[Sala en casa de don BELTRÁN] Salen don GARCÍA, TRISTÁN y CAMINO GARCÍA: "La fuerza de una ocasión me hace exceder del orden de mi estado. Sabrála v.m. esta noche por un balcón que le enseñará el portador, con lo demás que no es para escrito, y guarde N. Señor..." ¿Quién este papel me escribe? CAMINO: Doña Lucrecia de Luna. GARCÍA: El alma, sin duda alguna, que dentro en mi pecho vive. ¿No es ésta una dama hermosa que hoy, antes de media día, estaba en la Platería? CAMINO: Sí, señor. GARCÍA: ¡Suerte dichosa! Informadme, por mi vida, de las partes de esta dama. CAMINO: Mucho admiro que su fama esté de vos escondida. Porque la habéis visto, dejo de encarecer que es hermosa; es discreta y virtüosa; su padre es viudo y es viejo; dos mil ducados de renta los que ha de heredar serán, bien hechos. GARCÍA: ¿Oyes, Tristán? TRISTÁN: Oigo, y no me descontenta. CAMINO: En cuanto a ser principal, no hay que hablar; Luna es su padre y fue Mendoza su madre, tan finos como un coral. Doña Lucrecia, en efeto, merece un rey por marido. GARCÍA: ¡Amor, tus alas te pido para tan alto sujeto! ¿Dónde vive? CAMINO: A la Victoria. GARCÍA: Cierto es mi bien. Que seréis, dice aquí, quien me guïéis al cielo de tanta gloria. CAMINO: Serviros pienso a los dos. GARCÍA: Y yo lo agradeceré. CAMINO: Esta noche volveré, en dando las diez, por vos. GARCÍA: Eso le dad por respuesta a Lucrecia. CAMINO: Adiós quedad. Vase CAMINO GARCÍA: ¡Cielos! ¿Qué felicidad, Amor, qué ventura es ésta? ¿Ves, Tristán, cómo llamó la más hermosa el cochero a Lucrecia, a quien yo quiero? Que es cierto que quien me habló es la que el papel me envía. TRISTÁN: Evidente presunción. GARCÍA: Que la otra, ¿qué ocasión para escribirme tenía? TRISTÁN: Y a todo mal suceder, presto de duda saldrás, que esta noche la podrás en la habla conocer. GARCÍA: Y que no me engañe es cierto, según dejó en mi sentido impreso el dulce sonido de la voz con que me ha muerto. Sale un PAGE con un papel; dalo a don GARCÍA PAGE: Éste, señor don García, es para vos. GARCÍA: No esté así. PAGE: Crïado vuestro nací. GARCÍA: Cúbrase, por vida mía. Lee a solas don GARCÍA "Averiguar cierta cosa importante a solas quiero con vos. A las siete espero en San Blas. --Don Juan de Sosa." (¡Válgame Dios! Desafío. Aparte ¿Qué causa puede tener don Juan, si yo vine ayer y él es tan amigo mío?) Decid al señor don Juan que esto será así. Vase el PAGE TRISTÁN: Señor, mudado estás de color. ¿Qué ha sido? GARCÍA: Nada, Tristán. TRISTÁN: No puedo saberlo? GARCÍA: No. TRISTÁN: Sin duda es cosa pesada. GARCÍA: Dame la capa y espada. (¿Qué causa le he dado yo?) Aparte Vase TRISTÁN. Sale don BELTRÁN BELTRÁN: ¿García? GARCÍA: ¿Señor? BELTRÁN: Los dos a caballo hemos de andar juntos hoy, que he de tratar cierto negocio con vos. GARCÍA: ¿Mandas otra cosa? BELTRÁN: ¿Adónde vaya cuando el sol echa fuego? Sale TRISTÁN y dale de vestir a don GARCÍA GARCÍA: Aquí a los trucos me llego de nuestro vecino el conde. BELTRÁN: No apruebo que os arrojéis, siendo venido de ayer, a daros a conocer a mil que no conocéis; si no es que dos condiciones guardéis con mucho cuidado, y son: que juguéis contado y habléis contadas razones. Pues que mi parecer es éste, haced vuestro gusto. GARCÍA: Seguir tu consejo es justo. BELTRÁN: Haced que a vuestro placer aderezo se prevenga a un caballo para vos. GARCÍA: A ordenallo voy. BELTRÁN: Adiós. Vase don GARCÍA BELTRÁN: (¡Que tan sin gusto me tenga Aparte lo que su ayo me dijo!) ¿Has andado con García, Tristán? TRISTÁN: Señor, todo el día. BELTRÁN: Sin mirar en que es mi hijo, si es que el ánimo fïel que siempre en tu pecho he hallado agora no te ha faltado, me di lo que sientes de él. TRISTÁN: ¿Qué puedo yo haber sentido en un término tan breve? BELTRÁN: Tu lengua es quien no se atreve, que el tiempo bastante ha sido, y más a tu entendimiento. Dímelo, por vida mía, sin lisonja. TRISTÁN: Don García, mi señor, a lo que siento, que he de decirte verdad, pues que tu vida has jurado... BELTRÁN: De esa suerte has obligado siempre a mí tu voluntad. TRISTÁN: ...tiene un ingenio excelente, con pensamientos sutiles; mas caprichos juveniles con arrogancia imprudente. De Salamanca reboza la leche, y tiene en los labios los contagiosos resabios de aquella caterva moza. Aquel hablar arrojado, mentir sin recato y modo; aquel jactarse de todo y hacerse en todo extremado... Hoy, en término de un hora, echó cinco o seis mentiras. BELTRÁN: ¡Válgame Dios! TRISTÁN: ¿Qué te admiras pues lo peor falta agora; que son tales, que podrá cogerle en ellas cualquiera. BELTRÁN: ¡Ah, Dios! TRISTÁN: Yo no te dijera lo que tal pena te da a no ser de ti forzado. BELTRÁN: Tu fe conozco y tu amor. TRISTÁN: A tu prudencia, señor, advertir será excusado el riesgo que correr puedo si esto sabe don García, mi señor. BELTRÁN: De mí confía; pierde, Tristán, todo el miedo. Manda luego aderezar los caballos. Vase TRISTÁN BELTRÁN: Santo Dios, pues esto permitís vos, esto debe de importar. ¿A un hijo solo, a un consuelo que en la tierra le quedó a mi vejez triste, dio tan gran contrapeso el cielo? Ahora bien, siempre tuvieron los padres disgustos tales; siempre vieron muchos males los que mucha edad vivieron. ¡Paciencia! Hoy he de acabar, si puedo, su casamiento. Con la brevedad intento este daño remediar, antes que su liviandad, en la corte conocida, los casamientos le impida que pide su calidad. Por dicha, con el cuidado que tal estado acarrea, de una costumbre tan fea se vendrá a haber enmendado. Que es vano pensar que son el reñir y aconsejar bastantes para quitar una fuerte inclinación. Sale TRISTÁN TRISTÁN: Ya los caballos están, viendo que salir procuras, probando las herraduras en las guijas del zaguán. Porque con las esperanzas de tan gran fiesta, el overo a solas está, primero, ensayando sus mudanzas; Y el bayo, que ser procura émulo al dueño que lleva, estudia con alma nueva movimiento y compostura. BELTRÁN: Avisa, pues, a García. TRISTÁN: Ya te espera tan galán, que en la corte pensarán que a estas horas sale el día. Vanse los dos [Sala en casa de don Sancho] Salen ISABEL y JACINTA ISABEL: La pluma tomó al momento Lucrecia, en ejecución de tu agudo pensamiento, y esta noche en su balcón, para tratar cierto intento, le escribió que aguardaría, para que puedas en él platicar con don García. Camino llevó el papel; persona de quien se fía. JACINTA: Mucho Lucrecia me obliga. ISABEL: Muestra en cualquier ocasión ser tu verdadera amiga. JACINTA: ¿Es tarde? ISABEL: Las cinco son. JACINTA: Aun durmiendo me fatiga la memoria de don Juan, que esta siesta le he soñado celoso de otro galán. Miran adentro las dos ISABEL: ¡Ay, señora! Don Beltrán y el perulero a su lado. JACINTA: ¿Qué dices? ISABEL: Digo que aquél que hoy te habló en la Platería viene a caballo con él. Mírale. JACINTA: ¡Por vida mía que dices verdad, que es él! ¿Hay tal? ¿Cómo el embustero se nos fingió perulero, si es hijo de don Beltrán? ISABEL: Los que intentan siempre dan gran presunción al dinero, y con ese medio, hallar entrada en tu pecho quiso, que debió de imaginar que aquí le ha de aprovechar más ser Midas que Narciso. JACINTA: En decir que ha que me vio un año, también mintió, porque don Beltrán me dijo que ayer a Madrid su hijo de Salamanca llegó. ISABEL: Si bien lo miras, señora, todo verdad puede ser, que entonces te pudo ver, irse de Madrid, y agora, de Salamanca volver. Y cuando no, ¿qué te admira que, quien a obligar aspira prendas de tanto valor, para acreditar su amor, se valga de una mentira? Demás que tengo por llano, si no miente mi sospecha, que no lo encarece en vano; que hablarte hoy su padre, es flecha que ha salido de su mano. No ha sido, señora mía, acaso que el mismo día que él te vio y mostró quererte, venga su padre a ofrecerte por esposo a don García. JACINTA: Dices bien; mas imagino que el término que pasó desde que el hijo me habló hasta que su padre vino, fue muy breve. ISABEL: Él conoció quién eres; encontraría su padre en la Platería; hablóle, y él, que no ignora tus calidades y adora justamente a don García, vino a tratarlo al momento. JACINTA: Al fin, como fuere, sea. De sus partes me contento, quiere el padre, él me desea; da por hecho el casamiento. Vanse las dos [Paseo de Atocha] Salen don BELTRÁN y don GARCÍA BELTRÁN: ¿Qué os parece? GARCÍA: Que animal no vi mejor en mi vida. BELTRÁN: ¡Linda bestia! GARCÍA: Corregida de espíritu racional. ¡Qué contento y bizarría! BELTRÁN: Vuestro hermano don Gabriel, que perdona Dios, en él todo su gusto tenía. GARCÍA: Ya que convida, señor, de Atocha la soledad, declara tu voluntad. BELTRÁN: Mi pena, diréis mejor. ¿Sois caballero, García? GARCÍA: Téngome por hijo vuestro. BELTRÁN: ¿Y basta ser hijo mío para ser vos caballero? GARCÍA: Yo pienso, señor, que sí. BELTRÁN: ¡Qué engañado pensamiento! Sólo consiste en obrar como caballero al serlo. ¿Quién dio principio a las casas nobles? Los ilustres hechos de sus primeros autores. Sin mirar su nacimientos, hazañas de hombres humildes honraron sus herederos. Luego en obrar mal o bien está el ser malo o ser bueno. ¿Es ansí? GARCÍA: Que las hazañas den nobleza, no lo niego; mas no neguéis que sin ellas también la da el nacimiento. BELTRÁN: Pues si honor puede ganar quien nació sin él, ¿no es cierto que, por el contrario, puede, quien con él nació, perdello? GARCÍA: Es verdad. BELTRÁN: Luego si vos obráis afrentosos hechos, aunque seáis hijo mío, dejáis de ser caballero; luego si vuestras costumbres os infaman en el pueblo, no importan paternas armas, no sirven altos abuelos. ¿Qué cosa es que la fama diga a mis oídos mesmos que a Salamanca admiraron vuestras mentiras y enredos? ¡Qué caballero y qué nada! Si afrenta al noble y plebeyo sólo el decirle que miente, decid, ¿qué será el hacerlo, si vivo sin honra yo, según los humanos fueros, mientras de aquél que me dijo que mentía no me vengo? ¿Tan larga tenéis la espada, tan duro tenéis el pecho, que penséis poder vengaros, diciéndolo todo el pueblo? ¿Posible es que tenga un hombre tan humildes pensamientos que viva sujeto al vicio más sin gusto y sin provecho? El deleite natural tiene a los lascivos presos; obliga a los codiciosos el poder que da el dinero; el gusto de los manjares al glotón; el pasatiempo y el cebo de la ganancia, a los que cursan el juego; su venganza, al homicida; al robador, su remedio; la fama y la presunción, al que es por la espada inquieto. Todos los gustos, al fin, o dan gusto o dan provecho; mas de mentir, ¿qué se saca sino infamia y menosprecio? GARCÍA: Quien dice que miento yo, ha mentido. BELTRÁN: También eso es mentir, que aun desmentir no sabéis sino mintiendo. GARCÍA: ¡Pues, si dais en no creerme...! BELTRÁN: ¿No seré necio si creo que vos decía verdad solo y miente el lugar entero? Lo que importa es desmentir esta fama con los hechos, pensar que éste es otro mundo, hablar poco y verdadero; mirar que estáis a la vista de un rey tan santo y perfeto, que vuestros yerros no pueden hallar disculpa en sus yerros; que tratáis aquí con grandes, títulos y caballeros, que, si os saben la flaqueza, o perderán el respeto; que tenéis barba en el rostro, que al lado ceñís acero, que nacistes noble al fin, y que yo soy padre vuestro. Y no he de deciros más, que esta sofrenada espero que baste para quien tiene calidad y entendimiento. Y agora, porque entendáis que en vuestro bien me desvelo, sabed que os tengo, García, tratado un gran casamiento. GARCÍA: (¡Ay, mi Lucrecia!) Aparte BELTRÁN: Jamás pusieron, hijo, los cielos tantas, tan divinas partes en un humano sujeto, como en Jacinta, la hija de don Fernando Pacheco, de quien mi vejez pretende tener regalados nietos. GARCÍA: (¡Ay, Lucrecia! Si es posible, Aparte tú sola has de ser mi dueño). BELTRÁN: ¿Qué es esto? ¿No respondéis? GARCÍA: (¡Tuyo he de ser, vive el cielo!) Aparte BELTRÁN: ¿Qué os entristecéis? ¡Hablad! No me tengáis más suspenso. GARCÍA: Entristézcome porque es imposible obedeceros. BELTRÁN: ¿Por qué? GARCÍA: Porque soy casado. BELTRÁN: ¡Casado! ¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Cómo, sin saberlo yo? GARCÍA: Fue fuerza, y está secreto. BELTRÁN: ¿Hay padre más desdichado? GARCÍA: No os aflijáis, que, en sabiendo la causa, señor, tendréis por venturoso el efeto. BELTRÁN: Acabad, pues, que mi vida pende sólo de un cabello. GARCÍA: (Agora os he menester, Aparte sutilezas de mi ingenio). En Salamanca, señor, hay un caballero noble, de quien es la alcuña Herrera y don Pedro el propio nombre. A éste dio el cielo otro cielo por hija, pues, con dos soles sus dos purpúreas mejillas hacen claros horizontes. Abrevio, por ir al caso, con decir que cuantas dotes pudo dar Naturaleza en tierna edad, la componen. Mas la enemiga fortuna, observante en su desorden, a sus méritos opuesta, de sus bienes la hizo pobre; que, demás de que su casa no es tan rica como noble, al mayorazgo nacieron, antes que ella, dos varones. A ésta, pues, saliendo al río, la vi una tarde en su coche, que juzgara el de Faetón si fuese Erídano el Tormes. No sé quién los atributos del fuego en Cupido pone, que yo, de un súbito hielo, me sentí ocupar entonces. ¿Qué tienen que ver del fuego las inquietudes y ardores con quedar absorta un alma, con quedar un cuerpo inmóvil? Caso fue, verla, forzoso; viéndola, cegar de amores; pues, abrasado, seguiría, júzguelo en pecho de bronce. Pasé su calle de día, rondé su puerta de noche; con terceros y papeles, le encarecí mis pasiones; hasta que, al fin, condolida o enamorada, responde, porque también tiene Amor jurisdicción en los dioses. Fui acrecentando finezas y ella aumentando favores, hasta ponerme en el cielo de su aposento una noche. Y, cuando solicitaban el fin de mi pena enorme, conquistando honestidades, mis ardientes pretensiones, siento que su padre viene a su aposento; llamóle porque jamás tan hacía, mi fortuna aquella noche. Ella, turbada, animosa, ¡mujer al fin!, a empullones mi casi difunto cuerpo detrás de su lecho esconde. Llegó don Pedro, y su hija, fingiendo gusto, abrazóle, por negar el rostro en tanto que cobraba sus colores. Asentáronse los dos, y él, con prudentes razones, le propuso un casamiento con uno de los Monroyes. Ella, honesta como cauta, de tal suerte le responde, que ni a su padre resista, ni a mí, que la escucho, enoje. Despidiéronse con esto, y, cuando ya casi pone en el umbral de la puerta el viejo los pies, entonces..., ¡Mal hay, amén, el primero que fue inventor de relojes!, uno que llevaba yo, a dar comenzó las doce. Oyólo don Pedro, y vuelto hacia su hija: "¿De dónde vino ese reloj?," le dijo. Ella respondío: "Envióle, para que se le aderecen, mi primo don Diego Ponce, por no haber en su lugar relojero ni relojes." "Dádmele," dijo su padre, "porque yo ese cargo tome." Pues entonces doña Sancha, que éste es de la dama el nombre, a quitármele del pecho, cauta y prevenida corre, antes que llegar él mismo a su padre se le antoje. Quitémelo yo, y al darle, quiso la suerte que toquen a una pistola que tengo en la mano los cordones. Cayó el gatillo, dió fuego; al tronido desmayóse doña Sancha; alborotado el viejo, empezó a dar voces. Yo, viendo el cielo en el suelo y eclipsados sus dos soles, juzgué sin duda por muerta la vida de mis acciones, pensando que cometieron sacrilegio tan enorme, del plomo de mi pistola, los breves, volantes orbes. Con esto, pues, despechado, saqué rabioso el estoque; fueron pocos para mí, en tal ocasión, mi hombres. A impedirme la salida, como dos bravos leones, con sus armas sus hermanos y sus crïados se oponen; mas, aunque fácil por todos mi espada y mi fuerza rompen, no hay fuerza humana que impida fatales disposiciones; pues, al salir por la puerta, como iba arrimado, asióme la alcayata de la aldaba, por los tiros del estoque. Aquí, para desasirme, fue fuerza que atrás me torne, y, entre tanto, mis contrarios, muros de espadas me oponen. En esto cobró su acuerdo Sancha, y para que se estorbe el triste fin que prometen estos sucesos atroces, la puerta cerró, animosa, del aposento, y dejóme a mí con ella encerrado, y fuera a mis agresores. Arrimamos a la puerta baúles, arcas y cofres, que al fin son de ardientes iras remedio las dilaciones. Quisimos hacernos fuertes; mas mis contrarios, feroces, ya la pared me derriban y ya la puerta me rompen. Yo, viendo que, aunque dilate, no es posible que revoque la sentencia de enemigos tan agraviadas y nobles, viendo a mi lado la hermosa de mis desdichas consorte, y que hurtaba a sus mejillas el temor sus arreboles; viendo cuán sin culpa suya conmigo Fortuna corre, pues con industria deshace cuanto los hados disponen, por dar premio a sus lealtades, por dar fin a sus temores, por dar remedio a mi muerte, y dar muerte a más pasiones, hube de darme a partido, y pedirles que conformen con la unión de nuestras sangres tan sangrientas disenciones. Ellos, que ven el peligro y mi calidad conocen, lo aceptan, después de estar un rato entre sí discordes. Partió a dar cuenta al obispo su padre, y volvió con orden de que el desposorio pueda hacer cualquier sacerdote. Hízose, y en dulce paz la mortal guerra trocóse, dándote la mejor nuera que nació del sur al norte. Mas en que tú no lo sepas quedamos todos conformes, por no ser con gusto tuyo y por ser mi esposa pobre; pero, ya que fue forzoso saberlo, mira se escoges por mejor tenerme muerto que vivo y con mujer noble. BELTRÁN: Las circunstancias del caso son tales, que se conoce que la fuerza de la suerte te destinó esa consorte, y así, no te culpo en más que en callármelo. GARCÍA: Temores de darte pesar, señor, me obligaron. BELTRÁN: Si es tan noble, ¿qué importa que pobre sea? ¡Cuánto es peor que lo ignore, para que, habiendo empeñado mi palabra, agora torne con eso a doña Jacinta! ¡Mira en qué lance me pones! Toma el caballo, y temprano, por mi vida, te recoje, porque de espacio tratemos de tus cosas esta noche. GARCÍA: Iré a obedecerte al punto que toquen las oraciones. Vase don BELTRÁN Dichosamente se ha hecho. Persuadido el viejo va. Ya del mentir no dirá que es sin gusto y sin provecho; pues en tan notorio gusto el ver que me haya creído, y provecho haber huído de casarme a mi disgusto. ¡Bueno fue reñir conmigo porque en cuanto digo miento, y dar crédito al momento a cuantas mentiras digo! ¡Qué fácil de persuadir quien tiene amor suele ser! Y ¡qué fácil en creer el que no sabe mentir! Mas ya me aguarda don Juan. Dirá hacia adentro ¡Hola! Llevad el caballo. Tan terribles cosas hallo que sucediéndome van, que pienso que desvarío. Vine ayer y, en un momento, tengo amor y casamiento y causa de desafío. Sale don JUAN JUAN: Como quien sois lo habéis hecho, don García. GARCÍA: ¿Quién podía, sabiendo la sangre mía, pensar menos de mi pecho? Mas vamos, don Juan, al caso porque llamado me habéis. Decid, ¿qué causa tenéis --que por sabella me abraso-- de hacer este desafío? JUAN: Esa dama a quien hicisteis, conforme vos me dijisteis, anoche fiesta en el río, es causa de mi tormento, y es con quien dos años ha que, aunque se dilata, está tratado mi casamiento. Vos ha un mes que estáis aquí, y de eso, como de estar encubierto en el lugar todo ese tiempo de mí, colijo que, habiendo sido tan público mi cuidado, vos no lo habéis ignorado, y así, me habéis ofendido. Con esto que he dicho, digo cuanto tengo que decir, y es que, o no habéis de seguir el bien que ha tanto que sigo, o, si acaso os pareciere mi petición mal fundada, se remita aquí a la espada, y la sirve el que venciere. GARCÍA: Pésame que, sin estar del caso bien informado, os hayáis determinado a sacarme a este lugar. La dama, don Juan de Sosa, de mi fiesta, vive Dios que ni la habéis visto vos, ni puede ser vuestra esposa; que es casada esta mujer, y ha tan poco que llegó a Madrid, que sólo yo sé que la he podido ver. Y, cuando ésa hubiera sido, de no verla más os doy palabra, como quien soy, o quedar por fementido. JUAN: Con eso se aseguró la sospecha de mi pecho y he quedado satisfecho. GARCÍA: Falta que lo quede yo, que haberme desafïado no se ha de quedar así; libre fue el sacarme aquí, mas, habiéndome sacado, me obligasteis, y es forzoso, puesto que tengo de hacer como quien soy, no volver sino muerto o victorioso. JUAN: Pensado, aunque a mis desvelos hayáis satisfecho así, que aún deja cólera en mí le memoria de mis celos. Sacan las espadas y acuchíllanse. Sale don FÉLIX FÉLIX: Deténganse, caballeros, que estoy aquí yo. GARCÍA: ¡Que venga agora quien me detenga! FÉLIX: Vestid los fuertes aceros, que fue falsa la ocasión de esta pendencia. JUAN: Ya había dícholo así don Garcia; pero, por la obligación en que pone el desafío, desnudó el valiente acero. FÉLIX: Hizo como caballero de tanto valor y brío. Y, pues, bien quedado habéis con esto, merezca yo que, a quien de celoso erró, perdón y las manos deis. Dense las manos GARCÍA: Ello es justo y lo mandáis. Mas mirad de aquí adelante, en caso tan importante, don Juan, cómo os arrojáis. Todo lo habéis de intentar primero que el desafío, que empezar es desvarío por donde se ha de acabar. Vase don GARCÍA FÉLIX: Extraña ventura ha sido haber yo a tiempo llegado. JUAN: ¿Que en efecto me he engañado? JUAN: Sí. JUAN: ¿De quién lo habéis sabido? FÉLIX Súpelo de un escudero de Lucrecia. JUAN: Decid, pues, ¿cómo fue? FÉLIX: La verdad es que fue el coche y el cochero de doña Jacinta anoche al Sotillo, y que tuvieron gran fiesta las que en él fueron; pero fue prestado el coche. Y el caso fue que, a las horas que fue a ver Jacinta bella a Lucrecia, ya con ella estaban las matadoras, las dos primas de la quinta. JUAN: ¿Las que en el Carmen vivieron? FÉLIX: Sí, Pues ellas le pidieron el coche a doña Jacinta, y en él, con la oscura noche, fueron al río las dos. Pues vuestro paje, a quien vos dejasteis siguiendo el coche, como en él dos damas vio entrar cuando anochecía, y noticia no tenía de otra visita, creyó ser Jacinta la que entraba y Lucrecia. JUAN: Justamente. FÉLIX: Siguió el coche diligente y, cuando en el soto estaba, entre la música y cena lo dejó y volvió v buscaros a Madrid, y fue el no hallaros ocasión de tanta pena; porque, yendo vos allá, se deshiciera el engaño. JUAN: En eso estuvo mi daño. Mas tanto gusto me da el saber que me engañé, que doy por bien empleado el disgusto que he pasado. FÉLIX: Otra cosa averigüé que es bien graciosa. JUAN: Decid. FÉLIX: Es que el dicho don García llegó ayer en aquel día de Salamanca a Madrid, y en llegando se acostó, y durmió la noche toda, y fue embeleco la boda y festín que nos contó. JUAN: ¿Qué decís? FÉLIX: Esto es verdad. JUAN: ¿Embustero es don García? FÉLIX: Eso un ciego lo vería; porque tanta variedad de tiendas, aparadores, vajillas de plata y oro, tanto plato, tanto coro de instrumentos y cantores, ¿no eran mentira patente? JUAN: Lo que me tiene dudoso es que sea mentiroso un hombre que es tan valiente; que de su espada el furor diera a Alcides pesadumbre. FÉLIX: Tendrá el mentir por costumbre y por herencia el valor. JUAN: Vamos, que a Jacinta quiero pedille, Félix, perdón, y decille la ocasión con que esforzó este embustero mi sospecha. FÉLIX: Desde aquí nada le creo, don Juan. JUAN: Y sus verdades serán ya consejos para mí. Vanse los dos [La calle] Salen TRISTÁN, don GARCÍA y CAMINO, de noche GARCÍA: Mi padre me dé perdón, que forzado le engaña. TRISTÁN: ¡Ingeniosa excusa fue! Pero, dime: ¿qué invención agora piensas hacer con que no sepa que ha sido el casamiento fingido? GARCÍA: Las cartas le he de coger que a Salamanca escribiere, y, las respuestas fingiendo yo mismo, iré entreteniendo la ficción cuanto pudiere. Salen JACINTA, LUCRECIA e ISABEL a la ventana JACINTA: Con esta nueva volvió don Beltrán bien descontento, cuando ya del casamiento estaba contenta yo. LUCRECIA: ¿Que el hijo de don Beltrán es el indiano fingido? JACINTA: Sí, amiga. LUCRECIA: ¿A quién has oído lo del banquete? JACINTA: A don Juan. LUCRECIA: Pues ¿cuándo estuvo contigo? JACINTA: Al anochecer me vio, y en contármelo gastó lo que pudo estar conmigo. LUCRECIA: Grandes sus enredos son. ¡Buen castigo te merece! JACINTA: Estos tres hombres parece que se acercan al balcón. LUCRECIA: Vendrá al puesto don García, que ya es hora. JACINTA: Tú, Isabel, mientras hablamos con él, a nuestros viejos espía. LUCRECIA: Mi padre está refiriendo bien de espacio un cuento largo a tu tío. ISABEL: Yo me encargo de avisaros en viniendo. Vase ISABEL CAMINO: Éste es el balcón adonde os espera tanta gloria. Vase CAMINO LUCRECIA: Tú eres dueño de la historia; tú en mi nombre le responde. GARCÍA: ¿Es Lucrecia? JACINTA: ¿Es don García? GARCÍA: Es quien hoy la joya halló más preciosa que labró el cielo en la Platería. Es quien, en llegando a vella, tanto estimó su valor, que dio, abrasado de amor, la vida y alma por ella. Soy, al fin, el que se precia de ser vuestro, y soy quien hoy comienzo a ser, porque soy el esclavo de Lucrecia. Habla aparte JACINTA a LUCRECIA JACINTA: Amiga, este caballero para todas tiene amor. LUCRECIA: El hombre es embarrador. JACINTA: Él es un gran embustero. GARCÍA: Ya espero, señora mía, lo que me queréis mandar. JACINTA: Ya no puede haber lugar lo que trataros quería... Habla TRISTÁN al oído de don GARCÍA TRISTÁN: ¿Es ella? GARCÍA: Sí. JACINTA: ...que trataros un casamiento intenté bien importante, y ya sé que es imposible casaros. GARCÍA: ¿Por qué? JACINTA: Porque sois casado. GARCÍA: ¿Que yo soy casado? JACINTA: Vos. GARCÍA: Soltero soy, ¡vive Dios! Quien lo ha dicho os ha engañado. Aparte JACINTA y LUCRECIA JACINTA: ¿Viste mayor embustero? LUCRECIA: No sabe sino mentir. JACINTA: ¿Tal me queréis persuadir? GARCÍA: ¡Vive Dios, que soy soltero! JACINTA: ¡Y lo jura! LUCRECIA: Siempre ha sido costumbre del mentiroso, de su crédito dudoso jurar para ser creído. GARCÍA: Si era vuestra blanca mano con la que el cielo quería colmar la ventura mía, no pierda el bien soberano, pudiendo esa falsedad probarse tan fácilmente. JACINTA: (¡Con qué confïanza miente! Aparte ¿No parece que es verdad? GARCÍA: La mano os daré, señora, y con eso me creeréis. JACINTA: Vos sois tal, que la daréis a trescientas en una hora. GARCÍA: Mal acreditado estoy en vos. JACINTA: Es justo castigo; porque mal puede conmigo tener crédito quien hoy dijo que era perulero siendo en la corte nacido; y, siendo de ayer venido, afirmó que ha un año entero que está en la corte; y habiendo esta tarde confesado que en Salamanca es casado, se está agora desdiciendo; y quien, pasando en su cama toda la noche, contó que en el río la pasó haciendo fiesta a una dama. TRISTÁN: (¡Todo se sabe!) Aparte GARCÍA: Mi gloria, escuchadme, y os diré verdad pura, que ya sé en qué se yerra la historia. Por las demás cosas paso, que son de poco momento, por tratar del casamiento, que es lo importante del caso. Si vos hubiéredes sido causa de haber yo afirmado, Lucrecia, que soy casado, ¿será culpa haber mentido? JACINTA: ¿Yo la causa? GARCÍA: Sí, señora. JACINTA: ¿Cómo? GARCÍA: Decírosla quiero. Habla aparte JACINTA a LUCRECIA JACINTA: Oye, que hará el embustero lindos enredos agora. GARCÍA: Mi padre llegó a tratarme de darme otra mujer hoy; pero yo, que vuestro soy, quise con eso excusarme. Que, mientras hacer espero con vuestra mano mis bodas, soy casado para todas, sólo para vos soltero. Y, como vuestro papel llegó esforzando mi intento, al tratarme el casamiento puse impedimento en él. Éste es el caso; mirad si esta mentira os admira, cuando ha dicho esta mentira de mi afición la verdad. LUCRECIA: (Mas ¿si lo fuese?) Aparte JACINTA: (¡Qué buena Aparte la trazó, y qué de repente!) Pues ¿cómo tan brevemente os puedo dar tanta pena? ¡Casi aun no visto me habéis y ya os mostráis tan perdido! ¿Aún no me habéis conocido y por mujer me queréis? GARCÍA: Hoy vi vuestra gran beldad la vez primera, señora; que el amor me obliga agora a deciros la verdad. Mas si la causa es divina, milagro el efeto es, que el dios niño, no con pies, sino con alas camina. Decir que habéis menester tiempo vos para matar, fuera, Lucrecia, negar vuestro divino poder. Decís que sin conoceros estoy perdido. ¡Pluguiera a Dios que no os conociera, por hacer más en quereros! Bien os conozco; las partes sé bien que os dio la Fortuna, que sin eclipse sois luna, que sois mudanza sin martes, que es difunta vuestra madre, que sois sola en vuestra casa, que de mil doblones pasa la renta de vuestro padre. Ved, si estoy mal informado. ¡Ojalá, mi bien, que así los estuviérades de mí! LUCRECIA: (Casi me pone en cuidado). Aparte JACINTA: ¿Pues Jacinta, ¿no es hermosa? ¿No es discreta, rica y tal que puede el más principal desealla por esposa? GARCÍA: Es discreta, rica y bella; mas a mí no me conviene. JACINTA: Pues, decid, ¿qué falta tiene? GARCÍA: La mayor, que es no querella. JACINTA: Pues yo con ella os quería casar, que esa sola fue la intención con que os llamé. GARCÍA: Pues sería vana porfía; que por haber intentado mi padre, don Beltrán, hoy lo mismo, he dicho que estoy en otra parte casado. Y si vos, señora mía, intentáis hablarme en ello, perdonad, que por no hacello seré casado en Turquía. Esto es verdad, ¡vive Dios!, porque mi amor es de modo que aborrezco aquello todo, mi Lucrecia, que no es vos. LUCRECIA: (¡Ojalá!) Aparte JACINTA: Que me tratáis con falsedad tan notoria! Decid, ¿no tenéis memoria, o vergüenza no tenéis? ¿Cómo, si hoy dijisteis vos a Jacinta que la amáis, agora me lo negáis? GARCÍA: ¿Yo a Jacinta? ¡Vive Dios!, que sola con vos he hablado desde que entré en el lugar. JACINTA: Hasta aquí pudo llegar el mentir desvergonzado. Si en lo mismo que yo vi os atrevéis a mentirme, ¿qué verdad podréis decirme? Idos con Dios, y de mí podéis desde aquí pensar --si otra vez os diere oído-- que por divertirme ha sido; como quien, para quitar el enfadoso fastidio de los negocios pesados, gasta los ratos sobrados en las fábulas de Ovidio. Vase JACINTA GARCÍA: Escuchad, Lucrecia hermosa. LUCRECIA: (Confusa quedo). Aparte Vase LUCRECIA GARCÍA: ¡Estoy loco! ¿Verdades valen tan poco? TRISTÁN: En la boca mentirosa. GARCÍA: ¡Que haya dado en no creer cuanto digo! TRISTÁN: ¿Qué te admiras, si en cuatro o cinco mentiras te ha acabado de coger? De aquí, si lo consideras, conocerás claramente que, quien en las burlas miente, pierde el crédito en las veras.
Texto electrónico por Vern G. Williamsen
y J T Abraham
Formateo adicional por Matthew D. Stroud
Actualización más reciente: 24 Jun 2002