JORNADA TERCERA


 
Salen don CARLOS y don JUAN
CARLOS: ¿Volvió del desmayo? JUAN: Sí; pero volvió de manera que pienso que mejor fuera no haber vuelto. CARLOS: ¿Cómo así? JUAN: Como al instante que allí restauró el perdido aliento fue tan grande el sentimiento que de tenerle ha tenido, que a un tiempo cobró el sentido y perdió el entendimiento, según los extremos son que hace confusa y turbada. CARLOS: ¿Qué dice? JUAN: Que es desdichada, sin oírla su razón. CARLOS: ¡Oh mal haya mi pasión! JUAN: Vos ¿qué habéis determinado? CARLOS: Dos cosas he imaginado, y sólo, don Juan, quisiera que nadie me las oyera sin estar enamorado. ¿Queréis que os diga, don Juan, sobre tantas confusiones, fantasías e ilusiones como a mí vienen y van, cuáles son las que me dan más gusto, cuando las toco, cuáles las que me provoco más a ejecutarlas? JUAN: Sí. CARLOS: No os habéis de reír de mí, pueso confieso que estoy loco. Si en este estado pudiera yo conseguir que a Leonor todo su perdido honor don Diego satisfaciera, que honrada y en paz volviera con su padre a su lugar, fuera la más singular venganza, y a esta mujer la sabré hacer un placer, cuando ella espera un pesar. Leonor está enamorada, don Diego lo está también; dígalo el lance. Pues bien, ¿qué pierdo yo? Todo y nada. Y así, en pena tan airada como tengo y he tenido, sólo éste me ha parecido que despicarme sabrá; ganemos a Leonor , ya que a Leonor hemos perdido. JUAN: Es vuestra resolución tan honrada como vuestra; y bien en su efecto muestra ser hija de una pasión tan noble. CARLOS: Pues ¿a su acción qué medio, don Juan, pondremos? JUAN: No sé, porque si queremos a don Diego hablar yo y vos, por lo mismo que los dos el casamiento tratemos, él no lo hará; que no fuera justo que un hombre otorgara, por más que él lo deseara, lo que el galán le pidiera de su dama; de manera que otra persona ha de haber. CARLOS: Pues lo que se puede hacer es que a su padre digáis cómo a Leonor ocultáis, y él lo podrá disponer. JUAN: Tiene eso un inconveniente. CARLOS: ¿Qué? JUAN: El empeño de los dos; fuera de que entonces vos no hacéis la acción. CARLOS: Cuerdamente decís. ¿Quién habrá que intente esta plática mover? JUAN: Ya sé yo quién ha de ser. Veréis que todo lo allana. CARLOS: ¿Quién? JUAN: Doña Beatriz mi hermana, que es en efecto mujer, con quien, lo uno, no habrá duelo en la proposición, y lo otro, es debida acción suya el honrar a quien ya dentro de su casa está declarada por quien es. CARLOS: Bien pensáis. JUAN: Escondeos, pues, mientras yo a tratarlo llego. CARLOS: ¿Yo? ¿Por qué? JUAN: Porque don Diego ni el padre os vea hasta después. CARLOS: ¿Yo esconderme? JUAN: Es deshacer toda nuestra pretensión. CARLOS: Yo lo haré, con condición que nadie lo ha de saber sino vos. JUAN: Así ha de ser. CARLOS: Pues id con Dios. (¡Ay, Leonor, Aparte cuánto debes a mi amor, pues te da, fiera homicida, sobre un agravio la vida, sobre otro agravio el honor!)
Escóndese y cierra por dentro
JUAN: Si a conseguir esto llego, a nadie le está mejor, pues quedo bien con Leonor, con su padre y con don Diego; y vengo a mirarme luego sin el empeño a que he estado por don Carlos obligado; y así tengo de esforzar esta acción, hasta quedar gustoso y desengañado.
Sale doña BEATRIZ
BEATRIZ: ¿Está don Carlos aquí? JUAN: No, Beatriz. BEATRIZ: Pues yo a tu cuarto sólo a buscarle venía. JUAN: Cuando le dio aquel desmayo a Leonor, le dejé aquí, y aquí al volver no le hallo. (Ni aun mi hermana ha de pensar Aparte que se ha escondido don Carlos.) BEATRIZ: Sin duda que su valor tras don Diego le ha llevado. JUAN: Yo, por no saber adónde hallarle podré, no salgo tras él. Mas tú ¿qué le quieres? BEATRIZ: Decirle, don Juan, que, cuando por amante y por rendido no fuese, por cortesano y caballero tuviese de su dama, que llorando está, lástima. JUAN: ¿Qué dice? BEATRIZ: Que con sólo hablar a Carlos consuelo tendrá. JUAN: Pues si él no está aquí, y solos estamos, una cosa a tu cordura he de fiar, Beatriz. BEATRIZ: Harto será que fíes de mí nada, porque quien te ha dado ocasión para que de ella desconfíes, don Juan, tanto que presumas que ha podido ocasionar el cuidado con que anoche entraste en casa, parece que es muy contrario que fíes y desconfíes a un mismo tiempo. JUAN: Excusado será, Beatriz, que yo haga dese sentimiento caso, sabiendo tú cuánto estimo tu virtud y tu recato; y, en fin, tú sola, Beatriz, podrás hoy de riesgos tantos como amenazan las vidas de don Diego y de don Carlos --y aun la mía, pues es fuerza hallarme en el duelo de ambos-- librarnos. BEATRIZ: ¿Yo, de qué suerte? JUAN: De esta suerte; oye y sabráslo. Yo intento, por ser quien es Leonor, cuidar del amparo de su honor y su opinión; pero si llego a tratarlo yo con don Diego, no sé lo que hará, y es empeñarnos, para haber de conseguirlo, haber de llegar a hablarlo. Y así a ti, Beatriz, te toca; que a las mujeres es dado tratarlo con suaves medios, no a nosotros, y más cuando la mujer está en tu casa. Y son tu primo y tu hermano comprendidos en el riesgo, razones que me la han dado para que llames... BEATRIZ: ¿A quién? JUAN: A don Diego; y procurando darle a entender cuánto está ofendido tu recato de que a tu casa se atreva, proponerle que, pues tantos peligros debe a esta dama, se disponga a remediarlos; que, como con ella case, a todos deja obligados. Y esto ha de ser sin que entienda que nosotros le rogamos, sino que sale de ti. BEATRIZ: Digo, don Juan, que has pensado bien y que yo lo haré así. JUAN: Pues yo voy a ver si a Carlos hallo. Tú, si al tuyo vuelves, haz que cierren ese cuarto. BEATRIZ: Yo le cerraré.
Vase don JUAN
¿A qué más puedo llegar, pues me hallo obligada a ser yo misma tercera de mis agravios y cómplice de mis celos? ¿Qué puedo hacer? Pero vamos al examen, celos míos; y pues le da libre el paso hoy en su casa a don Diego quien ayer lo estorbó tanto, sepamos de él qué responde. Salgamos o no salgamos de una vez de este delirio, desta pena, de este encanto. ¡Inés!
Sale doña LEONOR
LEONOR: ¿Señora? BEATRIZ: Leonor, ¿tú respondes? LEONOR: Si has llamado a una criada, ¿qué mucho que responda quien lo es tanto?
Sale don CARLOS al paño
CARLOS: (La voz de Leonor oí; Aparte y así la puerta entreabro, por verla convalecida de aquel penoso letargo.) BEATRIZ: Si ayer, Leonor, mi ignorancia te tuvo en aquese estado, hoy mi advertencia, Leonor, te pone en lugar más alto. Mi amiga eres. (Mi enemiga Aparte diré mejor.) LEONOR: Si he llegado a perder, señora, el nombre de criada tuya, no en vano de la ventura que pierdo me libra el honor que gano. Tu esclava soy, y te pido, si puede merecer algo quien vino a tu casa sólo a causar asombros tantos, me trates como hasta aquí. BEATRIZ: ¿Cómo puedo, Leonor, cuando, por ser quien eres, y estar en mi casa, darte trato esposo? LEONOR: En eternidades prospere el cielo tus años. Pero Carlos no querrá, que es tan celoso... BEATRIZ: No es Carlos. LEONOR: Pues ¿quién? BEATRIZ: Don Diego Centellas. LEONOR: No te empeñes en tratarlo; que antes me daré la muerte que dé a don Diego la mano. BEATRIZ: Luego ¿tú nunca has querido a don Diego? LEONOR: Aspid pisado entre las flores de abril, víbora herida en los campos, rabiosa tigre en las selvas, crüel sierpe en los peñascos no es tan fiera para mí como él lo es. BEATRIZ: ¡A espacio, a espacio! Que, aunque le desprecies quiero, no que le desprecies tanto. CARLOS: (¡Ah traidora! Ella me vio Aparte esconder, pues así ha hablado.) BEATRIZ: Yo pensaba que te hacía lisonja; que quien ha estado por ti a la muerte en Madrid y aquí te viene buscando no entendí que te ofendía. LEONOR: Pues si supieras bien cuánto me ofende... BEATRIZ: Yo lo veré presto, para que salgamos de este oscuro laberinto él, tú, yo, don Juan y Carlos.
Vase
CARLOS: (Fuese Beatriz, y Leonor Aparte --¡ay cielos!-- sola ha quedado. Llorando está. Mas ¿qué importa, si es tan equívoco el llanto que, aunque está llorando veo, no por quien está llorando? LEONOR: Ahora sí, piadosos cielos... CARLOS: (¡Ah, celos!) Aparte LEONOR: ...que sólo podrán mis labios... CARLOS: (¡Oh, agravios!) Aparte LEONOR: ...quejarse al viento mejor... CARLOS: (¡Oh, amor!) Aparte LEONOR: ¿quién le dirá a mi dolor la razón que ha de culparme? CARLOS: (Yo lo dijera, a dejarme Aparte celos, agravios y amor.) LEONOR: ¿Cuándo yo ocasión he dado... CARLOS: (¡Fiero hado!) Aparte LEONOR: ...a mi desdicha importuna... CARLOS: (¡Cruel fortuna!) Aparte LEONOR: ...que así el honor atropella? CARLOS: (¡Dura estrella!) Aparte LEONOR: Pues ¿cómo, si nunca de ella di ocasión, me da castigos? CARLOS: (No sin causa hay enemigos hado, fortuna y estrella.) LEONOR: Quien inocente se mira... CARLOS: (Es mentira.) Aparte LEONOR: ...en la ciega confusión... CARLOS: (Es traición.) Aparte LEONOR: ...de tan conocido daño... CARLOS: (Es engaño.) Aparte LEONOR: ...¿cuándo, amor, el desengaño verán otros que tú ves? CARLOS: (Nunca; que todo eso es Aparte mentira, traición y engaño. Sin duda están contra mí hoy los cielos conjurados, pues me tienen persuadido a que sabe que oigo cuanto diciendo está. Mas ¿qué importa? Que aqueste metal humano el mismo sonido tiene cuando es fino y cuando es falso; y así, pues basta el oírlo, ¿para qué es examinarlo?) LEONOR: ¡Ay, Carlos, si tú me oyeras! CARLOS: (¡Ay, Leonor, si...!) Aparte
Llaman
(Mas llamaron Aparte a la puerta. A cerrar vuelvo yo la mía.) LEONOR: ¿Que, aun hablando sin efecto, no faltó quien viniese a embarazarlo? Veré quién es, por si puedo quedarme sola otro rato. ¿Quién es?
Sale don PEDRO
PEDRO: ¿El señor don Juan está en casa? ¡Cielo santo! ¿Qué miro? LEONOR: Ahora salió. Mas ¿qué veo? PEDRO: Estoy turbado.
Éntrase Leonor donde está don CARLOS
CARLOS: No temas, Leonor; que yo te recibiré en mis brazos. PEDRO: Cerró la puerta tras sí. Mas qué importa, si yo basto, en defensa de mi honor, a dar asombros y espantos al mundo? Caiga en el suelo; que después de hecha pedazos, haré lo mismo de aquella tirana que...
Sale doña BEATRIZ por otra puerta
BEATRIZ: ¿En este cuarto golpes y voces? ¿Qué es esto? PEDRO: Es un furor, es un pasmo, una desesperación, un horror, una ira, un rayo, que ha de abrasar cuanto encuentre que intente ponerse al paso. BEATRIZ: Pues ¿cómo este atrevimiento en mi casa? ¿Quién ha dado ocasión para que así haya podido empeñaros una cólera? PEDRO: Una fiera que aquí se oculta. BEATRIZ: Esperaos. ¿Es Leonor? PEDRO: Pues ¿quién pudiera, sino ella, obligarme a tanto? BEATRIZ: (¡Esto nos faltaba sólo! Aparte ¿Otro amante, y de estos años, tras don Carlos y don Diego, que pusiese en paz a entrambos?) Pues bien, aunque vos tuvieseis razones, que yo no alcanzo, para buscarla ofendido, ¿os atrevéis temerario a entrar aquí? PEDRO: Si; que yo en mí la disculpa traigo para mayores extremos; y así perdonad, si os trato sin más atención, señora. BEATRIZ: En esta casa es engaño pensar que no habrá...
Sale don JUAN
JUAN: ¿Qué es esto? BEATRIZ: ¿Qué ha de ser? Aqueste anciano caballero en busca viene también de Leonor, y ha dado en que ha de romper las puertas de esta casa. JUAN: ¡Paso, paso, Beatriz! Que el señor don Pedro ni te ha ofendido, ni ha errado; porque, como dueño de ella, a todos puede mandarnos. PEDRO: Señor don Juan, no gastemos cumplimientos excusados; ni soy dueño, ni ser quiero más que un forastero, que hallo, cuando fïado de vos, a veros vengo y hablaros, en vuestra casa a mi hija. Cerrada está en ese cuarto. Abrid vos o abriré yo, echando la puerta abajo. BEATRIZ: (¿Su padre es?) Aparte JUAN: (¿Cómo saldré Aparte de lance tan apretado? Ya él la vio. ¿Qué he de decirle?) PEDRO: ¿Qué pensáis? Determinaos. JUAN: Por cierto, señor don Pedro, --mucho haré si de esta salgo-- muy buen agradecimiento es ése de mi cuidado; pues desde ayer, que me hice de vuestras fortunas cargo, busqué a Leonor, y la traje a mi casa, donde al lado la halláis de mi hermana, adonde satisfaceros aguardo de suerte que a vuestra casa volváis contento y honrado. Mas si de esto os disgustáis, de todo alzaré la mano. PEDRO: Dadme, don Juan, vuestro pies, y perdonadme que, airado al verla, razón no tuve para discurrir a tanto; que no sabe discurrir en su dicha un desdichado. Arrastróme la pasión; mas ya, a vuestros pies postrado, os hago dueño de todo.
Arrodíllase
JUAN: ¿Qué hacéis, señor? Levantaos. PEDRO: Y vos perdonad, señora, el disgusto que os he dado. Soy noble; estoy ofendido. BEATRIZ: A haber, señor, alcanzado quién sois, de otra suerte hubiera pretendido reportaros. JUAN: ¿Llamaste a don Diego? BEATRIZ: Sí; Inés fue ahora a llamarlo. JUAN: Venid conmigo, señor don Pedro, para que vamos a hacer una diligencia importante en este caso. Leonor con Beatriz segura queda. BEATRIZ: Y yo, señor, me encargo de dar cuenta de ella. PEDRO: Basta quedar con vos. (¡Cielo santo, Aparte venga la muerte, si llego a ver mi honor restaurado!)
A BEATRIZ
JUAN: (Yo no sé dónde le lleve. Aparte Habla tú a don Diego en tanto, porque en esa diligencia está mi dicha.)
Vanse don JUAN y don PEDRO
BEATRIZ: (Y mi daño.) Aparte Leonor, abre; yo estoy sola. LEONOR: Con ese seguro salgo. Dentro CARLOS: Ni a Beatriz, Leonor, le digas Dentro que aquí estoy. LEONOR: No haré.
Sale doña LEONOR
BEATRIZ: De extraño lance tu vida escapó. LEONOR: En esta cuadra sagrado hallé. BEATRIZ: No fue poca dicha dejarla abierta mi hermano, que nunca suele dejar de ella la llave. LEONOR: No en vano diré mil veces que en ella mi vida está --que está Carlos--. BEATRIZ: Leonor, puesto que tu padre nuestros sustos ha llegado a aumentar, como si acá no nos tuviésemos hartos, lo que antes de ahora te dije trataré con más cuidado. LEONOR: También lo que te dijeron antes de ahora mis labios dirán con más causa ahora. BEATRIZ: Eso es tema. LEONOR: Esotro agravio. BEATRIZ: Ahora bien; cierra esa puerta y ven, Leonor, a mi cuarto. LEONOR: Ya yo te sigo. BEATRIZ: (¡Ay, don Diego, Aparte con cuánto temor te aguardo!)
Sale don CARLOS de su escondite
LEONOR: Carlos, pues me da ocasión de hablarte este breve rato, óyeme. CARLOS: Leonor, si en mí aun es fineza el acaso, puesto que siempre nos vemos, tú ofendiendo y yo amparando, ¿qué me quieres? Dejamé hasta que llegue otro acaso de darte la vida yo y de hacerme tú otro agravio. LEONOR: Eso no llegará nunca, mas esotro ya ha llegado. CARLOS: ¿Cómo? LEONOR: Sabe que Beatriz me da la muerte, intentando que me case con don Diego. Si generoso y bizarro a cada riesgo una vida me has de dar, aquésta aguardo. Háblala tú. CARLOS: ¡Bueno es eso! Siendo yo mismo el que trato el casamiento, ¡pedirme contra mi herida el reparo! LEONOR: ¿Tú lo quieres? CARLOS: Yo lo quiero. LEONOR: ¿Tú lo trazas? CARLOS: Yo lo trazo; a cuyo efecto escondido estoy, por no embarazarlo ni encontrarme con don Diego o con tu padre. LEONOR: No alcanzo la razón. CARLOS: Yo sí. LEONOR: ¿Qué es? CARLOS: Ser mis respetos tan honrados, tan nobles mis pensamientos y mis celos tan hidalgos, que ya, Leonor, que te pierdo, quiero ver si tu honor gano. LEONOR: ¿Cómo mi honor? CARLOS: Pretendiendo que el escándalo que ha dado --dejo aparte los sucesos de Madrid, en que no hablo-- el entrar don Diego a verte a casa que yo te traigo, el salir por un balcón una noche, otra encerrado hallarle, Leonor, contigo, cese con darte la mano; fineza última que puede hacer un enamorado, por ver con honor su dama, ver su dama en otros brazos. LEONOR: ¡Mi bien, mi señor, mi dueño...! CARLOS: ¡Mi mal, mi muerte, mi agravio...! LEONOR: Si la noche del balcón le vi, me confunda un rayo; y si la que habló conmigo lo supe... CARLOS: Todo eso es falso. LEONOR: Si lo fuera, no dijera lo que con Beatriz he hablado. CARLOS: ¡Ah, traidora! Que sabías que yo lo estaba escuchando. LEONOR: ¿Yo? ¿De qué? CARLOS: De haberme visto esconder. Bien lo ha mostrado venir, cuando entró tu padre, de mí a valerte. LEONOR: ¡Fue acaso! Mas quiero que no lo sea, cuando tú me estás rogando que con él case, ¿a qué efecto te había de estar engañando? CARLOS: Pregunta eso a cuantas damas engañan a dos, sabráslo. LEONOR: No como yo. CARLOS: Todas sois... BEATRIZ: ¡Leonor! Dentro LEONOR: Beatriz ha llamado. CARLOS: No digas que estoy aquí, si es que por mí has de hacer algo. LEONOR: No haré. Al fin ¿no me creerás? CARLOS: No; porque dice un adagio: "Siempre es cierto lo peor." LEONOR: Yo le enmendaré, mudando: "No siempre lo peor es cierto." ¡Oh, lo que me cuestas, Carlos!
Vanse. Salen doña BEATRIZ y don DIEGO
DIEGO: Beatriz, enviarme a llamar, y a estas horas no temer que entre en tu casa, y poner guarda a tu cuarto, y pasar en el de tu hermano a hablarme, muchas prevenciones son. ¿Es fineza o es traición? ¿Es darme vida o matarme? BEATRIZ: No extrañéis, señor don Diego, ver aquesta novedad, ni que con tal brevedad a veros y hablaros llego a estas horas y en mi casa, ni que este cuarto haya sido el que para esto he elegido; que avisándome que pasa Violante esta tarde a verme, no es bien que os vea; y así intento hablaros aquí. No, no tenéis que temerme, porque ya sois tan seguro para conmigo, que puedo perder a mi amor el miedo tanto, que sólo procuro ser hoy del vuestro tercera, ya que no es posible ser más, habiendo otra mujer que para marido os quiera. DIEGO: Cuando, llamado de vos, aquel papel recibí, una duda concebí; entrando aquí, fueron dos; tres al escucharos son. Dejad que al remedio acuda, si he de añadir una duda, Beatriz, a cada renglón.
Sale don CARLOS al paño
CARLOS: (Temor, no sé lo que arguya Aparte de esto, y es fuerza escuchar si vienen éstos a hablar en mi pena o en la suya.) BEATRIZ: Mucha gana de dudar, señor don Diego, tenéis, supuesto que no entendéis tan fácil modo de hablar. Y para que a vuestro amor ningún escrúpulo quede de que entenderme no puede, declárome más. Leonor por vos su casa ha dejado, padre, honor, vida y reposo; a don Juan tenéis quejoso; don Carlos está agraviado; yo estoy de vos ofendida, o por mi casa o por mí; de Leonor el padre aquí está también. Vuestra vida corre gran riesgo; y es llano que otro remedio no espero que dar venganza a su acero o dar a Leonor la mano. Vos la amáis, ella os adora; todos andan por mataros, y es el remedio casaros. ¿Habéislo entendido ahora? DIEGO: Necio fuera en no entenderos cuando tan claro me habláis; y si licencia me dais, trataré de responderos. BEATRIZ: Decid, pues. CARLOS: (¿Qué es esto, cielos? Aparte ¿Don Diego y Beatriz se amaban? ¿Unos celos no bastaban? ¿Para qué son otros celos? Más quiero oír; que fingido esto no será, supuesto que Beatriz no hablara de esto donde yo estaba escondido.) DIEGO: Mucho quisiera, Beatriz, poder en aqueste instante de amante y de caballero dividirme en dos mitades; porque no sé a cuál acuda de dos afectos que, iguales, al intentar responderos, me sitian y me combaten. Si como amante pretendo daros la respuesta, es fácil presumir que hace mi amor de las mentiras verdades. Y así, como quien soy sólo, solicito hablaros antes, pues antes, Beatriz hermosa, fui caballero que amante. Pensad que no hablo con vos; que no quiero en esta parte de vuestros celos, Beatriz, ni de mi amor acordarme. De mí mismo, de mi honor, de mi obligación, mi sangre me acuerdo sólo; y así presumid que otro me trae ese recado, y que a otro respondo. CARLOS: (¡Empeño notable!) Aparte DIEGO: Yo vi en Madrid a Leonor. Su hermosura pudo darme ocasión de que asistiese de día y de noche en su calle. Vi, miré, pasé, escribí, pero con desdenes tales me trató que ya no eran desdenes sino desaires. Hice tema del amor, sintiendo que me tratase sin aquella estimación con que las mujeres saben despedir lo que no quieren; que hay algunas de tal arte que aun de los mismos desprecios agradecimientos hacen. Este le faltó a Leonor, de suerte que yo, al mirarme tan desvalido, acudí al medio siempre más fácil, que son las crïadas. Una, poniéndose de mi parte, gracias a no sé qué alhaja, me dijo: "De lo que nacen los desprecios de Leonor es de que tiene otro amante." Celos tuve, y aquí vuelvo, contra lo propuesto, a darte licencia de que seas tú la que me oye, por mostrarme honrado a tus ojos; pues no lo es el que al infame consuelo se da de que otro lo que él pierde alcance. Añadió que de secreto con él trataba casarse, cuyo seguro les daba lugar para que se hablasen de noche en su casa. Yo, por poder, Beatriz, vengarme, quise verlo; siendo sólo mi ánimo que ella llegase a saber que yo sabía su amor, porque no ostentase conmigo la vanidad de no merecerla nadie. Escondióme la crïada de su cuarto en una parte oculta, donde ver pude que ella de allí a poco sale hacia otro aposento. Quise seguirla, por si alcanzase a oír alguna razón que repetirla adelante. No seas tú aquí, que no quiero que venganza tan cobarde sepas de mí, como hacer de las mujeres ultraje. Sintióme ella; volvió a ver quién era, y al mismo instante entró don Carlos, de cuyo encuentro el suceso sabes, y así no quiero decirle. Al fin, pues, de mucho lances vine a Valencia, y por Dios, --¡si en esto miento, El me falte!-- que no supe que en Valencia Leonor estaba. Bastante satisfacción es, Beatriz, saber tú que vine a hablarte la noche que fue forzoso por ese balcón echarme. Capaz de todo el suceso, celosa, Beatriz, me hablaste, y yo, por satisfacerte, a verte volví ayer tarde. Entró don Juan a este tiempo; que parece que le traen siempre a ocasión mis desdichas. Intentando retirarme, di con Leonor, y aunque pudo el verla, y verla en tal traje, suspenderme, me cobré tanto que, por disculparme, culpé a Leonor. Sobrevino a tan no pensado lance don Carlos. Pues si tú misma, Beatriz, que es esto así sabes, ¿cómo me pides, Beatriz, que yo con Leonor me case? ¿Mujer que me aborreció, mujer que dio a mis pesares ocasión con sus rigores, mujer que con otro amante vino a Valencia, y mujer que, aunque en tu casa la hallase, fue buscándote a ti, es justo que me la proponga nadie? Si tú en esta audiencia mía a mejor empleo aspiraste, y los celos de Madrid tomas ahora por achaque, múdate muy en buen hora, Beatriz, pero no me cases; que no es mujer para mí mujer que tú me la traes. CARLOS: (Cielos ¿qué escucho? ¿Quién vio Aparte tan evidente, tan grande desengaño? ¡Ay, Leonor mía! Verdades son tus verdades.) BEATRIZ: Y ¿qué es lo que hacer intentas con enemigos tan grandes? DIEGO: ¿Qué enemigos? BEATRIZ: Yo, Leonor, Carlos, don Juan y su padre. DIEGO: De todos ésos, Beatriz, sino a ti, no temo a nadie. BEATRIZ: ¿Por qué a mí? DIEGO: Porque me advierte muchas cosas ver que hables tú en esto.
Salen INÉS y GINÉS, cada uno por su puerta
GINÉS: ¡Señor! INÉS: ¡Señora! BEATRIZ: ¿Qué es lo que tienes? DIEGO: ¿Qué traes? INÉS: Mi señor viene; que yo le he visto ahora en la calle. GINÉS: Y es lo peor que con él viene de Leonor el padre. DIEGO: ¡Que destinado nací a desdichas semejantes! BEATRIZ: Por mi hermano no importara que aquí te viese y te hablase; por don Pedro sí. GINÉS: Ellos son de los dos más puntüales padre y hermano que he visto. No hay cosa en que no se hallen. DIEGO: A esta cuadra me retiro, mientras a su cuarto pase. GINÉS: ¿Esto ha de ser cada día? CARLOS: Aquí no puede entrar nadie. DIEGO: ¡Un hombre está dentro, cielos! BEATRIZ: ¿Hombre? ¿Quién? GINÉS: Abindarráez que por no quedarse hoy sin posada, llegó antes. DIEGO: No te hagas ahora de nuevas, que el traerme aquí a rogarme que me case con Leonor bien muestra que quieres darle satisfacción a quien es de que tú mis bodas haces; y ¡vive el cielo...! BEATRIZ: Don Diego...
Sale doña LEONOR
LEONOR: Señora, ¿quién hay que cause estas voces? Mas ¿qué miro? BEATRIZ: No sé quién es. DIEGO: Pues yo darte el gusto de que lo sepas quiero; porque, aunque me maten todos cuantos contra mí hoy solicitan vengarse, he de ver quién es un hombre tan reportado o cobarde que a los ojos de su dama, llamándole otro, no sale.
Sale don CARLOS
CARLOS: Eso no; que yo de atento puedo desvïar un lance, de cobarde no. LEONOR: Desdichas, ¿hasta cuándo habéis de darme siempre que sentir?
Salen don JUAN y don PEDRO
JUAN: ¿Qué es esto? PEDRO: ¡Qué confusión tan notable! Un enemigo buscaba, y dos tengo ya delante. Traidor Carlos, vil don Diego, si no puedo en dos mitades dividirme, para daros dos muertes a un tiempo iguales, poneos de un bando los dos, para que de un golpe os mate. JUAN: Teneos todos; que [sí] puede de la razón el examen mediarlo sin el acero, componerlo sin la sangre. ¿Haos dicho Beatriz, don Diego, el más conveniente y fácil medio? DIEGO: El más dificultoso me ha dicho; que es que me case con Leonor, y no he de hacerlo. PEDRO: Ya, don Juan, no hay más que aguarde. Pues no basta la razón, baste el acero. CARLOS: Dejadle.
Pónese don CARLOS al lado de don DIEGO
JUAN: ¿Tú le defiendes, diciendo que no? Siendo así, ¿cómo haces tú la fineza? CARLOS: Don Juan, si dijera que sí, darle yo muerte vieras. JUAN: ¿Por qué? CARLOS: Porque de uno en otro instante mejora tanto mi amor que es fuerza que yo me case con Leonor. JUAN: ¿Y sus agravios? CARLOS: Yo no satisfago a nadie. Bástame a mí estarlo yo. Llega, Leonor, a tu padre. LEONOR: Señor... PEDRO: No me digas nada; que como mi honor restaure, en albricias de esta dicha perdono tantos pesares. JUAN: Pues ¿no me diréis, don Carlos, qué novedad visteis? CARLOS: ¿Daisme licencia de que lo diga? JUAN: Sí. CARLOS: Pues dejad que me pase a vuestro lado.
Pónese CARLOS junto a don JUAN
¡Don Diego! BEATRIZ: (El dice lo que oyó.) Aparte CARLOS: Dadle la mano a Beatriz. DIEGO: Y el alma. JUAN: Pues ¿cómo? CARLOS: Esto es importante, don Juan; con que ya sabréis de qué mi mudanza nace; pues si, donde está Leonor y Beatriz, él entra y sale, y yo caso con Leonor, fuerza es que él con Beatriz case. JUAN: Dichoso yo que, aunque tuve recelos, no supe antes el agravio que el remedio. GINÉS: ¿Están hechas ya las paces? Pues, Inés, boda me fecit, para que con esto nadie desconfíe de su dama; que, aunque la experiencia engañe, no siempre lo peor es cierto. Perdonad sus yerros grandes.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002