: Nunca a muerte se condena tan gallardo parecer. Hallarás en tu hermosura, no pena, sino ventura; yo, por el contrario estremo, hallaré, como lo temo, en el fuego sepultura. SULTANA: Bien podrá ofrecerme el mundo cuantos tesoros encierra la tierra y el mar profundo; podrá bien hacerme guerra el contrario sin segundo con una y otra legión de su infernal escuadrón; pero no podrán, Dios mío, como yo de vos confío, mudar mi buena intención. En mi tierna edad perdí, Dios mío, la libertad, que aun apenas conocí; trújome aquí la beldad, Señor, que pusiste en mí; si ella ha de ser instrumento de perderme, yo consiento, petición cristiana y cuerda, que mi belleza se pierda por milagro en un momento; esta rosada color que tengo, según se muestra en mi espejo adulador, marchítala con tu diestra; vuélveme fea, Señor; que no es bien que lleve palma de la hermosura del alma la del cuerpo. RUSTÁN: Dices bien. Mas no es bien que aquí se estén nuestros sentidos en calma, sin que demos traza o medio de buscar a nuestra culpa o ya disculpa, o remedio. SULTANA: Del remedio a la disculpa hay grandes montes en medio. Vámonos a apercebir, amigo, para morir cristianos. RUSTÁN: Remedio es ése del más subido interese que al Cielo puedes pedir.
[Vanse]. Salen MAMÍ, el eunuco, y el gran TURCO
MAMÍ: Morato Arráez, Gran Señor, te la presentó, y es ella la primera y la mejor que del título de bella puede llevarse el honor. De tus ojos escondido este gran tesoro ha sido por industria de Rustán seis años, y a siete van, según la cuenta he tenido. TURCO: ¿Y del modo que has contado es hermosa? MAMÍ: Es tan hermosa como en el jardín cerrado la entreabierta y fresca rosa a quien el sol no ha tocado; o como el alba serena, de aljófar y perlas llena, al salir del claro Oriente; o como sol al Poniente, con los reflejos que ordena. Robó la naturaleza lo mejor de cada cosa para formar esta pieza, y así, la sacó hermosa sobre la humana belleza. Quitó al cielo dos estrellas, que puso en las luces bellas de sus bellísimos ojos, con que de amor los despojos se aumentan, pues vive en ellas. El todo y sus partes son correspondientes de modo, que me muestra la razón que en las partes y en el todo asiste la perfección. Y con esto se conforma el color, que hace la forma hermosa en un grado inmenso. TURCO: Este loco, a lo que pienso, de alguna diosa me informa. MAMÍ: A su belleza, que es tanta que pasa al imaginar, su discreción se adelanta. TURCO: Tú me la harás adorar por cosa divina y santa. MAMÍ: Tal jamás la ha visto el sol, ni otra fundió en su crisol el cielo que la compuso; y, sobre todo, le puso el desenfado español. Digo, señor, que es divina la beldad desta cautiva, en el mundo peregrina. TURCO: De verla el deseo se aviva. ¿Y llámase? MAMÍ: Catalina, y es de Oviedo el sobrenombre. TURCO: ¿Cómo no ha mudado el nombre, siendo ya turca? MAMÍ: No sé; como no ha mudado fe, no apetece otro renombre. TURCO: ¿Luego, es cristiana? MAMÍ: Yo hallo por mi cuenta que lo es. TURCO: ¿Cristiana, y en mi serrallo? MAMÍ: Más deben de estar de tres; mas, ¿quién podrá averiguallo? Si otra cosa yo supiera, como aquésta, la dijera, sin encubrir un momento dicho o hecho o pensamiento que contra ti se ofreciera. TURCO: Descuido es vuestro y maldad. MAMÍ: Yo sé decir que te adoro y sirvo con la lealtad y con el justo decoro que debo a tu majestad. TURCO: Al serrallo iré esta tarde a ver si hiela o si arde la belleza única y sola de tu alabada española. MAMÍ: Mahoma, señor, te guarde.
[Vanse] estos dos. Salen MADRIGAL, cautivo, y ANDR[EA], en hábito de griego
MADRIGAL: ¡Vive Roque, canalla barretina, que no habéis de gozar de la cazuela, llena de boronía y caldo prieto! ANDREA: ¿Con quién las has, cristiano? MADRIGAL: No con naide. ¿No escucháis la bolina y la algazara que suena dentro desta casa?
Dice dentro un JUDÍO
JUDÍO [1]: ¡Ah perro! ¡El Dío te maldiga y te confunda! ¡[J]amás la libertad amada alcances! ANDREA: Di: ¿por qué te maldicen estos tristes? MADRIGAL: Entré sin que me viesen en su casa, y en una gran cazuela que tenían de un guisado que llaman boronía, les eché de tocino un gran pedazo. ANDREA: Pues, ¿quién te lo dio a ti? MADRIGAL: Ciertos jenízaros mataron en el monte el otro día un puerco jabalí, que le vendieron a los cristianos de Mamud Arráez, de los cuales compré de la papada lo que está en la cazuela sepultado para dar sepultura a estos malditos, con quien tengo rencor y mal talante; a quien el diablo pape, engulla y sorba.
Pónese un JUDÍO a la ventana
JUDÍO [1]: ¡Mueras de hambre, bárbaro insolente; el cuotidiano pan te niegue el Dío; andes de puerta en puerta mendigando; échente de la tierra como a gafo, agraz de nuestros ojos, espantajo, de nuestra sinagoga asombro y miedo, de nuestras criaturas enemigo el mayor que tenemos en el mundo! MADRIGAL: ¡Agáchate, judío! JUDÍO [1] ¡Ay, sin ventura, que entrambas sienes me ha quebrado! ¡Ay triste! ANDREA: Sí, que no le tiraste. MADRIGAL: ¡Ni por pienso! ANDREA: Pues, ¿de qué se lamenta el hideputa?
Dice dentro otro JUDÍO
JUDÍO [2]: Quítate, Zabulón, de la ventana, que ese perro español es un demonio, y te hará pedazos la cabeza con sólo que te escupa y que te acierte. ¡Guayas, y qué comida que tenemos! ¡Guayas, y qué cazuela que se pierde! MADRIGAL: ¿Los plantos de Ramá volvéis al mundo, canalla miserable? ¿Otra vez vuelves, perro? JUDÍO [2]: ¡Qué!, ¿aún no te has ido? ¿Por ventura quieres atosigarnos el aliento? MADRIGAL: ¡Recógeme este prisco!
Dicen dentro
¿No aprovecha decirte, Zabulón, que no te asomes? Déjale ya en mal hora; éntrate, hijo. ANDREA: ¡Oh gente aniquilada! ¡Oh infame, oh sucia raza, y a qué miseria os ha traído vuestro vano esperar, vuestra locura y vuestra incomparable pertinacia, a quien llamáis firmeza y fee inmudable contra toda verdad y buen discurso! Ya parece que callan; ya en silencio pasan su burla y hambre los mezquinos. Español, ¿conocéisme? MADRIGAL: Juraría [q]ue en mi vida os he visto. ANDREA: Soy Andrea, la espía. MADRIGAL: ¿Vos, Andrea? ANDREA: Sí, sin duda. MADRIGAL: ¿El que llevó a Castillo y Palomares, mis camaradas? ANDREA: Y el que llevó a Meléndez, a Arguijo y Santisteban, todos juntos, y en Nápoles los dejó a sus anchuras, de la agradable libertad gozando. MADRIGAL: ¿Cómo me conocistes? ANDREA: La memoria tenéis dada a adobar, a lo que entiendo, o reducida a voluntad no buena. ¿No os acordáis que os vi y hablé la noche que recogí a los cinco, y vos quisistes quedaros por no más de vuestro gusto, poniendo por escusa que os tenía amor rendida el alma, y que una alárabe, con nuevo cautiverio y nuevas leyes, os la tenía encadenada y presa? MADRIGAL: Verdad; y aun todavía tengo el yugo al cuello, todavía estoy cautivo, todavía la fuerza poderosa de amor tiene sujeto a mi albedrío. ANDREA: Luego, ¿en balde será tratar yo agora de que os vengáis conmigo? MADRIGAL: En balde, cierto. ANDREA: ¡Desdichado de vos! MADRIGAL: Quizá dichoso. ANDREA: ¿Cómo puede ser esto? MADRIGAL: Son las leyes del gusto poderosas sobremodo. ANDREA: Una resolución gallarda puede romperlas. MADRIGAL: Yo lo creo; mas no es tiempo de ponerme a los brazos con sus fuerzas. ANDREA: ¿No sois vos español? MADRIGAL: ¿Por qué? ¿Por esto? Pues, por las once mil de malla juro, y por el alto, dulce, omnipotente deseo que se encierra bajo el hopo de cuatro acomodados porcionistas, que he de romper por montes de diamantes y por dificultades indecibles, y he de llevar mi libertad en peso sobre los propios hombros de mi gusto, y entrar triunfando en Nápoles la bella con dos o tres galeras levantadas por mi industria y valor, y Dios delante, y dando a la Anunciada los dos bucos, quedaré con el uno rico y próspero; y no ponerme ahora a andar por trena, cargado de temor y de miseria. ANDREA: ¡Español sois, sin duda! MADRIGAL: Y soylo, y soylo, lo he sido y lo seré mientras que viva, y aun después de ser muerto ochenta siglos. ANDREA: ¿Habrá quién quiera libertad huyendo? MADRIGAL: Cuatro bravos soldados os esperan, y son gente de pluma y bien nacidos. ANDREA: ¿Son los que dijo Arguijo? MADRIGAL: Aquellos mismos. ANDREA: Yo los tengo escondidos y a recaudo. MADRIGAL: ¿Qué turba es ésta? ¿Qué ruïdo es éste? ANDREA: Es el embajador de los persianos, que viene a tratar paces con el Turco. Haceos a aquesta parte mientras pasa.
Entra un EMBAJADOR, vestido como los que andan aquí, y acompáñanle JENÍZAROS; va como turco
MADRIGAL: ¡Bizarro va y gallardo por extremo! ANDREA: Los más de los persianos son gallardos, y muy grandes de cuerpo, y grandes hombres de a caballo. MADRIGAL: Y son, según se dice, los caballos el nervio de sus fuerzas. ¡Plega a Dios que las paces no se hagan! ¿Queréis venir, Andrea? ANDREA: Guía adonde fuere más de tu gusto. MADRIGAL: Al baño guío del Uchalí. ANDREA: Al de Morato guía, que he de juntarme allí con otra espía.
[Vanse. Sale] el Gran TURCO, RUSTÁN y MAMÍ
TURCO: Flaca disculpa me das de la traición que me has hecho, mayor que se vio jamás. RUSTÁN: Si bien estás en el hecho, señor, no me culparás. Cuando vino a mi poder, no vino de parecer que pudiese darte gusto, y fue el reservarla justo a más tomo y mejor ser; muchos años, Gran Señor, profundas melancolías la tuvieron sin color. TURCO: ¿Quién la curó? RUSTÁN: Sedequías, el judío, tu doctor. TURCO: Testigos muertos presentas en tu causa; a fe que intentas escaparte por buen modo. RUSTÁN: Yo digo verdad en todo. TURCO: Razón será que no mientas. RUSTÁN: No ha tres días que el sereno cielo de su rostro hermoso mostró de hermosura lleno; no ha tres días que un ansioso dolor salió de su seno. En efecto: no ha tres días que de sus melancolías está libre esta española, que es en la belleza sola. TURCO: Tú mientes o desvarías. RUSTÁN: Ni miento ni desvarío. Puedes hacer la experiencia cuando gustes, señor mío. Haz que venga a tu presencia: verás su donaire y brío; verás andar en el suelo, con pies humanos, al cielo, cifrado en su gentileza. TURCO: De un temor otro se empieza, de un recelo, otro recelo. Mucho temo, mucho espero, mucho puede la alabanza en lengua de lisonjero; mas la lisonja no alcanza parte aquí. Rustán, yo quiero ver esa cautiva luego; ¡ve por ella, y por el dios ciego, que me tïene asombrado, que a no ser cual la has pintado, que te he de entregar al fuego!
[Vase] RUSTÁN
MAMÍ Si no está en más la ventura de Rustán, que en ser hermosa la cautiva, y de hermosura rara, su suerte es dichosa; libre está de desventura. Desde ahora muy bien puedes hacerle, señor, mercedes, porque verás, de aquí a poco, aquí todo el cielo. TURCO: Loco, a todo hipérbole excedes. Deja, que es justo, a los ojos algo que puedan hallar en tan divinos despojos. MAMÍ: ¿Qué vista podrá mirar de Apolo los rayos rojos que no quede deslumbrada? TURCO: Tanta alabanza me enfada. MAMÍ: Remítome a la experiencia que has de hacer con la presencia désta, en mi lengua, agraviada.
[Salen] RUSTÁN y la SULTANA
RUSTÁN: Háblale mansa y süave, que importa, señora mía, porque con todos no acabe. SULTANA: Daré de la lengua mía al santo cielo la llave; arrojaréme a sus pies; diré que su esclava es la que tiene a gran ventura besárselos. RUSTÁN: Es cordura que en ese artificio des. SULTANA: Las rodillas en la tierra y mis ojos en tus ojos, te doy, señor, los despojos que mi humilde ser encierra; y si es soberbia el mirarte, ya los abajo e inclino por ir por aquel camino que suele más agradarte. TURCO: ¡Gente indiscreta, ignorante, locos, sin duda, de atar, a quien no se puede hallar, en ser simples, semejante; robadores de la fama debida a tan gran sujeto; mentirosos, en efecto, que es la traición que os infama! ¡Por cierto que bien se emplea cualquier castigo en vosotros! MAMÍ: ¡Desdichados de nosotros si le ha parecido fea! TURCO: ¡Cuán a lo humano hablasteis de una hermosura divina, y esta beldad peregrina cuán vulgarmente pintastes! ¿No fuera mejor ponella al par de Alá en sus asientos, hollando los elementos y una y otra clara estrella, dando leyes desde allá, que con reverencia y celo guardaremos los del suelo, como Mahoma las da? MAMÍ: ¿No te dije que era rosa en el huerto a medio abrir? ¿Qué más pudiera decir la lengua más ingeniosa? ¿No te la pinté discreta cual nunca se vio jamás? ¿Pudiera decirte más un mentiroso poeta? RUSTÁN: Cielo te la hice yo, con pies humanos, señor. TURCO: A hacerla su Hacedor acertaras. RUSTÁN: Eso no: que esos grandes atributos cuadran solamente a Dios. TURCO: En su alabanza los dos anduvistes resolutos y cortos en demasía, por lo cual, sin replicar, os he de hacer empalar antes que pase este día. Mayor pena merecías, traidor Rustán, por ser cierto que me has tenido encubierto tan gran tesoro tres días. Tres días has detenido el curso de mi ventura; tres días en mal segura vida y penosa he vivido; tres días me has defraudado del mayor bien que se encierra en el cerco de la tierra y en cuanto vee el sol dorado. Morirás, sin duda alguna, hoy, en este mismo día: que, a do comienza la mía, ha de acabar tu fortuna. SULTANA: Si ha hallado esta cautiva alguna gracia ante ti, vivan Rustán y Mamí. TURCO: Rustán muera; Mamí viva. Pero maldigo la lengua que tal cosa pronunció; vos pedís; no otorgo yo. Recompensaré esta mengua con haceros juramento, por mi valor todo junto, de no discrepar un punto de hacer vuestro mandamiento. No sólo viva Rustán; pero, si vos lo queréis, los cautivos soltaréis, que en las mazmorras están; porque a vuestra voluntad tan sujeta está la mía, como está a la luz del día sujeta la escuridad. SULTANA: No tengo capacidad para tanto bien, señor. TURCO: Sabe igualar el amor el vos y la majestad. De los reinos que poseo, que casi infinitos son, toda su juridición rendida a la tuya veo; ya mis grandes señoríos, que grande señor me han hecho, por justicia y por derecho, son ya tuyos más que míos; y, en pensar no te demandes esto soy, aquello fui; que, pues me mandas a mí, no es mucho que al mundo mandes. Que seas turca o seas cristiana, a mí no me importa cosa; esta belleza es mi esposa, y es de hoy más la Gran Sultana. SULTANA: Cristiana soy, y de suerte, que de la fe que profeso no me ha de mudar exceso de promesas ni aun de muerte. Y mira que no es cordura que entre los tuyos se hable de un caso que, por notable, se ha de juzgar por locura. ¿Dónde, señor, se habrá visto que asistan dos en un lecho, que el uno tenga en el pecho a Mahoma, el otro a Cristo? Mal tus deseos se miden con tu supremo valor, pues no junta bien Amor dos que las leyes dividen. Allá te avén con tu alteza, con tus ritos y tu secta, que no es bien que se entremeta con mi ley y mi bajeza. TURCO: En estos discursos entro, pues Amor me da licencia; yo soy tu circunferencia, y tú, señora, mi centro; de mí a ti han de ser iguales las cosas que se trataren, sin que en otro punto paren que las haga desiguales. La majestad y el Amor nunca bien se convinieron, y en la igualdad le pusieron, los que hablaron del mejor. Deste modo se adereza lo que tú ves despüés: que, humillándome a tus pies, te levanto a mi cabeza. Iguales estamos ya. SULTANA: Levanta, señor, levanta, que tanta humildad espanta. MAMÍ: Rindióse; vencido está. SULTANA: Una merced te suplico, y me la has de conceder. TURCO: A cuanto quieras querer obedezco y no replico. Suelta, condena, rescata, absuelve, quita, haz mercedes, que esto y más, señora, puedes: que Amor tu imperio dilata. Pídeme los imposibles que te ofreciere el deseo, que, en fe de ser tuyo, creo que los he de hacer posibles. No vengas a contentarte con pocas cosas, mi amor; que haré, siendo pecador, milagros por agradarte. SULTANA: Sólo te pido tres días, Gran Señor, para pensar... TURCO: Tres días me han de acabar. SULTANA: ...en no sé qué dudas mías, que escrupulosa me han hecho, y, éstos cumplidos, vendrás, y claramente verás lo que tienes en mi pecho. TURCO: Soy contento. Queda en paz, guerra de mi pensamiento, de mis placeres aumento, de mis angustias solaz. Vosotros, atribulados y alegres en un instante, llevaréis de aquí adelante vuestros gajes seisdoblados. Entra, Rustán; da las nuevas a esas cautivas todas de mis esperadas bodas. MAMÍ: ¡Gentil recado les llevas! TURCO: Y como a cosa divina, y esto también les dirás, sirvan y adoren de hoy más, a mi hermosa Catalina.
[Vanse] el TURCO, MAMÍ y RUSTÁN, y queda en el teatro sola la SULTANA
SULTANA: ¡A ti me vuelvo, Gran Señor, que alzaste, a costa de tu sangre y de tu vida, la mísera de Adán primer caída, y, adonde él nos perdió, Tú nos cobraste. A Ti, Pastor bendito, que buscaste de las cien ovejuelas la perdida, y, hallándola del lobo perseguida, sobre tus hombros santos te la echaste; a Ti me vuelvo en mi af[l]ición amarga, y a Ti toca, Señor, el darme ayuda: que soy cordera de tu aprisco ausente, y temo que, a carrera corta o larga, cuando a mi daño tu favor no acuda, me ha de alcanzar esta infernal serpiente!

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

La gran sultana, Jornada II


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002