JORNADA SEGUNDA


Sale doña JUANA, de hombre
JUANA: Amor, ya he llegado a ver la fuerza de tu rigor. ¿Qué es lo que quieres, Amor, de una infelice mujer? Si tu violenta porfía de mí misma me enajena. ¿Qué es lo que me quieres, pena, que aun no me dejas ser mía? Don Diego, aleve y traidor, de mí, con injusto trato, se olvida y me deja ingrato, cuando es dueño de mi honor. Ya con cariño leal solicito su desdén, que solo yo sirvo bien a quien sabe pagar mal. Y porque no se mejore mi suerte, halla mi quimera una mujer que le quiera, y otra que a mí me enamore. Fresia, para darme enojos le quiere; y él, claro está, que su afecto pagará, pues me lo han dicho sus ojos. Gualeva muy cariñosa, porque padezca este ultraje, me adora, que en este traje debo de ser más dichosa; y entre estas burlas y veras lidiando está mi cuidado. Fortuna, ¿dónde has hallado tanto tropel de quimeras? Pero pues ya me quedé en Arauco, y en rigor Gualeva me tiene amor, con esta industria podré de los dos saber mi daño, centinela de mi honor; pues lo que hiciere su amor, sabrá deshacer mi engaño.
Sale FRESIA por el otro lado
FRESIA: Amor, que en dulces despojos usurpaste a mis sentidos la vista por los oídos, y la atención por los ojos, ¿dónde tus engaños van, tirano, que no lo sé, pues injuriando la fe que debo a Caupolicán, a un cristiano mi albedrío has rendido de manera que no soy la que antes era? ¿Qué no hará tu desvarío? De Fresia, ¿ha de haber quien diga, que a otro amor su afecto da? Pero allí el cristiano está. JUANA: ¡Cielos, ésta es mi enemiga!
Al paño TUCAPEL
TUCAPEL: A Fresia, determinado viene siguiendo mi amor, a decirle --¡qué rigor!-- que es imán de mi cuidado. Pero no es posible ahora, que está el español allí. FRESIA: Cristiano, ¿qué haces aquí tan solo? JUANA: (¡Ah, ingrata!) Señora, Aparte no tengas a novedad hallar sólo a un afligido, pues de un triste siempre ha sido alivio la soledad. FRESIA: Triste tú, ¿por qué razón? ¿No has mejorado tu suerte? JUANA: (Tú pudieras responderte, Aparte pues eres tú la ocasión.) FRESIA: Mi prima Gualeva, di, que aquesto bien lo sé yo, ¿la libertad no te dio? JUANA: Sí señora, eso es así. Y aunque lograrla pudiera, traigo un cuidado crüel, y hasta que acabe con él he de estar de esta manera. FRESIA: A lo que llego a entender, español, de tu cuidado, creo estás enamorado en tu tierra. JUANA: Puede ser, y aun aquí que lo estoy siento. FRESIA: ¿A quién tu amor se rindió? JUANA: Pienso que estamos tú y yo en un mismo pensamiento. FRESIA: No te entiendo, y pues los dos solos estamos ahora, dime, ¿a quién quieres? JUANA: Señora, son cuentos largos, por Dios. A un sujeto mis desvelos se han rendido y se han postrado, que por otro me ha dejado. FRESIA: ¡Mal haya quien te da celos! JUANA: ¡Mil veces mal haya, amen! FRESIA: Y pues tú me has declarado, que quieres bien, mi cuidado he de fiarte también. TUCAPEL: Con mil sobresaltos lucho. FRESIA: Sabe, que amor me condena a la más terrible peña: pues a un español... TUCAPEL: ¿Qué escucho? FRESIA: Se rindió el orgullo mío; y como, en fin, soy mujer... TUCAPEL: Esto me importa saber. FRESIA: ...es dueño de mi albedrío quisiera sin embarazo verle esa noche. JUANA: (¡Ah traidora!) Aparte FRESIA: ¿Qué me respondes? JUANA: Señora, (¡Quién te hiciera mil pedazos!) Aparte por aliviar tu dolor, y porque se te olvidara, vida y alma aventurara. FRESIA: Pagas en eso mi amor. ¿No conoces a un don Diego de Almagro, a quien hoy la fama, por el más valiente aclama? TUCAPEL: ¿Esto escucho? ¡Yo estoy ciego! FRESIA: Sí, bien lo conocerás, pues en la presencia mía de él hablaste mal un día, y he de saber, ¿por qué estás mal con él? JUANA: Aunque es así, que mal de don Diego hablé, nada en don Diego se ve que pueda importarme a mí. En mi tierra loco y ciego, don Diego a una dama vio, y don Diego la turbó. FRESIA: No ha visto tanto don Diego. ¿Eso, qué te importa a ti? JUANA: A mí nada, claro está. TUCAPEL: La paciencia pierdo ya. JUANA: (¿Celos, qué queréis de mí?) Aparte FRESIA: Yo, en fin, a don Diego adoro, bien te lo ha dicho mi fe, sin él no vivo; y aunque es arriesgar mi decoro, delante de ti un recado, como sabes, le envié; y pues no viene, se ve que no se lo dio el crïado; y así, español, yo quisiera... JUANA: ¿Quisieras, si se repara, que yo mismo le llevara, para que a verte viniera, otro aviso en conclusión? FRESIA: Leíste el intento mío. JUANA: ¿Te espantas? Más que en el mío estoy en tu corazón. FRESIA: A darle este aviso irás, pues fío mi amor de ti. JUANA: Y si él no viene por mí, no tienes que aguardar más. FRESIA: Ve a darle luego el recado, y a sacarme de este abismo. JUANA: Haz cuenta que es uno mismo tu cuidado y mi cuidado. FRESIA: Yo te seré agradecida, si con dicha a verme llego. JUANA: (O no has de ver a don Diego, Aparte o me ha de costar la vida.
Vase
TUCAPEL: ¿A qué aguardan mis enojos, si estoy de coraje ciego? FRESIA: ¡Ay, español! ¡Ay don Diego! ¿Cuándo te han de ver mis ojos? Apolo, tú que el secreto sabes de mi lengua muda. dime, ¿vendrá?
Sale TUCAPEL
TUCAPEL: ¿Quién lo duda? Yo, Fresia, te lo prometo, que no es muy dificultosa esta empresa. FRESIA: (Hado crüel, Aparte ¿si me oyó hablar Tucapel? TUCAPEL: Escúchame, Fresia hermosa: Divina araucana bella, en cuyas luces anima el sol sus flamantes rayos, para que amanezca el día. No me espanto que al amor tu altivez hermosa rindas, que en tu mismo cielo tienes los astros con que te inclinas. Sólo siento, cuando hay tantos en Arauco que te sirvan y que te adoren, pues yo al combate de tus iras, ha mil siglos que en tus ojos ardo solamente viva, que a un español, que a un cristiano ciegamente inadvertida, entregues tu amor, sin ver que te ofendes a ti misma. Corrido de hallarte humana estoy al verte divina. ¿No sabes, que de sus cascos nuestra insaciable ojeriza hace valer, que en tu mesa la hidrópica sed mitigan? Pero ya que estás resuelta a quererle, pues le envías a llamar, desprecio haciendo de mis hidalgas fatigas, hoy a tus ojos prometo traer su cabeza misma; porque quien viere tu amor puesto en un cristiano, diga, que Tucapel de esta infamia a los araucanos libra. FRESIA: (Aquí importa mi valor. Aparte De escucharle estoy corrida. Pero mi rigor con él me disculpe, pues peligra mi honor, si le riño ahora con blandura su osadía.) Dos delitos, Tucapel, con tus razones indignas, has cometido: primero, que estando en presencia mía, sin el respeto debido a mi honor, que a par se mira del sol, pues a él comparado arde con centellas tibias, ciego me declares ese bárbaro amor que publicas; el segundo, no, el primero, bien dice, y lo que más me irrita, es que atrevido, villano, y descompuesto me digas, que a un español rinde Fresia su amor, cuando no mitigan mares de sangre cristiana la sed insaciable mía. ¿Yo afición? ¿Qué es afición? ¿Yo caricia? ¿Qué es caricia? Cuando yo misma me corro de que mi voz lo repita. ¡mientes, villano! TUCAPEL: Oye, Fresia. Considera, advierte, mira, que yo lo escuché y no puedes negarme lo que publicas. FRESIA: Es verdad, pero hay palabras, que aunque suenan mal oídas, el intento que las mueve suele tal vez desmentirlas. Yo le llamé, no lo niego, para quitarle la vida Con este engaño...(¡Ay don Diego, Aparte perdóname esta mentira!) ...porque me corro a ver que sus hazañas altivas borren las que de vosotros hoy tiene la fama escritas; aquésta fue mi intención, y ¿piensas tú...? TUCAPEL: No prosigas, que en tu disculpa engañosa te confiesas conclüída. Doy, que llamarle tu voz para ese intento sería: doy que viene, y que tú, Fresia, con esos ojos le miras. ¿Dejarán de ser hermosos, aunque de rigor los vistas? ¿No es preciso que se muera, si con atención los mira? Luego ya de tu favor, y no del rigor peligra; pues, ¿no muere de tu enojo el que muere de su dicha? Y así para que no tenga esta vanidad precisa, pues verle muerto deseas, yo haré, tirana enemiga, que con su cabeza veas hoy mi promesa cumplida.
Vase
FRESIA: ¡Ay, Amor, cierta es mi muerte! que si don Diego peligra al rigor de este tirano, ¿para qué quiero la vida? Bien parece que eres mío, pues empiezas con desdicha. Mas, ¿cómo de mi valor me olvido cuando yo misma puedo remediar del alma la amenazada rüína? Siguiendo iré a Tucapel, que en dos acciones distintas, si aventuro mi recato, el amor es quien me obliga.
Vase. Salen don DIEGO y MOSQUETE
DIEGO: Grandes fueron los estragos que en los bárbaros hicimos. MOSQUETE: Sí, mas por Dios, que nos vimos bebiendo la muerte a tragos. DIEGO: Notable el número fue, que de enemigos cargó. MOSQUETE: Si no estuviera allí yo, se perdiera Santa Fe. valiente mi acero andaba. DIEGO: Yo en el campo no te vi. MOSQUETE: Con la sombra me encubrí de los que despabilaba. A un araucano encontré lampiño, y le di tal bote, que a su pesar, de un bigote, en un árbol le colgué. DIEGO: Un lampiño, ¿cómo, di, pudo bigotes tener? MOSQUETE: Le empezaban a nacer de miedo de verme a mí. A otro araucano marrajo, mira mi fuerza la que es, solamente de un revés le eché en el río Tajo. DIEGO: Calla, loco. MOSQUETE: ¿Qué te inquieta? DIEGO: Que eres un gallina digo. MOSQUETE: Tú, comparado conmigo, eres un niño de teta. DIEGO: Por Dios, que me vi perdido, si aquella hermosa araucana que te dije, soberana, no me hubiera defendido. MOSQUETE: Admirado me ha dejado lo que de ella hoy refieres; mas tú con estas mujeres eres muy afortunado; pues tienes, rara quimera, una, que con dicha extraña, te defiende en la campaña; otra, que en el real te quiere. Fresia, a tu fama obligada, pide la vayas a ver; déjate, Fabio, querer, pues que no te cuesta nada. DIEGO: ¿Fresia se llama? Sin duda que es la que me defendió, porque ese nombre le dio su gente. MOSQUETE: Pues si te ayuda, no ir a verla es disparate. Necio en no hacerlo serás; enamórala y tendrás para el sitio chocolate. DIEGO: Calla, loco. MOSQUETE: Sin empachos, hoy te has hallado un tesoro; pues tendrá más tejos de oro, que hay cabezas de muchachos. DIEGO: Ya a verla determinado estoy, aunque el riesgo infiero; mas será bien que primero, pues tú con ella has estado, y su tienda sabes, vayas a prevenirla. MOSQUETE: Eso no, en que vayas vengo yo, y luego allá te lo hayas. DIEGO: Necio es tu recelo, puesto que libre por mí te ves. MOSQUETE: El marqués sale. DIEGO: Después hablaremos más en esto.
Salen el MARQUÉS, don PEDRO de Rojas, y acompañamiento
MARQUÉS: Gran día, por Dios, don Pedro, que estábamos ya apretados. PEDRO: Señor, aunque vuecelencia con su corazón bizarro, siempre muro incontrastable a la defensa y reparo de la plaza asiste, al cerco nos aprieta el indio tanto, que era imposible... MARQUÉS: Don Pedro, no el peligro he de negaros; pero es más nuestro valor. Don Diego, ¿tan retirado? ¿Cómo, si somos amigos, a darme no habéis llegado el parabién del socorro que ya tan cerca miramos? En fin, el Perú ha servido fino al rey. DIEGO: Tales vasallos nunca pueden obrar menos. MARQUÉS: Saben muy bien obligarlo, y al valle de Tucapel entran las tropas marchando con don Alonso de Ercilla. DIEGO: Es muy valeroso cabo para la caballería, y con Reinoso a su lado pueden ceder a sus glorias los Césares y Alejandros. MARQUÉS: Don Diego, lo que me admira, es ver que los araucanos, según expertos están ya en la guerra, viendo cuanto importa aqueste socorro, reconociendo su daño, no hayan salido a impedir a nuestras tropas el paso. DIEGO: Muy difícilmente entraran si en el estrecho del lago hicieran la oposición. MARQUÉS: Ha sido descuido raro. DIEGO: Toda la fuerza en el sitio esta plaza han ocupado. MARQUÉS: Sin embargo, admira mucho ver que se hayan descuidado, sin mirar este peligro, y más cuando tan soldados están ya; porque, decidme, ¿no os causa notable espanto ver, que sepan hacer fuertes, rebellines y reparos, abrigarse de trincheras, prevenirse a los asaltos y jugar armas de fuego? No pudieran hacer tanto si toda la vida en Flandes se hubieran disciplinado. DIEGO: Tan diestros, como nosotros, manejan ya los caballos. PEDRO: Mas es verlos como visten el duro peto acerado. MOSQUETE: Y habrá quien diga que en cueros pelean como borrachos; pues la fuercecilla es boba: vive Dios, que hay araucano que trae una viga al hombro, que no la llevara un carro.
[Suena un] clarín
MARQUÉS: ¿Qué es aquesto? MOSQUETE: Gran señor, fuera del muro han tocado un clarín. DIEGO: Y hacia la plaza viene un bárbaro llegando a caballo. MARQUÉS: Otra amenaza nos traerá, como el pasado. DIEGO: Ya a las murallas se acerca.
Sale TUCAPEL por el patio en un caballo en cerro, con una liga por freno, estribos de cuerda, y un indio con una trompeta
TUCAPEL: Valerosos castellanos, si mi presencia no os causa, antes de mi nombre, espanto, diré quien soy, que esta salva es fuerza haceros, juzgando, que si antes digo mi nombre, moriréis de sobresalto. MARQUÉS: Bárbaro, quién eres, di que aunque altivo y temerario piensas matar con las voces, no son las palabras manos. TUCAPEL: Bien las teméis, españoles, pues demuestra a los cercados el valor que hay en nosotros no podéis aseguraros; pero para no cansarme de voces, que es escusado, cuando el acero pretende ser mejor lengua en el campo, diré en breve a lo que vengo si es que podéis escucharlo. Yo soy Tucapel, en quien consiste todo el Arauco y el mundo, que todo el mundo es corta empresa a mi brazo. A una dama le ofrecí, a quien amante idolatro, a quien rendido me postro por deidad y por milagro de hermosura, pues el sol es de su belleza un rasgo, la cabeza de don Diego, ése que llaman de Almagro; que, porque dicen que es valiente, se le ha antojado. Y porque siempre a las damas he cumplido lo que mando, a don Diego desafío cuerpo a cuerpo por no errarlo; pues si como me pidió su cabeza, las de cuantos ahí se encierran me pidiera, ya en la plaza hubiera entrado, y todas se las llevara a la cola del caballo. Ea, españoles, si el valor ambicioso de honra tanto puede con vosotros, que de otro mundo aqueste os trajo, salir conmigo a campaña os lo asegura, y si osado sale don Diego, su fama volará en vuelo más alto que dan laurel mis historias a la muerte del contrario, y a lo dicho responded, que me corro en lo que tardo. DIEGO: Bárbaro, yo soy don Diego, y porque deslumbrado otra vez no hagas promesa que no has de cumplir, al campo saldré luego, y voto a Dios, que el antojo temerario de esa dama ha de cumplir tu cabeza, que no es malo a un antojo de una perra, envïarla una de un galgo. TUCAPEL: Pues, español, ya que estás de tu valor confïado, en la fuente de oro espero, y hoy de sol a sol te aguardo, si te atreves a salir, donde verás que mi brazo para hacerte polvo, es relámpago, trueno y rayo.
Vase
DIEGO: Tras ti voy.
Hace que se va
MARQUÉS: Teneos, don Diego, ¿pues a dónde vais? DIEGO: Al campo, a quitarle la cabeza, y a envïársela en un palo a su dama, para el muelle. MARQUÉS: Pues vuestro aliento bizarro perdone esta vez, porque no podéis salir al campo. DIEGO: ¿Cómo que no? ¡Voto a Dios...! MARQUÉS: Ea, don Diego, templaos; ved que estáis en mi presencia, y que yo soy el que os mando que no salgáis, pues no os toca el duelo estando cercado. DIEGO: Vive Dios, que vuecelencia es terrible. MARQUÉS: ¡Reportaos! ¿Quién duda que sois valiente? Ninguno; pues vuestro brazo, no sólo trïunfe al rey, sino provincias, le ha dado. Yo soy vuestro general, esta plaza al rey le guardo, para defenderla sólo he menester los soldados; que duelos particulares, no plazas al rey le han dado. Mirad si será mejor para esta empresa guardaros, que a lo que no necesito dejaros salir al campo DIEGO: Y mi pundonor? MARQUÉS: Ninguno como yo sabrá guardarlo. Sepa obedecer ahora; que yo tomaré a mi cargo su despique. Vos, don Pedro, haced luego echar un bando, que ninguno de la plaza, por ningún modo, sea osado a salir, pena de muerte; y aquesta noche os encargo, que corráis las centinelas que están fuera. PEDRO: Mi cuidado hará todo lo que ordenas. MARQUÉS: El nombre os daré temprano. No estéis con pena, don Diego. DIEGO: Yo, señor... MARQUÉS: Ya está acabado. No hemos de hablar más en esto, obedeced lo que os mando. DIEGO: Digo, señor, que obedezco. (No bien el lóbrego manto Aparte tenderá la noche al mundo, cuando por el muro osado baje a cumplir con quien soy.)
Vase
MARQUÉS: ¡Lo que siente el buen Almagro perder aquesta ocasión! Pero esto es preciso, vamos, que hay mucho que prevenir. PEDRO: Ya te seguimos. MARQUÉS: Por cuanto dejará un hombre valiente de sentir lo que ha pasado.
Vanse. Sale doña JUANA, en cuerpo, con una carabina
JUANA: ¡Qué oscura que está la noche! aun no se divisa el cielo, pues parece que sus sombras se conforman con mi intento. Del real salgo, y hacia el fuerte de los españoles vengo, acompañada de aqueste áspid de metal y fuego que acaso Fresia tenía en su tienda. A ver si puedo ver a don Diego esta noche, para estorbarle a don Diego, con un engaño, que vaya a ver a Fresia pues veo que si yo no se lo estorbo, no tendrá mi mal remedio. ¡Buena me has puesto, Fortuna, con tus extraños rodeos! No soy mujer, soy soldado, pues entiendo ya el manejo de las armas. Mas, ¿qué mucho si en la guerra de mi pecho, mi amor es el general, capitanes mis deseos, artilleros mis cuidados, y aun centinelas mis celos?
Sale MOSQUETE
MOSQUETE: Lleven los diablos el alma y el corazón del primero que fue inventor de recados; que viendo mi amo don Diego el bando que ha publicado el marqués, y conociendo, que si sabe que ha salido de la plaza, mi pescuezo lo ha de pagar, temerario y tronera me haya hecho con esta noche salir de Santa Fe, con intento de que un recado la dé a Fresia. ¡Viven los cielos que está borracho! JUANA: ¿Qué escucho? Pasos a esta parte siento. ¿Quién es? ¿Quién va? MOSQUETE: (Esto es peor; Aparte aquí me dan pan de perro.) JUANA: ¿No responde? Pues yo haré con dos balas en su pecho dos bocas con que responda. MOSQUETE: Tente, hombre de los infiernos, que yo con mi boca sucia diré quien soy. JUANA: Acabemos. MOSQUETE: Soy un sastre comprador, que una tela estoy urdiendo, y ahora voy por el recado. JUANA: De chanza me habla. MOSQUETE: Lo cierto es, que soy un soldado de Santa Fe. JUANA: Pierde el miedo; y dime, ¿qué capitanes hay en Santa Fe? MOSQUETE: Dirélos: el de más fama es mi amo. JUANA: A quién sirves? MOSQUETE: A don Diego de Almagro. JUANA: Ya le conozco. MOSQUETE: Es el segundo don Pedro de Rojas. JUANA: Aguarda, ¿quién? MOSQUETE: Don Pedro de Rojas. JUANA: (¡Cielos, Aparte si será aqueste mi hermano?) Dime, ¿aquese caballero ha mucho que está en Arauco? MOSQUETE: Poco habrá, según sospecho; porque en el Perú servía. JUANA: (Él es. Fortuna, ¿este riesgo Aparte añades más a mi vida?) Dime; y tu amo don Diego, ¿está enamorado? MOSQUETE: Mucho. A una perra está queriendo, que por ella se le cae la baba. JUANA: ¿Con tanto extremo la quiere? MOSQUETE: Eso es cosa mucha. JUANA: Y de una dama, a quien ciego dejó en el Perú, ¿se acuerda? ¿Débele algún sentimiento? MOSQUETE: Aunque no la conocí, algunas veces le veo, así entre regañadientes, mascarla algunos requiebros; pero estotra se los come, y ahora voy como un trueno al real de los araucanos, a prevenirla que luego irá mi amo a visitarla. JUANA: Si allá vas, viven los cielos que te he de cortar las piernas. MOSQUETE: Andaré muy bien con eso. JUANA: Vuélvete al fuerte, villano y dile a tu amo don Diego, porque su riesgo conozca, que esta dama tiene dueño; que la vida han de quitarle si es que no muda de intento; y a ti, sólo porque lleves esta respuesta, te dejo sin darte dos cuchilladas. MOSQUETE: ¡Por Dios!, que fuera bien hecho, y que de la cortesía de usted no esperaba menos. JUANA: ¿A qué aguardas? MOSQUETE: Ya me voy. Esto y mucho más merezco por alcahuete.
Al irse por donde salió doña JUANA, le echa por donde él salió
JUANA: Villano, por ahí has de ir. MOSQUETE: Ya lo veo. Adiós, mi rey, a mi amo buena respuesta le llevo.
Vase
JUANA: ¿No bastan, cielos, no bastan los enemigos que tengo en mi estrella y en mi amor, en mi cuidado y mis celos, sin saber que esté mi hermano en Arauco? ¡El juicio pierdo! ¡Sin alma estoy!
Sale don PEDRO
PEDRO: Mi cuidado viene ahora recorriendo Las centinelas, por ser del marqués mandato expreso. JUANA: Si no me engaño, a esta parte voces oigo. PEDRO: Pasos siento. ¿Quién va? ¿Quién es? Oye, hidalgo, el paso franco pretendo; hágase a un lado. JUANA: (¡Ay de mí! Aparte que si no me engaña el eco, esta es la voz de mi hermano.) PEDRO: ¿No responde? JUANA: (¡Santos cielos!, Aparte él aquí ha de conocerme si no busco algún remedio; pero fingiendo la voz, centinela hacerme quiero, pues aquesta carabina me ayuda para el intento.) Téngase allá. PEDRO: (Centinela Aparte es sin duda.) Ya me tengo; pero he menester pasar. ¿Sois soldado de los nuestros? JUANA: De los castellanos soy. PEDRO: Dejad pasar a don Pedro de Rojas. JUANA: No le conozco, ni conociera al rey mesmo, sin darme primero el nombre: no me engañe, caballero, apártese. PEDRO: El nombre os doy, escuchad. JUANA: Decid.
[Le habla] al oído
PEDRO: San Pedro. JUANA: (¡Vive Dios!, que estoy perdida, Aparte porque si pasar le dejo, me ha de conocer.) Hidalgo, aquí no hay otro remedio, no hay sino tener la paciencia, que el santo se me fue al cielo: digo, que se me ha olvidado. Alárguese, o a su pecho irán dos balas. PEDRO: ¿Qué? ¿De él no os acordáis? JUANA: No me acuerdo. ¡Alárguese, o voto a Dios...! PEDRO: (A él se le olvidó, en efecto, Aparte el nombre, y como soldado ha andado valiente y cuerdo en no dejarme pasar.) Daréle aviso al sargento de este caso, para que vengan a mudarle luego.
Vase
JUANA: ¡Gracias a Dios, que escapé de tan peligroso riesgo con este engaño! Aquí ya no hay que hacer, pues por lo menos estorbé que aquel crïado no llevara de don Diego el recado a mi enemiga; y sé también, que don Pedro, mi hermano, en Arauco está, pues de él me libré. ¿Quién, cielos, se vio en tan gran confusión? Pues me amenazan a un tiempo un amante a quien adoro, y un hermano a quien respeto.
Vase. Sale TUCAPEL
TUCAPEL: Ya el sol, monarca del día, en el mar está acostado; y pues con prisa he llegado hasta aquesta fuente fría, y es fuerza haber de esperar a que salga el español, pues busca descanso el sol, bien podré yo descansar.
Recuéstase
A la margen reclinado de este arroyo esperar quiero, que no seré yo el primero que descanse en el cuidado. Hoy, Fresia ingrata, verás si fue amor trocar tu suerte, y si es querer darle muerte, quien sabe servirte más. ¿Si a salir se atreverá? Sí, que en su honor es forzoso, mas soy tan poco dichoso, que por esto no saldrá.
Sale el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡Vive Dios!, que me ha pesado, y que llego a estar corrido de haber el duelo impedido a tan valiente soldado; que aunque lo fundé en razón, pues no le toca al sitiado, es una razón de estado que la siente la opinión. El lugar que señaló el bárbaro loco y ciego, es éste, y hoy por don Diego vengo a castigarle yo. Que atrevido, no quisiera, pues su salida impedí, que este bárbaro de mí y de todos se riera. ¡Disfrazado, aunque imprudente! Mi valor aquesto intenta, que no ha de estar siempre a cuenta de lo cuerdo lo valiente. En la plaza están ajenos de que pueda estar yo aquí. Con tal secreto salí, que nadie me echará menos. Diránme que no es cordura el que yo salga, en rigor; pero démosle al valor un día una travesura.
Sale don DIEGO por otra puerta, y quédase al paño
DIEGO: Por el muro me arrojé, y vengo desesperado a este sitio. ¿Si he tardado? MARQUÉS: Allí en la arena se ve un bulto, llegarme quiero. ¡Ah, hidalgo! TUCAPEL: ¿Decís a mí? DIEGO: Dos hombres están allí. MARQUÉS: Si sois Tucapel, espero saber.
Levántase TUCAPEL
TUCAPEL: Si eres tú el cristiano, mi valor te lo dirá. MARQUÉS: Pues, ¿cómo durmiendo está con tal sosiego, araucano, quien tiene enemigos, di, de tan grande pundonor? TUCAPEL: Porque siempre mi valor está velando por mí. Eres don Diego? MARQUÉS: Sí soy. DIEGO: ¿Qué oigo? ¡Cielos soberanos! MARQUÉS: Hablen, bárbaro, las manos. TUCAPEL: Corrido, por Marte, estoy de haber de reñir contigo, y en mi real me reñirán, que aunque te mate, dirán, que has hecho campo conmigo; pero puesto que el cumplir con mi dama es la fineza, le he de llevar tu cabeza. MARQUÉS: Gana me das de reír, que no es fácil a mi ver, aunque tu arrogancia escucho; porque yo la quiero mucho, y la sabré defender. TUCAPEL: Español, de esta manera esta empresa facilito. MARQUÉS: A las obras me remito.
Sacan las espadas y llega don DIEGO
DIEGO: Aguarda, bárbaro, espera: porque si este duelo hoy con don Diego has aplazado, y a él solo has desafïado, don Diego de Almagro soy. MARQUÉS: (¿Qué miro? ¡Almagro ha salido, Aparte y el orden ha quebrantado! Que no me conozca intento.) TUCAPEL: Siempre eché de ver, cristiano, que para reñir habíais de salir acompañado. MARQUÉS: Bárbaro, aunque somos dos no emprenden los castellanos reñir con ventaja nunca. TUCAPEL: Pues, ¿cómo podréis negarlo, siendo dos los que salís, y uno solo el que yo aguardo? DIEGO: (¡Vive Dios!, que es el marqués, Aparte que aunque lo haya disimulado, en la voz le he conocido; él ha salido gallardo, porque yo no quede mal. ¡A qué mal tiempo he llegado a decir que soy don Diego!) Caballero disfrazado, bien echo de ver que vos, porque supisteis el bando, con mi nombre habéis salido, y aunque estaba en varias manos mi crédito, hacedme gusto de volveros, que yo alabo vuestro valor, y no es bien, aunque en ello soy quien gano, que mi nombre eche a perder hoy vuestro aliento bizarro. MARQUÉS: Volveos, que no podéis quebrar el orden que ha dado el marqués, antes que sepa que no guardáis su mandato; que se enojará, y no es bueno el marqués para enojado. DIEGO: (¡Por Dios!, que se empeña mucho, Aparte pero yo me he declarado, y no tiene otro remedio.) Yo soy don Diego de Almagro, a mí me desafïó, y yo tengo de matarlo. MARQUÉS: Ya he dicho, que soy don Diego, y he de reñir. TUCAPEL: Castellanos, para dar fin a este duelo, ¿a qué aguardáis? Conformaos, pues si no he muerto a los dos es, porque determinado no está, cuál es de vosotros don Diego porque mi brazo no se equivoque por uno, otro a mi dama llevando. Pero ya que a mi valor dais don Diego duplicados, cumpliré mejor con ella, llevándome las de entrambos. DIEGO: Pues yo soy aquí... MARQUÉS: Teneos.
Va a acometer, y detiénele el MARQUÉS
Yo vine primero al campo, y aunque don Diego no fuera, le he de matar. DIEGO: Este acaso no es duelo de hallarse dos a un tiempo desafïados, para que tenga el que sale primero el campo ganado. A mí me desafïó, y aunque saliste bizarro, ya cesa en vos el intento saliendo el desafïado. MARQUÉS: ¿Quién contra un bando ha salido? ¡Y no es suyo! Que el soldado, como debe obedecer, es solamente del bando; y así, no os toca este duelo, que yo tengo de acabarlo. TUCAPEL: ¡Por Apolo!, que me tiene vuestro duelo ya cansado; pero con esta razón os satisfaréis. ¿Entrambos reñiréis conmigo? LOS DOS: No. TUCAPEL: ¿Y el que es don Diego de Almagro reñirá conmigo? LOS DOS: Sí. TUCAPEL: Pues yo tengo de ajustaros.
A don DIEGO
Y así a ti elijo, puesto que eres don Diego de Almagro porque ya te he conocido; que tú me dijiste osado en el muro que saldrías; y a vos os quedo envidiando, que no entendí que tenían tal valor los castellanos. MARQUÉS: (Acabóse, conocióle. Aparte Y habiéndole el araucano elegido, no me queda acción de reñir, es llano; pues no he de reñir por fuerza, y está muy bien empleado, porque no me meta yo a valiente, por Almagro. Tucapel, con tu elección este duelo está acabado: no te descuides, que a fe que te queda que hacer harto. (¡Vive Dios!, si no temiera Aparte ser conocido, que entrambos me pagaran de esta agencia las costas a cintarazos; porque irme yo sin reñir, lo siento, a fe de soldado. ¿Temoso me es el don Diego? Pues aunque valiente ha andado, me ha de pagar, ¡vive Dios!, haber quebrantado el bando, y no haber guardado el orden.
Vase
DIEGO: (El marqués se va enojado, Aparte mas yo le satisfaré.) Solos, Tucapel, estamos. TUCAPEL: Obre callando el valor.
Riñen
¡Qué valiente! DIEGO: ¡Qué alentado! ¡Raro pulso! TUCAPEL: Fuerte brío. DIEGO: Valiente es el araucano; pero mi valor... TUCAPEL: ¿Qué es esto?
Cáesele la espada
El acero de la mano se me ha caído. ¡Perdido estoy! ¿Cómo, Apolo airado, esto consentís? DIEGO: Levanta el acero, que mi brazo no ha de matarte sin él. TUCAPEL: Agradecido a lo hidalgo de tu corazón, don Diego, pagar quisiera bizarro
Alza el acero
la deuda que te confieso; pero pesa mi amor tanto, que no es posible faltar a la palabra que he dado; y así, perdona, que basta, para que quedes pagado, confesar yo que te debo, y quedar contigo ingrato. Tu cabeza he de llevar.
Riñen
DIEGO: Pues riñamos. TUCAPEL: Pues riñamos.
[Suenan] cajas
RENGO: ¡Arma, arma, que el enemigo, valerosos araucanos, por tres partes nos enviste! TUCAPEL: ¿Qué escucho? ¡Al arma tocaron! DIEGO: Dices bien; y así, ¿qué intentas, Tucapel? TUCAPEL: Que suspendamos por ahora nuestro duelo pues no llama este rebato, hasta mejor ocasión.
Dejan de reñir
Queda en paz. DIEGO: ¿En qué quedamos? TUCAPEL: En que yo te buscaré; que aunque estoy de ti obligado español, me has dado celos, y son los celos villanos.
Vase. Dentro el MARQUÉS
MARQUÉS: ¡A la colina, españoles, que ya van desordenados, huyendo a valerse de ella! DIEGO: Sin orden van los contrarios, por ser oscura la noche, a valerse del sagrado de lo fragoso del monte. Pues, ¿qué espero? Pues, ¿qué aguardo que no socorro a los míos?
Saca la espada, y sale MOSQUETE
MOSQUETE: Huyendo, como diez galgos, vengo a esta parte. ¿Qué escucho? Gente hacia aquí va llegando. DIEGO: ¿Quién es? ¿Quién va? MOSQUETE: (Esto es peor, Aparte aquí me matan a palos.) DIEGO: ¿No responde? MOSQUETE: (Con los huevos Aparte en la ceniza hemos dado.) DIEGO: Ríndite, araucano. MOSQUETE: Tente, hombre de todos los diablos. ¿Qué araucano, ni que haca? DIEGO: Pues quién eres? MOSQUETE: Un sacatrapos de un Mosquete racional, que sirve a un loco, a un menguado a un tronera... DIEGO: ¿Mosquetillo? Pues, ¿qué haces aquí, borracho? MOSQUETE: ¿Don Diego? DIEGO: Sí. MOSQUETE: ¡Voto a Dios!, que si no hablas que te mato. DIEGO: ¿Qué hay de nuevo? MOSQUETE: Señor mío, una de todos los diablos. Cerrada la has hecho. DIEGO: ¿Cómo? MOSQUETE: Porque el socorro ha llegado que esperaban, y al salir te echaron menos, jurando el marqués que ha de ponerte, en Peralvillo hecho cuartos, aunque está lejos de aquí. DIEGO: Yo sabré desenojarlo. Ya es de día, ¡a la batalla!, que el marqués verá en mi brazo su despique.
Al entrar, sale doña JUANA con la espada desnuda y una banda al rostro
JUANA: Caballero, no deis adelante paso. Volveos, porque un batallón viene a esta parte avanzando de indios, y daréis sin duda, si no os volvéis, en sus manos. DIEGO: ¿Quién sois? Esperad. JUANA: No puedo.
Dentro CAUPOLICÁN
CAUPOLICÁN: Valerosos araucanos, pues la Fortuna ha querido que esta batalla perdamos. Por aquí la retirada es más segura. Soldados, seguidme todos. ¿Qué miro?
Salen CAUPOLICÁN, y SOLDADOS indios
¿Aquí estáis, viles cristianos?
Riñen todos
¡En vosotros vengaré la cólera en que me abraso! DIEGO: ¡Traidores, pues vive Dios, que yo he de morir matando! CAUPOLICÁN: Rendíos, villanos.
Riñen
MOSQUETE: Señores, buen cuartel, por San Macario.
Cogen los SOLDADOS por detrás a los dos
CAUPOLICÁN: Soltad las armas. DIEGO: Traidores, primero os haré pedazos. ¿A traición usáis conmigo esta cautela, este engaño? ¡Oh, pese a las ansias mías! Mas no puedo, con los brazos, con las manos, con los dientes... CAUPOLICÁN: Vamos con ellos marchando a Purén. MOSQUETE: Pobre Mosquete, hoy te ponen en un palo.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

Los españoles en Chile, Jornada III


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002