JORNADA TERCERA


Salen LUIS Pérez, ISABEL, doña JUANA y MANUEL
LUIS: Este monte eminente, cuyo arrugado ceño, cuya frente es dórica coluna en quien descansa el orbe de la luna con majestad inmensa, nuestro muro ha de ser, nuestra defensa. Y, pues que no pudieron prendernos los cobardes que vinieron de la ocasión llamados, contra solos dos hombres tan honrados, pierdan ya la esperanza de lograr con mi muerte la venganza; pues es fuerza que ahora quien el camino que he elegido ignora en otra parte sea donde me busque. ¿Quién habrá que crea que aseguro mi vida en un monte cerrado y sin salida? Pues por aquella parte es nuestra tierra, y por esotra el arte de la naturaleza, con las ondas del río y la aspereza que sus muros defiende, foso es de plata que abrazar pretende este verde Narciso, que a su cristal desvanecerse quiso, en cuyo centro fuerte habemos de vivir de aquesta suerte. La intrincada maleza depósito ha de ser de la belleza de tu esposa y mi hermana. Aquí estarán en esta selva ufana, dando al tiempo colores, nieve al enero como al mayo flores. De noche a esta pequeña aldea, que es lunar de aquella peña, podemos retirarnos, seguros que no vengan a buscarnos; los dos nos bajaremos a los caminos, donde pediremos sustento a los villanos de estas aldeas. Pero no tiranos hemos de ser con ellos; que solamente lo que dieren ellos habemos de tomar. De esta manera hemos de estar hasta que el cielo quiera que, habiéndonos buscado, hayan perdido el tiempo y el cuidado, y seguros podamos salir de aquí y a otra provincia vamos, donde, desconocidos, de la Fortuna estemos defendidos, si será parte alguna reservada al poder de la fortuna. MANUEL: No es novedad, Luis Pérez generoso, hallar un homicida valeroso en la casa del muerto sagrado, amparo y puerto; que, como no presume ni malicia que esté allí, la justicia no le busca; de suerte que la vida le da a quien él dio muerte. Así nosotros hoy, parando en esta montaña, a los contrarios manifiesta, no han de venir, aunque noticia tengan, a buscarnos a ella; y, cuando vengan, solos los dos podremos hacernos fuertes, pues aquí tenemos las espaldas seguras, guardadas bien de aquestas peñas duras y de estas ondas suaves que se compiten en enojos graves cuando, con igual brío, río se finge el monte, monte el río, siendo en varias espumas y colores peñasco de cristal y mar de flores. ISABEL: A los dos he escuchado, corrida--¡vive Dios!--de haber mirado el desprecio villano con que los dos habéis dado por llano que estáis solos los dos en la campaña. Yo, hermano, estoy contigo, y a imitarte me obligo, siendo mi brazo fuerte escándalo del tiempo y de la muerte. JUANA: Yo vengo a ser aquí la más cobarde; llegue mi queja, pues, aunque sea tarde, que yo también me ofrezco a matar y a morir. LUIS: Yo el aliento atrevido, aunque en las dos han sido errados pareceres; que las mujeres han de ser mujeres. Nosotros dos bastamos a defenderos. Con aquesto vamos, Manuel, hasta el camino, donde hallar el sustento determino. Las dos [nos] esperad en este puesto. ISABEL: Rogando al cielo que volváis tan presto que ignore el pensamiento si estuvisteis ausentes un momento.
Vanse ISABEL y doña JUANA
LUIS: Ya que en aquesta montaña aseguradas se ven hoy mi hermana y vuestra esposa, no sin causa os aparté; porque, ya que hemos quedado los dos solos, [yo,] Manuel, quiero en un negocio grave tomar vuestro parecer. Anoche, cuando leí en la casa de aquel juez mi proceso, hallé un testigo tan infame y falso en él que decía que había visto cómo don Alonso fue acompañado conmigo a la campaña, y también que traidoramente dimos muerte alevosa y crüel a don Diego de Alvarado los dos. Ved ahora, ved cómo se pueden sufrir atrevimientos de quien con la lengua ha pretendido deslucir y deshacer acciones de un desdichado que en este estado se ve, sin tener culpa mayor que ser tan hombre de bien. MANUEL: Y ¿quién es ese testigo? LUIS: Cuando lo sepáis, veréis que es mayor mi sentimiento, porque Juan Bautista es. MANUEL: Es un cobarde; y así, Luis Pérez, no os admiréis, que el cobarde siempre apela, como sin valor se ve, del tribunal de las manos a la lengua y a los pies. Vamos, y en medio del día, sin recelar ni temer la muerte, públicamente, delante del mismo juez, saquémosle de su casa o dondequiera que esté, y llevémosle a la plaza, donde diga cómo es testigo falso; que yo, de mirar que le dejé vivo la noche de marras, estoy picado también. LUIS: Esto ha de ser en efecto, amigo; pero ha de ser disponiéndolo mejor; y las pendencias, sabed que han de ser de dos maneras; este discurso atended. Pendencia que a mí me llame, como quiera que yo esté, me ha de hallar dispuesto siempre, salga mal o salga bien; mas la que yo he de buscar con mi seguro ha de ser; que del nadar y el reñir el guardar la ropa fue la gala. Gente he sentido; llegad conmigo, veréis del modo que he de vivir, tomando lo que me den, sin hacer agravio a nadie; que soy ladrón muy de bien.
Sale LEONARDO
LEONARDO: Saca, Mendo, esos caballos de esta montaña; porqué en su amena población un rato quiero ir a pie. LUIS: Bésoos las manos, señor. LEONARDO: Vengáis, hidalgo, con bien. LUIS: ¿Adónde bueno camina con tal sol vuesa merced? LEONARDO: A Lisboa. LUIS: Y ¿de dó bueno? LEONARDO: Hoy salí al amanecer de Salvatierra. LUIS: Dichoso soy, que deseo saber qué hay de nuevo en Salvatierra, y haréisme mucha merced en decírmelo. LEONARDO: No hay cosa digna de saber, sino sólo travesuras de un hombre que dicen que es escándalo de esta tierra con su vida, el cual, después de herir un corregidor un día, por no sé qué, y matar un criado suyo, anoche en casa del juez pesquisidor diz que entró por curiosidad a leer su proceso. LUIS: Es muy curioso. LEONARDO: Y, queriéndole prender, de entre todos se escapó con un hombre que también dicen que es facineroso y homicida como él. Anda toda la justicia buscándolos; pienso que según tienen los deseos, no se escaparán por pies. Esto hay de nuevo. LUIS: Yo ahora quisiera de vos saber, señor--que, en lo que habéis dicho hombre cuerdo parecéis--, qué es lo que hiciérades vos si llegárades a ver un amigo en un aprieto y que, echando a vuestros pies, os pidiera que amparaseis su vida? LEONARDO: Puesto con él a su lado, me restara, hasta morir o vencer. LUIS: ¿Fuérades facineroso por eso? LEONARDO: No. LUIS: Y si después os dijeran que tenía hecha información el juez, en que le probaba muertes y delitos por hacer, ¿procurárades mirar la causa y de ella saber quién era en ella testigo falso? LEONARDO: Sí. LUIS: Decidme, pues, otra cosa. Si este hombre llegase por esto a ver su persona perseguida, sin hacienda, y sin tener con que sustentar su vida, ¿no hiciera, señor, muy bien en pedirlo? LEONARDO: ¿Quién lo niega? LUIS: Y si aqueste tal a quien lo pidiese no lo diese, ¿no hiciera también muy bien en tomarlo? LEONARDO: Claro está. LUIS: Pues si está claro, sabed que soy Luis Pérez, que vivo de la manera que veis, y que os pido socorráis mi desdicha. Ahora ved en qué obligación estoy, si vos, señor, no lo hacéis. LEONARDO: Para que os socorra yo, Luis Pérez, no es menester convencerme con razones; porque soy hombre que sé lo que son necesidades. Si esta cadena no es bastante para las vuestras, palabra os doy de volver con mi hacienda a socorreros. LUIS: Noble en todo parecéis. Mas antes, señor, que tome la cadena, he de saber si me la dais por temor, ahora que solo os veis en el campo. LEONARDO: No os la doy, Luis Pérez, sino por ver vuestra desdicha; y lo mismo hiciera ahora, a tener un escuadrón de mi parte. LUIS: Con eso la tomaré; que de mí no ha de decirse que cosa ruin intenté; pues, cuando llegue a costarme la vida el rigor crüel de mi estrella y mi destino, consolado moriré con que la fama dirá, "Esta la justicia es que manda hacer la Fortuna a éste, por hombre de bien." LEONARDO: ¿Mandáis otra cosa? LUIS: No. LEONARDO: Luis Pérez, el cielo os dé la libertad que deseo. LUIS: Acompañándoos iré, hasta salir de este monte. LEONARDO: Amigo, no hay para qué.
Vase
MANUEL: Bueno es querer reducir a estilo noble y cortés el hurtar. LUIS: Esto es pedir, no es hurtar. MANUEL: Quien llega a ver dos hombres de esta manera pidiendo limosna, ¿es bien se la nieguen?
Salen VILLANO 1 y VILLANO 2
VILLANO 1: He comprado, como os digo, todo aquel majuelo de somo el valle. VILLANO 2: ¿El que de Luis Pérez fue? VILLANO 1: El mismo; que la justicia lo vende todo, porqué de aquí ha de pagar las costas al escribano y al juez, y así le llevo el dinero. LUIS: Éste conocido es, seguro puedo llegar, porque sus entrañas sé.-- Antón, ¿qué hay de nuevo? VILLANO 1: ¿Luis? ¿Qué es esto? ¿Aquí os atrevéis a estar, cuando el mundo os busca? LUIS: ¿Con mi riesgo no podré? En fin, esto no es del caso. Pues sois mi amigo, atended; yo tengo necesidad, cosa infame no he de hacer; vos lleváis ahí dineros con que ayudarme podéis; ni me he de dejar morir, ni yo os tengo de ofender; y así, os podéis ir seguro; vos mirad cómo ha de ser, y de ése en esto algún corte que a todos nos esté bien. VILLANO 1: ¿Qué medio se puede dar sino que vos le toméis?
Dale los dineros
(Con esto guardo mi vida; que, a negarlo, cierto es que aquéste me la quitara.) LUIS: Yo el dinero tomaré, pero advirtiendo primero que es porque vos le ofrecéis de muy buena voluntad. VILLANO 1: Que la tengo, bien se ve, de serviros. Pero a mí me ha de hacer falta también. LUIS: Eso no entiendo. ¿De suerte que vos, si pudiera ser defenderlo, no lo dierais? VILLANO 1: Está claro. LUIS: Pues volved a tomar vuestro dinero e id con Dios; porque no es bien que se diga de Luis Pérez que robó a alguno; porque decirse de mí que yo necesitado tomé de quien me dio, poco importa; pero decirse que fue con violencia, importa mucho. Tomad el dinero, pues, e idos con Dios. VILLANO 1: ¿Qué decís? LUIS: Digo, amigo, lo que veis. Id con Dios. VILLANO 1: De tus contrarios el cielo te libre, amén. Yo llevo aquí seis doblones; no lo sabe mi mujer; de ellos te puedes servir. LUIS: Ni una blanca tomaré. Idos con Dios; que ya es tarde, y ya el sol se va a poner.
Vanse VILLANO 1 y VILLANO 2. Sale don ALONSO
ALONSO: (No en vano, amistad, mandó Aparte la gentilidad hacer altares a tu deidad, pues eres la diosa a quien el humano pensamiento da su adoración con fe; pues llego buscando así, por ser amigo fïel, uno a quien debo la vida; que no es de la amistad ley que, porque él me deje solo, haya de dejarle a él. Gente hay aquí; cubrir quiero el rostro, por si me ven.) LUIS: Caballero, la Fortuna fuerza a dos hombres de bien a pedir de esta manera que algún socorro les dé, por no tomarlo de otra. Si es que ayudarnos podéis con algo que no haga falta, nos haréis mucha merced, y si no, ahí está el camino, y a Dios, que os lleve con bien.
Se descubre don ALONSO
ALONSO: Luis Pérez, de mi dolor mi llanto respuesta os dé y mis brazos. ¿Qué es aquesto? LUIS: ¿Qué es lo que mis ojos ven? ALONSO: Dadme mil veces los brazos. LUIS: Cuando en el mar os juzgué, cortesano de las ondas y vecino de un bajel, a Salvatierra venís? Decidme, señor, a qué. ALONSO: Buscándoos; porque yo apenas desde la playa miré la armada y para embarcarme en la lancha puse el pie, cuando me acordé de vos, y tan corrido me hallé de haberos dejado, Luis, venir, que determiné seguiros, por no pasar con tal cuidado. Esto es ser amigo; que un amigo no se ha de dejar perder por un agravio que haga, pues de la suerte que veis el agravio que me hicisteis tengo de satisfacer. A morir llego con vos; aquí, amigo, me tenéis. ¿Qué queréis hacer de mí? LUIS: Dadme mil veces los pies. ALONSO: Dadme vos cuenta de vos. LUIS: En este monte Manuel y yo vivimos, vendiendo las vidas al interés de más vidas. ALONSO: Ya he venido yo, y esto, Luis, ha de ser de otra suerte. Aquesa aldea, que está de ese monte al pie, es mía. Si yo entro en ella en el traje que me veis, en la casa de un vasallo, de quien fïarme podré, viviremos más seguros, hasta que determinéis el negocio a que venís y qué es lo que habéis de hacer. Esperadme en este puesto; dispondrélo, y volveré a avisaros; y, en efecto, para el mal y para el bien hemos de correr desde hoy una fortuna los tres.
Vase
LUIS: ¡Qué amigo! MANUEL: Por esta parte viene un confuso tropel de gente.
Ruido dentro
LUIS: Estos muchos son. Apelemos a los pies y a la aspereza del monte. MANUEL: Si pretendemos correr, las ramas, lenguas del bosque, dirán que anda gente en él. ¿Qué haremos? LUIS: Aquestas peñas sean rústico cancel que nuestras personas guarden; pues aquí estaremos bien, entre estas peñas echados. MANUEL: Ya será fuerza tener ése por mejor remedio, pues no hay otro que escoger, que llegan cerca. LUIS: Montañas, sepulcro de un vivo sed. Diráse de mí que voy al sepulcro por mi pie.
Échanse LUIS Pérez y MANUEL en el suelo, quedando encubiertos con algunas ramas. Salen doña LEONOR, JUAN Bautista y criados
JUAN: Aquí, señora, entre las varias flores, defendida de pálidos doseles que defienden al sol los resplandores, coronadas de mirtos y laureles, puedes, haciendo alfombras sus colores, de los rayos hüir iras crüeles, pues la saña del sol en este monte precipicios avisa de Faetonte. LEONOR: No puedo, aunque de esferas de diamante lleva rayos el sol, volver un paso atrás, pues la salud del almirante me llama a ser aurora de su ocaso. Con todo, esperaré este breve instante por ver si el sol, desvanecido acaso, se emboza en las cortinas de una nube, altiva garza que a los cielos sube.
Sale el JUEZ Pesquisidor con ministros de la justicia
JUEZ: Andando ahora en busca, oh Leonor bella, de estos hombres a quien el cielo esconde, pues un rastro, una estampa, ni una huella a mi solo deseo corresponde, supe la nueva triste que atropella vuestra inquietud, y vine luego donde ninguna ocupación, señora, impida rendir a vuestras plantas esta vida.
Aparte los dos
LUIS: Manuel, ¿oís? MANUEL: Más quedo hablad. LUIS: Supuesto que a castigar ese traidor villano con pública venganza estoy dispuesto, ¿qué ocasión podrá hallar jamás mi mano mejor que verle ahora en este puesto, donde alabanza, honor y gloria gano, volviendo por mi honor y el de un amigo, juntando el juez, la parte y el testigo? Yo salgo. MANUEL: Mirad bien... LUIS: Ya estoy restado; mi honor defiendo a riesgo de mi vida. MANUEL: Llegad, pues que ya estáis determinado; que yo no es bien que vuestro honor impida. Mas esperad un poco; que ha llegado mucha gente. LUIS: ¡Ay de mí! Ya veo perdida la ocasión. LEONOR: Gente viene. JUEZ: ¡Hola! ¿Qué es eso?
Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2 con otros que traen a PEDRO agarrado
ALGUACIL 1: Un hombre que del monte traen preso. ALGUACIL 2: Este villano, señor, fue de Luis Pérez crïado. Camino le hemos hallado de Portugal. Y en rigor sabe de él, porque aquel día que Luis Pérez se ausentó de Salvatierra faltó, volvió ayer y ahora huía. JUEZ: Muy grandes indicios son. PEDRO: Sí, señor, lo son muy grandes; porque en Alemania, en Flandes, en la China y el Japón que esté yo, ya estará él. JUEZ: Pues di, ¿ahora dónde está? PEDRO: Presto a buscarme vendrá; que es un amo tan fïel que hoy--mirad que esto os digo-- si preso me llega a ver, él se dejará prender por sólo encontrar conmigo. JUEZ: ¿Dónde está, en fin? PEDRO: No lo sé; mas me atreveré a jurar que cerca debe de estar. JUEZ: ¿De qué lo infieres? PEDRO: De que, si sabe que estoy yo aquí, es fuerza que esté también, porque me quiere muy bien y no se aparta de mí y, hablando de veras, digo que, si donde está supiera, luego al punto lo dijera, por hüir de su castigo; pues el mayor que yo espero es Luis Pérez. Si falté de esta tierra, señor, fue huyendo rigor tan fiero; fui a Portugal, y en él vi a Luis aquel mismo día; paséme a Andalucía, y también vi a Luis allí; volvíme a esta tierra, y luego Luis a esta tierra volvió, donde anoche me dejó por muerto. Libre del fuego me vi y quíseme escapar, auséntandome otra vez, y esta gente, señor juez, me alcanzó al primer lugar. Prendiéronme por crïado suyo, pero no lo soy. A vuestras plantas estoy, de ningún modo culpado. Mas digo que, si a mi amo queréis cazar, me pongáis en el campo donde estáis por señuelo y por reclamo; que yo pondré la cabeza si él a picar no viniere, y en vuestra red no cayere. JUEZ: Tu locura o tu simpleza no te han de librar de mí. dime presto dónde está o un potro decirlo hará. PEDRO: Nunca buen jinete fui y, a saberlo, cosa es clara que, huyendo dolor tan fiero, me desbocara primero que el potro se desbocara; pero no lo sé. JUEZ: Ahora bien; a esa aldea le llevad preso, y allí le encerrad, asistiéndole muy bien hasta que traza se dé de que a Salvatierra vaya; y mucho cuidado haya en guardarlo, pues se ve en su brío y su desgarro que es hombre de gran valor, supuesto que su señor se valió dél. PEDRO: ¿Tan bizarro le he parecido? Por Dios, [que para guardarme a mí,] de cuatro hombres que hay aquí sobran tres, de tres los dos, de dos uno, y aun de uno la mitad, de la mitad el ninguno; y, en verdad, que del ninguno el ninguno.
Vanse ALGUACIL 1, ALGUACIL 2 y los otros ministros, llevando a PEDRO
JUEZ: Vamos. LUIS: Pues que ya se fueron los que las armas tenían, y que los cielos me envían la ocasión que pretendieron mis deseos, pues mejor nunca la pudiera hallar que ver en este lugar juntos al juez, a Leonor y a Bautista, sin más guarda que sus personas, no espero mejor ocasión, y quiero lograrla. MANUEL: ¿Qué te acobarda? JUEZ: ¿Dónde esta gente estará?
Salen MANUEL y LUIS
MANUEL: Aquí, si ignorarlo siente. LUIS: ¡Guarde Dios la buena gente! Todos estamos acá. JUAN: ¡Cielos! ¿Qué es esto que miro! LEONOR: ¡Ay de mí! JUEZ: ¡El cielo me valga! LUIS: Ninguno deje su puesto; esténse como se estaban, mientras que al señor Bautista le digo cuatro palabras. JUEZ: ¡Hola! LUIS: No, no os alteréis. MANUEL: El llamar no es de importancia, si no queréis que os respondan crïados que en vuestra casa os sirvieron otra vez. JUEZ: ¿Así mi poder se trata? ¿Así el respeto se pierde a la justicia? LUIS: ¿Quién guarda más su respeto que yo, supuesto, señor, que en nada os ofendo, antes os sirvo con puntualidades tantas que, porque vos no os canséis buscándome en partes varias, vengo a buscaros? JUEZ: ¿Así os pone vuestra arrogancia delante de la señora que es la parte a quien agravia la traición que ha derramado la sangre que la venganza está pidiendo a los cielos, con lengua que finge el nácar de estas flores, que han vivido desde entonces con dos almas? LUIS: Antes con esto la obligo, pues que la quito la causa de un rencor tan indignado a su sangre ilustre y clara, por haber crédito dado a un testigo que la engaña. O si no, decid, señora, si cuerpo a cuerpo matara don Alonso a vuestro hermano, sin traición y sin ventaja, ¿siguiérades rigurosa el castigo y la venganza? LEONOR: No; porque, aunque a las mujeres las leyes les son negadas de los duelos de los hombres, las que mi valor alcanzan saben las obligaciones que se debe a una desgracia. Si en igual campo a don Diego hubiera muerto, en mi casa estuviera don Alonso seguro de mi venganza. Yo misma--¡viven los cielos!-- la amparara y perdonara, a ser noble su desdicha. LUIS: Pues yo tomo esa palabra; y, pues la ley del derecho nadie la ignora, asentada ley es que se ratifique el testigo o que no valga.-- Éste, Bautista, es tu dicho. Hele leído, y declara lo que es verdad y mentira.
Dale a JUAN Bautista el papel
LEONOR: (¡Determinación bizarra!) Aparte LUIS: Primeramente tú aquí dices que escondido estabas cuando miraste reñir a los dos en la campaña. ¿Ésta es verdad? JUAN: Sí lo es. LUIS: Dices que de entre unas ramas me viste salir a mí y ponerme con mi espada al lado de don Alonso. Pues sabes que aquí te engañas, di la verdad. JUAN: Ésta lo es. LUIS: Miente tu lengua tirana.
Dispara una pistola, y cae JUAN Bautista en el suelo
JUAN: ¡Válgame el cielo! LUIS: Señor juez, vuesa merced añada aquesta muerte al proceso; y adiós.--Tú, Manuel, desata los caballos que han traído estos señores y marcha; que, pues aquí han de quedarse, no les harán mucha falta.-- Adiós.
Vanse LUIS Pérez y MANUEL
JUEZ: ¡Por vida del rey, que tan soberbia arrogancia o me ha de costar la vida o ha de quedar castigada! JUAN: Escucha, señora, y sabe que muero con justa causa; pues cuanto he dicho fingí por conseguir a su hermana. Don Alonso dio la muerte cuerpo a cuerpo y cara a cara a tu hermano. Esto es verdad; que a voces lo diga basta para que en mi triste muerte esta deuda satisfaga.
Muere. Vuelven a salir ALGUACIL 1, ALGUACIL 2 y los otros que llevaban preso a PEDRO, y él resistiéndose
ALGUACIL 1: A la voz de la escopeta, lengua de fuego, que habla a los vientos, hemos vuelto a saber si algo nos mandas. JUEZ: Venid todos; que Luis Pérez aquí en este monte aguarda. PEDRO: ¿No lo dije yo, que había de venir tras mí sin falta? JUEZ: Hoy han de morir; y aquí, porque aquéste no se vaya, que bien se ve estar culpado, queden dos hombrres de guarda con él. PEDRO: Si era mi delito callar dónde Luis estaba, ¿yo no dije que vendría y vino? ¿Qué culpa hallan en mí? JUEZ: Los dos nos quedemos con él.-- Ven, traidor, y calla.
Vanse el JUEZ, PEDRO, ALGUACIL 1, ALGUACIL 2, y todos los hombres, llevándose el cadáver de JUAN Bautista
LEONOR: Mucho sentiré que alcancen este hombre; que, aunque airada estuve con él, sabiendo la verdad, con justa causa podrá trocar el valor en agravio la venganza. La vida tengo de darle si puedo, en desdicha tanta. ¡Que a tanto el valor obligue que temple al mismo que agravia!
Vase. Salen LUIS Pérez y MANUEL
LUIS: Pues rendidos a su aliento los caballos se desmayan, en la espesura del monte esperemos cara a cara.
Dentro el JUEZ
JUEZ: En esta parte se esconden entre las espesas ramas; cercadlos por todas partes. MANUEL: Perdidos somos; que en tanta gente no hemos de poder defendernos, pues la espalda no está segura jamás. LUIS: Sí está. Escuchad una traza; si con toda aquesta gente riñésemos cara a cara, no podrán jamás cercarnos, si estamos espalda a espalda, pues hallarán siempre así el rostro, el pecho y la espada. Reñid vos con quien cayere hacia esa parte, y sed guarda de mi vida, y de la vuestra yo. MANUEL: Pues si tú me la guardas, seguro estoy, venga el mundo.
Salen el JUEZ y todos los que pudieren, pónense los dos de espaldas y andan alrededor riñendo, y procuran apartarlos
JUEZ: ¡A ellos! LUIS: ¡Llegad, canalla!-- Manuel, ¿cómo va? MANUEL: Muy bien. ¿Qué hay por allá? LUIS: Linda daga. JUEZ: Demonios son estos hombres. LUIS: Pues que ya nos desamparan el puesto, ¡a la cumbre!
Vase
MANUEL: ¡Al monte!
Vase
JUEZ: Seguidlos, y no se vayan.
Vanse. Salen por lo alto ISABEL y doña JUANA
ISABEL: Aquel arcabuz que oí, de horror y tristeza lleno, siendo para todos trueno, rayo ha sido para mí. ¡Válgame Dios! ¿Qué será el tardar Luis y Manuel? Que un pensamiento crüel asombro y temor me da. Amiga, ¿qué te parece? JUANA: ¿Cómo quieres que te den respuesta voces de quien la misma duda padece? ISABEL: Bajemos de esta montaña; que menos mal es morir de una vez que no sentir muerte prolija y extraña.
Salen LUIS Pérez y MANUEL
LUIS: Procurad, Manuel, salir; que una vez allá los dos, a una escuadra--¡voto a Dios!-- no nos hemos de rendir. ISABEL: ¡Luis! JUANA: ¡Manuel! MANUEL: ¡Mi bien! LUIS: ¡Hermana! ISABEL: ¿Qué es esto? LUIS: Que el mundo viene sobre nosotros. MANUEL: No tiene el hado defensa humana.
Recoge ISABEL una piedra
ISABEL: No temáis al mundo entero, si os asegura, y no en vano, este peñasco en mi mano, y en las vuestras ese acero.
Salen el JUEZ y su gente
JUEZ: Trepad la montaña arriba, que, a pesar de ofensas tantas, tengo de poner las plantas sobre su cerviz altiva. ¡Vive el cielo, que ha de ser plaza todo este horizonte y cadalso aqueste monte que mi justicia ha de ver! Quien me diere vivo o muerto a Luis Pérez, le daré dos mil escudos. LUIS: A fe, que es muy barato el concierto; tasáisme en precio muy vil; yo os taso en más. Quien me diere vivo o muerto al juez, espere de mi mano cuatro mil. JUEZ: ¡Tirad, matadle! ¡Del cielo castigue un rayo a los dos!
Disparan un arcabuz, y cae LUIS
LUIS: Muerto soy. ¡Válgame Dios! JUEZ: Date a prisión. LUIS: ¿Cómo? Apelo a la espada. Mas ¡ay triste!, en pie no puedo tenerme. Llegad, llegad a prenderme.
Viene rodando
JUEZ: Aun muerto se me resiste. ISABEL: Esperad, no le matéis o, si esa saña atrevida a él le quitó la vida, con ella no me dejéis. JUEZ: Caminad a Salvatierra; que en tal presa voy contento.
Vanse LUIS Pérez preso, el JUEZ y su gente. Habla MANUEL en lo alto
MANUEL: ¡Suelta! JUANA: ¿Qué intentas? MANUEL: Intento despeñarme de esta sierra. JUANA: ¡Detente! MANUEL: ¡Suelta o, por Dios, que te arroje de mis brazos a ese valle, hecha pedazos, donde muramos los dos!
Baja MANUEL. Sale don ALONSO muy alborotado
ALONSO: ¿Qué es esto? MANUEL: Que llevan preso a Luis Pérez este día. A riesgo de la honra mía, de mi amistad el exceso se ha de ver. ALONSO: Vamos tras él; que, aunque encubierto he venido, y estarlo aquí he pretendido, si ha llegado a tan crüel estado y a tales puntos de un amigo los extremos, las máscaras nos quitemos, y muramos todos juntos.
Vanse. Salen ALGUACIL 1 y ALGUACIL 2 con PEDRO
ALGUACIL 1: Bravo ruido es el que suena en el monte y en el valle. PEDRO: Espérenme aquí un poquito; que yo iré y, en un instante, bien informado de todo, veloz volveré a contarles lo que pasa. ALGUACIL 2: Estése quedo, y un átomo no se aparte, o detendránle dos balas. PEDRO: Serán rémoras notables. Ahora bien, pues que no quieren que vaya y vuelva a informarles, vayan y vuelvan los dos a informarme a mí, que es fácil. ALGUACIL 2: No te habemos de dejar un minuto. PEDRO: ¿Hay más constantes guardas? ¿Soy día de fiesta, para que todos me guarden? Si bien tengo aquí un consuelo, y es que no vendrá a buscarme, mientras preso estoy, Luis Pérez, si este sagrado me vale. ALGUACIL 1: Gran gente viene a nosotros. PEDRO: Es verdad, y aquí adelante vienen dos arcabuceros, y detrás otros que tales. En medio de todos cuatro un hombre embozado traen, y luego infinita gente.
Salen el JUEZ y ALGUACIL 3, ALGUACIL 4 que traen a LUIS Pérez embozado
JUEZ: ¿Dónde aquel preso dejasteis? ALGUACIL 3: Aquí, señor. JUEZ: Los dos juntos de aquesta manera marchen. ALGUACIL 4: No podrá Luis, porque tiene hecho un brazo dos mil partes, y ya fallece, señor, con la falta de la sangre. JUEZ: Dejadle cobrar aliento, y por ahora destapadle. PEDRO: Sólo aquí pudo la suerte perseguirme y apurarme la paciencia. ¿Cuánto va que pára esto en que se hace un cepo para los dos, para los dos una cárcel, para los dos una horca, un cordel y un enterrarme con él en un mismo hoyo? LUIS: ¿Quién aquí se queja? PEDRO: Nadie. LUIS: No temas, Pedro; que ya no tienes que recelarte; que ayer de matar fue día, y hoy de morir. ¡Ah inconstantes presunciones de los hombres, qué desvanecidas yacen! JUEZ: ¿Qué gente nos sale al paso allí, y tantas armas trae?
Salen doña LEONOR, doña JUANA, ISABEL y algunos criados
LEONOR: Yo soy, con estas señoras, que, corrida de mirarme vengativa, por engaños de un traidor, quiero mostrarme piadosa y agradecida a desengaño tan grande. Dadme ese preso; que yo le perdono como parte. ISABEL: O si no, le quitaremos. Dadnos el preso al instante. PEDRO: ¿En qué ha de parar aquesto? LUIS: Hermosa Leonor, no trates de darme vida.
Salen don ALONSO, MANUEL y otros
ALONSO: Señor, escucha. JUEZ: Otro nuevo lance es aquéste. ALONSO: Don Alonso de Tordoya soy; que sabe agradecer de esta suerte mi amistad acciones tales. Aquesto es venir restados, por eso no hay que excusarse en entregarnos el preso. MANUEL: Cuantos miras aquí antes morirán que desistir de una acción tan admirable. ISABEL: Venga el preso. ALONSO: El preso venga. JUEZ: Probad, si queréis llevarle. ALONSO: ¡A ellos, y mueran todos! LEONOR: Aquí estoy de vuestra parte, don Alonso; pero luego advierte que has de pagarme el haber muerto a mi hermano. ALONSO: De eso ahora no se trate; que yo os daré la disculpa. PEDRO: (Y parará en que se casen.) Aparte ALONSO: ¿No hay remedio, señor juez? JUEZ: No habrá remedio que baste. ALONSO: Pues, ¡ánimo y pelead! ¡Ea, amigos, dadles, dadles!
Éntranlos a cuchilladas, y sale por otra puerta libre LUIS Pérez con don ALONSO
ALONSO: Ya, Luis Pérez, estáis libre. LUIS: Don Alonso, amigo, antes estoy preso; que quisiera pagar acción semejante y, mientras me desempeño, mi vida a esas plantas yace. ALONSO: Deja[d] ahora cumplimientos. LUIS: ¿Qué haremos? PEDRO: Meterte fraile, que es el camino mejor para vivir y librarte. Pero dime, ¿será hora en que puedas perdonarme? Harto he pasado por ti, por caminos y con hambres.-- Señor don Alonso, a vos os suplico de mi parte que me alcancéis el perdón. ALONSO: Luis Pérez,... LUIS: Amigo, baste; yo le perdono por vos. Vamos desde aquí al instante por mi hermana y doña Juana, pues quedaron de esperarme, dando con aquesto fin a las hazañas notables de Luis Pérez, y su vida dirá la segunda parte.

FIN DE LA COMEDIA


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 27 Dec 2002