LA ESTRELLA DE SEVILLA

This text is based on several early editions of the text of LA ESTRELLA DE SEVILLA. The text was re-edited in electronic form in 1998 by Vern Williamsen


Personas que hablan en ella:

 


ACTO PRIMERO


 

Salen El REY, Don ARIAS, Don PEDRO DE Guzmán, y FARFÁN de Ribera
REY: Muy agradecido estoy al cuidado de Sevilla, y conozco que en Castilla soberano rey ya soy. Desde hoy reino, pues desde hoy Sevilla me honra y ampara; que es cosa evidente y clara, y es averiguada ley, que en ella no fuera rey si en Sevilla no reinara. Del gasto y recebimiento, del aparato en mi entrada, si no la dejo pagada, no puedo quedar contento. Mi Corte tendrá su asiento en ella, y no es maravilla que la Corte de Castilla de asiento en Sevilla esté; que en Castilla reinaré mientras reinare en Sevilla. PEDRO: Hoy sus Alcaldes Mayores agradecidos pedimos tus pies, porque recebimos en su nombre tus favores. jurados y regidores ofrecen con voluntad, su riqueza y su lealtad, y el Cabildo lo desea, con condición que no sea en daño de tu ciudad. REY: Yo quedo muy satisfecho. PEDRO: Las manos nos da a besar. REY: Id, Sevilla, a descansar; que con mi gozo habéis hecho como quien sois, y sospecho que vuestro amparo ha de hacerme rey de Gibraltar, que duerme descuidado en las colunas, y con prósperas fortunas haré que de mí se acuerde. FARFÁN: Con su lealtad y su gente Sevilla en tan alta empresa le servirá a Vuestra Alteza, ofreciendo juntamente las vidas. ARIAS: Así lo siente su Majestad, de los dos; y satisfecho de vos queda, de vuestro deseo. REY: Todo, Sevilla, lo creo y lo conozco. Id con Dios.
Vanse [don PEDRO y FARFÁN]
ARIAS: ¿Qué te parece, señor, de Sevilla? REY: Parecido me ha tan bien, que hoy he sido sólo rey. ARIAS: Mucho mejor, mereciendo tu favor, señor, te parecerá cada día. REY: Claro está; que ciudad tan rica y bella, viviendo de espacio en ella, más de espacio admirará. ARIAS: El adorno y las grandezas de las calles, no sé yo si Augusto en Roma las vio, ni tuvo tantas riquezas. REY: Y las divinas bellezas, ¿por qué en silencio las pasas? ¿Cómo limitas y tasas sus celajes y arreboles? Y di, ¿cómo en tantos soles, como Faetón, no te abrasas? ARIAS: Doña Leonor de Ribera todo un cielo parecía; que de su rostro nacía el sol de la primavera. REY: Sol es, si blanca no fuera; y a un sol con rayos de nieve poca alabanza se debe, si, en vez de abrasar, enfría. Sol que abrasase querría, no sol que helado se bebe. ARIAS: Doña Elvira de Guzmán, que es la que a su lado estaba, ¿qué te pareció? REY: Que andaba muy prolijo el alemán; pues de en dos en dos están juntas las blancas ansí. ARIAS: Un maravedí vi allí. REY: Aunque Amor anda tan franco, por maravedí tan blanco no diera un maravedí. ARIAS: Doña Teodora de Castro es la que viste de verde. REY: Bien en su rostro se pierde el marfil, y el alabastro. ARIAS: Sacárala Amor de rastro, si se la quisiera dar, porque en un buen verdemar engorda como en favor. REY: A veces es bestia Amor, y el verde suele tomar. ARIAS: La que te arrojó las rosas, doña Mencía, se llama, Coronel. REY: Hermosa dama, mas otras vi más hermosas. ARIAS: Las dos morenas brïosas que en la siguiente ventana estaban, eran doña Ana y doña Beatriz Mejía, hermanas, con que aun el día nuevos resplandores gana. REY: Por Ana es común la una, y por Beatriz la otra es sola como el fénix, pues jamás le igualó ninguna. ARIAS: ¿La buena o mala fortuna también se atribuye al nombre? REY: En amor, y no te asombre, los nombres con estrañeza dan calidad y nobleza al apetito del hombre. ARIAS: La blanca y rubia... REY: No digas quién es ésa. La mujer blanca y rubia vendrá a ser mármol y azófar; y obligas, como adelante prosigas, a oír la que me da pena. Una vi de gracias llena, y en silencio la has dejado; que en sola la blanca has dado, y no has dado en la morena. ¿Quién es la que en un balcón yo con atención miré, y la gorra le quité con alguna suspensión? ¿Quién es la que rayos son sus dos ojos fulminantes, en abrasar semejantes a los de Júpiter fuerte, que están dándome la muerte, de su rigor ignorantes? Una que, de negro, hacía fuerte competencia al sol, y al horizonte español entre ébano amanecía una noche, horror del día, pues, de negro luz le daba; y él, eclipsado, quedaba un borrón de la luz pura del sol, pues con su hermosura sus puras líneas borraba. ARIAS: Ya caigo, señor, en ella. REY: En la mujer más hermosa repara; que es justa cosa. ARIAS: ésa la llaman la Estrella de Sevilla. REY: Si es más bella que el sol, ¿cómo así la ofende? Mas Sevilla no se entiende, mereciendo su arrebol llamarse Sol, pues es sol que vivifica y enciende. ARIAS: Es doña Estrella Tavera su nombre, y por maravilla la llama Estrella Sevilla. REY: Y Sol llamarla pudiera. ARIAS: Casarla su hermano espera en Sevilla, como es justo. REY: ¿Llámase su hermano...? ARIAS: Busto Tavera, y es Regidor de Sevilla, cuyo honor a su calidad ajusto. REY: ¿Y es casado? ARIAS: No es casado; que en la esfera sevillana es sol, si Estrella es su hermana; que Estrella y sol se han juntado. REY: En buena Estrella he llegado a Sevilla; tendré en ella suerte y favor si es tan bella como la deseo ya. Todo me sucederá muy bien con tan buena Estrella. Si tal Estrella me guía, ¿cómo me puedo perder? Rey soy, y he venido a ver estrellas a medio día. Don Arias, verla quería; que me ha parecido bien. ARIAS: Si es Estrella que a Belén te guía, señor, ¿no es justo que hagas a su hermano Busto bestia del portal también? REY: ¿Qué orden, don Arias, darás para que la vea y hable? ARIAS: Esta Estrella favorable a pesar del sol verás; a su hermano honrar podrás; que los más fuertes honores baten tiros de favores. Favorécele; que el dar, deshacer y conquistar puede imposibles mayores. Si tú le das y él recibe, se obliga; y si está obligado, pagará lo que le has dado; que al que dan, en bronce escribe. REY: A llamarle te apercibe, y dar orden juntamente como la noche siguiente vea yo a Estrella en su casa, epiciclo que me abrasa con fuego que el alma siente. Parte, y llámame al hermano. ARIAS: En el Alcázar le vi; veré, señor, si está allí. REY: Si hoy este imposible allano, mi reino pondré en su mano. ARIAS: Yo esta Estrella te daré.
Vase
REY: Cielo estrellado seré en noche apacible y bella; y, sólo con una Estrella, más que el sol alumbraré.
Sale Don GONZALO, con luto
GONZALO: Déme los pies Vuestra Alteza. REY: Levantad, por vida mía; día de tanta alegría ¿venís con tanta tristeza? GONZALO: Murió mi padre. REY: Perdí un valiente capitán. GONZALO: Y las fronteras están sin quien las defienda. REY: Sí. Faltó una heroica persona, y enternecido os escucho. GONZALO: Señor, ha perdido mucho la frontera de Archidona; y puesto, señor, que igual no ha de haber a su valor, y que he heredado el honor de tan fuerte general, Vuestra Alteza no permita que no se me dé el oficio que ha vacado. REY: Es claro indicio que en vos siempre se acredita. Pero la muerte llorad de vuestro padre; y, en tanto que estáis con luto y con llanto, en mi Corte descansad. GONZALO: Con la misma pretensión Fernán Pérez de Medina viene, y llevar imagina por servicios el bastón; que, en fin, adalid ha sido diez años, y con la espada los nácares de Granada de granates ha teñido; y por eso adelantarme quise. REY: Yo me veré en ello; que, supuesto que he de hacello, quiero en ello consultarme.
Sale FERNÁN Pérez de Medina
FERNÁN: Pienso, gran señor, que llego tarde a vuestros altos pies; besarlos quiero, y después ... REY: Fernán Pérez, con sosiego los pies me podéis besar; que aun en mis manos está el oficio, y no se da tal plaza sin consultar primero vuestra persona, y otras del reino importantes, que, siendo en él los Atlantes, serán rayos de Archidona. Id, y descansad. GONZALO: Señor, este memorial os dejo. FERNÁN: Y yo el mío, que es espejo del cristal de mi valor, donde se verá mi cara limpia, perfecta, y leal. GONZALO: También el mío es cristal, que hace mi justicia clara.
Vanse y salen don ARIAS y BUSTO
ARIAS: Aquí, gran señor, está Busto Tavera. BUSTO: A esos pies turbado llego, porque es natural efeto ya en la presencia del rey turbarse el vasallo; y yo, puesto que esto lo causó, como es ordinaria ley, dos veces llego turbado, porque el hacerme, señor, este impensado favor, turbación en mí ha causado. REY: Alzad. BUSTO: Bien estoy ansí; que, si el rey se ha de tratar como a santo en el altar, digno lugar escogí. REY: Vos sois un gran caballero. BUSTO: De eso he dado a España indicio, pero, conforme a mi oficio, señor, los aumentos quiero. REY: Pues, ¿yo no os puedo aumentar? BUSTO: Divinas y humanas leyes dan potestad a los reyes, pero no les dan lugar a los vasallos a ser con sus reyes atrevidos, porque con ellos medidos, gran señor, deben tener sus deseos: y ansí, yo, que exceder las leyes veo, junto a la ley mi deseo. REY: ¿Cuál hombre no deseó ser más siempre? BUTO: Si a más fuera, cubierto me hubiera hoy, pero si Tavera soy, no ha de cubrirse Tavera. REY: Notable filosofía de honor. ARIAS: Éstos son primero los que caen. REY: Yo no quiero, Tavera, por vida mía, que os cubráis hasta aumentar vuestra persona en oficio que os dé de este amor indicio. Y ansí, os quiero consultar, sacándoos de ser Tavera, por general de Archidona; que vuestra heroica persona será rayo en su frontera. BUSTO: Pues yo, señor, ¿en qué guerra os he servido ? REY: En la paz os hallo, Busto, capaz para defender mi tierra; tanto, que ahora os prefiero a éstos que servicios tales muestran por sus memoriales, que, aquí en mi presencia, quiero que leáis y despachéis. Tres pretenden, que sois vos y éstos dos. Mirad qué dos competidores tenéis.
Lee
BUSTO: "Muy poderoso Señor: Don Gonzalo de Ulloa suplica a Vuestra Alteza le haga merced de la plaza de Capitán General de las fronteras de Archidona, atento que mi padre, estándole sirviendo más tiempo de catorce años, haciendo notables servicios a Dios por vuestra corona, murió en una escaramuza. Pido justicia, etc." Si de su padre el valor ha heredado don Gonzalo, el oficio le señalo.
Lee
"Muy poderoso Señor: Fernán Pérez de Medina veinte años soldado ha sido, y a vuestro padre ha servido, y serviros imagina con su brazo y con su espada en propios reinos y estraños; ha sido adalid diez años de la Vega de Granada; ha estado cautivo en ella tres años en ejercicios viles, por cuyos oficios y por su espada, que en ella toda su justicia abona, pide en este memorial el bastón de General de los campos de Archidona." REY: Decid los vuestros. BUSTO: No sé servicio aquí que decir por donde pueda pedir, ni por donde se me dé. Referir de mis pasados los soberanos blasones, tantos vencidos pendones y castillos conquistados, pudiera; pero, señor, ya por ellos merecieron honor; y, si ellos sirvieron, no merezco yo su honor. La justicia, para sello, ha de ser bien ordenada porque es caridad sagrada que Dios cuelga de un cabello, para que, si a tanto exceso de una cosa tan sutil, para que, cayendo en fil, no se quiebre, y dé buen peso. Dar este oficio es justicia a uno de los dos aquí; que, si me le dais a mí, hacéis, señor, injusticia. Y aquí en Sevilla, señor, en cosa no os he obligado; que en las guerras fuí soldado, y en las paces regidor. Y si va a decir verdad, Fernán Pérez de Medina merece el cargo; que es digna de la frontera su edad; y a don Gonzalo podéis, que es mozo, y cordobés Cid, hacer, señor, adalid. REY: Sea, pues vos lo queréis. BUSTO: Sólo quiero --la razón y la justicia lo quieren-- darlos a los que sirvieron debida satisfación. REY: Basta; que me avergonzáis con vuestros buenos consejos. BUSTO: Son mis verdades espejos, y así en ellas os miráis. REY: Sois un grande caballero, y en mi cámara y palacio quiero que asistáis de espacio, porque yo conmigo os quiero. ¿Sois casado? BUSTO: Gran señor, soy de una hermana marido, y casarme no he querido hasta dársele. REY: Mejor yo, Busto, se le daré. ¿Es su nombre...? BUSTO: Doña Estrella. REY: A Estrella que será bella no sé qué esposo le dé si no es el sol. BUSTO: Sólo un hombre, señor, para Estrella anhelo; que no es Estrella del cielo. REY: Yo la casaré en mi nombre con hombre que la merezca. BUSTO: Por ello los pies te pido. REY: Daréla, Busto, marido que a su igual no desmerezca; y decidle que he de ser padrino y casamentero, y que yo dotarla quiero. BUSTO: Ahora quiero saber, señor, para qué ocasión Vuestra Alteza me ha llamado, porque me ha puesto en cuidado. REY: Tenéis, Tavera, razón. Yo os llamé para un negocio de Sevilla, y quise hablaros primero para informaros dél; pero la paz y el ocio nos convida; más de espacio lo trataremos los dos; desde hoy asistidme vos en mi Cámara y palacio. Id con Dios. BUSTO: Los pies me dad. REY: Mis dos brazos, Regidor, os daré. BUSTO: (Tanto favor Aparte no entiende mi actividad; sospechoso voy: quererme y, sin conocerme, honrarme más parece sobornarme, honor, que favorecerme.)
Vase
REY: El hombre es bien entendido, y tan cuerdo como honrado. ARIAS: De estos honrados me enfado. ¡Cuántos, gran señor, lo han sido hasta dar con la Ocasión! Sí, en ella son de estos modos todos cuerdos; pero todos con ella bailan a un son. Aquél murmura hoy de aquél que el otro ayer murmuró; que la ley que ejecutó ejecuta el tiempo en él. Su honra en una balanza pone; en otra poner puedes tus favores y mercedes, tu lisonja y tu privanza, y verás, gran señor, como la que agora está tan baja viene a pesar una paja; y ella, mil marcos de plomo. REY: Encubierto pienso ver esta mujer en su casa; que es sol, pues tanto me abrasa, aunque Estrella al parecer. ARIAS: Mira que podrán decir. REY: Los que reparando están, amigo, en lo que dirán se quieren dejar morir. Viva yo, y diga Castilla lo que quisiere entender; que Rey Mago quiero ser de la Estrella de Sevilla.
Vanse. Salen Don SANCHO, Doña ESTRELLA, NATILDE, y CLARINDO
SANCHO: Divino ángel mío, ¿cuándo seré tu dueño, sacando de este empeño las ansias que te envío? ¿Cuándo el blanco rocío que vierten mis dos ojos, sol que alumbrando sales en conchas de corales, de que ha formado Amor los labios rojos, con apacibles calmas perlas harán que engasten nuestras almas? ¿Cuándo, dichosa Estrella --que como el sol adoro, a tu epiciclo de oro resplandeciente y bella, la luz que baña y sella tu cerbelo divino-- con rayos de alegría adornarás el día, juntándonos amor en sólo un sino, para que emule el cielo otro Cástor y Pólux en el suelo? ¿Cuándo en lazos iguales nos llamará Castilla Géminis de Sevilla con gustos inmortales? ¿Cuándo tendrán mis males esperanzas de bienes? ¿Cuándo, alegre y dichoso, me llamaré tu esposo a pesar de los tiempos que detienes, que en perezoso turno caminan con las plantas de Saturno? ESTRELLA: Si como mis deseos los tiempos caminaran, al sol aventajaran los pasos giganteos; y mis dulces empleos celebrara Sevilla, sin envidiar celosa, amante y venturosa, la regalada y tierna tortolilla, que con arrullos roncos tálamos hace en mil lacivos troncos. En círculos amantes ayer se enamoraban do sabes, y formaban requiebros ignorantes; sus picos de diamantes sus penachos de nieve dulcemente ofendían, mas luego los hacían vaso en que amor sus esperanzas bebe, pues, los picos unidos, se brindaban las almas y sentidos. SANCHO: ¡Ay, cómo te agradezco, mi vida, esos deseos! Los eternos trofeos de la fama apetezco; sólo el alma te ofrezco. ESTRELLA: Yo con ella la vida, para que viva en ella. SANCHO: ¡Ay, amorosa Estrella, de fuego y luz vestida! ESTRELLA: ¡Ay, piadoso homicida! SANCHO: ¡Ay, sagrados despojos, norte en el mar de mis confusos ojos! CLARINDO: ¿Cómo los dos no damos de holandas y cambrayes algunos blandos ayes, siguiendo a nuestros amos? SANCHO: ¿No callas? CLARINDO: Ya callamos. ¡Ay, hermosa muleta de mi amante desmayo! NATILDE: ¡Ay, hermano lacayo, que al son de la almohaza eres poeta! CLARINDO: ¡Ay, mi dicha! NATILDE: ¡Ay, dichoso! CLARINDO: No tiene tantos ayes un leproso. SANCHO: ¿Qué dice al fin tu hermano? ESTRELLA: Que, hechas las escrituras tan firmes y seguras, el casamiento es llano, y que el darte la mano unos días dilate hasta que él se prevenga. SANCHO: Mi amor quiere que tenga mísero fin; el tiempo le combate. Hoy casarme querría; que da el tiempo mil vueltas cada día. La mar, tranquila y cana, amanece ya en leche, y, antes que montes eche al sol por la mañana, en círculos de grana madruga el alba hermosa, y luego negra nube en sus hombros se sube vistiéndola con sombra tenebrosa, y los que fueron riscos son de nieve gigantes basiliscos. Penachos de colores toma un almendro verde, y en un instante pierde sus matizadas flores; cruzan murmuradores los arroyuelos puros, y en su argentado suelo grillos les pone el hielo; pues si éstos dél jamás están seguros, ¿cómo en tanta mudanza podré tener del tiempo confïanza? ESTRELLA: Si el tiempo se detiene, habla a mi hermano. SANCHO: Quiero hablarle, porque muero lo que Amor le entretiene. CLARINDO: Busto Tavera viene.
Sale BUSTO
BUSTO: ¡Sancho amigo! ESTRELLA: ¡Ay! ¿Qué es esto? SANCHO: ¿Vos con melancolía? BUSTO: Tristeza y alegría en cuidado me ha puesto. Éntrate dentro, Estrella. ESTRELLA: ¡Válgame Dios, si el tiempo me atropella!
Vanse [ESTRELLA, y NATILDE]
BUSTO: Sancho Ortiz de las Roelas... SANCHO: ¿Ya no me llamáis cuñado? BUSTO: Un caballo desbocado me hace correr sin espuelas. Sabed que el rey me llamó, no sé, por Dios, para qué; que, aunque se lo pregunté, jamás me lo declaró. Hacíame general de Archidona, sin pedillo, y, a fuerza de resistillo, no me dió el bastón real. Hízome al fin... SANCHO: Proseguid; que todo eso es alegría. Decid la melancolía, y la tristeza decid. BUSTO: De su cámara me ha hecho. SANCHO: También es gusto. BUSTO: Al pesar vamos. SANCHO: Que me ha de costar algún cuidado sospecho. BUSTO: Díjome que no casara a Estrella, porque el quería casalla, y se prefería, cuando yo no la dotara, a hacerlo, y darla marido a su gusto. SANCHO: Tú dijiste que estabas alegre y triste; mas yo solo el triste he sido, pues tú alcanzas las mercedes, y yo los pesares cojo. Déjame a mí con tu enojo, y tú el gusto tener puedes; que en la cámara del rey, y bien casada tu hermana, el tenerle es cosa llana; mas no cumples con la ley de amistad, porque debías decirle al rey que ya estaba casada tu hermana. BUSTO: Andaba entre tantas demasías turbado mi entendimiento, que lugar no me dió allí a decirlo. SANCHO: Siendo ansí, ¿no se hará mi casamiento? BUSTO: ¿Volviendo a informar al rey que están hechos los conciertos y escrituras, serán ciertos los contratos; que su ley no ha de atropellar lo justo? SANCHO: Si el rey la quiere torcer, ¿quién fuerza le podrá hacer, habiendo interés o gusto? BUSTO: Yo le hablaré, y vos también, pues yo entonces, de turbado, no le dije lo tratado. SANCHO: ¡Muerte pesares me den! Bien decía que en el tiempo no hay instante de firmeza, y que el llanto y la tristeza son sombra del pasatiempo. Y cuando el rey con violencia quisiere torcer la ley... BUSTO: Sancho Ortiz, el rey es rey; callar y tener paciencia.
Vase
SANCHO: En ocasión tan triste, ¿quién paciencia tendrá, quién sufrimiento? Tirano, que veniste a perturbar mi dulce casamiento con aplauso a Sevilla, ¡no goces los imperios de Castilla! Bien de don Sancho el Bravo mereces el renomabre que en las obras de conocerte acabo; y, pues por tu crueldad tal nombre cobras y Dios siempre la humilla, ¡no goces los imperios de Castilla! ¡Conjúrese tu gente, y pongan a los hijos de tu hermano la corona en la frente con bulas del pontífice romano! Y dándoles tu silla, ¡no goces los imperios de Castilla! De Sevilla salgamos; vamos a Gibraltar, donde las vidas en su riesgo perdamos. CLARINDO: Sin ir allá las damos por perdidas. SANCHO: Con Estrella tan bella ¿cómo vengo a tener tan mala estrella? Mas ¡ay! que es rigurosa, y en mí son sus efecto desdichados. CLARINDO: Por esta Estrella hermosa morimos como huevos estrellados; mejor fuera en tortilla. SANCHO: ¡No goces los imperios de Castilla!
Vanse. Salen el REY, don ARIAS, y acompañamiento
REY: Decid como estoy aquí. ARIAS: Ua lo saben, y a la puerta a recibirte, señor, sale don Busto Tavera. BUSTO: ¿Tal merced, tanto favor? ¿En mi casa Vuestra Alteza? REY: Por Sevilla así embozado salí, con gusto de verla; y me dijeron, pasando, que eran vuestras casas éstas, y quise verlas; que dicen que son en extremo buenas. BUSTO: Son casas de un escudero. REY: Entremos. BUSTO: Señor, son hechas para mi humildad, y vos no podéis caber en ellas; que, para tan gran señor, se cortaron muy estrechas, y no os vendrán bien sus salas; que son, gran señor, pequeñas, porque su mucha humildad no aspira a tanta soberbia; fuera, señor, de que en casa tengo una hermosa doncella solamente, que la caso ya con escrituras hechas, y no sonará muy bien en Sevilla, cuando sepan que a visitarla venís. REY: No vengo, Busto, por ella; por vos vengo. BUSTO: Gran señor, notable merced es ésta; y, si aquí por mí venís, no es justo que os obedezca; que será descortesía que a visitar su rey venga al vasallo, y que el vasallo lo permita y lo consienta. Crïado y vasallo soy, y es más razón que yo os vea, ya que me queréis honrar, en el Alcázar; que afrentan muchas veces las mercedes, cuando vienen con sospecha. REY: ¿Sospecha? ¿De qué? BUSTO: Dirán, puesto que al contrario sea, que venistes a mi casa por ver a mi hermana; y puesta en opiniones su fama, está a pique de perderla; que el honor es cristal puro, que con un soplo se quiebra. REY: Ya que estoy aquí, un negocio comunicaros quisiera. Entremos. BUSTO: Por el camino será, si me dais licencia; que no tengo apercebida la casa.
Aparte con don ARIAS
REY: Gran resistencia nos hace. ARIAS: Llevarle importa; que yo quedaré con ella, y en tu nombre la hablaré. REY: Habla paso, no te entienda; que tiene todo su honor este necio en las orejas. ARIAS: Arracadas muy pesadas de las orejas se cuelgan: el peso las romperá. REY: Basta, no quiero por fuerza ver vuestra casa. BUSTO: Señor, en casando a doña Estrella, con el adorno que es justo la verá. ARIAS: Esos coches llega. REY: Ocupad, Busto, un estribo. BUSTO: A pie, si me dais licencia, señor, yo iré. REY: El coche es mío, y mando yo en él. ARIAS: Ya esperan los coches. REY: Guíen al Alcázar. BUSTO: (Muchas mercedes son éstas, Aparte y gran favor me hace el rey. ¡Plegue a Dios que por bien sea!)
Vanse, y queda don ARIAS. Salen ESTRELLA, y NATILDE
ESTRELLA: ¿Qué es lo que dices, Natilde? NATILDE: Que era el rey, señora. ARIAS: Él era; y no es mucho que los reyes siguiendo una Estrella vengan. A vuestra casa venía buscando tanta belleza; que, si el rey lo es de Castilla, vos de la beldad sois reina. El rey don Sancho, a quien llaman, por su invicta fortaleza, el Bravo, el vulgo, y los moros, porque de su nombre tiemblan, el Fuerte, y sus altas obras, el Sacro y Augusto César --que los laureles romanos, con sus hazañas, afrenta,-- esa divina hermosura vió en un balcón, competencia de los palacios del alba, cuando, en rosas y azucenas medio dormidas, las aves la madrugan y recuerdan, y, del desvelo llorosa, vierte racimos de perlas. Mandóme que de Castilla las riquezas te ofreciera --aunque son para tus gracias limitadas sus riquezas,-- que su voluntad admitas; que, si la admites y premias, serás de Sevilla el Sol, si hasta aquí has sido la Estrella. Daráte villas, ciudades, de quien serás ricahembra, y a un ricohombre te dará por esposo, con quien seas corona de tus pasados y aumento de tus Taveras. ¿Qué respondes? ESTRELLA: ¿Qué respondo? Lo que ves.
Vuelve la espalda
ARIAS: Aguarda, espera. ESTRELLA: A tan livianos recados da mi espalda la respuesta.
Vase
ARIAS: (¡Notable valor de hermanos! Aparte Los dos suspenso me dejan. La gentilidad romana Sevilla en los dos celebra. Parece cosa imposible que el rey los contraste y venza; pero porfía y poder talan montes, rompen peñas. Hablar quiero a esta crïada; que las dádivas son puertas para conseguir favores de las Porcias y Lucrecias.)
A NATILDE
¿Eres crïada de casa? NATILDE: Crïada soy, mas por fuerza. ARIAS: ¿Cómo por fuerza? NATILDE: Que soy esclava. ARIAS: ¿Esclava? NATILDE: Y sujeta, sin la santa libertad, a muerte y prisión perpetua. ARIAS: Pues yo haré que el rey te libre, y mil ducados de renta con la libertad te dé, si en su servicio te empleas. NATILDE: Por la libertad y el oro no habrá maldad que no emprenda; mira lo que puedo hacer; que lo haré, como yo pueda. ARIAS: Tú has de dar al rey entrada en casa esta noche. NATILDE: Abiertas todas las puertas tendrá, como cumplas la promesa. ARIAS: Una cédula del rey, con su firma y de su letra, antes que entre, te daré. NATILDE: Pues yo le pondré en la mesma cama de Estrella esta noche. ARIAS: ¿A qué hora Busto se acuesta? NATILDE: Al alba viene a acostarse; todas las noches requiebra; que este descuido en los hombres infinitas honras cuesta. ARIAS: ¿Y a qué hora te parece que venga el rey? NATILDE: Señor, venga a las once; que ya entonces estará acostada. ARIAS: Lleva esta esmeralda en memoria de las mercedes que esperas del rey. NATILDE: Que no hay para qué. ARIAS: No quiero que te parezcas a los médicos. NATILDE: Por oro, ¿qué monte tendrá firmeza? El oro ha sido en el mundo el que los males engendra, porque si él faltara, es claro, no hubiera infamias, ni afrentas.
Vanse, y Salen ÍÑIGO Osorio, BUSTO Tavera, y don MANUEL, Con llaves doradas
MANUEL: Goce Vuestra Señoría la llave y cámara, y vea el aumento que desea. BUSTO: Saber pagalle querría a Su Alteza la merced que me hace sin merecella. ÍÑIGO. Mucho merecéis, y en ella que no se engaña, creed, el rey. BUSTO: Su llave me ha dado: pero me hace de su cielo, aunque me amenaza el suelo, viéndome tan levantado; que, como impensadamente tantas mercedes me ha hecho, que se ha de mudar, sospecho, el que honra tan de repente. Mas, conservando mi honor, si a lo que he sido me humilla, vendré a quedarme en Sevilla Veinticuatro, y Regidor. ÍÑIGO: ¿Quién es de guarda? MANUEL: Ninguno de los tres. ÍÑIGO. Pues yo quisiera holgarme. MANUEL: Busto Tavera, si tenéis requiebro alguno, esta noche nos llevad, y la espalda os guardaremos. BUSTO: Si queréis que visitemos lo común de la ciudad, yo os llevaré donde halléis conceptos, y vocería, y dulce filosofía de Amor. MANUEL: Merced nos haréis.
Sale don ARIAS
ARIAS: A recoger, caballeros; que quiere el rey escribir. MANUEL: Vamos, pues, a divertir la noche.
Vanse, y [queda don ARIAS]. Sale el REY
REY: ¿Que sus luceros esta noche he de gozar, don Arias? ARIAS: El esclavilla es estremada. REY: Castilla estatuas la ha de labrar. ARIAS: Una cédula has de hacella. REY: Ven, don Arias, a ordenarla; que no dudaré en firmarla, como mi amor lo atropella. ARIAS: ¡Buena queda la esclavilla, a fe de noble! REY: Recelo que me vende el sol del cielo en la Estrella de Sevilla.

FIN DEL ACTO PRIMERO

La estrella de Sevilla, Jornada 2


Texto electrónico por Vern G. Williamsen y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
 

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Actualización más reciente: 26 Jun 2002